9 Poemas de Arthur Rimbaud 

Voyelles

A noir, E blanc, I rouge, U vert, O bleu : voyelles,

Je dirai quelque jour vos naissances latentes :

A, noir corset velu des mouches éclatantes

qui bombinent autour des puanteurs cruelles,

golfes d’ombre ; E, candeurs des vapeurs et des tentes,

lances des glaciers fiers, rois blancs, frissons d’ombelles ;

I, pourpres, sang craché, rire des lèvres belles

dans la colère ou les ivresses pénitentes ;

U, cycles, vibrements divins des mers virides,

paix des pâtis semés d’animaux, paix des rides

que l’alchimie imprime aux grands fronts studieux ;

O, suprême Clairon plein des strideurs étranges,

silences traversés des Mondes et des Anges :

— O l’Oméga, rayon violet de Ses Yeux !

Vocales

A negra, E blanca, I roja, U verde, O azul: vocales,

diré algún día vuestros latentes nacimientos.

Negra A, jubón velludo de moscones hambrientos

que zumban en las crueles hediondeces letales.

E, candor de neblinas, de tiendas, de reales

lanzas de glaciar fiero y de estremecimientos

de umbrelas; I, las púrpuras, los esputos sangrientos,

las risas de los labios furiosos y sensuales.

U, temblores divinos del mar inmenso y verde.

Paz de las heces. Paz con que la alquimia muerde

la sabia frente y deja más arrugas que enojos.

O, supremo Clarín de estridores profundos,

silencios perturbados por ángeles y mundos.

¡Oh, la Omega, reflejo violeta de Sus Ojos!

Retrato de Rimbaud por Étienne Carjat, París, octubre 1871. Reproducción de alrededor de 1900.

Mi bohemia

( Fantasía)

Me iba, con los puños en mis bolsillos rotos…
mi chaleco también se volvía ideal,
andando, al cielo raso, ¡Musa, te era tan fiel!
¡cuántos grandes amores, ay ay ay, me he soñado!

Mi único pantalón era un enorme siete.
––Pulgarcito que sueña, desgranaba a mi paso
rimas Y mi posada era la Osa Mayor.
––Mis estrellas temblaban con un dulce frufrú.

Y yo las escuchaba, al borde del camino
cuando caen las tardes de septiembre, sintiendo
el rocío en mi frente, como un vino de vida.

Y rimando, perdido, por las sombras fantásticas,
tensaba los cordones, como si fueran liras,
de mis zapatos rotos, junto a mi corazón.

Retrato invertido de la placa de Carjat, 1870

Sol y carne

¡Si volviera el tiempo, el tiempo que fue!
Porque el hombre ha terminado, el hombre
         representó ya todos sus papeles.
En el gran día, fatigado de romper los ídolos,
resucitará, libre de todos sus dioses,
y, como es del cielo, escrutará los cielos.
El ideal, el pensamiento invencible, eterno,
todo el dios que vive bajo su arcilla carnal
se alzará, se alzará, arderá bajo su frente.
Y cuando le veas sondear el inmenso horizonte,
vencedor de los viejos yugos, libre de todo miedo,
te acercarás a darle la santa redención.
Espléndida, radiante, del seno de los mares,
tú surgirás, derramando sobre el Universo
con sonrisa infinita el amor infinito,
el mundo vibrará como una inmensa lira
bajo el estremecimiento de un beso inmenso…

El mundo tiene sed de amor: tú la apaciguarás,
¡oh esplendor de la carne! , ¡oh esplendor ideal 
¡Oh renuevo de amor, triunfal aurora
en la que doblegando a sus pies los dioses y los héroes,
la blanca Calpigia y el pequeño Eros cubiertos con
                                                     nieve de las rosas
las mujeres y las flores su bellos pies cerrados!

El corazón de Rimbaud

Mi triste corazón babea a popa,
mi corazón lleno de tabaco:
sobre él arrojan escupitajos,
mi triste corazón babea a popa:
bajo las burlas de la tropa
que suelta una risotada general,
mi triste corazón babea a popa,
¡mi corazón lleno de tabaco!
¡Itifálicos y sorchescos
sus insultos lo han depravado!
En la velada narran relatos
itifálicos y sorchescos.
¡Oleajes abracadabrantescos,
tomad mi corazón, salvadlo!
¡Itifálicos y sorchescos
sus insultos lo han depravado!
Cuando sus chicotes hayan cesado,
¿cómo actuar, oh corazón robado?
Se oirán estribillos báquicos
cuando sus chicotes hayan cesado:
tendré sobresaltos estomáquicos
si degradan mi triste corazón.
Cuando sus chicotes hayan cesado,
¿cómo actuar, oh corazón robado?

Mayo de 1871 (Varios biógrafos admiten que refleja una escena escalofriante: la violación del poeta)

El barco ebrio

«Mientras descendía por Ríos impasibles,
sentí que los remolcadores dejaban de guiarme:
Los Pieles Rojas gritones los tomaron por blancos,
clavándolos desnudos en postes de colores.

No me importaba el cargamento,
fuera trigo flamenco o algodón inglés.
Cuando terminó el lío de los remolcadores,
los Ríos me dejaron descender donde quisiera.

En los furiosos chapoteos de las mareas,
yo, el otro invierno, más sordo que los cerebros de los niños,
¡corrí! y las Penínsulas desamarradas
jamás han tolerado juicio más triunfal.

La tempestad bendijo mis desvelos marítimos,
más liviano que un corcho dancé sobre las olas
llamadas eternas arrolladoras de víctimas,
¡diez noches, sin extrañar el ojo idiota de los faros!

Más dulce que a los niños las manzanas ácidas,
el agua verde penetró mi casco de abeto
y las manchas de vinos azules y de vómitos
me lavó, dispersando mi timón y mi ancla.

Y desde entonces, me bañé en el poema
de la mar, lleno de estrellas, y latescente,
devorando los azules verdosos; donde, flotando
pálido y satisfecho, un ahogado pensativo desciende;

¡donde, tiñendo de un golpe las azulidades, delirios
y ritmos lentos bajo los destellos del día,
más fuertes que el alcohol, más amplios que nuestras liras,
fermentaban las amargas rojeces del amor!

Yo sé de los cielos que estallan en rayos, y de las trombas
y de las resacas y de las corrientes:
¡yo sé de la tarde, del alba exaltada como un pueblo de palomas,
y he visto alguna vez, eso que el hombre ha creído ver!

¡Yo he visto el sol caído, manchado de místicos horrores.
iluminando los largos flecos violetas,
parecidas a los actores de dramas muy antiguos
las olas meciendo a lo lejos sus temblores de moaré!

¡Yo soñé la noche verde de las nieves deslumbrantes,
besos que suben de los ojos de los mares con lentitud,
la circulación de las savias inauditas,
y el despertar amarillo y azul de los fósforos cantores!

¡Yo seguí, durante meses, imitando a los ganados
enloquecidos, las olas en el asalto de los arrecifes,
sin pensar que los pies luminosos de las Marías
pudiesen frenar el morro de los Océanos asmáticos!

¡Yo embestí, sabed, las increíbles Floridas
mezclando las flores de los ojos de las panteras con la piel
de los hombres! ¡Los arcos iris tendidos como riendas
bajo el horizonte de los mares, en los glaucos rebaños!

¡Yo he visto fermentar los enormes pantanos, trampas
en las que se pudre en los juncos todo un Leviatán;
los derrumbes de las aguas en medio de la calma,
y las lejanías abismales caer en cataratas!

¡Glaciares, soles de plata, olas perladas, cielos de brasas!
naufragios odiosos en el fondo de golfos oscuros
donde serpientes gigantes devoradas por alimañas
caen, de los árboles torcidos, con negros perfumes!

Yo hubiera querido enseñar a los niños esos dorados
de la ola azul, los peces de oro, los peces cantores.
Las espumas de las flores han bendecido mis vagabundeos
y vientos inefables me dieron sus alas por un momento.

A veces, mártir cansada de polos y de zonas,
la mar cuyo sollozo hizo mi balanceo más dulce
elevó hacia mí sus flores de sombra de ventosas amarillas
y yo permanecía, al igual que una mujer, de rodillas…

Casi isla, quitando de mis bordas las querellas
y los excrementos de los pájaros cantores de ojos rubios.
¡Y yo bogué, mientras atravesando mis frágiles cordajes
los ahogados descendían a dormir, reculando!

O yo, barco perdido bajo los cabellos de las algas,
arrojado por el huracán contra el éter sin pájaros,
yo, a quien los Monitores y los veleros del Hansa
no hubieran salvado la carcasa borracha de agua;

Libre, humeante, montado de brumas violetas,
yo, que agujereaba el cielo rojeante como una pared
que lleva, confitura exquisita para los buenos poetas,
líquenes de sol y flemas de azur;

Yo que corría, manchado de lúnulas eléctricas,
tabla loca, escoltada por hipocampos negros,
cuando los julios hacían caer a golpes de bastón
los cielos ultramarinos de las ardientes tolvas;

¡Yo que temblaba, sintiendo gemir a cincuenta leguas
el celo de los Behemots y los Maelstroms espesos,
eterno hilandero de las inmovilidades azules,
yo extraño la Europa de los viejos parapetos!

¡Yo he visto los archipiélagos siderales! y las islas
donde los cielos delirantes están abiertos al viajero:
¿Es en estas noches sin fondo en las que te duermes y te exilas,
millón de pájaros de oro, oh Vigor futuro?

¡Pero, de verdad, yo lloré demasiado! Las Albas son desoladoras,
toda luna es atroz y todo sol amargo:
El acre amor me ha hinchado de torpezas embriagadoras.
¡Oh que mi quilla estalle! ¡Oh que yo me hunda en la mar!

Si yo deseo un agua de Europa, es el charco
negro y frío donde, en el crepúsculo embalsamado
un niño en cuclillas colmado de tristezas, suelta
un barco frágil como una mariposa de mayo.

Yo no puedo más, bañado por vuestras languideces, oh olas,
arrancar su estela a los portadores de algodones,
ni atravesar el orgullo de las banderas y estandartes,
ni nadar bajo los ojos horribles de los pontones.

Rimbaud y Verlaine

Ofelia

I
En las aguas profundas que acunan las estrellas, 
blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio, 
flota tan lentamente, recostada en sus velos… 
cuando tocan a muerte en el bosque lejano.

Hace ya miles de años que la pálida Ofelia 
pasa, fantasma blanco por el gran río negro; 
más de mil años ya que su suave locura 
murmura su tonada en el aire nocturno.

El viento, cual corola, sus senos acaricia
y despliega, acunado, su velamen azul;
los sauces temblorosos lloran contra sus hombros 
y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.

Los rizados nenúfares suspiran a su lado, 
mientras ella despierta, en el dormido aliso, 
un nido del que surge un mínimo temblor… 
y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.

II
¡Oh tristísima  Ofelia, bella como la nieve, 
muerta cuando eras niña, llevada por el río!
Y es que los fríos vientos que caen de Noruega 
te habían susurrado la adusta libertad.

Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena, 
en tu mente traspuesta metió voces extrañas; 
y es que tu corazón escuchaba el lamento 
de la Naturaleza –son de árboles y noches.

Y es que la voz del mar, como inmenso jadeo 
rompió tu corazón manso y tierno de niña;
y es que un día de abril, un bello infante pálido, 
un loco miserioso, a tus pies se sentó.

Cielo, Amor, Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca! .
Te fundías en él como nieve en el fuego; 
tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra. 
–Y el terrible Infinito espantó tu ojo azul.

III
Y el poeta nos dice que en la noche estrellada 
vienes a recoger las flores que cortaste ,
y que ha visto en el agua, recostada en sus velos, 
a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis.

El baile de los ahorcados 

En la horca negra bailan, amable manco, 
bailan los paladines, 
los descarnados danzarines del diablo; 
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.

¡Monseñor Belzebú tira de la corbata
de sus títeres negros, que al cielo gesticulan, 
y al darles en la frente un buen zapatillazo 
les obliga a bailar ritmos de Villancico!

Sorprendidos, los títeres, juntan sus brazos gráciles: 
como un órgano negro, los pechos horadados , 
que antaño damiselas gentiles abrazaban, 
se rozan y entrechocan, en espantoso amor.

¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza , 
trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio, 
¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla! 
¡Furioso, Belzebú rasga sus violines!

¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!
Todos se han despojado de su sayo de piel: 
lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.
En sus cráneos, la nieve ha puesto un blanco gorro.

El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas; 
cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla: 
parecen, cuando giran en sombrías refriegas, 
rígidos paladines, con bardas de cartón.

¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos! 
¡y la horca negra muge cual órgano de hierro! 
y responden los lobos desde bosques morados: 
rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno…

¡Zarandéame a estos fúnebres capitanes
que desgranan, ladinos, con largos dedos rotos, 
un rosario de amor por sus pálidas vértebras: 
¡difuntos, que no estamos aquí en un monasterio! .

Y de pronto, en el centro de esta danza macabra 
brinca hacia el cielo rojo, loco, un gran esqueleto, 
llevado por el ímpetu, cual corcel se encabrita 
y, al sentir en el cuello la cuerda tiesa aún,

crispa sus cortos dedos contra un fémur que cruje 
con gritos que recuerdan atroces carcajadas,
y, como un saltimbanqui se agita en su caseta, 
vuelve a iniciar su baile al son de la osamenta.

En la horca negra bailan, amable manco, 
bailan los paladines, 
los descarnados danzarines del diablo; 
danzan que danzan sin fin 
los esqueletos de Saladín.

Mis pequeñas enamoradas

Un hidrolato lagrimal lava
Los cielos de verde col:
Bajo el árbol retoñero que os babea
Los cauchos,

Blancas de lunas especiales
Con los pialatos redondos,
¡Entrechocad las rótulas,
Monicacos míos!

¡Nos amamos en aquella época,
Monicaco azul!
¡Comíamos huevos pasados por agua
Y pamplinas de agua!

Una tarde, me consagraste como poeta,
Monicaco rubio:
Baja aquí, que te dé unos azotes,
en mi regazo;

Vomité tu bandolina,
Monicaco moreno;
Tú me habrías cortado la mandolina
Con el filo de la frente.

¡Puah! Mis salivas resecas,
Monicaco pelirrojo,
¡Todavía te infectan las zanjas
Del pecho redondo!

¡Oh mis pequeñas enamoradas,
os odio tanto!
¡Sujetaos con trapos dolorosos
Las feas tetas!

¡Prestadme los viejos tarros
De sentimiento en conserva!
¡Hale, venga, sed mis bailarinas
Por un momento!…

¡Los omóplatos se os desencajan,
Oh amores míos!
¡Con una estrella en los riñones cojos,
¡Dadles la vuelta a vuestras vueltas!

¡Y pensar que por tales brazuelos de cordero
He escrito rimas!
¡Me gustaría romperos las caderas
Por haber amado!

Soso montón de estrellas fallidas,
Id a llenar los rincones!
— ¡Reventaréis en Dios, albardeadas
De innobles cuidados!

Bajo las lunas particulares
con los pialatos redondos,
¡Entrechocad las rótulas,
Monicacos míos!

Oración de la tarde

Sentado vivo,

como un ángel en manos del barbero,

y empuño un chop de acentuadas estrías.

Una pipa en los dientes y el epigastrio inflado,

en el aire que surcan inciertas travesías.

Como las heces cálidas de un palomar vetusto,

mil sueños en mi dejan una dulzura ardiente:

Y así mi corazón es como es un triste arbusto que

tiñen rojas gotas de un oro incandescentes.

Y una vez que a mis sueños me los volví a beber,

cauto, después de treinta o cuarenta festejos,

a calmar me retiro el acre menester:

Dulce como el señor del cedro y los hisopos,

meo hacia el cielo ardo, muy arriba, muy lejos, 

con la aquiescencia de los grandes heliotropos.

Jean Nicolas Arthur Rimbaud (Charleville, Francia, 20 de octubre de 1854 – Marsella,Francia, 10 de noviembre de 1891).Poeta,considerado uno de los máximos representantes del simbolismo francés.

A pesar de su efímera carrera literaria (escribió su último libro a los veinte años), la importancia de su obra es equiparable a la de los otros grandes nombres de esta corriente: Charles Baudelaire, Stéphane Mallarmé y Paul Verlaine.

Hijo de un capitán borgoñés, que consiguió la Legión de Honor en las batallas de Argelia y de Marie-Catherine-Felicité-Vitalie Cuif, una joven hacendada, la pareja tuvo cinco hijos seguidos. El capitán desapareció sin dejar rastro cuando Arthur tenía siete años y el pequeño Arthur fue educado por su madre, una mujer autoritaria. Destacó pronto en el colegio de Charleville por su precocidad y a una edad muy temprana ya escribía diálogos y versos en latín ante la admiración de sus maestros, que le hicieron ganar todos los premios en la escuela.

 En septiembre de 1870 se fugó de casa por vez primera y fue detenido por los soldados prusianos en una estación de París. Su profesor, Georges Izambard, le salvó de la cárcel, pero al mes siguiente intentó de nuevo la fuga, esta vez dirigiéndose hacia la región del Norte. Parece que  fue violado por un pelotón de soldados cuando contaba dieciséis años, en el cuartel de la rue Babylone en París, antes de ser devuelto a casa de su madre.  Entre las dos fugas había empezado a escribir un libro destinado a Paul Demeny, pariente de su profesor y poeta reconocido en París. 

Un día el adolescente Rimbaud le escribió una carta a Paul Verlaine y le adjuntó varios poemas. Verlaine quedó asombrado y le contestó a vuelta de correo: «Ven, querida gran alma. Te esperamos, te queremos». Junto con la carta Verlaine le mandó un billete de tren a París. Rimbaud llegó en septiembre de 1871. Rimbaud llegó con un poema, El barco ebrio, quizás la mayor expresión de su genio visionario, que impresionó profundamente a su anfitrión. El choque emotivo fue terrible. Verlaine abandonó a su esposa y a su hijo recién nacido y comenzó a vivir una aventura amorosa con Rimbaud a quien describe cómo «un niño con cara de ángel exilado, los cabellos largos revueltos y una inquietante mirada de pálido azul». Tras abandonar a su esposa Mathilde, Verlaine se instaló con Rimbaud en Bruselas y mas tarde en Londres, para experimentar lo que, según Rimbaud, debía ser la aventura de la poesía.

En julio de 1873, después de una violenta pelea de celos en la mansión de la Rue de Brasseurs de Bruselas, Verlaine le disparó en la muñeca. Temiendo por su vida, Rimbaud llamó a la policía. Verlaine fue condenado a dos años de prisión. Al salir se volvieron a encontrar en Alemania y en otra disputa Rimbaud le rajó la cara con una navaja. Mientras se recuperaba en sus Ardenas natales, Arthur Rimbaud terminó el libro autobiográfico Una estancia en el infierno, donde relataba su historia y daba cuenta de su rebeldía adolescente. Luego, gracias a su madre, publicó Alquimia del verbo, pero la obra no fue distribuida (Rimbaud dejó una copia en la prisión para Verlaine, y repartió otros pocos ejemplares entre sus amigos). Regresó a Londres, acompañado por el también poeta Germain Nouveau, en 1874, y preparó su última obra, Las iluminaciones*, cerca de cincuenta poemas en prosa que proyectan sucesivos universos y proponen una nueva definición del hombre y del amor. Después de este libro, escrito a los veinte años, Arthur Rimbaud abandonó definitivamente la literatura.

Ya había llegado el momento de sentar la cabeza. Rimbaud quería ser rico, quería ser en un caballero. Se convirtió al catolicismo y dejó de hacer poesía, que consideraba una forma de locura.

En el verano de 1876, se enroló rumbo a Java como soldado del ejército holandés. Desertó y volvió en barco a Francia. Luego viajó a Chipre y, en 1880, se radicó en Adén (Yemen), como empleado en la Agencia Bardey. Allí tuvo varias amantes nativas; por un tiempo vivió con una mujer abisinia. En 1884 dejó ese trabajo y se transformó en mercader de camellos por cuenta propia en Harar, en la actual Etiopía. Luego hizo una pequeña fortuna como traficante de armas para reyezuelos de la región que estaban siempre en guerra. La poesía quedaba atrás como una locura lejana. En esta etapa de su vida Arthur Rimbaud se comportó con la seriedad fiable de un perfecto burgués. Y así continuó hasta que su pierna derecha desarrolló tempranamente un carcinoma y tuvo que regresar a Francia el 9 de mayo de 1891, donde días después se la amputaron. Finalmente murió en Marsella unos meses después a la edad de 37 años.

 Toda la vida de Rimbaud puede interpretarse como un constante éxodo. No se trata sólo de un transitar, de un nomadismo que parece no querer echar raíces, sino de la voluntad de ser siempre extranjero, un perdurable deseo de escaparse para sentirse fuera de sí, a cada paso otro. Allí reside para él el sentido de la poesía: en la superación del ego. Por eso, la frase «Yo es otro» aparece en las dos cartas en las que Rimbaud se refiere al «poeta vidente», quien sólo puede llegar a comprender el mundo cuando asume una visión ajena a él mismo. » Nos equivocamos al decir: yo pienso: deberíamos decir me piensan…” «Porque Yo es otro…»

*Nota: En 2014, las investigaciones de Eddie Breuil pusieron en evidencia que el autor de Las iluminaciones fue el poeta Germain Nouveau, poco interesado en publicar dados sus problemas mentales. Los poemas se editaron bajo la autoría de Rimbaud quien le había entregado el original de Las Iluminaciones a Verlaine, el cual se encargó de llevar el manuscrito al editor. Al final, de forma imprevista, nos hemos enterado de que la obra de nuestro poeta se acabó en realidad en la última sección de Una temporada en el infierno, justamente titulada «Adiós». 

Fuente: https://elvuelodelalechuza.com/2018/03/19/rimbaud-el-poeta-que-se-sentia-otro/

Enlaces de interés :

https://nodoarte.com/2016/06/27/arthur-rimbaud-2-cartas-y-4-poemas-1871/

https://letralia.com/transletralia-traducciones/transpoesia/2019/09/27/rimbaud-por-marco-antonio-campos/#easy-footnote-1-32318

https://elpais.com/diario/2010/08/28/babelia/1282954362_850215.html

https://childprodigies.hypotheses.org/844

https://www.bloghemia.com/2020/06/arthur-rimbaud-poesia-completa.html


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