10 Poemas de Arnaldo Calveyra

Alberdi

Como si usted quisiera desentenderse

—para buscarla en pérgolas del alma—

con una melodía, de la niña, la noche

se despierta en el piano. La niña está inclinada

hacia su valse. Hay un guitarreo

en los patios del fondo, sin embargo.

La oscuridad, la noche,

un hombre infamando la vereda

son el brocal de estos arpegios.

Y no sé qué decirle de la noche,

una vela de sebo la soterra,

y está al lado la noche

«melancólica imagen de la patria».

Usted que se fue y volvió,

y que se fue de nuevo

ya de una vez por todas,

ya preparado para todo el tiempo,

usted cuya sonrisa se cansaba

-y lo traicionaría el duermevela

con Tucumán, y a las niñeces madres

la realidad, ya el más obtuso de los sueños—,

se está yendo del todo,

esta noche en su pieza de hospital

se va quedando solamente muerto.

Los montes eran lejos, sombra ultramarina.

Y la distancia quema su gallardete,

símbolo de las penas por la patria.

Doctor Alberdi: el sauce a la ventana,

la alternativa, la pasión tan extrañada,

el no obstante, el final del verso,

la payada sin mundo, la delación al lado,

son todas formas del morirse solo.

Mansilla, junio 19 de 1952

Neuilly, junio 19 de 1884

El viaje lo trajimos…

El viaje lo trajimos lo mejor que se pudo. De todas las mariposas de alfalfa que nos
siguieron desde Mansilla, la última se rezagó en Desvío Clé. Nos acompañamos ese
trecho, ella con el volar y yo con la mirada. Venía con las alas de amarillo adiós, y, de
tanto agitarse contra el aire, ya no alegraba una mariposa sino que una fuente ardía. Y
corrió todavía con las alas de echar el resto: una mirada también ardiendo paralela al no
puedo más en el costado de tren que siguió.
La gallina que me diste la compartí con Rosa, ella me dio budín. En tren es casi lo que
andar en mancarrón.
Los que tocaban guitarra cuando me despedías vinieron alegres hasta Buenos Aires.
Casi a mediodía entró el guarda con paso de «aquí van a suceder cosas», y hubo que
ocultar a cuanta cotorra o pollo vivo inocente de Dios se estaba alimentando.
En el ferry fue tan lindo mirar el agua.
¿Y sabes?, no supe que estaba triste hasta que me pidieron que cantara.

De: Cartas para que la alegría (1959)

La siesta del domingo 

Entreabierto a las miradas, el pulcro panteón donde reposan, unos frente a otros, los miembros de una familia. 

El sol que cae casi a plomo, penetra sin embargo en el inmóvil grupo. Aquí, a la izquierda y por poco en el suelo, el padre. Sobre esa oscura encina, la madre. En el tercer estante, el más joven de los hijos, muerto joven. A la derecha, las muchachas, muertas de muchos años. En lo que es el piso, si se levantara de su argolla la losa, se vería reposar, en el fervor de la penumbra, con los amigos que más tarde fueron sus cuñados, los restantes hijos varones repitiendo el prolijo conjunto de arriba. 

Pero hay una repetición más densa en la muerte: los hermanos mayores vivieron, aún solteros, apartados de la casa por un enorme patio, hermoso como un bosque. En esas habitaciones recibían amigos, tenían una guitarra. 

Ahora, entre ellos mismos en severo desnivel, y debajo de los padres, de las buenas hermanas, de su hermano más joven, descansan. Se diría que allá abajo, ocultos por la pesada losa como antes por el bosque, siguen conspirando hermosuras, siguen fuertes en la cacería nocturna, ajenos a la severidad paterna, a la inocencia pacífica, al candor de los blanquísimos paños bordados. 

Hay una repetición en la muerte. También la casa, cuando todos ellos estaban en la tierra, permanecía abierta, y con los días festivos hasta el humo de la chimenea despachaba limpieza. Ahora que la muerte recata la puerta y la entreabre sólo, todos duermen la siesta campesina.

De: Iguana, Iguana. Editorial Actes Sud(1985)

Yo muero todavía

Te lo digo, te lo digo, tienes que creerlo, nos estamos
volviendo esta cosa increíble que es el amor, un brazo es un
abrazo, las estrellas más se internan descalzando floras, tus
enanos muertos que pisabas ayer tarde, el agua, las aguas
aquellas que miramos con un oído atento hacia las caras, sin
saberlo, sin saberlo.

El viaje largo presentido, larguísimo callado, la casa por
la copa de los álamos, el lado de sombra de tus ríos, la pandora
alta queridísima entregada con una mano, aquella
palabra que llegó una tarde a pasar la vida con nosotros.

Encendido por el viento, ningún manantial pisa la tierra,
el amor había nomás que darlo todo, si no ¿quién habría de
quedarse en casa cuando ya todos nos hayamos ido?, invierno
de aquel año en qué moríamos de niños, nada cesa pero
el amor no cesa, ¡qué mineral cuánta greda en un fantasma!

Yo sé, tienes que creerlo, yo muero todavía, ya me animo
al amor con los ojos abiertos, yo lindo todavía, alambrada
mía, río de sonda que me paras en dos patas de conseja
camino hacia tus bocas, dame de esas lámparas que pasan,
de esas estelas que se apagan al hallarse, llévame para siempre
conmigo fuera mío, no dejes que yo entre más en tantas
casas sin hallarte, los mil dedos por noche de mis manos,
laberinto que no extravías al que abre la boca sin su grito
mudo, escucha, no escuches a las alas que no coinciden al
cerrarse, nos estará, sí, ya gozando la inolvidable muerte.

De: «Iguana, iguana» en «Cartas para que la alegría- Iguana, Iguana», Editorial Libros de Tierra Firme, Colección de Poesía Todos bailan, 1988.

Arnaldo y Monique Tur

 A lo largo,  a lo ancho de 

                                    espejo de la fuente alivianado por nubes, la mancha de aceite, la 

                                    palabra. Cunde, es página –precipicio en blanco y negro-, encierra

                                    el arrojo, encierra la intrepidez de significar, ser agua que corre, 

                                    agua de una fuente, pasión imposible de contener, acuñando en su 

                                    huida una imagen en los pocos que pasan, música que se destruye ni 

                                    bien oída, ocasiona praderas.

                                                                                                             Gratitud para con esas 

                                    historias que lo ayudan a vivir y, llegado el caso

                                                                                                             se deja investir por la 

                                    canción

                                                                                                             improbable.

De El hombre del Luxemburgo (1997)

Duerme el fumigador decano, ha envejecido como envejecen algunos maestros de la costa oriental del Uruguay. Poco a poco la muerte se va cansando de darlo de alta. 

Un estuario arrecia, la mente entra en olores. Antes de dormirse nos contó la historia de la laucha que encontró muerta en una lata de conserva. 

Y ahora mientras duerme parece estar pensando en otra cosa, tan excluyente el gesto, tan levantadas las cejas. Duerme y respira al mismo tiempo debajo del sauce y en una habitación azotada por respiraciones adversas. Los mosquitos que se posan sobre su frente caen muertos, fulminados al instante. 

-Pasado de gas, aclara el compañero, 

está a punto de despertarse.

De: El fumigador de guardia

Volví a la bodega. Pese al pampero queda olor a cianhídrico. Ni rastros de las tres ratas que vi pasar esta mañana. ¡Qué hondo el cielo desde aquí! ¿Acaso porque una de las puertas de la bodega no cierra y deja un hueco como de un pozo para un hombre estupefacto? Levanto los brazos como indicando “ya no”, y de todos modos frío directo y este barril anillado me puede.

Olor a gas de nuevo, olor a la onda peregrina. Almendral que llegas del mar, llamando.

-¿Qué más ratas (roedores) que dieciséis? La flamante insistencia por que haga entrar las colitas dentro del tarro de inspección.

-¡No quiero ver ni una colita que sobresalga de la lata!

-Están muertas desde ayer por la tarde, señor, duras ya, no pueden sino volver a salirse de la lata…

De : «El fumigador de guardia» en Poesía reunida, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, (2012)

No me has encontrado, me anduve empapando de rocío. Temprano irisado. 

Iba cantando, iba contándome, iba abriendo maizales con el canto al canto. 

Los perros lo toreaban a Dios de tan visible.

¡Despierta, viene el día, un pájaro se suelta de los ríos, despierta! 

Le van quedando dos velas a la luna, vela del sur, vela del oeste, mariposa, mariposa enloquecida con su sombra descubierta

¡No queda nadie en casa! ¡No duermas más, despierta, el agua no tiene imágenes, los caballos no imaginan!…

Anda con el telegrama por el monte. Voy a su encuentro, el telegrama tiene una flecha con mi nombre. 

Le queda un poco de luz a la sombra, verde, sombra del pájaro, y en seguida oscuro y esa voz con mi nombre. 

(Si pudiera salirme de mi nombre, entrarme en el trébol con su oferta de imanes…) 

-Una piedra, su caballo casi rueda. Arena ahora. Agua. Sendero ahora. 

Ahora llega aquí donde lo aguardo, desde lo alto de su oscuro ha de leerme esta palabra.

De: Livre des papillons/Libro de las mariposas , Editorial Le temps qu’il fait, (2004)

Acudimos al espectáculo en derredor de un plato

incandescente y de

                                    una danza, y yo, entrerriano recién llegado a la abadía de

Solesmes

                                    en busca de retiro y de silencio, me siento en un lugar

apartado de la

                                    iglesia a oír el gregoriano que  cunde a lo maizal de nave a

nave en

                                    procura de los techos entibiados por la luz de las velas, oigo

al

                                    monje a mano derecha, de pie junto a la columna, en busca de

notas

                                    que se amen.

De Maizal del gregoriano (AH 2005)

Arnaldo Calveyra (Mansilla, Entre Ríos, Argentina, 23 de febrero de 1929-París, Francia, 16 de enero de 2015)​. Poeta, novelista y dramaturgo.

Hijo de una madre maestra y de un padre que trabajaba en el campo. Vivió en su provincia natal Entre Ríos y cursó estudios en 1943 en Concepción del Uruguay mudándose a La Plata donde estudió Filosofía y Letras en la Universidad Nacional de La Plata. Allí se relaciona con el poeta también entrerriano Carlos Mastronardi. Posteriormente Calveyra rememora : “Durante años me vi todos los fines de semana en Buenos Aires con Mastronardi con quien hablábamos de poesía, de filosofía”. En 1956 publicó poemas y cuentos en la emblemática revista Sur, de Victoria Ocampo. 

Por esos años comienza a trabajar los fines de semana como fumigador en los muelles de Ensenada, y es ahí donde escribe Diario del fumigador de guardia, libro de poemas que quedó guardado en la Argentina en un arcón durante 30 años, entre humedades, hasta que el autor en 1983 se lo llevó a París y lo reescribió.  El libro lo publicará, por primera vez en Argentina, la editorial Vox de Bahía Blanca en el año 2002.

En 1961, por una beca de investigación para un estudio sobre los trovadores provenzales, viajó a París donde posteriormente fijó su residencia y se hizo amigo de Julio Cortázar, a quien conoció en una lectura de sus poemas, entre ellos leyó uno llamado «Rayuela» y Julio se le acercó para comentarle la coincidencia de estar escribiendo una novela con el titulo de «Rayuela». Fueron amigos desde ese momento hasta la muerte de Cortázar. También conoció a las poetas Alejandra Pizarnik ,Cristina Campo y Claude Roy; al critico y ensayista Gaëtan Picon y a la traductora e hispanista Laure Bataillon , entre otros.

En 1968, Calveyra se casó con Monique Tur, profesora de Ciencias Económicas en la Universidad París-Dauphine, a quien había conocido en 1963 en un comedor universitario. Tuvieron dos hijos, Beltrán y Eva.

A principios de los ‘70 va a Londres para trabajar con el director de cine y teatro Peter Brook.

Su primer libro salió en 1959, Cartas para que la alegría, trabajado en cercanía a Carlos Mastronardi. Le siguieron, entre otros, Iguana, iguana(1985), La cama de Aurelia(1990), El hombre del Luxemburgo (1997), Livre des papillons/Libro de las mariposas ,(2004), Maizal del gregoriano(AH, 2005), El cuaderno griego(AH, 2009) y el póstumo Diario francés(2017). La editora Adriana Hidalgo tambien publicó su poesía reunida en 2008 con una segunda edición aumentada en 2012.

Calveyra también escribió libros de ensayos como «Si la Argentina fuera una novela» y de cuentos como «El origen de la luz»(2004).

En dramaturgia señalamos El disputado está triste (1959), Moctezuma (1969), Latin american trip(1971), que salió en francés en los Cahiers Renaud-Barraultde Gallimard, y L’éclipse de la valle (1988), entre otros.

Como cualquier profeta en su tierra la poesía de Calveyra comienza a editarse primero en Francia (con la excepción de Cartas para que la alegría): (Guide pour un jardín de plantes (1980), Lettres pour que la Joie (1983); mientras que en la Argentina continúa inédito hasta 1986. 

La primera publicación en España fue su novela La cama de Aurelia, en Plaza y Janés, (1990) y siete años después, Tusquets editó El hombre del Luxemburgo

Recibió los galardones: Caballero de l Ordre des Arts et des Lettres (1986), Officier des Arts et des Lettres (1992) y Commandeur de l’Ordre des Arts et des Lettres (1999), así como la beca Guggenheim (2000). En 2014 recibió el Diploma al Mérito en Poesía por la Fundación Konex. 

Arnaldo Calveyra falleció a los 85 años en París el 16 de enero de 2015. Después de la muerte del escritor, su esposa Monique Tur continuó el trabajo de preservación y difusión de su obra. Monique falleció el 28 de enero de 2020, en París.

En 1994, en una entrevista de Colette Fellous, conductora de las Nuits magnétiques, radio France Culture, Calveyra(1) comentó sobre su escritura :



Enlaces de interés :

https://web.archive.org/web/20120520125352/http://miercolesdigital.com.ar/especiales.asp?ID=6843

(1) https://www.ina.fr/ina-eclaire-actu/audio/p14069979/arnaldo-calveyra-reagit-a-une-archive-d-antoine-vitez


Audio de su visita a Buenos Aires en mayo de 2014, grabado en el Malba, donde recita poemas y responde algunas preguntas.(Fuente: Audioteca de poesía contemporánea)

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