El Esclavo
Ser el esclavo que perdió su cuerpo
para que lo habiten las palabras.
Llevar por huesos flautas inocentes
que alguien toca de lejos
o tal vez nadie. (Sólo es real el soplo
y la ansiedad por descifrarlo.)
Ser el esclavo cuando todos duermen
y lo hostiga el claror incisivo
de su hermana, la lámpara.
Siempre en terror de estar en vela
frente a los astros
sin que pueda mentir cuando despierten,
aunque diluvie el mundo
y la noche ensombrezca la página.
Ser el esclavo, el paria, el alquimista
de malditos metales
y trasmutar su tedio en ágatas,
en oro el barro humano,
para que no lo arrojen a los perros
al entregar el parte.
De : Terredad, 1978.
Terredad
Estar aquí por años en la tierra,
con las nubes que lleguen, con los pájaros,
suspensos de horas frágiles.
Abordo, casi a la deriva,
más cerca de Saturno, más lejanos,
mientras el sol da vuelta y nos arrastra
y la sangre recorre su profundo universo
más sagrado que todos los astros.
Estar aquí en la tierra: no más lejos
que un árbol, no más inexplicables;
livianos en otoño, henchidos en verano,
con lo que somos o no somos, con la sombra,
la memoria, el deseo hasta el fin
(si hay un fin) voz a voz,
casa por casa,
sea quien lleve la tierra, si la llevan,
o quien la espere, si la aguardan,
partiendo juntos cada vez el pan
en dos, en tres, en cuatro,
sin olvidar las sobras de la hormiga
que siempre viaja de remotas estrellas
para estar a la hora en nuestra cena
aunque las migas sean amargas.
De Terredad (1978)
La terredad de un pájaro es su canto…
La terredad de un pájaro es su canto,
lo que en su pecho vuelve al mundo
con los ecos de un coro invisible
desde un bosque ya muerto.
Su terredad es el sueño de encontrarse
en los ausentes,
de repetir hasta el final la melodía
mientras crucen abiertas los aires
sus alas pasajeras,
aunque no sepa a quién le canta
ni por qué,
ni si podrá escucharse en otros algún día
como cada minuto quiso ser:
más inocente.
Desde que nace nada ya lo aparta
de su deber terrestre,
trabaja al sol, procrea, busca sus migas
y es sólo su voz lo que defiende
porque en el tiempo no es un pájaro
sino un rayo en la noche de su especie,
una persecución sin tregua de la vida
para que el canto permanezca.
La Casa
En la mujer, en lo profundo de su cuerpo
se construye la casa,
entre murmullos y silencios.
Hay que acarrear sombras de piedras,
leves andamios,
imitar a las aves.
Especialmente cuando duerme
y en el sueño sonríe
—nivelar hasta el fondo
no despertarla;
seguir el declive de sus formas
los movimientos de sus manos.
Sobre las dunas que cubren su sueño
en convulso paisaje,
hay que elevar altas paredes,
fundar contra la lluvia, contra el viento,
años y años.
Un ademán a veces fija un muro,
de algún susurro nace una ventana,
desmontamos errantes a la puerta
y atamos el caballo.
Al fondo de su cuerpo la casa nos espera
y la mesa servida con las palabras limpias
para vivir, tal vez para morir,
ya no sabemos,
porque al entrar nunca se sale.
De : Alfabeto del mundo (1986)
Guarda silencio ante el poema
Guarda silencio ante el poema,
circula entre sus versos, no interrumpas el paso.
Es casi una oración atea, pero es una oración.
Desde que nace los hombres se congregan
y repiten en sueño sus palabras.
Es como si quedara algo sagrado
sobre la tierra todavía,
el misterio los junta a cada instante.
Tal vez rechaces tanta ceremonia
o te colme el ritual que los convoca,
da lo mismo. No hables.
Descifra despacio cada letra
como quien oye un gallo a medianoche
y siente que su canto, en vez de gritos,
es el pregón de un obituario.
Indaga si tu nombre acaso se menciona,
si para ti también ya cantó el gallo.
Adiós al siglo XX, 1992.
La Poesía
La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
–ni siquiera palabras.
Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
una flor o un guijarro, algo secreto,
pero tan intenso que el corazón palpita
demasiado veloz. Y despertamos.
Adiós al siglo XX, 1992.
Adiós al siglo XX
a Alvaro Mutis
Cruzo la calle Marx, la calle Freud;
ando por una orilla de este siglo,
despacio, insomne, caviloso,
espía ad honorem de algún reino gótico,
recogiendo vocales caídas, pequeños guijarros
tatuados de rumor infinito.
La línea de Mondrian frente a mis ojos
va cortando la noche en sombras rectas
ahora que ya no cabe más soledad
en las paredes de vidrio.
Cruzo la calle Mao, la calle Stalin;
miro el instante donde muere un milenio
y otro despunta su terrestre dominio.
Mi siglo vertical y lleno de teorías…
Mi siglo con sus guerras, sus posguerras
y su tambor de Hitler allá lejos,
entre sangre y abismo.
Prosigo entre las piedras de los viejos suburbios
por un trago, por un poco de jazz,
contemplando los dioses que duermen disueltos
en el serrín de los bares,
mientras descifro sus nombres al paso
y sigo mi camino.
De : Adiós al siglo XX, 1992.
Amantes
Se amaban. No estaban solos en la tierra;
tenían la noche, sus vísperas azules,
sus celajes.
Vivían uno en el otro, se palpaban
como dos pétalos no abiertos en el fondo
de alguna flor del aire.
Se amaban. No estaban solos a la orilla
de su primera noche.
Y era la tierra la que se amaba en ellos,
el oro nocturno de sus vueltas,
la galaxia.
Ya no tendrían dos muertes. No iban a separarse.
Desnudos, asombrados, sus cuerpos se tendían
como hileras de luces en un largo aeropuerto
donde algo iba a llegar desde muy lejos,
no demasiado tarde.
Escritura
Alguna vez escribiré con piedras,
midiendo cada una de mis frases
por su peso, volumen, movimiento.
Estoy cansado de palabras.
No más lápiz: andamios, teodolitos,
la desnudez solar del sentimiento
tatuando en lo profundo de las rocas
su música secreta.
Dibujaré con líneas de guijarros
mi nombre, la historia de mi casa
y la memoria de aquel río
que va pasando siempre y se demora
entre mis venas como sabio arquitecto.
Con piedra viva escribiré mi canto
en arcos, puentes, dólmenes, columnas,
frente a la soledad del horizonte,
como un mapa que se abra ante los ojos
de los viajeros que no regresan nunca.
Los Árboles
Hablan poco los árboles, se sabe.
Pasan la vida entera meditando
y moviendo sus ramas.
Basta mirarlos en otoño
cuando se juntan en los parques:
sólo conversan los más viejos,
los que reparten las nubes y los pájaros,
pero su voz se pierde entre las hojas
y muy poco nos llega, casi nada.
Es difícil llenar un breve libro
con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
de un tordo negro, ya en camino a casa,
grito final de quien no aguarda otro verano,
comprendí que en su voz hablaba un árbol,
uno de tantos,
pero no sé qué hacer con ese grito,
no sé cómo anotarlo.
Final sin fin…
Y yo me iré
J.R.J.
La que se irá al final será la vida,
la misma vida que ha llevado nuestros pasos
sin tregua a la velocidad de su deseo.
Se llevará también todas sus horas
y los relojes que sonaban y el sonido
y lo que en ellos siempre estuvo oculto
sin ser tiempo ni trastiempo…
Cuando haya de partir –se irá la vida,
ella y su música veloz entre mis venas
que me recorre con remotos cánticos,
ella y su melodiosa geometría
que inventa el ajedrez de estas palabras.
De todo cuanto miro en este instante
será la vida la que parta para siempre o para nunca,
es decir, la que parta sin partir, la que se quede
y con ella mi cuerpo noche y día,
siguiéndolas en sus luces y sus sombras…
Si, tal vez nadie se aleje de este mundo,
aunque se extinga cada quien en su momento.
—Nos iremos sin irnos,
ninguno va a quedarse ni va a irse,
tal como siempre hemos vivido
a orillas de este sueño indescifrable,
donde uno está y no está y nadie sabe nada.
Eugenio Montejo (Caracas, Venezuela, 19 de octubre de 1938 – Valencia, Venezuela, 5 de junio de 2008). Poeta, ensayista, profesor y diplomático. Considerado uno de los poetas venezolanos de mayor trascendencia del siglo XX.
De ascendencia canaria, España, sus verdaderos apellidos son Hernández Álvarez: “Yo pertenezco a dos familias. Mi nombre no es Montejo. Montejo es un pseudónimo. Mi nombre es Hernández Álvarez».
Su primer acercamiento a la poesía acontece durante la infancia, en un internado de niños, el colegio en Maracay . Allí hacían, en Navidad, concursos de coplas que luego eran interpretadas por el conjunto musical del colegio: “esas coplas fueron mi primer encuentro con la verbalidad como creación. ” Posteriormente en un instituto de La Grita, donde estudia ya adolescente, surge un compromiso más profundo con la escritura, “bajo la dirección de Teodoro Gutiérrez Calderón” , y crea junto a otros compañeros un periódico, comenzando a firmar ya como Montejo. No obstante, será el “taller blanco”, nombre con el que designa la panadería en la que, durante sus primeros años, presenció las labores artesanas panaderas de su padre, el espacio privilegiado en el que verdaderamente iniciará su carrera literaria.
Durante sus años de juventud en la ciudad de Valencia (Estado Carabobo), realiza estudios de Leyes a la vez que imparte clases en liceos, licenciándose como abogado por la Universidad de Carabobo en 1963. En ese entonces, la universidad sólo ofertaba las carreras de Medicina, Ingeniería y Leyes, por lo que se ve obligado a elegir los estudios más afines a su sensibilidad humanística, aunque nunca ejercería dicha profesión. Posteriormente trabaja en la administración cultural en la Universidad de Carabobo, participando en la fundación de tres revistas .
Entre los años 1968 y 1971, gracias a una beca otorgada por su propia universidad, viaja a París para realizar estudios de Sociología, y luego entre 1973 y 1974 obtiene otra beca del CONAC para hacer una estancia en Inglaterra.
A su regreso a Caracas, y sin apenas detenerse, parte hacia Argentina como representante de Monte Ávila Editores, entre 1976 y 1978. Pero debido a la dictadura que sufre este último país, decide regresar a Venezuela a los dieciséis meses.
En 1988 ingresa como funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores y, hasta 1994, ocupa el cargo de Ministro Consejero para Asuntos Culturales en la Embajada de Venezuela en Lisboa. Luego de retornar nuevamente al país, realiza servicios internos para este mismo ministerio, y específicamente se le asigna la creación de la publicación Venezuela . Se trata de un órgano de difusión cultural de la Dirección General de Relaciones Culturales del Ministerio, con proyección internacional. Durante sus funciones diplomáticas en Lisboa traduce al español a escritores portugueses contemporáneos como Antonio Ramos Rosa y José Bento y, de igual modo, es traducido al portugués por Ramos Rosa en la misma época. En Brasil se publica la antología bilingüe de su obra, O poeta sem rio, El poeta sin río (Porto Alegre, Editora Movimiento, 1985).
Fue fundador de la revista Azar Rey y cofundador de la Revista Poesía de la Universidad de Carabobo.
En 1998 recibió el Premio Nacional de Literatura de Venezuela y en 2004 el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo. Uno de sus poemas es citado en la película 21 gramos, del director mexicano Alejandro González Iñárritu. El actor Sean Pen recita : “La tierra giró para acercarnos / giró sobre sí misma y en nosotros / hasta juntarnos por fin en este sueño”
Falleció en junio de 2008, víctima de un cáncer
Algunas de sus publicaciones son : Élegos (1967); Muerte y Memoria (1972); Algunas Palabras (1976); Terredad (1978); Trópico Absoluto (1982); Alfabeto del Mundo (1986); Adiós al siglo XX (1992); Partitura de la cigarra (1999); Papiros amorosos (2002) y Fábula del escriba (2006).
Como ensayista publicó: La ventana oblicua(1974); El cuaderno de Blas Coll (1981) y El taller blanco (1983).
Libros publicados con heterónimos : El cuaderno de Blas Coll(1981); Guitarra del horizonte ( Sergio Sandoval, 1991); El hacha de seda ( Tomás Linden; 1995); Chamario ( Eduardo Polo, 2004), y La caza del relámpago (como Lino Cervantes, 2006).
Enlaces de interés :
Fuente de la bio: https://gredos.usal.es/bitstream/handle/10366/76343/DLEH_Sosa_Silva_MC_De_la_pulsion.pdf?sequence=1&isAllowed=y
https://letraslibres.com/revista-espana/eugenio-montejo-1938-2008
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