14 Poemas de  Gustavo Adolfo Bécquer

Rima IV

No digáis que, agotado su tesoro, 
de asuntos falta, enmudeció la lira; 
podrá no haber poetas; pero siempre 
habrá poesía. 

Mientras las ondas de la luz al beso 
palpiten encendidas, 
mientras el sol las desgarradas nubes 
de fuego y oro vista, 
mientras el aire en su regazo lleve 
perfumes y armonías, 
mientras haya en el mundo primavera, 
¡habrá poesía! 

Mientras la ciencia a descubrir no alcance 
las fuentes de la vida, 
y en el mar o en el cielo haya un abismo 
que al cálculo resista, 
mientras la humanidad siempre avanzando 
no sepa a dó camina, 
mientras haya un misterio para el hombre, 
¡habrá poesía! 

Mientras se sienta que se ríe el alma, 
sin que los labios rían; 
mientras se llore, sin que el llanto acuda 
a nublar la pupila; 
mientras el corazón y la cabeza 
batallando prosigan, 
mientras haya esperanzas y recuerdos, 
¡habrá poesía! 

Mientras haya unos ojos que reflejen 
los ojos que los miran, 
mientras responda el labio suspirando 
al labio que suspira, 
mientras sentirse puedan en un beso 
dos almas confundidas, 
mientras exista una mujer hermosa, 
¡habrá poesía!

Rima V

Espíritu sin nombre,

indefinible esencia,

yo vivo con la vida

sin formas de la idea.

Yo nado en el vacío

del sol tiemblo en la hoguera

palpito entre las sombras

y floto con las nieblas.

Yo soy el fleco de oro

de la lejana estrella,

yo soy de la alta luna

la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube

que en el ocaso ondea;

yo soy del astro errante

la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbres,

soy fuego en las arenas,

azul onda en los mares

y espuma en las riberas.

En el laúd soy nota,

perfume en la violeta,

fugas llama en las tumbas

y en las ruinas hiedra.

Yo atrueno en el torrente,

y silbo en la centella

y ciego en el relámpago

y rujo en la tormenta.

Yo río en los alcores

susurro en la alta hierba,

suspiro en la onda pura

y lloro en la hoja seca.

Yo ondulo con los átomos

del humo que se eleva

y al cielo lento sube

en espiral inmensa.

Yo en los dorados hilos

que los insectos cuelgan

me mezclo entre los árboles

en la ardorosa siesta.

Yo corro tras las ninfas

que en la corriente fresca

del cristalino arrollo

desnudas juguetean.

Yo en bosque de corales, que

alfombran blancas perlas,

persigo en el océano

las náyades ligeras.

Yo, en las cavernas cóncavas,

donde el sol nunca penetra,

mezclándome a los nomos

contemplo sus riquezas.

Yo busco de los siglos

las ya borradas huellas,

y sé de esos imperios

de que ni el nombre queda.

Yo sigo en raudo vértigo

los mundos que voltean,

y mi pupila abarca

la creación entera.

Yo sé de esas regiones

a donde rumor no llega,

y donde los informes astros

de vida y soplo esperan.

Yo soy sobre el abismo

el puente que atraviesa;

yo soy la ignota escala

que el cielo une a la tierra.

Yo soy el invisible

anillo que sujeta

el mundo de la forma

al mundo de la idea.

Yo, en fin, soy el espíritu,

desconocida esencia,

perfume misterioso

del que es vaso el poeta.

Rima VII

Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!

¡Ay!- pensé-. ¡Cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: Levántate y anda!

Rima XXI

¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas 

en mi pupila tu pupila azul, 

¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas? 

Poesía… eres tú.

«La musa» (1860), dibujo de Gustavo Adolfo Bécquer. Álbum de Julia Espín. Biblioteca Nacional (Madrid).

Rima XXIII

Por una mirada, un mundo,

por una sonrisa, un cielo,

por un beso… yo no sé

qué te diera por un beso.

«Grupo familiar» (1860), dibujo de Gustavo Adolfo Bécquer. Álbum de Josefina Espín. Fotografía de Rafael Montesinos.

Rima XXV

Cuando en la noche te envuelven 
las alas de tul del sueño 
y tus tendidas pestañas 
semejan arcos de ébano, 
por escuchar los latidos 
de tu corazón inquieto 
y reclinar tu dormida 
cabeza sobre mi pecho, 
diera, alma mía, 
cuanto posea: 
¡la luz, el aire 
y el pensamiento! 

Cuando se clavan tus ojos 
en un invisible objeto 
y tus labios ilumina 
de una sonrisa el reflejo, 
por leer sobre tu frente 
el callado pensamiento 
que pasa como la nube 
del mar sobre el ancho espejo, 
diera, alma mía, 
cuanto deseo: 
¡la fama, el oro, 
la gloria, el genio! 

Cuando enmudece tu lengua 
y se apresura tu aliento 
y tus mejillas se encienden 
y entornas tus ojos negros, 
por ver entre sus pestañas 
brillar con húmedo fuego 
la ardiente chispa que brota 
del volcán de los deseos, 
diera, alma mía, 
por cuanto espero, 
la fe, el espíritu, 
la tierra, el cielo.

Rima XXVII

Despierta, tiemblo al mirarte; 
dormida, me atrevo a verte; 
por eso, alma de mi alma, 
yo velo mientras tú duermes. 

Despierta, ríes, y al reír tus labios 
inquietos me parecen 
relámpagos de grana que serpean 
sobre un cielo de nieve. 

Dormida, los extremos de tu boca 
pliega sonrisa leve, 
suave como el rastro luminoso 
que deja un sol que muere. 
¡Duerme! 

Despierta, miras y al mirar tus ojos 
húmedos resplandecen 
como la onda azul en cuya cresta 
chispeando el sol hiere. 

Al través de tus párpados, dormida, 
tranquilo fulgor vierten, 
cual derrama de luz, templado rayo, 
lámpara transparente. 
¡Duerme! 

Despierta, hablas y al hablar vibrantes 
tus palabras parecen 
lluvia de perlas que en dorada copa 
se derrama a torrentes. 

Dormida, en el murmullo de tu aliento 
acompasado y tenue, 
escucho yo un poema que mi alma 
enamorada entiende. 
¡Duerme! 

Sobre el corazón la mano 
me he puesto porque no suene 
su latido y de la noche 
turbe la calma solemne. 

De tu balcón las persianas 
cerré ya porque no entre 
el resplandor enojoso 
de la aurora y te despierte. 
¡Duerme!

La rima XXVII, autografiada por Bécquer en el manuscrito titulado Libro de los gorriones.

Rima XXX

Asomaba a sus ojos una lágrima
y… mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y enjugó un llanto,
y la frase en mi labio expiró.
Yo voy por un camino, ella por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: ¿Por qué callé aquel día?.
Y ella dirá: ¿Por qué no lloré yo?.

Es cuestión de palabras, y, no obstante,
ni tu ni yo jamás,
después de lo pasado convendremos
en quién la culpa está
¡Lástima que el amor un diccionario
no tenga donde hallar
cuando el orgullo es simplemente orgullo
y cuándo es dignidad!

Rima LII

Olas gigantes que os rompéis bramando 
en las playas desiertas y remotas, 
envuelto entre la sábana de espumas, 
¡llevadme con vosotras! 

Ráfagas de huracán que arrebatáis 
del alto bosque las marchitas hojas, 
arrastrado en el ciego torbellino, 
¡llevadme con vosotras! 

Nube de tempestad que rompe el rayo 
y en fuego ornáis las sangrientas orlas, 
arrebatado entre la niebla oscura, 
¡llevadme con vosotras!. 

Llevadme, por piedad, a donde el vértigo 
con la razón me arranque la memoria. 
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme 
con mi dolor a solas!.

Dibujo de Gustavo Adolfo Bécquer perteneciente al Álbum de los contrastes (1854). Colección de Dolores Cabrera de Otero (Sevilla). Fotografía de Rafael Montesinos.

Rima LIII

Volverán las oscuras golondrinas 
en tu balcón sus nidos a colgar, 
y otra vez con el ala a sus cristales 
jugando llamarán. 

Pero aquellas que el vuelo refrenaban 
tu hermosura y mi dicha a contemplar, 
aquellas que aprendieron nuestros nombres… 
¡esas… no volverán!. 

Volverán las tupidas madreselvas 
de tu jardín las tapias a escalar, 
y otra vez a la tarde aún más hermosas 
sus flores se abrirán. 

Pero aquellas, cuajadas de rocío 
cuyas gotas mirábamos temblar 
y caer como lágrimas del día… 
¡esas… no volverán! 

Volverán del amor en tus oídos 
las palabras ardientes a sonar; 
tu corazón de su profundo sueño 
tal vez despertará. 

Pero mudo y absorto y de rodillas 
como se adora a Dios ante su altar, 
como yo te he querido…; desengáñate, 
¡así… no te querrán!

Rima LXXII

Las ondas tienen vaga armonía,
las violetas suave olor,
brumas de plata la noche fría,
luz y oro el día,
yo algo mejor;
¡yo tengo Amor!
Aura de aplausos, nube radiosa,
ola de envidia que besa el pie.
Isla de sueños donde reposa
el alma ansiosa.
Dulce embriaguez
¡la Gloria es!
Ascua encendida es el tesoro,
sombra que huye la vanidad.
Todo es mentira: la gloria, el oro,
lo que yo adoro
sólo es verdad:
¡la Libertad!
Así los barqueros pasaban cantando
la eterna canción
y a golpe de remo saltaba la espuma
y heríala el sol.
-¿Te embarcas? gritaban, y yo sonriendo
les dije al pasar:
Yo ya me he embarcado, por señas que aún tengo
la ropa en la playa tendida a secar.

Rima LXXIII

Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.

La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil rüidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

De la casa, en hombros,
lleváronla al templo
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.

Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.

De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.

Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.

La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras
yo pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.

Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos…!

¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos los muertos.

Hoja del autógrafo becqueriano en el que se construye la rima LXXIII

Rima LXVI

¿De dónde vengo?… el más horrible y áspero
de los senderos busca:
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura;
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.

¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza;
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas.
En donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.

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Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida (Sevilla, España, 17 de febrero de 1836-Madrid, España, 22 de diciembre de 1870), más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer.

Hijo de Joaquina M.ª Bastida y de José María Domínguez Bécquer. La muerte de sus padres (José en 1841 y Joaquina en 1847) se verá compensada con el cariño que recibe por parte del resto de la familia, especialmente de su madrina Manuela Monehay Moreno, así como por la constante actividad de Bécquer ya sea en la pintura,(su padre, su hermano, su tío eran pintores), la escritura o la música. El acceso que tuvo Bécquer a la biblioteca de su madrina Manuela le proporcionará un conocimiento detallado de los autores más relevantes del siglo anterior y del Romanticismo europeo. Desde muy joven realiza ejercicios de creación literaria terminando o empezando obras incompletas, componiendo poemas o planificando futuras piezas teatrales. 

Una de las figuras clave en el proceso de aprendizaje literario del joven poeta será Alberto Lista, prestigioso representante de las letras sevillanas. Con tan sólo doce años, Bécquer compone la Oda a la muerte de don Alberto Lista, en la cual sigue los preceptos clasicistas que éste le enseñó.

A pesar de que el ambiente sevillano auguraba un buen porvenir como escritor a Gustavo Adolfo, esto no parecía satisfacer al poeta, que contaba ya con la edad de diecisiete años. Tras planear en el verano de 1853 junto con Narciso Campillo y Julio Nombela su marcha a Madrid, y sin obtener el permiso de su madrina Manuela, Bécquer se instala en octubre de 1854 en una modesta pensión madrileña, cargado con un baúl lleno de poemas y de ilusiones que se perderán en el olvido. En una época de revueltas políticas, las artes y las letras no son una gran fuente de ingresos, por lo cual los poemas del sevillano no ofrecen ningún interés para los editores. El nombre de Bécquer aparecerá vinculado a revistas como La España Musical y LiterariaEl MundoEl Porvenir o el Álbum de Señoritas y Correo de la Moda. De esta manera, el poeta se va haciendo un hueco en el panorama artístico madrileño. Este será un período de estrecheces económicas, y de escasas publicaciones.

La llegada de su hermano Valeriano en noviembre de 1855 supone un pequeño respiro para Gustavo Adolfo, pero esta situación no durará mucho, ya que Valeriano regresa a Sevilla al año siguiente. No obstante, gracias a una serie de obras teatrales que da a la luz bajo pseudónimo, consigue ir tirando. Realiza una adaptación de Nuestra Señora de París de Víctor Hugo, que titula Esmeralda, y en colaboración con Luis García Luna, estrena La novia y el pantalón.

Su círculo de amistades aumenta cuando conoce al que será uno de sus mejores amigos y uno de los que mejor entendió la relevancia de la poesía becqueriana en el conjunto de las letras hispánicas: el cubano Ramón Rodríguez Correa. Bécquer entró junto a él como escribiente en la Dirección de Bienes Nacionales, trabajo que le permitió respirar económicamente. Pero poco le dura la dicha a Gustavo Adolfo, pues es despedido por desperdiciar el tiempo de sus compañeros con dibujos de los personajes de Hamlet.

En esa época Bécquer emprende su gran proyecto fallido: la Historia de los templos de España. Todo comienza en junio de 1857, cuando junto a Juan de la Puerta Vizcaíno, el sevillano inicia los trámites para la preparación de esta monumental obra, lo cual requiere el reclutamiento de notables eruditos en el campo de la historia, las artes y la literatura. Bécquer depositó todas sus ilusiones en el rescate de edificios que tornaban a ser mucho más que un conjunto de piedras, eran la representación fidedigna de la tradición española. A principios de agosto de 1857 sale a la luz la primera entrega de la Historia de los templos, con la protección de la reina Isabel II. Las sucesivas entregas van apareciendo con cierto retraso hasta que en noviembre de 1858 quiebra la empresa editorial. A esto habrá de añadirse el colapso de Bécquer, que agotó sus fuerzas en el intento de culminación de esta obra, cayendo en una grave enfermedad. A su tentativa de unión de lo religioso, lo histórico, lo arquitectónico y lo poético, se unirá una expresa admiración por la temática y la cultura hindú, que se plasmará en la publicación en La Crónica (29-30 de mayo) a modo de folletín de El caudillo de las manos rojas.

En 1859, colaborando con Luis García Luna y con el nombre de Adolfo García escribe la zarzuela La venta encantada y el sainete Las distracciones. Además, aparece en El Nene (17 de diciembre) el poema «Tu pupila es azul, y cuando ríes», que refleja la progresiva evolución en Bécquer de la poesía de corte neoclásico a una de veta intimista. 

Estos años (1859-1860) reflejan un Bécquer joven e ilusionado que está en un punto álgido de creación tanto en prosa como en verso. Siente que por fin ha encontrado el camino poético y que no está solo en dicha empresa. Frecuenta los salones del músico Joaquín Espín y Guillén, donde conoce a las dos hermanas que tanta influencia tuvieron en él: Josefina y Julia Espín. Practica el galanteo propio de esos lugares, y en los álbumes de las Espín dejará una serie de estupendos dibujos y rimas autógrafas (rima XVIXX y la futura rima XXVII). Todo en esta época parece confluir: la música, la mujer, la poesía, el amor… todo lo que en Bécquer supone un claro universo vital:

«La poesía eres tú, te he dicho, porque la poesía es el sentimiento y el sentimiento es mujer (…) Poesía son, por último, todos esos fenómenos inexplicables que modifican el alma de la mujer cuando despierta al sentimiento y a la pasión (…) El amor es poesía; la religión es amor. (…) La religión es amor y, porque es amor, es poesía.» 

(«Cartas literarias a una mujer», El Contemporáneo, 20-diciembre-1860; 8-enero-1861; 4-abril-1861 y 23-abril-1861).

Aunque la productividad becqueriana alcanza en estos años unas cotas muy altas, lo cierto es que son pocas las actividades que le reportan algún beneficio económico, por lo cual este será también un tiempo de penuria económica. A pesar de todo, Bécquer entrará a formar parte de la plantilla de El Contemporáneo (1860), diario de carácter conservador dirigido por José Luis Albareda y puesto en marcha por el político Luis González Bravo. Gracias a su labor en este periódico, Bécquer consigue mantener una situación financiera más holgada y encontrar el vehículo perfecto para la difusión de sus escritos. De este modo, ya en el primer número aparece incluida la primera de las Cartas literarias a una mujer, y continuará la serie con tres cartas más hasta 1861. Estos son los años clave en la obra del poeta, pues publica textos (Cartas literarias a una mujer, reseña de La Soledad de Augusto Ferrán) en los que expone cuáles son sus ideas acerca de la poesía y la excepcional labor del poeta:

«Hay una poesía magnífica y sonora; una poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua, que se mueve con una cadenciosa majestad, habla a la imaginación, completa sus cuadros y la conduce a su antojo por un sendero desconocido, seduciéndola con su armonía y su hermosura.
Hay otra natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía.
La primera tiene un valor dado: es la poesía de todo el mundo.
La segunda carece de medida absoluta, adquiere las proporciones de la imaginación que impresiona: puede llamarse la poesía de los poetas.» 

(«Introducción sinfónica», Manuscrito del Libro de los gorriones).

En este período de tanta fecundidad literaria, Bécquer también encontró de alguna manera el amor, o por lo menos cierta estabilidad familiar a través de su matrimonio con Casta Esteban Navarro, hija de Francisco Esteban, médico de Bécquer especializado en enfermedades venéreas. Se casaron el 19 de mayo de 1861 tras un corto noviazgo. Se ha discutido mucho sobre el papel que le tocó jugar a Casta en la vida de Gustavo Adolfo, y entre los estudiosos del poeta, no cuenta con un gran número de adeptos, acusándole de infidelidad y de no saber comprender un espíritu tan delicado como el de Bécquer. A Casta, los estudiosos no la han tratado bien, desde antipática a mujer infiel, pero en todo caso parece que era una persona incómoda, con ideales protofeministas, que rompió con el modelo de sumisión. Se separó de su marido, se repartieron la custodia de los tres hijos y tras la muerte de Gustavo volvió a casarse e incluso escribió un libro.

El caso es que el 9 de mayo de 1862 nace en Soria el primer hijo del matrimonio, que se llamará Gregorio Gustavo Adolfo. Becquer sigue publicando en El Contemporáneo con relatos como El muerto al hoyoEl rayo de lunaEl aderezo de esmeraldasEl miserereEl Cristo de la CalaveraTres fechas o La venta de los gatos, así como con artículos como Los maniquíesEl carnavalPot-pourri de pensamientos extrañosUn drama. Hojas arrancadas de un libro de memoriasLa NenaCualquier cosaArquitectura árabeTambién se prodigará en otras revistas como La América, donde aparece La rosa de la Pasión

Ahora Bécquer tiene una familia que mantener y su trabajo como periodista no será suficiente, de manera que debe recurrir a otras fuentes de ingreso como la zarzuela. Esta vez su compañero en la creación de piezas teatrales será su amigo Rodríguez Correa, y con el pseudónimo Adolfo Rodríguez estrenan El nuevo Fígaro el 19 de septiembre. Un año más tarde termina la pieza Clara de Rosemberg, que será representada en el Teatro de la Zarzuela el 10 de junio. Una carta de Gustavo Adolfo y Casta dirigida a los padres de ésta manifiesta que Bécquer no siempre fue un hombre en sueños que pasaba de forma indolente por la vida. Su única preocupación en el estreno de Clara de Rosemberg no era tanto la calidad del libreto como la asistencia masiva de público («A mí me importa un rábano tanto de los que alaban como de los que censuran. Lo que es menester es que vaya la gente y hasta ahora no falta.»).

El año 1863 es especialmente prolífico para Bécquer, ya que el número de artículos y relatos publicados en El Contemporáneo se incrementa (Historia de una mariposa y de una arañaUn lance pesadoUn boceto del naturalLa perezaLa mujer a la modaLos bailes de trajesLa leyenda del judío erranteEntre sueños…). Además, continúa con la publicación de sus leyendas en La América (El gnomoLa cueva de la moraLa promesaLa corza blancaEl beso) y de otros textos en diversos periódicos de la época como La Gaceta Literaria (¡Duerme!ApólogoLa ridiculez), La España Literaria (en la que su nombre figura como colaborador) o incluso en un proyecto de novelas para la «Biblioteca hispano-americana» de La Época.

Según el testimonio de Julia, la sobrina de Gustavo Adolfo, la familia viajó a Sevilla en el verano de 1863. Más tarde, Valeriano, separado de su mujer, llega a Madrid y se encuentra a su hermano muy debilitado, por lo cual deciden viajar a Veruela para pasar el invierno en total reposo, con la excepción de alguna pequeña estancia en Madrid de Gustavo Adolfo para solucionar menesteres de orden administrativo, o ya entrado el verano, con una pequeña excursión a las playas de Vizcaya. A finales de este año se instalaron, en el monasterio de Veruela,  ValerianoGustavo AdolfoCasta Esteban y sus hijos. La estancia hasta el otoño de 1864 dará lugar a una amplia producción de los dos hermanos. Durante este período, los hermanos Bécquer recorrieron la zona del Moncayo, fijándose con atención en los paisajes, los pueblos y las costumbres de sus gentes para plasmarlo en sus cuadros Valeriano y en sus textos Gustavo Adolfo. Este último seguía participando como redactor para El Contemporáneo con el envío de las Cartas desde mi celda donde constata con sus palabras el contraste entre la vida moderna y agitada de la capital, y la España más profunda y primitiva de los pueblos por los que no pasa el tiempo:

«al contemplar los destrozos causados por la ignorancia, el vandalismo o la envidia durante nuestras últimas guerras; al ver todo lo que en objetos dignos de estimación, en costumbres peculiares y primitivos recuerdos de otras épocas se ha extraviado y puesto en desuso de sesenta años a esta parte; lo que las exigencias de la nueva manera de ser social trastorna y desencaja; lo que las necesidades y las aspiraciones crecientes desechan u olvidan, un sentimiento de profundo dolor se apodera de mi alma, y no puedo menos de culpar el descuido o el desdén de os que a fines de siglo pasado pudieron aún recoger para transmitírnoslas íntegras las últimas palabras de la tradición nacional, estudiando detenidamente nuestra vieja España (…)» 

(«Cuarta Carta. Cartas desde mi celda», El Contemporáneo, 23-abril-1861).

Sin dejar de escribir para El Contemporáneo, Bécquer debe partir a Madrid en medio de un calor riguroso para hacerse cargo de la redacción del periódico, bastante desierta en estos meses de vacaciones. Redacta Los Campos Elíseos y El calor, donde manifiesta su particular ojo crítico para la interpretación de hechos cotidianos como los entretenimientos de la ciudad en verano o los efectos del insoportable calor madrileño. También tuvo ocasión de realizar un reportaje sobre la inauguración de la línea de ferrocarril que unió Madrid con San Sebastián: Caso de ablativo, en el que se alterna gravedad e ironía.

A partir de septiembre de 1864, la atención de Bécquer se va a centrar en la política, pues Luis González Bravo, creador de El Contemporáneoserá nombrado ministro de Gobernación dentro del gabinete dirigido por el general Narváez. Además, el director del periódico, José Luis Albareda, pasa a ser embajador en La Haya, por lo que Bécquer ocupa la dirección de El Contemporáneo desde el 9 de noviembre hasta el 16 de febrero de 1865. Gracias a su amistad con González Bravo, Gustavo Adolfo consigue un puesto como fiscal de novelas en Madrid con un buen sueldo, aunque no le durará mucho, pues tras la caída del gabinete, Bécquer decide presentar su dimisión.

Por eso, a partir de 1864 se puede ver un Gustavo Adolfo contradictorio: unas veces es el artista bohemio y descuidado, y otras, cuando la fortuna económica le sonríe, el burgués con levita. Tras la disolución de El Contemporáneo, González Bravo considera necesaria la creación de otro periódico que ocupe el lugar de su antecesor y aparece Los Tiempos, en cuya redacción también intervendrá Bécquer, aunque no nos queden ejemplares para certificar dicha participación. Un artículo de Bécquer, El partido angélico será la causa de una polémica entre Los Tiempos y El Contemporáneo, pues en él, el autor recrimina a sus antiguos compañeros la ingratitud con Narváez y González Bravo.

Los comienzos del año 1865 son buenos para los hermanos Bécquer en cuanto a estabilidad se refiere, pues incluso Valeriano obtiene gracias a su hermano una pensión anual de 10.000 reales por parte del Ministerio de Fomento para que el pintor recorra las provincias españolas en busca de «trajes característicos, usos y costumbres», con la condición de que éste remita al ministerio dos cuadros al año. En cuanto a su hermano, se le plantea un dilema, pues considera que no puede estar a la vez ejerciendo el cargo de censor de novelas que le ha proporcionado González Bravo, y combatir al Gobierno al que éste pertenece a través de las páginas de El Contemporáneo, así que decide rechazar ambos puestos.

Los problemas llegan para Bécquer a partir de la segunda mitad de 1865, cuando ya no tiene el sueldo de censor de novelas y su participación en la prensa es más difusa (en este período participa en Los TiemposEl Museo Universal y Gil Blas). Es lógico que la situación en el hogar no fuera la mejor, teniendo en cuenta que en septiembre nace el segundo hijo del matrimonio. El cambio de domicilio buscando un barrio más barato es obligado. A pesar de todo, Gustavo Adolfo mantendrá vivo su contacto con el arte, en este caso con la música, gracias a sus visitas a la casa de Antonio de Reparaz.

Bécquer colabora con Los Tiempos hasta el 6 de octubre, fecha en la que este diario se fusiona con El Gobierno y dan lugar a El Español, que se publica hasta 1868. El panorama político estará bastante revuelto durante el otoño de 1865, coincidiendo con la aparición de un nuevo periódico satírico, Doña Manuela, cuya presentación ha sido atribuida a Bécquer. Sin embargo, Rodríguez Correa incluirá en Las Noticias un comunicado del poeta en el que se niega toda participación. A partir de aquí, los críticos becquerianos no se han puesto de acuerdo sobre la veracidad de esta declaración. Especialmente si tenemos en cuenta que poco más tarde los hermanos Bécquer colaboran en las páginas de la revista demócrata Gil Blas con dibujos y textos de sátira política, aunque simplemente firman con el pseudónimo Sem o con una «S» (Revista cómicaItinerario del próximo carnaval y El discurso de la corona).

Tras algunas colaboraciones ocasionales para El Museo Universal, Bécquer se convierte en el director literario de esta publicación. Dentro de sus tareas destaca la elaboración de las «Revistas de la semana», que versan sobre asuntos variados de política, cultura y sociedad; la colaboración con su hermano Valeriano en algunos cuadros de costumbres (La misa del albaLa sardinera…); algunos artículos biográficos (El duque de Rivas); varios textos que acompañan a grabados de Federico Ruiz, Jaime Serra o Francisco Ortego; un artículo de costumbres dedicado al carnaval de 1866; la fantasía Un tesoro que aparece en el Almanaque de El Museo Universal y una serie de rimas (Espíritu sin nombreTú y yoDos y unoSaeta que voladoraSerenata¡La vida es sueño!¡No sé!).

La fama de Bécquer se va acrecentando poco a poco a través de sus publicaciones en los periódicos. Así, a su labor más conocida como periodista, se le une su faceta de narrador de leyendas, que vuelven a publicarse de forma anónima en El Español entre el 29 de marzo y el 10 de mayo de 1866, y también en el Diario de Alcoy, periódico dirigido por su gran amigo Augusto Ferrán (Los ojos verdesLa ajorca de oroEl monte de las ánimas). Es muy posible que en estas fechas Gustavo Adolfo estuviera reuniendo sus rimas para editarlas en forma de libro. Según los testimonios de Narciso Campillo y Francisco de Laiglesia, González Bravo tenía en su poder el manuscrito de las Rimas, pero debido al tumulto originado por el movimiento revolucionario que destronó a Isabel II (18 septiembre 1868), el volumen se extravió.

Como consecuencia de nuevos cambios políticos, Bécquer se halla otra vez vinculado con el Gobierno en el poder. De ahí que vuelva a obtener su cargo de fiscal de novelas, abandonando el de director de El Museo Universal al comenzar el verano. A causa de su frágil salud, viaja a Bilbao para reponerse y en septiembre del mismo año será elegido miembro del jurado de la Exposición Nacional de Bellas Artes. Lo cierto es que Bécquer estaba por entonces más preocupado por otros menesteres que los literarios, de ahí la escasez de escritos artísticos de esta época (1867-1868), con la excepción de la rima IX (Besa el aura que gime blandamente). Tras la muerte de su amigo Luis García Luna (25 diciembre 1867), Bécquer parece entender la importancia de tener reunidos sus poemas en la «colección de proyectos» Libro de los gorriones, manuscrito que más tarde utilizarán los amigos del escritor para preparar la edición de sus Obras en 1871 y que según Narciso Campillo, trabajó especialmente durante su estancia en Toledo en 1869.

Visitará Soria en algunas ocasiones junto con su hermano Valeriano para restaurar su salud, y también para alejarse temporalmente de Casta, que le había sido infiel. Parece ser que Emilio Eusebio, el tercer hijo de Bécquer nacido en diciembre, no era del poeta. Como consecuencia de las revueltas en la capital, los hermanos Bécquer deciden exiliarse a Toledo, ciudad que encandila a Gustavo Adolfo por sus retorcidas y estrechas callejuelas, sus monumentos cargados de historia y su atmósfera impregnada de encanto, lo cual tendrá su reflejo en algunas leyendas y artículos del poeta. Por otro lado, los comienzos del año 1869 fueron muy duros para los Bécquer desde el punto de vista económico, pues Valeriano ya no gozaba de la pensión del Gobierno y Gustavo Adolfo había perdido su fuente de ingresos como fiscal de novelas y como director de periódico. Ahora simplemente colabora de forma ocasional comentando los dibujos de su hermano para El Museo Universal (Los dos compadresSemana Santa en Toledo).

Una carta a Francisco de Laiglesia pidiendo dinero para uno de sus hijos enfermo y los testimonios de Campillo sobre el desaliño físico del poeta nos permiten hacernos una idea sobre la crítica situación de Gustavo Adolfo. A pesar de ello, la participación de Bécquer en los primeros meses de 1870 en La Ilustración de Madrid, su vuelta a Madrid rodeado de su hermano, sus hijos y sus amigos (sobre todo Rodríguez Correa y Ferrán), hacen que este sea un período de felicidad. En esta revista, pintor y escritor realizan sus últimas colaboraciones, entre las que destaca El pordioseroLa picota de OcañaUna calle de ToledoEnterramientos de Garcilaso de la Vega y de su padre en Toledo, Las segadoras… Además, como en otras ocasiones, Bécquer pondrá su pluma al servicio de otros artistas (Casado del Alisal, Pradilla, Laurent, Perea, Bernardo Rico…). Una prueba del optimismo becqueriano del momento puede encontrarse en la publicación en La Ilustración de Madrid de la que será la rima V («No digáis que agotado su tesoro»), siendo probablemente el anticipo a la posible publicación al completo de sus Rimas. Pero este período de alegría alcanza hasta el 23 de septiembre de 1870, fecha en la que fallece su hermano Valeriano. El impacto fue tan terrible para Gustavo Adolfo que cayó en una profunda depresión de la que no se recuperaría. Animado por sus amigos, Gustavo Adolfo decide homenajear a su hermano como mejor sabe hacerlo: con la palabra. Traza una semblanza de Valeriano destacando su faceta como pintor de costumbres populares, que será publicada en La Ilustración de Madrid por Rodríguez Correa. El poeta, necesitado de apoyo, se traslada con sus hijos y sus sobrinos a otra vivienda al lado del cubano.

En los meses siguientes, Bécquer sigue padeciendo necesidades económicas, pero esto no le impedirá seguir escribiendo. Es posible que por entonces redactara el texto Las hojas secas, que aparecerá en 1871 en el Almanaque literario de la Biblioteca Ilustrada de Gaspar y Roig, así como también se convierte en director de El Entreacto, periódico cómico teatral donde se publica el inicio del relato becqueriano Una tragedia y un ángelHistoria de una zarzuela y una mujer. Tras publicar unos breves trabajos en la revista La ilustración de Madrid, el poeta también enfermó gravemente el 10 de diciembre y falleció el 22 de diciembre de 1870 tras un proceso de empeoramiento progresivo de difícil diagnóstico, que apunta a problemas respiratorios crónicos.

Con premonitorias palabras sobre la fugacidad y fragilidad de la vida, Bécquer parece anunciar cuál será su final:

«Lloro por mí. Lloro la vida que me huye (…) ¿Y por qué no has de vivir? (…) Porque es imposible. Cuando caigan secas esas hojas que murmuran armoniosas sobre nuestras cabezas, yo moriré también y el viento llevará algún día su polvo y el mío, ¿quién sabe adónde? (…) ¡Debíamos secarnos! ¡Debíamos morir y girar arrastradas por los remolinos del viento!.»

(«Las hojas secas», Almanaque Literario de la Biblioteca de Gaspar Roig, 1871).

Su cuerpo fue enterrado al día siguiente en Madrid y posteriormente fue trasladado a su Sevilla natal donde reposa desde 1913. Sus restos se encuentra en el Panteón de Sevillanos Ilustres, en los sótanos de la Facultad de Bellas Artesjunto a su hermano Valeriano, a quien tanto amó.

El pintor Casado del Alisal propone al resto de los compañeros de Bécquer la edición de sus obras y de los dibujos de su hermano Valeriano con el fin de ayudar a sus respectivas familias. A través de un comunicado en la prensa, tratan de difundir el proyecto para ganar así colaboradores, mientras que Ramón Rodríguez Correa, Augusto Ferrán y Narciso Campillo inician la tarea de selección de los textos becquerianos repartidos por periódicos y revistas, tomando como base los poemas del Libro de los gorriones y ordenándolos en forma de cancionero.

De este modo, a finales del mes de julio de 1871 y por el precio de 28 reales, ven la luz los dos tomos de las Obras de Gustavo Adolfo D. Bécquer, precedidas por un prólogo de su gran valedor y amigo, Ramón Rodríguez Correa, y un grabado del poeta confeccionado por Severino, sobre un dibujo de Palmaroli. Este será el comienzo de la leyenda del poeta romántico que ha llegado hasta nuestros días, pero también de su realidad como iniciador de nuestra mejor poesía contemporánea.

(Extracto de la biografia de G. A. Becquer firmada por Soraya Sábada en

https://www.cervantesvirtual.com/portales/gustavo_adolfo_becquer/autor_biografia/ )

 Las obras completas de Gustavo Adolfo Bécquer comprenden:

  • Veinte Leyendas.
  • Diez Cartas desde mi celda.
  • Cartas literarias a una mujer.
  • Los Templos de Toledo.
  • las Rimas.
  • Trozos poéticos de la adolescencia.
  • 15 Ensayos Literarios.
  • 24 crónicas sobre Tradiciones y costumbres españolas.
  • 19 crónicas de tema diverso.
  • Pensamientos ‘diversos’.
  • 1 Testamento Literario.

Firma de Bécquer en en la zona alta de la portada del convento de San Clemente en Toledo

Enlaces de interés :

https://www.diariodesevilla.es/delibros/Universidad-recupera-autografo-becqueriano_0_1530747446.html

https://www.lavanguardia.com/cultura/20210221/6256873/gustavo-adolfo-becquer-biografia-oscuras-leyendas.html

https://www.eldiadevalladolid.com/noticia/z6102409c-9bd3-ec0d-20d9726e8861c705/202012/becquer-el-primer-poeta-moderno

https://www.leyendasdetoledo.com/firma-grafito-becquer-san-clemente-toledo/

https://www.larazon.es/cultura/20201222/l3e6zdnwyneexi66sdft23fnqa.html

http://profedelengua.es/Becquer_leyendas.pdf

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