3 Poemas de Agota Kristof

Pas encore

Pas mourir
pas encore
trop tôt le couteau
le poison, trop tôt
Je m’aime encore
J’aime mes mains qui fument
qui écrivent
qui tiennent la cigarette 
la plume
le verre
J’aime mes mains qui tremblent
qui nettoient malgré tout
qui bougent
Les ongles y poussent encore
mes mains
remettent les lunettes en place 
pour que j’écrive

Todavía no

No morir

todavía no

demasiado pronto el cuchillo

el veneno, demasiado pronto

Todavía me amo

Amo mis manos que fuman

que escriben

Que sostienen el cigarrillo

La pluma

La copa.

Amo mis manos que tiemblan

que limpian a pesar de todo

que se mueven

Las uñas todavía crecen

mis manos

acomodan los anteojos en su sitio

para que yo escriba

De Clous (Zoé, 2016)

Incluso Tú

La luz se apagó
nada tiene sentido
sin forma las figuras se alargan
hasta mi corazón que ahora
 pronuncia la palabra
que entre golpes y miedos
no podía pronunciar

En las inmóviles calles sin vida
un hombre caminaba bajo la lluvia
y lloraba, recuerdas.

Dónde has terminado amor mío
no me atrevo a mirarte
así de dura es la distancia
entre los dos
y sin embargo te sigo buscando
Negra y amorfa
camino por la ciudad
de quienes son felices en pueblos
majestuosamente silenciosos
donde nadie me conoce
me detengo en umbrales extraños
y apoyo la frente en puertas cerradas

En las inmóviles calles sin vida
un hombre caminaba bajo la lluvia y lloraba

Recuerdas nuestras dudas

Las tardes blancas y silenciosas
se alejaban volando
y me sentaba en los bancos de siempre
mirando el agua segura
de que incluso tú te habías marchado.

Lentamente, él se acostumbraba…

Lentamente, él se acostumbraba a que ella dejara, olvidara cosas 
en su casa.
Cerillas, un pañuelo cuando lloró, una 
bufanda de sus hijos, sus guantes, sus anteojos a veces.
Él, en general, dormía cuando ella se iba, estaba cansado.
Sabía que ella se quedaba ahí, en su casa, fumando cigarrillos y 
                                                                                                [pensando en Dios sabe qué.
Por la mañana descubría los objetos olvidados.
Ella no dejaba de olvidar y dejar cosas en su casa.
Su brasier.
Sus cigarrillos.
Su encendedor, un libro para niños.
Su estuche de anteojos
Sus sandalias
(De seguro regresaba descalza)
Sus pañuelos
Su cabello, sobre todo su cabello
Estaba por todos lados, su cabello
En la almohada, en el cuarto de baño, en la cocina.
Una verdadera pesadilla.
Su cabello negro, en todas partes, en todo el apartamento.
La última vez, olvidó sus manos.
Dos manos sin anillos, posadas sobre el borde de la mesa, 
inmóviles, sangrando un poco en los puños donde ella las había
cercenado. 

Agota Kristof (Csikvánd, Hungría, 30 de octubre de 1935 – Neuchâtel, Suiza, 27 de julio de 2011). Poeta y escritora húngara que escribió sus obras en francés.

 Era hija de Antónia Turchányi, profesora de artes y de Kálmán Kristóf, maestro de escuela.

 Agota tiene tres años cuando estalla la Segunda Guerra Mundial. Su primera infancia se desarrolla en Csikvánd, “un pueblecito que no tiene ni estación, ni electricidad, ni agua corriente, ni teléfono”  y donde la pobreza y el hambre están omnipresentes. Su padre es el único maestro del pueblo y, hasta que es llamado a filas, la “castiga” con frecuencia a leer, lo que ella ya sabe hacer con solo cuatro años.

Cuando tiene nueve, en 1944, un año antes de que finalice la guerra, su familia se traslada a Köszeg.

A los catorce es ingresada en un internado, en Szombathely, muy cerca de la frontera austro-húngara. “Separada de mis padres y mis hermanos, ingreso en un internado de una ciudad desconocida, donde, para soportar el dolor de la separación, solo me queda una solución: escribir” 

Kristof es buena alumna, destaca especialmente en matemáticas, sin embargo a los dieciocho se casa con su profesor de historia y abandona los estudios. La falta de recursos y formación la llevan a trabajar en una fábrica textil.

En 1956, con veintiún años, atraviesa ilegalmente la frontera hacia Austria con su marido —implicado en la revolución contra el régimen pro-soviético— y su hija de cuatro meses. Solo lleva con ella dos bolsas: una con biberones, pañales y algo de ropa para el bebé, y otra con varios diccionarios de alemán, pensando que se instalarán en Austria. Al otro lado del telón de acero quedan su familia, sus primeros textos, sobre todo poemas, y el diario donde hablaba de sus desgracias en una escritura secreta.

Acogidos en un primer momento en un centro de refugiados de Viena y luego en Lausana —donde los empresarios industriales buscaban mano de obra barata— la autora, su marido y su hija serán finalmente enviados a Valangin, cerca de Neuchâtel, en Suiza, donde Agota vuelve a encontrar el mundo fabril: trabaja en cadena durante diez horas al día en una fábrica de relojes situada en la pequeña localidad de Fontainemelon.

 Jornadas de trabajo tristes, veladas silenciosas, salario miserable. Aislamiento. Soledad. Algunos de sus compatriotas no lo resisten:

“Cuatro personas, que formaban parte de mis conocidos, se suicidaron durante los dos primeros años de nuestro exilio. Uno, con barbitúricos; otro, con gas; y dos más con una soga. La más joven tenía dieciocho años. Se llamaba Gisèle” .

Esos suicidios, que parecen una enfermedad infecciosa que se propaga entre los refugiados, inspirarán más tarde su obra de teatro La epidemia.

Por las noches, después del duro día de trabajo y de haber acostado a su hija, sigue escribiendo poemas en húngaro. La monótona cadencia de las máquinas la ayuda a encontrar el ritmo para sus versos. Su poesía es publicada en una prestigiosa revista dirigida por un grupo de disidentes húngaros, pero pronto abandonará el género y la lengua.

Con veintiséis años deja de trabajar para ocuparse de su familia y, tras seguir unos cursos de francés, comienza a escribir teatro en esta lengua.

Su trayectoria literaria comenzó en el terreno de la poesía y el teatro. Y lo hizo desde el exilio: el tema principal en toda su obra. Agota asumió la lengua francesa para su obra y toda su escritura se desarrolló en ese idioma.

A partir de entonces la autora renuncia al húngaro y a la poesía como medios de expresión literaria. Escribir en francés, el idioma que le habían impuesto el destino, la suerte, las circunstancias, es otra forma de exilio. Esta lengua extranjera —“enemiga”, como ella dice— le sirve también para liberarse de sentimentalismos idiomáticos y afilar su escritura, siempre en búsqueda de la palabra justa, esencial.

Agota escribe a mano, sin preocuparse de su ortografía, un poco como le viene, sobre cualquier superficie: hojas de papel, trozos de cartón, facturas, reverso de las cartas recibidas… también en cuadernos. Cuando considera que ya tiene suficiente material, utiliza su máquina de escribir para filtrar y ordenar sus textos.

La fortuna literaria de Kristof comenzó en 1986, cuando su primera novela, escrita en francés, después de ser rechazada por Gallimard, fuera publicada por Du Seuil. La aceptación fue unánime y las traducciones a los principales idiomas no se hizo esperar. El gran cuaderno fue como la tituló y es una trilogía que completan otros dos títulos: La prueba y La tercera mentira. Le sucederían otras novelas igualmente difundidas y traducidas. Una de ellas, Ayer, fue llevada al cine bajo la dirección de Silvio Soldini.

Pasa una rata será su primera pieza teatral. A esta le seguirá John y Joe, la primera escenificada, que se presentó en el Café du Marché de Neuchâtel. “Así comienza mi «carrera» de autora dramática. El éxito de esta obra, representada durante varios meses, me proporcionó en aquella época una gran felicidad y me animó a seguir escribiendo»” .

Desde 1972 se dedica a escribir teatro al ritmo de prácticamente una obra al año. Sus manuscritos, sin embargo, envejecen encima de una estantería. Por suerte, alguien le recomienda que envíe sus textos teatrales a la radio. Entre 1978 y 1983 la Radio Suiza Francófona estrena cinco de ellas, que serán leídas por actores profesionales. Esas primeras obras aparecerán firmadas con el seudónimo de Zaïk —el apellido de su abuela materna, de origen checo—. Unas veces firma Zaïk, otras Zaïk Kristof, algunas incluso como Kristof Zaïk. No firmará como Agota Kristof hasta la llegada de su primera novela El gran cuaderno, publicada en francés, logrando una recepción magnífica y buenas críticas.

El estilo breve, conciso, implacable y minimalista de la escritora empieza a fraguarse en su teatro. El minimalismo de su palabra se deja también ver en los decorados que, al igual que las referencias espaciales y temporales, se reducen al máximo. En algunas obras indica “puede representarse sin decorado”.

La ausencia de nombres propios en varias de sus obras despoja además a sus personajes de una de las principales marcas de identidad. En Pasa una rata, por ejemplo, el nombre deja de ser algo inamovible, cambia según las circunstancias. En La carretera, los personajes son meras cualidades: Cantante, Jardinero, Bailarina, Mujer triste, Mujer alegre, Número 1, Número 2… En La hora gris, simples entes: Ella, Él. Trata así de transmitir la insignificancia del individuo, la ausencia de verdad absoluta, lo aleatorio de la identidad.

La Analfabeta es su obra más autobiográfica.  Una obra breve divivida en once capítulos, donde la autora narra sus momentos más significativos con una prosa deliciosa y auténtica, sin cursilerías ni adornos absurdos nos lleva al mundo interior de una mujer migrante que desconoce el francés y sé reconoce como una analfabeta. ¿Cómo encajar de nuevo en el mundo, si las palabras y el idioma que conoce, están diluyendo su significado? 

En una entrevista a sus setenta años, Kristof, como en tantas otras oportunidades, volvió sobre el tema, con una reflexión que debería ser meditada por todos los que se asoman a la posibilidad del destierro:

 A menudo pienso en eso. Creo que allí (en Hungría) habría sido
más feliz. La gente es más cordial. Tal vez habría escrito más. Aquí pasé
doce años sin poder escribir. En francés no podía y el húngaro
se me iba perdiendo. Y la fábrica… Aunque peor que la fábrica
fue luego trabajar en la consulta de un dentista. En un sitio
no se podía hablar, en el otro no paraba… Mi marido se empeñó
en que nos fuéramos. Muchas veces he pensado que más habría
valido que él hubiera pasado dos años en la cárcel que yo
cinco en una fábrica. Suiza me parecía desierto. La pasé mal.

Agota Kristof comenzó como poeta y terminó como poeta, a pesar de la conocida fortuna de narraciones y dramas. Nunca dejó de lamentar el extravío de sus poemas de juventud . Al final de su existencia, cuando ya había dejado atrás el interés por la escritura, se ocupó de reunir todos sus poemas en un libro con un nada inesperado título: Clavos. Casi todos, menos ocho, escritos en húngaro (el resto de su producción narrativa y dramática, como ya sabemos la redactó en en francés, la “lengua enemiga”) y cuya publicación, por razones no del todo conocidas, tuvo que esperar hasta 2016, cinco años después de su muerte. 

Agota murió el 27 de julio de 2011 en su casa de Neuchâtel. Su legado está en los Swiss Literary Archives in Berna.

Recibió numerosos premios como :

Premio Europeo de Literatura Francesa por El gran cuaderno, 1986

Premio Schiller (premio de literatura suiza)1988

Ruban de la Francophonie1988,

Prix du livre inter (premio literario de la radio francesa)1992

Premio Alberto Moravia, 1998

 Premio Gottfried Keller2001

Prix Schiller a toda su obra, 2005

Preis der SWR-Bestenliste,2006

 Premio del Estado de Austria de Literatura Europea, 2008

Premio del instituto de Neufchâtel, 2009

 Premio Kossuth del Estado húngaro, 2010

Enlaces de interés :

https://www.zendalibros.com/los-monstruos-de-agota/

https://www.elespanol.com/el-cultural/letras/primeros_capitulos/20210324/despiadado-mundo-agota-kristof/568445208_0.html

https://theobjective.com/further/cultura/2021-04-27/agota-kristof-da-igual-la-escritora-del-desamparo/

https://prodavinci.com/agota-kristof-clavos-poesia-completa/

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