14 Poemas de León Felipe

Cara o cruz

Filósofos,
para alumbrarnos, nosotros los poetas
quemamos hace tiempo
el azúcar de las viejas canciones con un poco de ron.
Y aún andamos colgados de la sombra.
Oíd,
gritan desde la torre sin vanos de la frente:
¿Quién soy yo?
¿He escapado de un sueño
o navego hacia un sueño?
¿Huí de la casa del Rey
o busco la casa del Rey?
¿Soy príncipe esperado
o príncipe muerto?
¿Se enrolla
o desenrolla el film?
Este túnel
¿me trae o me lleva?
¿Me aguardan los gusanos
o los ángeles?
¿Oísteis?
Es la nueva canción,
y la vieja canción…
¡nuestra pobre canción!
¿Quién soy yo?…
Mi vida está en el aire dando vueltas.

¡Miradla, filósofos, como una moneda que decide!
¿Cara o cruz?…

¡Cruz!
Perdí… Filósofos, perdí.

Yo no soy nadie.
Un hombre con un grito de estopa en la garganta y una gota de asfalto en la retina.
Yo no soy nadie.
Y no obstante, estas manos, mis antenas de hormiga, 
     han ayudado a clavar la lanza en el costado del mundo 
     y detrás de la lupa de la luna hay un ojo que me ve 
     como a un microbio royendo el corazón de la Tierra.
Tengo ya cien mil años y hasta ahora no he encontrado otro mástil de más fuerte
    que el silencio y la sombra donde colgar mi orgullo;
    tengo ya cien mil años y mi nombre en el cielo se escribe con lápiz.

El agua, por ejemplo, es más noble que yo.
Por eso las estrellas se duermen en el mar 
y mi frente romántica es áspera y opaca.
Detrás de mi frente -filósofos, escuchad esto bien-,
detrás de mi frente hay un viejo dragón :
el sapo negro que saltó de la primera charca del mundo y está aquí, aquí, aquí…
agazapado en mis sesos, sin dejarme ver el Amor y la Justicia.

Yo no soy nadie, nadie.
Un hombre con un grito de estopa en la garganta y una gota de asfalto en la retina… 
Yo no soy nadie, filósofos…
Y éste es el solo parentesco que tengo con vosotros.

Con las piedras sagradas

Con las piedras sagradas
de los templos caídos
grava menuda hicieron
los martillos
largos
de los picapedreros analíticos.
Después,
sobre esta grava, se ha vertido
el asfalto negro y viscoso
de los pesimismos.
Y ahora… Ahora, con esta mezcla extraña,
se han abierto calzadas y caminos
por donde el cascabel de la esperanza
acelera su ritmo.

León Felipe y Berta Gamboa en Cornell.Autor desconocido

Piedra de sal

Tu estabas dormida 
como el agua que duerme en la alberca … 
y yo llegué a ti 
como llega 
hasta el agua que duerme 
la piedra. 
Turbé tu remanso y en ondas de amor te quebraste 
como en ondas el agua que duerme se quiebra 
cuando 
llega 
a turbar su remanso dormida 
la piedra. 

Piedra fui para ti, piedra soy 
y piedra quiero ser, pero piedra 
blanda de sal 
que al llegar a ti se disuelva 
y en tu cuerpo se quede 
y sea 
como una levadura de tu carne 
y como el hierro de la sangre en tus venas. 
Y en tu alma deje una sed infinita 
de amarlo todo … y una sed de belleza 
insaciable… 
eterna…

Qué lástima

¡Qué lástima
que yo no pueda cantar a la usanza
de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan!
¡Qué lástima
que yo no pueda entonar con una voz engolada
esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!
¡Qué lástima 
que yo no tenga una patria!
Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra, desde una raza
a otra raza,
como pasan
esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.
¡Qué lástima
que yo no tenga comarca,
patria chica, tierra provinciana!
Debí nacer en la entraña
de la estepa castellana
y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;
pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.
Después… ya no he vuelto a echar el ancla,
y ninguna de estas tierras me levanta
ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada
al mismo río que pasa
rodando las mismas aguas,
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.
¡Qué lástima
que yo no tenga una casa!
Una casa solariega y blasonada,
una casa
en que guardara,
a más de otras cosas raras,
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada
(que me contaran
viejas historias domésticas como a Francis Jammes y a Ayala)
y el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla.
¡Qué lástima
que yo no tenga un abuelo que ganara
una batalla,
retratado con una mano cruzada
en el pecho, y la otra en el puño de la espada!
Y, ¡qué lástima 
que yo no tenga siquiera una espada!
Porque…, ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?
¡Qué voy a cantar si soy un paria
que apenas tiene una capa!

Sin embargo…
en esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa
en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla
en una sala
muy amplia
y muy blanca
que está en la parte más baja
y más fresca de la casa.
Tiene una luz muy clara
esta sala
tan amplia
y tan blanca…
Una luz muy clara
que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana
vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa
la gente a través de la ventana.
Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
cuando pasan
ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga
de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.
¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana
siempre y se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
¡Qué gracia
tiene su cara
en el cristal aplastada
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me río mucho mirándola
y la digo que es una niña muy guapa…
Ella entonces me llama
¡tonto!, y se marcha.
¡Pobre niña! Ya no pasa
por esta calle tan ancha
caminando hacia la escuela de muy mala gana,
ni se para
en mi ventana,
ni se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
Que un día se puso mala,
muy mala,
y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.

Y en una tarde muy clara,
por esta calle tan ancha,
al través de la ventana,
vi cómo se la llevaban
en una caja
muy blanca…
En una caja
muy blanca
que tenía un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la veía la cara
lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana…
Al cristal de esta ventana
que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja
tan blanca.
Todo el ritmo de la vida pasa
por el cristal de mi ventana…
¡Y la muerte también pasa!

¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria
que apenas tiene una capa…
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!

Sé todos los cuentos

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre…
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos…
y sé todos los cuentos.

Vencidos

Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.

Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,
y va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar,
va cargado de amargura,
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar.
Va cargado de amargura,
que allá «quedó su ventura»
en la playa de Barcino, frente al mar.

Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Va cargado de amargura,
va, vencido, el caballero de retorno a su lugar.

¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura,
en horas de desaliento así te miro pasar!
¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura,
caballero derrotado, hazme un sitio en tu montura
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar!

Ponme a la grupa contigo,
caballero del honor,
ponme a la grupa contigo,
y llévame a ser contigo
pastor.

Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar…

Quiero…sueño

No me contéis más cuentos,
que vengo de muy lejos
y sé todos los cuentos.
No me contéis más cuentos.
Contad
y recontadme este sueño.
Romped,
rompedme los espejos.
Deshacedme los estanques,
los lazos,
los anillos,
los cercos,
las redes,
las trampas
y todos los caminos paralelos.
Que no quiero,
que no quiero,
que no quiero,
que no quiero que me arrullen con cuentos,
Que no quiero,
Que no quiero,
Que no quiero,
Que no quiero que me sellen la boca y los ojos con cuentos,
que no quiero,
que no quiero,
que no quiero,
que no quiero que me entierren con cuentos,
que no quiero,
que no quiero,
que no quiero,
que no quiero verme clavado en el tiempo,
que no quiero verme en el agua,
que no quiero verme en la tierra tampoco,
que no quiero, a su ovillo, como un hilo de barba sujeto.
Quiero verme en el viento,
quiero verme en el viento,
quiero verme en el viento,
quiero verme en el viento…
quiero… ¡quiero!… sueño… ¡sueño!
Soy gusano que sueña… y sueño
verme un día volando en el viento.

Pero ya no hay locos

Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos.
Se murió aquel manchego, aquel estrafalario fantasma del desierto y…
ni en España hay locos.
Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo.
Oíd… esto,
historiadores… filósofos… loqueros…
Franco… el sapo iscariote y ladrón en la silla del juez repartiendo castigos y premios,
en nombre de Cristo, con la efigie de Cristo prendida del pecho,
y el hombre aquí, de pie, firme, erguido, sereno,
con el pulso normal, con la lengua en silencio,
los ojos en sus cuencas y en su lugar los huesos…
El sapo iscariote y ladrón repartiendo castigos y premios…
y yo, callado, aquí, callado, impasible, cuerdo…
¡cuerdo!, sin que se me quiebre el mecanismo del cerebro.
¿Cuándo se pierde el juicio? (yo pregunto, loqueros).
¿Cuándo enloquece el hombre? ¿Cuándo, cuándo es cuando se enuncian los conceptos
absurdos y blasfemos
y se hacen unos gestos sin sentido, monstruosos y obscenos?
¿Cuándo es cuando se dice por ejemplo:
No es verdad. Dios no ha puesto
al hombre aquí, en la Tierra, bajo la luz y la ley del universo;
el hombre es un insecto
que vive en las partes pestilentes y rojas del mono y del camello?
¿Cuándo si no es ahora (yo pregunto, loqueros),
cuándo es cuando se paran los ojos y se quedan abiertos, inmensamente abiertos,
sin que puedan cerrarlos ni la llama ni el viento?
¿Cuándo es cuando se cambian las funciones del alma y los resortes del cuerpo
y en vez de llanto no hay más que risa y baba en nuestro gesto?
Si no es ahora, ahora que la justicia vale menos, infinitamente menos
que el orín de los perros;
si no es ahora, ahora que la justicia tiene menos, infinitamente menos
categoría que el estiércol;
si no es ahora… ¿cuándo se pierde el juicio?
Respondedme loqueros,
¿cuándo se quiebra y salta roto en mil pedazos el mecanismo del cerebro?
Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego,
aquel estrafalario fantasma del desierto
y … ¡Ni en España hay locos! ¡Todo el mundo está cuerdo,
terrible, monstruosamente cuerdo! …
¡Qué bien marcha el reloj! ¡Qué bien marcha el cerebro!
Este reloj …, este cerebro, tic-tac, tic-tac, tic-tac, es un reloj perfecto…
perfecto, ¡perfecto!

Como tú

Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú,
piedra pequeña:
como tu,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras,
como tú,
que en días de tormenta
te hundes en el cieno de la tierra
y luego
centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú,
que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia…
como tú, piedra aventurera…
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda…
piedra pequeña
y
ligera…

Yo soy el gran blasfemo

El grito suena bien
en el vientre de la cueva,
el salmo bajo el mediodía
de los templos
y la canción en el crepúsculo…
El grito es el primero.

Hay un turno de voces:
yo grito, tú rezas, él canta…
El grito es el primero.

Y hay un turno de bridas:
él las lleva, tú las llevas, yo las llevo.
Y a la hora de las sombras subterráneas
la blasfemia reclama sus derechos.

Los caballos piafan ya enganchados
y la carroza aguarda…
¿Quién la lleva?
Yo: el blasfemo.
Yo la llevo, yo llevo hoy la carroza,
yo la llevo.
Éste es el poeta,
tú eres el salmista,
ése es el que llora,
tú eres el que grita…
yo soy el blasfemo.
Yo la llevo. Yo llevo hoy la carroza,
yo la llevo.
¡Arriba! ¡Subid todos!
¡Vamos hacia el infierno!

La aijada tiene su ritmo,
y la tralla, y el frito, y el aullido…
y la blasfemia del cochero.
¡Arre!
¡Músicos, poetas y salmistas;
obispos y guerreros!
Voy a cantar.
Vida mía, vida mía,
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Vida mía, vida mía,
tengo un ojo pitañoso
y el otro con ictericia.
Vida mía, vida mía,
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Esta es mi copla,
la copla de mi carne,
la copla de mi cuerpo.
Mas si mis ojos están sucios
los vuestros están ciegos.
¡Músicos, poetas y salmistas;
obispos y guerreros!
Voy a cantar otra vez.

El viejo rey de Castilla
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
El viejo rey de Castilla
tiene una pierna leprosa
y la otra sifilítica.
El viejo rey de Castilla
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Esta es la copla de mi tierra,
la copla de mi reino.
Mas si mi reino está podrido
su espíritu es eterno.

¡Músicos, poetas y salmistas;
obispos y guerreros!…
Llevadme de nuevo el compás.
En los cuernos de la mitra
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
En los cuernos de la mitra
hay una plegaria verde
y otra plegaria amarilla.
En los cuernos de la mitra
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Ésta es la copla de mi alma,
de mi alma sin templo
porque la bestia negra
apocalíptica,
lo ha llenado de estiércol.

Tres veces cantó el gallo,
tres veces negó Pedro,
tres veces canto yo:
por mi carne,
por mi patria y por mi templo…
Por todo lo que tuve y ya no tengo…

¡Arre! ¡Arre! ¡Arre!
¡Vamos al infierno!
Tú con el laúd, éste con el salterio,
aquel con la bocina, ése con su lamento,
vosotros con la espada,
y yo, como Don Juan y como Job,
maldiciendo, blasfemando…
cada cual con su instrumento.

Vamos bien,
no hemos errado el sendero.
Conjugad otra vez:
éste es el poeta, tú eres el salmista,
ése es el que llora, tú eres el que grita.
Yo soy el blasfemo…
¿Y el sabio? ¿Donde está el sabio?
¡Eh, tu!
Tú que sabes lo que pesan las piedras
y lo que corre el viento…
¿Cuál es la velocidad de las tinieblas
y la dureza del silencio?
¿No contestas?…
Pues las bridas son mías. Yo la llevo,
yo llevo hoy la carroza, yo la llevo.
Músicos, sabios, poetas y salmistas,
obispos y guerreros…
Dejadme todavía preguntar:
¿Quién ha roto la luna del espejo?
¿Quién ha sido?
¿La piedra de la huelga,
la pistola del gángster,
o el tapón del champaña
que disparó el banquero?
¿Quién ha sido?
¿El canto rodado del poeta,
el reculón del sabio,
o el empujón del necio?
¿Quién ha sido,
la vara del juez, el báculo o el cetro?
¿Quien ha sido?
¿Nadie sabe quién ha sido?
Pues las bridas son mías.
;Adelante! ¡Arre! ¡Arre!…
¡Vamos hacia el infierno!
Ya no hay otro camino.
«¿Llegaremos a tiempo?»
«¿Antes de que amanezca?»
«Desde luego.»
Y para hacer más corta la jornada
ahora cantaremos en coro,
y cantaremos las coplas
del Gran Conserje Pedro.
Yo llevaré la voz cantante
y vosotros el estribillo
con lúgubre ritmo de allegreto.

Copla:
Vino la guerra.
Y para hacer obuses y torpedos
los soldados iban recogiendo
todos los hierros viejos de la ciudad.
Y Pedro, el Gran Conserje Pedro,
le dijo a un soldado:
«Tomad esto…»
Y le dio las llaves del templo.

Estribillo:
Pedro, Pedro…
El Gran Conserje Pedro
que ha vendido las llaves del templo.

Copla:
Pedro… Te dijo el Señor de los Olivos
cuando heriste con tu espada al siervo:
«Mete esa espada en la vaina,
que yo sé a lo que vengo.»
Y la metiste…
con las cajas de caudales en el templo.

Estribillo:
Pedro, Pedro, el Gran Conserje Pedro,
amigo de soldados y banqueros.

Copla:
Y ahora tenemos que ir al cielo
dando un gran rodeo
por el camino del infierno,
cavando un largo túnel en el suelo
y preguntando a las raíces y a los topos,
porqué ya no hay campanas
ni espadañas,
Pedro, y los pájaros…
todos tus pájaros se han muerto.

Estribillo:
¡Pedro, Pedro,
todos tus pájaros se han muerto!

Sin embargo, señores,
yo no soy un escéptico
y hay unas cuantas cosas en que creo.
Por ejemplo, creo en el Sol,
en el Diluvio y en el estiércol;
en la blasfemia,
en las lágrimas y en el infierno;
en la guadaña y en el Viento;
en el lagar,
en la piedra redonda del amolador
y en la piedra redonda del viejo molinero;
y en el hacha que derriba los árboles
y descuartiza los salmos y los versos;
en la locura y en el sueño…
y en el gas de la fiebre también creo,
en ese gas ingrávido,
expansivo y etéreo,
antifilosófico,
antidogmático y antidialéctico
que revienta los globos…
los grandes globos,
los globitos y el cerebro.

Y creo que hay luz en el rito,
luz en el culto y luz en el misterio.
Creo que el agua se hace vino,
y sangre el vino,
sangre de Dios y sangre de mi cuerpo.
Creo que el trigo se hace harina
y carne la harina…,
carne de Dios y carne de mi cuerpo.
Creo que un hombre honrado
cuando nos da su pan
tiene el cuerpo de Cristo entre los dedos.
Éste es mi credo.
Éste es mi viejo credo y pronto será el vuestro.
Ya lo iréis aprendiendo.
Con él entraremos por la puerta norte
y saldremos por el postigo del infierno.
El infierno no es un fin, es un medio…
Nos salvaremos por el fuego.
Y no es un fuego eterno.
Pero es, como las lágrimas,
un elevado precio
que hay que pagarle a Dios,
sin bulas ni descuentos,
para entrar en el reino de la luz,
en el reino de los hombre,
en el reino de los héroes,
en el reino que vosotros
habéis llamado siempre
el reino beatífico del cielo.
¡Vamos allá!
¿Estamos todos?
Hagamos el último recuento:
Éste es el salmista,
el que deshizo el salmo
cuando dijo con ira y sin consejo:
«Tú eres el Dios que venga mis agravios
y sujeta debajo de mí, pueblos.»
Y éste es el poeta luciferino,
el que inventó el poema
esterilizado y antiséptico
y guardó en autoclaves la canción,
puritano, orgulloso y fariseo.
¡Oh, puristas y estetas!
Aún no está limpio vuestro verso
y su última escoria ha de dejarla
en los crisoles del infierno.
Aquí van los artistas sodomitas,
los pintores bizcos
y los poetas inversos.

No lloréis.
Pero no digáis tampoco
que la Luz y el Amor se ven mejor
torciendo la mirada o torciendo el sexo.
Ni llanto ni ufanía. Vamos al gran taller,
a la gran fragua
donde se enderezan los entuertos.
Aquel es el que grita,
el hombre de la furia,
y aquel otro el que llora,
el hombre del lamento.
Allá va el rey leproso y sifilítico,
éste es el sabio tímido,
cargado de tarjetas y de miedo.
Aquí van el juez y el gángster
los dos juntos en el mismo verso.
Éste es el Presidente
demócrata y guerrero
que desnudó la espada en el verano
y debió desnudarla en el invierno.
¡Ay del que se armó tan sólo
para defender su granero,
y no se armó
para defender primero el pan de todos!
¡Ay, del que dice todavía:
nos proponemos conservar lo nuestro!
Allí va el demagogo,
aquél es el banquero,
éstos son los cristianos
-que ahora se llaman los «cristeros»-
Y éste es el hombre de la mitra,
la bestia de dos cuernos,
el que vendió las llaves…
el Gran Conserje Pedro…

¡Aquí van todos!
Y aquí voy yo con ellos.
Aquí voy yo también,
yo, el hombre de la tralla,
el de los ojos sucios… el blasfemo.
Sí. Ahora ya sin hogar y sin reino
sin canción y sin salmo,
sin llaves y sin templo…
yo la llevo,
yo llevo hoy la carroza, yo la llevo.

Se va del salmo al llanto,
del llanto al grito, del grito al veneno…
¡Arre! ¡Arre!
¡Y se gana la luz desde el infierno!

Desaced ese verso…

Deshaced ese verso,
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma.
Aventad las palabras,
y si después queda algo todavía,
eso
será la poesía.
La tangente
¿Y la tangente, señor Arcipreste?. ..
¿El radio de la esfera que se quiebra y se fuga?
¿La mula ciega de la noria, que un día, enloquecida, se liberta del estribillo rutinario?.. .
¿La correa cerrada de la honda, que se suelta de pronto para que salga la furia del guijarro?…
¿Esa línea de fuego tangencial que se escapa del círculo y luego se convierte en un disparo?
Porque el cielo… Señor Arcipreste, ¿sabe usted?,
No hay arriba ni abajo…
y la estrella del hombre
es la que ese disparo va buscando,
ese cohete místico o suicida, rebelde, escapado…
De la noria del Tiempo
como el dardo,
como el rayo,
como el salmo.
Dios hizo la bola y el reloj: la noria dando vueltas y vueltas sin cesar,
y el péndulo contándole las vueltas, monótono y exacto…
El juguete del niño, señor Arcipreste,
¡el maravilloso regalo!
Pero un día el niño se cansa del juguete y se le saca las tripas y el secreto
como a un caballito mecánico,
como a un caballito de serrín y de trapo.
Es cuando el niño inventa la tangente, Señor Arcipreste,
la puerta mística de los caballeros del milagro,
de los grandes aventureros de la luz,
de los divinos cruzados de la luz, de los poetas suicidas, de los enloquecidos y los santos
que se escapan en el viento en busca de Dios para decirle
que ya estamos cansados todos, terriblemente cansados
de la noria y del reloj,
del hipo violáceo del tirano,
de las barbas y las arrugas eternas,
de los inmóviles pecados,
de este empalagoso juguete del mundo,
de este monstruoso, sombrío y estúpido regalo,
de esta mecánica fatal, donde lo que ha sido es lo que será
y lo que ayer hicimos, lo que mañana hagamos.

El dolor

No he venido a cantar
No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra.
No he venido tampoco, ni estoy aquí arreglando mi expediente 
para que me canonicen cuando muera.
He venido a mirarme la cara en las lágrimas que caminan hacia el mar,
por el río
y por la nube…
y en las lágrimas que se esconden
en el pozo,
en la noche
y en la sangre…

He venido a mirarme la cara en todas las lágrimas del mundo.
Y también a poner una gota de azogue, de llanto,
una gota siquiera de mi llanto
en la gran luna de este espejo sin límites, donde
[me miren y se reconozcan los que vengan.
He venido a escuchar otra vez esta vieja sentencia en las tinieblas:
Ganarás el pan con el sudor de tu frente
“y la luz con el dolor de tus ojos”.
Tus ojos son las fuentes del llanto y de la luz.

Franco… tuya es la hacienda…

Franco… tuya es la hacienda…
la casa, el caballo y la pistola…
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo…
mas yo te dejo mudo… ¡mudo!…
Y cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?

Colofón

Luz…
Cuando mis lágrimas te alcancen
la función de mis ojos
ya no será llorar,
sino ver.

Felipe Camino Galicia de la Rosa/Leon Felipe (Tábara, Zamora,España, 11 de abril de 1884 – Ciudad de México, 18 de septiembre de 1968). Hijo de de Valeriana Galicia Ayala e Higinio Camino de la Rosade , notario, pasó su infancia en Sequeros (Salamanca) y en 1893 se trasladó con su familia a Santander. Tras estudiar en Madrid, ejerció de farmacéutico en Santander al tiempo que trabajaba como actor para una compañía de teatro itinerante.Pasó veinte meses en la cárcel acusado de desfalco. En 1918 se instala en Madrid donde es asiduo de tertulias y círculos literarios, escribe poemas y recita en el Ateneo. En 1920 publica su primera antología lírica, Versos y oraciones del caminante.A finales de 1920 embarca rumbo a Guinea Ecuatorial, y marcha a la isla de Elobey, donde permaneció dos años para volver a España por poco tiempo y embarcarse, esta vez hacia América.En 1923 llega a Veracruz, Mexico donde conoce a una joven mexicana,Berta Gamboa, profesora de español en Nueva York, a la que sigue a los Estados Unidos y con la que se casa en 1923 en Brooklyn. En Nueva York, Felipe comienza trabajando en una escuela Berlitz hasta que consigue un puesto como profesor de español en la Universidad de Cornell, gracias a la mediación de Federico de Onís. En Cornell reanuda su obra estimulado por la lectura de Walt Whitman, de quien traducirá su Canto a mí mismo

 Tras un viaje a España, que coincide con la proclamación de la República, a la que asiste esperanzado, regresa a México y escribe Drop a star, de técnica vanguardista. En 1934 vuelve a España, donde ejerce como traductor.

Tras un breve paso por Panamá, retorna a una España en plena Guerra Civil. Aquí escribe La insignia,(1936) donde critica la división republicana y afirma que en un poema no hay bandos. En 1937 participa en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas celebrado en Valencia. En 1938 se embarca en el Bretagne rumbo a México, en el trayecto compone El payaso de las bofetadas, donde muestra su dolor por la injusticia. Ya exiliado definitivamente en México, ejerce de agregado cultural de la embajada de la República en el exilio. Por entonces escribe Español del éxodo (1939)  donde retrata un mundo que se desvanece. En 1942 funda Cuadernos Americanos, que tendrá una gran resonancia. Un año después aparece Ganarás la luz, una confesión existencialista. En 1946 inicia una gira de gran éxito por numerosos países hispanoamericanos que le llevará a la publicación de su Antología Rota. Tras instalarse definitivamente en México publica Llamadme publicano (1950), pero su gran obra de este periodo es El ciervo,(1954) en la que expresa su lucha por alcanzar la verdad. En 1957 muere su mujer y León Felipe, que tiene setenta y tres años, parece dar por concluida su obra y abandona la poesía. Aunque , ya cumplidos los 80, publica  ¡Oh este viejo y roto violín! (1965) expresión de su profunda angustia, de su rechazo a la crueldad de la vida, y Rocinante,(1969) aparecido ya póstumo, tras su muerte en la capital mexicana en 1968. 

Algunas de sus obras publicadas:Versos y oraciones de caminante,(1920), La insignia (1936), El payaso de las bofetadas (1938), Pescador de caña (1938), El hacha (1939), Español del éxodo y del llanto (1939), Ganarás la luz (1943), España e Hispanidad (1947), Llamadme publicano (1950), El ciervo (1954), Oh este viejo y roto violín (1965) y Rocinante,(1969).

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León Felipe, la música quebrada del exilio

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