Unos cuerpos son como flores…
Unos cuerpos son como flores,
otros como puñales,
otros como cintas de agua;
pero todos, temprano o tarde,
serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden,
convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.
Pero el hombre se agita en todas direcciones,
sueña con libertades, compite con el viento,
hasta que un día la quemadura se borra,
volviendo a ser piedra en el camino de nadie.
Yo, que no soy piedra, sino camino
que cruzan al pasar los pies desnudos,
muero de amor por todos ellos;
les doy mi cuerpo para que lo pisen,
aunque les lleve a una ambición o a una nube,
sin que ninguno comprenda
que ambiciones o nubes
no valen un amor que se entrega.

A un poeta muerto (F.G.L.)
Así como en la roca nunca vemos
la clara flor abrirse,
entre un pueblo hosco y duro
no brilla hermosamente
el fresco y alto ornato de la vida.
Por esto te mataron, porque eras
verdor en nuestra tierra árida
y azul en nuestro oscuro aire.
Leve es la parte de la vida
que como dioses rescatan los poetas.
El odio y destrucción perduran siempre
sordamente en la entraña
toda hiel sempiterna del español terrible,
que acecha lo cimero
con su piedra en la mano.
Triste sino nacer
con algún don ilustre
aquí, donde los hombres
en su miseria sólo saben
el insulto, la mofa, el recelo profundo
ante aquel que ilumina las palabras opacas
por el oculto fuego originario.
La sal de nuestro mundo eras,
vivo estabas como un rayo de sol,
y ya es tan sólo tu recuerdo
quien yerra y pasa, acariciando
el muro de los cuerpos
con el dejo de las adormideras
que nuestros predecesores ingirieron
a orillas del olvido.
Si tu ángel acude a la memoria,
sombras son estos hombres
que aún palpitan tras las malezas de la tierra;
La muerte se diría
más viva que la vida
porque tú estás con ella,
pasado el arco de tu vasto imperio,
poblándola de pájaros y hojas
con tu gracia y tu juventud incomparables.
Aquí la primavera luce ahora.
Mira los radiantes mancebos
que vivo tanto amaste
efímeros pasar junto al fulgor del mar.
Desnudos cuerpos bellos que se llevan
tras de sí los deseos
con su exquisita forma, y sólo encierran
amargo zumo, que no alberga su espíritu
un destello de amor ni de alto pensamiento.
Igual todo prosigue,
como entonces, tan mágico,
que parece imposible
la sombra en que has caído.
Mas un inmenso afán oculto advierte
que su ignoto aguijón tan sólo puede
aplacarse en nosotros con la muerte,
como el afán del agua,
a quien no basta esculpirse en las olas,
sino perderse anónima
en los limbos del mar.
Pero antes no sabías
la realidad más honda de este mundo:
El odio, el triste odio de los hombres,
que en ti señalar quiso
por el acero horrible su victoria,
con tu angustia postrera
bajo la luz tranquila de Granada,
distante entre cipreses y laureles,
y entre tus propias gentes
y por las mismas manos
que un día servilmente te halagaran.
Para el poeta la muerte es la victoria;
Un viento demoníaco le impulsa por la vida,
y si una fuerza ciega
sin comprensión de amor
transforma por un crimen
a ti, cantor, en héroe,
contempla en cambio, hermano,
cómo entre la tristeza y el desdén
un poder más magnánimo permite a tus amigos
en un rincón pudrirse libremente.
Tenga tu sombra paz,
busque otros valles,
un río donde del viento
se lleve los sonidos entre juncos
y lirios y el encanto
tan viejo de las aguas elocuentes,
en donde el eco como la gloria humana ruede,
como ella de remoto,
ajeno como ella y tan estéril.
Halle tu gran afán enajenado
el puro amor de un dios adolescente
entre el verdor de las rosas eternas;
Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra,
tras de tanto dolor y dejamiento,
con su propia grandeza nos advierte
de alguna mente creadora inmensa,
que concibe al poeta cual lengua de su gloria
y luego le consuela a través de la muerte.
Poema dedicado a su amigo Federico G. Lorca tras su asesinato.

Oscuridad completa
No sé por qué, si la luz entra,
los hombres andan bien dormidos,
recogiendo la vida su apariencia
joven de nuevo, bella entre sonrisas.
.
No sé por qué he de cantar
o verter de mis labios vagamente palabras;
Palabras de mis ojos,
palabras de mis sueños perdidos en la nieve.
.
De mis sueños copiando los colores de nubes,
de mis sueños copiando nubes sobre la pampa.

No decía palabras
No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Aunque sólo sea una esperanza,
porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.

La familia
¿Recuerdas tú, recuerdas aún la escena
a que día tras día asististe paciente
en la niñez, remota como sueño de alba?
El silencio pesado, las cortinas caídas,
el círculo de luz sobre el mantel, solemne
como paño de altar, y alrededor sentado
aquel concilio familiar, que tantos ya cantaron,
bien que tú, de entraña dura, aún no lo has hecho.
Era a la cabecera el padre adusto,
la madre caprichosa estaba en frente,
con la hermana mayor imposible y desdichada,
y la menor más dulce, quizá no más dichosa,
el hogar contigo mismo componiendo,
la casa familiar, el nido de los hombres,
inconsistente y rígido, tal vidrio
que todos quiebran, pero nadie dobla.
Presidían mudos, graves, la penumbra,
ojos que no miraban los ojos de los otros,
mientras sus manos pálidas alzaban como hostia
un pedazo de pan, un fruto, una copa con agua,
y aunque entonces vivían en ellos presentiste,
tras la carne vestida, el doliente fantasma
que al rezo de los otros nunca calma
la amargura de haber vivido inútilmente.
Suya no fue la culpa si te hicieron
en un rato de olvido indiferente,
repitiendo tan sólo un gesto trasmitido
por otros y copiado sin una urgencia propia,
cuya intención y alcance no pensaban.
Tampoco fue tu culpa si no les comprendiste:
al menos has tenido la fuerza de ser franco
para con ellos y contigo mismo.
Se propusieron, como los hombres todos, lo durable,
lo que les aprovecha, aunque en torno miren
que nada dura en ellos ni aprovecha,
que nada es suyo, ni ese trago de agua
refrescando sus fauces en verano,
ni la llama que templa sus manos en invierno,
ni el cuerpo que penetran con deseo
dos soledades en una carne sola.
Ellos te dieron todo: cuando animal inerme
te atendieron con leche y con abrigo;
Después, cuando creció tu cuerpo a par del alma
con dios y con moral te proveyeron,
recibiendo deleite tras de azuzarte a veces
para tu fuerza tierna doblegar a sus leyes.
Te dieron todo, sí: vida que no pedías,
y con ella la muerte de dura compañera.
Pero algo más había, agazapado
dentro de ti, como alimaña en cueva oscura,
que no te dieron ellos, y eso eres:
fuerza de soledad, en ti pensarte vivo,
ganando tu verdad con tus errores.
Así, tan libremente, el agua brota y corre,
sin servidumbre de mover batanes,
irreductible al mar, que es su destino.
Aquel amor de ellos te apresaba
como prenda medida para otros,
y aquella generosidad, que comprar pretendía
tu asentimiento a cuánto
no era según el alma tuya.
A odiar entonces aprendiste el amor que no sabe
arder anónimo sin recompensa alguna.
El tiempo que pasó, desvaneciéndolos
como burbuja sobre la haz del agua,
rompió la pobre tiranía que levantaron,
y libre al fin quedaste, a solas con tu vida,
entre tantos de aquellos que, sin hogar ni gente,
dueños en vida son del ancho olvido.
Luego con embeleso probando cuanto era
costumbre suya prohibir en otros
y a cuyo trasgresor la excomunión seguía,
te acordaste de ellos, sonriendo apenado.
Cómo se engaña el hombre y cuán en vano
da reglas que prohíben y condenan.
¿Es toda acción humana, como estimas ahora,
fruto de imitación y de inconsciencia?
Por esta extraña llama hoy trémula en tus manos,
que aun deseándolo, temes ha de apagarse un día,
hasta ti trasmitida con la herencia humana
de experiencias inútiles y empresas inestables
obrando el bien y el mal sin proponérselo,
no prevalezcan las puertas del infierno
sobre vosotros ni vuestras obras de la carne,
oh padre taciturno que no le conociste,
oh madre melancólica que no le comprendiste.
Que a esas sombras remotas no perturbe
en los limbos finales de la nada
tu memoria como un remordimiento.
Este cónclave fantasmal que los evoca,
ofreciendo tu sangre tal bebida propicia
para hacer a los idos visibles un momento,
perdón y paz os traiga a ti y a ellos.
Como quien espera el alba(1941-1944)

Peregrino
¿Volver? Vuelva el que tenga,
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su tierra, su casa, sus amigos,
del amor que al regreso fiel le espere.
Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,
sino seguir libre adelante,
disponible por siempre, mozo o viejo,
sin hijo que te busque, como a Ulises,
sin Itaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida,
no eches de menos un destino más fácil,
tus pies sobre la tierra antes no hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto.

Que ruido tan triste
Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman,
parece como el viento que se mece en otoño
sobre adolescentes mutilados,
mientras las manos llueven,
manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,
cataratas de manos que fueron un día
flores en el jardín de un diminuto bolsillo.
Las flores son arena y los niños son hojas,
y su leve ruido es amable al oído
cuando ríen, cuando aman, cuando besan,
cuando besan el fondo
de un hombre joven y cansado
porque antaño soñó mucho día y noche.
Mas los niños no saben,
ni tampoco las manos llueven como dicen;
así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,
invoca los bolsillos que abandonan arena,
arena de las flores,
para que un día decoren su semblante de muerto.

He venido para ver
He venido para ver semblantes
amables como viejas escobas,
he venido para ver las sombras
que desde lejos me sonríen.
He venido para ver los muros
en el suelo o en pie indistintamente,
he venido para ver las cosas,
las cosas soñolientas por aquí.
He venido para ver los mares
dormidos en cestillo italiano,
he venido para ver las puertas,
el trabajo, los tejados, las virtudes
de color amarillo ya caduco.
He venido para ver la muerte
y su graciosa red de cazar mariposas,
he venido para esperarte
con los brazos un tanto en el aire,
he venido no sé por qué;
Un día abrí los ojos: he venido.
Por ello quiero saludar sin insistencia
a tantas cosas más que amables:
Los amigos de color celeste,
los días de color variable,
la libertad del color de mis ojos;
Los niñitos de seda tan clara,
los entierros aburridos como piedras,
la seguridad, ese insecto
que anida en los volantes de la luz.
Adiós, dulces amantes invisibles,
siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
Guardad los labios por si vuelvo.

Estoy cansado
Estar cansado tiene plumas,
tiene plumas graciosas como un loro,
plumas que desde luego nunca vuelan,
mas balbucean igual que loro.
Estoy cansado de las casas,
prontamente en ruinas sin un gesto;
estoy cansado de las cosas,
con un latir de seda vueltas luego de espaldas.
Estoy cansado de estar vivo,
aunque más cansado sería el estar muerto;
estoy cansado del estar cansado
entre plumas ligeras sagazmente,
plumas del loro aquel tan familiar o triste,
el loro aquel del siempre estar cansado.

Si el hombre pudiera decir lo que ama
Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Limbo
A Octavio Paz
La plaza sola (gris el aire,
negros los árboles, la tierra
manchada por la nieve),
parecía, no realidad, mas copia
triste sin realidad. Entonces,
ante el umbral, dijiste:
viviendo aquí serías
fantasma de ti mismo.
Inhóspita en su adorno
parsimonioso, porcelanas, bronces,
muebles chinos, la casa
oscura toda era,
pálidas sus ventanas sobre el río,
y el color se escondía
en un retablo español, en un lienzo
francés, su brío amedrentado.
Entre aquellos despojos,
proyecto, el dueño estaba
sentado junto a su retrato
por artista a la moda en años idos,
imagen fatua y fácil
del dilettante, divertido entonces
comprando lo que una fe creara
en otro tiempo y otra tierra.
Allí con sus iguales,
damas imperativas bajo sus afeites,
caballeros seguros de sí mismos,
rito social cumplía,
y entre el diálogo moroso,
tú oyendo alguien me dijo: «Me ofrecieron
la primera edición de un poeta raro,
y la he comprado», tu emoción callaste.
Así, pensabas, el poeta
vive para esto, para esto
noches y días amargos, sin ayuda
de nadie, en la contienda
adonde, como el fénix, muere y nace,
para que años después, siglos
después, obtenga al fin el displicente
favor de un grande en este mundo.
Su vida ya puede excusarse,
porque ha muerto del todo;
su trabajo ahora cuenta,
domesticado para el mundo de ellos,
como otro objeto vano,
otro ornamento inútil;
y tú cobarde, mudo
te despediste ahí, como el que asiente,
más allá de la muerte, a la injusticia.
Mejor la destrucción, el fuego.

La gloria del poeta
Demonio hermano mío, mi semejante,
te vi palidecer, colgado como la luna matinal,
oculto en una nube por el cielo,
entre las horribles montañas,
una llama a guisa de flor tras la menuda oreja tentadora,
blasfemando lleno de dicha ignorante,
igual que un niño cuando entona su plegaria,
y burlándote cruelmente al contemplar mi cansancio de la tierra.
Mas no eres tú,
amor mío hecho eternidad,
quien deba reír de este sueño, de esta impotencia, de esta caída,
porque somos chispas de un mismo fuego
y un mismo soplo nos lanzó sobre las ondas tenebrosas
de una extraña creación, donde los hombres,
se acaban como un fósforo al trepar los fatigosos años de sus vidas.
Tu carne como la mía
desea tras el agua y el sol el roce de la sombra;
nuestra palabra anhela
el muchacho semejante a una rama florida
que pliega la gracia de su aroma y color en el aire cálido de mayo;
nuestros ojos el mar monótono y diverso,
poblado por el grito de las aves grises en la tormenta,
nuestra mano hermosos versos que arrojar al desdén de los hombres.
Los hombres, tú los conoces hermano mío;
míralos como enderezan su invisible corona
mientras se borran en la sombra con sus mujeres al brazo,
carga de suficiencia inconsciente,
llevando a comedida distancia del pecho,
como sacerdotes católicos la forma de su triste dios,
los hijos conseguidos en unos minutos que se hurtaron al sueño,
para dedicarlos a la cohabitación, en la densa tiniebla conyugal
de sus cubiles, escalonados los unos sobre los otros.
Míralos perdidos en la naturaleza,
cómo enferman entre los graciosos castaños o los taciturnos plátanos.
Cómo levantan con avaricia el mentón,
sintiendo un miedo oscuro morderles los talones;
míralos cómo desertan de su trabajo el séptimo día autorizado.
Mientras la caja, el mostrador, la clínica, el bufete, el despacho oficial
dejan pasar el aire con callado rumor por su ámbito solitario.
Escúchalos brotar interminables palabras
aromatizadas de facilidad violenta,
reclamando un abrigo para el niñito encadenado bajo el sol divino
o una bebida tibia que resguarde aterciopeladamente
el clima de sus fauces,
a quienes dañaría la excesiva frialdad del agua natural.
Oye sus marmóreos preceptos
sobre lo útil, lo normal y lo hermoso;
óyelos dictar la ley al mundo, acotar el amor, dar canon a la belleza inexpresable,
mientras deleitan sus sentidos con altavoces delirantes;
contempla sus extraños cerebros
intentando levantar, hijo a hijo, un complicado edificio de arena
que negase con torva frente lívida la refulgente paz de las estrellas.
Estos son, hermano mío,
los seres con quienes muero a solas,
fantasmas que harán brotar un día
el solemne erudito, oráculo de estas palabras mías ante alumnos extraños,
obteniendo por ello renombre,
más una pequeña casa de campo en la angustiosa sierra inmediata a la capital;
en tanto tú, tras irisada niebla,
acaricias los rizos de tu cabellera
y contemplas con gesto distraído desde la altura
esta sucia tierra donde el poeta se ahoga.
Sabes, sin embargo que mi voz es la tuya,
que mi amor es el tuyo;
deja, oh, deja por una larga noche
resbalar tu cálido cuerpo oscuro,
ligero como un látigo
bajo el mío, momia de hastío sepulta en anónima yacija,
y que tus besos, ese venero inagotable,
viertan en mí la fiebre de una pasión a muerte entre los dos;
porque me cansa la vana tarea de las palabras,
como al niño las dulces piedrecillas
que arroja a un lago, para ver estremecerse su calma
con el reflejo de un gran ala misteriosa.
Es hora ya, es más que tiempo
de que tus manos cedan a mi vida
el amargo puñal codiciado del poeta;
de que lo hundas, con sólo un golpe limpio,
en este pecho sonoro y vibrante, idéntico a un laúd,
donde la muerte únicamente,
la muerte únicamente,
puede hacer resonar la melodía prometida.

Donde habite el olvido
Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

Luis Cernuda Bidón (Sevilla,España, 21 de septiembre de 1902 – México, D.F., 5 de noviembre de 1963). Poeta español de la Generación del 27.
Estudió derecho en su ciudad natal bajo la dirección de Pedro Salinas, de quien fue discípulo y quien orientó, asimismo, sus primeros pasos de poeta. En 1928 conoció en Málaga a Emilio Prados y Manuel Altoaguirre y poco después, en Madrid, entabló amistad con Vicente Aleixandre y Federico García Lorca poetas todos ellos pertenecientes a la Generación del 27. En diferentes momentos de su vida dio clases de español en la universidad de Toulouse, en Inglaterra y en Estados Unidos.
Al igual que otros de sus compañeros de generación, sus primeras obras marcan un itinerario que parte de la «poesía pura» preconizada por Juan Ramón Jimenez para luego desembocar en una estrecha afinidad con el surrealismo. Esta etapa, que dio comienzo con su primer libro de poemas, Perfil del aire (1927) y Égloga, elegía, oda (1928).
Tras la muerte de su madre abandona Sevilla. Se marcha a Madrid, conoce a Aleixandre y, gracias a Pedro Salinas, consigue una plaza de lector en Toulouse. Viaja a París donde se aficiona al cine y al jazz, dos géneros que influirán en su próximo libro, Un río, un amor (1929) con el cual logra su mayor expresión.
En 1929 vuelve a Madrid y a la vez que trabaja en una librería escribe Los placeres prohibidos (1931), libro en el cual ya se manifiesta en todo su esplendor.
Gerardo Diego le incluye en su antología de 1932 (Poesía española. Antología 1915-1931). Cernuda recibe con ilusión la llegada de la II República y participa en las Misiones Pedagógicas y Culturales, primero en la sección de Bibliotecas para proveer a todas las escuelas nacionales de una biblioteca mínima en la que los alumnos pudieran leer algunos de los grandes clásicos de la literatura española y universal y luego en el Museo Ambulante que mostraban a los aldeanos copias de cuadros famosos del Museo del Prado, hechas por Ramón Gaya, Juan Bonafé y Eduardo Vicente. Con este grupo recorrió, entre otros, los pueblos de Burgohondo, en Ávila (julio de 1932); Cifuentes, en Guadalajara (noviembre de 1932); Pedraza, en Segovia (enero de 1933); Toledo (abril de 1933); Nava de la Asunción, Coca y Cuéllar, en Segovia (diciembre de 1933), Teruel (mayo de 1934); Aracena, Ayamonte e Isla Cristina, en Huelva (verano de 1934); y Ronda, en Málaga (septiembre de 1934).
En sus volúmenes siguientes arraigó con originalidad y dominio la tradición romántica europea: Donde habite el olvido (1934), Invocaciones (1935).
En 1936, con solo 34 años, publica la primera edición de su obra completa titulada La realidad y el deseo, editado por Bergamín.( En 1964 se publicó póstumamente la edición número cuarenta). El 29 de abril se reúne en un restaurante de Madrid (entonces llamado Casa Rojo, después Los Galayos) un numeroso grupo de intelectuales para presentar y festejar el libro. Será Lorca el encargado de la presentación donde alaba la calidad literaria y la voz original de Cernuda. Quizás fue el último encuentro de los escritores de la generación del 27 antes del inicio de la guerra civil española.

Banquete ofrecido a Luis Cernuda (presidiendo la mesa) en Casa Rojo, el 29 de abril de 1936. De izquierda a derecha: Eugenio Imaz, (sin identificar), Helena Cortesina, Manuel Fontanals (oculto tras Cortesina), Santiago Ontañón, María Antonieta Agenaar, Concha Méndez, La Argentinita y J. E. Morena Báez. De pie, de izquierda a derecha: Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Pablo Neruda, José Bergamín, Manuel Altolaguirre, María Teresa León y Víctor María Cortezo. / Foto: Fundación FGL
Cernuda, que tras la contienda civil española conoció el exilio del que jamás volvió, emprendió, bajo la influencia directa de la poesía anglosajona, un período en el que su obra poética se hace autobiografía y reflexión.
Residente un tiempo en Gran Bretaña y en 1947 se traslada a Estados Unidos. Gracias a Concha de Albornoz consigue plaza en la Universidad de Mount Holyoke, en donde permanecerá hasta 1952.
En 1951 viaja a Cuba a dar unas conferencias y allí se reencuentra con María Zambrano, y más tarde llega a México, donde finalmente se establece. En Mexico Cernuda se enamora de un joven culturista del que apenas conocemos su nombre, Salvador, y es cuando escribe Poemas para un cuerpo del cual quizás el poema mas significativo es «Que ruido tan triste«.
En México vuelve a encontrarse con Concha Méndez y Manuel Altolaguirre, con los que tanta amistad tenía, y se muda a su casa. Desde 1954 trabaja en la Universidad de México.
Luis Cernuda publicó sucesivamente, entre otros libros, Las nubes (1940), Como quien espera el alba (1947), Vivir sin estar viviendo(1949).
Cernuda escribió entre 1950 y 1956 Con las horas contadas. A este poemario el poeta añade un grupo de 16 poemas numerados bajo el título Poemas para un cuerpo. Su ultimo libro Desolación de la Quimera, reúne 38 poemas, fue publicada por primera vez en México en noviembre de 1962 (pocos meses antes de morir)por la editorial Joaquín Mortiz como parte de su colección Las Dos Orillas; la tirada constó de 1 000 ejemplares. El poemario fue incorporado de manera íntegra a la edición de La Realidad y el Deseo de 1964, impresa en México por el Fondo de Cultura Económica, que reunía finalmente el conjunto de su labor poética. En 1984, Cátedra publicó una edición crítica preparada por Luis Antonio de Villena de «Las Nubes» y «Desolación de la Quimera«.
Como prosista escribió: Variaciones sobre tema mexicano (1952), Ocnos (1942) y Estudios sobre poesía española contemporánea (1953).
Cernuda falleció en el exilio en México en 1963.
Luis Cernuda es considerado un verdadero maestro de la poesía. Un poeta grandísimo e inclasificable.
Enlaces de interés :
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/cernuda.htm
https://cvc.cervantes.es/actcult/cernuda/biografia.htm
https://www.elmundo.es/elmundo/2011/06/20/cultura/1308554388.html
http://www.residencia.csic.es/cernuda/edaddeplata/vistopor/conchamendez.htm
https://poetryalquimia.org/category/federico-garcia-lorca-espana
https://poetryalquimia.org/2017/09/12/luis-cernuda-visual/