15 Poemas de Sharon Olds

Para mi madre

Fuiste mi primera hija, en realidad.
Cuando mi hermana se mudó al cuarto de huéspedes
Empezaste a venir a mí por las noches
Como un niño que no puede dormir, viniendo
Hacia la cama de la madre, así que me convertí en madre
A los siete años. Como la enfermera que pone al recién nacido
En los brazos de una madre, a veces venías
Y te ponías en mis brazos, sintiéndote esponjosa y casi
deshuesada, bolsas de esto
y aquello, plumas húmedas en tus ojos.
De dónde es que viene, el amor de los bebés–
Te tuve en brazos sin pensarlo, me sentí afortunada,
Tu cachete contra mi pecho duro e irritado,
Es un pezón llano como un trazo de color,
Un lugar donde algún dios había apoyado el pulgar
Por un instante. Yo no estaba impaciente, no lo estaba
Cuidado con el olor a huevo hervido que trajiste
desde su cama– lo que yo quería era alimentar la fuerza como
calor o color hacia tu cuerpo
para bombearle vida a tu vida. ¿En dónde había aprendido eso?
Lo había aprendido de vos, de los meses en que me abrazaste
a tu pecho y me transmitió calor, abundante
leche, han pasado siete años desde entonces, no me había olvidado de nada.


Primera hora 

Esa hora, fui más yo misma que nunca. Me había sacado 
a mi madre lentamente de encima, estaba acostada ahí 
respirando por primera vez, como si 
el aire del cuarto me estuviera soplando 
como a una burbuja. Todo lo que tenía que hacer 
era salir por la línea de mi mirada y volver, 
salir y volver, en la seda de la gravedad, la 
presión del aire una caricia, oliendo en mí 
la sangre cremosa de ella. El aire 
me tocaba suavemente la piel y la lengua, 
entraba en mí y sacaba los pequeños 
suspiros que yo no sabía que eran míos. 
No tenía miedo. Estaba acostada en la quietud 
y miraba, y me dedicaba al pensamiento sin palabras, 
mi mente recibía su oxígeno 
directamente, la rica mezcla por la boca. 
No odiaba a nadie. Miraba y miraba, 
y todo era interesante, yo era 
libre, todavía no enamorada, no 
pertenecía a nadie, no había bebido 
leche, todavía – nadie tenía 
mi corazón. No era muy humana. No 
sabía que existía alguien más. Estaba acostada 
como un dios, por una hora, después vinieron a buscarme, 
y me llevaron con mi madre. 
 Un tiempo de pasión 
Después entramos en un tiempo de pasión tan 
extrema que era casi calma, el cuerpo 
duplicaba lo que quería soportar. La angustia 
y el placer jugaban una con otro. Nos salíamos de lo que yo había 
pensado era el camino, y volvíamos fácilmente. 
Y todo se hacía bajo una luz tranquila, como si nuestros 
sueños infantiles se hubieran despertado, el antiguo 
equilibrio de poderes desnudo en el cuarto, 
el chasquido ocasional de una palmada cargada de lujuria dulce 
y extrema. Cuando me oía a mí misma pidiendo cosas, 
mi susurro grave era como el siseo 
de alguna otra criatura. El sexo había sido 
como música, alto y brillante como la luna, 
azúcar como la leche que había saltado en un pequeño 
arco desde el pecho. Había parecido que estábamos desatados 
como el fuego puede desatarse de la tierra, 
o el aire del agua, que éramos flores que las estaciones 
abrían y cerraban, habíamos sido interpretados. Ahora 
éramos dos personas, jugando la una con la otra, 
como si no hubiera habido nada sagrado. Ahora, 
entraban la voluntad, el abandono del cielo, 
y extremos de emoción que yo no había sabido que existieran 
fuera de las habitaciones donde las personas se lastiman unas a otras. 
Nos amábamos. Nuestro nido había estado vacío 
por unos años ya. Encerrados juntos, o un 
dedo de uno tocando un 
pezón del otro, volábamos de cabeza hacia 
la tierra y salíamos de ella, como ensayando. 
Nunca se me cruzó la idea de que él ya no me 
amara, de que hubiéramos dejado el reino del amor. 

Abril de 1986

Más vieja

Cuanto más vieja me pongo, más me siento
casi hermosa- no mi cara, una cara común,
puritana, sino mi cuerpo. Y tendré
cincuenta, pronto, mi cuerpo
se marchita, huesudo, y me gusta su
rugosidad plateada, la piel que se afina,
la superficie de un lago rizada por el viento, un espectro
arrugado, un pliegue de humo. Sin embargo
cuando miro hacia abajo puedo ver, a veces,
cosas que, si las viera una mujer joven, la harían
gritar como en una película de terror,
quedo convertida en bruja en un instante—si me inclino
lo suficiente, puedo ver la piel fina
de mi estómago frunciéndose
y colgando en pequeños picos, como yeso fresco.
Y sin embargo puedo imaginarme a los ochenta, hecha
enteramente, por fuera, de eso,
y haciendo el amor con la misma dignidad
animal, el túnel todavía igual
al interior de un pétalo color frambuesa.
De pronto me veo joven a mí misma
al lado de esa octogenaria, me veo
como su hija, mi carne suelta y drapeada
muestra los ángulos largos de estos extraños
huesos como las manijas de utensilios de cocina hechos en el cielo.
Cuando era más joven, me veía a mí misma,
a veces, como el tosco dibujo de una hembra—
los pechos, el destello de las caderas de los años 40—
pero este grisáceo ser abollado es confortable como
una vieja prenda favorita, es casi
amable, ahora, para mí. Por supuesto, es
el amor de él el que estoy viendo, el trabajo de su pulgar
sobre este centavo de la suerte —cinco veces
cinco años en su bolsillo. Quizás
aún si me muriera, él no me vería fea.
A veces, ahora, bailo
como humo chato sobre una chimenea.
A veces, ahora, creo que vivo
en el lugar donde se hace la bebida solemne, salvaje
de acabar, no estoy todo el día acabando,
pero vivo todo el día en el lugar donde eso se hace
 
  

Aceite de pescado 

Una medianoche, llegué a casa después del trabajo 
y el departamento apestaba a pescado 
frito. Todas las ventanas estaban cerradas, 
y todas las puertas, abiertas, de 
la sartén y la espátula se desprendía una espiral 
espesa de oliva y bacalao. Mi marido 
dormía. Abrí las ventanas y cerré 
las puertas y puse los platos en la pileta 
y los sumergí en detergente. Al día 
siguiente le fui con el chisme a una amiga, y ella dijo, 
algunos podrían vivir con eso, y hasta 
aprender a disfrutar del olor a frito. Y esa noche, 
miré a mi amor, y quien él es 
me tocó el fondo del corazón. Busqué 
una botella de extra-extra virgen, 
y una receta de filete de mar en 
aceite de oliva, llené los cuartos con 
volutas de perfume de aleta, el contorno 
en la arena que dibujaron los primeros cristianos, 
el lazo que significa seguridad, que significa yo también, 
recordé el ceño fruncido de mis padres frente a cualquier 
dejo de olor fuera de la cocina, 
el escalofrío calvinista, en esa casa, frente a la dulce 
grasa de la vida. Yo había venido a mi compañero 
aturdida, anhelante, un poco de sal 
en su canasto de pesca, una chica en aceite, 
su plato. No había sabido que uno 
pudiera aprobar a otro completamente – que uno pudiera 
despertarse un día rancio, que uno pudiera despabilarse 
del sueño del enjuiciamiento.
 

Madre primeriza

Una semana después de que naciera nuestra hija,
me arrinconaste en la habitación de huéspedes
y nos hundimos en la cama.
Me besaste y me besaste, mi leche desató su
nudo corredizo y caliente a través de mis pezones,
empapó mi blusa. Toda la semana había olido a leche,
leche fresca, agria. Empecé a latir:
mi sexo había sido desgarrado como un trapo
por la corona de su cabeza, me habían cortado con un cuchillo
y cosido, los puntos tiraban de la piel—
y la primera vez que te rompen, no sabes
que vas a cicatrizar, mejor que antes.
Me acosté con miedo y sangre y leche
mientras me besabas y me besabas, tus labios calientes,
hinchados como los de un adolescente, tu sexo grande y seco,
todo tú tan tierno, te inclinaste sobre mí,
sobre el nido de puntadas, sobre
lo rajado y desgarrado, con la paciencia de alguien que
encuentra un animal herido en el bosque
y se queda con él, a su lado
hasta que vuelva a estar entero, hasta que pueda correr de nuevo.

Acusación de oficiales de alto rango

En el zaguán arriba del hueco de las escaleras
mi hermana y yo nos encontrábamos de noche,
ojos y pelo oscuro, los cuerpos
como gemelos en la oscuridad. No hablábamos
de los dos que nos habían llevado allí, como generales,
por sus propios motivos. Nos sentábamos compañeras
en la guerra fría, su cuerpo vivo la prueba de
mi cuerpo vivo, de espaldas al leve
cráter de obús de las escaleras, por donde
tendríamos que bajar, sin saber
más que lo que habíamos aprendido allí,
así que ahora
cuando pienso en mi hermana, las suturas
y las marcas de las golpizas de su doctor esposo,
y las cicatrices de las operaciones, siento la
ira de un soldado parado sobre el cuerpo de
alguien a quien mandaron al frente de batalla
sin entrenamiento
ni arma.

Sexo Sin Amor

Imperturbables como bailarines,
deslizándose el uno sobre el otro, como patinadores
sobre hielo, los dedos enlazados,
uno dentro del otro, las caras
rojas como un bife o como el vino, húmedos como
bebés recién nacidos cuyas madres
piensan abandonar.

¿Cómo es que acaban
Dios, cómo es que acaban
por llegar a las aguas tranquilas, sin amar
al que hizo el recorrido junto a ellos, mientras que poco a poco
subía la temperatura, y un vapor emanaba
de sus pieles? 
Yo creo que ellos son
los religiosos de verdad, los puristas, los profesionales,
los que se negarían a creer
en un falso Mesías, o a amar al sacerdote
en vez de al Dios. Jamás confundirían
a quien tienen al lado con la fuente de su propio placer.

Son como los mejores corredores: saben que están a solas
con el camino y sus características,
con el frío y el viento, las particularidades
del calzado, su condición cardíaca: variables, nada más,
como el otro en la cama; no su verdad, que es
el cuerpo aislado, solo en el universo,
tratando de batir su propio récord.

Estudio Bíblico: 71 a.C.

Después de derrotar a la armada de Espartaco
Marco Licinio Craso
crucificó 6000 hombres.
Eso dicen los documentos,
como si hubiera clavado los 18.000
clavos él mismo. Me pregunto cómo
se sintió, ese día, si salió a la intemperie
entre ellos, si caminó por esos bosques
humanos. Creo que se quedó en su tienda
y bebió, y quizás copuló,
oyendo las canciones en su honor,
la sintonía de instrumentos de viento
que estaba haciendo él de una sola vez,
elevado a la potencia de seis mil.
Y quizás se asomó, a veces,
para ver las filas de instrumentos,
su huerto, la tierra erizada con eso
como si un parche en su cerebro le picara
y ésta fuera su manera de rascarse
directamente. Quizás le dio placer,
y un sentido de equilibrio, como si hubiera sufrido,
y ahora encontrara una compensación,
y una voz. Hablo como un monstruo,
alguien que hoy en día ha pensado largamente
en Craso, en su éxtasis por no sentir nada
cuando otros sienten
tanto, su ardiente levedad de espíritu
por ser libre de caminar por ahí
mientras otros son crucificados sobre la tierra.
Puede haber sido el día más feliz
de su vida. Si se hubiera cortado
la mano con una copa de vino, dudo que hubiera
tomado conciencia de lo que estaba haciendo.
Es aterrador pensar en él que ve de repente
lo que él era, pensar que corre
hacia afuera, para tratar de bajarlos,
un hombre para salvar 6000.
Si hubiera podido bajar uno,
y verle los ojos cuando el nivel de dolor
caía como en un vuelo repentino hacia el placer,
¿no habría eso abierto en él
el terror feroz de entender al otro? Pero entonces habría tenido
5999
más. Posiblemente casi nunca
pasa, que un Marco Craso
tome conciencia. Creo que durmió, y se despertó
al sueño de su conciencia, levantó la abertura de su carpa
y miró lentamente hacia afuera, a los susurros y crujidos
de su prado viviente —suyo, como un órgano
externo, un corazón.

Stag’s leap

Then the drawing on the label of our favorite red wine

looks like my husband, casting himself off a

cliff in his fervor to get free of me.

His fur is rough and cozy, his face

placid, tranced, ruminant,

the bough of each furculum reaches back

to his haunches, each tine of it grows straight up

and branches, like a model of his brain, archaic,

unwieldy. He bears its bony tray

level as he soars from the precipice edge,

dreamy. When anyone escapes, my heart

leaps up. Even when it’s I who am escaped from,

I am half on the side of the leaver. It’s so quiet,

and empty, when he’s left. I feel like a landscape,

a ground without a figure. Sauve 

qui peut —let those who can save themselves

save themselves. Once I saw a drypoint of someone

tiny being crucified

on a fallow deer’s antlers. I feel like his victim,

and he seems my victim, I worry that the outstretched

legs on the hart are bent the wrong way as he

throws himself off. Oh my mate. I was vain of his

faithfulness, as if it was

a compliment, rather than a state

of partial sleep. And when I wrote about him, did he

feel he had to walk around

carrying my books on his head like a stack of

posture volumes, or the rack of horns

hung where a hunter washes the venison

down with the sauvignon? Oh leap,

leap! Careful of the rocks! Does the old

vow have to wish him happiness

in his new life, even sexual

joy? I fear so, at first, when I still

can’t tell us apart. Below his shaggy

belly, in the distance, lie the even dots

of a vineyard, its vines not blasted, its roots

clean, its bottles growing at the ends of their

blowpipes as dark, green, wavering groans.

El salto del ciervo

En ese instante
la ilustración en la etiqueta de nuestro tinto preferido
se asemeja a mi esposo, lanzándose hacia el precipicio
en su fervor por liberarse de mí.
Su piel es áspera y cómoda; su rostro
plácido, en trance, rumiante;
cada miembro de la fúrcula llega hasta sus ancas,
cada púa se extiende derecha, hacia arriba;
las ramas, modelos de su cerebro, arcaico,
indomable. Alinea su osamenta al alzar vuelo
desde la orilla del precipicio,
fabuloso.  Cuando alguien se fuga,
mi corazón salta. Incluso cuando huyo de mí misma,
la mitad de mí está con quien se marcha.
Todo es callado, vacío cuando él se va.
Me siento un paisaje, una tierra sin forma.
Sauve qui peut  —deja que se salven los que puedan.
Una vez vi un grabado en las astas de un gamo
donde alguien pequeño era crucificado.
Me siento su víctima, él parece la mía.
Me preocupa que las alargadas piernas del ciervo
se tuerzan al lanzarse. Oh mi pareja.
Fui ilusa de su fidelidad, como si fuera un halago
más que un estado parcial de sueño.
Y cuando escribí sobre él ¿Sintió que debía caminar
con mis libros apilados sobre su cabeza
para mejorar su postura, o con un marco de cuernos
como esos colgado frente al cazador
que se baja un trozo de carne de venado con sauvignon?
¡Oh salta, salta! ¡Cuidado con las rocas!
¿Acaso el antiguo voto debe desearle felicidad
en su nueva vida, incluso gozo sexual?
Temo que sí, al inicio,
cuando aun no pueda diferenciarnos.
Bajo su velludo vientre, a lo lejos,
se observan las motas alineadas del viñedo,
sus vides sin reventar, sus raíces limpias,
sus botellas crecen en los extremos de sus cerbatanas
tal oscuros, frescos, vacilantes gemidos.

Love

I had thought it was something we were in. I had thought we were

in it that day, in the capital

of his early province —how could we

have not been in it, in our hotel room, in the

cries through the green grass-blade. Then, knees

weak. I thought I was in it when I said

would he mind going out into the town on his own.

I knew there was sorrow there, byways, worn

scrimshaw of a child’s isolateness.

And who had pulled us down on the bed for the

second time that day, who had

given-taken the kiss that would not

stop till the cry —it was I, sir, it was I,

my lady, but I thought that all we did

was done in love’s sight. So he went out by himself

into the boyhood place of deaths

and icy waters, and I lay in that bowl-of-

cream bed purring. The room was like the bridge of a

ship, windows angled out over the harbor —

through thick, smooth Greenland glass I

saw the port city, I curled and sinuous’d

and slow-flicked my most happy tail, and

further into cold fog

I let him go, I lay and stretched on love’s

fucking stretcher, and let him wander on his

own the haunt salt mazes. I thought

wherever we were, we were in lasting love —

even in our separateness and

loneliness, in love —even the

iceberg just outside the mouth, its

pallid, tilting, jade-white

was love’s, as we were. We had said so. And its inner

cleavings went translucent and opaque,

violet and golden, as the afternoon passed, and there were

feathers of birds inside it preserved, and

nest-down and maybe a bootlace,

even a tern half shell, a baby shoe, love’s

tiny dory as if permanent

inside the bright overcast.

Amor

Habría imaginado que era algo que sentíamos.
Habría asegurado que fue eso lo que sentimos
ese día, en la capital
de su juvenil provincia—cómo no podríamos
haberlo sentido, en nuestra cama de hotel,
entre gritos por esas verdes cuchillas del pasto.
Luego, débiles rodillas,
pensé que lo sentía cuando me pregunté
si le importaría adentrarse en el pueblo por su cuenta.
Sabía que allá encontraría pena, senderos,
el aislamiento de un niño tallado en el desgastado marfil.
Quién nos arrastraría hacia la cama una segunda vez ese día,
Quién recibiría-daría ese beso sin detenerse
hasta gritar—fui yo, señor, fui yo, mi señora,
pero pensé que todo lo habíamos hecho
ante los ojos del amor. Así que solo
se internó en la infancia de muertes,
en heladas aguas, mientras yo entre ronroneos
me recostaba en aquella cama de peonías.
La habitación fue el puente de mando en un barco,
ventanas asomándose al puerto,
a través del grueso y fino cristal groenlandés,
contemplé la ciudad portuaria,
enrollé, serpenteé, luego lancé
un lento latigazo con la mayor felicidad de mi cola,
dejé que entrara en la fría bruma,
me recosté luego me estiré
sobre la maldita camilla del amor.
Lo dejé a la deriva en los encantados laberintos de sal.
Esperaba que donde sea  que estuviéramos,
nuestro amor fuera duradero—
hasta en nuestra separación y soledad, enamorados
—incluso ese témpano apenas afuera de la boca,
el blanco jade, su palidez, su inclinación,
le pertenecían al amor, igualmente nosotros.
Así lo hubiéramos afirmado.
Sus hendiduras internas se desvanecieron, se opacaron,
se tiñeron de violeta y dorado, mientras pasaba la tarde,
y hubo plumas que preservó y anidó en su interior,
quizá el cordón de una bota,  medio cascarón de charrán,
un zapatito de bebé, el pececillo del amor
tal euforia permanente en las entrañas.

Unspeakable

Now I come to look at love

in a new way, now that I know I am not

standing in its light. I want to ask my

almost-no-longer husband what it’s like to not

love, but he doesn’t want to talk about it,

he wants a stillness at the end of it.

And sometimes I feel as if, already,

I am not here—to stand in his thirty-year

sight, and not in love’s sight,

I feel an invisibility

like a neutron in a cloud chamber buried in a mile-long

accelerator, where what cannot

be seen is inferred by what the visible

does. After the alarm goes off,

I stroke him, my hand feels like a singer

who sings along him, as if it is

his flesh that’s singing, in its full range,

tenor of the higher vertebrae,

baritone, bass, contrabass.

I want to say to him, now, What

was it like, to love me—when you looked at me,

what did you see? When he loved me, I looked

out at the world as if from inside

a profound dwelling, like a burrow, or a well, I’d gaze

up, at noon, and see Orion

shining—when I thought he loved me, when I thought

we were joined not just for breath’s time,

but for the long continuance,

the hard candies of femur and stone,

the fastnesses. He shows no anger,

I show no anger but in flashes of humor,

all is courtesy and horror. And after

the first minute, when I say, Is this about

her, and he says, No, it’s about

you, we do not speak of her.

Inmencionable

Hoy observo al amor
de otra manera, hoy sé que no
poso bajo su luz. Le pregunto a mi
casi-ya-no-más esposo qué se siente cuando
no se ama, pero no quiere hablar al respecto,
desea tranquilidad en este final.
A veces siento que ya
no estoy allí—para posarle en ese paisaje
de treinta años, ni a las campiñas del amor.
Siento una invisibilidad,
neutrón en la oscura cámara sepultada en el acelerador
de una milla, donde lo que no se ve
es inferido por lo visibles.
Cuando suena la alarma
lo acaricio, mi mano se piensa cantarina
que se entona con su cuerpo,
tal fuera su piel quien alcanza su nota más alta,
tenor de altas vértebras,
barítono, bajo, contrabajo.
Quiero preguntarle, ahora,
Qué se sentías cuando me amabas,
—cuando me observabas ¿Qué percibías?
Cuando me amaba contemplaba el mundo
desde el interior de una profunda morada
tal pozo o madriguera. Al medio día
alzaría su mirada para contemplar el brillo de Orión
—cuando pensé que me amaba, cuando creí
que duraríamos unidos más que un suspiro,
por un continuo instante,
dulce de fémur y piedra,
la solidez. No muestra ira, tampoco yo,
pero en destellos de humor
todo es cortesía y horror.
Un minuto ha pasado, pregunto,
¿Todo esto tiene que ver con ella?
Él responde, No, tiene que ver contigo,
a ella no debemos mencionarla.

Crazy

I’ve said that he and I had been crazy

for each other, but maybe my ex and I were not

crazy for each other. Maybe we

were sane for each other, as if our desire

was almost not even personal—

it was personal, but that hardly mattered, since there

seemed to be no other woman

or man in the world. Maybe it was

an arranged marriage, air and water and

earth had planned us for each other—and fire,

a fire of pleasure like a violence

of kindness. To enter those vaults together, like a

solemn or laughing couple in formal

step or writhing hair and cry, seemed to

me like the earth’s and moon’s paths,

inevitable, and even, in a way,

shy—enclosed in a shyness together,

equal in it. But maybe I

was crazy about him—it is true that I saw

the light around his head when I’d arrive second

at a restaurant—oh for God’s sake,

I was besotted with him. Meanwhile the planets

orbited each other, the morning and the evening

came. And maybe what he had for me

was unconditional, temporary

affection and trust, without romance,

though with fondness—with mortal fondness. There was no

tragedy, for us, there was

the slow-revealed comedy

of ideal and error. With precision of action

it had taken, for the bodies to hurtle through

the sky for so long without harming each other.

Locos

Habría dicho que él y yo estábamos locos
el uno por el otro, pero quizá mi ex y yo no lo estábamos.
Más bien estábamos cuerdos el uno por el otro,
como si nuestra pasión no fuera personal—
sí lo era, pero eso poco importaba, pues al parecer
no existía otra mujer u otro hombre en el mundo.
Quizá fue un matrimonio planeado,
aire, agua y tierra, nos habrían diseñado
el uno para el otro—y el fuego,
un fuego de placer tal agradable violencia.
Ingresar juntos a esas bóvedas,
tal solemne o risueña pareja con paso formal
o  pelo retorcido y luego el llanto,
evocaban de la tierra y la luna sus senderos
inevitables, e incluso, de alguna forma,
tímidos—juntos contenidos en una timidez,
semejantes en ella. Pero quizá era que
estaba loca por él—En verdad vi esa luz
alrededor de su cabeza cuando llegué después de él
al restaurante—oh por el amor de Dios,
estaba perdidamente enamorada. Mientras los planetas
orbitaban entre sí, llegó la mañana y luego la noche.
Quizá lo que sentía por mí era incondicional,
afecto y confianza temporal, sin romance,
con cariño—cariño mortal. Lo nuestro no fue una tragedia,
fue la comedia del ideal y del error
revelada a fuego lento.
Cuánta precisión de movimiento se requiere
para que los cuerpos viajen por el cielo
a gran velocidad, por tanto tiempo, sin herirse uno al otro.

La Promesa

Con el segundo trago, en el restaurant,
tomados de la mano sobre la mesa vacía,
hablamos de eso otra vez, renovamos nuestra promesa
de matarnos el uno al otro. Estás tomando gin,
el enhebro azul noche
se disuelve en tu cuerpo, yo tomo Fumé,
mastico su tierra fragante y ahumada, estamos
recibiendo tierra, ya somos en parte polvo,
y donde sea que estemos, estamos también en nuestra
cama, encajados, desnudos, a lo largo uno del otro,
cercanos, embriagados
después del amor, entrando y
saliendo del borde de la conciencia,
nuestros cuerpos felices, entrelazados. Tu mano
se tensa sobre la mesa. Te da miedo
que me acobarde. Lo que no quieres
es agonizar en una cama de hospital por un año
después de un infarto, incapaz
de pensar o de morir, no quieres
que te aten a una silla como a tu impecable abuela,
profiriendo insultos. El cuarto en penumbras
a nuestro alrededor,
globos de marfil, cortinas rosadas
ceñidas por la cintura —y afuera
un anochecer de verano tan leve,
alto, luminoso. Te digo que no me
conoces si creer que no te
mataré. Piensa en cómo hemos flotado juntos,
mirándonos a los ojos, pezón contra pezón,
sexo sobre sexo, las mitades de una criatura
resurgiendo hasta el borde de la materia
y sobrepasándola —me conoces de la brillante
sala de partos salpicada de sangre, si un león
te tuviera entre sus dientes yo lo atacaría, si las sogas
que ataran tu alma fueran tus propias muñecas, yo las cortaría.

Última Hora

En medio de la noche, me hice una cama
en el piso, alineándola fielmente a mi madre,
la cabecera hacia las colinas, los pies hacia la Bahía donde
los pájaros vadean para buscar moluscos —me acosté,
y el primer cascabel de la muerte sonó
con su autoridad del desierto. Ella tenía ese aspecto de
niño cantor en un ventarrón,
pero su cara se había vuelto más material,
como si los tejidos, almacenados con su vida,
estuvieran siendo reemplazados desde algún abastecimiento general
de jaleas y resinas. Su cuerpo la respiraba,
crujidos y chasquidos de mucosidad, y después
ella no respiraba. A veces parecía
que no era mi madre, como si hubiera sido sustituida
por un ser más adecuado a esa tarea,
una criatura más simple y más calma, y sin embargo
saturada del anhelo de mi madre.
La palma de mi mano le rodeaba la coronilla
donde latía su corazón feroz, la otra mano sobre su
hombro pequeño, me mantuve a la par de ella,
y entonces empezó a apurarse,
a adelantarse, después se quedó quieta y su
lengua, manchada como motas de maná,
se levantó, y un jadeo se formó en su boca,
como si lo hubieran forzado a entrar, después la calma. Después otro
suspiro, como de alivio, y después
la paz. Esto siguió por un rato, como si ella estuviera
expresando, sin apuro,
sus sentimientos sobre este lugar, su tierra
y apesadumbrada conclusión, y después, contra
la palma de mi mano en su cabeza, el regalo de no
sufrir, ningún latido;
por momentos, sus latidos parecían curvarse—
y después sentí que ella no estaba allí,
sentí como si ella siempre hubiera querido
escaparse y ahora se hubiera escapado.
Entonces se transformó,
despacio, en una cosa de hueso,
que marcaba el lugar donde ella había estado.

Cuando Mi Hijo Está Enfermo

Cuando mi hijo está tan enfermo que se duerme
a mitad del día, la cabeza pequeña, ovalada
y dura con tanto dolor que
prefiere olvidar la conciencia como
alguien que cuelga de una cuerda en llamas
dejando ir su vida, me siento y
apenas respiro. Pienso en la
piel medio líquida de sus labios,
inflamada y mellada con ranuras rojas como
fisuras en la corteza de un volcán, desde
donde se puede ver el fuego. Aunque estoy
al otro lado del pasillo, veo los
bultos frenéticos de sus globos oculares tirando
de los párpados verdosos, sus sienes
rojas y agrias de dolor, su piel
como oro pálido, como mantequilla fría que luego
cambia un poco a mantequilla rancia hasta que
le salen pecas que se pueden extender, islas negras
y pequeñas de moho, duerme el sueño
terrible del enfermo, su corazón esforzado
que late como un conducto en su cuerpo, como un
zapato golpea las barras de acero cuando
alguien quiere que lo dejen salir, me
siento, me siento muy quieta, estoy en las
afueras del mundo, en el límite descubierto
cuando se supo que era plano; el borde desgarrado,
grueso y de barro negro, los vasos y las
venas y los tendones que cuelgan
en suspenso,
cuando mi hijo está enfermo me siento en el borde de
la nada y me cuelgan las piernas
y a veces dejo caer un zapato
para entregarle algo.

The shore

And when I was nearing the ocean, for the first

time since we’d parted—

approaching the place where the liquid stillborn

robe pulls along pulverized boulder—

that month, each year, came back, when we’d swim,

first thing, then go back to bed, to the kelp-field, our

green hair pouring into each other’s green

hair of skull and crux bone. We were like

a shore, I thought—two elements, touching

each other, dozing in the faith that we were

knowing each other, one of us

maybe a little too much a hunter,

the other a little too polar of affection,

polar of summer mysteriousness,

magnetic in reticent mourning. His first

mate was a husky pup, who died,

from the smoke, in a fire. Someone asked him,

once, to think from the point of view

of the flames, and his face relaxed, and he said,

Delicious. I hope he can come to think

of me like that. The weeks before he left,

I’d lie on him, as if not heavy,

for a minute, after the last ferocious

ends of the world, as if loneliness had come

overland to its foreshore, breaker,

shelf, trench, and then had fallen down to where

it seemed it could not be recovered from. Elements,

protect him, and those we love, whether we both

love them or not. Physics, author of our

death, stand by us. Compass, we are sinking

down through sea-purse toward eyes on stalks.

We have always been going back, since birth,

back toward not being alive. Doing it—

it—with him, I felt I shared

a dignity, an inhuman sweetness

of his sisters and brothers the iceberg calf,

the snow ant, the lighthouse rook,

the albatross, who once it breaks out of the

shell, does not set down again

La playa

Y cuando me acercaba al océano

por primera vez después de nuestra separación—

semejante al sitio donde una mortinata bata acuosa

se extiende sobre la pulverizada roca—

ese mes, cada año, regresa, primero nadaríamos,

luego volveríamos a la cama, al campo de algas marinas,

el verde cabello de nuestros cráneos,

de esa esencia ósea, vertiéndose sobre ellos mismos.

Fuimos una playa—dos elementos rozándose,

soñando con la creencia de conocernos uno al otro,

uno demasiado cazador, el otro muy opuesto al cariño,

al misterio del verano, atraído por el reservado luto.

Su primer compañero fue un pequeño husky,

se ahogó, con el humo de un incendio. Una vez,

alguien le pidió, que lo viera

desde el punto de vista de las llamas,

su rostro se suavizó, y exclamó, Delicioso.

Espero que algún día piense lo mismo de mí.

Semanas antes de su partida

me habría recostado por un rato sobre él, tal fuera ligera,

tras los últimos fallecimientos atroces del mundo,

como si la soledad hubiera arribado por tierra a su playa,

al malecón, al arrecife, a la fosa oceánica,

y luego se hubiera hundido al parecer

hasta un lecho del cual nunca saldría.

Hay elementos que lo protegen,

incluso aquellos a quienes amamos, ambos o individualmente.

La física, autora de nuestra muerte, nos espera.

Brújula, nos hundimos en el tesoro del mar

hacia esos ojos en acecho. Siempre hemos estado retrocediendo,

desde el nacimiento, retrocediendo a la ausencia de vida.

Haciendo esto —esto— con él,

sentí que compartía una dignidad,

la  dulzura inhumana de sus hermanas y hermanos

el ballenato del témpano, la hormiga de nieve,

la torre del faro, los albatros, ese

quien una vez fuera de su concha,

se eleva, para nunca descender.

Imagen : Ruven Afanador for The New York Times

Sharon Olds (San Francisco, EE.UU. 19 de noviembre de 1942). Poeta, considerada una de las principales voces de la poesía contemporánea.

Nacida y educada en una familia muy rígida y en una sociedad donde la American way of life pensaba a la mujer en la cocina, atendiendo solícita a su marido y teniendo hijos. Sharon asistió a la Universidad de Stanford donde se graduó e hizo su doctorado en la Universidad de Columbia en 1972.

Con treinta y siete años publicó, en 1980, su primer libro de poemas, Satán dice (Ediciones Igitur, 2001), que la convirtió en una de las figuras centrales de la poesía estadounidense contemporánea. Después publicó El padre (Bartleby Editores, 2004), Los muertos y los vivos (Bartleby Editores, 2006), One Secret Thing (2009), La célula de oro (Bartleby Editores, 2016) o El salto del ciervo (Ediciones Igitur, 2018). En argentina se ha publicado la antología La materia de este mundo(Gog & Magog, 2015) y La habitación sin barrer (Gog & Magog, 2019).

 Entre los numerosos premios y reconocimientos que ha recibido a lo largo de su trayectoria, destacan el Premio Nacional de las Artes, un Premio Pulitzer, la beca de la Fundación Guggenheim o el premio del San Francisco Poetry Center ya por su primera colección de poemas, Satan Says, publicada en 1980.

 Sharon Olds enseña poesía en los talleres de la Universidad de Nueva York. También continúa impartiendo clases en el taller de escritura para discapacitados graves que ayudó a fundar en el Hospital Estatal de Nueva York.

 La obra de Olds ha sido seleccionada en más de cien antologías de poesía e incluida en distintos manuales de literatura. Su poemas ha sido traducida a siete idiomas.

Fue poeta laureada del Estado de Nueva York entre 1998-2000. Sharon Olds está considerada una de las mejores poetas vivas de nuestra época. 

Enlaces de interés :

https://www.theguardian.com/lifeandstyle/2013/jan/26/sharon-olds-american-poet-divorce

https://www.eternacadencia.com.ar/blog/ficcion/item/traducir-a-sharon-olds-ha-sido-una-de-las-experiencias-mas-gozosas-de-mi-vida-literaria.html

Sharon Olds. El poder de la transgresión

Nota :

Esta entrada ha sido actualizada en julio de 2023 debido a la concesión del Primer Premio de Poesía internacional Joan Margarit, impulsado por el propio instituto, por la editorial La Cama Sol y la familia del poeta catalán.

El Rey de España Felipe VI entrega el premio a la poeta Sharon Olds en el Instituto Cervantes en Nueva York, en presencia de Mónica Margarit, hija del poeta Joan Margarit que da nombre al galardón  Angel Colmenares / EFE

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