10 Poemas de María Monvel

Juega como los pájaros y el viento
y yo, como los pájaros y el viento
le traje a mí, cuando me di al amor.
Juega como los pájaros y el viento
porque toda la tierra es su elemento
aunque le cerquen ya muerte y dolor.

!No podrá defenderlo tu ternura!
Es bello el sol, pero la tierra es dura ….
¡Teme al amor! ¡Huye al amor , mujer!
La nube es clara, pero el hombre es fiera,
y ¡ay! es mejor que en tus entrañas muera
que bello es ser, pero es mejor no ser.

Es que yo era la luna

Es que yo era la luna
y es que tú eras el sol.
Cuando resplandecías
blanca brillaba yo.
Me miraban diciendo:
‘¡qué dulce resplandor!’
y bajo mis destellos
de clara respiración
se amaban los amantes
con más ardiente amor.

Es que yo era la luna
y es que tú eras el sol.
Las gentes lo ignoraban
y lo ignoraba yo.
¡Yo creía que mío
era todo el fulgor!
Pero un día en el cielo
el sol apagó Dios.
No brilló más la luna
ni nunca más bañó
rostros de amantes pálidos
con pálido fulgor.
Como apagada escoria
en las nubes quedó
y supo ¡oh desencanto!
que no era un resplandor,
sino un reflejo pálido
que le mandaba el sol.

Tú eras el sol, mi vida,
y la luna era yo.

Siempre

Porque te llevo bien metida en mis entrañas
y porque con mis ojos y con mi luz te alumbras,
porque pende tu vida de un hilo entre mis dedos
!no te olvidaré nunca!.

Porque el pan que te comes es mi amor quien lo amasa,
porque tengo la llave de tu llanto escondida,
porque guardo en mis manos tu copia sonrisa
¡te amaré por la vida!

porque mi corazón es tu techo y tu amparo,
porque si te recuerdo siempre temo olvidarte;
porque corre en tus venas tu sangre si te miro,
porque si no te miro se detiene tu sangre.

Porque a veces te amo y aveces te abandono,
porque puedo matarte cuando no sé quererte,
porque con mis abrazos te convierto en cenizas
¡Te amaré para siempre!

Pensamientos de otoño


Inquietud de Otoño,
soledad de los parques,
tristeza de las cosas,
languidez de los árboles,

cielos de esmaltes grises…
Otoño, oro y blancura,
¡tu sol es blanco y frío
como la luna!…

Nacen en ti los vientos,
hijos son del Ogro,
y roban a los parques
sus tapices de oro.

Otoño pensativo
Otoño de la tierra,
¡para mí has sido , Otoño,
la primavera!.


II
De jugar cansadita
a la madre te acercas,
juntando a mis mejillas
tus mejillas de seda.

Mi inquieto amor te atrae,
mi inquieto amor te besa…
¿Eres mi primer hijo
o mi última muñeca?

¿No tienes frío, dime?
El Otoño comienza …
¡Que te importa el Otoño
si soy tu primavera!.

¿Que te importa que el viento
silbe iracundo afuera?
¡Otoño es de los niños
que tienen madre muerta!

Carta a Miguel de Unamuno

Me pesaba su nombre

Me pesaba su nombre como un grillo de hierro,
me pesaba su nombre como férrea cadena,
me pesaba su nombre como un fardo en los hombros,
como atada a mi cuello me pesara una piedra.

Ya no está junto al mío la injuria de su nombre, y… me pesa!

Me pesaba su amor ambicioso y mezquino,
me pesaba su amor de deseo y de queja,
me pesaba su amor que más que amor fue odio,
su dignidad abrupta que más era soberbia.

Ya no tengo su amor, su dignidad, su odio,
y… me pesa!

Me pesaba su celos pendientes de mis gestos,
me pesaban sus celos candentes de tragedia,
me pesaban sus celos adustos, implacables,
envolviendo mi cuerpo con obscura sospecha…

Ya no tengo sus celos, su sospecha, su injuria,
y ¡Dios mío ! me pesa…

En el frio de tu sonrisa

En el frío de tu sonrisa
no quedaba ya resplandor …
pero aun la carne se me eriza
cuando pienso en aquel amor !.

Veinte años apenas los míos.
¡Pudiste haberme dado el ser!
Tú eras crepúsculo sombrío
y yo era un claro amanecer!.

En ti no había ya memoria
de la pasada juventud.
Tu último sueño era la gloria
para después del ataúd.

La nieve a blanquear comenzaba
en tu sien. ¿Por eso te amé? …
y en una larga arruga surcaba
las frías manos que adoré.

Llegué yo – mariposa loca-
¿ Qué había en ti, qué había en ti
que se prendieron en tu boca
mis labios frescos de rubí?.

¿Con quién hiciste pacto, viejo,
que te adoró mi juventud
y aun te añoro, con un dejo
de inmensa y triste laxitud?.

Con quién hiciste pacto, para
que nunca te olvidara bien
y aún soñara, aun soñara
en tu infierno, desde mi edén?

Tú no eres nada. Eres el recuerdo,
él es el que no muere en mí
y es cuando en mí misma me pierdo
cuando estoy más cerca de ti!.

Cerda de las dos manos finas
que el trabajo ni el sol, doró
y que llenaron de espinas
el inocente corazón …

Tú no me importas. Te halo viejo.
Te vi hoy pasar y me reí.
¡Ni una huella queda, ni un dejo
del amor porque padecí!.

Pero el Chopin que amabas tanto,
culpable de esta evocación,
hoy me tiene ciega de llanto
viviendo la misma pasión.

¡Cómo odio con amor inmenso
el recuerdo que vive en mí,
y sobre todo cuando pienso
en la juventud que te dí!.

Versos de amor

1

Dentro de todo es dulce
vivir como yo vivo
pendiente de tu amor
como un globo cautivo.

Corre el mundo a mis pies,
pero yo no lo siento:
sólo tu amor me agita
como un ligero viento.

Tú de lejos sostienes
tus hilos temblorosos,
yo de lejos te envío
sonrisas y sollozos…

2

Tienes la maldad fría y sutil del veneno,
sabes la muerte lenta que dan los infiernos,
y sabes además que por eso te quiero!

Amargas el brebaje que tienes con los,
echas sal en mi pan y en mi goce echas miedo
y sazonas el filtro del amor porque muero!

Aprendiste a hacer deseables el infierno,
sabes hacer amable la caricia del fuego
y sabes el secreto de hacer mi amor eterno!

Conoces la manera de ceder al deseo
para que sus raíces no perezcan sin riesgo
y eternizar el río sediento de mis besos!

3

Tu letra es como tú, firme, ruda, sincera;
tu letra es cruel y mala.
Te amas más en tu letra que no ha temblado nunca
que en la vanidad fría de tu carta.

Te amo, y aborrezco tus cartas y tu letra,
la letra con que escribes tan hondo amor de mi alma.

4

Copa de cristal pulido
bebo, bebo y no me embriago,
con sabor a corazón
y sabor divino a labios.

Bacante soy de una orgía
deliciosa y no me exalto.
Ruedan abiertas las rosas
sobre mi corpiño intacto
y yo bebo y bebo más
el licor que sabe a labios.

Maravilloso licor
del que ya he bebido tanto
sin que se alteren mis venas,
sin que en mi mente haga estragos.

Centellea, como dos
ojos negros en mi vaso,
prende infinitas antorchas
en mi corazón helado
y arrastra mi pensamiento
hacia caminos fantásticos.

Bebo, y no estoy ebria no,
Muerdo el cristal de mi vaso
y hago trizas los espejos
que miran y estoy mirando

Me sumerjo en mi licor
como en olas de cobalto
y aunque bebo, no me estalla
roto el cerebro en pedazos…

Disuelvo mi pensamiento,
licor con sabor a labios
y en tus olas de emoción
toda la voluntad deshago.

Centellar de ojos ardientes,
aunque muero, no me embriago,
y aunque he disuelto mi vida
en la copa de tu labios!

5

Junto a mi vera un camino,
y aquí tranquilos mis pies
y no me llevan consigo!.

Me incita a mi lado el mar
y un barco a la vela presto
y no me voy a viajar.

Me consumo deseando,
y tu boca guarnecida
de besos, aquí a mi lado!…

Pero entre mi alma y tu alma
hay una pared muy alta…
Tú sabes cómo se llama!

6

Ya nada más. Miro borrosos
los negros días del pasado.
De tu semblante tan amado
no queda un rasgo tembloroso.

Tu nombre no turba el reposo
de mi corazón fatigado
de haberte tanto y tanto amando
con amor hondo y silencioso.

Libre de fiebre al fin me siento
Mi corazón libre camina
endeble, pero indiferente,
y es la vida espejo pulido
donde contemplo consumido
mi rostro convaleciente.

7

Mi corazón acoge al amor sin reserva.
Le acaricia los rizos con blandura inefable
porque le sabe niño, porque le sabe amable
y porque aquella cruel juventud le recuerda…

Mi corazón le acoge con pausa dulce y fría.
Besa sus labios dulces sin temblar, y le deja
jugar con el carcaj y la saeta vieja
apuntando en el blanco de mi alma vacía.

Pobre amor!, pobre niño! . Mi rencor no te alcanza,
pero no hace surgir la más leve esperanza
el murmullo que siempre derramas en el oído.

Mi corazón repudia tus besos inocentes,
y aunque mis manos buenas te acaricien clementes,
ya no eres para mí sino un sueño perdido.

8

Te odio. Lo digo con la unción enorme
con que te dije te amo.
Pasaste de un extremo al otro extremo,
sin transición, de un salto.
Ayer no más te amé y hoy te aborrezco
y apenas he cambiado.
Siempre sueño contigo por las noches
con hondo sobresalto.
Siempre y sin darme cuenta, me detengo
muda, ante tu retrato.
Siempre que miro un árbol en las tardes
es que te estoy mirando,
Siempre que no respondo a una pregunta
es que en ti me distraigo,
y siempre que se nubla en mi vida
y que quiero morir, estoy pensando
en aquel roce silencioso y último
de tu mano y mi mano…
Todo es igual, pero antes amor era
y ahora es odio en cambio.

9

Tienes la frialdad horrible de una estatua,
de una estatua de piedra en un jardín dormido.
En vano echo a tu cuello las dos serpientes blancas
de mis dos brazos blancos; nada puedo contigo!

Me tienta el espejismo de tus ojos de acero
y me doblo ante el frío rayo de su mirada.
Si levanto la voz, en sus focos de oro
como un collar de vidrio se quiebran mis palabras.

Pecho de hierro donde se golpean mis puños
hasta sangrar… Te amo, y me muero de anhelo.
Yo no soy sino el hilo de un deseo que asciende
de un amor a tus pies como nudo deshecho!

10

En tus ojos profundos
está todo mi mundo.

Allí está mi secreto
en tus ojos sujeto…

Busca en ti y no en mí y hallarás
el por qué nunca hallé, dicha, paz.

11

Porque me quieres me torturas
y ya eras dueño de mis días
y siempre habrán mis alegrías
de entremezclarse de amarguras.

Porque me quieres, no venturas,
sino dolor, melancolías.
Porque me quieres, nunca mías
la tarde azul, las muchas puras…

Porque me quieres me atormentas.
Porque me quieres, con violentas
y crueles manos, hieres, hieres.

Porque me quieres, va muriendo
presa de vértigo tremendo
mi corazón, porque me quieres!.

12

Cuando es muy dura para mi la vida,
te miro entras por esa puerta abierta
y es la visión tan nítida y tan cierta
que hago mía otra vez la dicha ida.

Tiembla mi mano de la tuya asida,
se alza de nuevo mi esperanza yerta
y revive en tu amor mi vida muerta
a todos los halagos de la vida…

Otra vez vivo y otra vez me muero
cuando mi boca estrechas con tu cabo
en cruel y pasajera fantasía
para desvanecerte tan ligero,
que despierta otra vez, mi mano toca
la puerta a que no llegas todavía!

13

Amor que te niegas, espera aun, espera,
soy joven todavía.
No cruces a mi lado sin detener el paso,
soy joven todavía!

Ni una arruga me cruza la frente melancólica
sin tu caricia fría.
Entre mis manos frágiles tu angustia y tu deseo
cabrían, sí, cabrían.
y si acaso las mueves, mi mano aguda y pálida
sé que se prestaría
a la caricia tímida o a la caricia cruel
que tú le enseñarías.
Mientras los animaste, en mis pupilas jóvenes
la dicha sonreía.
No supe de otros goces ni de otro dolor supe
que el que de ti venía.

Sólo de amor lloré, sólo de amor sufrí,
sólo de amor reía.
Tú que mi vida fuiste, nunca pensé, oh ingrato,
que me abandonarías!
Invéntame torturas, pruébame en mil fatigas,
todo lo sufriría
porque de nuevo amor, se abrase en tu calor
esta mi vida fría …

Amor que te me niegas, espera aun, espera,
espera todavía !

Dónde se fue mi vida

        ¿Dónde se fue mi vida?

¿Dónde se fue mi vida
cuando se fué mi estrella?

¿Si huyó de mí, quién sabe,
o es que no puedo verla?

¿Es que me cogió el alma
una brutal ceguera?

¿Se ha anulado mi tacto
que palpa sin que se sienta?

¿Mientras estás conmigo
me destroza tu ausencia?

¿Me llamas y me besas
sin que escuche ni sienta?

¿Me oprimes en tus brazos
mientras te sueño muerta?

¿Tú, huirte? ¿Tú dejarme
en soledad inmensa?

¿O es la locura acaso
quién puebla mi conciencia?

¿Es verdad que te llamo
sin alcanzar respuesta?

¿Pido, inútil, tu amparo
mientras alguien me acecha?

¿Grito y tú no respondes?
¿lloro y tú no me besas?

No, tú me abandonas…
¡Yo me he tornado ciega!

Tú no me abandonaste:
fui yo como antes fuera…

Me llamas y no escucha
mi corazón de piedra.

La luz ya no me sirve
para verte con ella.

Mis manos ya no logran
palpar carne tierna.

Ni mis labios alcanzan
el beso que me entregas.

Perdí yo los sentidos
con que te adoré ciega,

y mi alma mutilada
que al no vivir no vuela,

me ha dejado una vida
que no alcanza a tu estrella …

¡No penetra tu grito
tras la muralla eterna!

Si lograra tu cielo,
o bien tu noche negra …

No quiero aire, si no es
ese tu aire de seda.

Quiero cortarte rosas:
las que en tus prados crezcan.

Quiero la noche obscura
en donde tu alma duerma

Quiero tus mares hondos
o bien tu obscura piedra.
Quiero un hueco en la almohada
donde está tu cabeza.

¡Quiero ese cielo azul
donde acaso te encuentras!…

¡Reza dulce rosarios
con tus manos de seda!.

¡Dale a Dios tu sonrisa
para que a ti me vuelva,

y a tu hermana la Virgen,
acércate, hechicera !…

¡Qué me dé lo que tienes,
que me dé lo que tengas:

la vida en donde yazgas,
la muerte, si estás muerta!. 

Berceuse

Duerme. Tus juguetes se durmieron ya.

Si la niña duerme, dormirá mamá.

Y, ¡pobre mamá, bien lo necesita!

¡Se doblan los brazos de la mamaíta!

y aunque eres en mi alma un montón de luna,

te mezo, te mezo tierna y fatigada…

¡Duerme, mientras llenas de luna mi almohada

y vuelves contigo de plata la cuna!

.

Duerme, que después, ¿dormirás tan quieta

como duermes entre mis brazos sujeta?

¿Dormirás tan dulce, tan hondo dormida

como ahora duermes al seno prendida?

¡Duerme mientras puedas! Más tarde, bien mío,

te dará el amor vivo calofrío,

te desvelará con sus inquietudes

y terrible guerra dará a tus virtudes.

El Deseo en llamas quemará tu lengua

y la desazón te infringirá mengua

y del desengaño la desilusión

hará nido muelle de tu corazón.

.

¡Duerme mientras puedas! ¡Arrorró, mi vida!

¡Qué dicha mirarte, dormida, dormida!

Más tarde, después, arruga primera

dará desazón a la mi hechicera.

La primera cana te dará tortura

y te oprimirá como soga dura

y el sueño, arrorró, no vendrá jamás…

Duerme, que después ya no dormirás.

.

Duerme, que más tarde tus bracitos breves,

serán cuna de otros fardos así leves,

y cuando tus ojos se cierren cansados

has de abrirlos luego, grandes y asustados

porque tu bebé te despertará

como tú despiertas ahora a mamá.

.

Duerme, que también yo quiero dormir.

¡Mis brazos son frágiles para resistir!

Y te dejaré caer, pobrecita,

en aquel rincón con la muñequita,

entre tus juguetes, gatos y corderos,

¡gloria la de tus amores primeros!

Y desde un rincón el toro vendrá

y en castigo, fuerte  fuerte, mugirá.

Comerá muñeca, comerá niñita,

llorará solita, ¡pobre mamaíta!…

.

Se durmió. La acuesto. Su cuerpo en la cuna,

fulge leve, como si fuera luna.

In memoriam

¡Muerta!, dicen los suyos, muerta dice la gente,
y muerta digo yo cuando la siento helada.
Y el sol alumbra como no pasara nada
y sigue el corazón marchitando indiferente.

No sé por qué no muero cuando beso su frente,
junto al mutismo trágico de su boca cerrada.
No sé por qué no muero si su cara adorada
no es ya más que la cáscara de su espíritu ausente.

Por no matarme, no entra loa certeza en mi pecho.
Es verdad que está muerta sobre su blanco lecho,
pero desde otro lado nos mira sonriendo.
Y en ‘aquel otro lado’ quiero creer ansiosa,
mientras junto a sus labios una trémula rosa
que, de saberla muerta, también se está muriendo.

Quién de los dos la amó con un amor más cierto:
no fuiste tú sin duda que al fin la conseguiste.
Pues si tu amor creció, fué porque tú la hubiste,
que sin su amor tu amor de fijo habría muerto.

Yo no tuve esa dicha. Para mi amor despierto
no hubo nunca el alivio, porque el amor subsiste.
Y la amé, sin embargo, pobre corazón triste,
de esperanza y amor y alegría desierto.

Y me dices: ‘ Arriba nos vemos’. Es mía
para el eterno amor y la eterna alegría.
Y yo, herida, suspiro y suspirando callo.

‘En el cielo no hay sexos’. Y quizás lograría
que me quisiera tanto como yo la quería.
¡Y este es el triste y único consuelo que no hallo!

Yo creía adorarla. Pero no hubo bastante
amor en mí para su corazón divino.
La zahirió mil veces mi gesto interrogante
y mi torpeza nunca vislumbró en su destino.

La anestesia del dolor
me rinde el cuerpo, velándola.
¡Quién se quedará dormida
sobre aquellas mismas sábanas!.

Quién se quedará dormida
junto a su cara pálida,
de sus ojeras azules
y de su boca apretada.

El sueño cierra mis párpados.
Quiero un lugar en su cama
y bien pegada a su pecho
dormir en las mismas sábanas.

Amanece y con el día
su último lecho la aguarda:
como a un niño en la cuna
la sumergen en la caja.

La caja de fino cedro
para su cuerpo es tan ancha
que si me dejan también
me habría ido con ella.
Sobre la almohada de encajes
su palidez es más blanca.

Tuve sus dos manos perdidas de nuevo,
encontré el torrente de sus ojos claros,
escuché otra vez su palabra única,
mi corazón frío calentó en sus brazos.

Mi esperanza, como destrozado espejo,
zurció en un instante pedazo a pedazo …
A su beso agudo pajes en acecho
vistieron de púrpura mis pálidos labios.

Trocó en rosa el ocre de las bambalinas.
Se llenó de súbita música argentina
el corazón muerto y desvencijado.
Vino luna nueva, audaz vengadora,
y cegó de un golpe de su hoz brilladora
la cabeza hirsuta de mi mal pasado.

¡Calla! Me acuerdo de nuevo
de esa voz que ya olvidé.
No deshagas el esfuerzo
heroico que derroché.

No me nombres si quiera.
No curé bien todavía.
¡Ciega! La venda es ligera,
si la rozas sangraría…

¿Mi frialdad? Es orgullo.
¿Sabes lo que puede en mi?
Canto como puede el suyo.
Por orgullo no morí.

¡Qué larga convalecencia!
No sano aún. Calla, pues.
Sangra mi herida otra vez
si presiente su presencia.

Ercilia Brito Letelier, conocida en la literatura como María Monvel, ((Iquique, Chile, 1899 – Santiago, 25 de septiembre de 1936). Poeta, narradora, columnista de diarios y revistas, traductora de Goethe y los sonetos de Shakespeare, considerada uno de los talentos literarios de América Latina a comienzos del siglo XX. En palabras de Gabriela Mistral fue: «La mejor poetisa de Chile, pero más que eso: una de las grandes poetisas de América, próxima a Alfonsina (Storni) por la riqueza del temperamento, a Juana (De Ibarbourou) por su espontaneidad”.

Comenzó a escribir desde muy joven y en sus primeros años publicó poemas en revistas y folletines de provincia, y en 1917 fue antologada por primera vez con su nombre en la famosa recopilación de poesía chilena “Selva Lírica”.

Monvel emigró a Santiago en búsqueda de más y nuevas oportunidades. Fue así como dirigió la revista “Para Todos”, de editorial Zig-Zag. En Santiago contrajo matrimonio con el crítico literario y periodista Armando Donoso. 

En 1918 publica «Remansos del ensueño» ( Poesías ) y luego «Fué sí» ( 1922 ), y «Poesías» ( 1927 ).

En su vida Monvel editó siete libros de poesías. Uno de los últimos, publicado en 1934 y titulado “Sus mejores poemas”, fue una antología preparada por ella misma que abarca diez años de su labor poética.

En 1936, con tan sólo 37 años de edad, María Monvel murió tras una larga enfermedad.

Enlaces de interés:

Editorial UV presentó antología de poeta María Monvel

12 Poemas de Isabel Quiñones

Los árboles insisten en dar hojas

Solar de casa derribada.

Bolas de periódico alimentando la hoguera,

manos que se frotan.

Cuerpo poroso donde se han sedimentado islas de sombra:

velador de ojos lejanos

permeado a la helazón del húmedo cemento,

en esa lumbre cremita la yedra sin raíces.

Resquebrajado ha sido el silencio de la noche,

humoso, entre los vidrios, amanece.

La de humedecidas manos, la que trata con jabones,

jergas ásperas chorreantes, en el patio de la tierra

restregaba, sus miembros de mujer nutriéndose en la edad.

La de manos enrojecidas corrió cuando las sábanas

ondeaban lerdamente, y no logró dar con el bulto de la muerte.

Jadeando, empujada a fuerza de latidos lo envolvió:

su arrebol: el que bullía, el que la tibiaba:

Dos metros bajo tierra yace

el hilo de sus huesos nace

un pensamiento moradísimo

sol de terciopelo

juego de reflejos las alas

los ángeles despostillados

ópalos fueron las lágrimas

transparentando la fuente

entre las tumbas

nardos y gladiolas

la mirada perdida

entre los fresnos que sombreaban

y durante el entierro un pájaro cantaba

y la tierra del panteón tan fresca que aromaba.

La de toscos dedos cierra la puerta, como un costal golpea.

Metálica petaca. Caja de cartón. Dos corazones de plata

oprimen su anular

Un milagro, gran corazón refulge

Ramo de cristal cortado, flores de pan

Gracias, Señor.

El lazo colorado. El trajecito que tenía

cuando lo encontramos

Misericordioso: dejo en silencio

el gran favor que me concediste.

Voy a ofrecer a mi niño

se murió el angelito

y no quisiera, quisiera

con su coronada de trenzas camina entre las calles como jetas

grises; con su peineta, enredándose en las cuerdas de su pena,

bajo la arrugada oscuridad de los inmuebles.

Mientras algunos dedos

tiran certeramente la canica

(dedos de niños vivos)

“no juegues con los muertos,

te pueden quemar con su tristeza”

Haz el tamal, pon las naranjas. No me dejes descansar

¡Y ella fue la Virgen de Semana Santa! Niña sepia, alada

No llores más, mira esos ojos. El cuatro a oscuras, el vestido negro

¡Santo Cristo, Madre Dolorosa! El luto brota manchas en la piel

Pon chocolate, y un atado de cigarros. Yo nací después,

ahora tengo cuarentaiséis. ¿Cuántos dices?

Me deprimo, me despierto, me entristezco.     ¡Hija!

estás apenas en la mitad del camino. Quisiera amanecer bajo la tierra.

Santo, Santo, Santo es el Señor Dios del Universo,

llenos están el cielo y la tierra de su gloria.

El olor recién despierto de la hierba.

La luz, su pequeña canción. Aquella divina transparencia

posada entre las ramas

comienza a calentar,

en sus empozamientos, en sus alcantarillas.

Su pavimento de rostro avejentado.

Las casonas ocres, los opacos ventanales, los hoyancos;

la ciudad es un perfil que se abandona al tránsito del ruido.

Oscuros,

medio sordos, los templos dejan entrar a las ancianas

a mustiar sus nombres tras los cirios.

Las iglesias del centro de esta ciudad, florecidas,

labradas y hundiéndose. Las vecindades. Los conventos absortos:

por sus junturas, por sus canaladuras la pesadumbre escurre.

Son las últimas gotas de la lluvia

junto a las vías del tren se están dando mazorcas,

los helechos se pudren en la sombra. Balcones turbios.

En las calles, en los edificios se murmura una historia

ensimismada:

con la garganta sola de su vida el tragafuego lanza llamas,

una moneda absorta le responde;

tres monedas de níquel caen dentro del pecho de María,

su fulgurante blusa bugambilia,

su soñante cuello en el país de los collares rojos,

tan lejos de las plantas de los pies, tan agrietadas.

Hay ciudades que ahuecan sus bolsitas de papel para vender más

chabacanos. Sus niños afrentados juegan con la sombra.

Hay muchedumbres de voces que apenas mustian. En los camiones

se aprietan la cabeceante indiferencia, la llaga,

la sonrisa, el deseo que se fricciona con la urbe y se

desmiembra en calles tuertas.

En los llanos remolinea el grito de un ave sin memoria.

Blancuzcos toldos. Deshuesaderos. Herramientas adosadas a la herrumbre.

Es ahí donde se posa, en el absorto nido

que le hacen los hombres picados por las moscas,

la perdida gente

y su palabra es la basura, la esperanza, el terregal.

Creciendo en el salitre, los árboles insisten en dar hojas.

Vengo a mí desde el hundido espejo,

desde mis días vengo,

de mi cara, que no tengo.

Adiós gente, este refugio se duele con ustedes.

Borracha estoy de ustedes; no lagrimo.

Yo, que quise enderezarme, sólo existo.

¿Ven esa fe que yo no veo?

Acércate gatito, lame ese rostro adolescente

que recuerdo

con la furia enroscándosele adentro,

consolándolo esa lámpara encendida:

salió a todo correr del sueño

para encontrar su cuerpo rajado por el miedo.

Siéntate en su vientre, llena, con tu cuerpo tibio,

ese diafragma.

Come, entre el sueño y la muerte, la distancia dormida,

no la dejes darse cuenta.

Dame tus pupilas para caer otra vez en el vacío,

el vacío está lleno de sentido.

No el que grita más está más confundido,

no porque diga que se matará y se derrumbe

dejará de sepultarse mandando recaditos:

y si nadie los lee, será su misma sangre quien lo salve,

hormiga noble, sus intestinos hablando suavemente.

Dénme su mano, gente.

Es cierto, no razono más allá de lo que quiero,

entiendo con tristeza lo que mi hinchada voluntad permite.

Es amor el que busqué,

ese padre, esa madre que no ha habido pastilla que la calme,

esa dolorida, piedra que Dios convierta en pan.

Quería que fueras yo, pero bien hecho,

o he reconocido que es tu cuerpo

con el mío que responde: dulce luz de las acacias:

mis ojos se disuelven,

recuerdo mi piel cuando me palpas

y despiertan mis entrañas su mar de creaturas deliciosas.

Sé lo que es cuando despierto, insolada, ardiendo de frío

en la intocable, la roñosa noche;

y creo que los que se han vaciado los ojos, en los extorsionadores,

sé de los descuartizados lentos.

Sé que estoy en la playa porque aprieto mis puños

y solamente apreso arena, y porque estoy a solas pienso,

y sólo mis pensamientos huelen y se mueven.

Perfecto es el que no piensa:

las conchas, los pétalos girando entre el oleaje.

Pero no deja el mundo de serme opaco sueño y transparencia.

Estoy aquí de nuevo, en mi garganta. No puedo irme.

Y aquel que se balanceaba con su despedazada conciencia,

aquel que no sentía su hedor, extraviado en la llovizna,

no entrará en mí con su bálsamo de pesadillas,

infinitos sus astros que se apagan.

No serán míos la borrachera ni el labial amor,

ni la mano desvelada, ni la consigna como una antorcha de papel,

ni, todavía, la pureza increada de la muerte.

Así en la tierra

Desde el oscuro Dios indigno de alabanzas,

desde el oscuro Dios idolatrado,

desde la claridad sin lunas,

del ciruelo y de sus frutas

requiero la callada voz de las estrellas,

la melodía, el timbre, el ritmo y la armonía

que expresan esa luz extraña,

la única, de los escindido entre uno

y El Todo; la voz que no es verdad,

la verdad que se descubre como yo

sólo para recrear el mundo en el desvelo,

el desánimo del aire

y el hálito, sí un ala pura y lúcida,

ala de mosca, sucia, y de libélula

en los ojos asombrados de una niña.

Un río, se dice, en la montaña

cuando por deshielo halla, bajo el frío,

el necesario sol, baja, imaginario,

de una capa a otra capa bajo tierra

para brotar ante ojos admirados:

manantial entre las hierbas, bajo profundas hojas

y los pétalos morados de una flor

llamada como el sitio en el que nació Cristo,

o un gran hombre, hecho de intransigencias y bondad,

clarividente (el nombre de Dios en su interior);

pues ha de haber tras esta noche entrega y duda,

ese “Dios, ¿por qué me has abandonado?”

Desde la iluminación que aparta del dolor

buscando lo insensible o desde la hundida noche

que duda si habrá otra madrugada,

lo inerte abriendo hacia violáceo

y eso ligero que se mueve, asombro,

gozo de luz en los gorriones, en las golondrinas;

aleta azul que canta,

ballena honrada, honrosa, honda

huele a mar, emerge entre la espuma

de una ilustración hecha para niños.

No sé si escuché, no sé si recuerdo el sabor marino.

Desde mí, que creía ver lo que veía ante mí,

cuando sólo me veía.

Adentro, creo,

en las neuronas yermas, no, subterráneas,

como grutas, como pozos, como ojos sin luz,

como pulmones muertos

creo que podré volver a respirar;

como dijo una vez aquel de alma creyente, puro, loco

(y en el doliente eco, tras las rejas

sonaba el universo, el perfecto):

No puedo aconsejar a nadie, ni olvidar,

agradezco al Señor de la Vida y de la Muerte;

estoy aquí rezando una oración,

con un fervor y otro me hallo en vida

con mi probado ánimo (¿pero, es cabal mi ánimo?),

según creo, en esta muerte

(mi pequeña muerte.

Creo, sin una cabeza firme) en esa nueva y pura vida

que viven los muertos tras la muerte.

Soledades

1

Abre la luz ¡ah, brisa!

desde su alanceada soledad

la estrella:

el eterno silencio

del espacio infinito.

2

Las olas

arrastran mis palabras

bajo su cristalina sombra

no quedarán

sino las algas.

3

Los patos

en la neblina

¿Desde qué soledad

llovizna?

4

Ese cúmulo

anónimo y rojizo

rodeado por el frío

como la muerte.

5

Fresca y luminosa ceniza

que me has dicho de lejos

cuál es mi boca

mi hueco

apártate de mí

sella este acuerdo.

No hay sílaba o virtud

Bajo tierra escuché aquel vocerío

golpeado por la lluvia

de nubes tensas y serenas,

soplaba un aire extraño

en su amplitud, en su frescura

fue tiempo de creación, yo lo sabía.

En la borrasca vi palomas, y sangraban.

A un tiempo insano siguió otro

y aún punza el corazón del reptil muerto.

Conmigo a toda hora algo que aúlla,

ojo negro empecinado en ser táctil

y mis oídos, angustiados, bajo tierra.

Y soy piedra, huella, escama,

sanguaza que anega claridades.

Esto quebrado soy,

hendido en su rencor,

este silencio,

materia desolada que fue cuerpo,

llena de aturdimiento.

Horádenme instrumentos,

mutílenme, no basta

¿qué valdría mostrar algo como yo?

Hez de murciélago,

no importa soy un resto.

Mejor en el desierto,

lugar de Dios cuando árboles y lago

y un respirar como de alas.

Quisiera ser parásito, lombriz,

algo viviente.

Pero ¿deseo existir realmente

o continuar muriendo sin oído?

Insomne y fósil:

no hay sílaba o virtud que reverdezca.

Nunca empeñada en el amor,

que me obsesiona,

inútil, no me extingo

aunque la música haya muerto.

La fe es piadosa, no alcanzo su bondad

pues no la busco

inmóvil, bajo tierra

hace tanto, desde que morí pensé vivir

en esta lejanía,

materia encerrada por sí misma,

un hueco y otro tejen mi esqueleto,

una fractura y otra.

Soy nada más que un resto:

paloma ensangrentada

ansío tu aire antiguo: canta si fue cierto,

aunque la luz sagrada no exista para mí.

Alguien maúlla

Casa olida al anochecer

vick vaporub

trapos calientes

alguien muere

alguien maúlla

casa de cemento

sin nariz

sin piel

alguien maúlla anochecido

alguien se va lamiendo todo.

Nacientes llegamos a la playa

Nacientes llegamos a la playa, como el oleaje; los minutos rodaban limpiamente por la arena.
           Quisimos tomar agua de guanábana, pero bajo los toldos la rabia esperaba nuestras manos.
           Abrimos ese fruto. Con las semillas nuestra lengua se hizo oscura.
           Pero no soltamos esa compra amarga.
           Y la noche fue un ácido calor en la casa que el mar siempre ventilaba.
           Por todos los resquicios habían entrado moscos con violento deseo de picadura.
           Al hinchado silencio dimos nuestra piel. Secos nuestros ojos.

           En el cuarto apagado masticamos lentamente nuestra carne.
           Nosotros, que vivimos noches donde los astros habían vibrado humildes en la arena.
           El mar amaneció en despojada paz. Entre la maleza ahora se apartaban las abejas. Se deshacía la espuma lamentando.
           La vastedad de lo fugaz dolía en las olas. Nuestro tiempo iba a llegar hasta su orilla.

           Y la mañana gritaba quedamente en nuestros cuerpos.
           Ni siquiera forcejeamos al descuajarnos uno del otro.
           ¿Con cuál presentimiento, si nos habíamos calcinado?
           Y fue de sal la hora en que nos ofrendamos, derrotados, al día resplandeciente.

Mi lengua se adormece

Llueve en el cuarto
en la playa de telas desoladas
llueve
sobre las sábanas blanquísimas
sobre mi carne que puede ser tan dulce

Más allá de la ventana puedo verte
y me consumo
aquí
donde relampaguea relumbran los gatos empapados
míralos encenderse irse en fuego
los ojos en los ojos
óyelos revolcarse mójate
que yo te mire
aunque imagine al mismo tiempo
algo que pudiera sustituirte
con ventaja

En la sombra estoy y tras las bardas
puedo ver las concubinas
en sus habitaciones consumiéndose
solitarios se hallan los jardines
espesados en aromas
puedo acercarme a sus espejos
enciendo los carbunclos

Ya nos acercamos al Cuarto Pimienta
Irritamos el recinto de los órganos maduros
donde los peces que relumbran
y las aves que vuelan y se miran
sobre las paredes rojas de tapices
pudieran las nereidas y sus pechos
los unicornios y sus vírgenes
ahí se estira un animal moreno
gozoso me empuja con su cuello
los dos nos vamos a lo tibio
y sientes mi lengua que te lame
eres fruta de mi mesa
estás quieto miras quieres ser mirado
somos el pan las perdices y los vinos
el comensal y el cocinero
paladeamos todo
contrarios al precepto que prohíbe derramar estrellas
en la arena
manamos de los líquidos febriles
hasta nuestras manos tibias
en las ingles
y las caderas en reposo

Pero ruedan ya las lunas sordas
y en la orilla los gatos se pasean
sopla el viento esta torre
de pájaros dormidos
donde llueve
donde el frío
donde nada te sustituye con ventaja.

Extracción de la piedra de la locura

nos queda el sueño rasante,

esas piedras aún mojadas

Lezama Lima

Mirones míos,

el entremés va a comenzar.

(Desde la sombra de las ramas se van acercando los mirones, alborotados como monos, y excitándose.)

Llega el charlatán, el médico,

llega en la aurora del ocaso

a la penumbra donde la yerba se extenúa,

a la llanura del horizonte donde suenan

las tonadas de las Danzas de la Muerte;

Viene a extraer la piedra de la locura al ausente que, plácido, reposa en un silla.

(Los mirones, ante mesas bien dispuestas, alternan tragos de vino y mordiscos a lechones; rápidas desaparecen viandas; en tanto, los laudistas van rasgueando las lánguidas hebras de la tarde. Ya se echan y se acodan los mirones entre los restos del festín, al ras de sus testas rubicundas.)

Los arbustos del bosquete que sombrea

Son los solos testigos que meditan,

en la fineza de la brisa,

en la limpidez de la tarde, adormilado

el ausente, su claro cráneo

olvidan al quirurgo: mano carnal

que incidirá la hoja.

¡Un tulipán le brotará de la cabeza!

anuncia,

mas al certero corte, he ahí que

centellea el diamante de la locura

ante sus ojos ávidos

el corazón de vidrio:

¡Oh luz, oh cara rojiza en el trasluz!,

hombres acostados como el pan cuando se duerme

como la más dulce leche de las vacas en el Edén,

pacen majestuosos los rumiantes la dulce hierba

donde corren los roedores,

en la tarde donde gorjean los tiernos pájaros,

y bajo ellos la siesta de los tigres

recostados en los lobos y sus pelambres suaves,

oh, pardo venturoso, oh, río apacible

que circundas y humedeces los múltiples aromas,

oh pradera donde todo exhala

cuando comienza a husmear el sueño, que se acerca

con su máscara dorada, construye el gran espejo,

y lo enhiesta:

en el azogue el horno donde

el cristal se funde

el corazón de vidrio

desde el sueño            en el sueño

a veces bubas             a veces roña

el revés del viento

que al soplar aspira expira

¡Y se apodera de la piedra de la locura!

¡Avisen las campanas, den su son a rebato, den su son!

Opaca la visión el son

y las montañas ya proyectan sombra sucia;

es azulenco el horizonte donde el ausente se va

haciendo rendija hasta los ojos: he ahí que se levanta, lento

abre sus ojos, Gólem, al mundo bullente y derramado

—hermosa baba cristalina—

dilata su corazón al fuego crepitante;

reza, en la quita y helada bodega de la fábrica:

¡Que al enfriarse no se agriete

mi vidrio de alma frágil,

pues este es el día y me levanto

y no me desmorono;

puro y sin esperanza,

porque soy el último, so el único!

Dios mío,

¿quién me protegerá ahora

contra las penas errabundas?

Llego con la cabeza de vigilia

Llego con la cabeza de vigilia,
pura luz acosada, trashumante,
luz originaria, vegetal,
vengo con las manos adelgazadas
de nupcial vértigo de mayo,
del sueño lustral de la sed mordida,
de las constelaciones primeras.
Vengo del cristal más fijo de la tierra,
de la insumisión irreductible de la llama.
Traigo un torbellino de lenguas alzadas,
de cuerpos alzados y desnudos,
de buques de vuelo duro y fuerte,
traigo un idioma salvaje y oscuro,
un idioma acribillado en el labio
por los siglos de los siglos innumerables,
por los dolientes ecos de las generaciones,
por las miles de muertes muertas sin mí,
por los miles de ojos sangrando sin mí,
por las miles de sílabas
en las que arde mi nombre.

Aleluya

A veces, casi por descuido,

subían el uniforme más allá de las rodillas;

a veces, por mirarlas,

los jardineros mojaron el cemento.

En voz baja hablaban de sus juegos esas niñas

que hicieron la leyenda de Nuria la más negra y atractiva

—Nuria, con sus manos de guanábana,

había pescado a escondidas.

En regiones prohibidas gozaron de la risa

aquellas turbadoras de cinturas monjas;

cruzaron una que otra vez bajo las túnicas

de madres ocupadas en fijas su vista en las alturas.

Va a morir

Entro al deseo y te paralizo

símbolo de sangre,

agito hasta que duela en ti

la carne muerta, la soñada.

No me desampares,

muere ya,

hecho de trapo,

ser que me hizo pedazos,

reclamo tu perdón,

voy a matarte, da tu condolencia,

pues si mueres,

parte mía va a morir.

Conmigo, por ti,

nosotros dos.

Lo pútrido es nutriente,

dioses del amor indigno,

grandes impiadosos,

hagamos necesario sacrificio,

perdonémonos

y en la pira, hacia el cielo disperso,

quizás bendiga el humo,

quémese el cuerpo,

resucite en la montaña,

donde el aire nuestro espíritu

y que las aves coman nuestros restos.

Nacerá de nuestro polvo alguna maravilla,

alguna flor o nube,

pues alguna verdad habrá, quizás, para quererse.




Me abres

Nadie, ni el silencio
me abre
como tú, ni el tiempo.

Isabel Quiñónez (San Pedro Sula, Honduras, 17 de julio de 1949- Ciudad de México, 29 de octubre de 2007). Poeta, narradora y ensayista. A los dos años, se trasladó con su madre y su hermana a la Ciudad de México. Estudió Ciencias y Técnicas de la Información en la Universidad Iberoamericana; cursó seminarios de Literatura Oral en Filadelfia, Pennsylvania. Fue guionista de programas de televisión; investigadora en el Departamento de Música y Literaturas Orales del INAH. Colaboradora de Boletín del inah, Colibrí, El Ciervo Herido, El Oso Hormiguero, La Brújula en el Bolsillo, La Semana de Bellas Artes, Nexos, Plural (nueva época), Revista de RevistasTeorema.

En 1978 recibió una mención honorífica en el concurso de la revista Punto de Partida. En 1979 obtuvo la beca de poesía INBA-FONAPA otorgada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura. Además, en 1986, ganó el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde otorgado por la Universidad Autónoma de Zacatecas.

Obra poética :

  • Extracción de la piedra de la locura (1979)
  • Palabra nueva: dos décadas de poesía en México [antología] (1981)
  • ¿Será esto el mar? [antología] (1984)
  • Alguien maúlla (1985)
  • Esa forma de irnos alejando (1989)
  • Así es la tierra (1996)
  • Sólo un breve instante aquí: elogio de la ausencia [antología] (2020)

Enlaces de interés :

https://iguanadelojete.blogspot.com/2008/10/isabel-quinez-la-linea-de-sombra.html?m=0

https://con-temporanea.inah.gob.mx/node/158

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