La extraña
La fatiga e’sedersi senza farse notare.
Cesare Pavese: «Il vino triste».
Me levanté sin que se dieran cuenta
y salí sin hacerme notar.
Había estado todo el día
entre ellos, intentando
hacerme oír,
procurando decirles
lo que me habían encargado.
Pero el recado que me dieron
no era preciso. El humo,
la música, el ruido de las risas
y de los besos -estallaban
como las rosas en el aire-,
eran más fuertes que mi voz. Cansada
de mi trabajo inútil,
me levanté,
abrí la puerta
y salí del hermoso lugar.
Desde la calle
miré por la ventana: nadie había
advertido mi ausencia.
Caminé. Volví el rostro:
ninguno me seguía.
Confesión en negro
Ahora puedo decir: esto era
la mayor parte de la vida. Lamento
sin embargo, aunque no
con excesiva pena,
no haber tenido nunca un dormitorio,
aunque por otra parte,
qué podía yo hacer con tantos muebles
y con tanta madera arrebatada
a aquellas tierras en donde nació…
Fue roja mi primera cama.
Tenía una plaquita, de San José y el Niño,
en el pequeño cabezal.
Recuerdo todavía
a los mayores discutiendo
que su compra era urgente pues la niña
no cabía en la cuna.
Fué peor
no acceder a los libros que, mudos, me llamaban
porque venían y se iban
más lejos cada vez. Igual que mis amigos,
que mis casas, que las viejas butacas,
que los paisajes encontrados.
Quién sabe todavía
en qué casa, en qué cuarto moriré.
Sin embargo, me alegro
de haber tenido, en USA, tres objetos: la boina
de hielo del dolor
de cabeza, el teléfono blanco
-en mi tierra eran negros-
de Mirna Loy, y haber averiguado
lo que desayunaban, en altas copas cristalinas,
las heroínas y los héroes
del cine. Eran pomelos: esa fruta
cuyo amargor no puedo soportar.
¿Y del amor? Punto y aparte.
Los quise. Me quisieron:
todos fueron mis gatos. Y hubo también tres perros.
Lo sé: no ha sido tan terrible.
Profundo como los rios
My soul has grown deep like the rivers.
Langston Hughes
Rostro negro de soledad,
en tu sudor toco la nieve que se abrió en el aire.
Regresan las agujas de hielo bajo el sol,
y me encuentro, al perderme, en el lino cuajado
o en el deshielo súbito
de otra mañana:
aquella en que el narciso despertaba
a su esplendor efímero.
Amado rostro negro de soledad, tocarte desearía;
recoger en mi uña el destello de ese sudor
como si recogiera, uno a uno, los días que te envolvieron
y hablaba corno tú.
Y, sobre todo, me rebelaba con esperanza.
Tu casa está sobre el jaspe y el zafiro,
sobre la calcedonia y la esmeralda,
y sobre las otras siete fundamentales
sin exceptuar la amatista.
Los vientos, por ti, se han detenido en
sus cuatro lugares.
De soledad
están pobladas tus calles. Y de lejanía
oculta tras doseles de arena.
En las noches de estruendo y orgía,
copas volcadas y cruces llameantes,
has ocultado tu corazón bajo una gardenia
y la armonía, desde tus manos,
—Si yo volviera, ¿adónde volvería?—
ha embriagado las sombras.
Si yo volviera,
dibujaría en la pared de mi prisión
nombres fugaces, las palabras
de una antigua canción, un teléfono viejo
con el cable cortado sobre el pecho
de una mañana, un libro sin abrir,
el blanco sobre el verde
y un ave del Camino de las Ocas.
También lo que traías, rostro negro de soledad.
EXTRAÑA
Siempre fui una extraña.
a veces me creía de la mano de todos,
entre luces y sombras,
mi voz entre las voces.
una amistad de corazón de pájaro
empapaba mis manos.
.
Y de pronto las cosas me volvieron la espalda,
dejándome en el centro de una luz
tan pálida, tan fría…
como de huesos.
como de peces recién muertos.
temblaba allí. Miraba
el detrás de las cosas,
las nucas, las espaldas,
los talones extraños,
el confuso revés de las sonrisas,
el secreto más triste y polvoriento
que nadie se confiesa. no podía
salir de aquella luz en la que nada
parecía —ni era— como antes.
.
¿Por qué yo?
Se me helaban
los labios de tristeza.
¡Si existiera
sin mirarme existir…!
tal vez para tan poco…
.
cuando de nuevo la luz se hacía
y mi cuerpo giraba de la mano de todos,
entre luces y sombras,
mi voz entre las voces,
un lejano recuerdo me oprimía.
Sigo siendo una extraña.
De : Mariposa de cenizas
A Edith Piaf
Te han condenado.
Una oración,
como limosna insuficiente,
ha caído
sobre la tapa de tu féretro.
Te han condenado, Edith,
por no querer ser
la excepción que confirma
la regla. Porque
querías,
tú, gorrión
de la calle, ser
la regla. Porque
intentabas salirte de la calle.
Te han condenado como
si Dios no fuese amor. El dedo
ejemplar
-una uña sucia, como
si lo viera- se alzó
sobre tu frente
y mostró al mundo
que sólo esa limosna- por sí acaso…-
merecías.
De nuevo a la intemperie.
Esta vez » a la calle»
te han dicho.
A la calle amarilla
de los muertos, sin Senas,
sin flores, sin guitarras.
Pero tú, Edith, sonreirás.
Tuviste ya tu infierno
al borde de la cuna: sabes
lo que un niño criado con alcohol.
Edith, mystère Piaf, rezabas
no al morir, al cantar;
y sin saber por qué,
por quién acaso. Ahora
es cuando cantas en la inmensa calle
de Dios, alegremente,
Edith, mystére Piaf.
De : Sin mucha esperanza [Madrid, Ágora, 1966]
El tiempo me recuerda
Recordar no es siempre regresar a lo que ha sido.
En la memoria hay algas que arrastran extrañas maravillas;
objetos que no nos pertenecen o que nunca flotaron.
La luz que recorre los abismos
ilumina años anteriores a mí, que no he vivido
pero recuerdo como ocurrido ayer.
Hacia mil novecientos
paseé por un parque que está en París -estaba-
envuelto por la bruma.
Mi traje tenía el mismo color de la niebla.
La luz era la misma de hoy
-setenta años después-
cuando la breve tormenta ha pasado
y a través de los cristales veo pasar la gente,
desde esta ventana tan cerca de las nubes.
En mis ojos parece llover
un tiempo que no es mío.
Decía hielo
¿Qué dijo?
¿Qué decía? Palabras, eso sí,
palabras eran, pero ¿qué palabras?
Caían sobre una mesa. Y había luz.
Una luz muy oscura.
Ahora las manos se agrietaron
buscando los sonidos, revolviendo
agujeros, bolsillos falsos, nidos
abandonados, hojitas de musgo
y hojas secas: todo lo quieto. Sacude
los recursos para encubrir, por si cayeran,
las palabras, al suelo, con un sonido comprensible.
Pregunta
a los árboles del más allá, de vez en cuando,
si se acuerda, al llanto de los helechos y a la nuez
en que la luz, copo de fe, se encierra.
Porque asegura
que las oyó y eran como rastrojos, nudos
de alambre, manzanas podridas y un rostro
volcando todo eso, echando todo eso, tan frío,
en la nuca inocente. Y helaba la dulzura.
¿Dónde se han escondido? ¿Desde dónde
la miran, las palabras, agazapadas, riéndose
de que no las encuentre, tan torpe?
Que se muera buscándolas, dirán.
Tal vez al otro lado…
Kairós
la niña se pregunta y pregunta
a los mayores: ¿dónde
estaba yo antes de estar aquí?
.
Su pasado en no ser estaba en antes,
¿dónde ese antes deshabitado?
.
¿Y por qué los mayores
evitan responderle?
ni una pestaña de sus ojos sabe
dónde la niña estuvo.
ni les importa.
De : Escritos en la corteza de los árboles
Raices
Si ya soy una vela estremecida
colmada por tu viento. Si has llegado
al último escalón. Si me has tomado
por la raíz más honda y más henchida.
Si yo soy ya tu colmo y tu medida
y estás dentro de mí, secreto, hallado.
Si ya sobre la frente me has soplado
para hacerme vivir, ciega y ardida,
antes de irte rompe mis raíces.
Quiero que las arranques, que las trices
al alba con tu mano firme y fuerte.
De no hincarse en tu tierra poderosa
no quiere mi raíz ninguna cosa
si no es andar y andar hacia la muerte.
Eterno oleaje
Será primero una ola niña
sobre la ciega playa. Luego
una delgada espuma persistente,
más tarde
un redoblar de todo el horizonte
que avanza, que se empuja
para tomar contacto con la orilla.
En cada grueso oleaje, en cada arruga
del mar, en cada ojo
de espuma por la arena
de fuego, estará un hombre
por él y por su extensa
cadena de fantasmas. Por las sombras
que no tuvieron cuerpo;
por todos
los que anulados vagan
sin país, sin sepulcro.
Con la memoria
de los que fueron olvidados
volverán: «Ya llegamos
a la patria.» Y jamás
será la patria. Siempre
habrá otras olas, y anchos nudos,
gruesas crestas de mar. El hombre
irá pisando playas
de fuego, rocas
que hirieron otros pies,
algas que se enredaron a otras plantas.
Caminará por siempre
-a través de paisajes con recuerdos-,
el sol contra su espalda
y una arruga profunda
en la frente horadada por el viento.
«¿Era ésta mi patria?»
-preguntará de nuevo.
Y pasando de largo,
como un extraño entre los ríos,
regresará a la orilla
de que partió -no la recuerda-
pidiendo paz para sus muertos.
Nada
Es ligero y pesa,
es amorfo y redondo.
Se oye su silencio.
Se viste de ceniza.
Provoca el vómito.
te obliga a olvidar
quién eres, qué buscabas.
Hace de tus palabras
inútiles sonidos. Se ríe
de tu inocencia. Escupe
en tu pasado y en tu fe.
Estremece su frío. te empuja
a que huyas de ti. a esconderte
de tu pasado efímero,
a hacer inútil todo
esfuerzo por saber
en qué anaquel se encuentra el libro
que buscas. al final
pisa el alma. Y lo sabes
cuando no puedes hacer nada
para borrarlo o redimirlo
y entonces te cuestionas
por qué viniste a este lugar tan raro,
por qué no puedes
regresar a la nada compasiva.
De : Hablando con un haya(2010)
El silencio
Hay un vacío en el que no se oyen las zapatillas.
Y otro más profundo: el que disuelve nuestras manos.
Y nuestro cuerpo. Y sólo flotan unos ojos
que no lo parecen. Aunque daría lo mismo
porque ya no pensamos con palabras
que todo lo confunden.
Además
¿para qué edificar un templo de un grito?
Un grito que no suena en la expansión de las constelaciones.
Un grito que no oye el pastor de planetas.
Un grito que se llena, como un cubo, de huecos.
Un templo que visitan arenas y huracanes.
La boca ha gritado,
¿de qué huerto ha venido? ¿En qué lejana flor
se hará otra vez silencio,
historia no aprendida
y vida sin pregunta?
¿En qué agua de otro tiempo
se pulió la mandíbula y su origen?
¿En qué apagado sol
se removió su cero antes del cero?
Gritar: tan sólo un accidente, una arruga en el aire.
Y un destrozo,
un harapo de algo; un desgarrón superfluo
desde el violento, desde el distraído
que empuja, pisa y habla alto. No grita.
Alto, sólo, habla.
Se oye su voz pavorreal.
Y el grito se desenrosca desde su sima profunda:
un poquito de aire que, primero,
tropieza con la esquina del pulmón,
garganta arriba. Luego ulula, asalta
la pared que contiene su infinitud,
su triste desmesura,
arañando su cárcel, resuelto en templo,
ecos en frío crisopacio que se aleja,
en el tiempo, de la boca: su nido.
Y nada alrededor. La boca mueve
sus alas sin sonido, sin sentido,
entre el agua y el huerto,
entre hueso temprano y légamo futuro,
entre el cero y el cero.
Entre el cero y su carga.
Portas Faxeiras
Perdida en un café de esta ciudad de niebla
y de soslayo, oyendo una música vieja que no sé dónde
oí, respondo a esa canción, a ese olvidado
lugar, que no envolvieron, respondo, no,
que no envolvieron las sombras a la vida. Más diré
quienes fueron llegando por la senda
de los últimos pasos: sembrador de ceniza,
pasó primero el tiempo: la ciudad de la nieve,
la del helecho ensangrentado, la de la piedra temblorosa.
(Una bombilla
cuelga de su cordón. Nunca
vestida,
es siempre la señal para salir.)
Vinieron los anuncios, las voces divergentes,
más pares de zapatos cada año,
más blusas, más abrigos: la montaña
difusa que me hizo y destruí.
Dejé mi taza a un lado,
mis sombras, mis cepillos, todo eso
que se fue amontonando a mis espaldas
y quedarme en la luz bajo la luz
-esa que cuelga del cordón desnudo-,
del sitio en que no cae la ceniza
y se reparte
lo igual, que luego iría a repetirse
y a ser gemelo en todo los reflejos:
cajas y cajas con lo mismo, dentro
una de otra hasta el color menudo
que no se puede abrir y queda en montoncito
sin misterio, del lado en que no cae ni se vierte
el agua. Besa el arco
bilabial del cristal y su sonido
lo mismo que la lluvia besa el borde
y el liquen de estas piedras en que ahora
los que vienen de paso…
Sobre estas piedras que rezuman agua,
en estos campos que rezuman
agua: agua que de ellos viene
y sube al agua
del cielo en el que el agua llueve.
Dejé mi taza a un lado:
de la casa los sitios que no usé
-sillas, ángulos, huecos
vertidos a la luz, a la ondulada
mansedumbre del verde y su cautela;
piedad de las esquinas, ausencia de los pasos
que nunca di por el paciente suelo.
La casa y su silencio con el sol de otra parte
rasgando esta penumbra; los dragones
dormidos en los signos de las páginas;
la ausencia de los ojos
que el tiempo ha desprendido de las cosas, vigilia
serena de la luna en el cristal. La casa
y su lenta ascensión- vienen en ahora,
con las blusas que fui y sus roces pretéritos
que no envolvieron, no, respondo ahora,
las sombras, sino el tiempo
y su lento capullo de certeza.
Sí, rezuman agua
las ventanas de mis dedos
Hablo de la infancia
Escalera crujiente,
trozo de bosque organizado
por el que ir hasta la cumbre
de aquel desván lleno de sueños,
pájaros silenciosos
que viajan sin ruido.
Sobre ti estaba el premio
cubierto por el polvo
y lo muerto vivía
para mí, en mis ensueños.
Hogar sin sótanos,
todo aquello era hermoso
porque estaba creando su recuerdo;
viviéndote, sentía
que de algún modo ya te recordaba.
Y siempre que te acercas
entre la niebla, oigo
cómo se queja suavemente,
enmohecido por las lluvias,
el pesado cerrojo de una verja.
La del jardín acaso.
Julia Uceda Valiente (Sevilla, España, 22 de octubre de 1925- Ferrol, Galicia, España, 21 de julio de 2024). Poeta y profesora. La primera mujer que logra obtener en democracia el Premio Nacional de Poesía (2003). Es miembro de la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras y de la Asociación Internacional de Hispanistas.
Se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad Hispalense, dónde también obtuvo un doctorado, con una tesis sobre el poeta José Luis Hidalgo.
En 1959 publicó su primer libro Mariposa en cenizas en la revista Alcaraván de Arcos de la Frontera. Dirigió junto a Manuel Mantero y Ángel Benito la revista Rocío.
En 1961 obtuvo el accésit al premio Adonais de poesía con el poemario Extraña Juventud. Posteriormente publicó Sin mucha esperanza(1966).
Tras recibir una oferta de la Universidad Estatal de Míchigan marchó a Estados Unidos. Allí escribió Poemas de Cherry Lane (1968). Este cuarto poemario fue escrito por Uceda en los primeros meses de su estancia en Estados Unidos y, según escribe la profesora y poeta Sara Pujol Russell, «es un libro imprescindible en la poesía del siglo XX». A él le siguieron Campanas en Sansueña, (1977)(fruto de los últimos años en Estados Unidos y, principalmente, del tiempo en Irlanda), En elogio de la locura (1980) y Viejas voces secretas de la noche(1981).
Hasta 1970, permaneció en Míchigan, pero en ese año volvió a España, primero a Oviedo y después a Albacete. Sin embargo, decidió volver a Estados Unidos aunque se marchó de nuevo. En 1974, se instaló en Irlanda donde trabajó como profesora en el Dublin College hasta 1976.
En 1976 se estableció en Ferrol, Galicia, y allí escribió sus cuatro últimos poemarios, Del camino de humo(1994), Zona desconocida(2007), Luz sobre un friso (2008),Hablando con un haya(2010) y Escritos en la corteza de los árboles(2013). Por la publicación de En el viento, hacia el mar(2002)(antología de sus obras completas con prólogo de Sara Pujol Russell ) en 2003 recibió el Premio Nacional de Poesía de España.
Aparte de los mencionados anteriormente Julia Uceda ha recibido numerosos reconocimientos en los últimos años, como el de Hija predilecta de Andalucía, el Premio Góngora de las Letras Andaluzas, el Premio Nacional de la Crítica (2007)por Zona desconocida, la Medalla de Oro a las Bellas Artes, el Premio Internacional Federico Garcia Lorca. La Junta de Andalucía la designó Autora del Año en 2017 y le dedicó una exposición de homenaje cuyo catálogo, La mirada interior, fue coordinado por Jacobo Cortines, antiguo alumno y principal responsable de su recuperación editorial. Al final del prólogo a la mencionada Poesía completa, el director de Vandalia la calificaba como “un faro que alumbra la densa niebla que nos envuelve”.
Su obra ha sido traducida a varios idiomas como el portugués, inglés, chino y hebreo, entre otros.
NOTA : Esta publicación ha sido actualizada el 21 de julio de 2024 debido al fallecimiento de la poeta en Ferrol, Galicia. Tenia 98 años.
¡Vuela alto querida Julia Uceda poeta!
Enlaces de interés:
https://helvia.uco.es/bitstream/handle/10396/11783/Ambitos_29_06.pdf?sequence=1&isAllowed=y
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