7 Poemas de Diane Wakoski

 El o la poeta desea sólo la sensación del amor, de posar sus ojos en la superficie del mundo y ver, más allá del amor, y de todos los cambios, los diferentes caminos que conducen al mismo lugar: el del amor que nunca se va sin regresar

D.Wakoski

Hongos

Un hombre me preguntó 
la historia de mi vida. 
Dije 
que yo no tenía 
historia. 
Que todas mis historias eran vidas, 
como hongos, 
aparentemente sin raíces, 
aunque las esporas, microscópicas, que bailan 
    en la tierra 
como mi mano roza tu cara mientras 
duermes, 
               ya no son misteriosas; 
y recordé que todas mis historias son una sola, 
dejando a una mujer con un puñado de plata 
que se vuelve luz de luna 
desvanece como el aire, 
desaparece con el sol, 
permaneciendo ella con sus manos abiertas 
y la poesía que es música, 
una canción que nos ronda a todos 
es lo que le queda, 
su realidad misteriosamente, 
quizá microscópicamente, ida 
                                             para aparecer en otro 
terreno pantanoso. 
Yo busco al mago que entienda 
lo que es invisible 
al ojo desnudo, 
que lea la poesía como un texto 
para una nueva especie de jardín, 
que convierta la luz de luna 
en un puñado de plata, 
en algo sólido y real, 
no en ilusión, 
no en viejas historias, 
no en la vieja versión de la vida, 
no en hongos venenosos.

Hongos, 
comibles, 
hermosos, 
que dejan caer las esporas 
y dan vida 
justamente 
como nosotros. 
La historia de mi vida 
es
que continúa.

El mecánico

La mayoría de los hombres usan 
los ojos 
como metrónomo 
para marcar el compás 
del caminar de una mujer 
cómo sus caderas se ciñen 
contra la tela, igual que los higos 
en el árbol 
justo antes de reventar 
sus moradas pieles, 
para medir qué tanto 
de su andar emplea en la cama 
de noche, 
la jarra del cielo 
llenándose de vía láctea 
centellea cada vez 
que ella mueve los labios.

pero, claro, 
los secretos 
no son los golpes obvios 
en la canción 
que cualquier baterista puede dar

oyendo la velocidad del motor 
—hecho también de golpes— 
tan rápidos, 
sutiles, supongo, 
que llegan como un sonido continuo 
o el corazón que, por supuesto, 
golpea sin ventilador 
que lo mantenga 
fresco; 
es una prueba, 
un ritmo, 
que no podrían ver 
aquellos ojos medidores 
aunque tal vez haya algunos 
con dedos y oídos 
tan cerca de los motores 
con aceite limpio circulando por los oídos 
que depure la sesera, 
quizás algunos…

puedan decir 
en qué consiste 
el secreto sangrar de una mujer

Como mujer 
con estrellas untuosas 
en todos los puntos 
de mi piel 
nunca podría 
fiarme de un hombre 
que no fuera mecánico; 
un hombre que usa sus 
ojos, 
sus manos, 
escucha 
al 
corazón.

Thanking My Mother for Piano Lessons

The relief of putting your fingers on the keyboard,

as if you were walking on the beach

and found a diamond

as big as a shoe;

.

as if

you had just built a wooden table

and the smell of sawdust was in the air,

your hands dry and woody;

.

as if

you had eluded

the man in the dark hat who had been following you

all week;

.

the relief

of putting your fingers on the keyboard,

playing the chords of

Beethoven,

Bach,

Chopin

in an afternoon when I had no one to talk to,

when the magazine advertisement forms of soft sweaters

and clean shining Republican middle-class hair

walked into carpeted houses

and left me alone

with bare floors and a few books

.

I want to thank my mother

for working every day

in a drab office

in garages and water companies

cutting the cream out of her coffee at 40

to lose weight, her heavy body

writing its delicate bookkeeper’s ledgers

alone, with no man to look at her face,

her body, her prematurely white hair

in love

I want to thank

my mother for working and always paying for

my piano lessons

before she paid the Bank of America loan

or bought the groceries

or had our old rattling Ford repaired.

.

I was a quiet child,

afraid of walking into a store alone,

afraid of the water,

the sun,

the dirty weeds in back yards,

afraid of my mother’s bad breath,

and afraid of my father’s occasional visits home,

knowing he would leave again;

afraid of not having any money,

afraid of my clumsy body,

that I knew

no one would ever love

.

But I played my way

on the old upright piano

obtained for $10,

played my way through fear,

through ugliness,

through growing up in a world of dime-store purchases,

and a desire to love

a loveless world.

.

I played my way through an ugly face

and lonely afternoons, days, evenings, nights,

mornings even, empty

as a rusty coffee can,

played my way through the rustles of spring

and wanted everything around me to shimmer like the narrow tide

on a flat beach at sunset in Southern California,

I played my way through

an empty father’s hat in my mother’s closet

and a bed she slept on only one side of,

never wrinkling an inch of

the other side,

waiting,

waiting,

.

I played my way through honors in school,

the only place I could

talk

the classroom,

or at my piano lessons, Mrs. Hillhouse’s canary always

singing the most for my talents,

as if I had thrown some part of my body away upon entering

her house

and was now searching every ivory case

of the keyboard, slipping my fingers over black

ridges and around smooth rocks,

wondering where I had lost my bloody organs,

or my mouth which sometimes opened

like a California poppy,

wide and with contrasts

beautiful in sweeping fields,

entirely closed morning and night,

.

I played my way from age to age,

but they all seemed ageless

or perhaps always

old and lonely,

wanting only one thing, surrounded by the dusty bitter-smelling

leaves of orange trees,

wanting only to be touched by a man who loved me,

who would be there every night

to put his large strong hand over my shoulder,

whose hips I would wake up against in the morning,

whose mustaches might brush a face asleep,

dreaming of pianos that made the sound of Mozart

and Schubert without demanding

that life suck everything

out of you each day,

without demanding the emptiness

of a timid little life.

.

I want to thank my mother

for letting me wake her up sometimes at 6 in the morning

when I practiced my lessons

and for making sure I had a piano

to lay my school books down on, every afternoon.

I haven’t touched the piano in 10 years,

perhaps in fear that what little love I’ve been able to

pick, like lint, out of the corners of pockets,

will get lost,

slide away,

into the terribly empty cavern of me

if I ever open it all the way up again.

Love is a man

with a mustache

gently holding me every night,

always being there when I need to touch him;

he could not know the painfully loud

music from the past that

his loving stops from pounding, banging,

battering through my brain,

which does its best to destroy the precarious gray matter when I

am alone;

he does not hear Mrs. Hillhouse’s canary singing for me,

liking the sound of my lesson this week,

telling me,

confirming what my teacher says,

that I have a gift for the piano

few of her other pupils had.

When I touch the man

I love,

I want to thank my mother for giving me

piano lessons

all those years,

keeping the memory of Beethoven,

a deaf tortured man,

in mind;

of the beauty that can come

from even an ugly

past.

Gracias a mi madre por las clases de piano

El alivio al poner los dedos sobre las teclas

como si caminando en la playa

encontraras un diamante

tan grande como un zapato;

.

como si

acabaras de construir una mesa de madera

y el olor del serrín estuviera en el aire,

tus manos secas y ásperas;

.

como si

hubieras eludido

al hombre en la oscuridad que te ha estado siguiendo

todo la semana;

.

el alivio

de poner tus dedos en el teclado

tocando los acordes de

Beethoven

Bach,

Chopin

una tarde en que no tenía con quien hablar,

en que los suaves suéteres con forma de anuncios de revista

y el cabello de clase media, republicano, limpio y brillante

entraba a las casas alfombradas

y me dejaba sola

con los pisos desnudos y unos pocos libros

.

Quiero agradecerle a mi madre

por trabajar a diario

en una oficina gris

en garajes y compañías de agua

le quitaba la crema a su café a los 40

para perder peso. Su pesado cuerpo

escribía sus delicados libros de bibliotecaria

sola, sin un hombre que mirara su rostro

su cuerpo, su prematuro cabello blanco

enamorado

Quiero agradecerle a mi madre

por trabajar y pagar siempre

mis clases de piano

antes de pagar el préstamo al Banco de América

o comprar la despensa

o arreglar nuestro viejo y ruidoso Ford.

.

Yo era una niña tranquila

con miedo de entrar sola a una tienda

con miedo al agua

al sol

a las hierbas sucias en los traspatios

con miedo al mal aliento de mi madre

y con miedo a las visitas ocasionales de mi padre

al saber que volvería a marcharse

con miedo a no tener dinero

con miedo a mi torpe cuerpo

que sabia

nadie amaría jamás

.

Pero atravesé tocando

en el viejo piano vertical

que obtuvimos por $10,

toqué a través del miedo

a través de la fealdad,

de crecer en un mundo de comprar en tiendas de baratijas,

y un deseo de amar

un mundo sin amor.

.

Toqué a través de una cara fea

y de tardes, días, veladas y noches solitarias,

incluso mañanas, vacía

como una lata de café oxidada,

toqué a través del susurro de la primavera

y quise que todo a mi alrededor brillara como una ola angosta

en una playa lisa al atardecer en el sur de California,

Toqué a través de

un sombrero vacío de mi padre en el ropero de mi madre

y una cama en la que dormía sólo de un lado,

sin arrugar nunca una pulgada

del otro

esperando

esperando.

.

Toqué a través de los honores escolares

el único lugar en que podía

hablar

el salón de clases,

o en mis clases de piano, el canario de la señora Hillhouse siempre

cantaba más por mi talento,

como si hubiera dejado una parte de mi cuerpo al entrar

a su casa

y buscara ahora cada pieza de marfil

en el teclado, deslizaba mis dedos en crestas negras

y por suaves rocas

me preguntaba dónde perdí mis órganos,

o mi boca que a veces se abría

como una amapola de California,

ancha y con contrastes,

hermosa en grandes campos,

cerrada por completo día y noche.

.

Toqué a través de cada edad,

pero todas parecían eternas

o tal vez siempre

viejas y solitarias,

solo quería una cosa, rodeada por las polvosas hojas

con olor amargo de los naranjos,

solo quería ser tocada por el hombre que me amara,

que estuviera ahí cada noche

para poner su larga y fuerte mano en mi hombro,

cuyas caderas despertaría junto a mí en la mañana,

cuyo bigote podría peinar un rostro hasta dormir,

soñando con pianos que hicieran el sonido de Mozart

y Schubert sin pedir

que la vida absorbiera todo

lo que tienes a diario,

sin pedir el vacío

de una pequeña vida tímida.

.

Quiero agradecer a mi madre

por dejarme a veces despertarla a las 6 de la mañana

cuando practicaba mis clases

y por asegurarse de que tuviera un piano

en donde dejar mis libros de la escuela, todas las tardes.

No he tocado el piano en 10 años,

tal vez por miedo a que el poco amor que he logrado recoger

como polvo, del fondo de los bolsillos

se pierda,

se escape,

hacia la caverna terriblemente vacía que soy

si la vuelvo a abrir por completo, alguna vez.

El amor es un hombre

con bigote

que me abraza dulcemente cada noche.

que siempre está ahí cuando necesito tocarlo;

no podría conocer el doloroso

estruendo de la música del pasado

que su amor evita que golpee, que sacuda,

que retumbe en mi cerebro

que hace todo lo posible para destrozar la precaria materia gris

cuando estoy sola;

él no escucha al canario de la señorita Hillhouse cantar para mi,

cómo le gusta el sonido de mi clase esta semana,

decirme,

confirmarme lo que dice mi maestra,

que tengo un talento para el piano

que pocos de sus alumnos tenían.

Cuando toco al hombre

que amo

quiero agradecerle a mi madre

por las clases de piano

durante todos esos años,

que mantienen el recuerdo de Beethoven,

un atormentado hombre sordo,

en mi mente;

de la belleza que puede venir

incluso de un horrible

pasado.

Mi certificado de boda

Hay sombras
que parecen peligrosas manchas
en tus pulmones
llenando
un retrato tuyo
que tengo en mi mente.

Leche cortada

No puedes hacer
que vuelva a ser
dulce.
Una vez
fue de un color inocente
como las flores de las frutillas silvestres,
y la textura era tan simple
que pasaba a través de un lienzo,
el sabor era fresco.
Y ahora
sin más culpable que el paso del tiempo
para reprocharle,
la misma sustancia
se volvió agria y grumosa.

La leche cortada
sirve para hacer masas deliciosas e interesantes,
se la puede llevar a un nivel superior de acción bacteriana
para crear alimentos nuevos,
puede considerársela 
compleja por derecho propio y de textura más interesante 
para quien la examine de cerca
como un mapamundi.

Pero
para la mayoría de nosotros:
se echó a perder.
Está agria.
La echamos,
por el desagüe -no en el del patio de atrás-
con cuidado de no volcar nada
porque el olor es fuerte.
Un buen cocinero
estaría escandalizado
con tamaño desperdicio.
Pero no vivimos en un mundo de buenos cocineros.

Yo soy la leche.
Pasa el tiempo.
No me puedes volver
a hacer
dulce.
Me siento llena de culpa en el estante de la nevera,
temblando con la esperanza de un cocinero
que sueñe con waffles,
con biscuits, con dumplings
y demás panes exquisitos,
aterrada del ama de casa moderna que
va a bajarme del estante y con un giro de muñeca 
diestro
… ya se sabe cómo sigue.

Eres tú la leche.
Cuando te llegue el turno
acuérdate:
no hay nada que podamos reprocharte
más que el paso del tiempo.

Discrepancia

Mastico pulpa de cerezas,
chupo piedras y luego
las pongo en mis manos.
Mis huesos están secos—
La respuesta a este acertijo
es mi autobiografía.

Nieve de abril

Tengo el ojo

de un fotógrafo.

Cuando miro por la ventana,

veo la foto

que me hiciste en aquella tormenta de nieve en Nueva York

hace diez años.

Llevo un abrigo largo y negro, que brilla,

un sombrero a lo Greta Garbo

y botas para abrigar los pies.

En la tormenta de nieve de hoy,

llevo una bata morada

y estoy sentada con los brazos, blancos, apoyados en una recia mesa de madera.

La casa resplandece de flores amarillas,

mientras que, fuera, lo único amarillo son los faros de los coches,

que circulan con cautela

en la ventisca.

Los esqueletos de los árboles me recuerdan

que el invierno sigue aquí. Un pino cubierto de nieve

dice que el invierno arrecia.

Pero estamos en abril

y ya hace dos meses que te fuiste. Aunque podrían ser

diez años. Porque «tú» es solo un personaje

de mis sueños.

El Amor me hace soñar contigo

todas las noches,

pero mis sueños son pesadillas. Así que he

llenado la casa

de libros, de comida humeante, de flores.

Me tomo un buen vino

todas las noches.

La música y la poesía llenan el lugar.

Me doy una buena vida,

rodeada de poetas, músicos y pintores.

Por qué te deseo tanto o

me despierto con esos sueños terribles,

no sabría decirlo.

Excepto por eso,

según el calendario estamos en primavera.

En abril.

Pero hoy está nevando,

una nieve blanca, espesa,

profunda.

Nieve de abril.

En el frío y la textura quizá

no difiera de la blanca y helada de enero.

Pero parece distinta

por el hecho

de que los petirrojos lleven aquí una semana.

En mayo

los tulipanes habrán florecido

y yo pensaré en el mar.

El Rey de España me envía

sus saludos:

la rama rota,

el charco de nieve derretida,

a la puerta de mi casa.

Diane Wakoski (Whittier, California, EE.UU., 3 de Agosto de 1937).Poeta perteneciente a la Generación Beat. Licenciada en Artes por la Universidad de Berkeley, California. En la universidad entró en contacto con el quehacer poético. Publicó su primer libro de poesía en 1962. Fue participe de las inquietudes contestatarias que divulgó la Generación Beat, y junto a sus colegas propuso una mística expansión de las conciencias, un cambio individual que fuera la raíz para el desarrollo de un cambio colectivo. Una revolución de pensamiento que despertara a las mentes adormecidas por el consumismo y el desmesurado capitalismo. Quizá su obra más famosa (ahora pieza de coleccionistas) sea la secuencia de poemas a Jorge Washington. Wakoski ejerció la docencia durante muchos años en Michigan State University.

Entre sus libros se destacan:

The George Washington Poems (1967), The Motorcycle Betrayal Poems (1971), que lleva en su portada la dedicatoria siguiente: “Este libro está dedicado a todos esos hombres que alguna vez me traicionaron, con la esperanza de que se caigan de sus motocicletas y se rompan la cara”. Dancing on the Grave of a Son of a Bitch (1973) y Waiting for the King of Spain (1976), obra poética reunida posteriormente bajo los títulos The Collected Greed, Parts 1–13 (1984) y Emerald Ice: Selected Poems 1962-1987 (1984), volumen este último por el que recibió el premio Carlos Williams otorgado por la prestigiosa Poetry Society of America.  Medea the Sorceress (1991)?,Jason the Sailor (1993),The Emerald City of Las Vegas (1995), Argonaut Rose (1998). Entre sus colecciones de poemas publicadas más recientemente están The Diamond Dog (2010), Bay of Angels(2014) y Lady of Light (2018),Esperando al Rey de España (Bartleby, 2022).

 Ha recibido, entre otros galardones, una beca Fulbright, un premio de la Michigan Arts Foundation,el premio Carlos Williams otorgado por la prestigiosa Poetry Society of America y subvenciones de la Fundación Guggenheim, Michigan Arts Council, National Endowment for the Arts y New York State Council on the Arts.

Enlaces de interés :

Encountering Diane Wakoski: The Making of Emerald Ice

Hola, 👋
Bienvenid@s a PoetryAlquimia.org. Un espacio donde las voces poéticas del mundo resuenan con fuerza.

Suscríbete a nuestro boletín para recibir las nuevas aportaciones poéticas.

Deja un comentario

Proudly powered by WordPress | Theme: Baskerville 2 by Anders Noren.

Up ↑