10 Poemas de Vicente Aleixandre

” La verdadera gloria del poeta es que después de muerto, todavía su voz resuene en algunos corazones afines

V.Aleixandre

La selva y el mar

Allá por las remotas
luces o aceros aun no usados,
tigres del tamaño del odio,
leones como un corazón hirsuto,
sangre como la tristeza aplacada,
se baten con la hiena amarilla que toma la forma del poniente insaciable.

Largas cadenas que surten de los lutos,
de lo que nunca existe,
atan el aire como una vena, como un grito, como un reloj que se para
cuando se estrangula algún cuello descuidado.

Oh la blancura súbita,
las ojeras violáceas de unos ojos marchitos,
cuando las fieras muestran sus espadas o dientes
como latidos de un corazón que casi todo lo ignora,
menos el amor,
al descubierto en los cuellos allá donde la arteria golpea,
donde no se sabe si es el amor o el odio
lo que reluce en los blancos colmillos.

Acariciar la fosca melena
mientras se siente la poderosa garra en la tierra,
mientras las raíces de los árboles, temblorosas,
sienten las uñas profundas
como un amor que así invade.

Mirar esos ojos que sólo de noche fulgen,
donde todavía un cervatillo ya devorado
luce su diminuta imagen de oro nocturno,
un adiós que centellea de póstuma ternura.

El tigre, el león cazador, el elefante que en sus colmillos lleva algún suave collar,
la cobra que se parece al amor más ardiente,
el águila que acaricia a la roca como los senos duros,
el pequeño escorpión que con sus pinzas sólo aspira a oprimir un instante la vida,
la menguada presencia de un cuerpo de hombre que jamás podrá ser confundido con una selva,
ese piso feliz por el que viborillas perspicaces hacen su nido en la axila del musgo,
mientras la pulcra coccinella
se evade de una hoja de magnolia sedosa…
Todo suena cuando el rumor del bosque siempre virgen
se levanta como dos alas de oro,
élitros, bronce o caracol rotundo,
frente a un mar que jamás confundirá sus espumas con las ramillas tiernas.

La espera sosegada,
esa esperanza siempre verde,
pájaro, paraíso, fasto de plumas no tocadas,
inventa los ramajes más altos,
donde los colmillos de música,
donde las garras poderosas, el amor que se clava,
la sangre ardiente que brota de la herida,
no alcanzará, por más que el surtidor se prolongue,
por más que los pechos entreabiertos en tierra
proyecten su dolor o su avidez a los cielos azules.

Pájaro de la dicha,
azul pájaro o pluma,
sobre un sordo rumor de fieras solitarias,
del amor o castigo contra los troncos estériles,
frente al mar remotísimo que como la luz se retira.

Diosa

Dormida sobre el tigre,
su leve trenza yace.
Mirad su bulto. Alienta
sobre la piel hermosa,
tranquila, soberana.
¿Quién puede osar, quién sólo
sus labios hoy pondría
sobre la luz dichosa
que, humana apenas, sueña?
Miradla allí. ¡Cuán sola!
¡Cuán intacta! ¿Tangible?
Casi divina, leve
el seno se alza, cesa,
se yergue, abate; gime
como el amor. Y un tigre
soberbio la sostiene
como la mar hircana,
donde flotase extensa,
feliz, nunca ofrecida.
¡Ah, mortales! No, nunca;
desnuda, nunca vuestra.
Sobre la piel hoy ígnea
miradla, exenta: es diosa.

Para quién escribo

¿Para quién escribo?, me preguntaba el cronista, el periodista
o simplemente el curioso.

No escribo para el señor de la estirada chaqueta, ni para su bigote
enfadado, ni siquiera para su alzado índice
admonitorio entre las tristes ondas de música.

Tampoco para el carruaje, ni para su ocultada señora
(entre vidrios, como un rayo frío, el brillo de los
impertinentes).

Escribo acaso para los que no me leen. Esa mujer que
corre por la calle como si fuera a abrir las puertas
a la aurora.

O ese viejo que se aduerme en el banco de esa plaza
chiquita, mientras el sol poniente con amor le toma,
le rodea y le deslíe suavemente en sus luces.

Para todos los que no me leen, los que no se cuidan de
mí, pero de mí se cuidan (aunque me ignoren).

Esa niña que al pasar me mira, compañera de mi
ventura, viviendo en el mundo.

Y esa vieja que sentada a su puerta ha visto vida,
paridora de muchas vidas, y manos cansadas.

Escribo para el enamorado; para el que pasó con su
angustia en los ojos; para el que le oyó; para el que
al pasar no miró; para el que finalmente cayó cuando
preguntó y no le oyeron.

Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo
escribo. Uno a uno, y la muchedumbre. Y para los
pechos y para las bocas y para los oídos donde, sin
oírme, está mi palabra.

II

Pero escribo también para el asesino. Para el que con
los ojos cerrados se arrojó sobre un pecho y comió
muerte y se alimentó, y se levantó enloquecido.

Para el que se irguió como torre de indignación, y se
desplomó sobre el mundo.

Y para las mujeres muertas y para los niños muertos,
y para los hombres agonizantes.

Y para el que sigilosamente abrió las llaves del gas y la
ciudad entera pereció, y amaneció un montón de cadáveres.

Y para la muchacha inocente, con su sonrisa, su corazón,
su tierna medalla, y por allí pasó un ejército de
depredadores.

Y para el ejército de depredadores, que en una galopada final fue a hundirse en las aguas.

Y para esas aguas, para el mar infinito.

Oh, no para el infinito. Para el finito mar, con su limitación
casi humana, como un pecho vivido.

(Un niño ahora entra, un niño se baña, y el mar, el
corazón del mar, está en ese pulso).

Y para la mirada final, para la limitadísima Mirada Final,
en cuyo seno alguien duerme.

Todos duermen. El asesino y el injusticiado, el regulador
y el naciente, el finado y el húmedo, el seco
de voluntad y el híspido como torre.

Para el amenazador y el amenazado, para el bueno y el
triste, para la voz sin materia
y para toda la materia del mundo.

Para ti, hombre sin deificación que, sin quererlas mirar,
estás leyendo estas letras.

Para ti y todo lo que en ti vive,
yo estoy escribiendo.

Se querían

Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.

Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.

Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.

Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente solo.

Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando…
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.

Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.

Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

Reposo

Una tristeza del tamaño de un pájaro.
Un aro limpio, una oquedad, un siglo.
Este pasar despacio sin sonido,
esperando el gemido de lo oscuro.
Oh tú, mármol de carne soberana.
Resplandor que traspasas los encantos,
partiendo en dos la piedra derribada.
Oh sangre, oh sangre, oh ese reloj que pulsa
los cardos cuando crecen, cuando arañan
las gargantas partidas por el beso.

Oh esa luz sin espinas que acaricia
la postrer ignorancia que es la muerte.

Unidad en ella

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma extensa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que se me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor
enrojecido al rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

Mendiga en atrio romano

(Compostela)

Una vieja
llama y pide:
ruega.

Nadie escucha.
Sólo el agua
suena.

Agua impura
que se escurre
ciega.

Agua muda
o agua ronca.
Besa

lo que duerme
o lo que sigue:
tierra.

Una sombra,
una pisada.
Piedra.

Piedra o siglos,
siglos lentos.
¡Ea!

En la plaza

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,

sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,

llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

No es bueno

quedarse en la orilla

como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.

Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha

de fluir y perderse,

encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,

y le he visto bajar por unas escaleras

y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.

La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.

Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,

con silenciosa humildad, allí él también

transcurría.

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.

Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,

un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,

su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.

Y era el serpear que se movía

como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,

pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.

Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,

con los ojos extraños y la interrogación en la boca,

quisieras algo preguntar a tu imagen,

no te busques en el espejo,

en un extinto diálogo en que no te oyes.

Baja, baja despacio y búscate entre los otros.

Allí están todos, y tú entre ellos.

Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.

Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,

introduce primero sus pies en la espuma,

y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.

Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.

Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.

Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,

y avanza y levanta espumas, y salta y confía,

y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.

Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.

¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir

para ser él también el unánime corazón que le alcanza!

Aleixandre,Cernuda y Lorca

Mentira del hombre

El hombre enciende su permitida lumbre,
su verdad, su mentirosa gloria,
enciende sus cristales de vano poderío
y alumbra vaga imagen o fantasmas sin luz.

El hombre enciende a veces su corazón, y duda.
¿Qué mirar? ¿Hacia dónde? ¿Hacia qué luna estéril?
¿Hacia qué boca oscura, qué barranco, qué mares?

Se ven los horizontes como brazos.
Como lunas se ven ojos abiertos.
Se estrechan ramas, potestades, vagas aplicaciones de amor.
¿Dónde tú? ¿Dónde yo, dónde los otros?
¿Dónde nadie?

Aquí sobre la tierra una carne respira.
Un alma sube.
Una sombra se alarga.

Existe un hombre, un nombre.
¿Ver esa vena, ese azul en los ojos,
ese pecho que imita un papel en colores,
esa mano que un hierro o guante disimula en la noche?

Es algo: tú: tu realidad que puede.
Es un hueco o un cúmulo de vapor concedido.
Aspiración a toda montaña, nacimiento de río,
origen mudo de águilas, de pájaros implumes,
nudo o yema de triste presagio trasmutado.
Metal, solitario metal bajo la luna.
Agua.

No.
Nada es verdad.
Tu sombra escupe una escama dolorosa que la tierra pronuncia cuando cruje.
Tu sombra peina la hierba, detiene los torrentes,
hace alzarse verticales los soberanos ríos.
Se vuelve, se prolonga hasta el cielo
y es una mancha roja sobre un azul hollado.

Todo es mentira.
La verdad no reside en la boca, entre unos dientes.
Un poderoso pensamiento de una tristeza elegida entre piedras,
alzada como brutal raíz que crece hacia los aires,
que enreda sus tentáculos entre nubes, por sostener un tronco,
un doloroso tronco que crece contra tierra,
como boca mordiente que chirría de vidrios
y suelta sangre sucia, coagulada crujiendo.

Todo es mentira.
La verdad rueda como un sol apagado,
bestial tambor donde unas manos de niño
quieren delicadamente imitar a tus brisas.
Todo, todo es mentira.
Hombre que nunca existe.
Sombra que nunca existe.
Tierra o vago vestido que una mano abandona.

Vicente Pío Marcelino Cirilo Aleixandre y Merlo (Sevilla,España, 26 de abril de 1898- Madrid,España, 13 de diciembre de 1984).Perteneciente a la Generación del 27 y Premio Nobel de Literatura, Vicente Aleixandre fue también Premio Nacional de Literatura por La destrucción o el amor, y Premio de la Crítica por En un vasto dominio y por Poemas de la consumación.

Era hijo de una familia de la burguesía sevillana, pasó su infancia en Málaga, donde estudió junto al escritor Emilio Prados, hasta que se trasladó a Madrid. En Madrid cursó estudios de Derecho y Comercio. Estuvo en contacto con Cernuda, Alberti, Lorca, Pablo Neruda, etc., y mantuvo una relación amorosa con Andrés Acero, hasta que con la Guerra Civil el exilio les separó. En el verano de 1917, con 19 años recién cumplidos, Vicente Aleixandre conoció a Dámaso Alonso, de la misma edad, quien le introdujo en su pasión por la poesía al regalarle una antología de Rubén Darío. Ejerce de profesor de Derecho Mercantil desde 1920 hasta 1922 en la Escuela de Comercio madrileña cuando su salud empieza a empeorar. En 1925 se le declara una nefritis tuberculosa, y en 1932 le tienen que extirpar un riñón.

En 1926 publica sus primeros poemas en la Revista de Occidente y  en 1928 influenciado por la lectura de  Freud, se inclina hacia el surrealismo poético. En 1935 publica La destrucción o el Amor y obtiene el Premio nacional de Literatura. En 1937, en plena guerra civil, su salud empeora notablemente: pierde diez kilos en pocos meses y pasa los dos últimos años de la guerra en cama con un riguroso tratamiento. Después de la guerra, a pesar de sus ideas izquierdistas, permanece en España, en su misma casa, destrozada en un bombardeo y reconstruida en 1940.

Aleixandre se convierte durante los años de posguerra en uno de los maestros de los jóvenes poetas, con los que mantiene correspondencia y a los que recibe en su casa de Madrid, Velintonia. Entre 1939 y 1943 escribe Sombra del paraíso; después de la guerra su poesía se vuelve mas social y comprometida,  son fundamentales de esta etapa sus libros  Historia del corazón, ( 1954) y En un vasto dominio, (1962). En sus últimos libros Poemas de la consumación,( 1968), y Diálogos del conocimiento, (1974)su poesía vuelve hacia el surrealismo de su primera época aunque con un tono mas sereno e introspectivo. El 6 de octubre de 1977 la Academia Sueca le concede el Premio Nobel de Literatura «por una obra de creación poética innovadora que ilustra la condición del hombre en el cosmos y en nuestra sociedad actual, a la par que representa la gran renovación, en la época de entreguerras, de las tradiciones de la poesía española».

 Francisco Umbral, dejó escrito en El País que “contra toda la aventura en lo gris que fue el franquismo había una luz, un poeta

Enlaces de interés :

https://www.nobelprize.org/prizes/literature/1977/summary/

http://www.vicentealeixandre.es

Discurso entrega del Nobel:

http://www.buscameenelciclodelavida.com/2015/12/vicente-aleixandre-en-el-recuerdo.html

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