Yo siempre he querido transcurrir en círculos creciendo
Lorenzo García Vega
Nocturno
Ah, que los albores de esa noche comiencen la zona…
con flor que apenas toca
el secreto silencio.
Dibujo apagado por el destrenzar pálido,
nevar de invierno.
Porque nuestro centro galopa,
como el jinete de aquella lectura, del imaginarnos la noche
y nuestro traje, nuestr~ tristeza, apareja la sequedad
con su canto de rasgado insecto.
De : Suite para la espera.Ed. Orígenes, La Habana,1948
IV
Nuestros pasos robados taladraban los primeros umbrales
de la calle.
y la bocanada… Porque los silencios jamás escapan a las
inevitables danzas.
Una designación…
Si, aún recuerdo,
en el más insignificante momento, cuando nuesqos gestos
imitan la fría porcelana.
Ah, lo que más habíamos instado en el momerito sublime.
Oh amante, yo no te había conocido,
hasta ese dormido silencio,
en que recibí el ~ocio más duro, con su mano de antaño
aspirada.
Recuerdo tu perfil y aquéllos seres imposibles, borrosos,
que creían aliviar la noche con sus cánticos.
Oh amante, y tus muchachas, la ornamentación de sus
fisonomías hirientes como monstruos.
Oh. amante, y el cruce de los mercados y tu vestido pobre.
Oh amante, como mi canto, como mi nocturno, en la
dispersión fría de la lluvia.
De : Suite para la espera. Ed. Orígenes, La Habana,1948
Lorenzo García Vega y José Lezama Lima en el parque de la Avenida del Puerto en 1947
Oda
MESIANlCA, vencedora de cristales, la noche regodea
su sed de toques quedos.
Aprestos de su nave surca la estrella alígera en ondas de
concierto vencidas de sueño,
(Los pasos que insinúa la orquesta, no es clarin, son ritmo
de mudanza el velo de tu cara desteñida)
y en círculos presiento el °rito de mis pasos-eorredor de
peldaños-arañando la nuca de la noche invadida.
Hablemos de jinetes de entrecortados pasos, su lento
galopar insinúa el tacto de la perdida esfinge portuaria.
Su lento devaneo… -frío-recorre las callejas y la voz del
amigo-punto-sigue su onda y onda en labios
extinguidos.
La Oda es brisa, copo, premura del ser en sus vacíos
¿Vacíos? Nevar, agujereo en sordina, en relámpago,
acusa la vecina enseña de tus gestos
i La Oda quiso ser el pie de los jinetes que antaño
remontaron lo alígero del sueño!
De : Suite para la espera. Ed. Orígenes, La Habana,1948
Despues de la tarde del poema
Ello
visto por los caréeleros de Euforión por las lagartijas
de papel
por los carniceros blancos de alelí por la fuerza del pájaro
de algodón
El reloj tarta vacía tic tac
para deglutir el humo de la tarde
Como topo abúlico friega las azoteas de Dios
Como los tatuajes de la tarde corrigen la prisa
de los büeyes
Como las espuelas del rey manco
Como las serpientes de algodón
Así como un helíotropo era un brazo de mar
Cuando los edifícios dirigibles chocaban sus cascos
de naranja I
para dirigir al maestro el juego de espumas
Las pantorrillas de las yeguas opíparamente preñadas
como un tropo
Decid
De : Suite para la espera. Ed. Orígenes, La Habana,1948
Celebración en Bauta por el Premio Nacional de Literatura otorgado a Lorenzo García Vega por su libro ʻEspirales del cujeʼ, en 1952. Aparecen en la foto: Enrique Labrador Ruiz, Araceli Zambrano, Julián Orbón, Alfredo Lozano, José Rodríguez Feo, Mariano Rodríguez, Ángel Gaztelu, Agustín Pi, Fina García Marruz, Mario Parajón, José Lezama Lima, Gastón Baquero, María Zambrano y Lorenzo García Vega.
El oficio de perder
(fragmento)
Y así, por lo tanto, como soy un inmaduro, lo mejor que hago es proceder como tal y dejar todo tipo de lucha con la Forma.
El Lector, entonces, que se conforme con mi torpeza nata. Otra cosa no puedo hacer, sino segregar forma, pero forma como embadurnada por lo grasoso (¡qué molesto resulta aceptar esto!) de mi inmadurez. O sea, forma que se la deja ser, que se la acepta, como antes, en la infancia, se dejaba ser, o se aceptaba, a aquel insoportable pedacito de más… del más procedente de la manga de una camisa de lana que nos quedaba más larga de la cuenta.
La cosa, verdaderamente, era insoportable. La manga de la camisa de lana, acabada de estrenar, casi nos cubría la mitad de la mano. ¡Qué desesperación! No había nada que hacer! Había que resignarse, y aceptar que nos rozara las manos, durante un tiempo que nos parecía interminable, esa espantosa lana, protomateria de lo inmaduro, y que, para mayor maldición, nos hacía sentir espantosamente culpables.
Pues bien, ¿lo ha entendido el Lector? Siento, rozándome las manos, esa espantosa lana de mi inmadurez que, antes, fue la manga de una camisa.
Pero ahora voy a entrar por una galería de mi Laberinto por donde va estar el heroísmo, y donde hasta va a estar un encuentro con el poeta modernista Agustín Acosta.
Veamos.
El heroísmo. Pues, antes que nada, hay que decir lo siguiente: hablar de un oficio, hablar de cualquier oficio, y sobre todo hablar del oficio de perder, es hablar del heroísmo.
Antes que nada el héroe. Se aprende un oficio para ser el héroe. Así como, cuando se quiere levantar un Laberinto, es que se quiere saber lo que tiene por dentro el heroísmo.
Desde niño quise aprender el oficio de perder, pero es que desde entonces ya quería ser héroe.
Fui, como todos los niños, un narcisista, y como todos los niños narcisistas tuve una vocación heroica.
Por supuesto, al principio mi pretensión consistió en querer ser un guerrero. Quise llegar a ser Simón Bolívar. Me dije que iba a liberar a la Isla de Pinos, la isla esclavizada por Cuba.
Pero después, después de un largo y alambicado proceso, la vocación heroica y el oficio de perder se llegaron a unir. Y, verificada la unión, la cosa se convirtió en mi destino.
Pues estuve en una azotea, saludando a las multitudes, con el sombrero de pajilla que había pertenecido a mi padre. Fue en 1934, un año antes de que muriera Carlos Gardel.
Por el mediodía, con sol que rajaba las piedras. Subí (la escalera como una espiral), hasta llegar a la azotea de mi casa infantil, en Jagüey Grande. Ya en la azotea miré para abajo, hacia la calle desierta. Abajo, enfrente, estaba el Precinto. En el Precinto no había ningún preso, pero sí había un perro aburrido, echado sobre el piso del portal.
La calle del mediodía, la recuerdo como si fuera ahora. Había unos álamos, que poco tiempo después cortaron (el cubano, entre otras cosas, odia los árboles). La calle del mediodía, si no hubiera sido por el carretón que en aquel momento pasó, hubiese estado completamente desierta.
El carretón (muy parecido, por cierto, a una carreta conducida por la Muerte que, pocos años después, vi en una película francesa), venía del Matadero, para surtir a todas las carnicerías del pueblo.
El carretón, después, se me llegó a convertir en el símbolo de ese lamentable pozo sucio donde reposaba el excrementicio inconsciente colectivo de los destartalados pueblos cubanos.
Pero entonces, en aquel mediodía de 1934, aquel carretón sólo era un punto más, entre la multitud que abajo me saludaba.
Gritos de la multitud. Enarbolaba un sombrero de pajilla para responder a los gritos de la multitud.
Un sombrero de pajilla que no sólo había pertenecido a mi padre, sino también al Coronel Mendieta, el héroe de… (¿de Cunagua, o de Cumagua? Han pasado muchos años, y ya uno no se acuerda).
Mendieta acababa de instalarse como Presidente de la República, después de una revolución de mentirita, la revolución de 1933. Mi padre era el Alcalde de facto de Jagüey Grande.
En aquella Cuba de la década del 30, el sombrero de pajilla formaba parte del atuendo heroico. Lo usaban los mártires estudiantiles de la lucha contra el Tirano. Lo usaba Maurice Chevalier, el cantante de moda.
Desde la terraza del Palacio Presidencial era yo, con sombrero de pajilla, el Presidente saludando a la multitud. Era un niño, era el Presidente, rodeado por una corte de bombines de mármol. ¡Sabe dios lo loco que un niño, tocado por la vocación heroica, pudo llegar a ser en un pueblo llamado Jagüey Grande!
El escenario que propiciaba el heroísmo, lo era una revolución de mentirita, con folletinesca lucha contra Tirano. Había sí, por supuesto, inolvidables líderes juveniles, quienes con sus sombreros de pajilla caían, tintos en sangre, bajo las mortíferas balas de los esbirros tropicales, pero todo esto, a lo cubano, tenía como churumbela de telón de fondo a cosas así como las películas de Carol Lombard, y los inolvidables monumentos del Art Deco.
Pero sea con sombreros de pajilla, o hasta con la mismísima Carol Lombard, lo que importa de aquel escenario es que propició, en mediodía con calle desierta de pueblo de campo, el hecho de que uno entrara en un heroísmo un poco raro: el heroísmo que, a través de un pasadizo del Laberinto, me conduciría hasta el oficio de perder.
Foto: ʻFrente a la cercaʼ, de Lorenzo García Vega
Lorenzo García Vega (Jagüey Grande, Matanzas, Cuba, 12 de noviembre de 1926 – Miami, EE.UU., 1 de junio de 2012). Poeta y escritor. Uno de los representantes del Grupo Orígenes. Su poemario Suite para la espera (1948) ha sido considerado por los críticos como una reinvención estética de los ideales surrealista y cubista.
Su infancia transcurrió en Jagüey Grande, un pueblo de la provincia de Matanzas. Su familia pertenecía a la pequeña burguesía. Tuvo una infancia normal, hasta feliz, según él mismo ha descrito. A los diez años, el padre obtiene un importante puesto en La Habana y la familia se traslada a la capital. Es el año 1936. Año clave en su vida, como no se cansará de reiterar, porque marca un antes y un después. En el antes (su infancia) quedará todo su imaginario mítico, en el después, sobrevendrá la intemperie de su neurosis. Porque a partir de entonces comienzan a manifestarse los primeros síntomas.
Asiste desde 1936 y hasta 1941 al Colegio jesuita de Belén donde tiene una traumática experiencia que lo apartará para siempre del catolicismo. Poco tiempo después, muere su padre. Vive junto a su madre un tiempo de gran estrechez económica. En el Instituto de La Habana, donde no concluye el bachillerato hasta 1945, tiene sus primeras amistades. Hace copiosas lecturas filosóficas, Ortega y Gasset y Unamuno, entre otras.
Desde muy joven, la madre había alentado en él su vocación por la literatura. Pero su vida literaria comienza cuando conoce a José Lezama Lima. Es a partir de entonces cuando realiza sus decisivas lecturas literarias alentado por Lezama. “Muchacho, ¡lee a Proust!”, fue la primera frase que le dirigió quien se convertiría en su controvertido Maestro. Es su etapa de “monje loco”, recluido en su habitación leyendo durante dos años, y cursando el que fuera descrito después por Lezama como el mítico Curso délfico. El primer libro que lee: Los cantos de Maldoror, del Conde de Lautréamont, lo cual no deja de ser significativo. Forma parte entonces de la llamada generación de Espuela de Plata, revista homónima que dirigió Lezama entre 1939 y 1941, y donde se nucleó por primera vez el posterior grupo Orígenes. En varias ocasiones, García Vega ha destacado la importancia de su relación con Lezama, no sólo porque significó su verdadera entrada al ámbito de la alta literatura, sino porque lo salvó, en parte, de su insondable enfermedad neurótica, si bien tuvo que pagar un alto precio, pues, hasta cierto punto, tuvo que formar parte de un grupo literario con el que no se sentía profundamente identificado, como se hará ostensible, primero, en Los años de Orígenes y, sobre todo, después, en El oficio de perder. En cierto sentido, toda su vida posterior ha consistido en la historia de su distanciamiento de esa impronta origenista.
Publica su primer libro, el poemario Suite para la espera, en 1948, con una acusada marca vanguardista. En 1952 obtiene el Premio Nacional de Literatura con su novela Espirales del cuje (1951)
Se gradúa como Doctor en Derecho en 1954.
En 1959, cuando triunfa la Revolución cubana, la recibe con entusiasmo. No era católico, como la mayoría de los origenistas, y, además, tenía una suerte de vocación revolucionaria, tampoco típica del resto de sus integrantes.
Publica, en 1960, su Antología de la novela cubana –donde redescubre al importante novelista cubano finisecular, Ramón Meza-, y sus relatos “experimentales” Cetrería del títere, que más tarde considerará – acaso exageradamente- como “un experimento fallido”.
En 1961 se gradúa como Doctor en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana. Comienza a trabajar como responsable de publicaciones en la Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, junto a su amigo Mario Parajón. También trabajará como subdirector del centro de investigaciones literarias del Consejo Nacional de Cultura, que luego devino Instituto de Literatura y Lingüística, adscrito a la Academia de Ciencias de Cuba, donde colabora en los trabajos preliminares del futuro Diccionario de Literatura Cubana, del que fue, con posterioridad, excluido como escritor. Escribe por entonces los poemas que luego recogerá en Ritmos acribillados (1972). Durante este tiempo continúa su tratamiento psiquiátrico, que había iniciado en su primera juventud, justo cuando conoció a Lezama Lima. Nace su hija, Judit.
Desencantado del rumbo ideológico del régimen político cubano, así como de la llamada cultura revolucionaria, de la que se siente excluido, abandona el país en 1968. Tiene que separarse de su hija, y hasta varios años después no puede lograr su salida de la isla.
El exilio, para García Vega, comenzó en España en el 68. Pasa un año en Madrid donde reanuda su diario Rostros del reverso, y donde descubre el budismo zen. También, inicia una profunda reflexión sobre lo que llama el “conocimiento del exilio”,a la vez que le obsesiona la posibilidad de escribir una novela del exilio. Viaja a Nueva York, donde fue portero de la tienda Gucci; intenta establecerse en Caracas para finalmente seguir su exilio en «Playa Albina», nombre que dio en sus obras a Miami, donde vivió junto a su esposa Marta Lindner.
En Miami, no puede acceder a ninguna plaza de profesor, algo que sin duda acrecienta su distanciamiento crítico de la Academia. Un Doctor en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana y Doctor en Derecho tiene que trabajar como bag boy, empujando un carrito en un supermercado, hasta que se retira.
Colabora con asiduidad con comentarios o críticas literarias o culturales en el periódico El Nuevo Herald. También es co-editor de la efímera revista Újule (1994), junto a Octavio Armand, Carlos A. Díaz y Manuel Díaz Martínez.
En 1991 publica una antología de su poesía édita e inédita, Poemas para penúltima vez. 1948-1989 (Miami, 1991), que incluye, junto a Suite para la espera y Ritmos acribillados, los poemas publicados en la revista Orígenes, y Fantasma juega al juego (1978) y Bicoca a Pique (1989), estos dos últimos, poemarios hasta entonces inéditos. En una libreta transcribe sus sueños, experiencia de la cual nace Vilis (Paris, 1998), donde ensaya el género japonés Zuihitsu: “Colección de fragmentos: anécdotas, anotaciones, observación de cosas curiosas, descripción de sentimientos y cosas por el estilo, todo ello sólo, por casualidad con relación entre sí”.
A partir de 1994, cuando se realiza en La Habana un importante homenaje a los cincuenta años de la revista Orígenes, un texto sobre Los años de Orígenes, de Antonio José Ponte , desata la polémica en torno a García Vega, pero, a la vez, lo devuelve en cierto modo al espacio literario insular. Es entonces cuando García Vega comienza a ser leído por los poetas más jóvenes en la isla. Por ejemplo, un grupo poético cubano, marginal con respecto a la cultura oficial, Diaspora(s), lo siente muy cerca de su cosmovisión por su gesto neovanguardista; por su distancia de la instrumentación de los conceptos de patria, nación, estado ; por su marginalidad visceral; por su sabia utilización de la ironía; por el tópico del juego; por su incesante crítica a la tradición; por su deconstrucción de toda una serie de mitos nacionales, tanto históricos como literarios; por su apartamiento de cierta sentimentalidad; por su distanciamiento de lo lírico; por su acusada percepción psicosocial; por su perenne alerta contra toda expresión de lo kitsch o determinada expresión de lo sublime…
En 1999, aparece compilado en la antología, Las palabras son islas. Panorama de la poesía cubana del siglo XX (La Habana).
La disidencia de García Vega, su negación a ultranza, es una de las razones que lo han vuelto tan atractivo a la nueva generación de escritores y poetas cubanos. Si fue considerado durante décadas un escritor menor dentro de Orígenes y, en general, dentro de la literatura cubana; si fue desconocido, no publicado en su país, durante más de treinta años; si en la diáspora fue también preterido, última y paradójicamente, es considerado por los escritores cubanos más jóvenes, tanto de la isla como de la diáspora, una de las voces más incitantes e interesantes de la literatura insular, e, incluso, por la crítica extranjera más exigente, como uno de los creadores más originales de las letras hispanoamericanas contemporáneas. García Vega desveló en su momento las miserias y la hipocresía que se esconden detrás de toda apostura literaria.
Lorenzo Garcia Vega falleció el 1 de junio de 2012 en un hospital de la ciudad de Miami. Tenía 85 años.
Su obra incluye libros de poesía, cuento, ensayo, dos novelas, un libro de memorias: El oficio de perder (2004), y diarios como Rostros del reverso. A pesar de cultivar casi todos los géneros literarios, su escritura se sostiene en una constante ruptura de las formas y conceptos genéricos, ejemplo de ello son sus libros Variaciones a como veredicto para sol de otras dudas (1993) y Palíndromo en otra cerradura (1999).
Su primera publicación poética fue Suite para la espera. Ed. Orígenes, La Habana,1948. El ensayo autobiográfico Los años de Orígenes (1979) (reeditado en 2007 por la editorial Bajo la Luna de Buenos Aires, y en 2018 por Rialta Ediciones, de Querétaro) es quizás uno de los libros más polémicos de la literatura cubana. Ha publicado, además: Espirales del Cuje (1952), por el que fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura en ese mismo año, Ritmos acribillados (1972), Collages de un notario(1992), Espacios para lo huyuyo (1993), Poemas para penúltima vez (1948-1989) (1991), Vilis (1998), No mueras sin laberinto (primera antología de su obra publicada en la Argentina, 2005), Cuerdas para Aleister (2005) y Devastación del Hotel San Luis (2007).
Me he definido como escritor no-escritor, y ahora, en la Playa Albina, me siento como escritor fantasma. Fui Premio Nacional de Literatura en 1952 (algo de lo cual parece que muchos no quieren enterarse). Pero, sobre todo, soy el octogenario que aspira a ser considerado como el miembro más joven del llamado grupo de la Diáspora. Y también, por supuesto, tengo libros publicados, algunos de los cuales (¿algunos o todos?) confieso que son muy lindos. De: Lorenzo García Vega, Sábado, 11 de agosto de 2007 Para: Liz
Enlaces de interés:
Fuente de la bio : http://rid.unrn.edu.ar:8080/bitstream/20.500.12049/4765/1/Tesis%20Jorge%20Luis%20Arcos%20versión%20final.pdf
https://rialta.org/lorenzo-garcia-vega-o-el-cul-de-sac-del-origenismo
https://rialta.org/suite-espera
https://rialta.org/lorenzo-garcia-vega-in-memoriam
http://www.habanaelegante.com/Summer2007/Verbosa.html
https://rialta.org/correspondencia-con-lorenzo-garcia-vega
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