Lujuria
La chair est triste, hélas, pero ¿y la fantasía?,
¿y es mental un pecado si usamos los sentidos?
Por los nueve agujeros del cuerpo, como un guía,
un vértigo fue abriendo las llaves del alivio.
No es el apelo mudo de la especie en el tiempo
que nos habla de lejos como de un deber último.
Ese goce no tiene ni locura ni exceso,
es el dios de los hijos, el secreto del mundo.
A ti, vieja lujuria, te cometí tan poco
y tanto algunas veces, fui más allá del sexo.
Hubo hombres que me amaron, y el amor no es vicioso,
pero a ti te entregué la otra faz del deseo
donde se desvanecen Actos contra naturam
(cuando yo me perdía en las nalgas de Eros)
y hoy palpo en tus palabras -concupiscencia impúdica-
y mi vicio más íntimo acaba en desenfreno.
Verso ocioso
Combino con distancia y con recuerdo,
existo poco y mal en el presente.
Vengo de lejos, pero sólo en sueños,
de cerca mi presencia se disuelve.
El sol que me ilumina es de topacio,
y en mi carta la luna es de papel
en áspero cuadrado con el astro
más opaco: mis tonos son pastel.
Escribo versos en endecasílabos
los días lluviosos (como es hoy) y llego
casi al presente donde me deslizo
recto hacia atrás en busca de sosiego.
Visto de cerca yo me desvanezco.
¿Música en mí? Sólo de las esferas.
Por la línea del tiempo huyo del duelo
de ese abismo en el hoy que nos acecha.
Lo aprendí en el camino del exilio:
duele el país real de la memoria
y nace como un hongo en otro sitio,
envenenado y que también acosa.
Y por eso hoy combino con distancia.
Cuando casi estoy vivo casi muero,
y casi escribo, torpe de añoranza,
un verso ocioso, ausente y con defectos.
Adán
Cuéntanos, padre Adán, ¿cómo se nace puro?
¿Amaste a tu mujer? ¿Cómo es tener virtudes?
Yo no tengo ninguna y por eso pregunto,
¿a qué olía el Edén? ¿Era su fruto dulce?
¿Por qué estaba prohibido? Un jardín con clausuras
fue un mal comienzo, Adán. ¿Serías como un niño?
¿Y por eso eras bello? ¿Tuviste un alma justa,
ardiente el corazón, prudente el apetito?
¿Para qué te crearon? ¿Para mostrar al mundo
humildad, diligencia, templanza, compasión,
castidad (y la Fuerza en sentido profundo)?
¿Y acabar en pecado?, ¿caer en tentación?
¿No sabía tu padre que no resistirías?,
tan luego Él, tan sabio, que todo lo conoce.
Cuéntanos, padre Adán, ¿comiste con codicia
los frutos del pecado? ¿Recuerdas sus sabores?
Yo sé que te escapaste de velar una infancia
perdida en la memoria. Perdiste un paraíso
con un árbol cargado de imposibles manzanas,
y unos ríos bucólicos. ¿Tal vez sentiste alivio?
Hoy escribo estos versos y no espero respuestas,
son preguntas retóricas, no saldrá una mujer
ni un hombre ni un andrógino con sus falsas promesas
como de tu costilla tan llena de altivez.
Pero sé que estás solo, como se está en pecado,
materia de mis versos, nostalgia del Edén,
eres padre y hermano, el primer humillado
y siempre, siempre, siempre, el último a nacer.
Naif
El poema vagaba sin poeta,
por el aire giraba como un trompo
venido de la infancia y ya sin cuerda,
sin rigor de la física y sin logos,
buscaba un alma que lo recogiera
en el tiempo de los hombres, el siglo
donde nacer, después de las fronteras,
mecido por la historia o los molinos
o la sal, el Sur, el viento, otros versos
que ondean en el cielo, panaderos
soplados en la infancia contra el miedo,
poemas del poema sin palabras,
los del salto nupcial de los insectos,
babas del diablo, celo de la nada.
Souvenir d’automne
Fue en Praga, allá por el otoño
del año 1980, a la hora del té en el Café Europa
y él se llamaba Hyacinthe, como los gatos
deberían llamarse. Olía a jazmín
y me decía “je l’aime encore”.
Nunca te olvidé, Hyacinthe
aux yeux verts, aux cheveux noirs, y hoy
sentado frente a la playa, entre los jazmineros
del Boulevard de la Mer, al borde
del Atlántico en América del Sur, digo
“je l’aime encore” en voz alta
y me río solo mientras dos muchachos
se vuelven para mirar a un viejo que ríe sin motivos, dice
“je l’aime encore” y también huele a jazmines.
Aburrimiento
Una vez más el día
en este bajo mundo.
Me aburro en el jardín,
nadé en los cuatro ríos.
Me limo con esmero
las uñas de los pies.
Tengo mala salud
y he sido mal amante.
Soy muy mediano en versos:
nunca entré en el Edén
(ni en las antologías,
uruguayas al menos).
Para pasar el tiempo
puedo hablar de dolencias,
mi carné de salud
es de los veinte años.
“Altura: uno noventa,
Peso: setenta quilos”.
La foto en blanco y negro
es de un muchacho díscolo.
(Siempre me voy de tema
cuando hablo del amor)
Los hombres que me amaron,
con excepción de uno,
no tuvieron glamour
ni dejaron recuerdos
de mayor importancia.
Yo mismo -digo yo-,
de los muchos que fui
no quedará uno sólo.
(Una vez más el día
en este bajo mundo.
Me aburro en el jardín,
nadé en los cuatro ríos)
Soy sólo pensamiento
perdido en un jardín
que sueña ser Edén.
Sé que un mono me observa,
está sobre una rama.
Es eterno, calculo.
Y mientras, yo me aburro.
Imagen digital
A Jean-Francis, In Memoriam
En la última foto
beso tu cabeza, enorme
como la de un elefante
(hoy tu cabeza ya no existe más).
Estamos en la soledad de una sabana
(tampoco era el París de nuestra juventud)
Los dos sonreímos, incluso con los ojos.
Mi mentón está pegado a tu cráneo
y tu boca se cierra para respirar
por la traqueotomía.
Ya no esperamos nada, bramamos en el flash,
espléndidos como el orgullo
al borde del abismo.
(Mi boca mortal sigue deslizando
sobre la piel de tu cráneo)
El amor era un arte hecho de polvo y huesos
como nuestras tallas trabajadas en marfil.
Y hoy me resta este poema narrativo
(que apunta la escopeta a los recuerdos
y no acorta mi espera).
(de Susurro Sur, Valparaíso México, 2016)
Sobre la piel de la noche
Con Juan Introini y Jean-Francis, mis dos Juanes,
que ya no son de este mundo.
Me desliza la piel de la noche, soy arcaico
por nacimiento. Traigo conmigo el abismo aterrado
al borde de los astros y un planeta al acecho.
He visto mi perfil al carbón, la parte
sideral de la vida, tragada
en el agujero negro de los días
y yo escribía poemas buscando la salida
al laberinto de los huesos.
Me desliza la piel de la noche, restos
de los cuerpos, mechones de cabello
como el de la cinta azul en la caja repujada,
el diente de leche engarzado en un anillo,
y perdido en cajones que daban siempre
al más allá, mis preguntas al polvo
gris que fue Jean, el que sostuve en mis manos
y que voló con el viento del mar.
Ya nadie leerá en mi mano los secretos
de las líneas como rutas, huellas, guías.
Cubre la piel de la noche
el polvo dulce de los muertos. Cubre
a Juan, la calle Libres, la de los paraísos
que entonces declinaban los días en latín, y yo los recito
desde los años 60. Y enumero los días
de salvar sanantonios, poemas, tréboles
para la buena fortuna, las cruces
de sal gruesa contra el mal de ojo.
Y la alarma del sexo que se erguía
sobre la piel de la noche,
el deslizarse suave del amor
que acababa y no acababa. Como los versos.
Como mi tiempo. Como hoy deambulo entre mis muertos
como astros y escribo
los últimos poemas, al fin la noche
abrupta de este mantra.
Candilejas
Es un hombre. Está
sentado en el muelle y mira al mar
como si el mar le prometiera una respuesta
o un consuelo.
Inmóvil, ve desfilar pasajes de su vida
sobre la línea del horizonte.
Se ve a sí mismo en la ilusión de óptica,
es una de las figuras trémulas de esa linterna mágica
o gira como una sombra chinesca.
Parado junto a una roca de la playa, un segundo hombre mide
el tamaño de la ensenada que los separa.
Para este, el primer hombre también es una sombra
chinesca sobre la línea del muelle:
no distingue sus rasgos y no imagina
qué historia se desliza en las escenas
-escurridizas como peces-
que el del muelle ve en el horizonte.
Un hombre mira a otro que mira el brillo del horizonte.
Distraídos ambos por las luces de la hora
tampoco sospechan que un día serán las siluetas
de un poema fantasioso entrevisto por un poeta venido de Uruguay
una tarde límpida al fin del otoño
junto a las rocas de la playa en Santos
mirando hacia el muelle de los pescadores.
Santo Domingo mulato
La Iglesia
y la Cárcel Real bajo la luna,
souvenirs de la Conquista, espectros íntimos
del siglo XVI en la Hispaniola.
El me esperó tras el Alcázar de Colón
con el viejo walkman al oído
y una flor de caoba para la suerte.
Apresé su carne
y su alma
en mi boca,
mi hostia
sucia y sagrada.
Después me fui por la calle del Conde,
limpias las comisuras de los labios.
Un tambor escapaba del centro de la isla.
de Poeta en el Edén ( 2012).
Poeta en el edén
No, Señor,
nunca huiré del Paraíso, tengo en mí
la leche eterna de los padres y los hijos,
y escribo poemas para la nostalgia.
No, Señor,
nunca seguiré el rumbo imprudente
de los cuatro ríos, el que impele a los nautas
hacia el mar de monstruosas criaturas.
Habían podado las ramas de oro
que brillaban en el árbol de la vida.
Y ahora me llaman como almas.
No, Señor,
nunca comeré del árbol prohibido.
las frutas suculentas. Aspiro
los perfumes seductores,
—Et d´autres, corrompus, riches et triomphants—
Nada sabes de mis íntimos
paraísos artificiales, y te ofrezco las costillas
húmedas y turgentes
para que sigas modelando al mundo
mientras duermo.
Soy un niño inmenso
escribiendo dócilmente en el barro del Edén.
Tengo un muñeco de porcelana blanca.
Balbucea.
de Poeta en el Edén ( 2012).
Último viaje
Soy el dueño de los presentimientos, ausculté
al borde de mi almohada,
los contaba como ecos que volvían del abismo
hechos poema.
Y me acerqué al pozo.
La aventura del verbo había ido lejos.
Lo que quedó por decir latía en penumbra
para mejor adivinar todo lo dicho, mar infinito
donde navega el viscoso animal en mi poema.
Entonces vi el coral arcaico
sobre el que deslizaba la medusa.
Aprendí a ser la anémona y la quemadura,
yo vivo entre lo dicho y lo que silencié.
Y mis preguntas caen como piedras.
Alfredo Fressia (Montevideo, Uruguay, 2 de agosto de 1948 ~ São Paulo, Brasil, 7 de febrero de 2022). Poeta, crítico de poesía, profesor de literatura y traductor . Integrante de la llamada Generación del 60, es considerado uno de los nombres claves de la poesía uruguaya contemporánea.
Se formó en Literatura y francés y trabajó como profesor en Uruguay hasta 1976, año en que fue destituido por la dictadura uruguaya. Entonces emigró a Brasil, donde continuó dedicado a la poesía y a la enseñanza.
Fue profesor de literatura francesa en la Universidad Católica de Sao Paulo, hasta su retiro en 2018. Publicó textos y crónicas en suplementos culturales en Uruguay, Brasil y México.
Su primer libro publicado fue Un esqueleto azul y otra agonía (1973) y le valió un Premio Nacional de Literatura otorgado por el MEC. Le siguieron más de 20 títulos publicados en Uruguay, Brasil, México, Argentina, Perú, Francia y Portugal.
Algunos de los mas conocidos son : Cuarenta poemas(Ediciones de UNO, 1989; Editorial Lisboa, 2018), Eclipse (Civiles Iletrados, 2003; Alforja Conaculta-Fonca, 2006; Melón Editora, 2013), Poeta en el Edén (La Cabra Ediciones, 2012; Civiles Iletrados, 2012; Editorial Lisboa, 2016).
En 2019 publicó en Buenos Aires, a través de la editorial Lisboa, el ensayo autobiográfico Sobre roca resbaladiza, que al año siguiente saldría en Montevideo por la editorial Yaugurú.
El 24 de octubre de 2018, la Junta Departamental de Montevideo le otorgó el título de «Ciudadano ilustre» de su ciudad natal y el 1 de diciembre del mismo año, recibió el Premio Morosoli por su trayectoria en la categoría poesía.
Nota: Esta entrada ha sido actualizada el 7 de febrero de 2022 debido al fallecimiento de Alfredo Fressia.
¡Vuela alto Poeta!
Enlaces de interes:
http://alfredofressia.blogspot.com/2010/06/tres-cronicas.html
https://cooltivarte.com/portal/esperar-entrevista-a-alfredo-fressia/
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