11 Poemas de Salomé Ureña

A mi madre

Aquí, a la sombra tranquila y pura 
con que nos brinda grato el hogar, 
oye el acento de la ternura 
que en tus oídos blanda murmura 
la dulce nota de mi cantar.

La voz escucha del pecho amante 
que hoy te consagra su inspiración, 
a ti que aun eres tierna, incesante, 
de amor sublime, de fe constante, 
raudal que aliento da al corazón.

Mi voz escucha: la lira un día 
un canto alzarte quiso feliz, 
y en el idioma de la armonía 
débil el numen ¡oh, madre mía! 
no hallo un acento digno de ti.

¿Cómo tu afecto cantar al mundo, 
grande, infinito, cual en sí es? 
Me basta si te miro, 
si la dicha y el bien sueño a tu lado, 
porque tu vista calma 
los agudos tormentos de mi alma.

¡Ay! Que sin ti, bien mío, 
mi espíritu cansado languidece 
cual planta sin rocío, 
y con sombras mi frente se oscurece, 
y entre congoja tanta 
mi corazón herido se quebranta.

Oye mi ardiente ruego, 
oye las quejas de mi angustia suma, 
y generoso luego 
olvida que la pena que me abruma 
te reveló mi acento 
en horas ¡ay! de sin igual tormento.

Escúchame y perdona: 
que ya mi labio enmudeciendo calla, 
y el alma se abandona 
con nuevo ardor a su febril batalla, 
y débil mi suspiro 
se pierde de las auras en el giro.

¿Cómo pintarte mi amor profundo? 
Empeño inútil, sueño infecundo 
que en desaliento murió después.

De entonces, madre, buscando en prenda, 
con las miradas al porvenir, 
voy en mi vida, voy en mi senda, 
de mis amores íntima ofrenda 
Que a tu cariño pueda rendir.

Yo mis cantares lancé a los vientos, 
yo di a las brisas mi inspiración; 
tu amor grandeza dio a mis acentos: 
fine fueron tuyos mis pensamientos 
en esos himnos del corazón.

Notas dispersas que en libres vuelos 
y a merced fueron del huracán, 
pero llevando con mis anhelos 
los mil suspiros, los mil desvelos 
con que a la Patria paga mi afán.

Hoy que reunirlas plugo al destino, 
quiero que abrigo y amor les des: 
esa es la prenda que en mi camino 
al soplo arranco del torbellino, 
y a colocarla vengo a tus pies.

El ave y el nido

¿Por qué te asustas, ave sencilla?
¿Por qué tus ojos fijas en mí?
Yo no pretendo, pobre avecilla,
llevar tu nido lejos de aquí.

Aquí, en el hueco de piedra dura,
tranquila y sola te vi al pasar,
y traigo flores de la llanura
para que adornes tu libre hogar. 

Pero me miras y te estremeces,
y el ala bates con inquietud,
y te adelantas, resuelta, a veces,
con amorosa solicitud. 

Porque no sabes hasta qué grado
yo la inocencia sé respetar,
que es, para el alma tierna, sagrado
de tus amores el libre hogar. 

¡Pobre avecilla! Vuelve a tu nido
mientras del prado me alejo yo;
en él mi mano lecho mullido
de hojas y flores te preparó. 

Mas si tu tierna prole futura
en duro lecho miro al pasar,
con flores y hojas de la llanura
deja que adorne tu libre hogar.

La llegada del invierno

Llega en buen hora, más no presumas
ser de estos valles regio señor
que en el espacio mueren tus brumas
cuando del seno de las espumas
emerge el astro de esta región. 

En otros climas, a tus rigores
pierden los campos gala y matiz,
paran las aguas con sus rumores,
no hay luz ni brisas, mueren las flores,
huyen las aves a otro confín. 

En mi adorada gentil Quisqueya,
cuando el otoño pasando va,
la vista en vano busca tu huella:
que en esta zona feliz descuella
perenne encanto primaveral. 

Que en sus contornos el verde llano,
que en su eminencia la cumbre azul,
la gala ostentan que al suelo indiano
con rica pompa viste el verano
y un sol de fuego baña de luz. 

Y en esos campos donde atesora
naturaleza tanto primor,
bajo esa lumbre que el cielo dora,
tiende el arroyo su onda sonora
y alzan las aves tierna canción. 

Nunca abandonan las golondrinas
por otras playas mi hogar feliz:
que en anchas grutas al mar vecinas
su nido arrullan, de algas marinas,
rumor de espumas y auras de abril. 

Aquí no hay noches aterradoras
que horror al pobre ni angustia den,
ni el fuego ansiando pasa las horas
de las estufas restauradoras
que otras regiones han menester. 

Pasa ligero, llega a otros climas
donde tus brumas tiendas audaz,
donde tus huellas de muerte imprimas,
que aunque amenaces mis altas cimas
y aunque pretendas tu cetro alzar,

siempre mis aguas tendrán rumores,
blancas espumas mi mar azul,
mis tiernas aves cantos de amores,
gala mis campos, vida mis flores,
mi ambiente aromas, mi esfera luz.

En el nacimiento de mi primogénito 

A mi esposo

¡Levántate, alma mía, 
por el materno amor transfigurada, 
y a los confines del espacio envía 
el himno de la dicha inesperada.

Y tú, que abres conmigo 
a esa ternura nueva el pecho en gozo, 
tú que compartes cuanto sueño abrigo, 
cuanta ilusión feliz es mi alborozo,

ven, y los dos a una 
el cántico de amor juntos alcemos, 
y del pequeño ser ante la cuna 
el alba del futuro saludemos:

el alba de esa vida 
que a iluminar nuestro horizonte alcanza, 
y a cuya luz vislumbra estremecida 
espacios infinitos de esperanza.

Los cielos se inclinaron, 
y descendió al hogar entre armonías 
el ángel que mis sueños suspiraron, 
nuncio de bendiciones y alegrías.

¡Oh, cómo se estremece 
engrandecida la existencia ufana 
pensando de esa aurora que amanece 
vivir reproducida en el mañana!

De hoy más, un sueño solo, 
una sola ambición tras el destine, 
a nuestras almas servirá de polo, 
del tiempo al avanzar en el camino.

¡Oh, sí! Limpiar de abrojos 
la senda preparada al ser que nace, 
al bien y a la virtud abrir sus ojos 
y el peligro desviar que le amenace.

Y así, como entre flores, 
ajeno a la maldad, al vicio ajeno, 
verle a lo grande tributar honores 
y el alto aprecio merecer del bueno.

Y así a la Patria, al mundo, 
como prenda de paz y de amor santo, 
en acciones magnánimas fecundo 
un miembro digno regalar en tanto.

¡Doblemos el aliento! 
Vamos al porvenir, la fe en el alma, 
para él a conquistar con ardimiento 
de ciencia, de virtud, de bien la palma.

Mi Pedro

Mi Pedro no es soldado; no ambiciona

de César ni Alejandro los laureles;

si a sus sienes aguarda una corona,

la hallará del estudio en los vergeles.

¡Si lo vierais jugar! Tienen sus juegos

algo de serio que a pensar inclina.

Nunca la guerra le inspiró sus fuegos:

la fuerza del progreso lo domina.

Hijo del siglo, para el bien creado,

la fiebre de la vida lo sacude;

busca la luz, como el insecto alado,

y en sus fulgores a inundarse acude.

Amante de la Patria, y entusiasta,

El escudo conoce, en él se huelga,

y de una caña, que transforma en asta,

el cruzado pendón trémulo cuelga.

Así es mi Pedro, generoso y bueno;

todo lo grande le merece culto;

entre el ruido del mundo irá sereno,

que lleva de virtud germen oculto.

Cuando sacude su infantil cabeza

el pensamiento que le infunde brío,

estalla en bendiciones mi terneza

y digo al porvenir: ¡Te lo confío!

Ruinas

Memorias venerandas de otros días,
soberbios monumentos,
del pasado esplendor reliquias frías,
donde el arte vertió sus fantasías,
donde el alma expresó sus pensamientos. 

Al veros ¡ay! con rapidez que pasma
por la angustiada mente
que sueña con la gloria y se entusiasma
la bella historia de otra edad luciente. 

¡Oh Quisqueya! Las ciencias agrupadas
te alzaron en sus hombros
del mundo a las atónitas miradas;
y hoy nos cuenta tus glorias olvidadas
la brisa que solloza en tus escombros. 

Ayer, cuando las artes florecientes
su imperio aquí fijaron
y creaciones tuviste eminentes,
fuiste pasmo y asombro de las gentes,
y la Atenas moderna te llamaron. 

Águila audaz que rápida tendiste
tus alas al vacío
y por sobre las nubes te meciste:
¿por qué te miro desolada y triste?
¿dó está de tu grandeza el poderío? 

Vinieron años de amarguras tantas,
de tanta servidumbre;
que hoy esa historia al recordar te espantas,
porque inerme, de un dueño ante las plantas,
humillada te vio la muchedumbre. 

Y las artes entonces, inactivas,
murieron en tu suelo,
se abatieron tus cúpulas altivas,
y las ciencias tendieron, fugitivas,
a otras regiones, con dolor, su vuelo. 

¡Oh mi Antilla infeliz que el alma adora!
Doquiera que la vista
ávida gira en tu entusiasmo ahora,
una ruina denuncia acusadora
las muertas glorias de tu genio artista. 

¡Patria desventurada! ¿Qué anatema
cayó sobre tu frente?
Levanta ya de tu indolencia extrema:
la hora sonó de redención suprema
y ¡ay, si desmayas en la lid presente! 

Pero vano temor: ya decidida
hacia el futuro avanzas;
ya del sueño despiertas a la vista,
y a la gloria te vas engrandecida
en alas de risueñas esperanzas. 

Lucha, insiste, tus títulos reclama:
que el fuego de tu zona
preste a tu genio su potente llama,
y entre el aplauso que te dé la fama
vuelve a ceñirte la triunfal corona. 

Que mientras sueño para ti una palma,
y al porvenir caminas,
no más se oprimirá de angustia el alma
cuando contemple en la callada calma
la majestad solemne de tus ruinas.

Una esperanza 

Al Sr. D. Enrique Coronado

¡Oh, tú, que errante vagas, ausente de tus lares, 
vertiendo en tristes notas tu amarga decepción! 
Escúchame un momento, da tregua a tus pesares 
y entrega a la esperanza tu mártir corazón.

No pueden, no, calmando tus horas de amargura, 
llevarte mis cantares un eco del hogar; 
mas pueden anunciarte que vívido fulgura 
de redención el iris sobre el Caribe Mar.

Y pueden, sí, llevarte los votos que del alma, 
colmados de esperanza, se elevan hasta Dios, 
pidiendo para Cuba la bienhechora palma 
que busca en los combates y del martirio en pos.

Mil veces ¡ay! me trajo la brisa confidente 
de víctimas inertes los ayes de dolor, 
y el grito de los héroes, enérgico y potente, 
y de los bravos mártires el himno redentor.

Y a cada nuevo lauro que alcanza en la pelea 
la perla de los mares del mundo tropical, 
dilátanse las fibras del alma que desea 
levante victoriosa la frente virginal.

Se abate ya el orgullo de la arrogante España; 
ya tiembla y retrocede, sin fuerzas, el león; 
y en vívidos fulgores el horizonte baña 
la Estrella Solitaria de augusta redención.

La perla codiciada del mundo americano, 
la tímida cautiva, potente se alza ya; 
y, el carcomido yugo rompiendo del hispano, 
triunfante, de los libres el himno entonará.

La América Latina con palmas y con flores 
se apresta de ese triunfo la gloria a celebrar, 
y anhela entre el estruendo de aplausos y loores 
la redimida sierva sonriendo coronar.

Impresiones

Quejas del alma, vagos rumores,
lejanas brumas, rayos de luz,
fragante aroma de índicas flores,
himnos de guerra, cantos de amores
brotan al ritmo de tu laúd.

¿Quién, recorriendo tus Fantasías,
hijas del trópico abrasador,
vibrar no siente las armonías
de aquella raza que en otros días
poblar sus selvas Quisqueya vio?

Sobre la cumbre de las montañas,
de las palmeras bajo el dosel,
al grato abrigo de las cabañas,
y hasta en las grutas al hombre extrañas
haces del indio la sombra ver.

Y el aire cruza triste lamento,
y el eco suena del tamboril,
y al valle indiano, y al ave, al viento
a todo presta tu blando acento
fuego, armonía, vida y matiz.

Y el junco verde que en la onda
la tumba sola que arrulla el mar,
y el ave errante que allá suspira,
notas perennes dan a tu lira,
tristes historias llenas de afán.

Entre sus bosques afortunados
no escucho nunca la indiana grey
dulces areitos tan acordados
como tus cantos privilegiados,
vagos preludios de ignoto edén.

Parece, bardo, que el genio ardiente
de estas regiones habitador
templó tu lira suave y doliente,
y en viva lumbre bañó tu frente
dando a tus ritmos inspiración.

Que si inspirado suena tu canto
poblando aéreo la soledad,
ávida el alma te sigue, en tanto
que dulces notas de nuevo encanto
fascinadoras haces vibrar.

Cuando al transporte del numen cedes,
cuando tu mano pulsa el laúd
y en la armonía fácil excedes,
¡ay, quién pudiera, como tú puedes,
dar a sus trovas música y luz!

Pues de una fama ya merecida
tus Fantasías vuelan en pos,
mientras acepto, reconocida,
de esos cantares llenos de vida
con noble orgullo la ofrenda yo.

¡Oh, de la patria de Anacaona
cantor amante, bardo feliz!
ciñe con flores de nuestra zona
la que prepara digna corona
para tus sienes el porvenir.

Amor y Anhelo

Quiero contarte, dueña del alma, 
las tristes horas de mi dolor; 
quiero decirte que no hallo calma, 
que de tu afecto quiero la palma 
que ansiando vivo sólo tu amor.

Quiero decirte que a tu mirada 
me siento débil estremecer, 
que me enajena tu voz amada, 
que en tu sonrisa vivo extasiada, 
que tú dominas todo mi ser.

Por ti suspiro, por ti yo vierto 
llanto de oculto, lento sufrir; 
sin ti es el mundo triste desierto 
donde camino sin rumbo cierto, 
viendo entre sombras la fe morir.

Y con tu imagen en desvarío 
vivo encantando mi soledad, 
desde que absorta te vi, bien mío, 
y arrebatada, sin albedrío, 
rendí a tus plantas mi libertad.

Deja que el alma temblando siga 
de una esperanza soñada en pos, 
que enajenada su amor te diga, 
mientras un rayo de luz amiga 
pido al futuro para los dos.

¡Oh! ¡si a tu lado pasar la vida 
me diera el cielo por todo bien! 
¡Si a tu destino mi suerte unida, 
sobre tu seno de amor rendida 
pudiera en calma doblar la sien!

¿Qué a mi la saña del hado crudo? 
¿Qué los amagos del porvenir? 
Tu amor llevando por todo escudo, 
yo desafiara su embate rudo 
y así me fuera grato vivir.

¡Ay! en las horas de hondo tormento 
que al alma asedian con ansia cruel, 
vuela en tu busca mi pensamiento, 
mientras el labio trémulo al viento 
tu nombre amado murmura fiel.

Ven y tu mano del pecho amante 
calme amorosa las penas mil, 
¡oh de mis ansias único objeto! 
Ven, que a ti sólo quiero en secreto 
contar mis sueños de amor febril.

Mas no, que nunca mi amante anhelo 
podré decirte libre de afán, 
gimiendo a solas, en desconsuelo, 
cual mis suspiros, en raudo vuelo, 
mis ilusiones perdidas van.

Tuya es mi vida, tuya mi suerte, 
de ti mi dicha pende o mi mal; 
si al dolor quieres que venza fuerte, 
sobre mi frente pálida vierte 
de tu ternura todo el raudal.

Melancolía

Hay un ser apacible y misterioso 
que en mis horas de lánguido reposo 
me viene a visitar; 
yo le cuento mis penas interiores, 
porque siempre, calmando mis dolores, 
mitiga mi penar.

Como el ángel del bien y la constancia, 
en los últimos sueños de la infancia 
aparecer le vi; 
contemplóme un instante con ternura, 
y “Oye -dijo-: las horas de ventura 
pasaron para ti.

“Yo vengo a despertar tu alma dormida, 
porque un genio funesto, de la vida 
te aguarda en el umbral; 
y benigno jamás, siempre iracundo, 
te encontrará, del agitado mundo 
en el inmenso erial.

“Yo elevaré tu espíritu doliente; 
disiparé las nubes que en tu frente 
las penas formarán; 
consagra sólo a mí tus horas largas, 
y enjugaré tus lágrimas amargas 
y calmaré tu afán.

“Seré de tu vivir guarda constante, 
y mi pálido tinte a tu semblante 
trasmitirá mi amor. 
Y te daré una lira en tus pesares, 
por que al eco fugaz de tus cantares 
se exhale tu dolor.

“Y te daré mi lánguida armonía, 
que los himnos que entona de alegría 
la ardiente juventud 
jamás ensayarás, pobre cantora, 
porque siempre la musa inspiradora 
seré de tu laúd.”

Dijo, y de entonces, cual amiga estrella 
alumbra siempre, misteriosa y bella, 
mi noche de dolor; 
y me arrulla sensible y amorosa, 
como arrulla la madre cariñosa 
al hijo de su amor.

Y haciendo que en sus alas me remonte 
a otro mundo de luz sin horizonte, 
de dicha voy en pos; 
y entonces de mi lira se desprende 
nota sin nombre que la brisa extiende, 
y escucha sólo Dios.

Yo te bendigo, fiel Melancolía; 
tú los seres que anima la alegría 
no vas a adormecer; 
porque eres el consuelo de las almas 
que del martirio las fecundas palmas 
lograron obtener.

Por ti en los aires resonó mi acento, 
y para dar un generoso aliento 
al pobre corazón, 
alguna vez la Patria bendecida 
benévola me escucha sonreída 
y aplaude mi canción.

No pido más: bien pueden los dolores 
destrozar sin piedad las bellas flores 
de la ilusión que amé; 
que jamás, bajo el peso que me oprime, 
mientras un rayo de virtud me anime, 
la frente inclinare.

Luz

¿Adónde el alma incierta
pretende el vuelo remontar ahora?
¿Qué rumor de otra vida la despierta?
¿Qué luz deslumbradora
inunda los espacios y reviste
de lujoso esplendor cuanto era triste?

¿La inquieta fantasía
finge otra vez en la tiniebla oscura
los destellos vivísimos del día,
lanzándose insegura,
enajenada en su delirio vago,
de un bien engañador tras el halago?

¡Ah, no! Que ya desciende
sobre Quisqueya, a iluminar las almas,
rayo de amor que el entusiasmo enciende,
y de las tristes calmas
el espíritu en ocio, ya contento,
surge a la actividad del pensamiento.

Y surge a la existencia,
al trabajo, a la paz, la Patria mía,
a la egregia conquista de la ciencia
que en inmortal porfía
los pueblos y los pueblos arrebata
y del error las nieblas desbarata.

Ayer, meditabunda,
lloré sobre tus ruinas ¡oh, Quisqueya!
toda una historia en esplendor fecunda,
al remover la huella
del arte, de la ciencia, de la gloria
allí esculpida en perennal memoria.

Y el ánimo intranquilo
llorando pregunto si nunca al suelo
donde tuvo el saber preclaro asilo
a detener su vuelo
el genio de la luz en fausto día
con promesas de triunfos volvería.

Y de esperanzas llena
temerosa aguarde, y al viento ahora,
cuando amanece fúlgida, serena,
del bienestar la aurora,
lanzo del pecho, que enajena el gozo,
las notas de mi afán y mi alborozo.

Sí, que ensancharse veo
las aulas, del saber propagadoras,
y de fama despiértase el deseo,
brindando protectoras
las ciencias sus tesoros al talento,
que inflamado en ardor corre sediento.

Ya de la patria esfera
los horizontes dilatarse miro:
el futuro sonriendo nos espera,
que en entusiasta giro,
ceñida de laurel, a la eminencia
se levanta feliz la inteligencia.

Es esa la futura
prenda de paz, de amor y de grandeza,
la que el bien de los pueblos asegura.
la base de firmeza
donde al mundo, con timbres y blasones,
se elevan prepotentes las naciones.

¡Cuántas victorias altas
el destino te guarda, Patria mía,
si con firme valor la cumbre asaltas
Escúchame y porfía;
escucha una vez más, oye ferviente
la palabra de amor que nunca miente:

yo soy la voz que canta
del polvo removiendo tus memorias,
el himno que a tus triunfos se adelanta,
el eco de tus glorias…
No desmayes, no cejes, sigue, avanza:
¡tuya del porvenir es la esperanza!

Retrato de Salomé Ureña, por Oscar Marín Bonetti, c. 1922. Óleo sobre tela. 60 x 46 cms. Col. Marcelle Pérez Brown. 

Salomé Ureña Díaz de Henríquez (Santo Domingo, Rep.Dominicana, 21 de octubre de 1850 – Santo Domingo, 6 de marzo de 1897).  Poeta y educadora. Considerada una de las figuras centrales de la poesía lírica dominicana del siglo XIX. Defensora de la educación de las mujeres en su país.

Hija de Gregoria Díaz de León, quien la enseñó a leer y a los cuatro años ya leía de corrido, y del también escritor Nicolás Ureña Mendoza.

Sus padres se separaron cuando tenía dos años y vivió con su madre, pero diariamente visitaba la casa de su padre quien introdujo a sus hijas en la literatura y les enseñó las obras clásicas de autores españoles y franceses que ayudaron a las jóvenes Salomé y su hermana Manuela a desarrollar el arte de la declamación, recitando en español, francés, inglés y latín.

Salomé comenzó a escribir versos a los 15 años. En 1867 publicó sus primeras obras bajo el seudónimo de «Herminia», nombre que usó hasta 1874.

En 1877, le fue otorgada una medalla, en acto público organizado por la Sociedad Literaria «Amigos del País», institución cultural que patrocinó, en 1880, la publicación de su obra Poesías.

El 11 de febrero de 1880, a la edad de veintinueve años, se casó con el doctor y escritor Francisco Henríquez y Carvajal, quien posteriormente alcanzó la presidencia de la República Dominicana. La boda se celebró en la ciudad de Santo Domingo en la casa donde residía Salomé, situada en la calle San José No. 13 (hoy 19 de Marzo No. 254) esquina calle De la Cruz (hoy Salomé Ureña). La pareja tuvo tres hijos, Francisco(1882), Pedro(1844), Max (1885) y una hija Camila (1894),también poeta.

Después de su matrimonio con Francisco Henríquez, la producción poética de Salomé Ureña decae de manera notable; tan sólo publica 17 poemas en los 17 años de su matrimonio, cuando en los diez años anteriores había producido 35.

En 1881 fundó el primer centro femenino de enseñanza superior en el país : el “Instituto de Señoritas”. A los seis años de su fundación se graduaron las primeras seis maestras normales que tuvo la República Dominicana. Algunas de sus primeras graduadas, como Mercedes Laura Aguiar y Luisa Ozema Pellerano, se convirtieron en referentes de la educación y las artes en el país.

En 1887 su esposo Francisco viaja a Francia, para perfeccionar sus estudios de Medicina. Comienza la ausencia de cuatro años de su esposo y Ureña sufre en soledad las faenas del Instituto y sus problemas financieros, las enfermedades que amenazan la vida de sus hijos y el deterioro de su propia salud. Con la publicación del Epistolario de la familia Henríquez (ver Incháustegui 1994) se ha podido echar más luz a este periodo vital y difícil, ya que ha quedado claro que su esposo Francisco sostuvo relaciones amorosas con una francesa, con quien tuvo una hija, hecho que nunca fue reconocido, y que muy probablemente fuera una de las causas de su larga ausencia, que causó grandes ansiedades y sufrimientos a Salomé. En esa correspondencia llama la atención la emoción apasionada expresada por Salomé Ureña y el contraste que ofrece su tono con la frialdad del de su esposo…Además de las ansiedades de su vida privada, Salomé Ureña sufre múltiples resistencias en el ambiente público de la educación. Estableció una escuela laica que estuvo en constante conflicto ante las normas oficiales y sociales en un país católico y tradicionalmente religioso. Su escuela no sólo tuvo que enfrentarse con las previstas dificultades financieras, sino también prejuicios de género al admitir sólo a mujeres. Existen numerosos documentos que resultan como una crónica de sus conflictos en el campo de la burocracia, de las finanzas y de la política. Ella misma sufragaba la inscripción de un número importante de estudiantes.  La correspondencia que aún existe en los archivos recuenta los continuos problemas económicos y políticos con el ayuntamiento de Santo Domingo sufridos por la directora del Instituto, con las respuestas del Gobierno, aparentemente amables, pero que generalmente no le otorgaba lo que necesitaba. Sin embargo, frente a todos los obstáculos, triunfa Salomé Ureña y se gradúa el primer grupo de maestras normales en abril de 1887, acto público reseñado en los periódicos y visto como “… más que elocuente, más que solemne, más que espléndido: fue conmovedor y edificante… satisface al espíritu patriótico y americanista. Todo el mundo salió como alentado por secretas esperanzas”, según el artículo del periodista/profesor del Instituto César Nicolás Penson: “No tiene precedente en el país; […] y no se ha visto en toda la América del Sur y las Antillas…: esperanzas de porvenir para [la República Dominicana] y la América Latina” (Boletín del Comercio, Santo Domingo, abril 22, 1887; reproducido en Rodríguez Demorizi 1960, 198-201).

El Dr. Henríquez regresó de Europa, el 6 de julio de 1891, y encontró muy deteriorada la salud de Salomé quien no recuperará la salud, que, al contrario, desmejora, sobre todo con el nacimiento de su hija Camila en 1894. 

En diciembre de 1893 fue clausurado el Instituto de Señoritas, que permaneció cerrado hasta enero de 1896, cuando fue nuevamente abierto por Luisa Ozema y Eva Pellerano Castro. Después de muerta la poeta, sus discípulas le dieron al Instituto el nombre de Salomé Ureña.

Salomé Ureña murió de tuberculosis a la edad de 46 años, fué enterrada en la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes y trasladada en 1972 al Panteón de la Patria. A su entierro sale la población femenina de Santo Domingo por primera vez en acto público, y se celebra una gran manifestación de duelo nacional. 

Actualmente Salomé Urueña es considerada por muchos como la mejor escritora de la República Dominicana. El 21 de octubre fue declarado «Día del Poeta» en su honor.

Obras: 

Su obra poética, cerca de sesenta composiciones, incluyen la épica y la lírica, entre los que se incluyen: La gloria del progreso (1873);Ruinas (1876); La llegada del invierno (1877); «La fe en el porvenir (1878); Anacaona (1880); Poesía de Salomé Ureña de Henríquez (1880); Sombras (1881); Mi Pedro (1897).

Enlaces de interés:

https://www.bibliotecanacional.gov.co/es-co/colecciones/biblioteca-digital/poemas-y-cantos/Paginas/03-ensayos.html?id_poeta=Salome_Urena

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