Amalaya(*)
Había una vez una palabra redonda, brillante, hecha oración.
Adentro de la palabra yacía todo mi bosque ancestral,
transfigurado en hierofanía, en manifestación de lo sagrado,
en eterno éxtasis místico de lo primigenio,
puente de la inmensidad de lo divino
con los ciclos de vida?muerte, de muerte?vida
en perpetuo movimiento.
Y en ese bosque ancestral
estábamos nosotros los Renacientes,
contemplándonos con nuestras memorias
entretejidas por el entramado cósmico del pasado,
diciéndonos palabras que re-actualizaban el rito y la ceremonia,
y tratando de asomarnos a la ventana entreabierta
del telón melodramático de la historia
para contemplar con nuevos ojos la vida,
y soñarla una y otra vez
con el hablamiento y la pensaduría cimarrona.
(*) Interjección utilizada en el Caribe colombiano equivalente a ojalá, quien pudiera.

Cuerpo de Astronomía
Soy un ser esencialmente cósmico.
Todos los elementos de mi organismo
estuvieron en las entrañas de la creación
desde la edad geológica.
Hace millones de años
era polvo de hidrógeno
flotando como un hilo de humo,
orbitando sobre sí como un cordón umbilical,
danzando en espiral como un derviche
sobre el oscuro vacío del espacio.
De la sagrada turbulencia
el gas se condensó en orbes
y se volvió estrella
y empezó a brillar.
Entre átomos,
soy una constelación en miniatura.
Y mi cuerpo naciente,
aún tibio por las manos de Olodumare
late con el ruido que creó la vida.
Soy vestigio de fuego milenario:
contengo en mi célula primera
partículas
que concentran la esencia de todo lo que vibra y fluye.
Tengo redes de nebulosas en el corazón.
Soy una ecuación de sueño.
Por eso, cuando me preguntan:
¿De qué se compone el sistema planetario?
Respondo: “De nosotros mismos”.

Feminario Mandálico
Hoy estamos sentadas en círculo de yoga tántrico.
Mujeres, hermanas, compañeras, amigas… conocidas, extrañas…
Yo inicio el ritual de presentación colectiva con un ovillo de lana cobriza entre mis dedos…
Mi lengua es imperfecta.
Hablo en lengua retórica amalgamada por la savia entraña de la tierra creciente y palpitante.
Hablo en imágenes, en poesía hecha de plumas.
Me nace el principio esencial de la palabra robusta
que me rescata de la bruma y el silencio dormido en el inconsciente.
Emergen palabras evocativas adheridas en las paredes de mi útero-amapola,
un encantamiento de sílabas me despiertan y abren puertas y laberintos;
en mis manos se vuelven criptogramas, conjuros, ecos, gritos, silbidos, tambores
que me hacen vibrar el esternón del alma.
Palabras de poder chamánico colmadas de pétalos líquidos,
palabras desnudas de culpas, miedos, dudas, mentiras, rencores, pecados e infamias
que expulsan las viejas agonías, angustias, amarguras y hasta las heridas verticales
más microscópicas que me cobijan a diario en el estupor solitario de la noche.
Me nombro en la ronda. Me escucho nombrarme…
Esta soy yo Dinah Orozco Herrera… cuento algo de mí…
Soy el soplo de vida que fluye de regreso desde los cuatro puntos cardinales, los cuatro elementos, las cuatro estaciones: el sol, la
luna, el fuego, la lluvia y el viento.
Soy la memoria pupilar de mis espíritus, en mí nadan seres antiguos, trazan su mapa de signos.
Soy la voz arquetipal de mis ancestras.
Nombraré a todas las esclavizadas, asesinadas, ahorcadas, quemadas, violadas, desaparecidas, explotadas, golpeadas,
discriminadas, desterradas:
Agustina, Catalina Luango, Polonia, Matamba, Nzinga, Wiwa, Orika…
Soy un círculo-mandala que corazona la huella de todas las mujeres que me precedieron
[y que he sido al mismo tiempo]
ese linaje femenino de Sí-misma, viviendo a través de mí y sanando junto a mí
con la Conciencia absoluta, entera y luminosa.
Soy la sangre silenciada re-existiendo, resistiendo, in-surgiendo como espuma salitre de mar.
Soy la sangre múltiple de cada una de ellas bendecida, honrada, celebrada.
Soy la resonancia de su canto heroico, su plegaria en armonía esperanzada,
su emoción que duele en la parte más profunda del paladar,
y estoy aquí para engendrar semillas en su nombre
Hoy me levanto en la órbita del aire como un colibrí.
Entonces, comienzo a recordar la historia de aquellas mujeres embrionarias
que menstruaban todas en la misma fecha…
Juntas… comprendían que esos días de ofrenda a la luna roja eran especiales…
Sentían bajo sus faldas manchadas de barro la fuerza-madre del centro del universo,
y un misterio de sacrificio lunar las volvía más intuitivas, más sabias, visionarias, generosas…
Sangraban al mismo tiempo una llovizna escarlata de aguas cósmicas
que se escurría sobre las hebras de sus vientres de arcilla,
y todo se aromatizaba con el drenaje de ese olor a hierro.
Pero no sólo estaban en sintonía las fuentes hormonales de su sistema arbóreo,
sino también su energía psíquica se alimentaba, se sostenía, se acompasaba,
se conectaba con el eterno retorno de los ciclos de la naturaleza… esférica… coagulante…eterna…
Luego, le paso el ovillo a otra compañera… al azar… que asimismo cuenta quién es…
se descubre también en lo negado, lo oculto, lo callado, lo no dicho, lo temido, lo soñado…
Y suavemente…nos vamos abriendo al contacto con la otra… a su territorio arcano…
las palabras manantiales nos acercan… y el ovillo se desliza entre nosotras… de mano en mano…
Algo muere en nosotras, se agrieta, se evapora, se desvanece…
dejaron de pesarnos los pensamientos que cargábamos de niñas.
El acto perlocutivo de la palabra curativa nos resplandece las venas,
se vuelve sagrado, metafísico, primordial
forma una red secreta de yantras contemplativos, un cálido tejido de proxemias y kinesias
desde la complicidad de las miradas, las sonrisas, las sorpresas…
reintegra nuestros fragmentos corporales,
restituye el ejercicio de un poder que durante siglos nos fue usurpado.
Se vuelve a producir la raigambre alquímica de la Eva negra mitocondrial,
como en los orígenes milenarios de la creación,
cuando las diosas se sentaban en el mismo trono de los dioses
mucho antes que el patriarcado se inventara
el teorema de la maldición bíblica sobre nuestros cuerpos.

Jícara de agua para mis muertos
Sólo la memoria de la memoria congrega a los muertos.
Me acompañan al filo del cielo
con el calendario de las lluvias.
Nunca estoy sola.
De golpe están aquí y ahora entre mis sueños.
Pensando, a veces, mi corazón los escucha.
Yo los convoco y un océano de luz emerge.
Los siento vivos en mí:
avanzan
descienden…
Viajan en marejadas por todos mis huesos.
Adentro se levanta una legión.
Sus rostros pintados hacen sortilegios en mi sangre.
Dejan rastros de su aliento en mis sendas.
Llevo su retoño bajo el jardín de mis ojos.
Tengo en la punta de mi lengua
sus lamentos, su saudade.
Late el robusto acento de sus pisadas
como caminar de hoja suelta,
como semilla que rumorea en mis manos,
como miel extasiada en la tempestad de mis pies.
Aquí , en el altar de esta mesa,
invoco la energía de sus nombres
como tributo a la vida y a la muerte.
Esta mañana agradeceré, honraré su estirpe,
sembraré sus voces en jícaras de agua.

A los Poetas-Bakulú (*)
“La palabra poética es la única que aún puede ser vivificante y a partir de la cual
es posible reconstruir”. Aimé Césaire
He escrito acerca de la desolación de la mirada,
que se eleva inútil para morir en el vacío.
He escrito sobre el miedo del dolor
de una tarde que se pierde sin rumbo,
y del cuerpo que se niega
a oler a jardín de rosas.
De todo esto he escrito, y seguiré escribiendo mientras viva
porque no tengo aliento más audaz ni más lejano,
ni tengo abierto otro canal hacia la vida
Que una voluntad humana por la poesía.
Pero hoy…
quiero escribir unos versos de arcilla
para los escritores afrodiaspóricos
de antinomia occidental;
los que portan el cordón umblical del Primer Adán
a pesar de la herencia saqueada;
los que vienen remando desde la otra orilla
por donde descienden las aguas bautismales del Nilo azul
por el verdor encendido de la isla Gorée
por la ruta de los cangrejos y manglares.
Quiero escribirle unos versos a los escritores remotos o contemporáneos,
muertos o vivos, consagrados, anónimos, olvidados, despojados y resucitados
aquellos que resistieron convertirse en arena de reserva
para el patrimonio inmaterial de la Unesco;
los poetas-bakulú, concubinos de América,
que han prestado su palabra brujeril y kimbinsera
para balbucear, narrar, cantar o conjurar
pálpitos inmemoriales de versos y angustias humanas,
en este ciclo laberíntico, sin reposo, que es la vida misma…
(*) En lengua Suto de Palenque de San Basilio “Bakulú” significa grupo de personas adivinas que leen la suerte.

Yemanyá, casa uterina
¡Maé Yemanyá hija de Olodumare!
Negra señora, Soberana-oceánica del eterno canto de mar,
un destello de algas y corales ancestrales
acaricia tus senos azules
y acuna la luz inundada que me habita.
Alzas tu manto majestuoso de musgos,
y sumerges mi desnudez de sal en el abismo
de tus brazos húmedos y cadenciosos
en cascadas de placer.
Abres tus fauces en un manantial de helechos
y adivino el olor del clímax de tu festín incesante de olas
para abastecer la tierra fértil
con su lluvia vestida de noche,
mientras el tam tam de los tambores batá
va rozando los muslos del mantra cromático de Olokún.
Yemayá asesú asesú Yemayá
Yemayá asesú asesú Yemayá
Yemayá oludó oludó Yemayá
Yemayá oludó olodú Yemayá
Desciendes de la matriz misma del fuego omniponente
donde hace siglos mi cuerpo se fundió
con el vértigo del agua salina;
y siento cómo me seduces con tu saya verde-esmeralda
en movimientos ondulantes de sutil dulzura,
y escucho el rugido ronco de tu garganta tempestuosa
que me aclama para que no olvide que somos Una
en conjunción con el beso amoroso de tu inmensidad eterna,
Poderoso principio de la Madre fundacional, útero de la vida toda:
¡Omío Yemanyá Omoloddé! ¡Yemanyá Ataramawa!

Yo mujer
Danza el ritmo del Cosmos en mi vientre:
la noche despierta el poder del aliento en el laberinto de mis entrañas,
un racimo matizado de luna acaricia el resplandor de mi mirada,
llevo una filigrana de estrellas cautivas en mi frente.
Soy Mujer-hija del sol:
un antiguo y añorado fuego volcánico incendia la madera sagrada de mi anatomía,
y destierra ese olor a fango y arcilla que yace en mis poros.
Soy Mujer -jardinera fecunda del infinito -que no comienza ni termina nunca-.
Yo parlamento con el espíritu impetuoso de los árboles y los peces.
Una cría de pájaros cantores navega comarcas de musgo
por entre la enramada de girasoles en mi pecho
como un bosque de pelos que trenzan un nido.
Soy Mujer-tiempo,
brisa fresca, suave brisa entre las piernas,
que se arquea en la curva cordillera de los días.
Cuando el alba crece,
dejo huellas en la arena:
una corriente de aguas se vierte por el continente de mi vulva senti-pensante,
brotan de ella mariposas escarlatas,
para hacer la vida siempre nueva.
Soy mujer-útero,
manantial inagotable que sustenta la frutaesencia humana, la inaugura…
Arrullo de verde selva en el abril florido, donde se alimenta el tronco del mundo.
Agricultura de la tierra fértil donde la semilla se abriga bajo el sueño de la savia,
cáscara adentro, músculo adentro, pulpa adentro, raíz adentro.
Soy mujer-signo, he sido un bien inmutable.
Cumplí todos los oficios de la faena con el sudor escurrido de mi carne cautiva.
Se me ha acusado de esto y de lo otro: lloré océanos huyendo de mí misma.
Las heridas de las espadas por el corte del azote segaron mi velo luminoso:
algo me fue negado desde el comienzo,
desde el profundo conocimiento de mi olfato y de mi tacto.
¿Y acaso no soy una mujer-negra?
yo fui la que asesinaron, y lanzaron al ultraje de los buitres
-y no murió-.
Encontré mis orígenes entre los viejos archivos de libros
en la conjuración ritualista del mar
en los cantos encrespados del tambor
en las contiendas de mi alma.
Allí me encontré,
naciendo en mi ombligo.
Desde el abismo me he levantado sin aflicción, sin lágrimas inútiles,
y he resurgido entera.
¡Basta! Ya no guardo silencio religioso.
Nace la sibila…
pueden llamarme bruja con rimas y con razones…
Yo hablo en la lengua amputada de mis ancestras,
ellas son el fundamento telar que abraza la húmeda red de mis palabras.
Mientras la santa inquisición interrogó la negrura milenaria de sus cuerpos-letras,
en mi sombra espesa de vigilias he invocado
sus épicos, sus orgánicos nombres, sus nombres de lanza.
Y aún no sé por qué
en el habla de mi memoria colectiva,
en la semántica de mi escritura,
en la tinta azabache de mi axé verbal,
todos los sustantivos y adjetivos se me hacen escasos para nombrarlas,
se escapan de mi boca de cactus.
Soy mujer-altiva, yo soy la lucha,
aprendí a gritar hacia los cuatro puntos cardinales;
por el norte hasta el sur de los crepúsculos.
Ahora el rayo de mi voz, ahogada en el naufragio de los remos, hace estallar las piedras.
Me liberé: no temo al eco del miedo cuando me visita,
ni al dolor que se sumerge ardiente desollando mi piel.
Sé adónde voy: persisto.
Continuaré tejiendo la poesía circular sembradora de luz
que desnuda esperanzas solares y cabalga corceles de sueño.
Yo-Mujer-águila,
llevo el viento a mis espaldas en signo de dignidad,
y vuelo por los inconmensurables abismos de Mi-Ser-Mujer-Alada.
Mis olvidados sacrificios seculares, mi cálido coraje, mi primogénita furia he reunido.
Me rebelé contra el delantal endomingado.
Con el pavor de mi gesta primera,
he combatido contra las dormidas normas
contra las puertas cerradas de la casa de la historia.
Yo-Mujer fuerza-motriz, sé que puedo restituirme.
Me hice guerrera de las siete potencias
para ver mejor con los tímpanos de los ojos
todo lo perdido:
los colores y las formas del paraíso
donde hace siglos
expulsaron de un escupitajo mi existencia.

Contemplación femenina
Me gusta contemplar el bosque de lluvia que levanta su rostro sereno de agua durmiente
cerca de mi cabaña forestal de sueños
y cubre con susurros las cicatrices fértiles de la garganta terrestre.
También es cierto que disfruto contemplar el carbón de la tarde,
cuando el enorme sol de antifaz amarillo se viste de ausencia,
se hunde a breve distancia sobre la tenue luz del moribundo día,
tras las arenas grises de las nubes
para teñir otros horizontes con su liturgia dorada.
Algo se desnuda de suspiros en mi alma entera madura de versos,
y anochece la alborada de un silencio, hecho de arcilla, por la estrecha rendija de mis ojos.
Un súbito temblor me abriga, me sosiega en la cresta del sentido
como la serenata de un rocío de mariposas sobre una flor en las praderas.
Me vuelve incienso en resonancia, orlada de un remanso de fuego crepuscular.
Mientras escucho resbalar un vapor de luna por entre las canteras mitológicas del mar,
me deslizo a lo largo de esos mismos rayos de luna que miraron todas mis ancestras,
el mismo brillo vespertino de plenitud de luna que contemplé en mis vidas pasadas:
de matrona, de bruja, de tuareg, de cimarrona, de pantera, de tierra, de selva, de laguna..
la misma luna que me ha acompañado en tantas danzas uterinas de eclipse hormonal
y en tantas menstruaciones adheridas a las paredes de mi vulva-sapiens
[como moléculas de verbo rojo].
Contemplo esa misma luna que me mira en su ejercicio especular,
y que me espiará por siempre con su rostro de lienzo luminario desde su balcón celestial
hasta el día que muera.
En ese punto escucho la sedosa voz interior, tan íntima, tan leal, tan elocuente;
descubro con el palmo a palmo cómo la honda armadura de mi piel arcana
se entreteje de vibraciones.
Un coro ha comenzado ahora:
escucho ruidos, ecos y melodías sonoras de un violín acompasado de palomas;
vuelan mis pensamientos con alas de cedro,
cruzan los océanos errantes de la mirada, atraviesan los brocados del aire acariciando mis oídos.
Una ligera sensación a recuerdo lejano se constela como un átomo de tiempo
en el estero húmedo y esponjado de la memoria
como si cayera desde gran altura del pentagrama infinito.
Me pregunto: ¿qué tipo de sistema medular viaja por la órbita de los planetas
y traslada en su velocidad cuántica pentagramas de electrones,
de punto en punto, uniéndolo todo como un vórtice espiral que acaba aquí en mi vientre?
Adivino entonces el armazón sintáctico que sostiene las márgenes del firmamento,
las bifurcaciones que aritméticamente me funden en su materia cósmica.
Creo que lo he comprendido todo en un instante de golpe:
hay una pulsación primordial que nos ancla al nido de la vida,
por eso, las más ligeras contemplaciones del universo nos hacen estremecer
como el cosquilleo espiritual de un lucernario de estrellas.
Y bajo el parpadeo de la noche-caoba sentimos que la más grande constelación de los misterios
yace justo en el reflector de nuestras pupilas de mujer.

¿Y qué es una madre?
Cuando el viento es una caverna de amapolas,
Madre, es una Mujer-Raíz vestida de polen.
Es un tibio valle de vientre uterino- habitáculo de vida-,
jardín titánico de fuego infinito que viaja por las venas
con su lava dorada de sangre lunar de río y burbujas de mar.
Cuando el recuerdo con su aroma fresca de albahaca y pan,
te devuelve al pasillo azulino de la infancia, en un espiral de nubes,
Madre, es el preludio de un poema que te arrulla de luz y de íntima fragancia.
Cuando la esperanza se conjuga
–entre latidos de clamor milenario–
y se abraza a tu cuerpo como el tronco a la tierra,
[con todas las raíces y todos los corajes]
Madre, es combustible perfumado de gruta existencial,
la arcadia feliz de un verbo chamánico
que plantó sus semillas
para fecundar la liturgia mineral de parir.

Afro Rizo-más
Y aquí estoy con mi pelito bailarín de crespos serpentinos,
vegetación sonriente de soles danzantes
que deslizan apotemas de júbilo, ritmo y memoria sensorial.
Mi pelo, ese alboroto indomable que me sigue a todas partes.
Hebra de lluvia crujiente desperezándose
hasta reverdecer en los raudales de los ríos.
Pelo de cafetales floreados en su rito de selva perfumada
pelo de tierras cálidas que cosecha platanales, cocoteros y miasma de manglares
pelo enfiestado de ardillas, flamingos y armadillos
pelo ombligado de colmena de abejas, mariposas y gorriones.
Mi pelo, rebelde bosque tutelar:
todo un arco iris vegetal movido por el rumor de las caracolas del viento.
Espesa melena rizomática de enredaderas y jardines,
como bejucos de racimo [que enreversan /recubren con su textura y filigrana]
la órbita de mi rostro en un parloteo de grillos.
Pelo explosivo, el gran enigma de la genética mendeliana,
curvilíneo como un relámpago que estrangula el aire para desafiar la gravedad.
Colina enmontañada de fuego volcánico [con su sembradío de hoguera telúrica]
que cae convulso como un tornado sobre las cataratas de luz,
entre el éxtasis de la espiral laberíntica del tiempo.
Geografía capilar sobre el lomo del mapa africano,
que mozambiqueó las comarcas por donde nace el sol.
Imperio de rizos, que se anidó por más de cuatrocientos años
entre los vientres anochecidos de los barcos,
y aguardó sigiloso al acordeón del mar Caribe embravecido
para cimarronear un intrépido canto de vida.

Hermenéutica de los signos astrales
No es fácil
aprender a confiar en la sabiduría armoniosa del universo
y en la naturaleza instintiva,
aprender a conocer los secretos que fluyen en la espiral ascendente de los
planetas,
aprender a sentir el olor del silencio con la energía ritual de la noche bruja,
aprender a codificar la lengua de los sueños
y aprender a despertar las voces incubadas en la saliva de los astros.
Hay que saber hacerlo con la astucia del Pensamiento Matriz
a través de los ojos pensantes
de una Sacerdotisa del viento,
mujer-galaxia, mujer-espíritu,
mujer-aire, mujer-magia
mitad raíz
mitad tronco
mitad árbol
mitad tierra.

Invocación
Resonancias me convocan esta noche.
Van latiendo de golpes sonoros
Y crecen como frutos en mi garganta.
Van esparcidas por el camino de las sombras,
y desde allí van cartografiando una geometría de nostalgias.
Son las lenguas de mis ancestros
Y hoy les pido que hablen por mí.
En ustedes confío
En su sabiduría pulida por el tiempo
como la semilla que va creciendo
bajo el agua paciente de los ríos.
Permítanme dudar para creer:
permítanme encender las voces de la memoria recóndita
con su imperecedera fuente torrencial
para amanecer el pensamiento de noche
y deslizar mis sueños de día.
No me dejen hablar
de lo que no he palpado con los ojos del alma
No permitan que salga de mi boca una música falsa,
una música que antes no haya tañido
en la kora ciega de mi corazón.
Resonancias, lengua de mis ancestros,
hoy hablen por mí; las invoco.
Ustedes que van hilando en sus manos
ciclos interminables de la palabra cantada,
por donde circula el movimiento fluctuante de la vida,
Resurjan desde el fondo de la savia para desentrañarlas,
Convulsionen el polen de mi existencia.

Alguna vez… las mujeres negras
Alguna vez… las mujeres negras nos importamos,
alguna vez… nos respetamos,
alguna vez… caminamos juntas
Alguna vez… nos encontramos y nos escuchamos
y fuimos brujas y fuimos magas…
Cuando la luz de luna quemó su aroma sutil de ajo,
alguna vez…
volamos bajo los árboles
sentadas en la escoba,
con nuestros brazos estirados
para sentirnos paloma-colibrí, al menos por un rato.
Y aunque a nadie le gustó
que preparáramos pócimas y conjuros
de alas de búho y plumas de avestruz,
cocidas al vapor de trocitos de estrellas,
Alguna vez…
hechizamos nuestras propias manos
y las convertimos en pájaros,
nuestras voces en canto de fuego interior
y nuestras piernas en palabras heredadas
de un antiguo libro de hadas africanas.
Y aunque a nadie le gustó
que sobre una colina de río verde y matorral de enredaderas
se escuchara el rumor de nuestras carcajadas
zumbando las ventanas del lenguaje,
Alguna vez…
aullamos juntas en un solo grito con la garganta de la selva,
y con los suspiros de las ballenas cuando la lluvia arrecia sus espinas.
Alguna vez…
desgranamos los desencantos del alba en nuestros cuerpos,
e hicimos desaparecer el monstruo animal de los miedos a nuestro antojo.
Uno, era violeta como los recuerdos
y otro, gris como lo que no podemos recordar.
Alguna vez…
cuando un ejército de caballos resurgió desde nuestros vientres
como una gacela mirando a un jaguar en su travesía por los campos,
corrimos desnudas y nos vestimos de viento huracanado del sur
con nuestras pieles olor a albahaca,
a mermelada de girasol y polvo de romerillo.
Y aunque los patriarcados
y las invasiones y las guerras
han roto el círculo por fuera y por dentro,
y han hecho telaraña de olvido la memoria,
un eco solidario surcó alguna vez…
y sopló la tierra de lágrima rebelde con la fuerza de la historia
de aquellas noches de aquelarre
cuando bebimos del mismo néctar un aire de burbujas,
y nuestros cabellos danzaron juntos alguna vez…
para ombligar nuestras conciencias negras con un mapa de sueños.

A la nación de la Mujer Negra
Te voy a hacer un poema donde tú seas el Sol de Uganda
uno que suene como un Merecumbé Burundí,
una rapsodia lingala que descifre la redención en tu piel,
en el que se mezcle el café con las lunas de Tanzania.
Un poema Malawi con versos como espigas de mijo,
uno donde se arrodille Don Quijote de La Mancha
(con su armadura desnuda de otras ambiciones)
a suplicar tu mirada Al Magrebí…
Un poema que se estremezca de latidos bambara
del más especial melao candomblero
donde tu sonrisa de azúcar erupcione como volcán
y un león wolof se derrita de deleite en tu paladar.
Un poema yoruba invisible para la muerte
lúcido para la vida,
orgulloso como Kunta Kinte
Certero como Shaka Zulu
pretencioso como el templo de Nefertiti
Profundo como una guerrera Ashanti
que se reencuentra con su propio ser.
Un poema del Alto Congo
que se vista con las trenzas de Bob Marley,
un poema envuelto en una rueda de turbantes Tuaregs
sediento como mis manos
abisinio como mis ojos.
Un poema-uterino como tu vientre de noche ewé,
una obra de ingeniería que admiren los orfebres dinkas
Ligero como una mariposa haussa
majestuoso como un pavo real que camina por el viento
con sus plumas de Zambeze carmesí.
Te voy a hacer un poema sin más sudor de incertidumbre
neófito….recién parido de la raíces del Baobab.
Lo forraré con tu piel de bálsamo negro azande,
se asemejará a tu mirada Malinké,
reproducirá la cadencia de tus círculos de conga,
respirará el mismo aliento de tu alud de emociones
para que pueda, este poema, tu poema
parecerse a la Nación de la Mujer Negra.
c

Destino del Muntú
I. A mi ventana se asoma agbeyamí, el pavo real, y me dice:
El destino está entretejido por la madeja del tiempo.
Estamos emparentados con los siete elementos:
Cielo nuestro abrigo
Aire nuestro pensamiento
Agua nuestra sangre
Fuego nuestra savia
Tierra nuestra raíz
Fauna nuestras venas
Flora nuestros sueños.
Y no olvides, Dinah, que anudamos la voz del corazón a las constelaciones.
II. A mi puerta toca akuaaró, la codorniz, y me dice:
Hacemos parte de una familia astrológica, vegetal, animal
y humana
y estamos hermanados con los volcanes y las piedras…
Acompasamos nuestro aliento con la corriente de los
pájaros y el viento.
Respiramos en cada poro del alma, lo que los árboles
exhalan;
entrelazamos su fuerza y su intuición
en continua ida y vuelta,
en continúa llegada y partida,
en continuo fluir recíproco.
Y no olvides, Dinah, que somos nudo forjado desde el inicio del círculo.
III. A mi cocina gorjea eyelé, la paloma, y me dice:
Y así como el útero cósmico,
llevamos dentro filamentos de órbitas planetarias
frecuencias de partículas y energías atómicas.
Somos continente y contenido.
Somos células, neuronas, hormonas,
somos alquimia, medicina y curación,
somos naturaleza infinita,
somos pasajeros del viaje, firmamento que camina…
Y la conciencia de nuestro cuerpo
está divido por el horizonte.
Expresamos el día y la noche,
la luna y el sol con su ciclo y reflejo.
Y no olvides, Dinah, nuestro origen es terrestre,
pero nuestro destino es celestial.

Dinah Orozco Herrera (Ashanti),( Barranquilla, Colombia, 13 de diciembre de 1980). Poeta y activista afrocolombiana. Licenciada en Educación, con especialidad en Lenguas Modernas de la Universidad del Atlántico. Magíster en Literatura Hispanoamericana del Seminario Andrés Bello, Instituto Caro y Cuervo. Docente del Programa de Pedagogía Infantil de la Universidad Distrital. Es doctorante de la Escuela Graduada de Artes y Ciencias (GSAS) de Harvard University en el Department of African and African American Studies and Romance Languages and Literatures.
Perteneció a la Organización Angela Davis e hizo parte del “Proyecto Dignificación de las y los afrodescendientes” a través de la etnoeducación en Colombia, convenio AECID- Secretaría de Educación (2009-2010), del cual es coautora del libro Investigando el racismo y la discriminación en la escuela (Bogotá, 2010), producto de la investigación sobre el racismo en las escuelas de diferentes localidades de Bogotá.
Es Santera, practicante de la Regla de Osha en la tradición espiritual afrocubana. Integrante de GLEFAS (Grupo Latinoamericano de Estudios Formación y Acción Feminista), tejido de espacios de trabajo y organizaciones de activistas y pensadoras (es) articulados desde una postura crítica, decolonial, antirracista y autónoma, que apuestan por la construcción colectiva de pensamiento y estrategias de acción frente a las formas particulares en que actúa la matriz de opresión que imbrica el racismo, el clasismo, el régimen heterosexual y el sistema de género-moderno-colonial, a nivel local, regional y global.
Ha ganado varios premios, entre ellos:
Primer Lugar la IV Jornada de Lengua, Literatura, Filosofía. Universidad del Atlántico, Primera Mención en el 1er Concurso “Else Lasker Schüler”, Segundo Lugar en el Concurso Regional Cuento y Poesía “El Caribe Cuenta”, Mención de Honor en el Primer Concurso Intercolegial de Poesía y Cuento: José Félix Fuenmayor. Premio Benkos Biohó, 2016, en la categoría de Etnoeducación, Premio-Reconocimiento en el marco de la Conmemoración del “Día Internacional de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora”. Mención de Honor-Segundo lugar en la Beca de Creación de Obra Inédita de una Autora Afrocolombiana, Negra, Raizal y/o Palenquera (2020) del Ministerio de Cultura.
Sus poemas han sido traducidos al portugués, al inglés y al búlgaro. Su Poemario Las semillas del Muntú (2019) fue publicado por Escarabajo Editorial, Editorial Abisinia y Nueva York Poetry Press.
Seleccionada por la ANTV (Autoridad Nacional de Televisión de Colombia) como una de las personalidades afrocolombianas destacadas del país para el Decenio afro (2015-2024).