16 Poemas de César Vallejo

Espergesia

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Hermano, escucha, escucha…
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros. 
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que mastico… y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de ferétro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.

Todos saben… Y no saben
que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda…
Y no saben que el misterio sintetiza…
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.

Los heraldos negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma… Yo no sé!

Son pocos, pero son… Abren zanjas oscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;

o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones

de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre…pobre! Vuelve los ojos, como

cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

De “Los Heraldos Negros”

La caza sutil

Mi padre duerme. Su semblante augusto

figura un apacible corazón;

está ahora tan dulce…

si hay algo en él de amargo, seré yo.

Hay soledad en el hogar; se reza;

y no hay noticias de los hijos hoy.

Mi padre se despierta, ausculta

la huida a Egipto, el restañante adiós.

Está ahora tan cerca;

si hay algo en él de lejos, seré yo.

Y mi madre pasea allá en los huertos,

saboreando un sabor ya sin sabor.

Está ahora tan suave,

tan ala, tan salida, tan amor.

Hay soledad en el hogar sin bulla,

sin noticias, sin verde, sin niñez.

Y si hay algo quebrado en esta tarde,

y que baja y que cruje,

son dos viejos caminos blancos, curvos.

Por ellos va mi corazón a pie.

Julio C. Gamboa, Abraham Valdelomar y César Vallejo en la avenida Costanera. (Fuente: César Vallejo. Iconografía. Academia Peruana de la Lengua. Lima, 2017)

¡Cuídate, España, de tu propia España!

¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate de la hoz sin el martillo,
cuídate del martillo sin la hoz!
¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,
del verdugo a pesar suyo
y del indiferente a pesar suyo!
¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,
negárate tres veces,
y del que te negó, después, tres veces!
¡Cuídate de las calaveras sin las tibias,
y de las tibias sin las calaveras!
¡Cuídate de los nuevos poderosos!
¡Cuídate del que come tus cadáveres,
del que devora muertos a tus vivos!
¡Cuídate del leal ciento por ciento!
¡Cuídate del cielo más acá del aire
y cuídate del aire más allá del cielo!
¡Cuídate de los que te aman!
¡Cuídate de tus héroes!
¡Cuídate de tus muertos!
¡Cuídate de la República!
¡Cuídate del futuro!…

De “España, aparta de mí este cáliz” 

Esto…

Esto
sucedió entre dos párpados; temblé
en mi vaina, colérico, alcalino,
parado junto al lúbrico equinoccio,
al pie del frío incendio en que me acabo.

Resbalón alcalino, voy diciendo,
más acá de los ajos, sobre el sentido almíbar,
más adentro, muy más, de las herrumbres,
al ir el agua y al volver la ola.
Resbalón alcalino
también y grandemente, en el montaje colosal del cielo.

¡Qué venablos y harpones lanzaré, si muero
en mi vaina; daré en hojas de plátano sagrado
mis cinco huesecillos subalternos,
y en la mirada, la mirada misma!
(Dicen que en los suspiros se edifican
entonces acordeones óseos, táctiles;
dicen que cuando mueren así los que se acaban,
¡ay! mueren fuera del reloj, la mano
agarrada a un zapato solitario)

Comprendiéndolo y todo, coronel
y todo, en el sentido llorante de esta voz,
me hago doler yo mismo, extraigo tristemente,
por la noche, mis uñas;
luego no tengo nada y hablo solo,
reviso mis semestres
y para henchir mi vértebra, me toco.

Considerando en frío, imparcialmente…

Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego mamífero y se peina…

Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe, suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa…

Comprendiendo sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y, sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona…

Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza…

Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo…

Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente…

Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito…

le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué mas da! Emocionado… Emocionado…

César Vallejo y Juan Domingo Córdoba. Versalles, 1929. Foto: Georgette Philipart. (Fuente: César Vallejo. Iconografía. Academia Peruana de la Lengua. Lima, 2017)

Pienso en tu sexo…

Pienso en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el hijar maduro del día.
Palpo el botón de dicha, está en sazón.
Y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso.

Pienso en tu sexo, surco más prolífico
y armonioso que el vientre de la sombra,
aunque la muerte concibe y pare
de Dios mismo.
Oh Conciencia,
pienso, si, en el bruto libre
que goza donde quiere, donde puede.

Oh escándalo de miel de los crepúsculos.
Oh estruendo mudo.

¡Odumodneurtse!

César Vallejo y Georgette Philliphart, en Versalles, verano de 1929. Foto de Juan Domingo Córdoba Vargas.

La violencia de las horas
Todos han muerto.
Murió doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.
Murió el cura Santiago, a quien placía le saludasen los jóvenes y las mozas, respondiéndoles a todos, indistintamente: «Buenos días, José! Buenos días, María!»
Murió aquella joven rubia, Carlota, dejando un hijito de meses, que luego también murió a los ocho días de la madre.
Murió mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modos de heredad, en tanto cosía en los corredores, para Isidora, la criada de oficio, la honrosísima mujer.
Murió un viejo tuerto, su nombre no recuerdo, pero dormía al sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la esquina.
Murió Rayo, el perro de mi altura, herido de un balazo de no se sabe quién.
Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas, de quien me acuerdo cuando llueve y no hay nadie en mi experiencia.
Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi hermana y mi hermano en mi víscera sangrienta, los tres ligados por un género triste de tristeza, en el mes de agosto de años sucesivos.
Murió el músico Méndez, alto y muy borracho, que solfeaba en su clarinete tocatas melancólicas, a cuyo articulado se dormían las gallinas de mi barrio, mucho antes de que el sol se fuese.
Murió mi eternidad y estoy velándola.

Masa

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…

Y si después de tantas palabras…

¡Y si después de tantas palabras, 
no sobrevive la palabra! 
¡Si después de las alas de los pájaros, 
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad, 
que se lo coman todo y acabemos!

¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte! 
¡Levantarse del cielo hacia la tierra 
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente, 
que se lo coman todo y qué más da…!

¡Y si después de tanta historia, sucumbimos, 
no ya de eternidad, 
sino de esas cosas sencillas, como estar 
en la casa o ponerse a cavilar! 
¡Y si luego encontramos, 
de buenas a primeras, que vivimos, 
a juzgar por la altura de los astros, 
por el peine y las manchas del pañuelo! 
¡Más valdría, en verdad, 
que se lo coman todo, desde luego!

Se dirá que tenemos 
en uno de los ojos mucha pena 
y también en el otro, mucha pena 
y en los dos, cuando miran, mucha pena… 
Entonces… ¡Claro!… Entonces… ¡ni palabra!

De “Poemas Humanos” 

Trilce

Hay un lugar que yo me sé 
en este mundo, nada menos, 
adonde nunca llegaremos. 

Donde, aun si nuestro pie 
llegase a dar por un instante 
será, en verdad, como no estarse. 

Es ese sitio que se ve 
a cada rato en esta vida, 
andando, andando de uno en fila. 

Más acá de mí mismo y de 
mi par de yemas, lo he entrevisto 
siempre lejos de los destinos. 

Ya podéis iros a pie 
o a puro sentimiento en pelo, 
que a él no arriban ni los sellos. 

El horizonte color té 
se muere por colonizarle 
para su gran Cualquiera parte. 

Mas el lugar que yo me sé, 
en este mundo, nada menos, 
hombreado va con los reversos. 

Cerrad aquella puerta que 
está entreabierta en las entrañas 
de ese espejo. ¿Está? No; su hermana. 

No se puede cerrar. No se 
puede llegar nunca a aquel sitio 
do van en rama los pestillos. 

Tal es el lugar que yo me sé.

Intensidad y altura

Quiero escribir, pero me sale espuma,
quiero decir muchísimo y me atollo;
No hay cifra hablada que no sea suma,
no hay pirámide escrita, sin cogollo.
Quiero escribir, pero me siento puma;
Quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay toz hablada, que no llegue a bruma,
no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.
Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,
carne de llanto, fruta de gemido,
nuestra alma melancólica en conserva.
Vámonos! Vámonos! Estoy herido;
Vámonos a beber lo ya bebido,
vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.

 César Vallejo en Niza – 1929 (Archivo de la Biblioteca Nacional del Perú)


 Los nueves monstruos

                      I, desgraciadamente, 
               el dolor crece en el mundo a cada rato, 
           crece a treinta minutos por segundo, paso a paso, 
            y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces 
             y la condición del martirio, carnívora voraz, 
                      es el dolor dos veces 
              y la función de la yerba purísima, el dolor 
                          dos veces 
               y el bien de sér, dolernos doblemente.

                    Jamás, hombres humanos, 
         hubo tánto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera, 
              en el vaso, en la carnicería, en la arimética! 
                   Jamás tánto cariño doloroso, 
                 jamás tan cerca arremetió lo lejos, 
                      jamás el fuego nunca 
                 jugó mejor su rol de frío muerto! 
              Jamás, señor ministro de salud, fue la salud 
                          más mortal 
             y la migraña extrajo tánta frente de la frente! 
                Y el mueble tuvo en su cajón, dolor, 
                  el corazón, en su cajón, dolor, 
                  la lagartija, en su cajón, dolor.

               Crece la desdicha, hermanos hombres, 
          más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece 
             con la res de Rousseau, con nuestras barbas; 
               crece el mal por razones que ignoramos 
              y es una inundación con propios líquidos, 
               con propio barro y propia nube sólida! 
             Invierte el sufrimiento posiciones, da función 
                 en que el humor acuoso es vertical 
                         al pavimento, 
                  el ojo es visto y esta oreja oída, 
             y esta oreja da nueve campanadas a la hora 
                   del rayo, y nueve carcajadas 
              a la hora del trigo, y nueve sones hembras 
                a la hora del llanto, y nueve cánticos 
                a la hora del hambre y nueve truenos 
                  y nueve látigos, menos un grito.

               El dolor nos agarra, hermanos hombres, 
                      por detrás de perfíl, 
                   y nos aloca en los cinemas, 
                   nos clava en los gramófonos, 
          nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente 
                a nuestros boletos, a nuestras cartas; 
                y es muy grave sufrir, puede uno orar 
                        Pues de resultas 
                     del dolor, hay algunos 
               que nacen, otros crecen, otros mueren, 
                y otros que nacen y no mueren, otros 
                que sin haber nacido, mueren, y otros 
                que no nacen ni mueren (son los más) 
                      Y también de resultas 
                    del sufrimiento, estoy triste 
             hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo, 
                 de ver al pan, crucificado, al nabo, 
                        ensangrentado, 
                      llorando, a la cebolla, 
                   al cereal, en general, harina, 
               a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo, 
                     al vino, un ecce-homo, 
                tan pálida a la nieve, al sol tan ardio! 
                   ¡Cómo, hermanos humanos, 
                  no deciros que ya no puedo y 
                   ya no puedo con tánto cajón, 
                       tánto minuto, tánta 
                        lagartija y tánta 
               inversión, tanto lejos y tánta sed de sed! 
               Señor Ministro de Salud; ¿qué hacer? 
             !Ah! desgraciadamente, hombres humanos, 
               hay, hermanos, muchísimo que hacer.

 De “Poemas Humanos”   
  

                 España, aparta de mi este cáliz

                       Niños del mundo, 
                 si cae España -digo, es un decir- 
                            si cae 
               del cielo abajo su antebrazo que asen, 
                en cabestro, dos láminas terrestres; 
              niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas! 
               ¡qué temprano en el sol lo que os decía! 
            ¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano! 
                ¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!

                     ¡Niños del mundo, está 
              la madre España con su vientre a cuestas; 
                está nuestra maestra con sus férulas, 
                     está madre y maestra, 
               cruz y madera, porque os dio la altura, 
                  vértigo y división y suma, niños; 
                 está con ella, padres procesales!

                  Si cae -digo, es un decir- si cae 
                  España, de la tierra para abajo, 
                niños, ¡cómo vais a cesar de crecer! 
                 ¡cómo va a castigar el año al mes! 
              ¡cómo van a quedarse en diez los dientes, 
              en palote el diptóngo, la medalla en llanto! 
                 ¡Cómo va el corderillo a continuar 
                  atado por la pata al gran tintero! 
              ¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto 
                 hasta la letra en que nació la pena!

                           Niños, 
                 hijos de los guerreros, entretanto, 
         bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo 
                  la energía entre el reino animal, 
              las florecillas, los cometas y los hombres. 
                     ¡Bajad la voz, que está 
                con su rigor, que es grande, sin saber 
                   qué hacer, y está en su mano 
                la calavera hablando y habla y habla, 
                  la calavera, aquella de la trenza, 
                  la calavera, aquella de la vida!

                     ¡Bajad la voz, os digo; 
             bajad la voz, el canto de las sílabas, el llando 
         de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aun 
             el de las sienes que andan con dos piedras! 
                      ¡Bajad el aliento, y si 
                       el antebrazo baja, 
                 si las férulas suenan, si es la noche, 
               si el cielo cabe en dos limbos terrestres, 
               si hay ruido en el sonido de las puertas, 
                           si tardo, 
                  si no veis a nadie, si os asustan 
                  los lápices sin punta; si la madre 
                  España cae -digo, es un decir- 
                salid, niños del mundo; id a buscarla!

 De “España, aparta de mí este cáliz”  


          Himno a los voluntarios de la república

                  Voluntario de España, miliciano 
        de huesos fidedignos, cuando marcha a morir tu corazón, 
               cuando marcha a matar con su agonía 
                  mundial, no sé verdaderamente 
          qué hacer, dónde ponerme; corro, escribo, aplaudo, 
                lloro, atisbo, destrozo, apagan, digo 
            a mi pecho que acabe, al que bien, que venga, 
                     y quiero desgraciarme; 
             descúbrome la frente impersonal hasta tocar 
                 el vaso de la sangre, me detengo, 
         detienen mi tamaño esas famosas caídas de arquitecto 
             con las que se honra el animal que me honra; 
                 refluyen mis instintos a sus sogas, 
                  humea ante mi tumba la alegría 
           y, otra vez, sin saber qué hacer, sin nada, déjame, 
                desde mi piedra en blanco, déjame, 
                            solo, 
              cuadrumano, más acá, mucho más lejos, 
           al no caber entre mis manos tu largo rato extático, 
                quiebro con tu rapidez de doble filo 
                 mi pequeñez en traje de grandeza!

                 Un día diurno, claro, atento, fértil 
          ¡oh bienio, el de los lóbregos semestres suplicantes, 
           por el que iba la pólvora mordiéndose los codos! 
               ¡oh dura pena y más duros pedernales! 
               !oh frenos los tascados por el pueblo! 
        Un día prendió el pueblo su fósforo cautivo, oró de cólera 
                 y soberanamente pleno, circular, 
               cerró su natalicio con manos electivas; 
                arrastraban candado ya los déspotas 
              y en el candado, sus bacterias muertas…

           ¿Batallas? ¡No! Pasiones. Y pasiones precedidas 
                de dolores con rejas de esperanzas, 
          de dolores de pueblos con esperanzas de hombres! 
              ¡Muerte y pasión de paz, las populares!

        ¡Muerte y pasión guerreras entre olivos, entendámosnos! 
       Tal en tu aliento cambian de agujas atmosféricas los vientos 
                 y de llave las tumbas en tu pecho, 
          tu frontal elevándose a primera potencia de martirio.

        El mundo exclama: “¡Cosas de españoles!” Y es verdad. 
                        Consideremos, 
                durante una balanza, a quema ropa, 
         a Calderon, dormido sobre la cola de un anfibio muerto 
       o a Cervantes, diciendo: “Mi reino es de este mundo, pero 
            también del otro”: ¡punta y filo en dos papeles! 
      Contemplemos a Goya, de hinojos y rezando ante un espejo, 
             a Coll, el paladín en cuyo asalto cartesiano 
                tuvo un sudor de nube el paso llano 
        o a Quevedo, ese abuelo instantáneo de los dinamiteros 
         o a Cajal, devorado por su pequeño infinito, o todavía 
             a Teresa, mujer que muere porque no muere 
       o a Lina Odena, en pugna en más de un punto con Teresa… 
              (Todo acto o voz genial viene del pueblo 
               y va hacia él, de frente o transmitidos 
             por incesantes briznas, por el humo rosado 
                de amargas contraseñas sin fortuna) 
           Así tu criatura, miliciano, así tu exangüe criatura, 
                  agitada por una piedra inmóvil, 
                     se sacrifica, apártase, 
          decae para arriba y por su llama incombustible sube, 
                     sube hasta los débiles, 
                 distribuyendo españas a los toros, 
                     toros a las palomas…

       Proletario que mueres de universo, ¡en qué frenética armonía 
         acabará tu grandeza, tu miseria, tu vorágine impelente, 
        tu violencia metódica, tu caos teórico y práctico, tu gana 
         dantesca, españolísima, de amar, aunque sea a traición, 
                        a tu enemigo!

                  ¡Liberador ceñido de grilletes, 
       sin cuyo esfuerzo hasta hoy continuaría sin asas la extensión, 
                   vagarían acéfalos los clavos, 
                  antiguo, lento, colorado, el día, 
                nuestros amados cascos, insepultos! 
         ¡Campesino caído con tu verde follaje por el hombre, 
                con la inflexión social de tu meñique, 
               con tu buey que se queda, con tu física, 
               también con tu palabra atada a un palo 
                      y tu cielo arrendado 
               y con la arcilla inserta en tu cansancio 
               y la que estaba en tu uña, caminando! 
                        ¡Constructores 
                   agrícolas, civiles y guerreros, 
          de la activa, hormigueante eternidad: estaba escrito 
               que vosotros haríais la luz, entornando 
                   con la muerte vuestros ojos; 
               que, a la caída cruel de vuestras bocas, 
             vendrá en siete bandejas la abundancia, todo 
                  en el mundo será de oro súbito 
                          y el oro, 
       fabulosos mendigos de vuestra propia secreción de sangre, 
               y el oro mismo será entonces de oro!

                  ¡Se amarán todos los hombres 
      y comerán tomados de las puntas de vuestros pañuelos tristes 
                     y beberan en nombre 
                  de vuestras gargantas infaustas! 
             Descansarán andando al pie de esta carrera, 
          sollozarán pensando en vuestras órbitas, venturosos 
                        serán y al son 
              de vuestro atroz retorno, florecido, innato, 
     ajustarán mañana sus quehaceres, sus figuras soñadas y cantadas!

           ¡Unos mismos zapatos irán bien al que asciende 
                      sin vías a su cuerpo 
               y al que baja hasta la forma de su alma! 
        ¡Entrelazándose hablarán los mudos, los tullidos andarán! 
                 ¡Verán, ya de regreso, los ciegos 
                y palpitando escucharán los sordos! 
             ¡Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios! 
            ¡Serán dados los besos que no pudisteis dar! 
                ¡Sólo la muerte morirá! ¡La hormiga 
            traerá pedacitos de pan al elefante encadenado 
                  a su brutal delicadeza; volverán 
           los niños abortados a nacer perfectos, espaciales 
                 y trabajarán todos los hombres, 
                 engendrarán todos los hombres, 
                comprenderán todos los hombres!

                ¡Obrero, salvador, redentor nuestro, 
              perdónanos, hermano, nuestras deudas! 
           Como dice un tambor al redoblar, en sus adagios: 
                 qué jamás tan efímero, tu espalda! 
                qué siempre tan cambiante, tu perfil!

          ¡Voluntario italiano, entre cuyos animales de batalla 
                  un león abisinio va cojeando! 
    ¡Voluntario soviético, marchando a la cabeza de tu pecho universal! 
              ¡Voluntarios del sur, del norte, del oriente 
         y tú, el occidental, cerrando el canto fúnebre del alba! 
                 ¡Soldado conocido, cuyo nombre 
                 desfila en el sonido de un abrazo! 
             ¡Combatiente que la tierra criara, armándote 
                          de polvo, 
                  calzándote de imanes positivos, 
                 vigentes tus creencias personales, 
                distinto de carácter, íntima tu férula, 
                       el cutis inmediato, 
               andándote tu idioma por los hombros 
                 y el alma coronada de guijarros! 
                 ¡Voluntario fajado de tu zona fría, 
                      templada o tórrida, 
                      héroes a la redonda, 
                víctima en columna de vencedores: 
               en España, en Madrid, están llamando 
                  a matar, voluntarios de la vida!

               ¡Porque en España matan, otros matan 
                 al niño, a su juguete que se pára, 
                 a la madre Rosenda esplendorosa, 
          al viejo Adán que hablaba en alta voz con su caballo 
                y al perro que dormía en la escalera. 
             Matan al libro, tiran a sus verbos auxiliares, 
                  a su indefensa página primera! 
                Matan el caso exacto de la estatua, 
                 al sabio, a su bastón, a su colega, 
            al barbero de al lado -me cortó posiblemente, 
               pero buen hombre y, luego, infortunado; 
               al mendigo que ayer cantaba enfrente, 
               a la enfermera que hoy pasó llorando, 
        al sacerdote a cuestas con la altura tenaz de sus rodillas…

                         ¡Voluntarios, 
                 por la vida, por los buenos, matad 
                  a la muerte, matad a los malos! 
                 ¡Hacedlo por la libertad de todos, 
                  del explotado, del explotador, 
                  por la paz indolora -la sospecho 
                 cuando duermo al pie de mi frente 
                y más cuando circulo dando voces- 
                    y hacedlo, voy diciendo, 
                 por el analfabeto a quien escribo, 
                por el genio descalzo y su cordero, 
                    por los camaradas caídos, 
            sus cenizas abrazadas al cadáver de un camino!

                       Para que vosotros, 
             voluntarios de España y del mundo, vinierais, 
               soñé que era yo bueno, y era para ver 
                   vuestra sangre, voluntarios… 
             De esto hace mucho pecho, muchas ansias, 
                 muchos camellos en edad de orar. 
            Marcha hoy de vuestra parte el bien ardiendo, 
         os siguen con cariño los reptiles de pestaña inmanente 
                     y, a dos pasos, a uno, 
      la dirección del agua que corre a ver su límite antes que arda

De “España, aparta de mí este cáliz”

Piedra negra sobre una piedra blanca

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…

De “Poemas Humanos”

César Abraham Vallejo Mendoza (Santiago de Chuco, Perú, 16 de marzo de 1892-París, 15 de abril de 1938). Poeta y escritor, considerado uno de los mayores innovadores de la poesía universal del siglo XX y el máximo exponente de las letras en Perú.

Estudió en el Colegio de San Nicolás (Huamachuco). En 1915, después de obtener el título de bachiller en letras, inició estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Trujillo y de Derecho en la Universidad de San Marcos (Lima), pero abandonó sus estudios para instalarse como maestro en Trujillo.

En diciembre de 1917 viaja a Lima, donde entra en contacto con la intelectualidad de la época . En 1918 entra a trabajar al colegio Barrós de Lima. Cuando en septiembre de ese año muere el director y fundador de dicho colegio, Vallejo ocupa el cargo. Inicia una relación amorosa con Otilia Villanueva, una muchacha de 15 años, cuñada de uno de sus colegas. Debido a ello pierde su puesto de docente. 

En 1918 César Vallejo publicó su primer poemario: Los heraldos negros, de influencia modernista. Su madre murió en 1920, y al volver a Santiago de Chuco es encarcelado durante 105 días, acusado de haber participado en el incendio y saqueo de una casa. En 1922 publica Trilce, donde adopta el verso libre y rompe violentamente con las formas tradicionales, con la lógica, con la sintaxis; crea incluso palabras nuevas, como la que da título a la obra.

En 1923, publica los cuentos de Escalas melografiadas y la novela corta Fabla salvaje, posteriormente viaja a París, donde conoce a Juan Gris, Vicente Huidobro, y Pablo Neruda, entre otros. En 1925 empieza a trabajar como secretario de la recién fundada Les Grands Journaux IberoAméricains , una vasta organización publicitaria. También empezó a colaborar para la revista limeña Mundial. Ese año el gobierno español le concedió una modesta beca para que pudiera continuar sus estudios universitarios de Derecho en España. En los dos años siguientes visitó periódica y brevemente Madrid a fin de cobrar a plazo fijo el monto de la beca, aunque sin estudiar; en octubre de 1927 renunció a dicha beca. Nunca se doctoró en Letras ni en Derecho. En 1928 y 1929 visita Moscú y conoce a Vladimir Maiakovski. En 1930 viaja a España, donde apareció la segunda edición de Trilce.

En 1931 ( de regreso a Madrid después de una breve estancia en Paris) se relaciona con grandes literatos españoles como Miguel de UnamunoFederico García LorcaRafael Alberti, Gerardo Diego y Jose Bergamín. En 1931, realiza también su tercer y ultimo viaje a Rusia, para participar en el Congreso Internacional de Escritores Solidarios con el Régimen soviético, y se publica  El tungsteno, novela social que denuncia la explotación minera de los indígenas peruanos, y Paco Yunque, cuento protagonizado por el niño del título, que padece los abusos de un alumno rico tras su ingreso en la escuela. En 1932 escribió la obra de teatro Lock-out y se afilió al Partido Comunista Español. Ese mismo año regresó a París, donde vivió en la clandestinidad, y donde, tras estallar la guerra civil española, reunió fondos para la causa republicana. En 1934 se casó en Paris por lo civil con Georgette Marie Philippart, poeta y escritora, con quien llevaba varios años de relación. En julio de 1937 vuelve por última vez a España para asistir al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura

A inicios de 1938 trabaja como profesor de Lengua y Literatura en París, pero en marzo sufre de agotamiento físico, es internado por la reactivación de un antiguo paludismo que sufrió cuando era un niño y entra en crisis el 7 y el 8 de abril.

Fallece una semana más tarde, el 15 de abril de 1938, un Viernes Santo, en París y con “aguacero”, como dice en su poema “Piedra negra sobre piedra blanca”:

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París –y no me corro–
tal vez un jueves, como es hoy de otoño.

El 19 sus restos son trasladados a la Mansión de la Cultura y mas tarde al cementerio de Montrouge, en los suburbios del sur de la capital francesa.

Después de treinta y dos años, el 3 de abril de 1970, su viuda Georgette Vallejo trasladó sus restos al cementerio de Montparnasse, escribiendo en su epitafio:

“He nevado tanto para que duermas”

Entre sus otros escritos destaca la obra de teatro Moscú contra Moscú, titulada posteriormente Entre las dos orillas corre el río. Póstumamente aparecieron Poemas humanos (1939) y España, aparta de mí este cáliz (1940), conmovedora visión de la guerra de España y expresión de su madurez poética, aunque hay que señalar que España, aparta de mí este cáliz, ya había sido ordenado por el mismo Vallejo en forma de libro individual y fue publicado meses antes, en enero, en España.

Contra el secreto profesional y El arte y la revolución, escritos en 1930-1932, aparecieron en 1973.

Su obra narrativa completa fue publicada en 1967, bajo el título de César Vallejo. Novelas y cuentos completos (Lima, Francisco Moncloa Editores, edición supervisada por Georgette Vallejo).

La historia ha consagrado a César Vallejo como uno de los más grandes innovadores de la poesía del siglo XX. Según el crítico Thomas Merton:

“El más grande poeta universal después de Dante”

Obra poética :

Los heraldos negros, 1918
Trilce, 1922
Escalas melografiadas, 1923
Fabla salvaje, 1923
Contra el secreto profesional 1930
El arte y la revolución, 1932
Poemas humanos, 1939
España, aparta de mí este cáliz , 1940

Enlaces de interés :

http://www.librosperuanos.com/autores/autor/2746/Vallejo-Cesar

https://www.biografiasyvidas.com/biografia/v/vallejo.htm

https://www.huachos.com/detalle/la-entrevista-que-no-conocias-de-cesar-vallejo-madrid-1931-noticia-998

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