15 Poemas de Jorge Luis Borges

“La meta es el olvido, yo he llegado antes”

J.L.Borges

Soy

Soy el que sabe que no es menos vano 
que el vano observador que en el espejo 
de silencio y cristal sigue el reflejo 
o el cuerpo (da lo mismo) del hermano. 

Soy, tácitos amigos, el que sabe 
que no hay otra venganza que el olvido 
ni otro perdón. Un dios ha concedido 
al odio humano esta curiosa llave. 

Soy el que pese a tan ilustres modos 
de errar, no ha descifrado el laberinto 
singular y plural, arduo y distinto, 

del tiempo, que es uno y es de todos. 
Soy el que es nadie, el que no fue una espada 
en la guerra. Soy eco, olvido, nada.

Reloj de arena

Está bien que se mida con la dura 
sombra que una columna en el estío 
arroja o con el agua de aquel río 
en que Heráclito vio nuestra locura 

El tiempo, ya que al tiempo y al destino 
se parecen los dos: la imponderable 
sombra diurna y el curso irrevocable 
del agua que prosigue su camino. 

Está bien, pero el tiempo en los desiertos 
otra substancia halló, suave y pesada, 
que parece haber sido imaginada 
para medir el tiempo de los muertos. 

Surge así el alegórico instrumento 
de los grabados de los diccionarios, 
la pieza que los grises anticuarios 
relegarán al mundo ceniciento 

Del alfil desparejo, de la espada 
inerme, del borroso telescopio, 
del sándalo mordido por el opio 
del polvo, del azar y de la nada. 

¿Quién no se ha demorado ante el severo 
y tétrico instrumento que acompaña 
en la diestra del dios a la guadaña 
y cuyas líneas repitió Durero? 

Por el ápice abierto el cono inverso 
deja caer la cautelosa arena, 
oro gradual que se desprende y llena 
el cóncavo cristal de su universo. 

Hay un agrado en observar la arcana 
arena que resbala y que declina 
y, a punto de caer, se arremolina 
con una prisa que es del todo humana. 

La arena de los ciclos es la misma 
e infinita es la historia de la arena; 
así, bajo tus dichas o tu pena, 
la invulnerable eternidad se abisma. 

No se detiene nunca la caída 
yo me desangro, no el cristal. El rito 
de decantar la arena es infinito 
y con la arena se nos va la vida. 

En los minutos de la arena creo 
sentir el tiempo cósmico: la historia 
que encierra en sus espejos la memoria 
o que ha disuelto el mágico Leteo. 

El pilar de humo y el pilar de fuego, 
cartago y Roma y su apretada guerra, 
simón Mago, los siete pies de tierra 
que el rey sajón ofrece al rey noruego, 

Todo lo arrastra y pierde este incansable 
hilo sutil de arena numerosa. 
no he de salvarme yo, fortuita cosa 
de tiempo, que es materia deleznable.

Los espejos

Yo que sentí el horror de los espejos 
no sólo ante el cristal impenetrable 
donde acaba y empieza, inhabitable, 
un imposible espacio de reflejos 

sino ante el agua especular que imita 
el otro azul en su profundo cielo 
que a veces raya el ilusorio vuelo 
del ave inversa o que un temblor agita 

Y ante la superficie silenciosa 
del ébano sutil cuya tersura 
repite como un sueño la blancura 
de un vago mármol o una vaga rosa, 

Hoy, al cabo de tantos y perplejos 
años de errar bajo la varia luna, 
me pregunto qué azar de la fortuna 
hizo que yo temiera los espejos. 

Espejos de metal, enmascarado 
espejo de caoba que en la bruma 
de su rojo crepúsculo disfuma 
ese rostro que mira y es mirado, 

Infinitos los veo, elementales 
ejecutores de un antiguo pacto, 
multiplicar el mundo como el acto 
generativo, insomnes y fatales. 

Prolonga este vano mundo incierto 
en su vertiginosa telaraña; 
a veces en la tarde los empaña 
el Hálito de un hombre que no ha muerto. 

Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro 
paredes de la alcoba hay un espejo, 
ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo 
que arma en el alba un sigiloso teatro. 

Todo acontece y nada se recuerda 
en esos gabinetes cristalinos 
donde, como fantásticos rabinos, 
leemos los libros de derecha a izquierda. 

Claudio, rey de una tarde, rey soñado, 
no sintió que era un sueño hasta aquel día 
en que un actor mimó su felonía 
con arte silencioso, en un tablado. 

Que haya sueños es raro, que haya espejos, 
que el usual y gastado repertorio 
de cada día incluya el ilusorio 
orbe profundo que urden los reflejos. 

Dios (he dado en pensar) pone un empeño 
en toda esa inasible arquitectura 
que edifica la luz con la tersura 
del cristal y la sombra con el sueño. 

Dios ha creado las noches que se arman 
de sueños y las formas del espejo 
para que el hombre sienta que es reflejo 
y vanidad. Por eso nos alarman.

Josefina Dorado, Bioy Casares, Victoria Ocampo, Borges.Mar del Plata, 17 de marzo de 1935

El golem

Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de ‘rosa’ está la rosa
y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’.

Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.

No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)

El rabí le explicaba el universo
“esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga.”
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.

Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

Sus ojos, menos de hombre que de perro
y harto menos de perro que de cosa,
seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía. (Ese gato no está en Scholem
pero, a través del tiempo, lo adivino.)

Elevando a su Dios manos filiales,
las devociones de su Dios copiaba
o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
en cóncavas zalemas orientales.

El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. ‘¿Cómo’ (se dijo)
‘pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?

¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?’

En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?

El enamorado

Lunas, marfiles, instrumentos, rosas, 
lámparas y la línea de Durero, 
las nueve cifras y el cambiante cero, 
debo fingir que existen esas cosas. 

Debo fingir que en el pasado fueron 
Persépolis y Roma y que una arena 
sutil midió la suerte de la almena 
que los siglos de hierro deshicieron. 

Debo fingir las armas y la pira 
de la epopeya y los pesados mares 
que roen de la tierra los pilares. 

Debo fingir que hay otros. Es mentira. 
Sólo tú eres. Tú, mi desventura 
y mi ventura, inagotable y pura.

Borges y su segunda esposa,Maria Kodama

La dicha

El que abraza a una mujer es Adán. La mujer es Eva.
     Todo sucede por primera vez.
     He visto una cosa blanca en el cielo. Me dicen que es la luna, pero
     [qué puedo hacer con una palabra y con una mitología.

     Los árboles me dan un poco de miedo. Son tan hermosos.
     Los tranquilos animales se acercan para que yo les diga su nombre.
     Los libros de la biblioteca no tienen letras. Cuando los abro surgen.
     Al hojear el atlas proyecto la forma de Sumatra.
     El que prende un fósforo en el oscuro está inventando el fuego.
     En el espejo hay otro que acecha.
     El que mira el mar ve a Inglaterra.
     El que profiere un verso de Liliencron ha entrado en la batalla.
     He soñado a Cartago y a las legiones que desolaron a Cartago.
     He soñado la espada y la balanza.
     Loado sea el amor en el que no hay poseedor ni poseída, pero los
     [dos se entregan.

     Loada sea la pesadilla, que nos revela que podemos crear el
     [infierno.

     El que desciende a un río desciende al Ganges.
     El que mira un reloj de arena ve la disolución de un imperio.
     El que juega con un puñal presagia la muerte de César.
     El que duerme es todos los hombres.
     En el desierto vi la joven Esfinge, que acaban de labrar.
     Nada hay tan antiguo bajo el sol.
     Todo sucede por primera vez, pero de un modo eterno.
     El que lee mis palabras está inventándolas.

Laberinto

No habrá nunca una puerta.Estás adentro

y el alcázar abarca el universo

y no tiene ni anverso ni reverso

ni externo muro ni secreto centro.

No esperes que el rigor de tu camino

que tercamente se bifurca en otro,

que tercamente se bifurca en otro,

tendrá fin. Es de hierro tu destino

como tu juez. No aguardes la embestida

del toro que es un hombre y cuya extraña

forma plural da horror a la maraña

de interminable piedra entretejida.

No existe. Nada esperes. Ni siquiera

en el negro crepúsculo la fiera.

(De «Elogio de la sombra»)

El guardián de los libros

Ahí están los jardines, los templos y la justificación de los templos,

la recta música y las rectas palabras,

los sesenta y cuatro hexagramas,

los ritos que son la única sabiduría

que otorga el Firmamento a los hombres,

el decoro de aquel emperador

cuya serenidad fue reflejada por el mundo, su espejo,

de suerte que los campos daban sus frutos

y los torrentes respetaban sus márgenes,

el unicornio herido que regresa para marcar el fin,

las secretas leyes eternas,

el concierto del orbe;

Esas cosas o su memoria están en los libros

que custodio en la torre.

.

Los tártaros vinieron del Norte

en crinados potros pequeños;

Aniquilaron los ejércitos

que el Hijo del Cielo mandó para castigar su impiedad,

erigieron pirámides de fuego y cortaron gargantas,

mataron al perverso y al justo,

mataron al esclavo encadenado que vigila la puerta,

usaron y olvidaron a las mujeres

y siguieron al Sur,

inocentes como animales de presa,

crueles como cuchillos.

En el alba dudosa

el padre de mi padre salvó los libros.

Aquí están en la torre donde yazgo,

recordando los días que fueron de otros,

los ajenos y antiguos.

.

En mis ojos no hay días. Los anaqueles

están muy altos y no los alcanzan mis años.

Leguas de polvo y sueño cercan la torre.

¿A qué engañarme?

La verdad es que nunca he sabido leer,

pero me consuelo pensando

que lo imaginado y lo pasado ya son lo mismo

para un hombre que ha sido

y que contempla lo que fue la ciudad

y ahora vuelve a ser el desierto.

¿Qué me impide soñar que alguna vez

descifré la sabiduría

y dibujé con aplicada mano los símbolos?

Mi nombre es Hsiang. Soy el que custodia los libros,

que acaso son los últimos,

porque nada sabemos del Imperio

y del Hijo del Cielo.

Ahí están en los altos anaqueles,

cercanos y lejanos a un tiempo,

secretos y visibles como los astros.

Ahí están los jardines, los templos.

Los enigmas

Yo que soy el que ahora está cantando

seré mañana el misterioso, el muerto,

el morador de un mágico y desierto

orbe sin antes ni después ni cuándo.

Así afirma la mística. Me creo

indigno del Infierno o de la Gloria,

pero nada predigo. Nuestra historia

cambia como las formas de Proteo.

¿Qué errante laberinto, qué blancura

ciega de resplandor será mi suerte,

cuando me entregue el fin de esta aventura

la curiosa experiencia de la muerte?

Quiero beber su cristalino Olvido,

ser para siempre; pero no haber sido.

Borges, su madre y su primera esposa,Elsa Astete,1968 (revista Gente y la Actualidad)

El ciego

No sé cuál es la cara que me mira 
cuando miro la cara del espejo; 
no sé qué anciano acecha en su reflejo 
con silenciosa y ya cansada ira. 

Lento en mi sombra, con la mano exploro 
mis invisibles rasgos. Un destello 
me alcanza. He vislumbrado tu cabello 
que es de ceniza o es aún de oro. 

Repito que he perdido solamente 
la vana superficie de las cosas. 
El consuelo es de Milton y es valiente, 

Pero pienso en las letras y en las rosas. 
Pienso que si pudiera ver mi cara 
sabría quién soy en esta tarde rara.

1964

Ya no es mágico el mundo. Te han dejado. 
Ya no compartirás la clara luna 
ni los lentos jardines. Ya no hay una 
luna que no sea espejo del pasado, 

cristal de soledad, sol de agonías. 
Adiós las mutuas manos y las sienes 
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes 
la fiel memoria y los desiertos días. 

Nadie pierde (repites vanamente) 
sino lo que no tiene y no ha tenido 
nunca, pero no basta ser valiente 

para aprender el arte del olvido. 
Un símbolo, una rosa, te desgarra 
y te puede matar una guitarra. 

II 

Ya no seré feliz. Tal vez no importa. 
Hay tantas otras cosas en el mundo; 
un instante cualquiera es más profundo 
y diverso que el mar. La vida es corta 

y aunque las horas son tan largas, una 
oscura maravilla nos acecha, 
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha 
que nos libra del sol y de la luna 

y del amor. La dicha que me diste 
y me quitaste debe ser borrada; 
lo que era todo tiene que ser nada. 

Sólo que me queda el goce de estar triste, 
esa vana costumbre que me inclina 
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

Poema

Anverso

     Dormías. Te despierto.
     La gran mañana depara la ilusión de un principio.
     Te habías olvidado de Virgilio. Ahí están los hexámetros.
     Te traigo muchas cosas.
     Las cuatro raíces del griego: la tierra, el agua, el fuego, el aire.
     Un solo nombre de mujer.
     La amistad de la luna.
     Los claros colores del atlas.
     El olvido, que purifica.
     La memoria que elige y que redescubre.
     El hábito que nos ayuda a sentir que somos inmortales.
     La esfera y las agujas que parcelan el inasible tiempo.
     La fragancia del sándalo.
     Las dudas que llamamos, no sin alguna vanidad, metafísica.
     La curva del bastón que tu mano espera.
     El sabor de las uvas y de la miel.
    

Reverso

     Recordar a quien duerme
     es un acto común y cotidiano
     que podría hacernos temblar.
     Recordar a quien duerme
     es imponer a otro la interminable
     prisión del universo,
     de su tiempo sin ocaso ni aurora.
     Es revelarle que es alguien o algo
     que está sujeto a un nombre que lo publica
     y a un cúmulo de ayeres.
     Es inquietar su eternidad.
     Es cargarlo de siglos y de estrellas.
     Es restituir al tiempo otro Lázaro
     cargado de memoria.
     Es infamar el agua del Leteo.

La lluvia

Bruscamente la tarde se ha aclarado 
porque ya cae la lluvia minuciosa. 
Cae o cayó. La lluvia es una cosa 
que sin duda sucede en el pasado. 

Quien la oye caer ha recobrado 
el tiempo en que la suerte venturosa 
le reveló una flor llamada rosa 
y el curioso color del colorado. 

Esta lluvia que ciega los cristales 
alegrará en perdidos arrabales 
las negras uvas de una parra en cierto 

patio que ya no existe. La mojada 
tarde me trae la voz, la voz deseada, 
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.

El remordimiento

He cometido el peor de los pecados

que un hombre puede cometer. No he sido

feliz. Que los glaciares del olvido

me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego

arriesgado y hermoso de la vida,

para la tierra, el agua, el aire, el fuego.

Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente

se aplicó a las simétricas porfías

del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.

No me abandona. Siempre está a mi lado

la sombra de haber sido un desdichado.

Yesterdays

De estirpe de pastores protestantes
     y de soldados sudamericanos
     que opusieron al godo y a las lanzas
     del desierto su polvo incalculable,
     soy y no soy. Mi verdadera estirpe
     es la voz, que aún escucho, de mi padre,
     conmemorando música de Swinburne,
     y los grandes volúmenes que he hojeado,
     hojeado y no leído, y que me bastan.
     Soy lo que me contaron los filósofos.
     El azar o el destino, esos dos nombres
     de una secreta cosa que ignoramos,
     me prodigaron patrias: Buenos Aires,
     Nara, donde pasé una sola noche,
     Ginebra, las dos Córdobas, Islandia…
     Soy el cóncavo sueño solitario
     en que me pierdo o trato de perderme,
     la servidumbre de los dos crepúsculos,
     las antiguas mañanas, la primera
     vez que vi el mar o una ignorante luna,
     sin su Virgilio y sin su Galileo.
     Soy cada instante de mi largo tiempo,
     cada noche de insomnio escrupuloso,
     cada separación y cada víspera.
     Soy la errónea memoria de un grabado
     que hay en la habitación y que mis ojos,
     hoy apagados, vieron claramente:
     el Jinete, la Muerte y el Demonio.
     Soy aquel otro que miró el desierto
     y que en su eternidad sigue mirándolo.
     Soy un espejo, un eco. El epitafio.

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (Buenos Aires,Argentina, 24 de agosto de 1899-Ginebra,Suiza, 14 de junio de 1986).Poeta, ensayista y escritor, es una de las grandes figuras de la literatura Argentina y universal del S.XX.

Hijo de Leonor Acevedo Suárez y de Jorge Borges Haslam profesor de inglés y psicólogo . Aprende a leer inglés de pequeño con su abuela Fanny Haslam. A los seis años escribe su primer cuento y a los diez comienza a publicar con una traducción al castellano de la obra de Oscar Wilde El Príncipe Feliz.

Estudia en Ginebra e Inglaterra. Vive en España desde 1919 hasta su regreso a Argentina en 1921. Conoce a escritores como Juan Ramon Jiménez, Valle Inclán, Ortega y Gasset y Gerardo Diego, entre otros. Colabora en revistas literarias, francesas y españolas, donde publica ensayos y manifiestos. 

De regreso a Argentina, participa con Macedonio Fernández en la fundación de las revistas PrismaProsa y firma el primer manifiesto ultraísta. En 1923 publica su primer libro de poemas, Fervor de Buenos Aires, le siguen Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929 )y en 1935 Historia universal de la infamiacompuesto por una serie de relatos breves (formato que utilizará en publicaciones posteriores). 

Durante los años treinta su fama crece en Argentina, conoce a las hermanas Ocampo Victoria y Silvina y estas le presentan a Bioy Casares con quien publica diversas obras en colaboración de entre las que cabe subrayar Antología de la literatura fantástica. Durante estos años su actividad literaria se amplía con la crítica literaria y la traducción de autores como Virginia Woolf, Henri Michaux o William Faulkner. También funda con Victoria Ocampo la revista Sur (1931), que se convertirá en referente de las letras argentinas del momento contando con colaboradores como Bioy Casares y Oliverio Girondo, entre otros.

En 1938 muere su padre y él tiene un grave accidente que agudiza su ceguera y empieza a necesitar ayuda para escribir, se apoya en su madre y amigos.
Es bibliotecario en Buenos Aires de 1937 a 1945, conferenciante y profesor de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires, presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, miembro de la Academia Argentina de las Letrasdirector de la Biblioteca Nacional de Argentina desde 1955 hasta 1974.

En 1945 se publica su libro más conocido El Aleph . Recibe diversos reconocimientos como Doctor honoris causa por la Universidad de Cuyo, Premio Nacional de Literatura, en 1961 le otorgan el Premio Internacional de Literatura Formentor (que comparte con Samuel Beckett), Comendador de las Artes y de las Letras en Francia, Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina, Premio Interamericano Ciudad de Sáo Paulo. Desde 1964 publica indistintamente en verso y en prosa. 

En 1967 contrae matrimonio con una antigua amiga de su juventud, Elsa Astete Millán, aunque se divorciaron en 1970.

En 1979 se le concede el Premio Cervantes.

Borges utiliza un singular estilo literario, basado en la interpretación de conceptos como los de tiempo, espacio, destino o realidad. La simbología que utiliza remite a los autores que más le influencian -William Shakespeare, Thomas De Quincey, Rudyard Kipling o Joseph Conrad-, además de la Biblia, la Cábala judía, las primigenias literaturas europeas, la literatura clásica y la filosofía.

Publica libros de poesía como El otro, el mismo, Elogio de la sombra, El oro de los tigres, La rosa profunda, La moneda de hierro y cultiva la prosa en títulos como El informe de Brodie El libro de arena. En estos años Borges también publica libros en los que se mezclan prosa y verso, libros que aúnan el teatro, la poesía y los cuentos; ejemplos de esta fusión son títulos como La cifra Los conjurados.

Poco antes de su muerte contrajo matrimonio con María Kodama, su secretaria y compañera, a quien nombra heredera universal y quién ha dedicado su vida a preservar la obra y legado del escritor. 

Durante la ultima década de su vida se alzaron voces, cada vez más numerosas, para que le fuese concedido el Nobel de Literatura, desde la primera vez que fue postulado, en 1956 hasta 1966, recibió ocho nominaciones pero al final falleció sin que le otorgasen tan merecido galardón.

VASOS COMUNICANTES: DIÁLOGO ENTRE SUSAN SONTAG Y JORGE LUIS BORGES

Transcripción de CHRISTIAN KUPCHIK

Si esto fuera una entrevista, ¿quién entrevista a quién? ¿o es un diálogo? Pero, ¿qué clase de diálogo? ¿Un diálogo en la cumbre (de la literatura)? ¿Un diálogo interamericano? ¿De discípulo a maestro? ¿Intergeneracional? ¿O más bien, y simplemente, una reflexión al alimón sobre la literatura, una de las raras manifestaciones públicas de la muy selecta y secreta Sociedad de los Lectores? Sea lo que sea, he aquí un histórico encuentro entre dos indiscutibles estrellas de la literatura americana sin fronteras. El encuentro entre Susan Sontag y Jorge Luis Borges se produjo durante la Feria del Libro de Buenos Aires.

Susan Sontag: Quisiera contar algo… Me quedaré una semana en Buenos Aires y, naturalmente, estoy muy feliz por haber sido invitada a participar en la Feria del Libro y poder, de esta forma, conocer Argentina. Pocos días antes de viajar, recibí una llamada de un periodista a quien el Departamento de Estado de los EE. UU. le había solicitado que me entrevistase. Él me preguntó: «¿Cómo se siente respecto a su viaje a Argentina?». Le dije que estaba extremadamente feliz, siempre había esperado con ansiedad la posibilidad de conocer Argentina; entonces, para mi sorpresa e intranquilidad, me dice: «¿Por qué precisamente Argentina?», a lo que respondí: «Porque siempre he querido conocer la tierra de Borges».

El periodista rió nerviosamente y dijo: «Sí, sí, claro, es un gran escritor, ¿pero existe alguna otra razón por la cual esté tan feliz de viajar?». Sentí entonces que me estaba portando muy mal, y que debía ponerme seria por un momento, así que agregué: «Bueno, también quiero ir a Argentina para expresar mi admiración por el regreso del país a la democracia». Por supuesto, siento la primera razón con mucha más fuerza, ya que Borges no solamente es un escritor conocido por todos, sino también muy admirado por otros escritores. Nos ha enseñado muchos nuevos trucos, cosa que apreciamos mucho, ya que esos nuevos juegos que aprendimos luego los podemos aprovechar. Quizás no sea tan fácil para Borges estar en esta posición. En una entrevista, una vez dijo algo que quisiera citar: «Me he cansado mucho de laberintos, tigres, espejos, especialmente cuando son otros los que los usan». Y luego agregó (y esta es la parte que me encantó, porque Borges sabe sacar ventaja de la desventaja): «Esa es la ventaja de tener imitadores: tanta gente está haciendo lo que yo hacía, que ya no es necesario que yo lo haga». Quisiera, pues, cederle la palabra a Borges, para que explique qué ha significado para usted esa influencia que ha ejercido sobre tantos escritores, aunque no sé si realmente la imagina, ya que cuando habla siempre es tan modesto respecto a su propia obra..

Jorge Luis Borges: No, no soy modesto, soy lúcido simplemente. Me asombra ser conocido, jamás pensé en eso. Y me llegó después de bien cumplidos los cincuenta años, la gente me notó y dejé de ser el hombre invisible que había sido hasta entonces. Ahor

a estoy acostumbrado a ser visible, pero siempre me cuesta un esfuerzo terrible. En realidad, estoy muy asombrado de la generosidad de todos; a veces pienso que soy una especie de superstición, aunque bastante difundida ahora. Pero en cualquier momento pueden descubrir que soy un impostor; en todo caso, soy un impostor involuntario. Está bien, vamos a mantener esta ficción en la cual yo soy un buen escritor, pero ya que es un juego, juguémoslo entre todos, siempre que no lo tomemos demasiado en serio.

S.: Una de las cosas que amo en usted como figura literaria…

B.: Desgraciadamente, soy una figura literaria.

S.: [Riendo.] Bien, lo que quería decir es que usted está ansioso por darse a la admiración…

B.: No, la admiración no. Lo que yo quería es la amistad y la indulgencia de todos.

S.: Usted habla a menudo con admiración de otros escritores, sobre todo de los escritores del pasado…

B.: Y sobre todo del pasado americano, al que yo tanto le debo. Si pienso en Nueva Inglaterra, en la cantidad de gente valiosa que New England ha dado al mundo (quizás los astrólogos sepan algo de esto) y comienzo a enumerarlos, ahí están Emerson, Melville, Thoreau, Henry James, Emily Dickinson y tantos otros. Si no hubieran existido ellos, no existiríamos nosotros, que somos de alguna manera una proyección de aquella constelación de Nueva Inglaterra.

B.: Yo no puedo escribir sin borradores, y en la última versión agrego un descuido evidente para que todo parezca espontáneo.

S.: Pero en un principio usted estaba interesado en la literatura inglesa.

B.: Sí, pero la primera novela que leí en mi vida fue Huckleberry Finn, de Mark Twain. Y luego leí La conquista de México del Perú, de Prescott. Y sigo continuamente agradecido, continuamente recibiendo y tratando de no ser del todo indigno con mis maestros. Yo pienso que en un escritor influye todo el pasado, no sólo un país o un idioma, sino también los escritores que no ha leído, aun los que le llegan por parte del idioma, ya que el idioma, como lo ha dicho Croce, es un hecho estético, y ese idioma es la obra de miles de personas. Yo he perdido mi vista en el año 1955, y desde entonces me dedico más a releer que a leer. La relectura es una actividad que considero muy importante, ya que uno renueva el texto: el libro y uno, ya no somos lo mismo en el momento de la relectura. Como dijo Heráclito: «Nadie se baña dos veces en el mismo río». El río fluye, y Heráclito también fluye, y yo soy ese viejo Heráclito bañándome no en ese mismo río, sino en otro, agradeciendo la frescura de esas aguas.

S.: Nadie lee dos veces el mismo libro.

B.: Es cierto.

S.: La actitud que usted expresa y que yo comparto absolutamente ya no es tan común, dado que mucha gente lo que ansía es la originalidad.

B.: Yo creo que la originalidad es imposible. Uno puede variar muy ligeramente el pasado, apenas, cada escritor puede tener una nueva entonación, un nuevo matiz, pero nada más. Quizá cada generación esté escribiendo el mismo poema, volviendo a contar el mismo cuento, pero con una pequeña y preciosa diferencia: de entonación, de voz, y basta con eso.

S.: ¿Hay alguna otra literatura, aparte de la inglesa y la americana, que le interese?

B.: Sí, sobre todo la literatura escandinava, las sagas, las eddas islandesas… bueno, toda literatura es preciosa. Imaginarse el mundo sin Verlaine, por ejemplo, sin Hugo, sería muy triste, imposible. Pero ¿por qué abstenernos de algo? ¿Por qué ser un asceta de las bibliotecas? Las bibliotecas nos ofrecen una continua felicidad, una felicidad accesible. Quizá, si yo fuera Robinson Crusoe, el libro que llevaría a mi isla sería la Historia de la filosofía occidental, de Bertrand Russell, quizá me bastara con eso. Aun- que si me dejaran llevar una enciclopedia sería mucho mejor, ya que para un hombre ocioso y curioso como yo, la mejor lectura es la de una enciclopedia. Está la más antigua de todas, la de Plinio, o también las modernas, como la Británica o la Europea, pero todas son preciosas.

S.: Si yo estuviera en una isla desierta no me llevaría precisamente la Historia de la filosofía de Bertrand Russell, ya que pienso que es una historia filosófica muy superficial.

B.: Sí, pero como yo soy un lector muy superficial…

S.: [Riendo.] Bueno, si pienso que usted la ve como una obra de ficción…

B.: Es que la filosofía es una ficción, el mundo entero es una ficción; yo, sin duda, soy ficción…

S.: Pensé que diría eso…

B.: Sí, no soy muy asombroso… pero ¿cuál es el libro que usted llevaría a una isla?

S.: Pienso que llevaría el Roger’s Treasure

B.: Una excelente elección, sin duda.

S.: ¿Qué tipo de literatura le gustaría hacer ahora?

B.: La que hago. Estoy escribiendo poemas y cuentos cortos; no me gustan pero siento una necesidad

S.: Para mí, publicar lo que escribo es una forma de deshacerme de aquello que me obsesionaba íntimamente de hacerlo, si no siguen persiguiéndome; pero una vez escritos, puedo pasar a otra cosa. Acabo de publicar un libro que se llama Los conjurados que reúne unas treinta o cuarenta piezas cortas, no sé si buenas o demasiado ambiciosas.

S.: A usted siempre le han gustado más las formas cortas que las largas.

B.: Bueno, como decía Poe, no existe tal cosa como un poema largo.

S.: Pero existe algo así como una historia larga, eso que llamamos novela.

B.: Sí. Pero por lo general yo he sido derrotado por el género. Salvo en el caso de El Quijote, de Conrad o de Dickens, las novelas más famosas, como las de Thackeray o Flaubert, me han derrotado. Lo siento…

S.: Una de las cosas más sorprendentes es nuestro común interés por la literatura japonesa.

B.: Sí. Yo estoy tratando de estudiar japonés, pero es un lenguaje tan complejo que nuestras lenguas occidentales son al japonés lo que el guaraní es al castellano. Es un idioma lleno de matices, por eso uno puede leer diversas traducciones de los haikus y son completamente distintas entre sí, pero al mismo tiempo todas son fieles, ya que los originales son sabiamente ambiguos, como los textos de Henry James.

S.: Una de las cosas que me interesan de la literatura japonesa es su pasión por la miniaturización.

B.: Y el valor del instante, que es lo que salta a la vista en el haiku, como si quisieran atrapar el instante. También he notado la ausencia de metáforas, como si los japoneses sintieran que cada cosa es única, que nada puede compararse con nada. En cambio, el contraste sí existe, eso abunda. Recuerdo un haiku muy hermoso que dice: «Sobre la gran campana de bronce se ha posado una mariposa». La perdurable campana y la suave, efímera, mariposa: basta con ese contraste, ambas cosas no se comparan.

S.: Lo que usted diría es que la acción de una metáfora sería prolongar algo más allá de un instante.

B.: Claro, sería lo contrario del objetivo de la literatura japonesa, que quiere retener el instante.

S.: Quizá lo que más me atrae de la literatura japonesa es una forma muy particular, que parece muy moderna y sin embargo es muy antigua: consiste en un libro hecho por notas tomadas en distintas época. Pienso que todo escritor está buscando siempre una forma ideal, especialmente escritores como Borges o como yo, que siempre intentamos formas distintas expresando una continua insatisfacción por la fórmula única. La forma ideal en mi imaginación sería aquella en la cual podría poner todo: cada día, al sentarme a escribir lo que necesitase, todas las palabras se amoldarían a esta forma única. Pensemos que sólo tenemos libros de notas o dietarios en la literatura occidental realiza- dos en los últimos cien años, en tanto que el ejemplo japonés más conocido data del siglo XI. ¿Usted alguna vez tuvo interés en llevar un diario?

B.: No. Soy demasiado haragán para ese género. Escribir todos los días no puedo, cada día soy más haragán.

B.: Y yo querría destruir todo lo que he escrito. Me gustaría salvar un libro, El libro de arena, quizá La cifra también.

S.: Sin embargo, volvió a escribir mucho.

B.: Bueno, todo lo que yo publico, por imperfecto que parezca, presupone diez o quince borradores anteriores. Yo no puedo escribir sin borradores, y en la última versión agrego un descuido evidente para que todo parezca espontáneo.

S.: La mayoría de los escritores están siempre quejándose de lo difícil que es escribir…

B.: No. Lo terrible sería no escribir. Para mí sería imposible.

S.: Está muy claro que Borges es una excepción. Usted siempre comunica en primer lugar ese amor generoso por la literatura, y también evoca constantemente el placer del principio, tanto cuando habla de la escritura como de la lectura. Pienso que es un correctivo fantástico para la tremenda autocompasión de tantos escritores. Creo que ser escritor es una vocación muy rara, muy extraña. Casi todos los escritores que conozco, y me incluyo, sabían desde muy temprana edad que querían serlo.

B.: Bueno. Conrad y De Quincey al menos lo sabían, y yo, sin compararme con ellos, siempre supe que mi destino serían las letras, como escritor o como lector, pero estaría unido a la literatura.

S.: ¿Imaginó alguna vez los libros que publicaría?

B.: No, nunca pensé en ello. Pensé en el placer de leer y en el placer de escribir, pero en publicar no. Jamás.

S.: ¿Cree usted que pudo haber sido un escritor como Emily Dickinson, que no publicó en vida?

B.: Sí, pero cometí esa imprudencia. En una ocasión le pregunté a Alfonso Reyes por qué publicamos, y Reyes me contestó: «Publicamos para no tener que pasarnos la vida corrigiendo borradores». Creo que tenía razón; cada vez que se publica un libro mío yo no me entero de qué es lo que ocurre con él, no leo absolutamente nada acerca de lo que se escribe sobre él. Ni sé si se vende o no. Trato simplemente de soñar con otras cosas y escribir un libro distinto, pero generalmente me salen muy parecidos al anterior.

S.: Una vez le preguntaron a Valéry como sabía cuándo se terminaba el poema, y contestó: «Cuando viene el editor y se lo lleva».

B.: ¡A mí siempre me asombra tanto cuando se habla de edición definitiva! ¿Cómo puede ser que un autor no pueda arrepentirse de un punto incómodo o un adjetivo? Es absurdo.

S.: Yo también siento que me gustaría volver a escribir casi absolutamente todo lo que he escrito…

B.: Y yo querría destruir todo lo que he escrito. Me gustaría salvar un libro, El libro de arena, quizá La cifra también; pero lo demás puede y debe olvidarse.

S.: [Riendo.] Cuando releo lo que he escrito (trato de hacerlo lo menos posible) me siento muy deprimida, o porque creo que es malísimo y me duele que exista o porque pienso que es muy bueno y que nunca más podré escribir algo como eso. Pero no soy tan fuerte como usted, ya que no puedo imaginar- me escribir sin publicar: para mí la publicación es una forma de deshacerme de aquello que me obsesionaba. Todo el proceso de la escritura está en función de una metáfora hidráulica en la cual yo tengo que mantener los grifos abiertos, y si lo produzco, me tengo que deshacer del libro, y la única forma de lograrlo es publicando.

B.: Cuando publica, luego cambia de tema ¿no?

S.: No sólo cambio de tema sino que generalmente también cambio de opinión, lo cual a veces resulta bastante incómodo, porque la actitud seria, adulta, responsable, exige estar quieto detrás, respaldando lo que uno ha producido.

B.: Y la actitud comercial, también…

S.: La mayoría de los escritores están siempre quejándose?de lo difícil que es escribir…

S.: No, no creo que sea la actitud comercial. Existen libros míos publicados hace veinte años, por ejemplo, y si ahora me encuentro con un joven que me está le- yendo por primera vez a través de ese libro, me sentiría muy poco amable, muy grosera si le dijera que eso que está leyendo y que escribí yo, ya no me interesa. Y no es culpa de nadie que la vida pase, que haya un nacimiento o que un ser querido haya muerto. Esto no significa que no me sienta contenta si están leyendo mis libros, sino que ya no me atañen más. Mi tarea es estar más allá de los libros publicados, descartarlos. Es una especie de convicción esquizofrénica, porque hay una parte mía que dice sí, que quiere que mis libros continúen siendo leídos, pero hay otra parte: la parte creativa, la parte de donde proviene la escritura. La primera parte, si podemos llamarle así, es el lector, y yo también soy lectora, pero mi parte de escritora, que está más anticipada, más limitada, más pervertida, no está interesada en mis libros. Entonces, me intereso solamente por lo que estoy escribiendo ahora o por lo que voy a escribir cuando termine esto que estoy haciendo ahora. Si he hecho algo, siempre quiero contradecirlo, y me siento libre de contradecirlo ya que yo lo he hecho: cierta postura que pude haber adoptado en un momento, con total honestidad y habiéndola meditado seriamente a su hora, bueno, de pronto la veo distinta. Esto hace que yo no sea muy buena ha- blando de mis propias obras y por ello me gusta más hablar acerca de la obra de otros escritores. La gente dice de mí que soy demasiado modesta porque no me gusta hablar de mis libros y sí de los otros, pero siempre debo aclarar que no se trata de una cuestión de modestia, sino que, con toda honestidad, no sé hablar de mis libros. Es como si no pudiese estar fuera y dentro a la vez. ¿Tiene usted alguna experiencia de ese tipo?

B.: No sé, yo nunca releo lo que he escrito, lo olvido fácilmente…

S.: Es hermoso olvidarse ¿no?

B.: Una purificación.

S.: Pero parece ser que es a la propia obra a la que uno no puede acceder como a la obra de otro. La gente siempre me pregunta: «¿Cómo distingo yo entre literatura y otros libros?», ya que, por supuesto, la mayoría de lo que aparece en forma de libro no es literatura, sino «productos» en forma de libros. Pienso que la definición más simple de qué es la literatura viene dada por la necesidad de relectura que el libro en cuestión puede suscitar. Luego se transforma en una especie de familia del discurso, en el cual uno pasa a formar parte del mismo.

B.: En el caso de la poesía tiene que ser ligeramente misteriosa, me parece, tiene que haber algo en las cadencias, no puede ser explicable…

S.: ¿Qué piensa Borges de las diferencias entre prosa y poesía? Yo siempre sospecho de todas las dicotomías, no creo que puedan ser divididas en dos cosas. Es lo que ocurre con términos como «izquierda» y «derecha»: tan pronto se observan un poco a fondo, cualquier diferencia se derrumba.

B.: Yo creo que la diferencia esencial está en el lector, no en el texto. El lector, ante una página en prosa espera noticias, información, razonamientos; en cambio, el que lee una página en verso sabe que tiene que emocionarse. En el texto no hay ninguna diferencia, pero en el lector sí, porque la actitud del lector es distinta.

S.: Yo podría adoptar la posición opuesta: si Dante es poesía, ciertamente hay mucha información, mucho argumento en su obra; si Kafka es prosa, no hay información ni noticias. Yo creo que la diferencia no está en la cantidad de información que pueda tener un texto, o si tiene un argumento o no.

B.: No, no, yo no he dicho eso. He dicho que lo que el lector busca es una cosa, pero no que los libros sean genéricamente distintos. Por ejemplo, creo que un clásico no es un libro escrito de cierto modo sino leído de un cierto modo.

S.: Entonces, ¿usted cree realmente que existen diferentes tipos de lectores?

B.: La originalidad es imposible, cada escritor puede tener una nueva entonación, aportar un nuevo matiz, pero nada más.

B.: Tantos tipos de lectores como lectores hay en el mundo. Del mismo modo que pienso que cada página de poesía o prosa es única.

S.: Nosotros hemos dedicado tanto tiempo a la lectura que me asombro cuando otro escritor me pregunta: «¿Cómo encuentra usted tiempo para leer?». Existe la tendencia a convertirse en una máquina de producción, de tal modo que este puede llegar a ser el motivo central de su vida y entonces, la lectura se convierte en una distracción, o sea, «distrae» de esa productividad que debe poseer al escribir. A veces también pienso que lo que más me gustaría sería no escribir, ya que es con la lectura como disfruto total y absolutamente, pero en ocasiones me digo: «Bueno, no puedo estar leyendo todo el tiempo, es mejor que escriba un poco». Cuando hablo de la lectura, no me refiero a que me perjudique para escribir, sino que para mí constituye un placer. No sé, parecería que leer es mucho más sencillo que ver la televisión…

B.: ¡Es que es mucho más difícil ver la televisión! A mí, por suerte, la ceguera me defiende.

S.: [Riendo.] Estoy totalmente de acuerdo con usted, Borges. Debemos aumentar la comunidad de lectores.

B.: Sí. Porque es una especie en vías de extinción. Escritores, sí, quedan muchos, pero lectores casi ninguno. Fundaremos la Secta de los Lectores, una sociedad secreta de lectores.

Este diálogo fue publicado en el número 353 de la revista Quimera, en abril de 2013 y en el 400, en marzo de 2017.

Enlaces de interés :

https://www.cervantes.es/bibliotecas_documentacion_espanol/biografias/nueva_york_jorge_luis_borges.htm

https://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/borges.htm

https://www.milenio.com/cultura/literatura/borges-fue-nominado-al-nobel-de-literatura-ocho-veces

https://www.cultura.gob.ar/que-leia-jorge-luis-borges_6332

https://poetryalquimia.org/2022/07/29/17-haikus-de-j-l-borges

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