9 poemas de María de Zayas Sotomayor

¡Oh soberana diosa!

¡Oh soberana diosa,
así tu Endimión goces segura,
sin que vidas celosa,
ni desprecie por otra tu hermosura;
que te duela mi llanto,
pues sabes qué es amar, y amaste tanto:
ya ves que mis desvelos
nacen de fieros y rabiosos celos!

Darete el blanco toro,
de quien Europa, enamorada, goza;
de Midas, el tesoro,
y de Febo, tu hermano, la carroza;
el vellocino hermoso,
que de Jasón fue premio venturoso,
y por bella y lozana,
juzgaré que mereces la manzana.

¿Cómo, di, ingrato fiero,
tan mal pagas mi amor, tan mal mi pena?
Mas ¡ay de mí!, que quiero
contar del mar la más menuda arena,
ver en el suelo estrellas,
y en el hermoso cielo plantas bellas;
pues, si lo consideras,
es lo mismo pedirte que me quieras.
Del amor dijo el sabio
que sólo con amor pagar se puede.
No es pequeño mi agravio,
no quiera Amor que sin castigo quede;
pues cuando más te adoro,
si lo entiendes así, confusa ignoro,
y es mi mal tan extraño,
que mientras más te quiero, más me engaño.

Ojos, ¿no la mirasteis?
Pues pagad el mirar con estas penas.
Corazón, ¿no la amasteis?
Pues sufrid con paciencia estas cadenas.
Razón, ¿no te rendiste?
Pues, di, ¿por qué razón estás tan triste?
¿Pues es mayor fineza
amar en lo que amáis esa tibieza?
¿No sabes que te adoro?
Pues ¿cómo finges que mi amor ignoras?
Mas ¿qué mayor tesoro,
que cuando tú nueva belleza adoras,
halles el pecho mío
tan abrazado, cuando el tuyo frío?
Y ten en la memoria
que amar sin premio es la mayor victoria.

Ya de mi dolor rendida,		
con los sentidos en calma,
estoy deteniendo el alma,
que anda buscando salida;
ya parece que la vida,
como la candela que arde
y en verse morir cobarde
vuelve otra vez a vivir,
porque aunque desea morir,
procura que sea más tarde.
Llorando noches y días,
doy a mis ojos enojos,
como si fueran mis ojos
causa de las ansias mías.
¿Adónde estáis, alegrías?
Decidme, ¿dónde os perdí?
Responded, ¿qué causa os di?
Mas ¿qué causa puede haber
mayor que no merecer
el bien que se fue de mí?
Sol fui de algún cielo ingrato,
si acaso hay ingrato cielo;
fuego fue, volvióse hielo;
sol fui, luna me retrato,
mi menguante fue su trato,
mas si la deidad mayor
está en mí, que es el amor,
y éste no puede menguar,
difícil será alcanzar
lo que intenta su rigor.
Celos tuve, mas, querida,
de los celos me burlaba:
antes en ellos hallaba
sainetes para la vida;
ya, sola y aborrecida,
Tanta en sus glorias soy;
rabiando de sed estoy,
¡ay, qué penas! ¡ay, qué agravios!,
pues con el agua a los labios,
mayor tormento me doy.
¿Qué mujer habrá tan loca,
que viéndose aborrecer,
no le canse el padecer
y esté como firme roca?
Yo sola, porque no toca
a mí la ley de olvidar,
venga pesar a pesar,
a un rigor otro rigor,
que ha de conocer amor
que sé cómo se ha de amar.
Ingrato, que al hielo excedes;
nieve, que a la nieve hielas,
si mi muerte no recelas,
desde hoy más temerla puedes,
regatea las mercedes,
aprieta más el cordel,
mata esta vida con él,
sigue tu ingrata porfía;
que te pesará algún día
de haber sido tan cruel.
Sigue, cruel, el encanto
de esa engañosa sirena
que por llevarte a su pena,
te adormece con su canto;
huye mi amoroso llanto,
no te obligues de mi fe,
porque así yo esperaré
que has de ser como deseo
de aquella arpía Fineo
para que vengada esté.
Préciate de tu tibieza,
no te obliguen mis enojos,
pon más capote a los ojos,
cánsate de mi firmeza;
ultraja más mi nobleza,
ni sigas a la razón;
que yo, que en mi corazón
amor carácter ha sido,
pelearé con tu olvido,
muriendo por tu ocasión,
Bien sé que tu confianza
es de mi desdicha parte,
y fuera mejor matarte
a pura desconfianza;
todo cruel se me alcanza,
que como te ves querido,
tratas mi amor con olvido,
porque una noble mujer,
o no llegar a querer,
o ser lo que siempre ha sido.
Ojos, llorad, pues no tiene
ya remedio vuestro mal;
ya vuelve el dolor fatal,
ya el alma a la boca viene;
ya sólo morir conviene,
porque triunfe el que me mata;
ya la vida se desata
del lazo que al alma dio,
y con ver que me mató,
no olvido al que me maltrata.
Alma, buscad dónde estar,
que mi palabra os empeño,
que en vuestra posada hay dueño
que quiere en todo mandar.
Ya, ¿qué tenéis que aguardar,
si vuestro dueño os despide,
y en vuestro lugar recibe
otra alma que más estima?
¿No veis que en ella se anima
y con más contento vive?
¡Oh cuántas glorias perdidas
en esa casa dejáis!
¿Cómo ninguna sacáis?
Pues no por mal adquiridas,
mal premiadas, bien servidas,
que en eso ninguna os gana;
pero si es tan inhumana
la impiedad del que os arroja,
pues veis que en veros se enoja,
¡dos vos de buena gana.
Sin las potencias salís,
¿cómo esos bienes dejáis?,
que a cualquier parte que vais
no os querrán, si lo advertís.
Mas oigo que me decís
que sois como el que se abrasa,
que viendo que el fuego pasa
a ejecutarle en la vida,
deja la hacienda perdida,
que se abrase con la casa.
Pensando en mi desventura,
casi a la muerte he llegado;
ya mi hacienda se ha abrasado,
que eran bienes sin ventura.
¡Oh tú, que vives segura
y contenta en casa ajena!
de mi fuego queda llena,
y algún día vivirá,
y la tuya abrasará;
toma escarmiento en mi pena.
Mira, y siente cuál estoy,
tu caída piensa en mí,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía no soy
lo que va de ayer a hoy
podrá ser de hoy a mañana.
Estás contenta y lozana;
pues de un mudable señor
el fiarse es grande error:
no estés tan alegre, Juana.
Gloria mis ojos llamó;
mis palabras, gusto y cielos.
Dióme celos, y tomélos
al punto que me los dio.
¡Ah, mal haya quien amó
celosa, firme y rendida,
que cautelosa y fingida
es bien ser una mujer,
para no llegarse a ver,
como estoy, aborrecida!
¡Oh amor, por lo que he servido
a tu suprema deidad,
ten de mi vida piedad!
Esto por premio te pido:
no se alegre este atrevido
en verme por él morir;
pero muriendo vivir,
muerte será, que no vida;
ejecuta amor la herida,
pues yo no acierto a pedir.

De : La esclava de su amante

Como la madre a quien falta…


Como la madre a quien falta
el tierno y amado hijo
así estoy cuando no os veo,
dulcísimo dueño mío.

Los ojos de vuestra ausencia
son dos caudalosos ríos,
y el pensamiento sin vos
un confuso laberinto.

¿Adónde estáis, que no os veo,
prendas que en el alma estimo,
qué Oriente goza esos rayos
o qué venturosos Indios?

Si en los brazos de la Aurora
está el sol alegre y rico,
decid, siendo vos mi Aurora,
cómo no estáis en los míos.

Salís y ponéis sin mí,
ocaso triste me pinto,
triste Noruega parezco,
tormento en que muero y vivo.

Amaros no es culpa, no;
adoraros no es delito;
si el amor dora los yerros,
qué dorados son los míos.

No viva yo si ha llegado
a los amorosos quicios
de las puertas de mi alma
pesar de haberos querido.

Agora, que no me oís,
habla mi amor atrevido;
y cuando os veo enmudezco
sin poder mi amor deciros.

Quisiera que vuestros ojos
conocieran en los míos
lo que no dice la lengua
que está para hablar sin bríos.

Y luego que os escondéis
atormento los sentidos
por haber callado tanto,
diciendo lo que os estimo.

Mas porque no lo ignoréis,
siempre vuestro me eternizo;
siglos durará mi amor
pues para vuestro he nacido.


De la novela: La inocencia castigada

Celos tuve, mas, querida

Celos tuve, mas, querida,
de los celos me burlaba;
antes en ellos hallaba
sainetes para la vida;
ya, sola y aborrecida,
Tántalo en sus glorias soy;
rabiando de sed estoy,
¡ay, qué penas! ¡ay, qué agravios!,
pues con el agua a los labios,
mayor tormento me doy.

¡Oh tú, que vives segura
y contenta en casa ajena!
de mi fuego queda llena,
y algún día vivirá,
y la tuya abrasará;
toma escarmiento en mi pena.

¡Qué poco siente mis penas
tu corazón de diamante;
qué ingrata miras mi amor,
poco te obligan mis males!

Un volcán tengo en el pecho;
pero como el tuyo es Alpe
huye el fuego de la nieve,
y en mí muere como nace.

¡Quién pensara que mi amor,
en guerras tan desiguales,
como es mi fuego y tu hielo,
no hubiera muerto cobarde!

¿Quién le ve escapar rendido
de ingratitudes tan grandes,
que piense que ha de volver
otra vez a aventurarse?

Si no soy yo, bella ingrata,
que soy quien su fuerza sabe,
y conozco que si huye,
es para más animarse.

No porque jamás se aparta
de quererte y adorarte,
que antes faltará la vida
que en mí aquesta fe me falte.

Temblando a tus ojos llego,
que amor tiene tretas tales:
en las burlas, atrevido;
temeroso en las verdades.

Quien ama, cobarde estima;
que el mismo amor al amante
el atrevimiento acorta
y la soberbia deshace.

Cuando te hablo en mi pecho,
mil cosas digo a tu imagen,
que, a escucharlas, bella ingrata,
fuerza es que las estimases.

Triste estoy, mil penas siento,
todas de tu rigor nacen,
aunque digas que mi amor
intenta temeridades.

Pónesme pena de muerte;
mas ¡qué importa que me mates!,
pues morir a causa tuya
muerte es que pueda envidiarse.

Es tanto lo que te quiero,
que amaré lo que tú ames;
estimaré lo que estimas,
sólo porque tú lo mandes.

Alguna secreta causa,
que el alma profeta sabe
(que en adivinar desdichas
no hay sabio que más alcance),

señora mía, me obliga
amargamente a quejarme;
quiera el Cielo que ella mienta,
quiera el amor que me engañe.

Si mi pena no te obliga,
bien sabes tú lo que haces;
no merezco más favor,
pues no te animas a darle.

Sabe Dios, si como Él sólo
se obliga de voluntades,
te obligaras de la mía,
conociendo lo que vale.

Que aunque cruel me maltratas,
tú vinieras a obligarte
de la vida que aborreces,
y acabaran tus crueldades.

¡Ay de mí!, ¿cómo diré
mi amor? Mas mi lengua calle;
que si no le has de pagar,
más justo será ignorarle.

De ; El verdugo de su esposa (cuento)

Amar el día…

Amar el día, aborrecer el día,
llamar la noche y despreciarla luego,
temer el fuego y acercarse al fuego,
tener a un tiempo pena y alegría.

Estar juntos valor y cobardía,
el desprecio cruel y el blando ruego,
tener valiente entendimiento ciego,
atada la razón, libre osadía.

Buscar lugar en que aliviar los males
y no querer del amor hacer mudanza,
desear sin saber qué se desea.

Tener el gusto y el disgusto iguales,
y todo el bien librado en la esperanza,
si aquesto no es amor, no sé qué sea.





De: Poesía para los que leen prosa Edición de Miguel Munárriz

A un diluvio la tierra condenada

A un diluvio la tierra condenada,
que toda se anegaba en sus enojos,
ríos fuera de madre eran sus ojos,
porque ya son las nubes mar airada.
La dulce Filomena retirada,
como no ve del sol los rayos rojos,
no le rinde canciones en despojos,
por verse sin su luz desconsolada.
Progne lamenta, el ruiseñor no canta,
sin belleza y olor están las flores,
y estando todo triste de este modo,
con tanta luz, que al mismo sol espanta,
toda donaire, discreción y amores,
salió Belisa, y serenose todo.

Su cruel tiranía

Su cruel tiranía
huir pienso animosa;
no he de ser de sus giros mariposa.
En solo un hombre creo,
cuya verdad estimo por empleo.
Y este no está en la tierra,
porque es un hombre Dios, que el cielo encierra.
Este si que no engaña;
este es hermoso y sabio,
y que jamás hizo a ninguna agravio.

De dos penas que ha querido

De dos penas que ha querido
dar amor a un desdichado,
mayor que ser olvidado
es el ser aborrecido:
que el que olvida, aquel olvido
en amor puede volver,
mas quien llega a aborrecer,
cuando se venga a acordar
será para maltratar,
que no para bien querer.

El olvido es privación
de la memoria importuna;
consiste en mala fortuna,
pero no es mala intención;
mas quien ciego de pasión
contra la ley natural
aborrece en caso igual,
más que olvido es el desdén,
pues sobre no querer bien
esta deseando mal.

Y si, en fin, aborrecer
es agraviar, bien se infiere
que el que ingrato aborreciere
está cerca de ofender;
y si hay quien quiera querer
ser antes aborrecido,
tome por suyo el partido,
que si me han de maltratar
por no verme despreciar,
quiero anegarme en olvido.

De la novela: El desengaño amado y premio de la virtud

Romance a la muerte del doctor Juan Pérez De Montalván

Cúbrase de luto el mundo,
pues ya del mundo faltó
aquel sol que con sus rayos
escureció al mismo sol.

No madrugue ya el aurora,
estése con su Titón,
que si á ver el sol salía,
ya su sol se escureció.

No canten los pajarillos,
solo diga le ruiseñor,
en sus lamentos, que el fénix
al cielo se remontó.

Y las selvas, á quien dijo
en dulce acento su voz
mil amorosos requiebros,
secas muestren su dolor.

Porque si les faltó Lope,
nunca Lope les faltó,
mientras Montalván les daba
aliento, vida y verdor.

No sienta Vénus la muerte
de su amante cazador,
la de aqueste Adónis sí,
que la llore es más razón.

¡Oh Parca, si tu supieras
el empleo de tu arpón,
llorarás, como otro César,
de tu guadaña el rigor!

Préciate, pues ya ho hiciste,
de haber marchitado en flor
la gala de Manzanares,
la gloria de su nación.

Treinta y seis años postraste;
¡oh muerte! pluguiera á Dios
que contara á tu despecho
los del caduco Néstor.

Su gala, su bizarría,
todo á tus piés se rindió,
porque a tí sola pudiera
reconocer por mayor.

Su divino entendimiento
(¡oh, qué valerosa acción!),
para morir sin estorbo,
en sí mismo le escondió.

¡Oh muerte! mas bien hiciste;
porque fuera sinrazón
quitarle el puesto que goza
por el puesto que perdió.

Tú caminante que pasas,
si te deja tu pasión,
vuelve á este mármol los ojos,
oye que dice su voz:

“Ayer fuí, ya no soy nada,
la muerte de mí triunfó:
aprended, hombres, de mí
lo que va de ayer a hoy
.

“Si vistes mi bizarría,
mirad cómo polvo soy;
mi cuerpo cubre esta losa,
mi alma goza de Dios.”

Respóndele, caminante:
“reposa en paz,” y si no
puedes hablar, con la pena
llora, llora, como yo.

María de Zayas Sotomayor y Barrasa (Madrid, España, 12 de noviembre de 1590 – 1661). Poeta, novelista y dramaturga del Siglo de Oro. En cuanto a la fecha de su fallecimiento, existen dos partidas de defunción a nombre de María de Zayas, una del 1661 y la otra del 1669; no se poseen datos de ella desde 1639. Pese a ser una de las escritoras españolas más leídas del siglo XVII, quizá con una popularidad solo comparable a la de Cervantes o Quevedo, poco se sabe sobre su vida.

Su padre fue Fernando de Zayas y Sotomayor, capitán de infantería y miembro de la Orden de Santiago. María creció en un ambiente instruido, lo que explica su amplia cultura, aunque no tuvo una educación formal, vetada a las mujeres de la época, y su formación fue esencialmente autodidacta. Otra fuente de conocimientos fue su relación con la familia del conde de Lemos, a quien su padre sirvió de mayordomo, y con la que viajó a Nápoles, donde el conde ejerció de Virrey. Maria Zayas hara alusión a su relación con la familia en su segunda colección de novelas donde llama a la condesa “mi señora” e incluye un poema que compuso para ella.

Sus primeros textos, entre los años 1621 y 1639 son poemas preliminares laudatorios y panegíricos póstumos para diversos escritores, muchos de ellos relacionados con los círculos literarios madrileños (poemas preliminares a obras de Miguel Botello, de Juan Pérez de Montalbán, de Francisco de las Cuevas y de Antonio del Castillo de Larzábal; también firmó algunos poemas de amor y humor, lo que le granjeó cierta fama y reconocimiento, siendo alabada por el mismísimo Lope de Vega, de quien pudo ser amiga; de hecho, escribió versos para los homenajes fúnebres de Lope de Vega y de Juan Pérez de Montalbán, discípulo de Lope. Asi mismo mantuvo una estrecha relación con la escritora andaluza Ana Caro Mallén de Soto, a la que Zayas alaba en su segunda colección de novelas, otra de las grandes autoras españolas del Siglo de Oro. Algunos de sus poemas fueron incluidos en diversas antologías, y se sabe que escribió al menos una obra de teatro, La traición en la amistad. Pero si su nombre ha pasado a la historia de la literatura es por su obra en prosa.

Algunos autores señalan que Zayas pudo vivir algún tiempo en Zaragoza para explicar la edición de sus obras en esta ciudad, aunque no es seguro ya que, entre 1625 y 1634, el Consejo de Castilla aprobó la suspensión de licencias para imprimir comedias y novelas, lo que explicaría que la escritora enviase (o llevase) su manuscrito a Zaragoza. Cuando se levantó la prohibición, las imprentas madrileñas estaban saturadas de originales, por lo que el libro apareció en la ciudad aragonesa. Estudiando la aprobación del maestro Joseph de Valdivieso y la licencia del doctor Juan de Mendieta, fechadas, en la primera edición, en 1636 y 1626 respectivamente, Moll (1982) demostró que ambas eran de 1626, aunque el editor zaragozano modernizó la primera de ellas. Hay que suponer que en 1626, María de Zayas tenía lista para la imprenta una colección de relatos, probablemente de ocho relatos, como señala Pérez de Montalbán en su “Para todos“.

Sea como fuere, en dicha ciudad publicó Maria de Zayas la primera parte de sus Novelas amorosas y ejemplares o Decamerón español (1637), un grupo de diez novelas cortesanas (que en principio iban a llamarse Honesto y entretenido sarao) donde la autora analiza los estratos sociales superiores de su época y en la que se percibe cierta influencia de Miguel de Cervantes. El argumento utiliza el pretexto de la extensión de unas fiebres cuartanas durante las cuales cinco damas y cinco galanes se aíslan en un elegante y refinado espacio -la casa de Lisis- y deciden ocupar el tiempo contándose historias entre lo burlesco y lo escabroso. Diez años después se publicó una continuación, Parte segunda del sarao y entretenimiento honesto, esta vez ambientada en el Carnaval, donde la autora utiliza un tono más sombrío, pesimista e incluso truculento que pretende desenmascarar las trampas de la realidad. Significativamente, se relatarán «desengaños» en el contexto simbólico de las fiestas de Carnaval, es decir, en el festejo de las máscaras o falsas apariencias; aunque el público del marco narrativo sigue siendo mixto, solamente serán narradoras las mujeres: ellas toman la palabra para comunicar sus quejas y hacerse oír en la sociedad. 

Ambos libros conocieron un inusitado éxito, lo que llevó a la aparición a lo largo de los siglos XVIII y XIX de numerosas ediciones en España y traducciones en inglés, francés, italiano y muchos otros idiomas, además de conocer adaptaciones de autores tan prestigiosos como Molière o Beaumarchais.

Tras sufrir un periodo de olvido y censura motivados por la misoginia y el puritanismo, ya en el siglo XIX Emilia Pardo Bazán insistió en recuperar a Zayas al incluirla en la colección Biblioteca de la Mujer, dirigida y financiada por la autora gallega y en las últimas décadas ha sido de nuevo reivindicada por su originalidad y feminismo.

El norteamericano M. G. Ticknor dijo de su novela El Prevenido engañado que era “de lo más verde e inmodesto” que nunca había leído (Ticknor, 1854: 346, n. 32). Más tajante, el alemán Ludwig Pfandl afirmó que sus novelas eran “historias libertinas” y El Prevenido engañado una “obscena novela”; su realismo “es extraviado, porque con demasiada frecuencia degenera unas veces en lo terrible y perverso, otras en obscena liviandad”. Su condición femenina explica en gran medida los duros juicios del crítico, que acaba las páginas que le dedica preguntándose: “¿se puede dar algo más ordinario y grosero, más inestético y repulsivo que una mujer que cuenta historias lascivas, sucias, de inspiración sádica y moralmente corrompidas?” (Pfandl, 1933: 368-370).

María de Zayas aporta al género del relato breve una serie de rasgos característicos como: otorgar relieve al elemento extraordinario o fantástico, recrear escenas violentas, dar importancia al componente erótico con especial atención a los deseos sexuales femeninos y, sobre todo, eludir los finales felices que culminan en boda. Sus novelas suelen ver en el matrimonio el comienzo de una vida desgraciada para las mujeres, quienes deben enfrentarse a una sociedad hostil con su género; es decir, las narraciones de Zayas rebaten o «distorsionan» la ideología que subyace a la novela corta del Barroco.

 Zayas acusará a los hombres de limitar la existencia de las mujeres a vivir encerradas en el ámbito doméstico, y obsesionadas por su honra y por el acicalamiento excesivo. Todo ello destina a la mujer a vivir preocupada por las apariencias y a desarrollar comportamientos hipócritas o engañosos. La escritora considera que la sociedad tendría que abrir el horizonte de expectativas a las mujeres para que pudieran cultivar su intelecto y decidir su destino social. De esta manera, se mejorarían las relaciones entre hombres y mujeres y se evitarían matrimonios forzados, engaños de las mujeres por proteger su honra, muertes de esposas por maltrato físico y psicológico y, en términos generales, la infelicidad a la que se ven determinadas las personas nobles de su sociedad.

Siempre muy adelantada a su tiempo, además de mostrar un erotismo que se consideraba impropio de su género, se erigió en una gran defensora de la libertad y de la instrucción de las mujeres.

Zayas debe considerarse una escritora precursora del feminismo contemporáneo.

Pero incluso por encima de los valores sociales de su obra, los críticos han encomiado su calidad literaria, que la sitúan como una de las autoras más destacadas de la brillante época que le tocó vivir.

Enlaces de interes :

Libro de Maria de Zayas : http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000099771&page=1

Fuentes bio :

https://www.bne.es/es/autores/zayas-maria

https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/maria-de-zayas-y-el-derecho-a-ser-de-las-mujeres-888791/html/2ed84456-d065-45a9-9e99-7bbd20dde843_4.html

https://dbe.rah.es/biografias/6604/maria-de-zayas-y-sotomayor

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