14 Poemas de Jorge Guillén

Tarde mayor

Libre nací y en libertad me fundo

Cervantes

Tostada cima de una madurez,
Esplendiendo la tarde con su espíritu
Visible nos envuelve en mocedad.

Así te yergues tú, para mis ojos
Forma en sosiego de ese resplandor,
Trasluz seguro de la luz versátil.

Si aquellas nubes tiemblan a merced,
Un día, de un estrépito enemigo,
Mescolanza de súbito voraz,

Oscurecidos y desordenados
Penaremos también. Y no habrá alud
Que nos alcance en la ternura nuestra.

Esos árboles próceres se ahíncan
Dedicando sus troncos al cénit,
A un cielo sin crepúsculos de crimen.

Si tal fronda perece fulminada,
Rumoroso otra vez igual verdor
Se alzará en el olvido del tirano.

Y pasará el camión de los feroces.
Castaños sin Historia arrojarán
Su florecilla al suelo -blanquecino.

Un ámbito de tarde en perfección
Tan desarmada humildemente opone,
Por fin venciendo, su fragilidad

A ese desbarajuste sólo humano
Que a golpes lucha contra el mismo azul
Impasible, feroz también, profundo.

Fugaz la Historia, vano el destructor.
Resplandece la tarde. Yo contigo.
Eterna al sol la brisa juvenil.

Los nombres

Albor. El horizonte
entreabre sus pestañas,
y empieza a ver. ¿Qué? Nombres.
Están sobre la pátina

de las cosas. La rosa
se llama todavía
hoy rosa, y la memoria
de su tránsito, prisa.

Prisa de vivir más.
A lo largo amor nos alce
esa pujanza agraz
del Instante, tan ágil

que en llegando a su meta
corre a imponer Después.
Alerta, alerta, alerta,
yo seré, yo seré.

¿Y las rosas? Pestañas
cerradas: horizonte
final. ¿Acaso nada?
Pero quedan los nombres.

El mar es un olvido

El mar es un olvido,
una canción, un labio;
el mar es un amante,
fiel respuesta al deseo.

Es como un ruiseñor,
y sus aguas son plumas,
impulsos que levantan
a las frías estrellas.

Sus caricias son sueños,
entreabren la muerte,
son lunas accesibles,
son la vida más alta.

Sobre espaldas oscuras
las olas van gozando.

Foto de la Generación del 27 en el tercer centenario de Góngora, en Sevilla, 1927. De izquierda a derecha: Rafael Alberti, Federico García Lorca, Juan Chabás, Mauricio Bacarisse, José María Platero, Manuel Blasco Garzón, Jorge Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego

Desnudo

Blancos, rosas… Azules casi en veta,
retraídos, mentales.
Puntos de luz latente dan señales
de una sombra secreta.
Pero el color, infiel a la penumbra,
se consolida en masa.
Yacente en el verano de la casa,
una forma se alumbra.
Claridad aguzada entre perfiles,
de tan puros tranquilos
que cortan y aniquilan con sus filos
las confusiones viles.
Desnuda está la carne. Su evidencia
se resuelve en reposo.
Monotonía justa: prodigioso
colmo de la presencia.
¡Plenitud inmediata, sin ambiente,
del cuerpo femenino!
Ningún primor: ni voz ni flor. ¿Destino?
¡Oh absoluto presente!

Cima de la delicia

¡Cima de la delicia!
Todo en el aire es pájaro.
Se cierne lo inmediato
resuelto en lejanía.

¡Hueste de esbeltas fuerzas!
¡Qué alacridad de mozo
en el espacio airoso,
henchido de presencia!

El mundo tiene cándida
profundidad de espejo.
Las más claras distancias
sueñan lo verdadero.

¡Dulzura de los años
irreparables! ¡Bodas
tardías con la historia
que desamé a diario!

Más, todavía más.
Hacia el sol, en volandas
la plenitud se escapa.
¡Ya sólo sé cantar!

Jorge Guillén junto a su esposa, Germain Cahen, en un parque de Madrid. / Margarita Gutiérrez

Pleno amor

¿Amor envuelve en las formas
de un viento? Se transfigura
bajo un viento nuestro abrazo:
concentrándose está en lucha.
Triunfo habrá para los dos,
gocémonos. ¡Oh, no hay burla
contra la fe ya animal
de toda la criatura!
Desaparece la estancia.
Una luz de anhelo y súplica
crea un ámbito al amor
con muros de sombras juntas.
Infinita, sí, trascurre
la noche. Pero se ajusta
-con la precisión de un mundo
soñado por la absoluta
claridad- a este clarísimo
destino: nuestra ventura.
Y la ventura despacio
va confiándose -nunca
más estrellas en el cielo-
a una pesadumbre suya.
Mientras -la carne es también
alma, reina tu blancura-
un ritmo acoge y acrece
la obstinación -¡qué profunda
masa tanta noche en vela!-
de esta casi calentura,
de este buen ardor.
                                   Palpitan,
humildemente nocturnas,
las estrellas como si
regalasen una luna
de paz.
             Paz en la verdad.

II
En la verdad.
                        Y se anuncia
lo más fabuloso. ¿Tumba
para una resurrección,
para llegar a ser pluma
casi indistinta del aire,
aire sobre el mar, espuma
que fuese nube en un cielo
con voz de mar?
                            No hay más ruta
que este más allá mortal:
vértigo de una dulzura
que de más vida en más vida
se atropella, se derrumba,
-¡llega a tal embriaguez
el ser que desde su altura
conspira al derrumbamiento!-
y va a la noche desnuda
con un ansia de catástrofe,
o de postrer paz, en fuga
final ¿hacia qué reposos,
qué aplanamientos, qué anchuras?
¿O hacia la aniquilación
desesperada?
                           Concluya,
concluya tanta inminencia.
Todo se confía -nunca
más estrellas en el cielo–
a su pesadumbre muda,
fatal.

            ¡Sea!

                         Fatalmente
puede más que yo la angustia
que me entrega a la catástrofe, 
-todo conmigo sucumba- 
que no será… que no es
una catástrofe -¡brusca
perfección!- por más que abdique,
y se desplome y se hunda
-amor, amor realizado-
el alma en su carne: puras.

Jorge Guillén, Germaine Cahen y sus dos hijos, Teresa y Claudio.

Ars vivendi

Presentes sucesiones de difuntos
Quevedo



Pasa el tiempo y suspiro porque paso,
aunque yo quede en mí, que sabe y cuenta,
y no con el reloj, su marcha lenta
-nunca es la mía- bajo el cielo raso.

Calculo, sé, suspiro -no soy caso
de excepción- y a esta altura, los setenta,
mi afán del día no se desalienta,
a pesar de ser frágil lo que amaso.

Ay, Dios mío, me sé mortal de veras.
Pero mortalidad no es el instante
que al fin me privará de mi corriente.

Estas horas no son las postrimeras,
y mientras haya vida por delante,
serás mis sucesiones de viviente.

Jorge Guillén, Pedro Salinas y Luis Cernuda.

Susana y los viejos

Furtivos, silenciosos, tensos, avizorantes,
se deslizan, escrutan y apartando la rama
alargan sus miradas hasta el lugar del drama:
el choque de un desnudo con los sueños de antes.

A solas y soñando ya han sido los amantes
posibles, inminentes, en visión, de la dama.
Tal desnudez real ahora los inflama
que los viejos se asoman, tímidos estudiantes.

¿Son viejos? Eso cuentan. Es cómputo oficial.
En su carne se sienten, se afirman juveniles
porque lo son. Susana surge ante su deseo,
que conserva un impulso cándido de caudal.

Otoños hay con cimas y ráfagas de abriles.
–Ah, Susana. –¡Qué horror! –Perdóname. ¡Te veo!

Retrato de Guillén, por Adolfo Halty, 1953.

Hacia el poema

“Porque mi corazón de trovar non se quita”
Juan Ruiz

Siento que un ritmo se me desenlaza
de este barullo en que sin meta vago,
entregándome todo al nuevo halago
doy con la claridad de una terraza,

donde es mi guía quien ahora traza
límpido el orden en que me deshago
del murmullo y su duende, más aciago
que el gran silencio bajo la amenaza.

Se me juntan a flor de tanto obseso
mal soñar las palabras decididas
a iluminarse en vívido volumen.

El son me da un perfil de carne y hueso.
La forma se me vuelve salvavidas.
Hacia una luz mis penas se consumen.

De Cántico

Alba del Cansado

Un día más. Y cansancio.
O peor, vejez.
Tan viejo
soy que yo, yo vi pintar
en las paredes y el techo
de la cueva de Altamira.
No hay duda, bien lo recuerdo.
¿Cuántos años he vivido?
No lo sabe ni mi espejo.
¡Si sólo fuese en mi rostro
donde me trabaja el viento!
A cada sol más se ahondan
hacia el alma desde el cuerpo
los minutos de un cansancio
que yo como siglos cuento.
Temprano me desperté.
Aun bajo la luz, el peso
de las últimas miserias
oprime.
¡No! No me entrego.
Despacio despunta el alba
con fatiga en su entrecejo,
y levantándose, débil,
se tiende hacia mi desvelo:
Esta confusa desgana
que desemboca a un desierto
donde la extensión de arena
no es más que cansancio lento
con una monotonía
de tiempo inmerso en mi tiempo,
El que yo arrastro y me arrastra,
el que en mis huesos padezco.
Verdad que abruma el embrollo
de los necios y soberbios,
allá abajo removidos
por el mal, allá misterio,
sólo tal vez errabundos
torpes sobre sus senderos
extraviados entre pliegues
de repliegues, y tan lejos
que atrás me dejan profunda
vejez.
¡No! No la merezco.
Día que empieza sin brío,
alba con grises de enero,
cansancio como vejez
que me centuplica el tedio,
tedio ¿final? Me remuerde
la conciencia, me avergüenzo.
Los prodigios de este mundo
siguen en pie, siempre nuevos,
y por fortuna vivir
me obligan también.
Acepto.

De Clamor

El Acorde

Dedicatoria inicial
A mis hijos,
A la posible esperanza

I
La mañana ha cumplido su promesa.
Árboles, muros, céspedes, esquinas,
todo está ya queriendo ser la presa
que nos descubra su filón: Hay minas.

Rumor de transeúntes, de carruajes,
esa mujer que aporta su hermosura,
niños, un albañil, anuncios: viajes
posibles… Algo al aire se inaugura.

Libre y con paz, nuestra salud dedica
su involuntario temple a este momento
-cualquiera- de una calle así tan rica
del equilibrio entre el pulmón y el viento.

Historia bajo el sol ocurre apenas.
Ocurre que este viento respiramos
a compás de la sangre en nuestras venas.
Es lo justo y nos basta. Sobran ramos.

Modestamente simple con misterio,
-Nada resuena en él que no se asorde-
Elemental, robusto, sabio, serio,
nos ajusta al contorno el gran acorde:

Estar y proseguir entre los rayos
de tantas fuerzas de la amparadora
conjunción, favorable a más ensayos
hacia más vida, más allá de ahora.

No hay gozo en el acorde ni se siente
como un hecho distinto de la escueta
continuación de nuestro ser viviente:
gracia inmediata en curso de planeta.

II
Acorde primordial. Y sin embargo,
sucede, nos sucede… Lo sabemos.
El día fosco llega a ser amargo,
al buen remero se le van los remos.

Y el dolor, por asalto, con abuso,
nos somete a siniestro poderío,
que desgobierna al fin un orbe obtuso
de hiel, de rebelión, de mal impío.

Origen de la náusea con ira,
ira creciente. Polvo de una arena
cegadora nos cubre, nos aspira.
Y la mañana duele, no se estrena.

Surge el ceño del odio y nos dispara
con su azufre tan vil un arrebato
destructor de sí mismo, de esa cara
que dice: más a mí yo me combato.

¡Turbas, turbas! Y el mal se profundiza,
nos lo profundizamos, sombra agrega
de claroscuro a grises de ceniza,
alza mansión con pútrida bodega.

¿Es venenoso el mundo? ¿Quién, culpable?
¿Culpa nuestra la Culpa? Tan humana,
del hombre es quien procede aún sin cable
de tentador, sin pérfida manzana.

Entre los males y los bienes, libre,
carga Adán, bien nacido, con su peso
-Con su amor y su error- de tal calibre
que le deja más claro o más obseso.

Sin cesar escogiendo nuestra senda
-Mejor, peor, según, posible todo-
necesitamos que se nos entienda:
nuestro vivir es nuestro, sol por lodo.

Y se consuma el hombre todo humano.
Rabia, terror, humillación, conquista.
Se convence al hostil pistola en mano.
Al sediento más sed: que la resista.

Escuchad. Ya no hay coros de gemidos.
Al cómitre de antigua o nueva tralla
no le soportan ya los malheridos.
Y con su lumbre la erupción estalla.

Una chispa en un brinco se atraviesa
desbaratando máquina y cortejo.
Mugen todos. El mundo es su dehesa.
Más justicia, desorden, caos viejo.

III
Pero el caos se cansa, torpe, flojo,
las formas desenvuelven su dibujo,
acomete el amor con más arrojo.
Equilibrada la salud. No es lujo.

La vida, más feroz que toda muerte,
continúa agarrándose a estos arcos
entre pulmón y atmósferas. Lo inerte
vive bajo los cielos menos zarcos.

Si titubea tu esperanza, corta,
y tus nervios acrecen la maraña
de calles y de tráfagos, no importa.
El acorde a sí mismo no se engaña.

Y cuando más la depresión te oprima
y más condenes tu existencia triste,
el gran acorde mantendrá en tu cima
propia luz esencial. Así te asiste.

Con el sol nuestro enlace se renueva.
Robustece el gentío a su mañana.
Esa mujer es inmortal, es Eva.
La Creación en torno se devana.

Cierto, las horas de caricia amante,
y mientras nos serena su rosario,
trazan por las arrugas del semblante
caminos hacia el Fin, ay, necesario.

Nuestra muerte vendrá, la viviremos.
Pero entonces, no ahora, buen minuto
que no infectan los débiles extremos.
Es todavía pronto para el luto.

Al manantial de creación constante
no lo estancan fracaso ni agonía.
Es más fuerte el impulso de levante,
triunfador con rigores de armonía.

Hacia el silencio del astral concierto
el músico dirige la concreta
plenitud del acorde, nunca muerto,
del todo realidad, principio y meta.

De Clamor

Jorge Guillén e Irene Mochi Sismondi

Ya se alargan las tardes, ya se deja…

Ya se alargan las tardes, ya se deja
despacio acompañar el sol postrero
mientras él, desde el cielo de febrero,
retira al río la ciudad refleja

de la corriente, sin cesar pareja
-más todavía tras algún remero-
a mí, que errante junto al agua quiero
sentirme así fugaz sin una queja,

viendo la lentitud con que se pierde
serenando su fin tanta hermosura,
dichosa de valer cuando más arde

-bajo los arreboles- hasta el verde
tenaz de los abetos y se apura
la retirada lenta de la tarde.

Jorge Guillén recibiendo el premio Cervantes

Tentativa de Colaboración

Sobre el silencio nocturno
se levantan, se suceden
frases. Las impulsa un ritmo:
Claro desfile de versos
que sin romper el negror
de la noche a mí me alumbran.
Se funden cadencia y luz:
Palabra hacia poesía,
que se cumple acaso en ti,
en tu instante de poeta,
Mi lector.

De “Homenaje“, 1967.

Hacia el final

Llegamos al final,
a la etapa final de una existencia.

¿Habrá un fin a mi amor, a mis afectos?
Sólo concluirán
bajo el tajante golpe decisivo.

¿Habrá un fin al saber?
Nunca, nunca. Se está siempre al principio
de una curiosidad inextinguible
frente a infinita vida.

¿Habrá un fin a la obra?
Por supuesto.
Y si aspira a unidad,
por la propia exigencia del conjunto.
¿Destino?
No, mejor: la vocación
más íntima.

Jorge Guillén Álvarez. (Valladolid, España, 18 de enero de 1893 – Málaga, España, 6 de febrero de 1984). Poeta, profesor y crítico literario, perteneciente a la Generación del 27. Premio Cervantes 1976.

Nació en una familia de ideas liberales; era el mayor de cinco hermanos, cursó los primeros estudios en su ciudad natal y los completó a los dieciséis años cuando le enviaron a Suiza.

Vuelve a España para estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid; vive en la Residencia de Estudiantes, emblemático lugar de nuestra cultura y germen de una extraordinaria generación; recordemos que allí residieron también Federico García Lorca, Luis Buñuel, Salvador Dalí y Severo Ochoa y que allí acudían con asiduidad Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Pedro Salinas, Eugenio D’Ors, Manuel de Falla o Rafael Alberti. Si bien estudió en Madrid se licenció en la Universidad de Granada en 1913.

Gran amigo de Pedro Salinas (Madrid, 1892-Boston, 1951), les unió el afán por lograr una poesía conceptual, pura. Fue como él profesor universitario, y como él, fue lector de español, cuando en 1917 le sucedió en esta tarea en la Universidad de la Sorbona. Allí, en París, conoce a Paul Valéry, un poeta que –como cuenta la biografía que publica la Fundación Jorge Guillén, ubicada en Valladolid– resultó ser, por su poesía pura, una de sus más destacadas influencias, lo mismo que Charles Baudelaire por su organización poética en un solo libro, y Walt Whitman por su júbilo y exaltación de lo vital.

En 1920 empieza a publicar sus poemas en revistas como “La Pluma” y en la “Revista de Occidente“. Pronto adquiere una sólida reputación entre los medios literarios más exigentes.

En ese periodo que duró hasta 1923, empieza a redactar la que sería su gran obra, Cántico; se casa con Germaine Cohen, escribe críticas literarias y publica alguna poesía en La Pluma Revista de Occidente.

Estamos ahora de nuevo en España. En 1926 ocupa la Cátedra de Literatura de la Universidad de Murcia; dos años más tarde aparece en la Revista de Occidente, la primera edición de Cánticoviaja a Oxford donde realiza un lectorado entre 1929 y 1931, año, este último, en el que vuelve  para trabajar en la Universidad de Sevilla. 

La Guerra Civil sorprende a Jorge Guillén en Valladolid. Desde aquí envía a sus hijos a París y el matrimonio acuerda reunirse con ellos en la capital gala, pero es encarcelado a su paso por Pamplona acusado de espionaje. La intervención de su padre, Julio Guillén, albista republicano, permite su liberación: consigue una importante nómina de firmas en favor de su hijo, entre ellas, las del arzobispo de Valladolid y personas cercanas a Queipo de Llano. El 19 de agosto, el día en que Lorca fue asesinado, Jorge Guilén y su mujer fueron puestos en libertad.

Tras un breve periodo en su Cátedra en la Universidad de Sevilla y pese a que traduce el Canto a los mártires de España de Claudel para la Falange (una edición publicada con el yugo y las flechas en la portada, de la que renegó años después), el poeta sabe que está señalado como sospechoso desde su paso por la cárcel de Pamplona y su matrimonio con una judía. Decide aprovechar su amistad con el entonces ministro de Educación en el Gabinete de Franco para solicitar los permisos necesarios para abandonar el país en julio de 1938.

Comienza el periplo americano. Imparte clases en las universidades de Middlebury y McGill (Montreal) y en el Wellesley College (Massachusetts) donde permaneció hasta su jubilación en 1957.

Vuelve por primera vez a España en 1949 para visitar a su padre enfermo. La correspondencia que mantuvo con algunos de sus colegas deja constancia de que pasó esos dos meses en Valladolid, en la casa de sus padres, en lo que hoy es la calle de la Constitución. En estos días, en la capital del Pisuerga, comenzó a escribir Clamor. En otra carta de 1951, su amigo Juan Ruiz Peña le comunica que le visitará en Valladolid. 

Si bien su vinculación con España se mantiene a través de visitas puntuales (se conocen, al menos, viajes en 1955, 1958, 1961, 1967 y 1975), Guillén no regresa definitivamente hasta concluida la Dictadura, en 1977.

Fue este un periodo de enorme tristeza, por el exilio, las consecuencias de la guerra y las dolorosas muertes de su mujer en 1947 y de Pedro Salinas, 1951. 

En 1958 profesó un curso en la cátedra Charles Elior Norton, de la Universidad de Harvard, y las conferencias pronunciadas con este motivo se convertirían posteriormente en un libro publicado en España con el título de “Lenguaje y Poesía” (1962).

En 1958 viaja a Italia y es en Florencia donde conoce a Irene Mochi-Sismondi con la que se casa en Bogotá, el 11 de octubre de 1961. Reanudó su labor docente en Harvard y Puerto Rico, pero una caída con rotura de cadera le apartó de la docencia en 1970.

En 1977, cuando regresa para recibir el Premio Cervantes, decide establecerse directamente en España. Se traslada a Málaga, donde reside hasta su muerte.

Jorge Guillén recibió el Premio de la Academia Americana de las Artes y Letras (1955), el Premio Cità de Firenze (1957), el Premio Erna-Taormina (1959), el Premio Bennet (1976)el Premio Cervantes en 1976, y al año siguiente el Premio Internacional Alfonso Reyes y fue nombrado Hijo Predilecto de Andalucía en 1983.

Murió el 6 de febrero de 1984 y está enterrado en el Cementerio Anglicano de San Jorge, en Málaga.

Obra poética:

Cántico (75 poemas), Revista de Occidente, Madrid, 1928

  • Cántico (125 poemas), Cruz y Raya, Madrid, 1936
  • Cántico (270 poemas), Litoral, México, 1945
  • Cántico (334 poemas), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1950

   Clamor Maremagnun, Bs. As., Sudamericana, 1957

  • Clamor… Que van a dar en la mar, Bs. As., Sudamericana, 1960
  • Clamor. A la altura de las circunstancias, Bs. As., Sudamericana, 1963

Homenaje Reunión de vidas, Milán, All’Insegna del Pesce d’oro, 1967

 Y otros poemas Bs. As., Muchnik, (1973)

 Final B., Barral,(1982)

Critica :

  • Lenguaje y poesía (1962)
  • El argumento de la obra (1969)
  • En torno a Gabriel Miró: breve epistolario (1973)
  • «Prólogo» a Obras de Federico García Lorca (1898–1936).

Enlaces de interés : https://canales.elnortedecastilla.es/jorge_guillen/fotografias/galeria/img/foto10.htm

https://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/julio_23/06072023_01.htm

https://fundacionjorgeguillen.es

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