10 Poemas de Claudia Masin

En cuerpo y alma

No sé hablar como hablan las personas.
Dentro, muy dentro de mí
llama una voz, yo no comprendo
lo que dice. Y cómo habría
de contarle a los demás
lo que no sé. Me hablaste:
las palabras que los otros me dan
son toscas, insensibles,
iguales a las piedras. Cómo manipularlas,
encenderlas, cómo extraerles el calor.
Todas las noches
tengo un sueño, el mismo. Somos
dos ciervos y el bosque se parece a mí:
quieto y vacío. Cae
la nieve, cubre silenciosamente
la tierra que pisamos con cuidado
como si fuera un cristal
delicadísimo. Buscamos agua y brotes tiernos,
no es fácil, yo
te sigo. Tus ojos me miran, me indican
por dónde seguir, me van llevando
al hilo de agua, a la pequeña
corriente que subsiste, a las hojas casi invisibles
que debajo del hielo sobreviven, verdes
como en un verano suspendido
en medio del tremendo, apabullante frío.
No hay nada que decir, nada
que decirnos. Florezco,
las patas ligeras, el lomo erguido, un animal
salido de la niebla, viejo y cansado y de repente
rejuvenecido
por la gracia sencilla
de andar en compañía. En el sueño
los hocicos se rozan al buscar el agua
en el mismo arroyito escaso,
finísimo. Es todo lo que sé
acerca del contacto
con otro cuerpo, es suficiente
para abrir los ojos al otro día,
para volver a ser una mujer
que no sabe tocar ni ser tocada,
que ha perdido, antes de conocerla,
la alegría de hablar como quien raspa
las palabras propias
contra las ajenas y ve surgir la llama débil
de un lenguaje compartido,
hermoso como el silencio entre dos bestias
que se rozan apenas
para hacerse saber esas cosas
que no pueden decirse.

Abeja

La vida está en otra parte

Arthur Rimbaud

La condición no se cura pero el miedo a la condición es curable

Clarice Lispector

Como la abeja que llega al panal

y encuentra las funciones ya asignadas: la reina, los zánganos,

las ninfas, las obreras, viniste a cumplir tu tarea

y retirarte. Raro es decir que no, y más raro todavía escaparse.

¿Qué hay allá afuera para los renegados? ¿Soledad, incertidumbre,

miedo a haber quedado sin protección ni casa? Hoy ví una flor

idéntica a una estrella, estaba en medio de un terreno abandonado,

y como buena flor silvestre crecía exuberante,

desmadrada. ¿Qué hacía en medio de un baldío una flor

que imitaba a una estrella? Yo creo que era tan hermosa

porque no servía para nada. Es decir, no duraría más de un rato

viva si la arrancaran, no podría venderse ni comprarse,

no tenía ninguna función en el ecosistema,

ninguna criatura la extrañaría si faltase. Y sin embargo

cada tarde, cuando se iba la luz,

empezaba a recortarse en el pastizal:

parecía que estaba sola y que brillaba con luz propia,

y si me dijeran que en ese momento del día el universo

giraba alrededor de ella, lo creería:

los que se apartan de la ley que los obliga

a estar mimetizados con su entorno, tienen un resplandor

intenso y breve. Ser raro es dejar de ser reconocido

por los del propio clan, y ya se sabe

qué pasa con el que no tiene la aprobación de su especie.

Da miedo renunciar a la esperanza

de la normalidad: soñar con que alguna vez aceptaremos

que se debe tomar lo que hay, atarse a eso

con desesperación, quedarse en la familia, la patria, el amor,

el odio que nos dieron. Pero la vida que nos toca es ajena,

una bomba que llevamos encima y nos ha minado el cuerpo:

estamos paralizados por el terror a que explote

cada vez que tratamos de renunciar a ella y encontrar en otra parte

una vida que se nos parezca.

La gracia

A veces, muy raramente, un encuentro nos conmueve 
de una forma que no puede ser atenuada por el pensamiento  
o el lenguaje. Es que trae una memoria
de lo que fue íntimamente conocido y deseado, pero ha sido
desplazado a un lugar inalcanzable, de donde no sabría volver 
a menos que una persona -entre todas- lo llamara. Somos 
criaturas tímidas que no han hallado, en respuesta 
a su curiosidad, a su pasión por las cosas, más que daño 
o rechazo. Como animales que han luchado demasiado por su vida, 
no sabemos qué hacer con la alegría, y si llega, 
seguimos huyendo para salvarnos. Si lográramos vencer el terror, 
si nos quedáramos, podríamos recuperar algo 
perdido hace tiempo. La dicha más plena es una dicha física 
y debería producirse sólo una vez, 
antes de que conozcamos las palabras. Su regreso es siempre 
un instante de gracia que nos devuelve el amor con el que un día 
la materialidad del mundo nos ha tocado.

La luna

Como si hubiera alcanzado un punto de máximo esplendor,
a partir del cual ya no pudiera
María Negroni

Después de una cierta hora, las calles se vacían
y yo salgo a olvidarte. Es más fácil en las calles
vacías. Me pierdo como una piedra terrestre
arrojada a territorio lunar. Entonces la luna se vuelve
una playa bañada por la luz del Mediterráneo,
donde jugaba de niño. No puedo volver a tomar
lo que he perdido, nadie puede. Si no está
permitido el regreso y no deseo avanzar,
quizás debería tener miedo, pero me enseñaste
a no temer, a estar despierto hasta tarde
en la casa desierta escuchándote cantar, con la promesa
de que el sueño llegaría. Aún soy el niño
que atraviesa la noche en su nave, un pequeño
astronauta. Hemos perdido contacto con la base,
nos hemos quedado solos aquí arriba, las constelaciones
y yo. Dame la calma, dame el silencio que acaricia,
no este silencio como una aguja que cruza lentamente
la frontera de las venas y apacigua
el rumor de la sangre pero no alcanza
a apaciguar el deseo de tocarte. ¿Cómo voy a construir
mi casa lejos de la tuya, de dónde van a sacar mis manos
el oficio de poner cada ladrillo uno encima del otro
para levantar una pared que nos separe? No sabría.
Me decías que algún día vendrían a buscarme
los extraterrestres, que yo no pertenecía a este planeta.
Nos reíamos. Yo, desde entonces, no he hecho otra cosa
que preparar con paciencia mi bolsito a la espera
de que llegue ese día. Tu voz es el hilo de seda
que conduce a las ruinas de la luna. Madre – te dije –
no tengo sueño todavía.

Lo que saben ustedes

Si no se cura el tronco del espinillo, cubierto de manchas
blancas, marrones, de hongos que se le prenden, si no puede
tragar la savia que sale del sol y recae
en esos organismos parásitos y es a ellos
a quienes alimenta y fortalece, si no se cura él,
yo tampoco. Si no se cura la pata quebrada del perro
que renguea en lugar de correr
hacia el hierro del monte a saciar su deseo
de salir de la casa que no es suya, si no alcanza
a llegar a su casa, yo tampoco puedo.
Si él no llega a la cueva, la sombra del árbol,
la madriguera, la vertiente, el túnel
debajo de la tierra. Si no se cura
la pata de ese perro al contacto con el aire
y la luz, si no vuelve
a su lugar, el que le toca, el que más quiere,
mi fractura no tiene
ninguna chance de soldar. Si no se cura
el ala parda del pájaro carpintero,
si se ve obligado a arrastrarse por el suelo
en lugar de montarse a la corteza y picotearla,
si él no cumple su tarea, si está enfermo,
yo seguiré enferma
para siempre y mi tarea,
que no conozco, quedará
incompleta. Si el pez cebra no puede
regenerar su corazón, la iguana su cola,
el ciervo sus cuernos, el tiburón sus dientes,
sus pinzas el cangrejo, si ellos, que son
sus propios chamanes y por un misterio
inconcebible, saben restituir
lo que no está, si esa
operación de magia no resulta,
yo no tengo remedio. Si vos
no podés hacer que deje
de dolerte
lo que te pasó a los cinco años, si aun ahora
sigue sucediéndote, me seguirá
pasando a mí, estoy desahuciada
si no me convierto en vos y en ellos, si creo
que están afuera, que estoy afuera
de vos, de ellos que son vos, que soy yo,
cicatriz de lo que no fui pero podría
haber sido, hermanos, compañeros,
sin ustedes no puedo
curar ni el más pequeño
de mis males, si ustedes enferman
y mueren, yo misma
enfermo y muero con ustedes.
Que se pueda: todo alrededor
es más fuerte que un cuerpo
humano, todo tiende
a la disolución pero antes
de darse por vencido
se repara a sí mismo una y mil veces de maneras
que no comprendo. Déjenme
verlos un rato más, no hay garantías
de que entienda, pero déjenme verlos:
mirándome a mí misma

quedo sola, y sola cómo haría
para saber lo que saben ustedes.

El monstruo de la laguna negra

Nos parecemos: fuera del redil
todo es la misma sombra, se termina
el arco de luz que te protege. Si vas
a salir de lo común,
mejor que seas
un monstruo poderoso, una criatura
dispuesta a dar pelea. Prometéme:
no vamos a convertirnos en la familia
que tuvimos. No vamos a confundir el amor
con una ciénaga donde se mezclan
el odio por la vida, el dolor, el miedo a separarse
porque afuera hay más peligros que adentro.
Adentro está la muerte, lo sabemos, hay que huir
como hemos huido siempre vos
y yo por separado, esta vez hay que irse
tan increíblemente lejos que no haya
regreso posible, neguémonos
a esa partida a medias, a ese estar y no estar,
a seguir alimentándonos con lo que nos envenena.
Yo llevo tus escamas en el cuello como el recuerdo
de lo que pudo ser, de mi pasado,
el nuestro, dos lagartos anfibios, estamos
muertos para el mundo si sabemos escondernos.
Sino el mundo encontrará la manera
de matarnos. Así ha sido siempre:
somos bestias con un caparazón durísimo
y un sentido de la vista tan potente que podríamos
descubrir lo que a cientos de metros se agazapa,
diminuto y certero. Somos capaces
de perder una parte del cuerpo
y restituirla lentamente,
fibras y células y músculos nuevos en lugar
de los enfermos. Pero nos creemos la presa,
estamos listos para el látigo
y el encierro. Vámonos de una vez a esos, tus reinos,
que en lo salvaje crezca libre y fuerte lo que aquí
nos hace débiles. Te espero
desde que intenté decir la primera palabra
y fracasé, desde que supe que no sabría hablar
el idioma que me dieron, que no quería
palabras tan llenas de culpa
y de tristeza. Las bestias
se adoran en silencio como dioses
que nadie más venera,
dioses que no aprendieron a castigar, que creen
en las enfermedades que se curan, en las fuerzas
que vuelven después
de una larga convalecencia, en la alegría
de soltar el cuerpo, una plomada
cayendo en el agua con un ruido sordo,
hundiéndose hacia la maravilla que hay allá,
en las aguas tornasoladas, profundísimas,
donde hasta el animal más tímido y arisco
puede mantenerse vivo si no cae
en las redes que le tienden para que vuelva a la tierra
a boquear al sol hasta volverse
una criatura normal que está dispuesta
a abandonar lo que más quiere por un poco de aire,
una supervivencia
en la que solo la punzada en las agallas
le recuerde a veces
que hubo un tiempo sin dolor, un tiempo
plácido, el tiempo de las mareas,
sin fin y sin comienzo, el de las criaturas raras,
las que no entran en ninguna clasificación:
feas, sucias, malas, libres
de la belleza normal, de la belleza mortífera
extranjeras.

Poligrafía

Escribías con una piedrita en la tierra tu nombre, palabras
al azar: arena, río, spider man. Como si creyeras que una historia
se escribe por la suma, la discreta acumulación de partículas.
O como si dibujar una casa bastara para poder habitarla. Pero
¿quién vive una vida real en una casa dibujada?

Hay un ligero, sutil desasosiego en las largas horas
de la siesta, que hace que todos prefieran dormir. Aún así,
resistías despierta. Es extraño pensar en una vigilia en pleno día,
cuando nada escapa a la visión y cada sonido resuena
amplificado en el silencio.

Los climas violentos crean una sensación de inminencia,
la ilusión de que nada va a quedar igual después del vendaval
o del calor intenso: una fiesta que se celebra
por un acontecimiento imaginario. Y es la imaginación,
y no los hechos, quien te deja asombrada una y otra vez
frente a cosas idénticas.

En esa hora en que son intensas niñez y desdicha,
como agujas en preciosa sincronía, ¿cuál
sería el objeto de tu espera? ¿Un naufragio, un estallido,
acaso el descubrimiento de la tristeza,
esa grieta que modifica tu mundo para siempre?
No es otra cosa que ese momento
lo que dirían las palabras, si alguna palabra
dijera alguna vez algo cierto.

(De Geología, 2001)

La lluvia

¿Viste cómo llueve?
Llovió así toda la noche
y a cada cierto tiempo yo te hablaba, estuvieras donde estuvieras, 
aunque fuera en el extremo más inalcanzable 
de la tierra. Cuando llueve así, toda la noche, te decía
pareciera que el mundo fuera a desprenderse de su eje, 
pero la sorpresa más inmensa es que el vendaval termina 
y todo permanece como estaba, apenas un poco de desorden 
que lentamente se transforma en armonía. 
Desde niños, vivimos sobreviviendo a catástrofes como ésa, 
a los efectos de lo que tendría que haber pasado y no pasó: 
que la casa se inunde y nuestras cosas se pierdan 
arrastradas por la marea sucia, entre piedras y palos 
y restos de animales, un desperdicio más lo que hasta entonces 
ha sido nuestra historia, los objetos 
que confirman que somos seres físicos y no un soplo 
filtrándose desde afuera de esa vida brutal de la materia
que no se detiene jamás para incluirnos. ¿Soñaste alguna vez, 
cuando llega la violencia del aguacero, 
con que el río se salga de su cauce para siempre y nos empuje, 
soñaste con la noche en que el rayo finalmente nos alcance, 
descalzos bajo la luz, como esperando saber algo 
que sólo el impacto de una fuerza sobre el cuerpo 
podría revelarnos? Pero el rayo no cae, no cayó 
y al día siguiente todo sigue a salvo en el mismo lugar. 
Ese es el mayor desastre que conozco: haber estado al borde,
una noche, de que nos fuera concedida una verdad 
extraordinaria, y al amanecer darnos cuenta 
de que somos los mismos y no sabemos nada 
que no supiéramos ya.

Bye Bye Blondie

Yo no estoy curada. Me dieron
en la boca la medicina que podía
calmar la ira, la tendencia a gritar, a revolverse
cuando la aguja se hunde
y saca sangre del pozo de la vena,
como si fuera barro
y hubiera que limpiar el cuerpo,
sus impurezas, porque una mujer, cualquier mujer
ensucia lo que toca si no es sometida
a intensos rituales de desinfección, de brutal
pero necesaria limpieza. Yo no estoy
curada pero me dejo
hacer, brillo como una santa, la misma fe
en cosas imposibles, la misma
pasión con un nombre
diferente. No me será quitada
la rabia, ni muerta
esta perra dejará de echar espuma
por la boca ni de lanzar la dentellada
si la quieren
poner a dormir para que no sufra
ni cause sufrimiento. Vos y yo teníamos
un secreto. Estábamos vivas
aunque nos hiciéramos las muertas,
en medio del bombardeo un par de cuerpos
que sobrevivían con una única
estrategia: quedarse quietas,
no dejar que el pecho se agite
con cada respiración, desaparecer
del mundo de los vivos hasta que los vivos
nos dejaran en paz. La batalla es cruenta
y dura todos los años que tuvimos
y tendremos. Cuando parece terminar,
empieza. Y de nuevo a cubrirnos las espaldas
la una a la otra. No te vayas, no te canses
de pelear, un ejército de dos aunque parezca
modesto, inofensivo, puede hacer temblar
la tierra. No es que vayamos a cambiar las cosas:
la victoria es que las cosas
no nos cambien a nosotras. Y no es poco,
no es poco seguir buscándonos
en la noche como insectos que se apiñan
alrededor de la luz. Si vamos a quemarnos al menos
elijamos el fuego, encendámoslo nosotras
con las manos llagadas que tenemos y que la llaga
duela si tiene que doler, pero que sea
en nuestros términos, locas,
raras, mujeres que olvidaron
contra toda evidencia
cómo deben morir las mujeres:
dejándose matar
y agradeciéndolo.

Grafito

Una noche de luna llena, en la hamaca del jardín,
están sentadas. La madre canta una canción
que repite y repite, podría decirse hasta el cansancio,
sólo que la hija no se cansa: se encanta, se duerme.
Desde esa noche, para la hija, escribir
será escribir la pérdida de ese momento.
La escritura de la canción de la madre demora
el final de la canción misma. Las palabras
existirán para crear esa demora, un instante
suspendido entre la voz y el silencio. Y por eso,
la hija las escribirá con esa facilidad dichosa
con que sólo pueden hacerse
ciertas cosas imposibles.

Claudia Masin (Resistencia, Chaco, Argentina, 13 de mayo de 1972). Escritora y psicoanalista. Ha sido docente de la materia Poesía 1 en la carrera de Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes de Buenos Aires. 

Coordina talleres de escritura.

Ha publicado los libros de poesía Bizarría, Geología, La vista (Premio Casa de América, Visor, 2002), Abrigo (mención del Fondo Nacional de las Artes, 2004), La plenitud, El verano, La cura, La siesta, Lo intacto (Premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina, 2017), El cuerpo y las antologías: El secreto (antología 1997-2007) y La materia sensible.

 Su poema Tomboy, traducido al inglés por Robin Myers, obtuvo el premio 2019 de la revista Words Without Borders/Asociación de Poetas Norteamericanos de EEUU. Poemas suyos han sido traducidos al francés, inglés, portugués, italiano y sueco. 

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