“Soy un proletario que escribe poemas”
A.Gamoneda
Vienen con lámparas
Vienen con lámparas, conducen
serpientes ciegas a
las arenas albarizas.
Hay un incendio de campanas. Se
oye gemir el acero
en la ciudad rodeada de llanto.
Agricultura
Qué valdría sin pisadas humanas
esta pobreza que hace crujir la luz.
Qué sería la belleza violenta
del secano sin el corazón cansado
que piensa en él: tierra comida
y mala soledad frente al acero
mural de las montañas.
Mirad, es bello y es verdad: arriba,
el cardo blanco y el centeno, ciegos,
vibran junto a los pájaros, y luego
baja la tierra sobre sombras rojas
hasta el poco de agua y los negrillos.
Baja roída por el sol, quemada
por el hielo como el rostro humano
quieto y tajado de dolor, que pasa,
mil veces pasa por la tierra, duro,
con la herramienta y el caballo viejo,
seco como su amor, mil veces pasa,
toda la vida mientras dura el día.
Amor
Mi manera de amarte es sencilla:
te aprieto a mí
como si hubiera un poco de justicia en mi corazón
y yo te la pudiese dar con el cuerpo.
.
Cuando revuelvo tus cabellos
algo hermoso se forma entre mis manos.
.
Y casi no sé más. Yo sólo aspiro
a estar contigo en paz y a estar en paz
con un deber desconocido
que a veces pesa también en mi corazón.
de Blues castellano, 1961-966
Incandescencia y ruinas
I
Yo invoco la cabeza
más sagrada que exista
debajo de la nieve.
Mi corazón azul
canta purificado por el silencio.
II
Vándalo de pureza,
hostígame. Si hablas,
yo bajaré mis labios
hasta el agua salvaje.
De aquella gruta donde
abrasa la frescura,
ha de surgir un rey
sucio de profecías.
Oh corazón que ves
en toda oscuridad,
cuándo estaremos ciegos
en luz, cuándo hablarás,
habitante del fuego.
III
Un perro milagroso
come en mi corazón.
Ceremonia salvaje:
mi dolor se incorpora
al perro enamorado.
IV
En la cavidad que sabes,
suena una voz. Lengua fría,
tú, que silbas en la noche,
metal vivo de palabras,
dime, loco ruiseñor
del invierno, dime, tú,
que quizá participas
de una materia luminosa,
a quién anuncias ya
además de a la muerte.
V
Anticanto de amor,
quién te beberá, quién
pondrá la boca en esta
espuma prohibida.
Quién, qué dios, qué
enloquecidas alas
podrán venir, amar
aquí.
Donde no hay nada.
Después de veinte años
Cuando yo tenía catorce años,
me hacían trabajar hasta muy tarde.
Cuando llegaba a casa, me cogía
la cabeza mi madre entre sus manos.
Yo era un muchacho que amaba el sol y la tierra
y los gritos de mis camaradas en el soto
y las hogueras en la noche
y todas las cosas que dan salud y amistad
y hacen crecer el corazón.
A las cinco del día, en el invierno,
mi madre iba hasta el borde de mi cama
y me llamaba por mi nombre
y acariciaba mi rostro hasta despertarme.
Yo salía a la calle y aún no amanecía
y mis ojos parecían endurecerse con el frío.
Esto no es justo, aunque era hermoso
ir por las calles y escuchar mis pasos
y sentir la noche de los que dormían
y comprenderlos como a un solo ser,
como si descansaran de la misma existencia,
todos en el mismo sueño.
Entraba en el trabajo.
La oficina
olía mal y daba pena.
Luego,
llegaban las mujeres.
Se ponían
a fregar en silencio.
Veinte años.
He sido
escarnecido y olvidado.
Ya no comprendo la noche
ni el canto de los muchachos sobre las praderas.
Y, sin embargo, sé
que algo más grande y más real que yo
hay en mí, va en mis huesos:
Tierra incansable,
firma
la paz que sabes.
Danos
nuestra existencia a
nosotros
mismos.
La guerra
Sangrienta perdición, yugo trano,
guerra cruel, origen y osadía
de la injusta primera tiranía,
que puso cetro en poderosa mano.
Bárbara ley, tan murmurada en vano,
ayudar del morir a la porfía,
como si no costara solo el día
como si no costara el ser humano.
Mas, aunque más, ¡oh guerra!, estás culpada,
es mayor la de fáciles antojos,
en bello campo de belleza armada.
No quiero amor; más quiero dar enojos
a la dura violencia de una espada
que a la blanda soberbia de unos ojos.
Geología
Algunas veces salgo hacia las montañas
a mirar a lo lejos.
Piso unas lomas donde tierra vieja
se pone hermosa con el sol y veo
subir la sombra por los cuestos.
Ando
mucho tiempo en silencio.
Pero hay días que ando por estas lomas,
y miro hacia las montañas,
y ni allí hay libertad
Ví lavandas sumergidas
Ví lavandas sumergidas en un cuenco de llanto y la visión ardió en mí.
Más allá de la lluvia ví serpientes enfermas -bellas en sus úlceras transparentes-, frutos amenazados por espinas y sombras, hierbas excitadas por el rocío. Ví un ruiseñor agonizante y su garganta llena de luz.
Estoy soñando la existencia y es un jardín torturado. Ante mí pasan madres encanecidas en el vértigo.
Mi pensamiento es anterior a la eternidad pero no hay eternidad. He gastado mi juventud ante una tumba vacía, me he extenuado en preguntas que aún percuten en mí como un caballo que galopase tristemente en la memoria.
Aún giro dentro de mí mismo aunque sé que voy a caer en el frío de mi propio corazón.
Así es la vejez: claridad sin descanso.
Aquellos cálices
¿Quién habla aún al corazón abrasado cuando la cobardía
ha puesto nombre a todas las cosas?
Silba el adverbio del pasado. El cobre silba en huesos
juveniles, pero es el día del invierno. Alguien
prepara grandes sábanas
y restablece la oquedad. Sólo hay sustancia en ti,
sustancia azul de desaparecidos.
Aquellos gritos. Y las banderas sobre nosotros.
Ah las banderas. Y los balcones incesantes: hierros
entre la luz, hierros más altos que la melancolía,
nuestro alimento.
Cae
la máscara de Dios: no había rostro.
¿Quién habla aún al corazón amarillo?
Soy el que ya comienza a no existir
y el que solloza todavía.
Es horrible ser dos inútilmente.
Edad, edad, tus venenosos líquidos.
Edad, edad, tus animales blancos.
de “Lápidas», 1986
Blues del cementerio
Conozco un pueblo -?no lo olvidaré?-
que tiene un cementerio demasiado grande.
Hay en mi tierra un pueblo sin ventura
porque el cementerio es demasiado grande.
Sólo hay cuarenta almas en el pueblo.
No sé para qué tanto cementerio.
Cierto año la gente empezó a irse
y en muchas casas no quedaba nadie.
El año que la gente empezó a irse
en muchas casas no quedaba nadie.
Se llevaban los hijos y las camas.
Tenían que matar los animales.
El cementerio ya no tiene puertas
y allí entran y salen las gallinas.
El cementerio ya no tiene puertas
y salen al camino las ortigas.
Parece que saliera el cementerio
a los huertos y a las calles vacías.
Conozco un pueblo. No lo olvidaré.
Ay, en mi tierra sin ventura,
no olvidaré a mi pueblo.
¡Qué mala cosa es haber hecho
un cementerio demasiado grande!
de Blues castellano, 1961-966
Fábula de las madres doctoradas en química
En los laboratorios, sobre las máquinas inmóviles, hay óxido y sombras. No hay ácidos ni hombres; apenas permanece la química de la ira.
Sucede a causa de la infección general de la atmósfera, es decir, de la vida. Sucede también a causa de grandes codicilos infecciosos.
Tú, es decir, yo, entra a los laboratorios. Pon temperatura. Primero en los instrumentos más tristes. Reduce el óxido, dispersa las sombras.
Madres. Madres tuyas y mías suelen venir a las válvulas. Abre las válvulas. Busca, no sé, gritos, quizá. Sí, busca los gritos de las parturientas gozosas, busca los cabellos aceitados por la tristeza, los imperdibles perdidos.
O su llanto.
Sí, su llanto insurgente. Induce tú la sedición llorando. Pon la obra magnética.
Ya llegan las madres.
Ya visten los grandes mandiles, ya tienden la ropa más blanca, ya cantan y lloran, ya lavan los ácidos.
¿Qué hacen las madres?
Ellas saben. Restauran la química
cantando, tendiendo, lavando, llorando.
de “Las venas comunales»
Viene el olvido
La luz hierve debajo de mis párpados.
De un ruiseñor absorto en la ceniza, de sus negras entrañas musicales, surge una tempestad. Desciende el llanto a las antiguas celdas, advierto látigos vivientes
y la mirada inmóvil de las bestias, su aguja fría en mi corazón.
Todo es presagio. La luz es médula de sombra: van a morir los insectos en las bujías del amanecer. Así
arden en mí los significados.
Hay una astilla de luz en la apariencia de la eternidad, hemos lamido, casi amándolas, membranas invisibles, no hay más que invierno en las ramas inmóviles y todos los signos están vacíos.
Estamos solos entre dos negaciones como huesos abandonados a los perros que nunca llegarán.
Va a entrar el día en su habitación calcinada. Ha sido inútil la sutura negra.
Queda un placer: ardemos
en palabras incomprensibles.
He tirado al abismo el hueso de la misericordia; no es necesario cuando el dolor es parte de la serenidad, pero la lucidez trabaja en mí como un alcohol enloquecido.
Sé que las uñas crecen en la muerte. No
baja nadie al corazón. Nos despojamos de nosotros mismos al expulsar la falsedad, nos desollamos y no viene nadie. No
hay sombras ni agonía. Bien:
no haya más que luz. Así es
la última ebriedad: partes iguales
de vértigo y olvido.
Vi las bestias expulsadas del corazón de mi madre. No hay distinción entre mi carne y su tristeza.
Y esto es la vida? No lo sé. Sé que se extingue como los círculos del agua. ¿Qué hacer entonces, indecisos entre la agonía y la serenidad? No sé. Descanso en la ignorancia fría.
Hay una música en mí, esto es cierto, y todavía me pregunto qué significa este placer sin esperanza. Hay música ante el abismo, sí, y , más lejos, otra vez la campana de la nieve y, aún, mi oído ávido sobre el caldero de las penas, pero
¿qué significa finalmente
este placer sin esperanza?
Ya he hablado del que vigila en mí cuando yo duermo, del desconocido oculto en la memoria. ¿También él va a morir?
No sé. Carece
desesperadamente de importancia.
Siento el crepúsculo en mis manos. Llega a través del laurel enfermo. Yo no quiero pensar ni ser amado ni ser feliz ni recordar.
Sólo quiero sentir esta luz en mis manos
y desconocer todos los rostros y que las canciones dejen de pesar en mi corazón
y que los pájaros pasen ante mis ojos y yo no advierta que se han ido
Hay
grietas y sombras en paredes blancas y pronto habrá más grietas y más sombras y finalmente no habrá paredes blancas.
Es la vejez. Fluye en mis venas como agua atravesada por gemidos. Van
a cesar todas las preguntas. Un sol tardío pesa en mis manos inmóviles y a mi quietud vienen a la vez suavemente, como una sola sustancia, el pensamiento y su desaparición.
Es la agonía y la serenidad.
Quizá soy transparente y ya estoy solo sin saberlo. En cualquier caso, ya
la única sabiduría es el olvido.
Palomas. Atraviesan la inexistencia.
Hay huellas de pastor frente al abismo. Cóncavas.
Todo se explica en la imposibilidad.
Hay úlceras en la pureza, vamos
de lo visible a lo invisible.
En este error descansa nuestro corazón.
He atravesado las creencias. Durante mucho tiempo
nevó sin esperanza.
Había madres que enloquecían al amanecer: oigo sus gritos amarillos.
Aún nieva. Creo en la desaparición.
Creo en la ira.
de «Arden las pérdidas», 2003
Te beberé el cabello
y cerraré los ojos.
Tú seguirás manando
tu cabello,
turbio de besos.
*******
Este es el primer poema manuscrito de Antonio Gamoneda, cuyo original conserva su hija Amelia. Está datado en 1947, cuando el poeta apenas contaba 16 años. El original se pudo ver en la exposición ‘Visión del frío’ (presentada en 2007, primero en la Universidad de Alcalá de Henares y más tarde en la Casa de Botines de León, con motivo de la concesión al poeta del Premio Cervantes 2006).
Antonio Gamoneda (Oviedo,España,30 de mayo de 1931) Premio Cervantes 2006.Pertenece, cronológicamente, a la llamada generación del 50. Su padre fue un poeta que publicó un único libro, Otra más alta vida, en 1919. En 1934 muere su padre y se traslada con su madre, Amelia Lobón, a la capital leonesa. La presencia de su madre como refugio ante el horror y la miseria de la guerra y la posguerra es recurrente en toda su poesía. En 1936, con las escuelas cerradas por la guerra civil aprende a leer con uno de los pocos libros que había en su casa, el poemario de su padre «considero imposible que, con la muerte por medio, pueda darse una relación más real entre un padre y un hijo que la que aconteció en mi infancia”.
En 1941 comienza a estudiar en el colegio religioso de los Padres Agustinos hasta 1943 ya que, debido al ambiente de abusos, decide abandonar el colegio.
Al día siguiente de cumplir 14 años, empieza a trabajar como meritorio y recadero en el Banco Mercantil. Termina por libre sus estudios medios y continua de empleado de banca durante veinticuatro años hasta 1969. En 1960 publica Sublevación inmóvil (1953-1959) obra con la que es finalista del premio Adonais de poesía. En ese mismo tiempo escribió «Blues castellano«, que no editó por razones de censura.
La fama de Gamoneda se consolida al recibir, en 1985, el Premio Castilla y León de las Letras. Dos años después es galardonado con el Premio Nacional, y ya en el año 2006 se le otorga el Premio Cervantes y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
Antonio Gamoneda ha vivido siempre en León, donde ha dirigido la Fundación Sierra-Pambley, creada en 1887 por Francisco Giner de los Ríos con los principios de la Institución Libre de Enseñanza.
Es considerado uno de los grandes poetas actuales en lengua castellana.
Obra poética :
1960.- «Sublevación inmóvil»
1977.- «Descripción de la mentira»
1979.- «León de la mirada«
1982.- «Blues castellano»
1987.- «Lápidas«
1987.- «Edad» (Poesía 1947-1986)
1992.- «Libro del frío«
1994.- «Mortal 1936«
1995.- «El vigilante de la nieve«
2000.- «Sólo luz» (Antología poética 1947-1998)
2002.- «Descripción del frío«
2002.- «Antología«
2002.- «Antología poética«
2003.- «Arden las pérdidas«
2004.- «Lengua y herida«
2004.- «Atravesando olvido» (1947-2002)
2004.- «Cecilia«
2004.- «Esta luz«. Poesía reunida (1947-2004)
2006.- «Antología poética«
2006.- «Ávida vena«
2006.- «Sílabas negras«
2008.- «La campana de la nieve«
2009.- «Extravío en la luz»
2009.- «Destellos«
2014.- «Lapidario incompleto»
Premios :
- Premio Adonais de Poesía (accésit), Sublevación inmóvil, 1959
- Premio de Castilla y León de las Letras, 1985
- Premio Nacional de Poesía, Edad, 1988
- Doctor honoris causa (Universidad de León), 2000
- Premio de la Crítica de Castilla y León del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, Arden las pérdidas, 2004
- Premio de Cultura – Literatura (Comunidad de Madrid), 2004
- Medalla de Plata (Principado de Asturias), 2004
- Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (España), 2006
- Premio Miguel de Cervantes (España), 2006
- Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes, 2006
- Medalla de Oro de la Provincia de León, 2007
Enlaces de interés :
https://tamtampress.es/2019/12/15/el-canto-poetico-de-gamoneda-un-ensayo-inedito-de-victor-fuentes/
https://ctxt.es/es/20170510/Culturas/12646/antonio-gamoneda-descripcion-de-la-mentira.htm
https://elcuadernodigital.com/2020/02/07/entrevista-a-antonio-gamoneda/
https://farogamoneda.wordpress.com/2016/03/23/el-primer-poema-manuscrito-1947/
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