15 Poemas de Efraín Huerta

Para gozar tu paz

Como el viento agita las altas hierbas
así mis dedos vuelan sobre tu cabellera de diamantes,
y la noche de alcohol y los árboles de oro
encierran para siempre un sollozo de triunfo,
el ay de la alegría, el ah definitivo.

Como el aire de junio en la colina
mueve la dulce sombra de la nube,
así mi corazón se sacrifica
en el húmedo templo de tu pelo.

Nave sin dueño, sombra de ardorosa
violencia, esta mi mano canta
bajo el murmullo alado de tu gloria.

Porque tienes la luz y la belleza
en el sereno estanque de tu rostro,
así el negro laurel es tu corona
y es mi fatiga y es
la sangre del insomnio.

Sólo cuando el pecado es la guirnalda
y la atadura, la cadena infinita
y el profundo latido; sólo cuando
la hora ha llegado, y tú,
joven de rosas y jazmines,
miras al horizonte del deseo
y dejas que el tesoro de seda y maravilla
sea la noche en mis manos,
sólo entonces, dorada,
todo me pertenece:
las hierbas agitadas y el viento
corriendo como el agua entre mis dedos:
agua de mi delirio, eterna fiebre,
espejismo y violencia, dura espina
pedernal de la muerte, lento mármol,
millón de espigas negras.

Donde nace la idea,
donde tus pensamientos
-aves en dulce selva sometidas-,
donde mis labios buscan el milagro,
ahí estará mi fuerza.

Ahí estará el dolor de mi presencia:
al pie de tu dominio y tu pureza,
sin más aroma que el júbilo
y una medalla de aire,
palpitante, como el fuego
de una lágrima viva.

Crece la hierba, el río,
y el ala de la garza
es la mano de Dios que se despide.

Crece el amor en invisible grito
¡quemante, activa espada),
y el corazón despierta
como herido de muerte.

Doblo la lenta hoja del silencio
y te apareces tú, página y perla,
con el cabello al viento
y una cierta sonrisa de alta luna.

Suave y veloz, como el aire de junio,
beso tu cabellera de diamantes,
el tesoro escondido de tu sueño,
y digo adiós a la violencia
para gozar tu paz,
tu dulce, tu gloriosa geografía,
por siempre detenido,
por siempre enamorado.

Sandra solo habla en lineas generales

Donde habita, donde come, donde
parece un arenoso acantilado,
allí es un cordero de ámbar con ojos de anís
y algo acerca de la dicha sexual tiene escrito en la frente. 
Luego viene lo intolerable y maligno 
(tal vez su madre, su padre o su hermana), 
porque como he dicho dicha digo 
que la veo y no la reconozco bajo arcos de triunfo 
cocinados a cuchillo,
hablando palabras de fuego sobre el Mediterráneo
(que para ella fue Tequesquitengo o no fue nada), deshaciéndose en fulgores sobre la soberana idiotez
    de la Gioconda 
(que a ella, lo sé a ciencia cierta, le pareció 
una simple putita de Polanco), 
bebiendo vinos rojos, besos rojos —canalla, perra—,
paseándose verdosamente, sandramente
por ciudades que no conozco y que no me importan 
como no me importa ella sino porque existe
y es posible verla de lejos, de cerca,
comiendo bajo los húmedos azules de Nápoles,
viendo sin ver y hablando en líneas generales
como en un remanso de siniestra paz gastronómica.

Hace dos días con sus noches pude verla
(ella vive en las calles de Racine
y yo en Lope de Vega, lo cual es todo un drama en seis 
    actos) 
y en sus ojos había una tormenta edénica y turbadora 
como antes y después del primer pecado 
—lo virginal no quita lo caliente—, 
Eva maldita Eva milenaria Eva evasiva Eva exúbera 
Eva general Eva particularmente deseada y detestada 
Eva que sabe a postre de manzana postre de mieles 
Eva que huele a café con Leche-de-la-Mujer-Amada 
Eva liberada Eva que viajó por Europa 
y en verdad que nunca salió de estas amargas calles 
¿para qué, si sus alas son dos liras rotas 
y en el Foro romano sólo discurren los homosexuales 
y alguna pelirroja horizontal originaria de Brooklyn?

Esos hace dos días supe que Sandra había visto piedras 
    talladas 
y visto pinturas en sórdidos museos 
y visto a Sofía Loren de lejos, de tan lejos 
como de aquí a ella, Sandra de los ojos 
que brillan y rebrillan como santelmos a la mitad
    del naufragio,
Sandra anónima Sandra espigada Sandra para morirse 
    de una buena vez 
Sandra ¿por qué te llamas estúpidamente Sandra? 
Sandra ojos de cordero degollado Sandra catedralicia 
Sandra Santa Capilla Sandra Nuestra Señora 
Sandra diabla y demonia sandrísima 
que nunca me miró de frente que nunca me dijo buenas 
    tardes 
—lo que yo hubiera querido era un buenas noches—, 
Sandra fugaz heroína de un poema fugaz 
como el paso de una azucena por el palacio de algo 
así como un poeta.

21 de diciembre de 1966 

Las voces prohibidas

Más despacio que nunca, casi agónicas,
marchan y duelen estas voces o estrellas.

Húmedos pies descalzos, breves pieles,
dulce origen, impío desorden. Voces
que purifican lo que tocan. Voces
todo milagro. Suaves voces de amor.

Voces para decir amor toda la vida
y todo el santo día y a la lenta distancia
de una noche de sueño, amor y voces.

Cálidas o despiertas, dormidas o ya frías,
estas voces se pegan a los labios
y dicen y se dicen altos, duros misterios,
prohibidos latidos, esbeltos calosfríos.

Despaciosas y firmes, llegan como
las bestias, crecen como el encino,
y no hay en ellas nada que no sea verdadero.

Pero duelen. Son dardos de amorosa ponzoña
y dan la seca muerte del olvido.

No perdonan, no aman,
no son ríos serenos, sino fuego,
ardiente maldición, dolorosa quietud.

Vienen así, calladas, caminando caminos
de helado polvo. Son las voces
que ya nunca se dicen.

Por eso duelen y por eso ardo
junto a ellas, como al pie de una hoguera.
Ardo y adoro al mismo tiempo
porque nada me callan o no me dicen nada.

Asciendo rudas catedrales de miedo
y el vacío es un lago de hambre y sal.
Me maldigo con ellas
pero duermo con ellas.

Cuando la sed se haya quemado
en mi garganta,
cuando no tenga paz ni amor,
cuando todo sea voces y no llantos,
una pequeña sombra habrá a mi lado.

No la rosa del ansia ni el clavel de miseria,
sino la joven luz del alba,
la joven voz del alba mía.

Ay poeta

Primero

Que nada:

Me complace

Enormísimamente

Ser

Un buen

Poeta

De segunda

Del

Tercer

Mundo

30 de junio de 1969

El amor

El amor viene lento como la tierra negra,
como luz de doncella, como el aire del trigo.
Se parece a la lluvia lavando viejos árboles,
resucitando pájaros. Es blanquísimo y limpio,
larguísimo y sereno: veinte sonrisas claras,
un chorro de granizo o fría seda educada.

Es como el sol, el alba: una espiga muy grande.

Yo camino en silencio por donde lloran piedras
que quieren ser palomas, o estrellas,
o canarios: voy entre campanas.
Escucho los sollozos de los cuervos que mueren,
de negros perros semejantes a tristes golondrinas.

Yo camino buscando tu sonrisa de fiesta,
tu azul melancolía, tu garganta morena
y esa voz de cuchillo que domina mis nervios.
Ignorante de todo, llevo el rumbo del viento,
el olor de la niebla, el murmullo del tiempo.

Enséñame tu forma de gran lirio salvaje:
cómo viven tus brazos, cómo alienta tu pecho,
cómo en tus finas piernas siguen latiendo rosas
y en tus largos cabellos las dolientes violetas.

Yo camino buscando tu sonrisa de nube,
tu sonrisa de ala, tu sonrisa de fiebre.
Yo voy por el amor, por el heroico vino
que revienta los labios. Vengo de la tristeza,
de la agria cortesía que enmohece los ojos.

Pero el amor es lento, pero el amor es muerte
resignada y sombría: el amor es misterio,
es una luna parda, larga noche sin crímenes,
río de suicidas fríos y pensativos, fea
y perfecta maldad hija de una Poesía
que todavía rezuma lágrimas y bostezos,
oraciones y agua, bendiciones y penas.

Te busco por la lluvia creadora de violencias,
por la lluvia sonora de laureles y sombras,
amada tanto tiempo, tanto tiempo deseada,
finalmente destruida por un alba de odio.

Tláloc

Sucede

Que me canso

De ser dios

Sucede

Que me canso

De llover

Sobre mojado

Sucede

Que aquí

Nada sucede

Sino la  lluvia

lluvia

lluvia

lluvia

El Tajín

A David Huerta
Pepe Gelada


“…el nombre de El Tajín le fue dado por los indígenas totonacas de la región por la frecuencia con que caían rayos sobre la pirámide…”


    1

Andar así es andar a ciegas, 
andar inmóvil en el aire inmóvil, 
andar pasos de arena, ardiente césped. 
Dar pasos sobre agua, sobre nada
—el agua que no existe, la nada de una astilla—, 
dar pasos sobre muertes, 
sobre un suelo de cráneos calcinados. 

Andar así no es andar sino quedarse 
sordo, ser ala fatigada o fruto sin aroma; 
porque el andar es lento y apagado, 
porque nada está vivo 
en esta soledad de tibios ataúdes. 
Muertos estamos, muertos 
en el instante, en la hora canicular, 
cuando el ave es vencida 
y una dulce serpiente se desploma. 

Ni un aura fugitiva habita este recinto 
despiadado. Nadie aquí, nadie en ninguna sombra. 
Nada en la seca estela, nada en lo alto. 
Todo se ha detenido, ciegamente, 
como un fiero puñal de sacrificio. 
Parece un mar de sangre 
petrificada 
a la mitad de su ascensión. 
Sangre de mil heridas, sangre turbia, 
sangre y cenizas en el aire inmóvil.  

    2 

Todo es andar a ciegas, en la 
fatiga del silencio, cuando ya nada nace 
y nada vive y ya los muertos 
dieron vida a sus muertos 
y los vivos sepultura a los vivos. 
Entonces cae una espada de este cielo metálico 
y el paisaje se dora y endurece 
o bien se ablanda como la miel 
bajo un espeso sol de mariposas. 

No hay origen. Sólo los anchos y labrados ojos 
y las columnas rotas y las plumas agónicas. 
Todo aquí tiene rumores de aire prisionero, 
algo de asesinato en el ámbito de todo silencio. 
Todo aquí tiene la piel 
de los silencios, la húmeda soledad 
del tiempo disecado; todo es dolor. 
No hay un imperio, no hay un reino. 
Tan sólo el caminar sobre su propia sombra, 
sobre el cadáver de uno mismo, 
al tiempo que el tiempo se suspende 
y una orquesta de fuego y aire herido 
irrumpe en esta casa de los muertos
—y un ave solitaria y un puñal resucitan. 

    3 

Entonces ellos —son mi hijo y mi amigo— 
ascienden la colina 
como en busca del trueno y el relámpago. 
Yo descanso a la orilla del abismo, 
al pie de un mar de vértigos, ahogado 
en un inmenso río de helechos doloridos. 
Puedo cortar el pensamiento con una espiga, 
la voz con un sollozo, o una lágrima, 
dormir un infinito dolor, pensar 
un amor infinito, una tristeza divina; 
mientras ellos, en la suave colina, 
sólo encuentran 
la dormida raíz de una columna rota 
y el eco de un relámpago. 

Oh Tajín, oh naufragio, 
tormenta demolida, 
piedra bajo la piedra;
cuando nadie sea nada y todo quede 
mutilado, cuando ya nada sea 
y sólo quedes tú, impuro templo desolado,   
cuando el país-serpiente sea la ruina y el polvo, 
la pequeña pirámide podrá cerrar los ojos 
para siempre, asfixiada, 
muerta en todas las muertes, 
ciega en todas las vidas, 
bajo todo el silencio universal 
y en todos los abismos. 

Tajín, el trueno, el mito, el sacrificio.
Y después, nada.

Junio de 1963 

labas por el maxilar de Fran Kafka

Oh vieja cosa dura, dura lanza, hueso impío, sombrío objeto 
de árida y seca espuma; ola y nave, navío sin rumbo,
    derrumbado 
y secreto como la fórmula del alquimista; velero sin piloto 
por un marde aguda soledad; barca para pasar al otro lado 
    del mundo, 
enfilados hacia el cielo praguense y las callejuelas 
donde la muerte pisa charcos de la cerveza que no bebió 
    Neruda; 
hueso infinito para ponerse verde de envidia, 
para no remediar nada —ni el silencio ni las alas oscuras 
    y obscenas de tus orejas; 
para no ver siquiera la herida de tu boca 
ni el incendio de allá arriba, donde tus ojos todo lo penetran
como otras naves, otras lanzas ardidas, otra amenaza; 
para hipnotizar la espada de la melancolía 
y acaso para descifrar el curso de aquel río de palacios 
donde murieron los santos y las vírgenes agonizaron 
    tañendo laúdes de piedra; 
para que pasen la novia y el féretro y Nezval resucite 
en el corazón del follaje del cementerio judío; 
para que el poeta te mire y se sonría ante el retrato de Dios; 
para la locura —tu maxilar de duelo—, para la demencia total 
y hasta para la humildad de nuestro lenguaje y su negra 
    lucidez; 
para morir eternamente de una tuberculosis dorada 
y cabalgar las nubes y nombrar a los ángeles del exterminio 
y clamar por los asesinos —otra vez allá arriba—, 
por los que quemaron a Juan Huss 
y arrojaron sus cenizas a un ancho río de espinosa corriente. 
Hueso de piedra, ojo derecho del carlino puente, 
pirámide caída, demolida, muerta desde su muerte; 
hueso para escribir cien veces Señor K Señor K Señor K 
hasta la podredumbre de las estrellas y las ratas 
    de los castillos 
y la infamia de los jueces; hueso vivo, puntiagudo 
como la raíz del alma, como la ciega aurora de tus cejas; 
hueso para llegar de rodillas y aguardar amorosamente 
la carcajada y la oración, la blasfemia y el perdón.
Nave, navio, barca y espuma para sudar de miedo 
y escribir sobre la piel la palabra abismo, 
la palabra epitafio, la palabra sacrificio 
y la palabra sufrimiento
                                                 y la palabra Hacedor. 

6 de noviembre de 1965

Desconcierto

A mis

Viejos

Maestros

De Marxismo

No los puedo

Entender:

Unos están

En la cárcel

Otros están

En el

Poder.

Agustin Lara,Maria Felix y Efraín Huerta,1945, Foto: Archivo de Raquel Huerta Nava

Manifiesto nalgaísta

Aleluya cocodrilos sexuales Aleluya

Para ella que me mira morir

El gran río penetró la roca viva
y se adelgazó hasta el miedo y el estruendo
se hizo rayo se hizo ruina se hizo tonto esqueleto
y hoy padece a lo largo de pieles de tigre
a la orilla del cocodrilo que me sueña
y me hunde en el naufragio
de su carne tan blanca
oh carne nacarada en medio
de la arena
como tú
y estas dos medallas de oro que muerdo
dalias de vida y de martirio
y en ellas me retrato y consigo el descenso
al dulce infierno de tu vientre
y de nuevo los dientes
ah malditos
ah maldita tú también
larga bestia ululante despierta lengua
en aquel círculo de asesinos
(Pierde toda esperanza
amor mío)
de almas danzantes albas
cool cool cool cool jazz
¡Bríndamelo por fin!
Aleluya Aleluya magnífico Grijalva
muerto de frío de rocas y pañuelos rojos
Piérdete
adelgázate hasta la soledad
de los cocodrilos que agonizan
al pie de mi medio siglo
y de mi alcohol
cohol cohol cohol cohol jazz
cool cool cool cool jazz
marinera manía
de pintar escribir declamar pagar impuestos
luz renta etcétera
y luego abrazarte
bajo el diluvio de sones antillanos y misas lubas
y volver a abrazarte hasta el arte y el hartazgo
y aleluyarte hasta no sé cuando
dormida y abrumada purificada
putificada
¡Aleluya! ¡Aleluya!
poetas elotes tiernos calaveritas apaleadas
poetas inmensos reyes del eliotazgo
baratarios y pancistas
grandísimos quijotes de su tiznadísima chingamusa
perdónenme grandes y pequeños pequeñísimos poetas
(Soy acaso el Hijo de Sánchez de la poesía
¿Peralvillo Tepito Incorporated?
Alors los invito a discurrir
pespunte limpio
por el nuevo Paseo la Anti-Reforma)

Tranza poética, 1980

Esto se llama los incendios

Cuatro jinetes de pólvora derriten los vastos jardines. 
Cuatro fantasmas de plomo cavan la tumba del amor. 
Uno, dos, tres, innumerables asesinos decapitan el ángel 
    de la dicha. 
Un jinete de enrojecidos ojos cabalga los incendios. 
Algo como una lejana tristeza sucede allá, 
en el país de las praderas, del napalm, del oro y 
    de los enormes ríos
que de pronto se alzan y se preguntan qué pasa, 
aló aló qué ocurre en las ciudades de mármol, 
en las ciudades de miasma; ¿qué sucede que se ha roto 
el coloquio de los enamorados? 
El viento ha perdido 
la dirección y la Madre Primavera muestra su pecho
    cercenado. 
Algo como un quebradero de huesos y de plumas 
ha coronado de sombra los capitolios y llenado de cenizas 
las casas que antes del fuego fueron blancas y púdicas 
    como una guerra no declarada. 
¡Aló aló Vietnam, aló padre y poeta Ho Chi Minh! 
Hola, hermana ceniza, hermano dedo, hermanas barbas, 
hola querido Comandante Guevara, viento-verdad, columna 
    asesinada, 
allá arriba de nosotros, cerca del cielo o del infierno, 
algo ardiente como una roja espuma se levanta 
—y es tu palabra insomne, tu agonía, la línea de tu sueño.

Pólvora y miedo en el país llamado
“el país más poderoso de la tierra”.
En cada casa norteña, un becerro dorado.
En cada palacio del sur, la suma por centenares de esclavos. 
En todas las casas una Biblia nunca leída, acaso murmurada, 
    jamás entendida.
Pero olvidemos el poder, el orgullo, los becerros 
y las Biblias —y no olvidemos a Abraham Lincoln río 
    Mississippi abajo
casi al encuentro de don Benito Juárez desterrado 
y liando tabaco virginiano; a Abraham Lincoln con 
    su testimonio a cuestas, 
su vigor de coloso y su tristeza secular.

Cuando Abraham Lincoln fue asesinado
un poco de atardecer cayó sobre el mundo de los negros 
y las plegarias se sucedieron como un amargo río 
    de lágrimas. 
Llamearon las pupilas acusadoras, pero nada más. Ah, sí: 
Un poeta de luenga barba blanca y ojos marinos se enfermó 
    por la muerte de un capitán de la vida. 
Los blancos habían empezado a linchar y 
los capuchones del Ku Klux Klan erizaron el silencioso 
    territorio. 
Comenzaba a oler a pólvora, a sangre fresca, 
a sudor de jinetes bramadores y a incendios.
Palomas delirantes aparecieron tal presagios,
hasta que los fusiles con miras telescópicas ocuparon 
el lugar de los arcángeles y callaron las aleluyas. 
El agua del río padre tornóse espesa sangre 
y el blues se arrinconó como un perro sarnoso.

Cuando hace pocos amaneceres asesinaron a Martin 
    Luther King 
un poco de niebla fustigó el mundo de los negros. 
Pero entonces ya no solamente llamearon las pupilas 
sino la madera, los minerales, los supermercados, 
las farmacias, los bancos, las estaciones de policía, 
las radiodifusoras, las estaciones de TV… 
Ardieron de costa a costa las ciudades para que iluminaran 
    una muerte
y hubiera un destello de esperanza en la piel negra 
    y en la piel roja, 
y hasta un poco de luz de algo que se llamó bondad,
    ¿o se llamaba piedad, 
o bíblicamente, malditamente se llamaba violencia? 
Hoy nada sabemos. Ni siquiera dónde empieza la cola 
    de una serpiente de plomo 
no dónde termina el dolor de una viuda —ni qué entraña se
    arrancaron los huérfanos 
para gemir muertos de angustia en las noches de Memphis 
    y de Atlanta.

Se necesita ser muy hombre para no ser  violento.
Se necesita saber musitar un versículo.
Hoy necesito
mucha cobardía para callarme la oración
por Martin Luther King,
y para no decir nada sobre la sangre que lo ahogó
como a un cordero para holocausto
en la piedra solar de una colina mosaica.
¡Aló aló Martin Luther King, hombre negro degollado! 
Hola Martin Lutero Rey, pacífico hacedor de incendios, 
campanada king king de la rebelión, tam tam descuartizado, 
suave africano de la dura Norteamérica.

Aló asesinado
aló mortificado en cuerpo y alma
aló balaceado
Hola enterrado en alma y cuerpo
hola acribillado
santo negro de las llamas
de los negros incendios 
te bendigo 
te bendecimos 
liberador.

Ahora bendícenos, reverendo,
desde tu cielo ceñudo
desde la cálida oscuridad de tu celda celeste
¡No eres más que un cuchillo ni menos que un motín! 
Por la muerte de Malcolm X
por la vida veloz de Stokely Carmichael 
condúcenos, oh animoso,
                                     oh tumultuario, 
hacia el sofocante purgatorio
        de los vastos jardines incendiados!

9-10 de abril de 1968 


Perra nostalgia

Para David Huerta

Perra nostalgia danza 
croa, barrita, ladra 
ancha elefanta pareja 
para parar las almas 
de cabeza
                Cabecear 
llamear la cara espalda 
de la noviecita santa 
en la húmeda banca 
de San Sebastián

Decirle me amas y me ama 
porque a todos nos ama 
carambola dorada 
de tres bandas
                       Amada 
falda larga bocaza roja, 
brasero en Justo Sierra 
y en San Ildefonso 
Besada excelsamente 
en la matiné del Goya
luego manoseada 
avaramente atrinchilada 
abeja reina madre 
antorcha adolescente

Estaba el primer libro
de Rafael Solana
el primero de Octavio
Se conspiraba se era pobre
se empurpuraba la poesía
porque queríamos ser 
recelar masturbar el viento 
aromar la algarabía 
al pie de los murales 
de Siqueiros y Orozco

                Vagar
              estudiar
         criminalmente

Vagar ahora 
vagancia elefanta 
cocodrila de dieciséis patas 
Cafetear en el café 
del chino Alfonso
y sabiamente huir 
beber absurdamente 
como asnos en celo

Danzar la perra danza 
(Preparatoria Nacional) 
mentársela a Kelsen 
(Escuela de Derecho) 
y emprender la fuga
           decisiva 
con pasos de tezontle 
y un hambre endemoniada

La Poesía es una santa
               laica 
liberalmente emputecida 
hasta el cansancio.

19 de febrero de 1971 

Efraín Huerta, autorretrato. Imagen: Gaceta UNAM.

Hoy he dado mi firma para La Paz

a Carlos y Eugenia, en Nueva York

Hoy he dado mi firma para la Paz.
Bajo los altos árboles de la Alameda
y a una joven con ojos de esperanza.
Junto a ella otras jóvenes pedían más firmas
y aquella hora fue como una encendida patria
de amor al amor, de gracia por la gracia,
de una luz a otra luz.
Hoy he dado mi firma para la Paz.
Y conmigo, en cien países, cien millones de firmas,
cien orquestas del mundo, una sinfonía universal,
un solo canto por la Paz en el mundo.
Hoy no he firmado el poema ni los pequeños artículos,
ni el documento que te esclaviza,
no he firmado la carta que no siente
ni el mensaje que durará un segundo.
Hoy he dado mi firma para la Paz.
Para que el tiempo no se detenga,
para que el sueño no se inmovilice,
para que la sonrisa sea alta y clara,
para que una mujer aprenda a ver crecer a su hijo
y las pupilas del hijo vean cómo su madre es cada día más joven.
Hoy he dado una firma, la mía, para la Paz.
Un mar de firmas que ahogan y aturden
al industrial y al político de la guerra.
Una gigantesca oleada de gigantescas firmas:
la temblorosa del niño que apenas balbucea la palabra,
la que es una rosa de llanto de la madre,
la firma de humildad —la firma del poeta.
Hoy he elevado en una el número mundial de firmas por la Paz.
Y estoy contento como un adolescente enamorado,
como un árbol de pie,
como el inagotable manantial
y como el río con su canción de soberbios cristales.
Hoy parece que no he hecho nada
y sin embargo, he dado mi firma para la Paz.
La joven me sonrió y en sus labios había una paloma viva,
y me dio las gracias con sus ojos de esperanza
y yo seguí mi camino en busca de un libro para mis hijos.
Pues ahí estaba mi firma, precisa y diáfana,
al pie del Llamamiento de Berlín.
Parece que no he hecho nada
y sin embargo, creo haber multiplicado mi vida
y multiplicado los más sanos deseos.
Hoy he dado mi firma para la Paz.

Praga, mi novia

Lily me espera a las 11 en el puente del rey Carlos,
al pie de San Juan Nepomuceno, santo de piedra,
santo de agua, mudo, ahogado.
Lily cree en Dios y yo corro hacia ella
y hacia el río y después
los dos iremos hacia las colinas,
hacia el Castillo, hacia la Catedral,
y caminaremos la Callejuela de los Alquimistas
donde Lily descubre oro en las puertas y en las flores
y uno es un gigante que no cabe en las pequeñas casas.

Veremos grandes patios, hermosos panoramas,
y ella me obsequiará el prometido retrato de Neruda
—del viejo checo Jan, no del chileno Pablo—
y yo habré de contarle cómo es el mar
y si algún día regresaré.

Lily me dirá que cuente con ella
y que Praga es mi novia
y que ya no sueñe con las noches danubias
ni con «la negra Viena de los ojos azules»,
porque aquí, a nuestros pies,
un río de bronce y plata nos mira
y es un río que se llama Voltava.

Corro porque Lily me espera
y es posible que ya no crea en Dios
—lo que sería sencillamente horrible para ella.
Sus ojos que tanto han llorado deben mirar
hacia la dulzura del santo que no dijo nada
como ella tampoco parece decir nada cuando la beso
y en su español murmura «No me beséis»
y yo tengo que reírme y casi me muero de risa.

Al día siguiente
—porque ya Carlos Augusto León se ha ido a Zurich
a volar hacia América con su medalla de oro
en el pecho y sus cuentos de llaneros venezolanos—,
al día siguiente bailaremos valses
y al otro día Lily   (sólo me queda ella)
esperará el filo de oro de la tarde
para llevarme hasta la puerta del Cementerio Judío
y dejarme de la mano de Dios
para que yo solo con mi alma pise aquellas flores de pavor
y me quiebre los ojos sobre las lápidas labradas
llenas de siglos
y a media voz recuerdo el poema de Nezval.
Porque ahí sólo pisamos la ceniza
y Lily, que cree en Dios,
no quiere entristecer su adoración
por el pequeño Niño Jesús de Praga
que se quedó en su nicho, allá en lo alto de la Malá Strana
con sus quince vestiditos de oro y plata de todos los colores.

Y entonces, como no hay nada ni nadie a la vista,
sueño que los viejos huesos crecen en los dorados árboles
y que una flor tiene la lengua de fuera
porque Lily debe estar loca
y los rabinos están hechos polvo
y en la sinagoga el candelabro mueve los brazos
y el gran Libro abierto me habla
y la palabra «nazis» me da náuseas
y debo entonces pedir la paz en todos los ríos
y para todos los poetas, hombres, niños, mujeres,
y no solamente para la turbia paz del Cementerio
ni la paz para la ceniza que se come
ni para las astillas de huesos que recogí en Oswiecim
ni mucho menos la paz del ghetto de Varsovia.

Por eso, Lily, que cree en Dios y es hermosa y católica,
me dice que si estoy en Praga es porque soy malo
y debo ser un sanguinario   comunista
pero que todo me lo perdona
(es tan buena) porque le corrijo su español
y le cuento de mis amigos de México y de las estrellas de cine
y que hay un pueblo lleno de canales y   guitarras
y dos terribles volcanes muertos cubiertos de nieve
y para su consuelo una gran cantidad
de iglesias y mucho sacerdotes.

Por eso corro y dejo atrás la fina lluvia
y ya no quiero tampoco   recordar la fría tierra de Lídice,
porque me encanta la vieja ciudad y aunque me canse
(cuando regrese a México haré que me operen)
no puedo dejar a Lily con sus panes
y sus frutas,   tampoco con sus ojos
que parecen ojos de santa flagelada
ni con su amarga risa de niña.

No me pierdo por Praga, porque ¿cómo perderme
en brazos de una novia amorosa?
Lily me dijo apenas ayer que me entregaba
el corazón de la ciudad
y yo me bebo el aire del río
y va no le pido más porque nada me niega
y porque debo llegar a una hora fija, a las 11,
al pie de San Juan Nepomuceno,
santo de piedra,
santo de agua,
mudo,
ahogado.

Pequeño Larousse

“Nació

En Silao.

1914.

Autor

De versos

De contenido

Social…”

Embustero

Larousse.

Yo sólo

Escribo

Versos

De contenido

Sexual.

Efrén Huerta Romo, Efraín Huerta (Guanajuato, 18 de junio de 1914 – Ciudad de México, 3 de febrero de 1982). Poeta, ensayista, periodista y crítico literario.

Cursó estudios de  derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México pero se dedicó  al periodismo cultural y político. Fue reseñista, editorialista, dibujante, crítico de cine y de teatro en medios como el Diario de MéxicoEl Heraldo de México y Novedades; durante los cincuenta y sesenta su actividad principal fué el periodismo, aunque también en el periódico El Día publicó columnas literarias.

Fue presidente de la asociación de Periodistas Cinematográficos de México (Pecime) y Además obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia 1975; el Nacional de Poesía 1976 y el Nacional de Periodismo 1978, entre otros.

Estuvo casado con la poeta, periodista y editora Thelma Nava con quien tuvo una hija, la también poeta, editora e investigadora Raquel Huerta Nava.

Enlaces de interés:

https://colsan.repositorioinstitucional.mx/jspui/bitstream/1013/332/3/Estudio%20y%20edición%20cr%C3%ADtica%20de%20los%20hombres%20del%20alba%20de%20Efra%C3%ADn%20Huerta.pdf

Efraín Huerta en su centenario

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