10 Poemas de Concha Zardoya

“Ojalá que la poesía como poder sensibilizador para salir de las monstruosidades del momento, como ayuda para la convivencia, empezara a cumplir sus funciones desde la escuela primaria”

C. Zardoya

He aquí la palabra

He aquí la palabra transparente,
ese cristal del alma
que sólo aspira a ser el alma misma.

La opacidad encubre y la metáfora
es traslación ambigua
o velo que enmascara lo evidente.

Unas pocas palabras verdaderas
nos sirven de dicción
o de canto, de íntima sonata.

La transparencia brille en su pureza,
sin reflejos inútiles.
Desnudo sea el verso, agua límpida.

Desnudo casi

Desnudo casi,
¿mirando lo que escribo
ante tus ojos?
¿Aquel lejano punto
que te miraba a ti,
luminosa pupila
que entonces te veía
desde su oscura cámara
para que yo pudiera
hoy contemplarte
con íntima ternura
de renovada infancia?
No importe que yo dude:
tú me sonríes. Basta.

En otra orilla

(A Rosalía De Castro )

En otra orilla estás, en donde sueñas
con el Sar y sus aguas de ceniza,
con montes grises y árboles desnudos,
con las dolientes brumas de las rías,
los tristes charcos negros de la lluvia
y el largo, largo viento que gemía.

En otra orilla estás, ya sin campanas,
pero sueñas aún con esas íntimas
aguas de hondas fuentes que lloraban
por desvalidas aves fugitivas.

Y la verde frescura de los campos
en la noche se acerca hasta tu orilla.
En la otra ribera te acompañan
los sueños que soñaste en la vida,
cumplidos ya, colmada primavera
de tu alma dulce, pura, sensitiva.

Y el más largo silencio de los muertos
te da su paz y larga compañía.

Yo me miro crecer en estos muros

Yo me miro crecer en estos muros
como sauce sin agua bienhechora,
en derrota viviendo mi destino
de llorar a los muertos y a los huérfanos.

Porque piso la sangre que no veo
y los llantos que arrastran sus caudales
por el pecho de madres y de viudas,
en el triste solar de nuestra España.

Todo llega hasta mí, desde la calle
que puebla amargamente la tristeza
de padres que en las celdas tienen hijos
o ausentes a destierro condenados.

Todo llega hasta mí desde la calle:
desde el húmedo sótano sin lumbre
que algún día las flores alegraron,
desde el taller del polvo y la ignominia.

Todo viene hasta mí y me golpea
el corazón, la sangre y la conciencia.
Me golpea en los ojos que la aurora
desvelados hallara sobre el lecho.

¿Quién ordena este llanto y esta muerte,
la desgracia y el hambre en las ciudades?
¿Quién agranda los blancos cementerios
con las fosas abiertas cada noche?

Yo no puedo cantar, hermanos míos,
evocando el dolor que se levanta
de vuestra vida gris, de la deshonra
que nos alcanza a todos tristemente.

Sólo queda, escondido entre paredes,
el llanto que socava la existencia,
la pasión numerosa, el drama cierto
que habita con espinas mi memoria.

La perdida hermandad, los rotos labios
del que murió callando en la mazmorra,
los mojados pañuelos por el luto…
son cosas que yo lloro como mías.

¡Ay, mi oficio es plañir entre estos muros,
sintiendo en mis espaldas las pisadas
de los hombres que marchan a la muerte
con la aurora y el frío de mi España!

¡Ah, mi oficio es el llanto cotidiano!
Bellos versos se pudren en la boca,
imprecando por dentro lo que callan
el alma, el corazón y la vergüenza.

Concha Zardoya con otros compañeros de Cultura Popular

 ¿Con quién guerreas, di, bajo la tierra?

(Elegia a Miguel de Unamuno)

¿Con quien guerreas ,di, bajo la tierra?
¿Por cuál verdad combates, entre muertos?
¿O paz al fin hallaste, sin batalla,
quebrados ya tus votos de guerrero?

     ¿Con Dios luchas aún por ver su rostro
con esos ojos de hombre que no tienes?
¿O por salvarlos tú del polvo triste,
la ceguera final triunfante vences?

     ¿O consumaste ya la eterna muerte
(en carne y alma, a veces, premorías),
traspasado su umbral y cuya puerta
no vuelva a abrirse más hacia la vida?

     ¿O tu Caín te sigue y te persigue
bajo cruces y lápidas con nombres
que las lluvias no borran ni las lágrimas?
¿O tu Abel te consuela de pasiones?

     ¿Vaga solo tu espíritu? ¿Descansas?
¿O te cercan tus hijos, personajes
patéticos y bufos, angustiados,
que habitan en nosotros perdurables?

     ¿O libertado yaces de ti mismo?
¿Unamunescamente tu locura
quijotizó a los muertos que encontraste?
¿Paradojas no son algunas tumbas?

     ¿O compartes tu muerte con Teresa?
¿Tú no eres Rafael? Y di, ¿no es ella
tu dulce Concha, puerto de tu vida?
¿En su valva de amor no te aposentas?

     ¿O el Cristo de tus sueños te redime
de nostalgias humanas y tristezas?
¿En su pecho te tiene reclinado?
¿O ese dolor de España es tu condena?

     ¡Ay, Castilla te guarda ya por siempre
en su palma rugosa! ¡Así, callado,
eres honda simiente de los siglos,
pan y agua de vida en esos páramos!

     ¡Esa bóveda azul de España entera
es la urna que Dios dejó a tu suerte!
Las cumbres te contemplan, las ciudades,
encina, robledal y musgo verde.

El abanico

Ha cerrado tu mano el abanico

y sonreír tu boca sólo sabe

en dulce faz que el tiempo no ha borrado

todavía. 

Desde tu ayer me miras y su niebla

encubre días, noches, largos años.

Más joven que yo eres, madre mía,

y parece que buscas un refugio

que yo quisiera darte sin dudarlo.

 Hija mía

serías tú… Soy vieja —ya lo sabes—,

mas tu cuna sería el corazón

que no envejece nunca en su ternura:

en él te mecería dulcemente. 

Y mecer tu sonrisa yo sabría.

Tu abanico ha de abrirse al nuevo aire

con ademán feliz y gesto suave:

la gasa rasgaría de gris niebla. 

Trasvasadas sonrisas tuyas, mías,

unirán el pasado y el presente.

Han trasvasado amor de las dos almas:

se abre el abanico lentamente… 

Y de nuevo a tu lado soy ya niña

y tú madre otra vez, con tu abanico

que abres y reabres sonriendo.

Espejo antiguo

Mitad en sombra,

mitad en luz,

el espejo es ventana

o caverna difusa

que se adentra

en un callado espacio

sin salida.

Documento de identidad

¡De identidad tus libros, documentos!

Quien soy yo, ay, declaran como cédulas
firmadas por el juez, por el alcalde.
Por ti responden ellos a preguntas
que alguien formulara inquisitivo.
Responden por tus actos y tus sueños.

En una plaza esperan silenciosos.
En un rincón tranquilo y en los trenes.
En la mesa callada que te sirve,
donde comes tu pan y también lees.
Hablan por ti sus páginas inéditas.

Y no son recompensa ni limosna
que por olvido dejas para alguien,
para un ser solitario que rebusca
amarillos papeles, indelebles
escritos, confesiones muy antiguas.

¿Mejor hubiera sido ya quemarlos
para luego aventarles la ceniza
y no dejar memoria de tu nombre,
de lo que fuiste tú en verso y vida?
¿Entregarlos al viento y dispersarlos?

Nada ha ocurrido así… Sus inscripciones,
grabadas por la tinta en unas líneas,
no durarán tal vez o serán polvo
de voraces carcomas y del Tiempo.
Tu identidad trasueñan o trasfunden.

Los signos de tu alma están inscritos
en cada verso tuyo… Cada página
tu inconfundible firma ya rubrica…
Relativos futuros hoy aguardan
esa voz que no oyen todavía.

¡Identifica el libro a quien lo escribe!

Dominio del llanto

¡Ay! La tierra que habito, sin dinteles

se ofrece resignada al verde llanto

que de la nada viene al universo,

dominando en el centro de los ojos. 

Hasta el cariño es agua de tristeza.

Hasta el cariño es césped vulnerable.

Y de lágrimas nacen las violetas,

el suave musgo negro de las ruinas. 

¿Duros cielos que buscan el olvido

Propagan el dolor sobre la nieve?

 ¿Duros cielos agolpan, tumultuosos,

las legiones del llanto en los países? 

¿Son los ángeles fieros, despeinados,

huidos del Señor y de sus tronos? 

¿Son los caballos ciegos de los bosques,

en galopar frenético, sin rumbo?

 ¿Son las manos del viento, enloquecido,

golpeando las torres y los senos

de las vírgenes nubes, de las niñas

que lloran sin saber los sueños tristes? 

¿O es el rayo de Dios que incendia y pide

torrentes de dolor para apagarse,

o refrescar la sed que tiene viva

con el llanto crecido entre los hombres?

 Y el corazón se estalla como un fruto,

calcinado de amor bajo los árboles:

el compasivo llanto le convierte

en una roja flor desesperada.





Es mi única patria la palabra

Es mi única patria la palabra.
Esta palabra viva que derramo
azul y roja, gris, o negra y blanca,
ayer y hoy, mañana, tantos años.

Es mi única patria la palabra.
Es el único pan que como a diario.
¡Corteza dura masco, miga blanda,
dorado candeal que besa el labio!

La vierto por los ojos, por la cara.
Del hondo corazón le nace el llanto.
Las sílabas rezuman toda el alma,
el poso de silencios acuñados.

Y, flor, sustento, luz, piedad, el agua,
vivo, respiro, bebo, pronunciando
quedos versos y prosa castellana,
«buenos días» al aire tan callado.

Concha Zardoya Gonzalez,(Valparaiso, Chile,14 de noviembre de 1914-Madrid,España,21 de abril de 2004)

Concha nace en Chile pero sus padres eran españoles (navarros y cántabros) y en junio de 1932, cuando Concha tenia diecisiete años, se trasladaron a vivir a España, primero en Zaragoza, luego en Barcelona y más tarde en Madrid. 

En Madrid estudia Filosofía y Letras del 1934 a 1936, pero abandona los estudios cuando en Valencia asiste a un curso de Biblioteconomía y estalla la guerra civil. Trabaja entonces en Cultura Popular, institución que organizaba bibliotecas y actos culturales para obreros y soldados en los frentes, hospitales y fábricas, y en la radio. 

Su único hermano, Alfonso, fallece en la guerra y ella comienza a escribir poemas, que publica en Hora de España. A principios de los años cuarenta, de vuelta en Madrid, vive de dar clases y hacer traducciones. Escribe Cuentos del antiguo Nilo , guiones de cine, prólogos de obras clásicas, y las series de Lecturas juveniles bajo el seudónimo Concha de Salamanca.

Reanuda sus estudios como estudiante libre y se licencia en Filología Moderna en 1947; ese mismo año obtiene el accésit al Premio Adonáis con Dominio del llanto. 

Al año siguiente se traslada a los Estados Unidos impartiendo clases de Literatura Española en la Universidad de Illinois donde se doctora con la tesis España en la poesía americana. Más tarde trabaja en la universidades de Tulane, California, Yale, Indiana en Bloomington, y por último Boston. 

En 1949 obtiene la Primera Mención Honorífica del Premio Catá de Cuentos en La Habana. Regresa definitivamente a España en 1977 a vivir a Madrid, donde escribe la mayor parte de sus obras. En 1955 obtiene el Premio Boscán de Poesía por Debajo de la luz , en el 75 el Premio Fémina de Poesía con El corazón y la sombra. En 1980 gana el Premio Café Marfil de Poesía con Ritos, cifras, y evasiones , tres años más tarde obtiene el Premio Ópera Óptima con Manhattan y otras latitudes. En 1988 recibe el Premio Prometeo de Poesía.

Algunas de sus obras publicadas son:

Violencia del duelo, inédito (1937-1938)

Pájaros del Nuevo Mundo, Madrid: Adonais, 1946. – Dominio del llanto, Madrid: Adonais, 1947.

La hermosura sencilla, New York-Madrid: Hispanic Institute in the United States, 1953.

Los signos, Alicante: Colección Ifach, 1954.

El desterrado ensueño, New York-Madrid: Hispanic Institute in the United States, 1955.

Mirar al cielo es tu condena, Madrid: Ínsula, 1957.

La casa deshabitada, Madrid: Ínsula, 1959.

Debajo de la luz, Barcelona: Instituto de Estudios Hispánicos, 1959.

Elegías, Caracas: Lírica Hispánica, 1959.

Corral de vivos y muertos, Buenos Aires: Losada, 1965.

Donde el tiempo resbala, Montevideo: Cuadernos Herrera y Reissing, 1966.

Hondo Sur, Madrid: El Bardo, 1968.

Los engaños del Tremont, Madrid: Alfaguara, 1971.

Las hiedras del tiempo, Madrid: Biblioteca Nueva, 1972. 

El corazón y la sombra, Madrid: Ínsula, 1977.

https://cvc.cervantes.es/ensenanza/biblioteca_ele/aepe/pdf/congreso_49/congreso_49_37.pdf

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