La voz
Se encontraba mi cuna junto a la biblioteca,
Babel sombría, donde novela, ciencia, fábula,
todo, ya polvo griego, ya ceniza latina
se confundía. Yo era alto como un infolio.
Y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme:
«La Tierra es un pastel colmado de dulzura;
yo puedo (¡y tu placer jamás tendrá ya término!)
forjarte un apetito de una grandeza igual.»
Y la otra: «¡Ven! ¡Oh ven! a viajar por los sueños,
lejos de lo posible y de lo conocido.»
Y ésta cantaba como el viento en las arenas,
fantasma no se sabe de que parte surgido
que acaricia el oído a la vez que lo espanta.
Yo te respondí: «¡Sí! ¡Dulce voz!» Desde entonces
data lo que se puede denominar mi llaga
y mi fatalidad. Detrás de los paneles
de la existencia inmensa, en el más negro abismo,
veo, distintamente, los más extraños mundos
y, víctima extasiada de mi clarividencia,
arrastro en pos serpientes que mis talones muerden.
Y tras ese momento, igual que los profetas,
con inmensa ternura amo el mar y el desierto;
y sonrío en los duelos y en las fiestas sollozo
y encuentro un gusto grato al más ácido vino;
y los hechos, a veces, se me antojan patrañas
y por mirar al cielo caigo en pozos profundos.
Más la voz me consuela, diciendo: «Son más bellos
los sueños de los locos que los del hombre sabio».
El gato
I
En mi cabeza se pasea,
como en su propio aposento,
un bello gato fuerte, suave y encantador.
Cuando maúlla, apenas se le oye,
de tan tierno y discreto que es su timbre;
pero su voz, ya se apacigüe o gruña,
es siempre rica y profunda.
Ahí está su atractivo y su secreto.
Esta voz, que gotea y se filtra
en mi interior más tenebroso,
me invade como un verso cadencioso
y me refocila como un bebedizo.
Ella adormece los dolores más crueles
y contiene todos los éxtasis;
para decir las frases más largas
no necesita palabras.
No, no hay arco que rasque
mi corazón, instrumento perfecto,
y que haga con más majestad
cantar su cuerda más vibrante,
que tu voz, gato misterioso,
gato seráfico, gato extraño,
en quien todo, como en un ángel,
es tan sutil como armonioso.
II
De su pelaje rubio y moreno
sale un perfume tan suave, que una noche
me impregné de él porque una vez
lo acaricié, solo una.
Es el espíritu familiar de la casa;
él juzga, él preside, él inspira
cualquier cosa en sus dominios;
¿es quizá un hada, es un dios?
Cuando mis ojos, hacia ese gato que amo
atraídos como por un imán,
se vuelven dócilmente
y miro entonces en mí mismo,
veo con sorpresa
el fuego de sus pupilas pálidas,
claros fanales, vivientes ópalos,
que me contemplan fijamente.
Bendición
Cuando, por un decreto de las potencias supremas,
el Poeta aparece en este mundo hastiado,
su madre espantada y llena de blasfemias
crispa sus puños hacia Dios, que de ella se apiada:
-“¡Ah! ¡no haber parido todo un nudo de víboras,
antes que amamantar esta irrisión!
¡maldita sea la noche de placeres efímeros
en que mi vientre concibió mi expiación!
Puesto que tú me has escogido entre todas las mujeres
para ser el asco de mi triste marido,
y como yo no puedo arrojar a las llamas,
como una esquela de amor, este monstruo esmirriado,
¡Yo haré rebotar tu odio que me agobia
sobre el instrumento maldito de tus perversidades,
y he de retorcer tan bien este árbol miserable,
que no podrán retoñar sus brotes apestados!”
Ella vuelve a tragar la espuma de su odio,
y, no comprendiendo los designios eternos,
ella misma prepara en el fondo de la Gehena
las hogueras consagradas a los crímenes maternos.
Sin embargo, bajo la tutela invisible de un Ángel,
el Niño desheredado se embriaga de sol,
y en todo cuanto bebe y en todo cuanto come,
encuentra la ambrosía y el néctar bermejo.
El juega con el viento, conversa con la nube,
y se embriaga cantando el camino de la cruz;
y el Espíritu que le sigue en su peregrinaje
llora al verle alegre cual pájaro de los bosques.
Todos aquellos que él quiere lo observan con temor,
o bien, enardeciéndose con su tranquilidad,
buscan al que sabrá arrancarle una queja,
y hacen sobre El el ensayo de su ferocidad.
En el pan y el vino destinados a su boca
mezclan la ceniza con los impuros escupitajos;
con hipocresía arrojan lo que él toca,
y se acusan de haber puesto sus pies sobre sus pasos.
Su mujer va clamando en las plazas públicas:
“puesto que él me encuentra bastante bella para adorarme,
yo desempeñaré el cometido de los ídolos antiguos,
y como ellos yo quiero hacerme redorar;
¡Y me embriagaré de nardo, de incienso, de mirra,
de genuflexiones, de viandas y de vinos,
para saber si yo puedo de un corazón que me admira
usurpar riendo los homenajes divinos!
Y, cuando me hastíe de estas farsas impías,
posaré sobre él mi frágil y fuerte mano;
y mis uñas, parecidas a garras de arpías,
sabrán hasta su corazón abrirse un camino.
Como un pájaro muy joven que tiembla y que palpita,
yo arrancaré ese corazón enrojecido de su seno,
y, para saciar mi bestia favorita,
yo se lo arrojaré al suelo con desdén!”
Hacia el Cielo, donde su mirada alcanza un trono espléndido,
el Poeta sereno eleva sus brazos piadosos,
y los amplios destellos de su espíritu lúcido
le ocultan el aspecto de los pueblos furiosos:
-“Bendito seas, mi Dios, que dais el sufrimiento
como divino remedio a nuestras impurezas
y cual la mejor y la más pura esencia
que prepara los fuertes para las santas voluptuosidades!
Yo sé que reservarás un lugar para el Poeta
en las filas bienaventuradas de las Santas Legiones,
y que lo invitarás para la eterna fiesta
de los Tronos, de las Virtudes, de las Dominaciones.
Yo sé que el dolor es la nobleza única
donde no morderán jamás la tierra y los infiernos,
y que es menester para trenzar mi corona mística
imponer todos los tiempos y todos los universos.
Pero las joyas perdidas de la antigua Palmira,
los metales desconocidos, las perlas del mar,
por vuestra mano engastados, no serían suficientes
para esa hermosa Diadema resplandeciente y diáfana;
Porque no será hecho más que de pura luz,
tomada en el hogar santo de los rayos primitivos,
y del que los ojos mortales, en su esplendor entero,
no son sino espejos oscurecidos y dolientes!”
Mujeres condenadas Delfina e Hipólita
Tendida a sus pies, tranquila y llena de gozo,
Delfina la cobijaba con ardientes miradas,
como una bestia fuerte vigilando su presa,
luego de haberla, desde luego, marcado con sus dientes.
Siento fundirse sobre mí pesados terrores
y negros batallones de fantasmas esparcidos,
que quieren conducirme por caminos movedizos
que un horizonte sangriento cierra por doquier.
El abismo
Pascal tenía su abismo, que se movía con él.
—¡Todo es pozo sin fondo, ay, acción, deseo, sueño,
palabra! y a menudo, rozando mis pelos erizados,
he sentido pasar el viento del Miedo.
Arriba, abajo, en todas partes, lo profundo, lo inhóspito,
el silencio, el espacio horroroso y cautivador…
Sobre el fondo de mis noches, Dios, con su dedo sabio,
dibuja una pesadilla multiforme y sin tregua.
Tengo miedo del sueño como se teme un gran túnel,
repleto de vago terror, camino hacia quién sabe dónde;
no veo más que infinito por todas las ventanas,
y mi espíritu, siempre acosado por el vértigo,
envidia la insensibilidad de la nada.
—¡Ah, no poder nunca evadirse de los Números y los Seres!
Confesión
Una vez, una sola, mujer dulce y amable,
en mi brazo el vuestro pulido
se apoyó ( sobre del denso fondo de mi alma
ese recuerdo no ha palidecido);
Era tarde; al igual que una medalla nueva,
la Luna llena apareció,
y la solemnidad nocturna, como un río,
sobre París dormido se extendía.
Los gatos, por debajo de las puertas de coches,
deslizábanse furtivos
el oído al acecho o, como sombras caras,
nos seguían despacio.
Y de súbito, en medio de aquella intimidad,
abierta en la luz pálida,
de Vos, rico y sonoro instrumento en que vibra
la más luminosa alegría,
de vos, clara y alegre igual que una fanfarria
en la mañana chispeante,
una quejosa nota, una insólita nota
vacilante se escapó,
como un niño sombrío, horrible y enfermizo
que a su familia avergonzara,
y al que durante años, para ocultarlo al mundo,
en una cueva habría encerrado.
vuestra discorde nota, ¡mi pobre ángel! cantaba:
«Que aquí abajo nada es firme,
y que siempre, aunque mucho se disfrace,
el egoísmo humano se traiciona;
que es un oficio duro el de mujer hermosa
y que es más bien tarea banal,
de la loca y helada bailarina fijada
en maquinal sonrisa;
Que fiar en corazones es algo bien estúpido;
Que es todo trampa, belleza y amor,
y al final el Olvido los arroja a un cesto
¡y los torna a la Eternidad!»
Esa luna encantada evoqué con frecuencia,
ese silencio y esa languidez,
y aquella confidencia penosa, susurrada
del corazón en el confesionario.
Mujeres malditas
Echadas en la arena como un rebaño pensativo,
vuelven sus ojos hacia el horizonte de los mares,
y sus pies que se buscan y sus manos rozándose
tienen suaves desmayos y amargos estremecimientos.
Unas, corazones embelesados en largas confidencias,
al fondo de la arboleda donde murmuran los arroyos,
van deletreando el amor de la infancia medrosa
y marcan el tronco verde de los árboles jóvenes;
otras, igual que monjas, andan lentas y serias
entre las peñas llenas de apariciones, donde
vio brotar San Antonio, como lenguas de lava,
los pechos desnudos y purpúreos de sus tentaciones;
Hay algunas que, al resplandor de las resinas desbordantes,
en la muda oquedad de los antiguos antros paganos,
te piden que socorras sus fiebres vociferantes,
¡oh Baco, tú que aplacas los remordimientos ancestrales!,
y otras, cuyo pecho prefiere los escapularios,
que, ocultando bajo sus largos hábitos un látigo,
mezclan en el bosque sombrío y en las noches solitarias
la espuma del placer con las lágrimas de las torturas.
¡Oh vírgenes, oh demonios, oh monstruos, oh mártires,
generosos espíritus que reprobáis la realidad,
ansiosas de infinito, devotas y satiresas,
tan pronto rebosantes de gritos como henchidas de llantos,
vosotras que mi alma ha seguido hasta vuestro infierno,
pobres hermanas mías, os amo tanto como os compadezco
por vuestros lúgubres dolores, vuestra sed no saciada
y los cálices de amor que llenan vuestro gran corazón!
Alegoría
Es una mujer hermosa y de nuca opulenta,
que deja caer la cabellera en su vino.
Las garras del amor, los venenos del garito,
todo resbala y todo se embota ante su piel granítica.
Se ríe de la Muerte y ridiculiza a la Lujuria,
esos monstruos cuya mano, que siempre rasga y siega,
ha respetado sin embargo, en sus juegos destructores,
la majestad severa de este cuerpo firme y enhiesto.
Camina como una diosa y se recuesta como una sultana;
tiene fe mahometana en el placer,
y a sus brazos abiertos, donde rebosan sus pechos,
convoca con los ojos al género humano.
Ella cree, ella sabe, esta virgen estéril
y aun así necesaria para que el mundo avance,
que la belleza física es un sublime don
que consigue el perdón de todas las infamias.
Le son indiferentes tanto el Infierno como el Purgatorio,
y cuando llegue la hora de entrar en la Noche negra,
mirará el rostro de la Muerte
como mira un recién nacido —sin odio y sin remordimiento.
Las joyas
Con los ojos en mí, cual tigre domado,
con aire vago y soñador ensayaba posturas,
y el candor unido a la lubricidad
añadía un nuevo encanto a sus metamorfosis;
y sus brazos y sus piernas, y sus muslos y sus caderas,
como el aceite pulido, ondulantes como un cisne,
pasaban ante mis ojos clarividentes y serenos;
y su vientre y sus senos, esos racimos de mi vid,
avanzaban, más zalameros que los Ángeles del mal.
Embriáguense
Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.
Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.
Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:
“¡Es hora de embriagarse!
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo,
¡embriáguense, embriáguense sin cesar!
De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.
Al lector
La necedad, el error, el pecado, la tacañería,
ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos,
Y alimentamos nuestros amables remordimientos,
como los mendigos nutren su miseria.
Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes;
Nos hacemos pagar largamente nuestras confesiones,
y entramos alegremente en el camino cenagoso,
creyendo con viles lágrimas lavar todas nuestras manchas.
Sobre la almohada del mal está Satán Trismegisto
que mece largamente nuestro espíritu encantado,
y el rico metal de nuestra voluntad
está todo vaporizado por este sabio químico.
¡Es el Diablo quien empuña los hilos que nos mueven!
A los objetos repugnantes les encontramos atractivos;
Cada día hacia el Infierno descendemos un paso,
sin horror, a través de las tinieblas que hieden.
Cual un libertino pobre que besa y muerde
el seno martirizado de una vieja ramera,
Robamos, al pasar, un placer clandestino
que exprimimos bien fuerte cual vieja naranja.
Oprimido, hormigueante, como un millón de helmintos,
en nuestros cerebros bulle un pueblo de Demonios,
y, cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
desciende, río invisible, con sordas quejas.
Si la violación, el veneno, el puñal, el incendio,
todavía no han bordado con sus placenteros diseños
el canevás banal de nuestros tristes destinos,
es porque nuestra alma, ¡ah! no es bastante osada.
Pero, entre los chacales, las panteras, los podencos,
los simios, los escorpiones, los gavilanes, las sierpes,
los monstruos chillones, aullantes, gruñones, rampantes
en la jaula infame de nuestros vicios,
¡hay uno más feo, más malo, más inmundo!
Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos,
haría complacido de la tierra un despojo
y en un bostezo tragaríase el mundo:
¡Es el Tedio! -los ojos preñados de involuntario llanto,
sueña con patíbulos mientras fuma su pipa,
tú conoces, lector, este monstruo delicado,
-hipócrita lector, -mi semejante, -¡mi hermano!
Charles Pierre Baudelaire (Paris, Francia, 9 de abril de 1821-Paris, 31 de agosto de 1867). Poeta, ensayista, crítico de arte y traductor. Es considerado el iniciador de la poesía moderna y quien acuñó el término “modernidad” (modernité). Sin su obra Las flores del mal, escrito a sus 23 años, no se entiende la poesía de Rimbaud, de Verlaine, de Mallarmé y de los modernistas, ya que es la llave que abre la puerta a la poesía de todo un siglo. El aburrimiento fue el espacio de inspiración para Baudelaire quien identificaba el aburrimiento como “ennui’, que se caracterizaba por ser más vital, una especie de tedio y llamaba spleen a la melancolía que, para él, era un tanto más fisiológico como la pereza. Paul Verlaine lo incluyó entre los “poetas malditos” de Francia del siglo XIX por su vida bohemia y de excesos.
Hijo del ex sacerdote Joseph-François Baudelaire y de Caroline Dufayis. Su padre murió el 10 de febrero de 1827 y su madre se casó al año siguiente con el militar Jacques Aupick; Baudelaire nunca aceptó a su padrastro, y los conflictos familiares se transformaron en una constante de su infancia y adolescencia.
Duval dibujada por Baudelaire
En 1831 se trasladó junto a su familia a Lyon y en 1832 ingresó en el Colegio Real, donde estudió hasta 1836, año en que regresaron a París. Continuó sus estudios en el Liceo Louis-le-Grand y fue expulsado por indisciplina en 1839. Más tarde se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de París, y se introdujo en la vida bohemia frecuentando los círculos literarios y artísticos y escandalizó a todo París con sus relaciones con la actriz Jeanne Duval,(también conocida como Jeanne Lemer), una mulata de ascendencia francesa y haitiana, quien fue su musa y compañera durante veinte años y que le inspiraría algunas de sus más brillantes y controvertidas poesías. Baudelaire y Jeanne Duval e conocieron entre abril y mayo e 1842. Baudelaire acaba de cumplir 21 años y, por fin, ha heredado la fortuna de su padre. Vive en un apartamento decorado en rojo y negro, en el ultimo piso de un hotel de Paris y a Jeanne la instala en otro apartamento unas calles mas allá. En menos de un año gasto parte de su herencia y su familia decidió privarle de sus derechos; no podía votar, ni contraer matrimonio ni disponer de sus bienes. Para el joven Baudelaire verse tutelado a sus 23 años era una tragedia lo que le llevó a intentar suicidarse y dejar dispuesto que sus bienes fuesen para Jeanne. Tras su intento fallido de suicidio, se trasladó a vivir a casa de su madre un tiempo. Curiosamente la carta de suicidio que dejó Charles Baudelaire el 30 de junio de 1845 dirigida a su amigo y notario Narcisse Ancelle se subastó en el año 2018 por 234.000 euros.
Los poemas de Baudelaire que están dedicados a Duval o que fueron escritos en su homenaje incluyen “Le balcon” (El Balcón), “Parfum exotique” (Perfume Exótico), “La chevelure” (La cabellera), “Sed no satiata” (Aun así insatisfecha), “Le serpent qui danse” (La serpiente que danza), y “Une charogne” (Una Carroña).
Édouard Manet, amigo de Baudelaire, pintó a Duval en 1862 en su obra “La amante de Baudelaire, reclinada”
La publicación de Las flores del mal, en 1857, acabó de desatar la violenta polémica que se creó en torno a su persona. El poemario se presentó el 25 de junio de 1857 y provocó escándalo entre algunos críticos como Gustave Bourdin, quien escribio en Le Figaro que era un libro “lleno de monstruosidades”, y once días después la justicia ordenó el secuestro de la edición y el proceso al autor y al editor, quienes fueron acusados de «ofensas a la moral pública y las buenas costumbres». Como respuesta, Baudelaire responde: «Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian las palabras inmoralidad, moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de cinco francos, que una vez me acompañó al Louvre donde ella nunca había estado y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias». Sin embargo, ni la orden de suprimir seis de los poemas del volumen ni la multa de trescientos francos que le fue impuesta impidieron la reedición de la obra en 1861. En esta nueva versión aparecieron, además, unos treinta y cinco textos inéditos. Las flores del mal es considerado uno de los libros más revolucionarios y provocadores del siglo XIX. Es un libro que proclama una belleza diferente, a veces perturbadora. Canta a lo efímero, lo que se descompone, a lo urbano y sus habitantes anónimos, a la moral ambigua que se pregunta por el remordimiento y a todo lo marginado y lo tabú (el vino, las prostitutas, los mendigos, el amor lésbico, el sexo).
El mismo año de la publicación de Las flores del mal, Baudelaire emprendió la creación de los Pequeños poemas en prosa, editados en versión íntegra en 1869 (en 1864, Le Figaro había publicado algunos textos bajo el título de El spleen de París). En esta época también vieron la luz los Paraísos artificiales (1858-1860).
Una vida marcada por las drogas y los prostíbulos arrasan completamente con la salud del aun joven Charles Baudelaire y lo llevan hasta el más amargo fin, ya que a los 41 años se encuentra arruinado, subvencionado por el Estado para sobrevivir, perseguido por los acreedores, marcando el comienzo del fin del poeta que empieza a sentir las consecuencias de la sífilis que le causó un primer intento de parálisis en 1865. Y los síntomas de afasia y hemiplejía, que arrastraría hasta su muerte, aparecieron con violencia en marzo de 1866, cuando sufrió un ataque en la iglesia de Saint Loup de Namur. Fue trasladado de urgencia, por su madre, a una clínica de París. Permaneció sin habla y hemiplejíco pero lúcido, durante un año, hasta su fallecimiento.
Su cuerpo se encontraba totalmente deteriorado. Tras una prolongada agonía, murió el 31 de agosto de 1867 y fue enterrado en el cementerio de Montparnasse en París. Tenía 46 años,
Baudelaire también tradujo al francés varios de los libros de Edgar Allan Poe, con quien mantuvo una relación literaria que duro veinte años. Baudelaire admiraba profundamente a Poe, por lo cual su tarea fue más un placer que un encargo. Estudió e hizo un ensayo sobre Richard Wagner y sus composiciones y se dedicó a la crítica de arte, publicando Le Salon de 1845, un ensayo elogioso sobre la obra de pintores como Manet y Delacroix, entonces todavía muy discutidos. Manet también incluyó a Baudelaire en su obra, además de retratarlo en dos oportunidades, su efigie aparece en su célebre pintura Música en las Tullerías. La admiración de Manet por Baudelaire era absoluta.
Es indiscutible que Charles Baudelaire ejerció una gran influencia para un sinnúmero de autores, pensadores y artistas de la época, así como de años venideros. El movimiento surrealista toma su obra como puntapié inicial para una serie de obras. André Bretón expresó: “Con Le Spleen de París y sus Oneirocrities se inauguró el Surrealismo para luego, décadas después, despertar nuevamente”. Autores de la talla de Walter Benjamin, T. S. Eliot o Marcel Proust, también veneran, analizan y rescatan la obra del francés en numerosos artículos y ensayos. En su obra La tierra baldía, T. S. Elliot cita en tres oportunidades retazos de poemas de Les fleurs du mal, dado que para Elliot, Baudelaire era el maestro de maestros.
Enlaces de interés :
https://cultura.nexos.com.mx/detalles-sobre-la-enfermedad-de-baudelaire/
https://www.malba.org.ar/george-bataille-charles-baudelaire/?v=diario
https://circulodepoesia.com/2021/04/baudelaire-carta-a-apollonie-sabatier/