11 Poemas de Maria Zambrano

«La música sostiene en el abismo la palabra«

M.Zambrano

El agua ensimismada

                                                                                                        Para Edison Simons

El agua ensimismada
¿piensa o sueña?
El árbol que se inclina buscando sus raíces,
el horizonte,
ese fuego intocado,
¿se piensan o se sueñan?
El mármol fue ave alguna vez;
el oro, llama;
el cristal, aire o lágrima.
¿Lloran su perdido aliento?
¿Acaso son memoria de sí mismos
y detenidos se contemplan ya para siempre?
Si tú te miras, ¿qué queda?

Los Ángeles

Los ángeles no son dorados, brillantes ni luminosos; son grises y caminan entre la multitud que arrastra los pies; entre la muchedumbre, sin color y sin rostro, de los domingos, hacia el fútbol, hacia el concierto mañanero, entre la pálida muchedumbre de los días de fiesta vacíos del mundo moderno. Ángeles grises de la pobreza y el anonimato que nadie ve, pero que muchos han sentido: un roce leve, una ligereza, un estremecimiento en el mar de la multitud anónima… El mundo de hoy no permite otros… Los de fuego y luz no vienen hoy. Sólo los otros, los ángeles del polvo y la ceniza.

Delirio del incrédulo

Bajo la flor, la rama;
sobre la flor, la estrella;
bajo la estrella, el viento.
¿Y más allá?
Más allá, ¿no recuerdas?, sólo la nada.
La nada, óyelo bien, mi alma:
duérmete, aduérmete en la nada.
Si pudiera, pero hundirme…

Ceniza de aquel fuego, oquedad,
agua espesa y amarga:
el llanto hecho sudor;
la sangre que, en su huida, se lleva la palabra.
Y la carga vacía de un corazón sin marcha.
¿De verdad es que no hay nada? Hay la nada.
Y que no lo recuerdes. Era tu gloria.

Más allá del recuerdo, en el olvido, escucha
en el soplo de tu aliento.
Mira en tu pupila misma dentro,
en ese fuego que te abrasa, luz y agua.

Mas no puedo.
Ojos y oídos son ventanas.
Perdido entre mí mismo, no puedo buscar nada;
no llego hasta la Nada.

Antes de la ocultación

Comencé a cantar entre dientes por obedecer en la oscuridad absoluta que no había hasta entonces conocido, la vieja canción del agua todavía no nacida, confundida con el gemido de la que nace; el gemido de la madre que da a luz una y otra vez para acabar de nacer ella misma, entremezclado con el vagido de lo que nace, la vida parturiente. Me sentí acunada por este lloro que era también canto tan de lejos y en mí, porque nunca nada era mío del todo. ¿No tendría yo dueño tampoco?
La música no tiene dueño, pues los que van a ella no la poseen nunca. Han sido por ella primero poseídos, después iniciados. Yo no sabía que una persona pudiera ser así, al modo de la música, que posee porque penetra mientras se desprende de su fuente, también en una herida. Se abre la música sólo en algunos lugares inesperadamente, cuando errante el alma sola, se siente desfallecer sin dueño. En esta soledad nadie aparece, nadie aparecía cuando me asenté en mi soledad última; el amado sin nombre siquiera. Alguien me había enamorado allá en la noche, en una noche sola, en una única noche hasta el alba. Nunca más apareció. Ya nadie más pudo encontrarme.

Ni brisa 

Ni brisa ni sombra.
¿Por qué, muerte, así te escondes?
Sal, salte, sácate de tu abismo,
escápate tú, ¿quién te retiene?
¿Por qué no borras con tu mirada el universo?
¿Por qué no deshaces las piedras
con tu sombra, con tu muerte, sólo con tu sombra,
con tu mano desnuda,
con tu rostro de estatua,
desnuda presencia a quien nada resiste?
Enseña, muestra tu cara a los mundos,
que ya no haya espacio,
ni cielos, ni viento, ni palabras.
Quiero hundirme en el silencio.

Claros del bosque

No me respondes, hermana. He venido ahora a buscarte. Ahora, no tardarás ya mucho en salir de aquí. Porque aquí no puedes quedarte. Esto no es tu casa, es sólo la tumba donde te han arropado viva. Y viva no puedes seguir aquí; vendrás ya libre, mírame, mírame, a esta vida en la que yo estoy. Y ahora sí, en una tierra nunca vista por nadie, fundaremos la ciudad de los hermanos, la ciudad nueva, donde no habrá ni hijos ni padres. Y los hermanos vendrán a reunirse con nosotros. Nos olvidaremos allí de esta tierra donde siempre hay alguien que manda desde antes, sin saber. Allí acabaremos de nacer, nos dejarán nacer del todo. Yo siempre supe de esa tierra. No la soñé, estuve en ella, moraba en ella contigo, cuando se creía ése que yo estaba pensando.
     En ella no hay sacrificio, y el amor, hermano, no está cercado por la muerte.
     Allí el amor no hay que hacerlo, porque se vive en él. No hay más que amor.
     Nadie nace allí, es verdad, como aquí de este modo. Allí van los ya nacidos, los salvados del nacimiento y de la muerte. Y ni siquiera hay un Sol; la claridad es perenne. Y las plantas están despiertas, no en su sueño como están aquí; se siente lo que sienten. Y uno piensa, sin darse cuenta, sin ir de una cosa a otra, de un pensamiento a otro. Todo pasa dentro de un corazón sin tinieblas. Hay claridad porque ninguna luz deslumbra ni acuchilla, como aquí, como ahí fuera.

Pensador del aura

Nacer sin pasado, sin nada previo
a que referirse, y poder entonces verlo todo,
sentirlo, como deben sentir la aurora
las hojas que reciben el rocío;
abrir los ojos a la luz sonriendo;
bendecir la mañana, el alma,
la vida recibida, la vida ¡qué hermosura!
No siendo nada o apenas nada
por qué no sonreír al universo,
al día que avanza, aceptar el tiempo
como un regalo espléndido,
un regalo de un Dios que nos sabe,
que nuestro secreto, nuestra inanidad
y no le importa, que no nos guarda rencor por no ser…
  …Y como estoy libre de ese ser,
que creía tener, viviré simplemente,
soltaré esa imagen que tenía de mí misma,
puesto que a nada corresponde y todas,
cualquier obligación,
de las que vienen de ser yo, o del querer serlo.
 
 La llama

Asistida por mi alma antigua, por mi alma primera al fin recobrada, y por tanto tiempo perdida. Ella, la perdidiza, al fin volvió por mí. Y entonces comprendí que ella había sido la enamorada. Y yo había pasado por la vida tan sólo de paso, lejana de mí misma .Y de ella venían las palabras sin dueño que todos bebían sin dejarme apenas nada a cambio. Yo era la voz de esa antigua alma. Y ella, a medida que consumaba su amor, allá, donde yo no podía verla; me iba iniciando a través del dolor del abandono. Por eso nadie podía amarme mientras yo iba sabiendo del amor. Y yo misma tampoco amaba. Sólo una noche hasta el alba. Y allí quedé esperando. Me despertaba con la aurora, si es que había dormido. Y creía que ya había llegado, yo, ella, él… Salía el Sol y el día caía como una condena sobre mí. No, no todavía.

Cuando no tengo más que vida

Cuando no tengo más que vida
no puedo permanecer en ella. Sólo
cuando me olvido de que estoy
viviendo es cuando de veras vivo.
La vida es la forma de trascendencia
de lo que es conato de ser y
la busca a ser del todo.
Vivir en crecer
es anhelar
es esperar
es amar
es padecer por
es entregar la vida
es ir hacia Dios.

Habla una piedra

Porque he sido mirada,
porque fui tomada, poseída
cesé de vivir.
Hechizada, sólo soy un soporte,
mas nada me sostiene.
Aquí, siempre
súbdita del espacio.
¿Adónde estás, ¡ah!,
mirada que me fascinaste?
¿Me necesitabas para ser tu sombra?
Poseedora, tan frágil
que necesitas hechizar
para erigirte.
Tú, la que naciste asustada,
la inválida,
me amaste para caerte en mí.
El amor que nombras,
dime, ¿es eso?
Era yo luz, reflejo,
¿y tú? Di,
¿no podías
revelarme tu ser?

Pero no; yo soy tu ser,
Yo, tu soporte.
Yo, sepultura de mi aliento
y prueba de tu no-ser.
Estás ahora lejos.
Andas, pordiosera, en busca de alimentos.
Hechizas almas, gestos del Señor.
Nuevos compañeros, ya invisibles,
vendrán a buscarme.
No, caerán, solamente esos
caerán para que tú erijas,
te levantes.
Tú vendrás a buscarme,
tú, ya sin conocerme, sin saber.
Pero yo sé. Yo sé nada.
Yo soy memoria
acusadora, delatora nada,
resistente memoria,
adversaria.
Yo, peso de tu historia.
Yo, también tu calma.
Yo, el lugar manejable
y el hostil no que se te opone.
¿Podrás?
Soy también, tu calumnia,
tu mentira ya arrojada,
y no me temas.
Me nombras: materia.
Nada más.
Pero vuelves enajenada,
cómplice, vencida.
Ignorante tú, la sabia.

Mi alma o un lucero

¿Mi alma o un lucero?
Qué oscura galería me espera,
por qué agujeros he de deslizarme,
qué laberinto me está ya preparado,
qué cepo, qué cadenas, qué grillos,
qué humo siniestro ha de envolverme, qué paredes de niebla me dislocan.
Y no podré llorar. ¿Dónde están las manos que recogen el llanto?, la mano, la caricia.
Atrás queda el misterio.
Despierta. Todo está ahí de nuevo. No hay secreto.

María Zambrano Alarcón (Vélez-Málaga,  22 de abril de 1904 – Madrid, 6 de febrero de 1991). Intelectual, filósofa, poeta y ensayista española adscrita a la generación del 27 y una de las mujeres librepensadoras que pasaron a la historia como  «Las Sinsombrero». Es la primera mujer galardonada con el «Premio Cervantes» y una de las pensadoras más brillantes e importantes del siglo XX.

En su lápida está inscrita, por deseo suyo, la leyenda del Cantar de los Cantares: Surge amica mea et veni (Levántate, amiga mía, y ven).

Biografia de Maria Zambrano:  https://www.fundacionmariazambrano.org/biografia


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