13 Poemas de Dámaso Alonso

Calle del arrabal

Se me quedó en lo hondo
una visión tan clara,
que tengo que entornar los ojos cuando
pretendo recordarla.

A un lado, hay un calvero de solares;
enfrente, están las casas alineadas,
porque esperan que de un momento a otro
la Primavera pasará.
Las sábanas,
aún goteantes, penden de todas las ventanas.
El viento juega con el sol en ellas
y ellas ríen del juego y de la gracia.
Y hay las niñas bonitas
que se peinan al aire libre.
Cantan
los chicos de una escuela la lección.
Las once dan.
Por el arroyo pasa
un viejo cojitranco
que empuja su carrito de naranjas.

De: Poemas puros. Poemillas de la ciudad, 1921. Reedición de Ed. Espasa – Colección:Austral, 1981

A un poeta muerto

Dedicado a Federico García Lorca

I
Dime, ¿te encuentras bien junto a esas flores?
Has muerto, y tu silencio nos rodea:
un enorme silencio (ayer, palabras
mágicas, invasoras profecías).
Hoy tu callar, redondo, nos envuelve
como un agua nocturna, ya sin aves,
como forma sin forma, como un vaho,
un desasido vaho en luz difusa.

¿Qué fue de tu árbol ágil, todo viento?
¿Qué fue de ti, gallarda cresta viva?

Tu tierno ardor, que coronaba el éxtasis,
¿cristalizó en quietud? ¿Cómo cesaron
de expresar la belleza más intacta
tus manos, cazadoras de tesoros,
tus dos manos en búsqueda frenética?
Ese tu claro sueño desvelado,
profunda cabellera de la noche,
¿por qué espacios se irradia transparentes
o en qué turbio torpor de nebulosa
se congeló? Y aquella norma oscura
que encadenaba en música palabras,
¿qué números impone a las estrellas,
qué ley al Sol, qué signos a lo extenso?

Un enorme silencio nos circunda:
un mundo en omisión, un gran sudario.
¿Has muerto, di? ¿Te sueño yo, en la muerte?
El agua del espejo, más helada,
nos dice la verdad: somos los muertos.
Somos nosotros los perdidos, vamos,
muertos de ti, con luto de tu sombra,
a tientas de tu rastro, dando voces
a una ausencia, preguntas a un olvido.
Vacías estructuras funerales,
oh, cuán inexorablemente, cierran
un horizonte rojo. Nuestra angustia
quiere tu densa voz y tu sonrisa:
vacío, soledad, silencio, sombra.
A una oquedad sin puerta preguntamos,
a un alcázar de pausas, siempre mudo.

Ay hombre de mi sangre. Ay sal de España.
Aceite del olivo era tu verso
y harina y acemite de los panes
y un denso mosto de fervientes cubas
y del espino albar y la amapola
la flor, y del tomillo y la retama.
De mar a mar ya zumban tus cantares.

Pero el verso mejor se fue contigo
a una España del Oro, cuyas torres,
doradas por la gloria, se proyectan,
cúmulos en el día de un verano,
sin ansias, sin ayer: quieto futuro.
Un misterio de luz cela un recóndito
centro de eterna patria incontingente.
Te nos has vuelto a la matriz sombría,
de su más virgen vena soterraña
manabas, y, alumbrado, fuiste forma:
signo de un día, eternidad profunda.

Y ese más bello canto que contigo
a la entraña se fue de la armonía
donde en amor se buscan las estrellas,
será pauta de músicas veladas,
reverterá sobre los campos nuestros
al ritmo de la nueva sembradura,
flameará en poetas solitarios,
atónitos, de pronto, a alto sentido,
y cantará en la sal de nuestros mares,
eterno en ti, sobre mi España eterna.

II


“Los muertos más profundos
aire en el aire, van.”
Jorge Guillén

Dinos, ¿te encuentras bien junto a esas flores?
Te miro en un paisaje al claroscuro,
por lentas avenidas solitarias,
en las que Dios con alas invisibles
roza apenas las copas de los árboles.
¿Adónde va, poeta, ese camino?

Hacia la noche lentamente avanzas.
Voy en tu alcance. En vano intento asirte:
viento no más entre mis brazos, sombra.
Te llamo, y un momento te detienes
como si recordaras de un espanto,
y vuelves, noche en noche, tu figura.
¿Me miras? No me ves. Son otras formas
las que en la hondura flotan del aljibe
vago de tus pupilas dilatadas.
Y esa rosa que llevas en la mano
es la rosa del mundo de los muertos.
¡Mírame! ¿No me ves? Yo soy tu amigo.
Ahora digo tu nombre. ¿No me escuchas?
¡Óyeme, aguarda!: yo también querría
irme de aquí, contigo siempre, siempre.
Y te alejas, te alejas deshilándote
en hebrillas de niebla que se funden
por el azul sin luna de la noche.

¿Adónde va, poeta, ese camino?
¿Qué nostalgia te impulsa, qué agonía?
Cruzan navíos las oscuras aguas,
caballos al galope por las trochas,
cometas el espacio, ayes el aire,
¿adónde van? ¿Adónde vas, poeta?

Es la hora en que bullen las ciudades
de la ansiedad. Estúpidos cortejos
entre una palabrera algarabía
ventean avizor la prima noche,
como canes hambrientos, y se lanzan
en busca de placer. Monstruosos labios,
Molocs de piedra artificial, devoran
la frenética hilera interminable,
ávida de soñar (¡Cuán pobres sueños!)

Amarillos tranvías taciturnos
desflecan a intervalos la marea
en creciente del odio, entre las horas
estériles de no saber amar,
de no entender la luz.
(¡La luz, la hierba, el árbol,
el pájaro, la flor, el verso, el agua!)
Las gárrulas esfinges vocingleras
proponen consignadas profecías
a torvos corazones. Y al conjuro,
en ojos mortecinos centellea
una ilusión aún. Ávidas manos
se aferran a jirones de la vida.
El prostíbulo brota en carcajadas
y arde en alcohol el árbol de la muerte.

¿Adónde va, poeta, ese camino?
Dios alienta en el aura de la noche,
y tú eres ya vilano de ese aliento.
Los rumbos de los muertos, en la noche,
¿adónde van? ¿Adónde, tu camino?

Un infinito anhelo, una tristeza
irreparable, una querencia oscura, turbia,
te arrastra, ¿hacia qué sierras o qué mares?

Bajo un tamiz de lunas en espectro,
se repelan pinadas a las cumbres,
en una fuga pánica; en lo hondo,
macizas sombras atenazan llanto:
agua, triste de noche. La llanura
es un lago de sombra y vaticinio.
¡Efluvios inmortales de un portento,
pausas de expectación, hálito alerta
de intactos seres surgen de la nada!
Los muertos, en la noche tienen rumbos.

Tristísima nostalgia hacia la carne.
¡Ser, ser, ansia de ser! Angustia, asfixia,
evocación, sin luces, de una ausencia,
arcos de puente, hacia la vida rotos,
¡oh rosas sumergidas, oh los lirios!
El desvaído mundo de los muertos
-¡ser!- quiere ser, y es sólo una memoria.

¿Dónde te lleva tu memoria ausente?
¿Siente quizá tu nada el alto soplo,
las agrias cresterías intangibles
de la sierra de plata, que recoge
de aquella vega (donde aún galopan
sombras de caballeros en algara)
el aroma y la luz dormida? ¿Acaso
te lleva el viento sobre los remates
de tu ciudad, que pueblan maravillas?
Tal vez sube la flor de la ribera
como un vaho hacia ti, y oyes las voces
y las quietas esquilas del ganado
y el cantar de las fuentes; ves tu casa,
la casa de tus sueños cuando niño.
Por la dulce ventana luminosa,
la rutinaria escena de otros días:
ya ponen tus hermanas los manteles;
la menor ahora canta, ahora se queda
pensativa, ahora ríe… (¿Un amor nuevo?)
¡Llegar! ¡Volver!

Pero en la brisa pasas,
y el imposible beso se deshace
en vedijas de aroma entre la noche.

Las horas lentas caen sobre tu olvido.
Y en el estanque, junto a los cipreses,
ni un pliegue, ni una luz.

¡Oh vida! ¡Oh vida!

III

Morir es aspirar una flor nueva,
un aroma que es sueño y nos invade
como un agua densísima. La Nada
acoge dulcemente a los vencidos.

Oh la Nada absoluta.
Los mortales temblamos a sus luces.
En esas claras horas del insomnio
he mirado sus ojos frente a frente:
es un amor, es un furor de hielo,
es una tromba quieta, sobre un mundo
sin extensión, sin forma, sin rumores.
Una idea de viento huracanado,
como el soplo de un dios posible, surge
del inminente hueco impenetrable.
¡Qué negras cabelleras derramadas,

qué ángulos estériles, qué augurios,
qué entrecortadas nieves, qué siseos!
Tristes aves sin sombra huyen perdidas
por cielos sin espacio. Desasidos
sueños sin soñador dejan estelas
inexistentes. Van con rotas jarcias
fantásticos navíos, a deshora,
cruzando un mar sin tiempo, proejando
hacia puertos sin nombre. Y en el fondo
del espectral laboratorio gélido,
en el alto alambique, borbotean
tiempo y eternidad.

Oh, no: la Nada
acoge dulcemente a los vencidos.
Tiene amores de madre, y es la madre
adonde vuelve todo lo que vive.
Este gran frenesí siempre en futuro,
este anhelo insaciable de mañana,
por hondos tajos, por ignotas hoces
de sombra y luz, de espanto y de prodigio,
esta angustia de ser que es nuestra vida,
un día rompe el dique y se desborda
sobre el remanso oscuro del reposo
en el lago sin tiempo y sin ribera.
¡Pausas, fragor, susurros! Y la Nada
acoge dulcemente a los vencidos.

Oh qué felicidad, cerrar los párpados
y entregarse a ese beso, el más hermoso
beso de nuestra vida. Oh noche quieta,
mudo testigo de la gran dulzura
en que se adensan nuestros claros días.
Oh gran sosiego, puerta negra al fondo,
cuando miran las pálidas estrellas
benignamente al que cruzó la linde.

Oh muerte, amada de este fiel amante
que es el que vive y en tu busca avanza
para saciarse en ti. Oh muerte, dulce,
leal enamorada y sin engaño:
recibe en tu reposo a nuestro amigo.
Siempre te amó, puesto que amó la vida.

¡Corónale de flores funerales,
mientras aquí esparcimos violetas
y lágrimas sobre una piedra muda!

A ti buscaba aquel sentido ignoto
de sus juegos de niño; a ti, los sueños
turbios de su terrible adolescencia.
Vio el mar, los bosques, las montañas súbitas
Sobre lentas llanuras dilatadas;
vio en los cielos las luces temblorosas
de las profundas noches de verano,
y le subía al alma una marea
de deseos oscuros: no sabía
que tú con mudas voces le llamabas.
Y conoció el amor. Vencidos cuerpos
se desplomaban sobre la delicia.
¿Lo fugaz conquistó lo permanente?

Allá abajo, en la veta más profunda
espiaba tu faz inescrutable.

¡Tú, muerte, tú, el amor; tú, en el amigo;
tú, la melancolía, los presagios,
los tímidos avances temblorosos;
tú, los rojos carbones y las llamas;
tú, el espasmo dulcísimo, tú oculta
amante, único amor, eterna amante!
Amó. Gritaba: “¡Vida! ¡Más, más vida!”
¡Amor, amor, principio de la muerte!

¡Terrible diosa de ojos dulces, sácialo!
Ya es sólo para ti: ya siempre tuyo.
Siempre. Ya es inmortal, ya es dios, ya es nada.

De:  Oscura noticia(1944)

Insomnio

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres
(según las últimas estadísticas).

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este
nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los
perros, o fluir blandamente la luz de la luna.

Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como
un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre
caliente de una gran vaca amarilla.

Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por
qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta
ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?

De: Hijos de la ira(1944)

La injusticia

¿De qué sima te yergues, sombra negra?
¿Qué buscas?
Los oteros,
como lagartos verdes, se asoman a los valles
que se hunden entre nieblas en la infancia del mundo.
Y sestean, abiertos, los rebaños,
mientras la luz palpita, siempre recién creada,

mientras se comba el tiempo, rubio mastín que duerme a las puertas de Dios.

Pero tú vienes, mancha lóbrega,
reina de las cavernas, galopante en el cierzo, tras tus corvas pupilas, proyectadas
como dos meteoros crecientes de lo oscuro,
cabalgando en las rojas melenas del ocaso,
flagelando las cumbres
con cabellos de sierpes, látigos de granizo.

Llegas,
oquedad devorante de siglos y de mundos,
como una inmensa tumba,
empujada por furias que ahincan sus testuces,
duros chivos erectos, sin oídos, sin ojos,
que la terneza ignoran.

Sí, del abismo llegas,
hosco sol de negruras, llegas siempre,
onda turbia, sin fin, sin fin manante,
contraria del amor, cuando él nacida
en el día primero.

Tú empañas con tu mano
de húmeda noche los cristales tibios
donde al azul se asoma la niñez transparente, cuando apenas
era tierna la dicha, se estrenaba la luz,
y pones en la nítida mirada
la primer llama verde
de los turbios pantanos.

Tú amontonas el odio en la charca inverniza
del corazón del vejo,
y azuzas el espanto
de su triste jauría abandonada
que ladra furibunda en el hondón del bosque.

Y van los hombres, desgajados pinos,
del oquedal en llamas, por la barranca abajo,
rebotando en las quiebras,
como teas de sombra, ya lívidas, ya ocres,
como blasfemias que al infierno caen.

… Hoy llegas hasta mí.
He sentido la espina de tus podridos cardos,
el vaho de ponzoña de tu lengua
y el girón de tus alas que arremolina el aire.
El alma era un aullido
y mi carne mortal se helaba hasta los tuétanos.

Hiere, hiere, sembradora del odio:
no ha de saltar el odio, como llama de azufre, de mi herida.
Heme aquí:
soy hombre, como un dios,
soy hombre, dulce niebla, centro cálido,

pasajero bullir de un metal misterioso que irradia la ternura.

Podrás herir la carne
y aun retorcer el alma como un lienzo:
no apagarás la brasa del gran amor que fulge
dentro del corazón, bestia maldita.

Podrás herir la carne.
No morderás mi corazón,
madre del odio.
Nunca en mi corazón,
reina del mundo

De: Hijos de la ira(1944)Ed. Austral, 2013

*Este poema no está incluido en la edición primera del libro, al parecer fue inspirado por algún suceso que impresionó profundamente al poeta.

Mujer con alcuza

¿Adónde va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?

Acercaos: no nos ve.
Yo no sé qué es más gris
si el acero frío de sus ojos,
si el gris desvaído de ese chal
con el que se envuelve el cuello y la cabeza
o si el paisaje desolado de su alma.

Va despacio, arrastrando los pies
desgastando suela, desgastando losa,
pero llevada
por un terror
oscuro,
por una voluntad de esquivar algo horrible.

Sí, estamos equivocados.
Esta mujer no avanza por la acera
de esta ciudad,
esta mujer va por un campo yerto,
entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes
y tristes caballones,
de humana dimensión, de tierra removida
de tierra
que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,
entre abismales pozos sombríos,
y turbias simas súbitas
llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.

Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren
en un tren muy largo
ha viajado durante muchos días y durante muchas noches:
unas veces nevaba y hacía mucho frío,
otras veces lucía el sol y remejía el viento
arbustos juveniles
en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.
Y ella ha viajado y ha viajado,
mareada por el ruido de la conversación,
por el traqueteo de las ruedas
y por el humo, por el olor a nicotina rancia.
¡Oh!:
noches y días,
días y noches,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos días,
y muchas, muchas noches.

Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes,
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
ni los sitios,
ni las épocas.

Ella recuerda sólo
que en todas hacía frío,
que en todas estaba oscuro,
y que al partir, al arrancar el tren
ha comprendido siempre
cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,
ha sentido siempre
una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla,
como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,
como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas,
blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo
como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios
y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.

Pero las lúgubres estaciones se alejaban,
y ella se asomaba frenética a las ventanillas,
gritando y retorciéndose,
sólo
para ver alejarse en la infinita llanura
eso, una solitaria estación
un lugar
señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico
por una cruz
bajo las estrellas,
y por fin se ha dormido,
sí, ha dormitado en la sombra,
arrullada por un fondo de lejanas conversaciones
por gritos ahogados y empañadas risas,
como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,
sólo rasgadas de improviso
por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,
o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,
… aún mareada por el humo del tabaco.

Y ha viajado noches y días,
sí, muchos días
y muchas noches.
Siempre parando en estaciones diferentes,
siempre con un ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,
ay,
para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada
para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.

… No ha sabido cómo.
Su sueño era cada vez más profundo,
iban cesando,
casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:
sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,
algún chillido como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.
Y luego nada.
Sólo la velocidad,
sólo el traqueteo de maderas y hierro
del tren,
sólo el ruido del tren.

Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola
y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,
de un vagón a otro,
y estaba sola,
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,
a algún empleado,
a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,
y estaba sola
y ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado
quién conducía,
quien movía aquel horrible tren.
Y no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola.
Y ha seguido días y días,
loca, frenética,
en el enorme tren vacío,
donde no va nadie,
que no conduce nadie.

… Y ésa es la terrible,
la estúpida fuerza sin pupilas,
que aún hace que esa mujer
avance y avance por la acera,
desgastando la suela de sus viejos zapatones,
desgastando las losas,
entre zanjas abiertas a un lado y otro,
entre caballones de tierra,
de dos metros de longitud,
con ese tamaño preciso
de nuestra ternura de cuerpos humanos.
Ah, por eso esa mujer avanza
(en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces,
o una nebulosa de cruces,
de cercanas cruces,
de cruces lejanas.

Ella,
en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más
se inclina
va curvada como un signo de interrogación
con la espina dorsal arqueada
sobre el suelo.
¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera
como si se asomara por la ventanilla
de un tren,
al ver alejarse la estación anónima
en que se debía haber quedado?
¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro
sus recuerdos de tierra en putrefacción,
y se le tensan tirantes cables invisibles
desde sus tumbas diseminadas?
¿O es que como esos almendros
que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta
conserva aún en el invierno el tierno vicio
guarda aún el dulce álabe
de la cargazón y de la compañía,
en sus; tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?

De: Hijos de la ira(1944)

Dámaso Alonso y Eulalia Galvarriato. Imagen archivo ABC

Yo

Mi portento inmediato,
mi frenética pasión de cada día,
mi flor, mi ángel de cada instante,
aun como el pan caliente con olor de tu hornada,
aun sumergido en las aguas de Dios,
y en los aires azules del día original del mundo:
dime, dulce amor mío,
dime, presencia incógnita,
45 años de misteriosa compañía,
¿aún no son suficientes
para entregarte, para desvelarte
a tu amigo, a tu hermano,
a tu triste doble?

¡No, no! Dime, alacrán, necrófago,
cadáver que se me está pudriendo encima
desde hace 45 años,
hiena crepuscular,
fétida hidra de 800.000 cabezas,
¿por qué siempre me muestras sólo una cara?
Siempre a cada segundo una cara distinta,
unos ojos crueles,
los ojos de un desconocido,
que me miran sin comprender
(con ese odio del desconocido)
y pasan:
a cada segundo.

Son tus cabezas hediondas, tus cabezas crueles,
oh hidra violácea.

Hace 45 años que te odio,
que te escupo, que te maldigo,
pero no sé a quién maldigo,
a quién odio, a quién escupo.

Dulce,
dulce amor mío incógnito,
45 años hace ya
que te amo.

De: Hijos de la ira(1944)

Preparativos de viaje

Unos
se van quedando estupefactos,
mirando sin avidez, estúpidamente, más allá, cada vez más allá,
hacia la otra ladera
otros
voltean la cabeza a un lado y otro lado,
sí, la pobre cabeza, aún no vencida,
casi
con gesto de dominio,
como si no quisieran perder la última página de un libro de aventuras,
casi con gesto de desprecio
cual si quisieran
volver con despectiva indiferencia las espaldas
a una cosa apenas si entrevista,
mas que no va con ellos.

Hay algunos
que agitan con angustia los brazos por fuera del embozo,
cual si en torno a sus sienes espantaran tozudos moscardones azules
o cual si bracearan en un agua densa, poblada de invisibles medusas.

Otros maldicen a Dios,
escupen al Dios que los hizo
y las cuerdas heridas de sus chillidos acres
atraviesan como una pesadilla las salas insomnes del hospital,
hacen oscilar como viento sutil
las alas de las tocas
y cortan el torpe vaho del cloroformo.

Algunos llaman con débil voz
a sus madres
las pobres madres, las dulces madres
entre cuyas costillas hace ya muchos años que se pudren las tablas del ataúd.

Y es muy frecuente
que el moribundo hable de viajes largos,
de viajes por transparentes mares azules, por archipiélagos remotos,
y que se quiera arrojar del lecho
porque va a partir el tren, porque ya zarpa el barco.
(Y entonces se les hiela el alma
a aquellos que rodean al enfermo. Porque comprenden.)
Y hay algunos, felices,
que pasan de un sueño rosado, de un sueño dulce, tibio y dulce,
al sueño largo y frío.

Ay, era ese engañoso sueño,
cuando la madre, el hijo, la hermana
han salido con enorme emoción, sonriendo, temblando, llorando,
han salido de puntillas,
para decir: «¡Duerme tranquilo, parece que duerme muy bien!»
Pero, no: no era eso.

… Oh sí; las madres lo saben muy bien: cada niño se duerme de una manera distinta…

Pero todos, todos se quedan
con los ojos abiertos.
Ojos abiertos, desmesurados en el espanto último,
ojos en guiño, como una soturna broma,
como una mueca ante un panorama grotesco,
ojos casi cerrados, que miran por fisura, por un trocito de arco,
por el segmento inferior de las pupilas.

No hay mirada más triste.
Sí, no hay mirada más profunda ni más triste.

Ah, muertos, muertos, ¿qué habéis visto
en la esquinada cruel, en el terrible momento del tránsito?
Ah, ¿qué habéis visto en ese instante del encontronazo con el camión gris de la muerte?
No sé si cielos lejanísimos de desvaídas estrellas,
de lentos cometas solitarios hacia la torpe nebulosa inicial,
no sé si un infinito de nieves, donde hay un rastro de sangre,
una huella de sangre inacabable,
ni si el frenético color de una inmensa orquesta convulsa
cuando se descuajan los orbes,
ni si acaso la gran violeta que esparció por el mundo la tristeza
como un largo perfume de enero,
ay, no sé si habéis visto los ojos profundos, la faz impenetrable.

Ah, Dios mío, Dios mío, ¿qué han visto un instante esos ojos que se quedaron abiertos?

De: Hijos de la ira(1944)

 Leopoldo Maria Panero,Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso, en el jardín de este último.

Hombre Y Dios

Hombre es amor. Hombre es un haz, un centro
donde se anuda el mundo. Si Hombre falla
otra vez el vacío y la batalla
del primer caos y el Dios que grita «¡Entro!»

Hombre es amor, y Dios habita dentro
de ese pecho y profundo, en él se acalla;
con esos ojos fisga, tras la valla,
su creación, atónitos de encuentro.

Amor-Hombre, total rijo sistema
yo (mi Universo). ¡Oh Dios, no me aniquiles
tú, flor inmensa que en mi insomnio creces!

Yo soy tu centro para ti, tu tema
de hondo rumiar, tu estancia y tus pensiles.
Si me deshago, tú desapareces.

De : Hombre y Dios (1955)

El niño y la cometa

El niño se sonreía
-mano inhábil, ojo atento­
y la cometa en el viento
(su corazón) se cernía.
Ave, cometa, de un día
su corazón soñoliento.
Pues el corazón quería
huir -pero no podía,
pero no sabía­ al viento.

A un río le llaman Carlos

(Charles River, Cambridge, Massachusetts)

Yo me senté en la orilla;
quería preguntarte, preguntarme tu secreto;
convencerme de que los ríos resbalan hacia un anhelo y viven;
y que cada uno nace y muere distinto (lo mismo que a ti te llaman Carlos).

Quería preguntarte, mi alma quería preguntarte
por qué anhelas, hacia qué resbalas, para qué vives.
Dímelo, río,
y dime, di, por qué te llaman Carlos.

Ah, loco, yo, loco, quería saber qué eras, quién eras
(genero, especie)
y qué eran, qué significaban «fluir», «fluido», «fluente»;
qué instante era tu instante
cuál de tus mil reflejos, tu ;reflejo absoluto
yo quería indagar el último recinto de tu vida
tu unicidad, esa alma de agua única,
por la que te conocen por Carlos.

Carlos es una tristeza, muy mansa y gris, que fluye
entre edificios nobles, a Minerva sagrados
y entre hangares que anuncios y consignas coronan.
Y el río fluye y fluye, indiferente.
A veces, suburbana, verde, una sonrisilla
de hierba se distiende, pegada a la ribera.
Yo me he sentado allí,
sobre la hierba quemada del invierno para pensar por qué los ríos
siempre anhelan futuro, como tú lento y gris.
Y para preguntarte por qué te llaman Carlos.

Y tu fluías, fluías, sin cesar, indiferente
y no escuchabas a tu amante extático
que te miraba preguntándote
como miramos a nuestra primera enamorada
para saber si le fluye un alma por los ojos,
y si en su sima el mundo será todo luz blanca
o si acaso su sonreír es sólo eso: una boca amarga que besa.
Así te preguntaba: como le preguntamos a Dios en la sombra de los quince años,
entre fiebres oscuras y los días—qué verano— tan lentos.
Yo quería que me revelaras el secreto de la vida
y de tu vida, y por qué te llamaban Carlos.

Yo no sé por qué¿ me he puesto tan triste, contemplando
el fluir de este río
Un río es agua, lágrimas: mas no sé quién las llora.
El río Carlos es una tristeza gris, mas no sé quién la llora.
Pero sé que la tristeza es gris y fluye.
Porque sólo fluye en el mundo la tristeza.
Todo lo que fluye es lágrimas.
Todo lo que fluye es tristeza, y no sabemos de dónde viene la tristeza.
Como yo no sé quién te llora, río Carlos,
como yo no sé por qué eres una tristeza
ni por qué te llaman Carlos.

Era bien de mañana
cuando yo me he sentado a contemplar el misterio fluyente de este río,
y he pasado muchas horas preguntándome, preguntándote.
Preguntando a este río, gris lo mismo que un dios;
preguntándome, como se le pregunta a un dios triste:
¿qué buscan los ríos?, ¿qué es un río?
Dime, dime qué eres, qué buscas,
río, y por qué te llaman Carlos.

Y ahora me fluye dentro una tristeza,
un río de tristeza gris,
con lentos puentes grises, como estructuras funerales grises.
Tengo frío en el alma y en los pies.
Y el sol se pone.
Ha debido pasar mucho tiempo.
Ha debido pasar el tiempo lento, lento, minutos, siglos, eras.
Ha debido pasar toda la pena del mundo, como un tiempo lentísimo.
Han debido pasar todas las lágrimas del mundo, como un río indiferente.
Ha debido pasar mucho tiempo, amigos míos, mucho tiempo
desde que yo me senté aquí en la orilla, a orillas
de esta tristeza, de este
río al que le llamaban Dámaso, digo, Carlos.

Imagen EFE/aa

Los consejos del tío Dámaso a Luis Cristóbal

Haz lo que tengas gana,
Cristobalillo,
lo que te dé la gana,
que es lo sencillo.

Llegaste a un mundo donde
manda la chacha,
mandan los mandamases
y hay poca lacha.

Caso nunca les hagas
a los mayores.
Los consejos de Dámaso
son los mejores.

Tira, mi niño, tira,
si te da gana,
los libros de papito
por la ventana.

Cuélgate de las lámparas y los manteles,
rompe a mamita el vaso
de los claveles.

¿Que hay pelotón de goma?
Chuta e impacta.
¡Duro con la pintura
llamada abstracta!

Rompe tazas y platos.
¡Viva el jolgorio
y las almas benditas
del purgatorio!

La mejor puntería
te la aconsejo
si es que se pone a tiro
cualquier espejo.

Aún hay más divertido:
coge chinillas,
y con un tiragomas,
¡a las bombillas!

Pero ahora se me ocurre
algo estupendo,
donde papá se encierra
vete corriendo.

¡Macho, cuántos papeles!
Tú, con cerillas,
vas y a papá le quemas
esas cosillas…

¡Verás qué cara pone!
¡Qué gracia tiene!
Anda, sin que te vea,
mira que viene.

Vamos a divertirnos
tú y yo, mi cielo.
Es un asco este mundo:
conviene que lo

pongamos boca abajo.
¡Es tan sencillo!
Vamos a hacer un mundo
nuevo, chiquillo!

Gozo del tacto

Estoy vivo y toco
Toco, toco, toco.
Y no, no estoy loco.

Hombre, toca, toca
lo que te provoca:
seno, pluma, roca,

pues mañana es cierto
que ya estarás muerto,
tieso, hinchado, yerto.

Toca, toca, toca,
¡qué alegría loca!
Toca. Toca. Toca.

Artículo que salió en FARO de VIGO el 18 de enero de 1986

Cancioncilla

Otros querrán mausoleos
donde cuelguen los trofeos,
donde nadie ha de llorar,

y yo no los quiero, no
(que lo digo en un cantar)
porque yo

morir quisiera en el viento,
como la gente de mar
en el mar.

Me podrían enterrar
en la ancha fosa del viento.

Oh, qué dulce descansar
ir sepultado en el viento
como un capitán del viento
como un capitán del mar,
muerto en medio de la mar.

Dámaso Alonso y Fernández de las Redondas (Madrid, España, 22 de octubre de 1898-Madrid, 25 de enero de 1990). Poeta, escritor y filólogo. Director de la Real Academia Española, la Revista de Filología Española y miembro de la Real Academia de la Historia. Premio Nacional de Poesía de España en 1927 y Premio Miguel de Cervantes en 1978. Es el gran crítico de la Generación del 27.

Dámaso nació en una familia acomodada y disfrutó de una infancia feliz hasta que su padre falleció de tuberculosis cuando era pequeño. Estudió en el colegio de Jesuitas de Chamartín aunque tuvo que dejar sus estudios por una afección grave a los ojos. Su madre le leía los libros que debía estudiar. Terminada la carrera de Derecho sentía que aquello no era lo que de verdad le llenaba así que se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras en Madrid.

En la Residencia de Estudiantes, en Madrid, conectó con los que serían sus compañeros de generación: Federico García LorcaRafael AlbertiLuis Cernuda Manuel Altolaguirre.

En el verano de 1928, Dámaso conoció a la escritora, ensayista y traductora Eulalia Galvarriato García con quien se casó en marzo de 1929 en una boda casi estrictamente familiar, aunque asistieran también algunos amigos poetas como Vicente Aleixandre y Pedro Salinas.

Con Ortega y Gasset y otros intelectuales, estuvo refugiado durante las primeras semanas de la Guerra Civil en la Residencia de Estudiantes por miedo a represalias, pues sus cuñados eran conocidos simpatizantes del bando sublevado. El resto de la guerra Dámaso y su mujer Eulalia lo pasaron en Valencia donde colaboró en la revista Hora de España y Eulalia impartió clases de ingles.

Tras la guerra regresaron a Madrid y comenzó la carrera literaria de Eulalia : hizo traducciones, escribió cuentos, colaboró estrechamente con su marido en trabajos e investigaciones sobre la literatura española. En 1946 quedó finalista del Premio Nadal por su novela Cinco sombras, que se publicó al año siguiente. Eulalia y su marido Dámaso Alonso veraneaban en Santander. Pasaban las mañanas investigando en la Biblioteca de Menéndez Pelayo y las tardes en las actividades culturales del Ateneo, el Festival Internacional de Santander y la Universidad Menéndez Pelayo. Eulalia estaba muy vinculada a Cantabria ya que su padre, José Antonio Galvarriato, nació en Torrelavega y durante la infancia de Eulalia pasaban vacaciones en el pueblo Cántabro de Udías.

Dámaso Alonso, a lo largo de su vida, enseñó lengua y literatura españolas tanto en universidades extranjeras como nacionales: Berlín, Cambridge, Valencia (1933-1939) y Madrid (1939-1968). Asimismo, fue director de la Revista de Filología Española y de la Real Academia Española.

Dámaso Alonso murió en Madrid, el 25 de enero 1990. En su funeral, su esposa Eulalia recitó unos versos de Hijos de la ira:

Virgen María, Madre,

dormir quiero en tus brazos

hasta que en Dios despierte.

 Eulalia Galvarriato murió a la edad de 93 años, el 15 de noviembre de 1997 y fué enterrada junto a su compañero de vida en el cementerio de La Almudena de Madrid.


Obra

Su labor como poeta dio comienzo con Poemas puros. Poemillas de la ciudad(1921), con clara influencia de Juan Ramón Jiménez, fase de la “poesía pura”, su primer período. Aquí se preocupa más de la forma que del contenido, una poesía más bien sencilla sin grandes compromisos sociales.

En el segundo período, Dámaso Alonso rompe con estos moldes para entregarse y lanzarse de lleno a una nueva modalidad de verso libre y de unos contenidos sociales y morales desgarradores. Estamos en la época de la Guerra Civil española y el poeta se hace eco del horror y del sufrimiento ante las atrocidades humanas. Es en esta segunda etapa cuando escribe la que se considera su obra mayor, Hijos de la ira (1944) así surge en España la llamada poesía desarraigada nombre creado por el mismo poeta para referirse al espíritu y contenido poético de esta obra. El mismo Dámaso diría posteriormente que Hijos de la ira se había concebido como un libro de protesta «cuando en España nadie protestaba» y que lo había escrito «lleno de asco ante la estéril injusticia del mundo y la total desilusión de ser hombre».

Otros libros suyos son Oscura noticia, publicado unos meses antes que Hijos de la ira, (1944; selección de poemas publicados desde 1925 en varias revistas), Hombre y Dios (1955), Poemas escogidos(1969), Antología poética(1979), Gozos de la vista (1981), Voz del árbol(1982) y Antología de nuestro monstruo mundo(1985), entre otros.



Su edición de “Las soledades de Góngora” (Madrid, 1927), cuyo prólogo constituye uno de los estudios más agudos hechos sobre el célebre poema. Al gran poeta cordobés siguió dedicando numerosos trabajos, como su ya clásico libro sobre “La lengua poética de Góngora” (Madrid, 1935, 1950 y 1961), los “Estudios y ensayos gongorinos” (Madrid, 1955 y 1960), donde reúne un buen número de trabajos de subido interés (como los referentes a la estructura del endecasílabo, simetría, correlación, etc.), y su edición, anotada, con un extraordinario prólogo, del Polifemo (Madrid, 1960).

La influencia de estos trabajos en la valoración de la poesía gongorina, y barroca en general, ha sido extraordinaria y ha obligado a cambiar del todo la visión heredada y tales trabajos son fuente obligada y constante de los estudiosos. Pero la curiosidad del genial investigador no se detuvo ni mucho menos en la obra de Góngora. Al revés.
El sensacional descubrimiento de las jarchas mozárabes le llevó a estudiar, antes que nadie, la relación entre esa lírica primitiva y la posterior en sus Cancioncillas de amigo mozárabes (Rev. de Filología Española, 1949). Al Poema del Cid dedica el “Estilo y creación en el Poema del Cid” (recogido, junto con otros muy interesantes, en los “Ensayos sobre poesía española”, 1944), al paso que otros artículos breves sobre Berceo, el arcipreste de Hita, Gil Vicente y otros pueden leerse en su libro “De los siglos oscuros al de Oro” (Madrid, 1958, 1964) y “Del Siglo de Oro a este Siglo de siglas” (1962).

Más extensos son los estudios suyos dedicados a Garcilaso, fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Lope, Góngora y Quevedo en su “Poesía española. Ensayo de métodos y límites estilísticos” (Madrid, 1950; con traducción al italiano, alemán y rumano), donde, a su vez, se hallan unas páginas decisivas sobre su concepción de la estilística como ciencia de la literatura española.
Sobre lingüística publicó en 1962 “La fragmentación fonética peninsular”. De 1942 data su penetrante libro “La poesía de San Juan de la Cruz” (1946, 1958, 1967, traducción italiana); de 1948 es “Vida y obra de Medrano”, dos libros llenos de rigor, sensibilidad y agudeza interpretativa; y de 1972 su estudio “En torno a Lope”.

También descuella “La epístola moral”, de Andrés F. de Andrada (1978). Finalmente, una serie de estudios, muy bellos y originales, sobre la mejor poesía del s. XX pueden verse en “Poetas españoles contemporáneos” (Madrid, 1952) y “Primavera temprana de la literatura europea” (1961). Le debemos también preciosas ediciones de las poesías de Gil Vicente, Luis Carrillo y Medrano, más alguna antología tan bella como la de la “Poesía de la Edad Media y Poesía de tipo tradicional” (1936) y “Cuatro poetas españoles” (1962).

Su extensísima obra ensayista abarca los siguientes títulos :

1935.- Aquella arpa de Bécquer
1939.- La poesía dramática en el Don Duardos de Gil Vicente
1942.- La poesía de san Juan de la Cruz: desde esta ladera
1944.- Ensayos sobre poesía española
1949.- Poesía y novela en España: conferencias
1950.- Un aspecto del Petrarquismo: la correlación poética
1950.- Poesía española: ensayo de métodos y límites estilísticos: Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Góngora, Lope de Vega, Quevedo
1951.- Seis calas en la expresión literaria española: prosa, poesía, teatro
1952.- Poetas españoles contemporáneos
1955.- Discurso en la solemne apertura de curso académico 1955-1956: vida y poesía en Fray Luis de León
1955.- Estudios y ensayos gongorinos
1956.- Antología: crítica
1956.- En la Andalucía de la E: Dialectología pintoresca
1956.- Menéndez Pelayo, crítico literario: las palinodias de don Marcelino
1958.- De los siglos oscuros al de Oro: notas y artículos a través de 700 años de letras españolas
1959.- El Fabio de la «Epístola Moral»: su cara y su cruz en Méjico y en España
1960.- Góngora y el Polifemo
1961.- El libro italiano
1961.- Primavera temprana de la literatura europea: lírica, épica, novela
1962.- Del siglo de Oro a este siglo de siglas: notas y artículos a través de 350 años de letras, españolas
1962.- Cuatro poetas españoles: Garcilaso, Góngora, Maragall, Antonio Machado
1962.- Para la biografía de Góngora: documentos desconocidos
1969.- Menéndez Pidal y la cultura española
1969.- La novela cervantina
1972.- En torno a Lope: Marino, Cervantes, Benavente, Góngora, Los Cardenios
1972.- Obras completas
1972.- Tradición folklórica y creación artística en El Lazarillo de Tormes
1984.- Reflexiones sobre mi poesía
1984.- Vida de Don Francisco de Medrano
1992.- Dámaso Alonso recuerda el Perú

También escribió la obra de Teatro – Aquel día en Jerusalén: auto de la Pasión para emisión radiofónica(1986).

Como traductor nos entregó a Eliot, Joyce, G. M. Hopkins, Wartburg y Maragall. Dámaso Alonso dirigió también su atención sobre la épica francesa y su estudio “La primitiva épica francesa a la luz de una nota emilianense” (Madrid, 1945) altera de un modo notable las teorías sobre los orígenes de la épica francesa, lo mismo que su trabajo sobre la “Poesía de Petrarca e il petrarquismo” (“Lettere italiane”, 1959) marcará también una época en los estudios sobre el petrarquismo europeo.

Como filólogo y editor, en 1957 publicó Notas gallego-asturianas de los tres Oscos, un estudio lingüístico sobre el gallego asturiano hablado en la comarca nativa de su madre. En 1969 volvió sobre el tema de la fala de los Oscos en Narraciones orales gallego-asturianas. San Martín de Oscos: I. Recuerdos de niñez y mocedad, publicadas en Cuadernos de Estudios Gallegos, a las que siguió una segunda parte en 1977, Narraciones orales en el gallego-asturiano de los Oscos. Relatos, fórmulas curativas y ensalmos de Carmen de Freixe (San Martín de Oscos).

Dámaso Alonso al recibir el Premio Cervantes 1978 de manos del Rey Juan Carlos I

Discurso íntegro de Dámaso Alonso, Premio Cervantes 1978

«Lo primero que tengo que hacer es dar las gracias a los asistentes, presididos por el Jefe de la nación, nuestro Rey. Enseguida, darlas a la Academia Salvadoreña de la Lengua, que me eligió candidato al premio. Mi asombro fue enorme. Me interesa hacer constar que la Real Academia Española había elegido -con gran gusto mío- como nuestro candidato al premio a un ilustre literato hispanoamericano. Después el jurado elige el que ha de ser premiado entre todos los candidatos propuestos por las Academias de nuestra lengua. Muchas gracias también a él. 

¿Y de qué os voy a hablar? Considero este acto -por lo que a mí toca- como una expresión de última voluntad. Sesenta años dedicados a la enseñanza y defensa de la lengua castellana me inclinan a dar aquí una especie de testamento-resumen de lo que creo que es más necesario que un español conozca y rumie sobre los peligros y defensa de la lengua que hablamos. No vais, pues, a oír nada nuevo ni divertido: es un extracto de lo dicho ya por mí muchas veces durante muchos años. El año pasado, el gran novelista cubano Alejo Carpentier hizo, en ocasión semejante, un bello discurso sobre la literatura española y su influjo en el mundo. Parece acertado que si el año 1978 el tema fue «literatura», en el 1979 sea lengua, nuestra lengua española. Porque es que los dos temas se unen profundamente: nuestra lengua, la que hablamos a diario con un valor práctico, es también el noble material de la literatura. Nobilísimo material. Comparad las demás artes, qué deleznable, qué pobre el material de la pintura y aun de la escultura; sólo el de la música adquiere quizá un cierto sentido, un valor más alto por su calidad aérea. Pero la máxima riqueza y nobleza de la palabra es que en ella el sonido o su imagen acústica a través de la representación gráfica, lleva en su interior, como el hueso esencial de la fruta, el concepto. Maravilla práctica, tesoro de la mina literaria nuestra lengua y todas las lenguas de cultura.Todas en un nivel aproximadamente igual. Porque la nuestra, el español, es, sin duda, superior en algunos aspectos, por ejemplo, al francés o al inglés; pero en otros es evidentemente inferior a esas mismas lenguas. El orgullo de nuestra lengua tiene que ser sólo una parte de un entusiasmo general que todos los hombres del mundo debemos sentir: la exaltación del don divino de la palabra humana. A tal gozo corresponde un deber: el de la conservación y defensa de ese tesoro. Ha sido entendido de muy diferentes maneras en los diversos tiempos y lugares. Las mutaciones políticas han traído muchas veces como consecuencia que, por ejemplo, en los Estados totalitarios se haya querido imponer una defensa del idioma tajante, rigurosa (¡sobre todo, nada de extranjerismos!): es una política que a la postre ha fracasado siempre y aun ha producido violentas reacciones. 

“Gran equivocación es ignorar que en la vida de las lenguas hay dos elementos esenciales y contrapuestos: La «tradición» y la «innovación». Los dos son necesarios. “

La «innovación» sólo deja de existir en lenguas como el latín y el griego, es decir, lenguas muertas. Toda defensa de una lengua (me refiero, claro está, a las de cultura) tendrá que ser amplia comprensión, liberal, atenta a la evolución de una realidad idiomática, procurando conducirla, buscarle cauces razonables y sin querer oponerse frontalmente a ella, que sería tanto como querer atajar un poderoso río. Ocurre que la defensa de la lengua española ofrece dificultades muy especiales y sumamente grandes. No me refiero a las internas españolas que presentan esos bilingüismos que van ahora a prevalecer en diferentes partes de España: estos problemas quedan absolutamente fuera de lo que quiero decir hoy. El tema es mucho más amplio y, a la larga, mucho más importante. La defensa de nuestra lengua tropieza en el escollo de ser instrumento de veinte países, incluida España (dejo fuera Filipinas porque su caso es muy distinto, y en él, creo, no hay nada que hacer). En el siglo XIX era idea general la de que los españoles éramos «los amos» de nuestra lengua. En este momento del siglo XX en que vivimos quizá esa idea ya no sea tan general, pero me parece que quedan muchos rastros de ella. Quitar esa idea o los muchos restos de ella de la cabeza de los españoles ha sido empeño mío a lo largo de los tantos años de mi vida adulta. Hace algunos años publiqué un artículo cuyo título era precisamente: «Los españoles no somos los amos de nuestra lengua». No lo somos. Los amos de nuestra lengua formamos una inmensa multitud de varios cientos de millones de hombres que hablamos español; todos somos los amos conjuntamente; pero, por ser los amos de nuestra lengua, todos tenemos ineludibles deberes para con ella, especialmente los millones y millones de hispanohablantes que hemos pasado por una educación de cultura. 

¡Qué pequeña parte de ese conjunto formamos los españoles! ¡Qué grande es el aumento demográfico de los países hispanoamericanos comparado con el nuestro! Tomemos, como ejemplo, uno: México. Hace treinta años México era una nación de menos habitantes que España. Pues bien, España parece que está en el día de hoy próxima a los treinta y siete millones de habitantes, y México hace ya un año que contaba con sesenta y cuatro millones y medio, cifra que en un año habrá crecido aún bastante. En treinta años México, que tenía menos habitantes que España, ha pasado a tener cerca del doble y a ser el país más poblado de todos los hispanohablantes. Es muy difícil calcular la cifra aproximada de hablantes de español. Tomando los datos de los Statistical Papers de las Naciones Unidas, del 1 de abril de 1978, hallo que el número de habitantes de los veinte países hispanohablantes era de casi 250 millones. Hoy es seguro que pasará bastante de ellos. Pero en muchos de esos países hay indios que no hablan español. Pero hay, por otra parte, muchos millones de hispanohablantes que viven permanentemente fuera de sus países de origen. Sólo en los Estados Unidos se asegura que viven más de veinte millones de habla española. En resumen: la cifra de más de 250 millones puede tomarse como cálculo aproximado de los hispanohablantes que hay en el mundo. ¿Qué representa frente a ese conjunto el número de españoles? Casi, casi, sólo la séptima parte. Dicho de otro modo: por cada español vivo existen en el mundo otros seis hombres cuya lengua es la misma nuestra. Esa enorme masa de humanidad, dividida entre veinte países, bien aislados, bien capsulados intelectualmente muchos de ellos, algunos con pujantes literaturas, con climas distintos, con costumbres diferentes, es evidente que ofrece graves dificultades para la defensa y la conservación de la lengua que todos ellos hablan. Un país con cultura propia creciente, con peculiaridades también de clima, suelo y costumbres, tiende insensiblemente a dar rasgos peculiares a la lengua que habla. Es decir, el español, hablado en veinte países, tiene un indudable peligro de tendencia a la fragmentación. No digo de fragmentación total, que no creo ocurra salvo en miles de años, en lo que he llamado varias veces posthistoria, es decir, época tan alejada de nuestra vida y cultura en el futuro, como la prehistoria lo es en el pasado. La primera vez que tuve noticia de este peligro se me quedó grabado para siempre: era yo un niño de unos diez años. Acompañaba a Madrid a un pariente mío uruguayo (en Uruguay y Argentina tengo cientos de ellos); con él, claro está, me entendía perfectamente, como si hablara con un español. Entre sus varias compras, un día de comercio pidió «medias». Mi pariente era soltero, pero no llegué a maliciarme por su petición. Enseguida le trajeron cajas de medias de señora. «Son «medias» para hombre, claro, lo que quiero», dijo él. Desconcierto entre los dependientes. Por fin uno se da una palmada en la frente, y le trae medias para futbolistas. «No es esto, no es esto», dice mi pariente; y, en fin, se levanta el pantalón y enseña sus calcetines. Ah!, eran calcetines lo que quería. 

Los núcleos nacionales tienden a modificar cada uno peculiarmente muchos elementos distintos de los que constituyen el lenguaje, la pronunciación (y con ella la entonación), el léxico, las frases hechas, los refranes, la morfología, la sintaxis. Todos estos rasgos de tipo diferente pueden llegar a trabarse o combinarse los unos con los otros, a formar así una red que, si se espesa, puede constituir un complejo de muchas cosas hasta dificultar la clara comprensión de la lengua entre hispanohablantes de países distintos. El último límite de ese proceso sería la fragmentación total, a la que ya he dicho que no creo que de ningún modo se llegue sino en alejados milenios. Contra esa catástrofe trabajan las lecturas, la radio, los viajes, etc., todo ello en aumento con el crecimiento de la cultura. Todos los que usamos nuestra lengua estamos obligados (los cultos especialmente) a que entre nuestros veinte países se conserve la perfecta nitidez, la claridad total que aún tiene hoy a pesar de las diferencias aisladas de fonética, léxico, etc. Tenemos todos que defender la unidad del español, ¿Cómo? ¿La unidad total? No. Hay que respetar las variaciones nacionales ya existentes, sean argentinas, españolas, mexicanos, etc., existan donde existan en el conjunto hispánico. Hay que respetarlas tal como las practican los hablantes cultos de cualquiera de los países de nuestra lengua. Quiere esto decir que en todas partes conviene fomentar la cultura para impedir avances del vulgarismo destructor. 

“Es, por tanto, no una unidad total, sino la unidad básica, el modo de hablar de los hombres cultos actualmente en cualquier país de nuestra lengua. “

No tenemos tiempo para traer como ejemplo casos particulares de fonología, léxico, sintaxis, etc. Voy a elegir sólo dos: uno que afecta a los pronombres personales y a otros elementos del idioma, y otro que se refiere especialmente al léxico. El primero es el tratamiento de vos en vez de tú, que es característico de Argentina y Uruguay y de una zona amplia de la América Central; existe también, diseminado junto al predominante tú, en un moteado de diferentes tipos, por ejemplo, en Colombia. Este uso de vos es sumamente perturbador, mezcla formas correspondientes a vos con otras procedentes de la declinación de tú (sentate, lleva la forma verbal del tratamiento vos -sentaos- con la forma pronominal de la declinación de tú, forma normal, síéntate). Este caso del voseo -o tratamiento devos en vez de tú- ha originado discusiones entre dramáticos; ha habido algunos, hasta argentinos, que han opinado que tal uso de vos debía desterrarse y sustituirse por el tuteo normal. Yo he defendido repetidas veces el uso argentino de vos; es, allí, el modo de hablar de la familia, de la amistad, del amor; está cargado de afectividad, y es, por eso, sagrado; no hay que tocarlo; convendría sólo que los filólogos argentinos y de los otros países donde se usa, respetuosamente lo vigilaran. Antes hemos tocado la cuestión de la afectividad y su importancia lingüística. Considerémoslo con relación al léxico. 

“Nadie puede tachar de ilegítimos los mil nombres distintos que plantas, animales, características del suelo y del clima, etcétera, tienen en los diversos países de nuestra habla. “

A veces proceden de los tiempos prehispánicos, otras fueron importados de España, en muchas ocasiones con error (a animales, por ejemplo, a los que se les encontró algún parecido con otros españoles, se les dio el nombre de estos últimos). A veces el carácter o las maneras peculiares de una persona hicieron que se le designara humorísticamente en sitios distintos con nombres diferentes. Esas voces todas tienen carácter afectivo (una patriótica ligazón con la tierra de uno, o chistes metafóricos en la designación de una persona, etc.). Pero hay otro modo de afectividad de carácter contrario, que produce un gran daño en la unidad fundamental del léxico: me refiero a palabras soeces o sexuales. Estas palabras producen dos clases de afectividad: burlona o chancera o amistosa, en quien las usa; y, por el contrario, repelente en determinadas personas obligadas a oírlas y que no las emplearían nunca. Los españoles en América cometemos a veces pifias sociales. Recordaré sólo algunas con las que yo he metido alguna vez la pata: todos sabemos el valor de coger en la Argentina; pico, es impronunciable en Chile; Cbile lo es en Puerto Rico, etc. Por el contrario, voces españolas se desexualizan en alguna parte de América. En Chile, un coño no quiere decir más que «un español». Cuando estuve en Santiago había una tienda que se llamaba El Coñito, es decir, como si se llamara El Españolito. En Buenos Aires había otra que se llamaba Los Cabritos. Esta cuestión de las palabras sexualizadas la creo muy importante por la destrucción y diferenciación del léxico que origina. Además son, como he dicho, voces efectivas. La cuestión, pues, no tiene, creo, remedio. Miremos ahora, brevísimamente, a las voces no efectivas. Aquí sí que podría lograrse una casi perfecta unidad del léxico español. Carecen en absoluto de afectividad todos los nombres que designan aparatos o cosas inventadas, todas las novedades de la técnica moderna. Aquí sí que, si nos pusiéramos de acuerdo todos estos países que hablamos la misma lengua, podría evitarse la diversificación del léxico. Por desgracia, no ha ocurrido así. Casi siempre el instinto comercial se adelanta y se crean galicismos o anglicismos, según que el nuevo objeto venga de Francia o de los Estados Unidos. Como ejemplo de diversificación he lamentado muchas veces que este modesto invento de la técnica moderna que llamamos bolígrafo tenga hasta unos diez nombres diferentes en la América hispanohablante. He aquí, pues, en el léxico no afectivo, un terreno en el que todos podríamos trabajar de consumo para evitar la incómoda diversificación del léxico de nuestra lengua. ¿Y quién, qué entidad podría encargarse de impedir estos y otros desajustes también evitables? En cada uno de los veinte países de nuestro conjunto idiomático funciona una Academia de la Lengua. Todas ellas están en la más cordial relación. Entre todas forman una Asociación de Academias de la Lengua, unida por un convenio multilateral sancionado por casi todos los Estados donde se habla español. Esta Asociación se reúne cada cuatro o cinco años en un Congreso. Estos Congresos, y no ninguna de las Academias por sí sola, la Española tampoco, es el verdadero legislador de nuestra lengua. En ellos se deciden las normas del buen hablar de los veinte países. Entre Congreso y Congreso funciona una Comisión encargada de cumplir las disposiciones del último Congreso y de preparar el próximo. Las Academias podrían, por ejemplo, por medio de los Congresos y de la Comisión Permanente, evitar las diversificaciones del nuevo léxico, y otras muchas diferenciaciones contrarias a la unidad, que serían esquivables. También podrían acordar voces que evitaran el uso de extranjerismos. No soy opuesto a rajatabla al extranjerismo. Creo que sólo puede ser admisible con tres condiciones: primera, que resulte, al parecer, imposible que se encuentre una voz castiza que exprese lo mismo; segunda, que sea pronunciable por una garganta hispánica o que se la pueda adaptar para que lo sea; tercera, que los veinte países adopten el mismo extranjerismo. No cabe duda de que la Asociación de Academias y sus Congresos y su Comisión Permanente están bien estructurados. Pero la ejecución de las medidas para evitar la diversificación idiomática que he apuntado y otras muchas posibles, ofrece, por desgracia, resultados pobres y tardíos, y muchas veces ni se intentan. 

“La ejecución de las medidas para evitar la diversificación idiomática ofrece, por desgracia, resultados pobres y tardíos. “

¿Cuál es la causa de estos desaciertos? Hay bastantes de las Academias de la Asociación que no trabajan o apenas: unas, por un concepto anticuado de lo que debe ser hoy una Academia de la Lengua (se cree que es un puesto de honor y no de trabajo); otras, por falta de medios económicos; alguna, por motivos políticos. Todo esto sería remediable. No voy a exponer aquí cómo lo más importante es la vivificación de las Academias, de todas las Academias de nuestra lengua. La Española, desde hace diez años, está trabajando conuna gran intensidad; entre sesiones plenarias y comisiones con temas especiales, con una intensidad mayor que ninguna. Hay unas cuantas americanas (pondré como modelo la de Colombia) que también arriman el hombro como es debido. Pero es necesario vivificarlas todas, que los Estados las ayuden económicamente. Que cunda el entusiasmo por la lengua en ellas y en los pueblos a que pertenecen. 

Tenemos que trabajar todos por la unidad básica de nuestra lengua en el mundo. Tenemos que trabajar por la lengua. No movidos por un sentimiento nacionalista. Es un sentimiento de hermandad de veinte países. Nada de nacionalismos aisladores. Trabajaremos por nuestra lengua con un sentimiento de veneración y respeto como el que suele existir alrededor de un niño al que le espera un gran destino. El destino de nuestra lengua es el de ser vínculo de hermandad, de paz y de cultura entre los cientos y cientos de millones de seres que, en proporción siempre creciente, la han de hablar en el siglo XXI y en los siglos y siglos de un larguísimo porvenir.



Enlaces de interés:

http://garciateijeiro.blogspot.com/2013/06/en-casa-de-damaso-alonso-una-tarde.html

http://www.miguelhernandezvirtual.es/new/index.php?option=com_content&view=article&id=1320:alonso-damaso&catid=104:coetaneos&Itemid=119

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