MANIFIESTO (HABLO POR MI DIFERENCIA)
No soy Pasolini pidiendo explicaciones
No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo
Es darle un rodeo a los machitos de la esquina
Es un padre que te odia
Porque al hijo se le dobla la patita
Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro
Envejecidas de limpieza
Acunándote de enfermo
Por malas costumbres
Por mala suerte
Como la dictadura
Peor que la dictadura
Porque la dictadura pasa
y viene la democracia
y detrasito el socialismo
¿y entonces?
¿qué harán con nosotros compañero?
¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos
con destino a un sidario cubano?
Nos meterán en algún tren de ninguna parte
Como en el barco del general Ibáñez
Donde aprendimos a nadar
Pero ninguno llegó a la costa
Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas
Por eso las casas de caramba
Le brindaron una lágrima negra
A los colizas comidos por las jaibas
Ese año que la Comisión de Derechos Humanos
no recuerda
Por eso compañero le pregunto
¿Existe aún el tren siberiano
de la propaganda reaccionaria?
Ese tren que pasa por sus pupilas
Cuando mi voz se pone demasiado dulce
¿y usted?
¿qué hará con ese recuerdo de niños
Pajeándonos y otras cosas
En las vacaciones de Cartagena?
¿El futuro será en blanco y negro?
¿El tiempo en noche y día laboral
sin ambigüedades?
¿No habrá un maricón en alguna esquina
desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?
¿Van a dejarnos bordar de pájaros
las banderas de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted
que tiene la sangre fría
y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve
y no se sienta agredido
Si le hablo de estas cosas
y le miro el bulto
No soy hipócrita
¿Acaso las tetas de una mujer
no lo hacen bajar la vista?
¿No cree usted
que solos en la sierra
algo se nos iba a ocurrir?
Aunque después me odie
Por corromper su moral revolucionaria
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
y no hablo de meterlo y sacarlo
y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En estas condiciones
Usted no sabe
qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice:
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es buen amigo
Súper-buena-onda
yo no soy buena onda
yo acepto al mundo
Sin pedirle esa buena onda
Pero igual se ríen
Tengo cicatrices de risas en la espalda
Usted cree que pienso con el poto
y que al primer parrillazo de la CNI
Lo iba a soltar todo
No sabe que la hombría
Nunca la aprendí en los cuarteles
Mi hombría me la enseñó la noche
Detrás de un poste
Esa hombría de la que usted se jacta
Se la metieron en el regimiento
Un milico asesino
De esos que aún están en el poder
Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
y se rieron de mi voz amariconada
Gritando: y va a caer, y va a caer
y aunque usted grita como hombre
No ha conseguido que se vaya
Mi hombría fue la mordaza
No fue ir al estadio
y agarrarme a combos por el Colo Colo
El fútbol es otra homosexualidad tapada
Como el box, la política y el vino
Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
y ésa es mi venganza
Mi hombría espera paciente
que los machos se hagan viejos
Porque a esta altura del partido
La izquierda tranza su culo lacio
En el parlamento
Mi hombría fue difícil
Por eso a este tren no me subo
Sin saber dónde va
yo no voy a cambiar por el marxismo
que me rechazó tantas veces
No necesito cambiar
Soy más subversivo que usted
No voy a cambiar solamente
Porque los pobres y los ricos
A otro perro con ese hueso
Tampoco porque el capitalismo es injusto
En Nueva york los maricas se besan en la calle
Pero esa parte se la dejo a usted
que tanto le interesa
que la revolución no se pudra del todo
A usted le doy este mensaje
y no es por mí
yo estoy viejo
y su utopía es para las generaciones futuras
Hay tantos niños que van a nacer
Con una alíta rota
y yo quiero que vuelen compañero
que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.
.
Nota: Este texto, íntegro, fue leído como intervención en un acto político de la izquierda en septiembre de 1986, en Santiago de Chile. Véase: Lemebel, Pedro, Loco Afán, Crónicas de sidario, Santiago: Lom Ediciones, 1997, págs. 83-90. (N. del E.)

«Carta a la Dulce Juventud»
A ti, mi querida polilla de farol, mi carreteada zapatilla cesante. A la verde juventud universitaria, que escribe su testimonio con la llamarada de una molotov que tisa de rabia el cemento. A los encapuchados del Arcis, de la Chile, de tantas aulas tomadas en la justa demanda de querer estudiar sin trabas económicas, sin la monserga odiosa del crédito, del recargo, de la deuda y el pago. Como si no bastara con quemarte las pestañas dándole al estudio los mejores años de tu vida, para después titularte de neurótico vagoneta. Como si no bastara tu dedicación, tu sincera dedicación, cuando te humea el mate toda la noche, hasta la madrugada leyendo, dejando de lado ese carrete bacán que chispearía de pasión tu noche de fiesta. Tu gran noche, pendejo, donde chorrearían las cervezas y un aire mariguano pintaría de azul el vaho de la música. Como si no bastara con todas las negaciones que te dio la vida, cuando postulaste a esa universidad privada y el «tanto tienes, tanto vales» del mercado académico te dijo: «Tú no eres de aquí, Conchalí, —No te alcanza, Barrancas, —A otro carrusel, Pudahuel, — A La U. del Estado, Lo Prado.»
Así no más, mi bella chica artesa que ya se las vivió todas de un trago, y en ese salud el futuro se derramó de golpe. Vino el embarazo y la bronca de tu viejo preguntándote de quién era el crío. Y qué te ibas a acordar si esa noche en la disco todos los locos tenían la misma cara de fiebre. La única que no te dijo nada fue tu vieja, quien te brindó su apoyo, valioso, pero inútil a la hora de pagar quinientas lucas por el aborto. Y ahí está el niño ahora, y tú lo amas como a nadie, y qué culpa tiene él, y qué culpa tienes tú también de abandonar tus sueños de progreso, de realización profesional a cambio de este papel de niña-madre. Adiós, mi chiquilla, a ese porvenir, que tan temprano canceló tus ilusiones gota a gota con la urgencia parturienta. Y, al final, como tantas chicas de la población, te ves hojeando el diario, buscando pega en un topless, en los cafés para varones, o en las casas de masajes que abundan en la oferta laboral de la prostituída demanda. Y eso fue todo, allí se acabó el cuento de la dulce princesita descarriada.
A tantos pendejuelos rockeros, raperos, metaleros, hip-hoperos, que despliegan su estéti ca bastarda coloreando esta urbe infame con su melenada tornasol. A ellos, por su espectáculo de vida impertinente. Por sus desvíos, por sus tocatas donde el minuto bullanguero de eléctrico rocanroll, también equivale a un minuto de silencio. Por ese silencio, cuando llegas a tu casa, pateando piedras», «puteando piedras», porque lo único que te espera es la tele prendida cacareando su mentira oficial. Para ti, mi Johny Caucamán, mi Matías Quilaleo, mi Rodrigo Lafquén; bellos ejemplares de la raza mapuche que en Santiago rapean su guillatún-tecno. Por esa fiereza de indio punky, pelo tieso. Por su indomable juventud, que desde acá, apoyan con el corazón encendido las movilizaciones de Ralco, el Biobío, y putean en mapudungun chicano por sus hermanos presos.
Para usted, joven barrista, que escucha desconfiado el palabreo de esta prédica. Tal vez para reforzar la sospecha de su espíritu futbolero que se expresa clandestino en los códigos del graffiti, del espray en mano, de la letra puntuda narrando en las paredes la flecha anarca de su descontento. Quisiera prometerle que la ciudad sería una pizarra para usted solo, y que en sus paredes, usted podría expresar libre esa gramática lunfarda que lo apasiona. Quisiera decirle que nunca más la bota policial limpiará su mierda de «orden y patria» en sus nalgas rebeldes. Podría ofrecerle tantas cosas, tantas esperanzas que muchos guardamos con impotencia en el lado zurdo del amor. Pero usted sabe más que yo de las promesas incumplidas, del apaleo de la repre, y del canto frustrado de su esquina pastabasera, de su cancha de fútbol y las tardes tristes, ociosas, peloteando. Usted lo vivió, lo supo o le contaron lo que ocurrió en su paisito. Por eso, usted sabe mejor que nadie que el sermón monaguillo de la derecha fue y será para el Chile pobre un epitafio de tumba.
No le ofrezco el cielo, porque sé que los ángeles le aburren. Tampoco un carrete interminable, porque el bolsillo roto de la izquierda no da para tanto. Tal vez, en esta carta, podamos imaginar un sitio digno donde respirar libertad, justicia y oportunidades sin besarle el culo a nadie. Quizás, soñar otro país, donde el reclutamiento sea voluntario, y usted no se sienta menos patriota por negarse a empuñar la criminalidad de esas armas. Sería un bello país, ¿no cree? Un largo país, como un gran pañuelo de alba cordillera para enjugarle al ayer la impunidad de sus lágrimas. Un hermoso país, como una inmensa sábana de sexo tierno que también sirva para secarle a usted su sudor de mochilero patiperro. ¿Qué me dice? Nos embarcamos en el sueño.
De: Zanjón de la aguada, Six Barral, (2003)

Pesquisa y Careo a Silvio Rodríguez
EL MALENTENDIDO DEL UNICORNIO
Una crónica de sus vagabundeos en plena primavera democrática, escapando de la opresión de la dictadura chilena.
Y por entonces, todos queríamos salir de Chile, respirar aire fresco más allá de las fronteras alambradas que tenía este suelo por esos mortíferos años ochenta. Aunque fuera la Argentina la hermana nación que venía despertando de la dictadura y acogía a sus vecinos patipelados arrancando del fascismo. Y esos perejiles temblorosos éramos nosotros, algunas locas chilenas, que al cruzar la cordillera, gritábamos en el bus el incansable: «Y va a caer», con lágrimas en los ojos y una vocecita de opereta izquierdilla. El destino final era Buenos Aires, la gran metrópolis porteña, la enorme capital que nos esperaba al cruzar la pampa, y nos abría el mundo recibiéndonos con sus grandes cartelones de espectáculos donde brillaban las estrellas del cancionero latinoamericano censuradas en el Chile milico. Por la ventanila del pullman pasaban los nombres de Mercedes Sosa, León Gieco, Chico Buarque, Zitarrosa, y pronto, por primera vez en la República Argentina, directamente desde Cuba, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez anunciados a todo gas por la prensa bonaerense. Ay Silvio, le susurré en secreto a la amiga marica que me acompañaba en ese tour de libertad trasandina. ¿Será tierno como sus canciones?, pensé en voz alta. No nos podemos perder esta ocasión de verlo cantar en vivo, me contestó la loca con los ojos entornados, evocando el repertorio del cantante que corría en casetes piratas, de mano en mano por las peñas clandestinas en el Santiago nazi de los setenta. Ay Silvio, suspiró a coro conmigo, pensando en todos los unicornios azules, más bien en todos los chicos celestes que se le habían escapado a su garra marica. ¿Quién será el unicornio de Silvio?, le preguntó al viento, embriagada por el recuerdo de la canción. Pregúntaselo a él pos niña, le contesté al descuido, mirando la ciudad de Buenos Aires que pasaba altanera con su garbo europeo por la ventana del bus. ¿Y será muy difícil llegar hasta él?, porque aquí es la súper estrella. Ni tanto le dije. Hay que averiguarse el hotel donde está y pedirle una entrevista. Acuérdate que somos chilenos, y Silvio ha sido tan solidario con nosotros, no puede negarse, sería una contradicción ideológica del cantor guerrillero. ¿No crees tú?
Y así fue, tan fácil como llamarlo y concertar una cita en el hall del hotel mediopelo donde se hospedaba, donde había tantas chicas argentinas de izquierda que querían ser su «mujer con sombrero», tantas nenas rubias, alborotadas en sus faldas hiposas y pañuelitos hindúes amarrados al cuello, tantas como chilenos que lo esperaban a la salida del ascensor, conteniendo la respiración, probando las grabadoras, atorados por ver de cerca al cantautor cubano. Y mientras esperábamos en ese tumulto nervioso a la estrella, pasó por nuestro lado Pablo Milanés, tan lindo, tan sencillo, tan accesible, pero nadie le dio pelotas hipnotizados en la puerta donde iba a aparecer Silvio. Y Pablito intercambió algunas palabras con nosotros, y me dejó un cálido beso con olor a copete en mi mejilla. Cuando apareció Silvio, todos se abalanzaron en tropel sobre la figura, y él, con mucha calma nos invitó a sentarnos en el vestíbulo y procedió a contestar las preguntas sobre el canto político, el destino de la utopía y todos los clises que atragantaban la ansiosa pregunta y respuesta del encuentro. Está un poco pelado, le dije a mi amiga atontada por su presencia. Pero igual es lindo, me contestó, tímidamente achunchada por la seguridad y el tono macho del cantante. Ya pos, hácele la pregunta del unicornio, le insistí para callarlo. Y la loca, roja de vergüenza, me hizo callar con un shit de represión. Entonces, como siempre, tuve que aumir la típica pregunta sobre la homosexualidad y la izquierda. Silvio, le dije con mi voz afectada que llamo la atención de los presentes. Mi amigo y yo somos chilenos que admiramos tu poesía, y en Chile nosotros los homosexuales hemos hecho nuestra la canción del Unicornio Azul, pensando que se refiere a un amor perdido e imposible. (Pausa para arreglarme el pelo). También quiero aprovechar la ocasión para preguntarte qué piensas tú sobre la homosexualidad y la revolución ¿Me podrías contestar estas preguntas por favor? Muchas gracias. Creo que en ese momento alguien abrió la puerta porque se coló una ráfaga de viento frío que congeló la escena. La cara del cantante se puso azul como el unicornio y una cortina de rabia alteró la mueca amable de su sonrisa. Mira, me dijo. Lamento mucho que tú y tu amigo piensen eso. Pero más lamento esta confusión de temas porque la historia de esa canción corresponde a un padre que perdió a su hijo en la guerrilla nicaragüense. Además, a ustedes les debe quedar claro, que sobre el tema de la homosexualidad hemos sido muy precisos. Con la revolución todo, sin la revolución nada. Y nos dejó mudas a mi amiga y a mí, que sentimos como, de un plumazo, Silvio nos había arrebatado nuestro rosado unicornio. Después, cuando insistimos con la canción «¿Te molesta mi amor?», fue demasiado y el cantante optó seriamente por la indiferencia y no tomarnos más en cuenta. Tiene razón, le dije a mi amiga tratando de consolarla cuando salimos del hotel y nos envolvió la zalagarda de fans que gritaban: «Silvio amigo, el pueblo está contigo». Tal vez tenga razón, me contestó con un dejo de tristeza, pero pudo ser más amable, casi nos ladró y nosotros no queríamos molestarlo.
A pesar de este bochorno, fuimos a su recital y aplaudimos como yeguas cada canción, especificamente la interpretación solitaria de su pianista que era una joya de músico. Pero Silvio se sintió incómodo viendo que el pianista se estaba arrancando con los tarros robándose el show, y lo interrumpió con los sones del unicornio azul. Ahí, mi amiga y yo nos miramos, y como de un acuerdo abandonamos el estadio, pensando que ése ya no era nuestro tema, que mejor íbamos a tratar de encontrar el unicornio perdido en los baños públicos y parques de la ciudad, donde no nos alcanzara la mirada rabiosa de Silvio, ni su aparatosa militancia que quizás nunca lo dejó jugar.
«SILVIO RODRÍGUEZ ( O el mal entendido del unicornio azul)»de Zanjón de la aguada (Seix Barral, 2003)) publicado primero en Clarín de Buenos Aires. 16 de noviembre de 2002

El Wilson
Un día te dije que iba a escribir nuestra corta historia en el Clinic. Y aunque tú no lo creyeras entonces, te juré que serías el protagonista de esta crónica que escribo evocando tu inquieto mirar de pendejo sureño, cesante y peregrino por estas calles, por estos cementos ardientes de la tarde estival, cuando lo veo venir caracoleando la vereda con su vaivén de leopardo morenón. Lo diviso apurado rapeando su elástico caminar directo a mi encuentro. En la Gran Avenida a todo sol, a todo calor, ese verano conocí al Wilson. Y me paró de pronto preguntando con su cara morocha de engominado penacho punky: ¿Tú soi el escritor?, ¿tú saliste en la tele? Y antes de contestarle, me di el tiempo de medir sus largos muslos sopeados de transpiración, me di el placer de hurguetear su ombligo y la pretina del calzoncillo que dejaba ver el bluyín rapero, a media cadera, a medio culo su vocecita huasteca volvió a insistir: ¿Tú saliste en la tele? Bueno, claro, pero eso fue hace tiempo. Yo no soy de Santiago, se apresuró a confesarme, vengo de Llanquihue y ando buscando trabajo porque allá no hay na’ que hacer. ¿Y tú crees que por aquí hay mucho que hacer?, le contesté con las pestañas encendidas. Algo se podrá hacer, cualquier cosa, cualquier trabajo, todo sea por unas monedas, porque no tengo dónde quedarme, y ahora estoy parando en el Hogar de Cristo. Llámame a este teléfono, le susurré a la rápida perdiéndome en la multitud que subía a las micros, bajaba de las micros en la bullente Gran Avenida. Y a las seis de la tarde, cuando me relajaba en ese intenso día con un buen pito, el teléfono que llama, el teléfono que grita su nombre, y así nos cruzamos en esta maraca ciudad con el Wilson, y pronto las cervezas y pronto los pitos y más tarde que temprano caímos al catre medio muertos, medio embriagados por este encuentro fortuito donde nos contamos todo, donde nos dijimos todo atropelladamente, como si el cielo de esa pieza fuera el último cielo que veríamos antes del amanecer. Allí me contó entre trago y trago el patiperrear de sus cortos años en busca de alguna esperanza para su iletrada juventud. Porque no terminé la educación básica, me dijo. Porque apenas llegué a séptimo y de ahí me echaron del colegio y después me fui de mi casa, porque me güeviaban mucho, porque no trabajaba, porque me la pasaba de vago con el personal estéreo pegado en la oreja tratando de rapear y bailar como los negros de Nueva York que veía en la tele. Y esa noche el Wilson bailó solo para mí, girando como un disco al compás del carreteado casete que guardaba como tesoro. Y también esa noche supe que el Wilson era virgen, nunca había tenido mujer ni hombre que lamiera sus pétalos sexuales; me di cuenta porque no sabía ni cómo ni por dónde. Y sus ojillos chinocos reflejaban el paraíso con la mamada deliciosa que le regalé después de preguntarle: ¿querís ver a Dios, loco?
El Wilson pensaba ser otra cosa, no quería que la urbe infame se lo tragara con su cruel voracidad, por eso y para que conociera gente, una tarde lo invité a la presentación de un libro del director del Clinic. ¿Y qué es esa güevá?, me preguntó con sus pupilas de chispeante carbón. Un periódico donde escribo. ¿Algo así como El Rastro? No, lindo, este es mucho más anarco, le respondí con ternura mientras caminábamos por Providencia hasta el pub donde sería el evento. Al llegar, el Wilson no quiso entrar. Es que ando muy mal vestido, murmuró, viendo las niñas rucias y los chicos intelectuales que hacían nata en la entrada. Y qué importa, mi cielo, uno es lo que es y las pilchas son lo de menos. Entremos a comer y tomar, ¿acaso la caminata no te dio sed? Y así esperamos que terminaran los eternos discursos hasta que empezó el cóctel de fierritos, tapaditos, dulcecitos y empanaditas que el Wilson devoraba a puñados. Luego aparecieron las bandejas de pisco sour y vino rosado en elegantes copas de alto pie. Salud, mi bello rapero, le dije al Wilson chocando los frágiles cristales que el pendejo no dejaba de admirar. Si quieres te llevas la copa de recuerdo, le susurré empujándolo al robo. Ahora que nadie está mirando guárdatela en el bolsillo. Pero una copa no es ninguna, pásame tu mochila, tápame para guardar esta otra y otra y la que está en esa mesa, y la que dejó vacía esa pituca cara de diuca, y la que ya se tomó ese viejo paltón con cara de asco y alcánzame esa que dejó babosa aquel abuelo hippie cabeza de melón con flecos. Así la mochila del Wilson se fue llenando de vidrios que tintineaban mientras el chico recogía y recogía copas embriagado por la fiebre del choreo. Vámonos de aquí, Pedro, porque no entiendo ni güevas lo que habla esta gente. Espérate un poco, voy a saludar a Carlitos, mi abogado, y al David que estudia literatura, y al Rodrigo que es periodista. Y con todo el grupo tomamos el Metro para seguir la farra en mi casa. A la pasada, en Bellavista, compramos unos vinos y terminamos en mi rancha nadando en copete, discutiendo de arte, política y todas esas latas culturales que apasionan a los universitarios de izquierda. Pero no al Wilson, que bebía y bebía con desespero dándose vueltas por la casa como león enjaulado. Y en un momento no aguantó más y me dijo: quiero que se vayan todos estos güevones para que nos quedemos nosotros solos. Recién lo conocía y ya se creía mi marido el lindo. Son mis amigos, le recalqué con firmeza, y si no te gusta la puerta es ancha, loco. No me hizo caso y siguió hinchando, enrabiado, cambiando la música, sacando a Manu Chao y colocando su horroroso casete que incluía una canción romántica de Chayanne. Mira, escucha: «Es la primera vez que me estoy enamorando», me cantaba en la oreja, tratando de que yo tuviera oídos solo para él. Sin embargo, la alterada plática intelectual de mis amigos no me dejaba ponerle atención. Y el Wilson terminó gritándome a toda boca su balada de chulo amor. Entonces, el David me pregunta con sarcasmo: ¿ahora te gusta Chayanne, Pedro? No alcancé a contestarle, porque el Wilson empuñó una cerveza y se abalanzó sobre el David justo en el momento en que mi alarido destemplado lo inmovilizó con la botella en el aire. Si van a pelear se van todas las mierdas de aquí, grité sacando ronquera de arrabal. Y solo de esa manera pude evitar un desastre. Pero esa noche las cartas estaban marcadas, y siguieron discutiendo y tomando hasta que tuve que echarlos a todos, incluyendo al Wilson, que lo vi por última vez desaparecer bajo la garúa rosada del alba. Y justo antes de doblar la esquina giró levemente su mejilla y me encandilaron sus ojos sureños de huérfano amor.
Desde aquel día nunca más supe del Wilson, y la escarcha del olvido terminó por esfumarlo de mi cotidiano pasar. Y solamente hace unos meses suena el teléfono y escucho la voz aflautada de la operadora preguntando: ¿acepta una llamada con cobro revertido del señor Wilson desde Llanquihue? Claro que sí, me apresuré a responder. Y tuve que contener el ahogo cardíaco al oírlo diciéndome que lo perdonara por el desatino, que la culpa era del vino, y que después de aquella noche se tuvo que ir al norte a trabajar en un circo, ayudando a levantar la carpa, alimentando a los animales, en fin, haciendo de todo hasta juntar la plata del pasaje para volver al sur. ¿Y cómo va tu vida ahora?, me atreví a preguntarle, al recordar su cuerpo de cañaveral flectado en el quejido rapero que humedeció mis sábanas. Mucho mejor, me respondió más tranquilo, y agregó con un dejo de irónica tristeza: ahora leo el Clinic y estoy estudiando en la nocturna para entender lo que hablan tus amigos.
De: «Adiós Mariquita linda», Editorial Seix Barral, 2014

Pedro Lemebel ( Santiago de Chile, 21 de noviembre de 1952-23 de enero de 2015) Poeta, escritor, artista visual y pionero del movimiento queer en Latinoamérica. Fue considerado un símbolo del activismo gay y la resistencia contra la dictadura de Pinochet.
Hijo de Violeta Lemebel y Pedro Paredes . Vivió en un barrio de las periferias de Santiago hasta que, cuando cumplió diez años, su familia se mudó a un conjunto de viviendas sociales en avenida Departamental.
Estudió en un liceo industrial donde se enseñaba forja de metal y mueblería. Más tarde cursó estudios en la Universidad de Chile, de donde egresó con un título de profesor de Artes Plásticas. A fines de los años 70 trabajó como profesor de arte en un liceo de Puente Alto, provincia Cordillera.
Sus primeros acercamientos a la literatura ocurrieron en un taller literario a comienzos de los ochenta, donde empezó a escribir cuentos. En medio de la intelectualidad comenzó su convivencia en dos mundos opuestos, o al menos distantes especialmente en una sociedad como era la chilena. Por un lado su pertenencia a cierta élite intelectual vanguardista, y por otro, al mundo marginal, proletario.
En 1982 obtuvo el primer Premio del Concurso nacional de cuento Javier Carrera bajo el nombre de Pedro Mardones (su nombre paterno).
En 1986 publicó su primer libro de relatos, Los incontables.
A finales de los años ochenta, junto al poeta Francisco Casas, formó el dúo «Las Yeguas del Apocalipsis».Entre 1987 y 1995, realizaron por lo menos quince eventos públicos. Sus intervenciones artísticas se convirtieron en un símbolo de la contracultura chilena aun en el medio de la dictadura militar de Pinochet que finalizo el 11 de marzo de 1990.
En 1995 se publicó La esquina es mi corazón, el primer libro de crónicas de Pedro Lemebel, publicado en su edición original por la editorial Cuarto Propio. La obra corresponde a una colección de algunas de las crónicas urbanas que el autor había publicado en periódicos o revistas como Página abierta, Punto final y La Nación. Son historias dedicadas a revelar un mundo secreto de perdedores, marginados y homosexuales, situadas en el centro de la ciudad de Santiago, en medio del comercio sexual clandestino y los “saunas” de mala muerte. Las crónicas tienen además un importante componente autobiográfico pues, a menudo, las propias experiencias del autor se mezclan con historias escuchadas o presenciadas o, bien, con la ficción, aquello que el autor llama irónicamente como “la silicona”.
En 1996 se publica Loco afán, Crónicas de Sidario y ese mismo año participa de la Escuela de Verano de la Universidad de Concepción y dicta el seminario sobre Crónica urbana de la Universidad Playa Ancha de Valparaíso. También ese año colabora en la revista Lamda, crea un programa en Radio Tierra, llamado «Cancionero», donde leía crónicas ambientadas con sonidos y música incidental, dicta un taller de crónica en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Chile, recibe la beca Fondart para el proyecto del libro de crónicas «De perlas y cicatrices.» y participa del seminario «Crossing and Sexual Borders,» en New York University.
En 2001 publlicó su única novela «Tengo miedo torero» (colección «Biblioteca breve» de Seix Barral) que según el autor «fue un desafío, un ejercicio de provocación frente al protagonismo mesiánico de los novelistas machos». El protagonista de la novela de Lemebel es un homosexual conocido sólo como La Loca del Frente, que cae bajo el juego de un estudia. nte universitario y revolucionario llamado Carlos. Ubicada en Santiago durante la dictadura de Pinochet,
En 2002 publica De Perlas y Cicatrices (Ediciones Lom, Santiago). Según el propio autor : «Este libro viene de un proceso, juicio público y gargajeado Nuremberg a personajes compinches del horror. Para ellos techo de vidrio, trizado por el develaje póstumo de su oportunista silencio, homenajes tardíos a otros, quizás todavía húmedos en la vejación de sus costras. Retratos, atmósferas, paisajes, perlas y cicatrices que eslabonan la reciente memoria, aún recuperable, todavía entumida en la concha caricia de su tibia garra testimonial».
En 2003 publicó Zanjón de la Aguada,(Seix Barral), libro de crónicas. El libro estuvo varias semanas en los rankings de más vendidos y, según las palabras del propio autor, «fue más pirateado que el Condorito».
En 2004 publica otro libro de crónicas «Adiós mariquita linda»(Editorial Sudamericana). La obra recoge treinta textos, muchos de ellos publicados anteriormente en el periódico The Clinic, donde Lemebel relata sus experiencias personales, encuentros amorosos y observaciones sobre personajes de la vida nocturna, política, el espectáculo y el ámbito social. Le siguieron Serenata Cafiola (2008) y Háblame de amores (2012).
En 2013 se publicó “Poco hombre” (Ediciones UDP). El libro es una recolección de piezas publicadas en el transcurso de más de dos décadas. Un amplio recorrido por la obra de Pedro Lemebel como cronista de la marginalidad. El mismo Lebemel cierra el libro declarando: “Quería ser cantora, trapecista o una india pájara trinándole al ocaso. Pero la lengua se me enroscó de impotencia y en vez de claridad o emoción letrada produje una jungla de ruidos”.
En los últimos años, sus presentaciones lo llevaron a diversas partes del mundo, ofreciendo performances literarias que conjugaban letra, música y audiovisual, en diferentes ferias de libros, charlas y conferencias. Expuso su trabajo plástico en Buenos Aires, Nueva York, San Pablo y en el Museo Reina Sofía de Madrid. Su último trabajo retrospectivo fue para la Galería D21 en Santiago de Chile, denominado “Arder”, que obtuvo una interesante recepción de parte de la crítica. La obra literaria y plástica de Pedro Lemebel es ampliamente estudiada en universidades,tambien fuera de Chile.
Lemebel obtuvo varios premios literarios como el Premio Anna Seghers de Alemania en 2006 y el José Donoso en 2013. En Chile fue nominado en seis ocasiones al Premio Altazor y en 2014 fue postulado al Premio Nacional de Literatura.
Pedro Lemebel falleció el 23 de enero de 2015 aquejado de un cáncer a la laringe. Tenía 62 años.
«El mejor poeta de mi generación», dijo de él el novelista Roberto Bolaño.
Enlaces de interés :
https://wiki.ead.pucv.cl/images/3/3f/La_Esquina_es_mi_corazon_Pedro_Lemebel_Queer_Frenesí.pdf
http://www.letras.mysite.com/lemebel50.htm
http://www.letras.mysite.com/pl2609051.htm
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