12 Poemas de Rodolfo Serrano

A la manera de Don Antonio Machado. Y con todo respeto

Mi infancia es una escuela con olor a pobreza.
Un cura prometiendo del infierno el rigor.
Un padre derrotado y una madre que reza.
Y ropas heredadas del hermano mayor.

Amé y sufrí de amores como manda la vida.
Gocé cuerpos gloriosos que me dieron las noches
más hermosas. Y supe que en toda despedida
la añoranza es un viento que vence a los reproches.

De mis derrotas guardo la grandeza de haber
apostado al tablero donde el hombre sufría.
No es mejor la victoria si no puedes vencer
el miedo a los fracasos y al paso de los días.

Tengo algún enemigo que no me ha perdonado.
Y al que tampoco nunca yo he pedido perdón.
Siempre busqué en el hombre que camina a mi lado
el soplo que nos una a un mismo corazón.

Y ya no tengo nada que pueda llamar mío.
En mis hijos he puesto mi esperanza y futuro.
El pasado es historia y el presente es un río
que me arrastra a la nada, violento y oscuro.

He preferido siempre el calor de taberna
el vino del amigo y el verano en enero.
Y si puedo elegir, y aunque nunca sea eterna,
elijo la pasión de los amores fieros.

Sin mérito ninguno por mi parte, he tenido
la honradez de los pobres y el orgullo de ser
libre -libre hasta donde me dejaron-. No he sido
más que nadie. Ni tengo nada ya que perder.

Los hijos de la esclava

Todo el dolor, la sangre, la tristeza,
el juego de los niños en la muerte,
y la vida fugaz como un suspiro,
frágil como los huesos de los viejos.
Esa vida, esa muerte en los fusiles,
la lágrima y el grito en las gargantas.

Y nunca habrá perdón, no hay dios que pueda
aceptar el sacrificio de la carne
del hombre condenado por el hombre.
Jamás habrá perdón mientras exista
la religión de sangre, el terror ciego,
el odio criminal, el fuego abierto.

Y más allá de vosotros, en la playa
donde los niños caen como cometas,
allí donde la paz es sueño muerto,
vuela el azul silencio de los libros
en los que la palabra se deshace.

Para vosotros nunca la esperanza,
el perdón por la inocencia rota.
No habrá perdón. Vuestro dios mismo
oculta el rostro en la ropa ensangrentada
de los hijos de la esclava de Abraham.

Noche triste

En noches como ésta, algunas noches,

te sientes triste. Son noches de cansancio.

Ha llovido y queda por la calle

un perfume de hierba y de tierra mojada, 

igual que si de pronto regresaras

a los días del pueblo. Escuchas lejos

algún trueno lejano. Desearías

volver hacia los días de los amores viejos.

Estás triste esta noche. En la nevera,

una botella de vodka. 

Es el momento

de servirte una copa 

muy fría. Y acercarte

despacio hasta el recuerdo de sus labios.

Ella nunca bebía este tipo de alcohol, 

mas adoraba el vino,

la seca sensación de que era el sol

lo que entraba besando su garganta.

Pero esta noche, tan lejos y tan fría,

deseas que te llegue hasta las venas

su voz cuando leía antiguos versos,

sus pasos por la casa, el dulce sobresalto

de sus manos tapándote los ojos.

Ahora bebe, saborea 

el helado escalofrío

del cristal empañado por el vodka,

la niebla de sus brazos, 

la soledad de esta casa que odiarías

si no fuera porque guarda – o eso piensas-

por suelos y paredes algo de ella.

Sin embargo, en cualquier caso, y aunque sepas

que nada del pasado se repite, que ella misma

puede ser la invención de la tristeza,

mira bien lo que haces. Hay momentos

en noches como ésta, que es mejor elegir,

sin dudas ni preguntas, un amor inventado

que esta realidad sin esperanza.

La Isla del Tesoro

Oído en un telediario:

Una mujer en una manifestación por la educación pública: 

“Tenemos que protestar si no queremos perder nuestros derechos”

Un político: “No cambiaremos nuestras políticas 

por muchas protestas y manifestaciones que se hagan”

Cuánta tristeza. Cuánto

dolor en las palabras que ahora escucho

yo derrotado frente al televisor.

Por las calles, se extiende, como un sueño,

la impotencia, las manos que no tienen

más que el blanco vacío, el imposible

afán de la tormenta que no llega, 

que ha de limpiar las plazas y los cuerpos.

Un futuro sin nombres ni amapolas.

La soberbia se sube a los caballos,

deshace claros días, atraviesa

con la lanza del odio la esperanza.

Mata la voz del hombre, lo aniquila,

lo entierra entre palabras. Hay un vómito

agrio de vino y sangre en el asfalto.

Y todo, todo está como si nada,

como si todo fuera una noche interminable,

el deseo de un fuego ante la cueva,

la nostalgia de viejos paraísos,

la sensación del miedo, el lento pulso

de un corazón cansado y ya vencido.

Más allá de esas voces se levantan

unos labios abiertos a la vida,

los cuadernos y libros escolares,

el alma de los niños, la tristeza, 

el pan de cada día y las canciones

de amor, la piel de las estrellas.

Cuánta tristeza. Amor, cuánta tristeza,

cuánto dolor, ahora, ya perdidos

para siempre los mapas que nos traigan

el tesoro de la isla a nuestras manos.

Mas sálgamos al mar. Vente conmigo,

La bandera pirata es ahora nuestra

y Jhon el Largo nos guía hasta su isla.

Esta canalla

Esta tropa de banqueros y políticos,

esta canalla del silencio y la mentira,

esta gentuza, amor, está ganando

la batalla diaria de la vida.

Nos acorralan, invaden nuestras almas,

deshacen  el color de la palabra,

hipotecan todo el sufrimiento,

la paz que hay en tu abrazo y en tu sueño.

Acaban con el hombre, lo encarcelan,

dibujan la tormenta y traen la lluvia

del frío en el invierno. Como dioses

maltitos traen la espada.

Están entre nosotros. Glorifican

los pecados más turbios, el deseo

de las voces amargas, cuando todo

es pura soledad de su desierto.

Del dolor hacen carne, sangre muerta,

roto espejo pegado a la caverna.

Envenenan el nombre de las cosas

y dejan sin manzana el paraíso.

.

Ahogan nuestros sueños y vacían

las almas y devoran insaciables

la risa de los niños, nos apagan

el fuego de la casa y de los besos.

Se mean en el vino del domingo,

escupen sobre el pan de cada día.

Quiebran el espinazo de la vida,

ensucian la alegría y las canciones.

Esa gente, esa canalla, vida mía,

que persigue a los amantes y a los locos,

nos matan con sus cifras oficiales,

destruyen la mirada de la tierra.

Por eso, tierno amor, dulce caricia,

los tiempos no están hoy para poemas

de amor. Porque esta peste,

a poco que tú y yo nos descuidemos,

acabará con nosotros sin remedio.

Las manos de Lila

A mi nieta, recién venida

Se mueven como el mundo. Dulce, sencillamente.

Esas manos que un día abrazarán la tierra,

que traerán caricias y curarán dolores

y harán de los caminos abrazos de los cuerpos.

Esas manitas chicas, como estrellas de aire,

que se agarran dormidas a la vida que late

en otra carne amada, en el calor del sueño.

Esas manos que traen el nombre de la dicha.

Los dedos como brotes de los frutos más dulces,

nubes y caracolas donde se esconde el viento.

Esperanza y promesa de un futuro que rompe

la tormenta del miedo y la palabra nunca.

En esas manos mueren los espacios vacíos,

la eternidad empieza como un beso cercano,

lo mismo que si fuera el universo abierto,

el lento movimiento de todas las mareas.

Me agarran esas manos, me acarician despacio,

y rozan suavemente mis dedos asombrados.

Luego, tiernas y frágiles, llegan hasta mi pecho

abren mi corazón y se quedan dormidas.

Rodolfo y su hijo Ismael Serrano

A Jaime Gil de Biedma

Que la vida iba en serio
uno, maestro, lo comprende cuando
sientes que el dolor se te hace carne
y las tardes empiezan a ser tristes.

Y los grandes amores se convierten
en esa tos a las tres de la mañana, 
y el cansancio
es el pan de cada día.

Cuando ya no te llaman por teléfono
más que voces de eléctricas y bancos,
y una joven muy bella por la calle
te cede el paso al subir al autobús.

Y sientes que la noche es enemiga
de versos y de besos,
y te mueres
a solas con recuerdos de otro cuerpo.

Entonces tú comprendes que la vida
ya no está en el presente,
y el futuro
es aquello que nunca conseguimos.

Iba en serio la vida.
Y ahora mismo, ahora lo comprendes:
Envejecer, morir eran tan sólo
las dimensiones del teatro

Buscándola en las ciudades amadas

                                                    A José María Álvarez

Sabe usted, amigo  Álvarez, tendría
que buscarla en los lugares
donde la poesía es inevitable:
en un café en Lisboa, en Buenos Aires
en cualquier librería de Corrientes,
en Venecia tal vez
o en el Paris con aguacero de Vallejo.

Sin embargo, la encuentro sin buscarla,
en los bares más turbios, en las noches
de insomnio, en la mitad de una
borrachera gloriosa de ginebra.

La nostalgia, usted lo sabe, es la mentira
más hermosa de todas.
Y, sin duda, hay lugares,
por sórdidos que sean,
que conservan
el maldito recuerdo de sus nombres.

Manual para salvar el odio

Cuando ella o él te dejen, no perdones,
niégate a comprenderlo.
Cultiva bien tu odio, nunca seas
generoso en palabras o en olvido. 

Cuando ella o él te dejen, nunca digas
adiós, o qué vamos a hacerle.
Maldice cada letra de su nombre.
Y júrale odio eterno mirándole a los ojos. 

Cuando ella o él te dejen, nunca creas
ni justificaciones ni promesas
y busca las palabras más hirientes
el insulto más infame que conozcas. 

Cuando ella o él te dejen, nunca juegues
a ser Rick perdido en Casablanca.
Provoca llanto, dolor, remordimientos
y que el adiós te corte igual que una cuchilla. 

Porque cuando ella o él te dejan, habrá alguien
tarde o temprano esperando en otra esquina
y volverán a gozar en otros brazos
y dirán ‘te amo’. Y ‘ven, dámelo todo’. 

Y olvidarán. ¿Para qué, entonces,
mentir? Que ella o él se lleven
-aunque dure bien poco- nuestro odio
igual que una bandera. Para siempre.

Mujeres Solas


Siento una gran ternura -tal vez sea
la edad- por las mujeres que aún esperan,
en silencio, que pasen estas sombras, 
el tiempo, como un golpe inexorable. 

Contemplo su cansancio, el calendario
colgando de sus ojos y una cierta
tristeza entre los labios apretados, 
esa desolación del fin de un mundo.

Yo no sé a quién esperan. Ellas mismas
han olvidado el nombre de quien fuera
su cita y su pasado y su mañana.
Quizás ya no haya nadie en su memoria.

Mas las veo, pacientes, en las calles, 
sentadas en los bancos, esperando,
tal vez, un autobús que nunca llega,
o solo una palabra, una palabra.

Arregladitas siempre con esmero,
igual que una patena, por sus ropas
el tiempo pasa lento, como un sueño,
como dulce caricia de los niños.

Agarradas al bolso y a la vida
que hace tiempo dejó su carne yerta,
que traicionó sus años, los relojes,
la soledad en punto de sus cuerpos.

Las abrazo en el verso, las abrazo
en su silencio que anda por mi sangre,
me acerco hasta su alma y beso en ella
mi propia soledad y mi tristeza. 

Emisión de Radio Pirenaica

I
Estos días, padre, y en este sol de la infancia
me viene tu recuerdo como un viento caliente,
el aire que en verano acunaba las siestas
y secaba el camino por donde tú llegabas.

Recuerdo tus silencios en las noches más frías.
Cuando, sentados juntos, madre contaba historias
y tú te sonreías del pavor a los muertos.
Y decías: “A quien hay que temer es a los vivos”.

Luego, más tarde, supe, padre, que tus temores
venían de muy lejos y habitaban cercanos
en las calles de tierra y en las casas de adobe
y te ahogaban el pecho y el corazón de polvo.

De la guerra no hablabas, aunque, de tarde en tarde,
nos dejabas mirar la metralla azulada
que aún tenías en el cuerpo y nosotros pasábamos
los dedos por aquellas cicatrices de hierro.

El miedo de los vivos te ha acompañado siempre.
Y puso entre tus brazos el dolor de las cosas,
cuando España no era sino la historia triste
más triste de todas las historias posibles.

Te recuerdo en la noche cuando en la vieja radio
buscabas entre ruidos que estaban prohibidos
la esperada noticia de que, al fin, aquel año
un viento bien distinto lo barrería todo.

Pero nunca llegó aquello que esperabas.
Ni siquiera más tarde, cuando todo cambió
pudiste pronunciar unas nuevas palabras.
Era la historia otra. Y eran otras las cosas.

II
Tú me enseñaste, padre, a andar en bicicleta
y a mirar la pobreza con orgullo y sin miedo.
Y que todo es de todos cuando el hambre lo dice
y que el dinero vale para comer hoy mismo.

Recuerdo tu sudor amasando el adobe.
Y los sacos de pájaros que te daban a cambio
de limpiar los tejados y la fiesta que era
aquella noche en casa –risa y pájaros fritos–.

Yo no sé si he tenido tiempo para contarte
de mis libros y versos. De mis tristes triunfos,
de mis dulces fracasos. Ni de las muchas veces
que te he echado de menos cuando he llorado solo.

Y de lo que me gustaba el mediodía del sábado
cuando los dos tomábamos en aquel bar de Poli
un vino y me decías que, al fin, los socialistas
subirían las pensiones. Había que darles tiempo.

Luego una sombra oscura te cubrió la memoria.
Y tu mundo fue negro como el de aquellas noches
de los cuentos de madre en la cocina fría
y mirabas sin vernos. Y llorabas a veces.

Ahora, en estos días azules de mi infancia,
cuando tengo los mismos años que tú tenías,
te recuerdo callado y me dicen a veces
que soy como tú mismo. Y, como tú, yo callo.

De: Estaciones perdidas. Poesía reunida 1989-2010. Kasbah Ediciones(2019)

Tiempo

Ya no tengo ni el tiempo necesario 

para pensar en mí. Y mucho menos

para olvidar tu nombre. 

                                 Estoy cansado, 

como dicen que están los que regresan 

a sus miedos, y está el que vuelve

hasta ese viejo amor. Como lo están

los que han perdido todas las batallas

y no han ganado ni oro ni pasión.

Como esos estoy yo. 

                             Desde la alcoba

en la que sigo este pequeño mapa

de lo que ya será mi mundo conocido:

La fiebre del desierto, los ríos de las náuseas, 

las montañas de papeles y  recetas, 

la comida que sabe a dios y a rayos. 

Los caminos que acaban en el borde.

(Para pensar en ti me falta el tiempo).

Quiero pensar que el campo estará verde,

y la lluvia debe estar ya por el cerro.

En el pueblo a esta hora las ovejas

traerán la tristeza de los campos.

Olerá a humo de leña y a castañas

y un perro ladrará en el patio del vecino.

Será una tarde espléndida a la lumbre,

leyendo cualquier libro de poemas.

(No he de pensar en ti. El tiempo vence).

Quiero pensar en rosas. Por ejemplo,

las que un día te mandé. Será muy fácil.

Basta con hacer hueco en prescripciones

y pastillas. Dedicar los insomnios 

a revivir la forma en que me echabas

el humo del cigarro por el rostro.

Pero todo, ¿lo ves?, estaba escrito:

Que la vida iba en serio. ¿No te acuerdas

cuantas veces lo dije con mis dientes

mordiéndote los labios y yo muerto?

Rodolfo Serrano Recio ( Villamanta, Madrid, en 1947. Poeta, periodista, compositor y narrador.

Hijo de un albañil republicano en medio de una España franquista, que tenia que recorrer un total de 80 km diarios (ida y vuelta)en bicicleta para poder trabajar ya que en el pueblo ser “rojo” era un estigma. Tal situación extrema hizo que finalmente toda la familia se trasladase a Madrid.

Rodolfo comenzó a leer poesía en la escuela donde los versos de Quevedo y Lope le incitaron a escribir. Posteriormente leía poesía prohibida por el régimen franquista gracias a librerías que vendían los libros llegados de México. Libros prohibidos que se vendían de forma clandestina.

Estudió ciencias de la información en la Universidad Complutense, en la que entró como mayor de 25 años. Ha desempeñado su labor periodística fundamentalmente en el diario El País y también en Diario 16, aunque también ha trabajado en revistas económicas y en otras más técnicas, en el ámbito de la construcción o la medicina.

Hasta el momento tiene publicados nueve libros de poesía de los cuales citaremos: «Especial para cócteles», «Al Oeste hay apaches», «La Blancura de la Ballena» (2010),«Los Cuerpos Lejanos”, Ed. Muevetulengua(2014), «Fábricas abandonadas»,Ed. Renacimiento,2016(Antologia poética 1989-2016) y «Tu Nombre Estaba en Todas las Ciudades”Ed. Muevetulengua(2017),»Estaciones perdidas«. Poesía reunida 1989-2010. Kasbah Ediciones(2019) y «El Frío de los Días: Viejos Tangos Encontrados en una Maleta”, Ed. Hoy es siempre ediciones(2021).

Es autor, junto con su hijo Daniel, de los libros Toda España era una cárcel. Memoria de los presos del franquismo y de  La España de Cuéntame cómo pasó (Aguilar).

Ha publicado la novela policiaca Un único crimen (Témpora) y también el ensayo sobre periodismo Un oficio de fracasados.

Colabora como letrista de alguna de las canciones de su hijo el cantautor Ismael Serrano.

Cantautores como Manuel Cuesta, Fran Fernández, Rafa Mora, Moncho Otero, Antonio Sanz o Javi Nervio han puesto música a sus poemas.

Blog del autor: https://rodolfoserrano.blogspot.com

https://www.facebook.com/rodolfo.serrano.583

https://diariodeavisos.elespanol.com/2017/11/rodolfo-e-ismael-serrano-padre-e-hijo-orbitan-universo-poetico


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