«…Y he sido y soy alejada de todo lo que antes tuve y de todo lo que antes me había acostumbrado a que me deleitara…»
Ángela de Foligno
Ángela de Foligno (Foligno, Italia 1248-4 de enero de 1309, Foligno, Italia). Terciaria franciscana, mística y escritora medieval. Ángela de Foligno es considerada una de las grandes místicas y contemplativas de la Edad Media. Es venerada como santa en la Iglesia católica. El escritor y filosofo Georges Bataille la bautizó como «Dama de la Noche».
La mujer que conocemos como Ángela de Foligno, en su tierra y en su tiempo, el valle de Espoleto en la Umbría de la segunda mitad del siglo XIII, era más conocida como Lella, abreviatura de Angelella, Angelita.
Ángela nació en el seno de una familia noble de Foligno, ciudad de la región de Umbría (Italia), cercana a Asís. Durante sus primeros años llevó la vida corriente de una mujer de su época, dedicada a su marido y a sus ocho hijos, y con escaso interés por la religiosidad cristiana. Son pocos los datos que se conservan de esta época. En 1285 Ángela sufrió una crisis interior. En ello tuvo influencia la vida del Beato Pedro Crisci, noble de Foligno que vendió sus propiedades y se dedicó a la penitencia dentro de la Tercera orden de San Francisco. La reacción de sus contemporáneos fue el insulto y la burla. Pero Ángela acabó impresionada por su comportamiento y decidió encomendarse a san Francisco de Asís para encontrar un buen confesor e iniciar una nueva vida. En sueños tuvo una visión del santo donde le comunicaba que se lo concedía. Al día siguiente del sueño se acercó a la catedral de Foligno para confesarse con el obispo. Allí se encontró con fray Arnaldo, franciscano, pariente suyo y capellán del obispo. Acabó confesándose con él e iniciando con ello una nueva etapa de su vida.
Sus hijos, su marido y su madre han muerto y ella ha decidido hacerse terciaria, esto es, hermana laica de la Orden de San Francisco. Para abrazar la pobreza absoluta predicada por Francisco, el loco de Asís, se ha deshecho de casi la totalidad de sus propiedades, quedándose solamente con una casa en la que reside junto a una compañera dedicada a la vida de penitencia, a vivir la pobreza voluntaria, a buscar a Dios. Ella pertenece a la tipología de mujeres que vivían in dominibus propiis, en sus propias casas, en ocasiones junto a una compañera que la ayudaba en sus quehaceres diarios, pero también en sus ejercicios ascéticos y en sus momentos críticos. Su vida refleja la de tantos hombres y mujeres de su tiempo que buscaban a Dios en los márgenes de la praxis religiosa oficial. Como ella misma narra, el punto de inflexión de su vida fue una peregrinación a Asís en la que tomó contacto directo con la divinidad, que nunca la abandonó desde entonces.
Son pocos los datos que se conservan de la vida de Ángela desde 1296 hasta su muerte. En torno a su persona se constituyó un grupo espiritual que se denominó Cenáculo que estaba integrado por hombres y mujeres, religiosos y laicos, que se ponían bajo la guía de esta mujer analfabeta. El Cenáculo cuidará especialmente la vida espiritual de sus seguidores, con la propuesta de un auténtico camino espiritual ascético-místico, a la luz del magisterio de Ángela. Se interesará particularmente por la promoción humana de todo hombre y mujer, especialmente de los más débiles y enfermos.
Desde el Cenáculo, Ángela desarrolló una fuerte actividad en la que respondía a cuestiones teológicas y espirituales. Esta actividad le valió el título honorífico de Maestra de teólogos. Algunos de estos consejos y experiencias fueron recogidos en forma de escritos y cartas y se recopilaron dando lugar a las Instrucciones.
Ángela de Foligno murió el 4 de enero de 1309. Su cuerpo fue enterrado en la Iglesia de San Francisco del Convento franciscano de Foligno. Inmediatamente fue venerada como santa por el pueblo y la Orden franciscana. En 1547 Paulo III la inscribió en el santoral de la Tercera orden de San Francisco con el título de santa. Inocencio XII en 1693 aprobó su culto en la Orden franciscana sólo como beata, estableciendo como día de fiesta el 30 de marzo . El 30 de abril de 1707 Clemente XI aprobó su culto público de beata en toda la Iglesia católica, estableciendo el 4 de enero como día de su fiesta. El papa Francisco la proclamó santa el 9 de octubre de 2013.

Obra de Ángela de Foligno:
La obra de Angela se puede dividir en dos : El Memorial o Libro de la Vida de Ángela de Foligno y Las Instrucciones.
Las Instrucciones son un complemento del Memorial. El conjunto de escritos que las componen es muy variado y no está ordenado; hay cartas, relatos autobiográficos, exhortaciones, conversaciones, discursos.

«El Memorial o Libro de la Vida de Ángela de Foligno constituye una de las obras más importantes de la mística europea medieval. El Memorial fue redactado por fray Arnaldo ( quien aparece en el texto como hermano A) recogiendo las explicaciones de Ángela. Está escrito en latín, aunque también hay algunas palabras en dialecto umbro, cuando fray Arnaldo no era capaz de traducirlas al latín.
A pesar de no haber sido escrito por ella sino dictado a su guía espiritual, las palabras de Ángela componen uno de los relatos más complejos y completos de una experiencia mística que nos ha dado la literatura medieval. El Libro, que se estructura en » treinta pasos»( 19 pasos y 7 pasos suplementarios), se plantea como una suerte de autobiografía dictada en la que la más absoluta cotidianeidad –Ángela lavando lechugas en su casa, Ángela cuidando a leprosos en un hospital, Ángela con su compañera en el camino– convive con la narración de una verdadera historia de sutiles transformaciones psicológicas expresadas mediante un amplio vocabulario cognitivo: entendere, considerare o contemplare son los verbos que estructuran la trama de nuestra obra y que nos dan la posibilidad de sondear una mente de acuerdo con los parámetros del siglo XIII.
La herencia de Ángela es riquísima: cubre un arco temporal que se inicia pocos años después de acabada la transcripción –cuando aún estaba viva– y llega prácticamente hasta nuestro siglo. Sus principales receptores fueron desde un inicio las propias órdenes monacales, que vieron en el Libro un manual útil para la formación espiritual. Gran parte de los manuscritos estaban en manos de diversas formaciones religiosas: cistercienses, benedictinos, carmelitas… y, por supuesto, clarisas y franciscanos. Por otro lado, en ningún caso fueron solo clérigos los que leyeron a Ángela, sino que tuvo un importante papel en la educación devota de la alta nobleza europea: ya en el siglo xv se detectan varias copias del Libro en bibliotecas privadas de las infantas de Castilla, Aragón, Navarra y Portugal. A través de los inventarios sabemos, por ejemplo, que María de Castilla (1401-1458), la esposa de Alfonso el Magnánimo (1396-1458), guardaba una copia manuscrita del Llibre d’Àngela de Foligno traducido al catalán. A su vez, Isabel la Católica (1451-1504) poseía ni más ni menos que tres copias de un Llibre de les revelacions:«uno manuscrito, un volumen de la edición princeps en versión latina [(Toledo,)1505] y la versión en castellano [(Toledo,) 1510]». Estas dos primeras impresiones son verdaderamente capitales en la difusión de los escritos de Ángela pues fijan una primera versión de sus obras en las que se basarán multitud de nuevas ediciones y traducciones publicadas en Venecia, París o Colonia. Con la reproducción en serie, la propagación de los textos de Ángela se torna imparable, pues se difunden cientos de copias tanto en latín como en las lenguas vulgares a las que los lectores podían acceder mucho más fácilmente que a los manuscritos. No en vano estas dos primeras ediciones en Toledo a las que nos referimos fueron comisionadas por el cardenal Cisneros con la pretensión de que viajaran al Nuevo Mundo como lectura de evangelización, formación espiritual y devoción de las nuevas comunidades. Casi con seguridad fue a través de uno de estos canales, que la historia de Ángela habrá llegado a los místicos carmelitas de los Siglos de Oro Juan de la Cruz y, sobre todo,Teresa de Jesús.
De los siglos XVIII al XIX parece escasear la influencia de Ángela en otros autores, al menos de manera explícita. En el siglo XIX, sin embargo, una inflamada traducción al francés –aquella firmada por Ernest Hello– reactiva el interés por la folignate de manera inusitada. Como el mismo Hello afirma, nunca tuvo la pretensión de traducir literalmente:
… hay dos tipos de exactitud: la exactitud según la letra, que vierte las palabras una detrás de otra, y la exactitud según el espíritu, que infunde la sangre del autor de una lengua a otra. Sin desatender la primera de las dos exactitudes, he intentado sobre todo apegarme a la segunda. He intentado hacer vivir en francés el libro que vivía en latín. He intentado hacer gritar en francés al alma que gritaba en latín. He intentado traducir las lágrimas.
Como decimos, esta versión y sus continuas reimpresiones llegaron a manos de personajes tan dispares como Georges Bataille, Joris-Karl Huysmans o Léon Bloy. Sin duda, de estos tres autores en el que abrió una herida más profunda fue en G. Bataille, que descubrió a Ángela el 5 de septiembre de 1939 en un tren que huía de París: «He comenzado a leer, de pie en un tren repleto, el Libro de las visiones de Ángela de Foligno. Me limito a copiar, pues no sabría decir hasta qué punto me ha hecho arder».
El descubrimiento de Ángela es el motor que le hace comenzar la posteriormente denominada Suma ateológica formada por La experiencia interior (1943), El culpable (1944), Sobre Nietzsche (1945) y una constelación de libros que giran a su alrededor. Aunque será el segundo volumen el que afecte más la influencia umbra, la presencia de Ángela siembra la trilogía entera.
En nuestra opinión, en la Suma, Ángela es fuente de tres elementos esenciales: en primer lugar, le proporciona un texto sagrado que glosar; en segundo, le aporta un lenguaje –un imaginario– con el que vehicular su propia búsqueda; en tercer lugar, le aporta los elementos necesarios para conformar un método de meditación.
Respecto a este último aspecto, diremos que Bataille extrae del Libro –al parecer combinado eclécticamente con ciertas prácticas orientales– un método contemplativo plenamente bajomedieval basado en la búsqueda de la compassio. Evidentemente tal búsqueda se presenta como ateológica: al modelo de Cristo como hombre-dios cuyo sufrimiento se debe alcanzar y compartir, lo sustituye una fotografía de la que habla en varios pasajes en la que se representan las torturas que un verdugo inflige a un joven chino. Por otro lado, el Libro de Ángela como texto revelado le proporciona en El culpable un material que glosar, una especie de pretexto cristiano citado literalmente que le permite desarrollar su nueva ateología mística a través de la reflexión. Por último, aunque no la cite explícitamente, en cada uno de los libros de la trilogía el lenguaje de Bataille se ve informado por el de la folignate, que en el fondo es el de la mística de los últimos siglos de la Edad Media. Las imágenes que ella utiliza –el abismo, la tiniebla, el abrazo, el grito…– sirven al francés para internarse en su propia herida interior: «Amar hasta gritar, abismado en la profundidad quebrada, fulgurante: ya no importa saber lo que hay en el fondo del abismo. Escribo abrasado todavía, no iré más lejos»
Afortunadamente el siglo XX fue desenterrando poco a poco los textos de lo que hoy sabemos que es una tradición con rasgos parejos: la denominada «tradición silenciada», que a su vez está directamente relacionada con el acceso de las mujeres al mundo letrado y con él a la posibilidad de comunicar sus experiencias. Paradójicamente, el relativo mutismo bajo el que la historia ha tapado estas obras contrasta con la vida de estas mujeres, que Michel Cazenave ha llamado «místicas salvajes», dado el carácter brutal que desde una óptica contemporánea tenían muchas de sus vivencias.

Detail and fragment of the Manuscript of Angela of Foligno, Codex Trivulziano MS. 150, c, fol. 1f, Milano, Trivulziana Library [Italy] .
Enlaces de interés :
https://www.siruela.com/archivos/fragmentos/LibrodelaExperiencia.pdf ( Edición y traducción del latín de Pablo García Acosta). Pablo consulto los manuscritos originales y no rectificó los italianismos del texto como hicieron otros traductores anteriores, dato fundamental para «escuchar» la auténtica voz de Ángela.