Esta página es de poesía pero también queremos dar presencia a algunas mujeres que, aunque no escribieron poesía, o no destacaron por ser poetas, su voz como mujeres, pioneras y/o escritoras es tan importante que creemos deben ser incluidas.
Este es el caso de Teresa de Cartagena. La primera escritora mística de España y la primera escritora en prosa castellana.
Una de nuestras Imprescindibles.
Teresa de Cartagena y Saravia ( ¿Burgos?, c. 1425 – ú. t. s. xv.) Monja franciscana (OFM) y después cisterciense (OCist.), escritora. Es considerada la primera escritora mística de España y la primera escritora en prosa castellana. Se la ha llegado a definir como “la prosista preeminente en las letras castellanas”.
Teresa de Cartagena perteneció a la influyente familia judeo-conversa de los García de Santa María, también conocidos con el antropónimo «de Cartagena». Su abuelo, Selomo-Ha-Leví, fue el fundador de este ilustre linaje de conversos cuando el 21 de julio de 1390 adoptó, en homenaje a San Pablo, el nombre de Pablo de Santa María. Se dedicó a la carrera eclesiástica y -en 1402- fue nombrado obispo de Cartagena; a partir de entonces la familia fue conocida por este apellido. Se ha encontrado un documento, datado del año 1604, que otorga el beneficio de limpieza de sangre a Pablo García de Santa María y a sus descendientes, tras una milagrosa conversión al habérsele aparecido la Virgen. En 1412 se convirtió en el obispo de Burgos y destacó, al mismo tiempo, por su papel en las cortes del rey Enrique III y Juan II. Parece ser que Pablo convenció a su hermano para que se convirtiera también al cristianismo y, éste adoptó el nombre de Alvar García de Santa María. Alvar es sobre todo conocido por la crónica que empezó a escribir, Crónica de Juan II. De su primer matrimonio, Pablo tuvo una hija y cuatro hijos. De ellos, el más destacado es el reconocido humanista Alonso de Cartagena que, igual que su padre, fue una figura política, religiosa y cultural importante. Su hermano, Pedro de Cartagena, el padre de Teresa, sobresalió sobre todo en el campo militar. Gracias al testamento encontrado de Alonso datado del 6 de julio de 1453, podemos ver que le dejaba una cantidad de dinero a la hija de su hermano, Teresa.
Teresa de Cartagena era hija de Pedro de Cartagena, regidor de Burgos en 1423 y regidor principal en 1441,y de su segunda esposa María de Saravia. Se desconoce el año exacto del nacimiento de Teresa pero se data entre 1420-1435 o 1420-1425. Tampoco sabemos el año de su muerte pero hay registro de que Teresa de Cartagena vivía todavía en 1478, pues consta entre los herederos de su padre en la sentencia que repartía los bienes familiares que dictó su sobrino Fray Iñigo de Mendoza.
Teresa vivió en Burgos, en el barrio de Entrabaspuentes, entre el Arlanzón y el Vena, en el palacio y torre del Canto, situado en la calle Cantarranas la Menor. Su padre, Pedro García de Cartagena, describió esta residencia en enero de 1446 como las «mis casas de canto que yo he e tengo en esta muy noble çibdat de Burgos que son en el varrio de entre amas puentes, que han por linderos de la una parte la calle de Cantarranas la Menor e de la otra parte el río e delante la calle corriente».
Aunque no se ha encontrado ningún documento, es muy probable que Teresa -tal y como ella afirma en el prólogo de su primera obra- estudiase en la Universidad de Salamanca, como el resto de la familia. Algunos autores sostienen que pudo estudiar con tutores de la universidad (posiblemente se tratara de una educación asistida con profesores de la Universidad de Salamanca, pues no se ha encontrado en dicha institución ninguna huella de que Teresa haya pasado por sus aulas). Lo que resulta evidente es que Teresa recibió una esmerada educación; en su obra puede vislumbrarse el conocimiento de los autores clásicos e incluso una instrucción en las letras latinas.
Desde temprana edad se fue quedando sorda progresivamente. Entre 1440-1445 ingresó en el convento de Santa Clara de Burgos. En 1449 y mediante la intervención de su tío Alonso, solicito ser trasladada a un monasterio Cisterciense.
Se conservan dos documentos provenientes del Archivo Vaticano, y publicados en el Bulario de la Universidad de Salamanca, que constituyen sendas dispensas concedidas por el papa Nicolás V a petición de don Alonso de Cartagena, tío de Teresa. La primera está fechada el 3 de abril de 1449, y en ella solicita que sor Teresa pueda pasar de la orden de Santa Clara a la del Císter —en Burgos, no podría ser otro que el monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas—; y en la segunda, fechada el 2 de mayo de ese mismo año, don Alonso pide para su sobrina que, al cumplir esta los veinticinco de su edad, le sea concedido cualquier tipo de beneficio que ordinariamente obtienen las monjas cistercienses, incluso la de ser elegida para cualquier dignidad abacial. El motivo aducido en la petición de cambio de orden monástica para abandonar a las clarisas no se explicita, pero se dice que la monja burgalesa «ya no puede permanecer con comodidad y ánimo tranquilo en un monasterio y orden de este tipo, por ciertas causas razonables». Todo parece indicar que lo que subyace aquí es el problema de su condición de conversa, que no la hacía grata entre las monjas de la orden franciscana con ocasión de la revuelta toledada contra los conversos en 1449. No obstante, Teresa de Cartagena sigue documentada en Santa Clara de Burgos hasta noviembre de 1452, año en que se pierde su rastro en esta comunidad. No se sabe a qué comunidad femenina se trasladó Teresa, si es que se trasladó a alguna, ya que no se puede excluir que la carrera eclesiástica que promovió para ella su tío Alonso de Cartagena fuera truncada por la enfermedad, por su propio deseo o por otra causa. Dayle Seidenspinner-Núñez y Yonsoo Kim han sugerido que fue cisterciense en Santa María la Real de Las Huelgas de Burgos, monasterio con el que tuvieron relación los obispos Santa María-Cartagena, aunque no aportan datos documentales.
Como dato curioso podemos decir que nunca habla de sus “hermanas” en sus obras; es probable que esto se deba al aislamiento al que la había llevado su sordera.
Teresa de Cartagena escribe en un momento en que florece la escritura femenina, ya sea en forma de cartas, sermones, hagiografías y autobiografías espirituales entre muchos otros géneros. El entorno en el que vive, el monasterio, ofrece una convivencia con otras monjas letradas, siendo la vida conventual la que ofrece más acceso a la obra escrita que cualquier otro lugar para la mujer.
De Teresa de Cartagena se conservan dos tratados de reflexión religiosa escritos en la segunda mitad del siglo xv. El primero, Arboleda de los enfermos, y el segundo, Admiraçión operum Dey(Admiración de las obras de Dios), ambos copiados por Pedro Lópes de Trigo en el año 1481. Actualmente, los dos textos se encuentran dentro de un códice, junto a dos obras más de diferente autor, conservado en la Biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
La Arboleda de los enfermos, la primera obra conocida de Teresa de Cartagena, es un tratado que forma parte del género de las consolaciones y responde a la voluntad de darle al sufrimiento y padecimientos físicos un valor espiritual y/o místico. Si bien el año de escritura aún es objeto de debate, habría sido redactado durante la segunda mitad del siglo xv, seguramente en el año 1481, fecha que se recoge en el colofón.
En el párrafo introductorio o prólogo proporciona algunas referencias importantes acerca de su vida y su obra y cumple con una doble función, por un lado, preparar al lector en la lectura y, por el otro, ser una prueba en la defensa de la autoría femenina:
«Este tratado se llama Arboleda de los enfermos, el qual conpuso Teresa de Cartajena seyendo apasionada de graues dolencias, especialmente auiendo el sentido del oyr perdido del todo. E fizo aquesta obra a loor de Dios e espiritual consolaçión suya e de todos aquellos que enfermedades pedesçen, porque, despedidos de la salud corporal, leuanten su deseo en Dios que es verdadera Salut.
Teresa de Cartagena definió esta obra como un tratado de consuelo espiritual cuyo objetivo era ayudar y acompañar, mediante la escritura, a aquellas personas enfermas que, como ella, ya no podían ser tratadas por la ciencia. En este sentido, la autora ofrece una propuesta de saneamiento espiritual que encuentra en la imagen de la arboleda, como espacio curativo, su manifestación: “Poblaré mi soledat de arboleda graçiosa, so la sombra de la qual pueda descansar mi persona y reçiba mi espíritu ayre de salud”
La Arboleda de los enfermos es una confesión de una trayectoria espiritual que ha salvado a su autora del hundimiento anímico que le causa su enfermedad, con la finalidad de enseñar a otros enfermos su hallazgo de que, paradójicamente, la falta de salud corporal constituye la vía más certera de salud espiritual. La escritura de este tratado se convierte en una verdadera terapia, un remedio que combate la peligrosa coincidencia de «soledat e vçiosidat» (p. 38) para quien se ve forzada a sufrir un obligado aislamiento como mujer sorda y conversa; pero, asi mismo, nuestra monja burgalesa se ve moralmente impelida a comunicar a otros su experiencia espiritualmente «saludable» (con el adjetivo que tanto gusta ella de emplear), lo cual se explicita ya en el breve prefacio del tratado: «E fizo aquesta obra a loor de Dios e espiritual consolaçión suya e de todos aquellos que enfermedades padesçen, porque, despedidos de la salud corporal, leuante[n] su deseo en Dios que es verdadera Salut» (p. 37)64.
La recepción de este tratado causó asombro y confusión entre sus contemporáneos, que pusieron en cuestión su autoría, por haber sido escrita por una mujer, y hasta la acusaron de plagio. Lanzadas las provocaciones, la monja castellana parecía no querer responderlas pero la insistencia de la «virtuosa señora» le da el impulso necesario. Por esto, Teresa de Cartagena, a modo de defensa, decidió escribir un segundo tratado apologético que tituló Admiraçión operum Dey como respuesta firme a las acusaciones recibidas. Dirigida y realizada a petición de Juana de Mendoza,» la virtuosa señora», mujer del poeta Gómez Manrique, como puede verse en la introducción del texto:
Acuérdome, virtuosa señora, que me ofrecí a escribir a vuestra discreción. Si he tanto tardado de lo encomendar a la obra, no vos debéis maravillar, ca mucho es encogida la voluntad cuando la disposición de la persona no concierta con ella, antes aún la impide y contrasta […]
Acuérdome, virtuosa señora, que me ofrecí a escribir a vuestra discreción. Si he tanto tardado de lo encomendar a la obra, no vos debéis maravillar, ca mucho es encogida la voluntad cuando la disposición de la persona no concierta con ella, antes aún la impide y contrasta.
La autora se defiende de la acusación de plagio por Arboleda de los enfermos y de la acusación derivada de su condición de autora, sugiriendo que todos aquellos críticos que rechazan su tratado niegan a la vez el poder de Dios:
Muchas vezes me es hecho entender, virtuosa señora, que algunos de los prudentes varones e asý mesmo henbras discretas se maravillan o han maravilado de vn tratado que, la graçia divina administrando mi flaco mugeril entendimiento, mi mano escriuió [..] ca manifiesto no se faze esta admiraçión por meritoria de la escritura, mas por defecto de la abtora o conponedora della […] E porque me dizen, virtuosa señora, que el ya dicho bolumen de papeles bo[r]ados aya venido a la notiçia del señor Gómez Manrique e vuestra, no sé sy la dubda, a bueltas del tractado se presentó a vuestra discreçión […] […
«Muchas veces me es hecho entender, virtuosa señora, que algunos de los prudentes varones y asimismo hembras discretas se maravillan o han maravillado de un tratado que, la gracia divina administrando mi flaco mujeril entendimiento, mi mano escribió. Y como sea una obra pequeña, de poca sustancia, estoy maravillada. Y no se crea que los prudentes varones se inclinasen a quererse maravillar de tan poca cosa, pero si su maravillar es cierto, bien parece que sea denuesto no es dudoso, ca manifiesto no se hace esta admiración por meritoria de la escritura, mas por defecto de la autora o componedora de ella. Como vemos por experiencia cuando alguna persona de simple y rudo entendimiento dice alguna palabra que nos parezca algún tanto sentida: maravillámonos de ellos, no porque su dicho sea digno de admiración, mas porque el mismo ser de aquella persona es así reprobado y bajo y tenido en tal estima que no esperamos de ella cosa que buena sea. Y por esto, cuando acaece por la misericordia de Dios que tales personas simples y rudas dizen o hazen algunas cosas, aunque no sea del todo buena y sino comunal, maravillámonos mucho por el respecto ya dicho. Y por el mismo respecto creo ciertamente que se hayan maravillado los prudentes varones del tratado que yo hice, y no porque en él se contenga cosa muy buena ni digna de admiración, mas porque mi propio ser y justo merecimiento, con la adversa fortuna y acrecentadas pasiones, dan voces contra mí y llaman a todos que se maravillen diciendo: “¿Cómo en persona que tantos males asientan puede haber algún bien?”. Y de aquí se ha seguido que la obra mujeril y de poca sustancia, que digna es de reprensión entre los hombres comunes, con mucha razón sería fecha digna de admiración en el acatamiento de los singulares y grandes hombres, ca no sin causa se maravilla el prudente cuando ve que el necio sabe hablar. Y diga quien quisiere que esta ya dicha admiración es loor, que a mí denuesto me parece y por la mi voluntad antes se me ofrezcan injuriosos denuestos, me parece, que no vanos loores, ca ni me puede dañar la injuria ni aprovechar el vano loor. Así que yo no quiero usurpar la gloria ajena ni deseo huir del propio denuesto. Pero hay otra cosa que no debo consentir, pues la verdad no la consiente, ca parece ser no solamente se maravillan los prudentes del tratado ya dicho, mas aún algunos no pueden creer que yo hiciese tanto bien ser verdad: que en mí menos es de lo que se presume, pero en la misericordia de Dios mayores bienes se hallan. Y porque me dicen, virtuosa señora, que el ya dicho volumen de papeles borrados haya venido a la noticia del señor Gómez Manrique y vuestra, no sé si la duda, a vueltas del tratado se presentó a vuestra discreción. E comoquier que la buena obra que ante el sujeto de la soberana verdad es verdadera y cierta, non empece mucho si en el acatamiento y juicio de los hombres humanos es habida por dudosa, como esta, puede estragar y estraga la sustancia de la escritura, y aún parece evacuar muy mucho el beneficio y gracia que Dios me hizo. Por ende a honor y gloria de este soberano y liberal Señor, de cuya misericordia es llena la tierra, y yo, que soy un pequeño pedazo de tierra, atrévome presentar a vuestra gran discreción esto que a la mía pequeña y flaca por ahora se ofrece».
En el siguiente párrafo vemos como Teresa de Cartagena recurre al uso de escenas bíblicas como el Génesis para defender que Dios creó al hombre y a la mujer con diferencias complementarias y necesarias, ya que cada sexo tiene una función relevante que desempeñar y deja claro que las diferencias entre hombres y mujeres responden única y esencialmente a cuestiones sociales porque ante Dios Creador tienen los mismos méritos y estima:
De ser la henbra ayudadora del varón , leémoslo en el Génesy, que después de Dios ono formado el onbre del limo de la tierra e ovo yspirado en él espíritu de vida, dixo: «no es bueno que sea el onbre solo; hagámosle adjutorio semejante a él». E bien se pordía aquí argüir qual es de mayor vigor, el ayudado o el ayudador: ya vedes lo que a esto responde la razón. Más porque estos argumentos e quistiones hazen a la arrogançia mundana e vana e non aprovechan cosa a la devoçión e huyen mucho del propósito e final entençión mía, la qual no es, ni plega a Dios que sea, de ofender al estado superior e onorable de los prudentes varones, ni tanpoco fauoreçer al fimíneo, mas solamente loar la onipotençia e sabiduría e magnifiçençia de Dios, que asy en las henbras como en los varones puede yspirar e fazer obras de grande admiraçión e magnifiçençcia a loor y gloria del santo Nonbre»
Este texto se convirtió en el primer escrito de una mujer en la Península Ibérica en favor de los derechos de las mujeres, defendiendo que las mujeres podían llegar a tener las mismas capacidades intelectuales que los hombres, que no era inconcebible que Dios hubiera dado a las mujeres el mismo entendimiento que a los hombres. Teresa de Cartagena abordó la necesidad de visibilizar la dignidad de las mujeres, muchos años antes de los escritos de grandes religiosas como Santa Teresa de Jesús o Sor Juana Inés de la Cruz ante las esferas religiosas de su tiempo. La autora consigue hacer una manifestación de su subjetividad y construir un espacio retórico femenino dentro del sistema patriarcal de la época.
Una de las particularidades de sus escritos es la demostración constante de sus conocimientos sobre los fundamentos teológicos de la cristiandad, empleándolos para informar al lector que su obra no resulta solamente de su experiencia personal con el dolor, sino la práctica que sigue ante el mismo a través de los principios espirituales de la Iglesia. En sus tratados hay constantes referencias a autores cristianos y citas de los Padres de la Iglesia. A pesar de que es difícil comprobar que leyera sus obras de primera mano, muestra predilección por autores como San Jerónimo, San Ambrosio, San Agustín, San Bernardo, San Gregorio Magno y Boecio. Otra de las influencias que se pueden observar en su primer tratado es un sutil reflejo de la literatura judía de la península de la que sería representante el filósofo Salomó ben Jehuda, cuyo principal interés fueron los sentidos del ser humano.
Pero Teresa no se limita a interpretar las sentencias bíblicas, tomadas de la Vulgata, o traer a colación los comentarios y explanaciones de S. Jerónimo, S. Ambrosio, S. Gregorio Magno, S. Agustín o S. Bernardo—eso ya lo han hecho otras autoridades intelectuales masculinas—, sino que explica cómo se ha sentido personalmente interpelada y sanada por ese mensaje, y cómo ese mismo camino puede remediar a otros enfermos de cuerpo y de alma. Por ello, las fuentes eclesiásticas se perciben como textos cercanísimos, de modo que el salterio, que contiene los Salmos de David, es «deuotísymo cançionero» (p. 38), quedando asimilado a la célebre poesía de cancionero del siglo xv. Y su identificación con Job, cuyas palabras también se citan textualmente, actualiza la figura del prototípico ejemplo de la perfecta paciencia.
E porque mi pasyón es de tal calidat e tan porfiosa que tan poco me dexa oyr los buenos consejos como los malos, conviene sean tales los consejos consoladores que syn dar bozes a mi sorda oreja, me puedan poner en la claustra de sus graçiosos e santos consejos; para lo qual es neçesario de recorrer a los libros, los quales de arbo-ledas saludables tienen en sý marauillosos enxertos (p. 38).
A lo largo de Admiraçion operum dey, Teresa de Cartagena entra en terrenos no transitados por las mujeres antes en Castilla, y efectuando operaciones exegéticas, autoriales y de sermones, se siente dueña de sus atribuciones y del espacio textual de la posibilidad de elaborar una línea de explicación, de interpretación, de enseñar, explicar y transmitir varios conocimientos de índole teológico y doctrinal. Por ello, parece que el problema del escándalo que suscitó el texto no radica en que sea una mujer la que escriba, sino que ciertos individuos no estaban a favor que las mujeres pudiesen ejercer autoridad en un ámbito de escritos que tradicionalmente dentro del mundo de la iglesia estaba a cargo de varones. Muchos de ellos no estaban dispuestos a aceptar que una pobre monja sorda pudiese escribir con conocimiento, con autoridad y con persuasión sobre materias de naturaleza religiosa y teológica.
A pesar de que se la considera la primera escritora en prosa castellana, es muy probable que no haya sido la única; no obstante, solamente se ha conservado su obra. Sus tratados no tienen ninguna novedad de contenido sino de autoría, ya que se trata de uno de los primeros textos existentes donde consta la firma de una mujer.
Olvidada durante siglos, la figura de Teresa de Cartagena emerge en los últimos años como una escritora de gran interés en la cultura castellana del siglo XV.
En definitiva, por su condición de mujer y conversa, la escritura de Teresa de Cartagena puede interpretarse, según afirma M.ª Milagros Rivera Garretas, como una reacción contra el rechazo de la alteridad que se dio en la Península Ibérica en los siglos XV y XVI, donde lo otro está representado por la población judía, mudéjar y conversa, pero también por lo femenino libre. Si a ello añadimos la importante discapacidad que nuestra autora sufría, hallamos una triple causa de inferioridad social que ella combate a través de su pluma.
Se han publicado diversas ediciones de la obra de Teresa de Cartagena: La hecha por Lewis Joseph Hutton (Arboleda de los enfermos y Admiración operum Dey. Madrid: Aguirre, 1967); la traducción al inglés de Dayle Seidenspinner-Núñez (The Writings of Teresa de Cartagena, Cambridge: D.S. Brewer, 1998); la edición de Clara Esther Castro Ponce (Teresa de Cartagena. Arboleda de Los Enfermos. Admiraçión Operum Dey. Edición Crítica Singular. Diss. Brown U, 2001); El saber femenino y el sufrimiento corporal en la temprana Edad Moderna: «Arboleda de los enfermos» y «Admiraçión operum Dey» de Teresa de Cartagena , Córdoba, Universidad de Córdoba, 2008, de Y. Kim; Teresa de Cartagena: la mujer escritora ante los «prudentes varones» del siglo xv de Maria del Mar Cortes Timoner Dans Cahiers d’études hispaniques médiévales 2016/1 (n° 39), pages 147 à 164(2016), Teresa de Cartagena, primera escritora mística en lengua castellana de Maria del Mar Cortes Timoner Editorial : Servicio de Publicaciones y Divulgación Científica de la Universidad de Málaga; N.º 1 edición (1 enero 2004); Teresa de Cartagena, los tratados de una escritora burgalesa del silo XV de Myriam Gallego Fernandez de Aranguiz, Ed. Monte Carmelo(2021).
Enlaces de interés :
https://memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.1182/ev.1182.pdf
https://www.bieses.net/wp-content/uploads/2015/06/cartagena_admiracion.pdf
https://www.rtve.es/play/audios/gente-despierta/teresa-cartagena-angeles-caso-mujeres/5150254
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