Poemas de Christine de Pizan

«Y si alguna mujer aprende tanto como para escribir sus pensamientos, que lo haga y que no desprecie el honor sino más bien que lo exhiba, en vez de exhibir ropas finas, collares o anillos. Estas joyas son nuestras porque las usamos, pero el honor de la educación es completamente nuestro. »

Christine de Pizan


Esta página es de poesía pero también queremos dar presencia a algunas mujeres que, aunque no escribieron poesía, o no destacaron por ser poetas, su voz como mujeres, pioneras, pensadoras y/o escritoras es tan importante en la historia que creemos deben ser incluidas.

Este es el caso de  la gran Christine de Pizan, considerada la primera feminista del Occidente.

Una de nuestras Imprescindibles. 


Canción en honor a Juana de Arco (fragmento)

XXXV

Una muchacha de dieciséis años

que ligera armas pesadas porta

(…)

y que hace que los enemigos de Dios

antes de caer muertos huyan al verla.

XXXVI

Ella libera Francia del invasor

recobra ciudades y castillos

Nunca un ejército pudo más,

ni con más de cien mil hombres.

De nuestros soldados valerosos

ella es el caudillo y el primer comandante

Dios la hizo tan grande

que ni Aquiles y Héctor podrían igualarla.

XLI

Con la inspiración de Juana

los ingleses serán doblegados.

No volverán a levantarse.

Dios así lo quiere, que escuchó

los gritos de aquellos que padecieron

tanto dolor.

La sangre de los que murieron

clama hacia Inglaterra sin cesar.

XLII

Ella expulsará a los sarracenos

y conquistará la Tierra Santa.

¡Dios guarde a Carlos! Ella lo llevará allí.

(…)

Y allí es donde ambos habrán de morir

para la ganar la gloria,

y así todo habrá sido completado.

XLIII

Ella por sí sola ha tomado la corona.

Su triunfo enseña que

Dios le ha dado más valor

que a todos los grandes hombres

que antes fueron cantados.

XLVLL

¿No ven, ingleses,

que en ella Dios ha enseñado su mano?

Solo los tontos no lo pueden comprender.

Porque fue por su deseo

que la Doncella ha venido a Francia.

No tienen fuerza para oponersele.

XLVLLL

¿No ha sido el rey por fin coronado?

¿Quién lo condujo?

Ninguna bravura en Tierra Santa

ha sido mayor que lo obrado por la Doncella.

Doncella, el blasón de tu acorazado corazón,

la corona coronándolo;

Doncella,

tu figura cabalgando al viento, la pureza de tus causas… 

Domrémy, seis de enero,

nacida como promesa de la Epifanía,

como última y libertaria exhalación de conciencias que habían sido quebtantadas contra los

muros.

Fuiste la niña elegida por Dios para llevar los tres ángeles del estandarte:

uno para encauzar, aún contra el viento, la espiral del río que guiase las barcas a puerto

adverso;

el mismo para imantar la flecha a tendón enemigo;

otro para ondear el silencio en el ara secreta;

uno más para resistir al arcano que, no lo sabías, reclamaría tu nombre.

Seas bienvenida,

la pequeña pastora que logró escuchar el llamado observante del día;

la invocada por las redes extrañas de la causalidad,

aquel deseo que fuese traído al mundo por Beda y Sybila desde el confín del sueño:

la espada en alto de una mujer sostendrá la fe que nos despertará…

Cómo es que esa empuñadura no logró enclavar el ansia inquisidora

como una transverberación que figurase al ángel;

cómo fue, Juana, que no logró detener al verdugo

al perturbarse éste en la transparencia oracular de tus ojos

que le mostrara su cráneo estallado por siempre bajo la mezquindad de sus juicios.

Tus ojos.

Esos tus ojos con que soportaste el resplandor avivado en tu propia carne,

en la plaza Vieux-Marché;

esos tus ojos que no dejaron de mirar la cruz mientras su devoción se fundía con tus médulas,

tu boca deshecha con que aún pudiste clamar seis veces al Salvador como un pequeño

(Jeshus…)

conjuro…

y tu pecho ahorcado por el humo

un estallamiento

tu sangre goteando en el rostro de quienes lloraban tu cauterio

un estallamiento

el grito gutural del tórax

mas tu corazón,

tu corazón tres veces incendiado el cuerpo para que no quedase nada

pero quedaba todo:

quedaban tus venas todavía,

quedaban tus vísceras     tus células tres veces el martirio hasta confundirse con las cenizas de

la pira

mas tu corazón,

tu corazón intacto como tu verdad.

Y tú Juana, sola con tu diminuta fe ante los templos de poder,

tú con tus desahuciadas palabras ante la investidura de esas hienas ocultando sus huesos

y ante los rubíes de sus cuencas,

con tu doméstica y salvaje bondad ante aquellas bestias de guerra y tributos

sola,

con tan sólo tu pureza frente a los retorcimientos con los que buscaban confundirte,

acaso llegaste a dudar de tus voces,

si tus voces realmente eran tus Santas,

si era el Arcángel:

“habré interpretado mal su lenguaje,

por qué Majestades tan dignas tendrían que revelarse ante mí”.

O acaso llegaste a dudar de ti misma:

“si fui tentada no por el ángel y si por mi enorme soberbia caí porque sólo amaba mi silueta

cabalgando al viento y era una mentira que quería el bien de mi pueblo;

si falté a mis padres por haberlos abandonado,

si merezco el castigo porque, como dicen todos, sólo soy una pobre mujer”…

Tu soledad en medio de la celda pestífera,

sola, con tu cuerpo estrellado contra las heladas baldosas,

cuánto dolor, cuánto llanto Juana mía,

¿habrías llegado a maldecir a ese tu rey por haber sido indigno del Orbe que Dios puso entre

sus manos debido a tu estandarte?

(espero que sí, por la maldición intrínseca a sus miserables restos):

“no mi delfín, tú no puedes abandonarme porque soy la doncellez dicha por los profetas;

no debes, rey mío, porque también fui tocada por el sol que te coronó en Reims,

no debes, no puedes,

no tú, mon roi”…

O habrías dudado, Juana, de tus ordenanzas:

“desobedecí a mi príncipe y altiva libré las batallas que me había prohibido;

nunca debí ataviarme la armadura anómala, el yelmo informe,

pertrechos de los hombres

ellos,

nunca debí desafiarlos” …

Ay, Juana mía…

Sola, con tu inocente y no sabías que fatal, causa de Dios.

Cómo podías saber que la puerta que casi cercenó tu rostro, negándote sólo a ti la entrada a la

fortaleza auxiliadora,

fue cerrada por voluntad de ese reyezuelo bastardo o por su madre reptil (cuya estirpe, que ya 
no reina en el futuro, ha sido y será maldecida al haber derramado tu sangre),

o por los babeantes gusanos de la corte

o por todos;

sola, en Ruan, con tu desquiciante soledad,

en esa torre;

cómo podías saber que eras ya una profecía inservible,

una virtud incómoda;

que tus cenizas eran la moneda de cambio ante los pactos.

Sola con tu desamparo en medio de tu calcinación:

“Señor, por qué me has abandonado”…

No Juana, Dios nunca te dejó.

Yo, Christine, sola (seulette suy…), en la soledad de mi clausura, entregado el esplendor de

nuestra tierra,

aquella por la que luchaste,  

al extranjero y al blasfemo traidor,

y con el sólo consuelo de ver a mi hija aquí, conmigo, consagrada al Eterno,

en la hora oscura de mi desaparición, te digo que fuiste mi gran esperanza,

la piedra preciosa de mi ciudad interior donde todas nosotras viviríamos salvas y salvadas;

cuánto dolor, cuánto llanto si antes de haber escrito mis últimos versos,

por supuesto dedicados a tu gloria,

hubiese sabido de tu hoguera a manos de esos mismos que condenaron mis dichos, los mismos

malditos por la eternidad que años atrás destruyeron también por fuego a otras hermosas

damas y a sus hermosas obras.

No, Juana, Dios siempre estuvo contigo.

Ahora que habito, junto con mi hija, esta Ciudad del Cielo,

sé que Dios tomó en sus manos tu corazón,

ése tu corazón ignífugo.

Yo, Christine, abro de par en par las puertas del castillo amparador a ti y a ese tu corazón que

será la llama viviente de nuestro altar,

tu acorazado corazón,

la corona del tiempo coronándolo.

Amén.

Ciudad de las Damas, Reino de Cielo, Abadía Celeste de Saint-Louis de Poissy

Y ahora, ya es tiempo de mi obra comenzar;
como sucedió, sin más demora, lo relataré,
si os place oírlo y escucharlo,
de dónde, de qué y de cómo fue, tomad nota.
Como Fortuna perversa
me ha sido a menudo adversa,
y como aún no se cansa
sin cesar de hacerme daño
con su girar que a muchos mata,
del todo me ha abatido;
así, con dolor excesivo,
a menudo solita y pensativa,
estoy, añorando el tiempo pasado
y feliz, ahora todo arrebatado
por ella y por la muerte,
cuya memoria me muerde
recordándome sin cesar a aquel
por quien sin necesidad de otra cosa
yo vivía feliz
y muy placenteramente,
cuando la muerte vino a atraparlo,
a él, que para mí no tenía igual
en este mundo, así lo creo,
pues no puedo en verdad imaginar
otro más sabio, prudente, bello y bueno
que él, en todas las cosas.
Me amaba, y justo era que así fuera
que muy joven le fui entregada.
Habíamos así concertado
nuestro amor y nuestros dos corazones
mejor que hermanos o hermanas
en un único y entero querer,
en la alegría y en la pena.

De «El camino del largo estudio»

Me vino entonces al pensamiento
que este mundo solo es viento,
poco durable, lleno de tristeza,
sin seguridad ni suerte buena,
donde los grandes no están al abrigo
de Fortuna, ni de desgracias.
Tan corrompido está el mundo
que apenas queda gente buena.
Pensaba en las ambiciones,
en las guerras, en las aflicciones,
en las traiciones, en los grandes males
que encierra, en los grandes desastres
que ocurren, las grandes faltas,
que se cometen, las grandes desgracias
-me espanto- que de ellas pueden venir,
que no podemos en paz vivir.

De «El camino del largo estudio»

Christine de Pizan (Venezia, 1364-Monasterio de Poissy, Francia, hacia 1430). Poeta, filósofa y feminista.

Nació en Venecia, pero se crió en la corte del rey Carlos V de Francia, a la que se había trasladado su padre, Tommaso de Pizan, en calidad de astrólogo real, alquimista y físico. Pizan fue educada de forma autodidacta y hablaba francés, italiano y latín.

En 1380 a sus 15 años se casó con Étienne du Castel (secretario de la corte), diez años mayor que ella. El matrimonio tuvo tres hijos (una niña y dos niños) y por lo que se ha podido saber tuvieron siempre una buena relación. Prueba de ello es el apoyo que Christine recibió por parte de su marido, que no solo lo permitió sino que la alentó para que siguiera estudiando y leyendo. Por lo tanto, consiguió tener un gran equilibrio en su vida: era madre y escritora. Desafortunadamente, el rey Carlos V murió ese mismo año y muchos de los ingresos de Étienne fueron reducidos por el nuevo rey. Tomaso, su padre, murió debido a una enfermedad en 1390 y Étienne también murió en forma repentina, por lo que Christine, con 25 años, viuda y a cargo de tres niños, su madre y una sobrina, decidió dedicarse profesionalmente a la literatura.

Cuando empezó a ser más conocida logró recibir el apoyo de muchos nobles medievales, especialmente del rey Carlos VI y su esposa la reina Isabela de Baviera quien le proporcionó un estudio en la Biblioteca Real. De esta manera Christine De Pizan fue la primera mujer en tener un espacio personal para dedicarse a escribir, al que llamó “Estude”, que puede ser considerado el antecedente de la Habitación Propia de Virginia Woolf. Ahí Christine comenzó a escribir baladas de amores perdidos, poemas que son motivados por la tristeza de la muerte de su marido, de los que compuso 300 entre 1393 y 1412 y que fueron un éxito popular.

Con el tiempo Christine, como otros escritores coetáneos, en particular Alain Chartier, deja el lirismo personal de las baladas para situarse en el plano de la reflexión y comenzó a profundizar en temas más filosóficos, políticos y mitológicos, entre los que destacan “Epístola del Dios del Amor” (1399) donde aborda los falsos amores; “Epístola a la reina Isabel”  sobre la política de la época; “Las epístolas de Otea a Héctor “ una colección de 90 cuentos alegóricos.

Al comenzar el siglo XV, empezó a escribir sobre los derechos de las mujeres y fundó La Querelle de la Rose, también conocida como “la querella de las mujeres”, una agrupación femenina que debatía sobre el papel de las mujeres, su acceso al conocimiento y la denuncia de la subordinación que sufrían en la época. Este grupo estuvo activo hasta el siglo XVII. La obra más conocida de Christine de Pizan es La ciudad de las damas, terminada en 1405 y considerada como la precursora del feminismo occidental. El libro surge como respuesta a Roman de la Rose. Para refutar las afirmaciones y argumentos misóginos, la pensadora crea una ciudad alegórica en la que se dan cita una multitud de mujeres ilustres. María Magdalena, la Reina de Saba, Safo, Medea, Circe, Medusa y otras tantas habitan la Ciudad de las Damas y cada una aporta un ejemplo de contraargumentación.

En 1412 debido a la guerra civil, Christine abandona París para recluirse en el convento de Poissy, donde escribe sus últimas obras, entre ellas la dedicada a su contemporánea Juana de Arco, “Canción en honor de Juana de Arco” (1429).

De Pizan escribió prácticamente hasta el fin de sus días. Murió en 1430 a los sesenta y cinco años de edad.

El legado de esta librepensadora adelantada a su época es enorme. Amante de la libertad, filósofa, erudita y escritora en mayúsculas. Ni las convenciones machistas de la época, ni el matrimonio, ni la maternidad, ni la viudez, ni la adversidad frenaron su vocación intelectual. Precursora del feminismo proclamó una nueva imagen y papel para las mujeres en la sociedad, siendo ella misma, el ejemplo viviente de su forma de pensar.

 Fue Simone de Beauvoir quien recordó al mundo quién había sido esta gran intelectual. En su libro «El segundo sexo» expresó que Cristina de Pizan había sido la primera mujer en tomar la pluma para defender los derechos de «su sexo». Hoy Christine De Pizan es considerada la primera feminista del Occidente.

Si fuera costumbre mandar a las niñas a las escuelas e hiciéranles luego aprender las ciencias, cual se hace con los niños, ellas aprenderían a la perfección y entenderían las sutilezas de todas las artes y ciencias por igual que ellos… pues… aunque en tanto que mujeres tienen un cuerpo más delicado que los hombres, más débil y menos hábil para hacer algunas cosas, tanto más agudo y libre tienen el entendimiento cuando lo aplican. Ha llegado el momento de que las severas leyes de los hombres dejen de impedirles a las mujeres el estudio de las ciencias y otras disciplinas. Me parece que aquellas de nosotras que puedan valerse de esta libertad, codiciada durante tanto tiempo, deben estudiar para demostrarles a los hombres lo equivocados que estaban al privarnos de este honor y beneficio. Y si alguna mujer aprende tanto como para escribir sus pensamientos, que lo haga y que no desprecie el honor sino más bien que lo exhiba, en vez de exhibir ropas finas, collares o anillos. Estas joyas son nuestras porque las usamos, pero el honor de la educación es completamente nuestro

Christine de Pizan «La ciudad de las damas»( Madrid: Ediciones Siruela, 2015)

Enlaces de interés :

https://roderic.uv.es/bitstream/handle/10550/47675/Introduccion%20CBAD.pdf?sequence=1

https://seminariolecturasfeministas.files.wordpress.com/2012/01/la-ciudad-de-las-damas-texto.pdf

https://www.poemas-del-alma.com/blog/especiales/cristina-pizan-mujeres-literatura


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