9 Poemas de Alice Sun-Cua

Con palabras

(para Madeleine, que me enseñó la magia del lenguaje por señas) 

Porque los sonidos
estaban enjaulados adentro
de un vacío sin voces,
ella me habla
de gozo esta mañana
con gesticulaciones entusiastas,
las manos se lanzan como gorriones. 

Anoche, cubierta de
verdes y estériles sábanas almidonadas,
agarraba las barras de estiramiento
bajo las luces duras
de un cubículo antiséptico
misteriosamente silencioso. Se despierta
por sus pequeños chillidos agudos. 

Su fuente se rompió
mientras una cabeza rizada se asomó
con su vérnix húmedo y ceroso.
Sus lágrimas eran sonidos
rasguñando en el hueco
de mi garganta, alas de pájaro
rozaron contra las cristales. 

Hoy nos miramos
a través este extensión de sábanas limpias,
risas caen desde nuestras
muñecas ágiles: dedos separados,
palmas abiertas. Sus dedos
tocan el corazón, rodean el aire.
Oigo una explosión de alas.

Manos de nubes en Caleruega

Debería ser un movimiento del torso,
dijo el maestro de Tai Chi,
nunca solo las manos. 

Levanto un brazo, doblo el codo suavemente,
palma abierta al frente de los ojos,
mientras baja el otro brazo  
en un arco ligero para dar forma al viento.

El chubasco anoche humedece
pies descalzos, el olor de la tierra húmeda
mezcla con el humo de la leña quemada,
el aire quieto salvo la canción del pájaro.

Giro lentamente a la derecha
veo nubes bajas
acomodan en el medio de la montaña,
sus laderas acaricia por el salida del sol.

Contempla la Infinidad y se consciente del
 Ahora .

La derecha, luego la izquierda; arriba,
y abajo; la niebla de la montaña
parece resona mis movimientos:
¿Quién sigue a quién?

La respuesta está en el Nada.

Es bastante estar aquí,
en armonía con las neblinas,
los cielos grises como perlas;
mover pero aún
ser quieto.

Amanecer

para August M.

A las orillas del sueño
las imágenes saltan caprichosamente
como sabandijas de agua en la superficie de la mente.

El tiempo tiembla.
En la profundidad del agua, Wu,
la nada, se comprende simplemente
como ser en el momento,
fluyente, como el movimiento suave
que hace el hombro, mientras el pie,
maleable como el alba, gira
a una posición vacía.

Los koanes se vuelven claros como la lluvia de verano.

Relampaguea, los címbalos
anuncian la llegada de los guerreros.
Nada es imposible,
mientras el cuerpo se sume en la vacilación
del despertar,
el canto de los pájaros gira
en torno a los párpados temblorosos,
la mente ve lo que ve,
porque en un segundo
el instante desaparece.

El desperfecto

Imperceptible
salvo para los ojos más agudos,
un desliz en una puntada yace
al borde de un decorado fractur tradicional:
dos faisanes en una danza de apareamiento
sobre girasoles y semillas de albaricoque,
plumas hiladas en oro de canela,
terracota, y verde de sauce. 

La bordadora pudo haber
recordado cómo los dioses
se reservaron la perfección solo
para ellos mismos, deidades que
no podían equivocarse, y cómo,
cuando los mortales desafiaron el absoluto
fueron transformados en sapos, o árboles,
o se callaron para siempre como lagos escondidos
en la montaña, en los bosques más hondos. 

O, perdidos en un mundo exquisito
envidiados por los divinos,
la artista habría sido seducida
tanto por el viento otoñal,
tan conmovida por la mano
que acaricia su mejilla, pálida
después de las palabras tiernas. 

Ella sabe que las cosas impecables
deben estar escondidas de los ojos husmeadores,
el corazón, estar silencioso, guardado
en un fuego mudo, mientras los dedos
bordan figuras en una tela de marfil,
el hilo da forma a los sonidos
de un vuelo de alas. 
                     

Al ver el Guernica en el Centro de Arte Reina Sofia

Su inmensidad conmociona.
Seres humanos, o lo que queda de ellos,
tienen las bocas totalmente abiertas –en agonía, en desespero,
en extremo dolor. El caballo, galopante sobre dos cascos,
muestra una cuchilla afilada que sale deslizándose de su lengua.
Sólo el niño muerto parece ajeno a todo lo que ocurre,
yaciendo fláccidamente en los brazos de su madre, sus ojos cerrados,
una pequeña sonrisa triste en sus labios: una Piedad se recorta sobre
el torso de un toro, un palimpsesto sobre media esfinge.

Aquí una mano aprieta una flor, una daga;
allí, dientes afilados mascan un torso.
Una estaca se clava en el vientre de un corcel
dedos descarnados, cuernos; la sangre corre,
la sal se filtra por los quejidos, los chillidos
y pies que pisan fuerte; las puertas
que podrían haberse abierto al sol
permanecen cerradas.

Saltan, bailan, se arremolinan, crecen, disminuyen,
figuras negras y blancas vertiginosas,
llegan a vivir mientras uno mira fijamente y
busca el sentido de cómo debe haber sido
para este pueblo sencillo, saqueado sin sentido,
insensatamente.

La muchedumbre desfila silenciosamente para salir de la Sofía
al mediodía de una lluvia primaveral, paraguas desplegados.
La Calle Isabel huele a tierra mojada, el cielo
de un gris granito. En mi país, un trastorno
no distinto al mural, se despliega: decenas de miles
se congregan de nuevo en esa avenida grande
donde la Virgen se erige, consagrada en bronce.
Rodajes muestran a los descontentos, los sin afeitar,
avanzando hacia adelante, como si fueran miríadas
que pueden derribar un gobierno recién instalado.
Los que están lejos vigilan silenciosamente, pero también
oyen los gritos, los crujidos de los huesos rotos,
y huelen la pólvora de los disparos.

Hacia el Paseo del Prado, los rezagados
de la maratón alcanzan la línea final
en medio de un parque de atracciones de confeti, un crescendo de aplausos,
hurras, risas, las sirenas de las ambulancias y furgonetas de la policía,
bajo una lluvia continua: tres hombres y dos mujeres,
cojeando, sus manos levantadas, jubilosamente saludando
la muchedumbre.  

Al cruzar la calle con mamá

 
Al abrazarla
para decirle adiós cada fin de semana,
siento la levedad de sus ochenta y dos años,
huesos frágiles como su ropa de algodón.
 
Pero todas las noches aún me entretiene al teléfono
con sus escapadas en solitario a los centros comerciales
y regateos con los dependientes de Kalentong,
con carteristas sentados enfrente de ella en los jeepneys*.
 
Todavía tengo miedo de su voz imperiosa, de la vara de mimbre
que empuña, mientras me agarra muy fuerte
al cruzar el bulevar de Shaw, su paso
estudiado como esos papeles que interpretamos con persistencia.
 
Prepara el pollo de diferentes maneras
-adobo, ajamonado, relleno de limoncillo,
cocido al vapor. Los viernes me pregunta que cómo me gusta
el pollo. Le digo que no se preocupe.
 
La invitamos  a comer los domingos,
y casi no prueba bocado. No quiere comer fuera de casa
porque ella cocina mucho mejor, aunque noto cómo
anda ahora en la cocina, cómo maneja los cuchillos.
 
Estos días, al ver su pelo cano, ojos brillantes
(los cristalinos flamantes, post-operación de cataratas), me asalta
la leve esperanza de que por fin ha aprendido a verme
-ya no más la niña que dice “no” a todas sus órdenes.
 
Y porque cruzar esta calle es una tarea
que le da terror, engancho un brazo a su cintura,
y ella tiende la mano para alcanzar las mías. No tenemos prisa.
El otro lado del camino no parece tan cerca.
 
Aspiro el perfume de su cabello, y quisiera decirle
que podemos caminar así más tiempo, mucho más tiempo
del que ella puede agarrarse a mi mano, mientras fundimos
nuestras debilidades: sus reproches, en silencio, y mi corazón, callado.

*vehículo más económico y popular en Filipinas 

Tarta de limón con merengue

Nos amontonamos el molde para pasteles, cuencas,
tazones medidores, tamiz de aluminio,
cucharas, espátulas — un mise en scène
que cuarenta y ocho años antes empezó ella.

Trituraron las galletas de Graham,
acumulaciones de silencios largos
que aplastamos a una suavidad
bordea este cacerola de Teflón.
Dedos nudosos raspan pieles de limón
para la cáscara. ¿Cuándo convertían grandes
los articulaciones, deformados los dedos?

Cuando hornea la corteza mezclo harina,
mantequilla, azúcar, huevos, jugo y cáscara
en una batidora electrónica. Sobre el ruido
exclama que en su tiempo se hicieron los flanes
en una manera diferente, con los manos.
Un cuajado más liso,  insiste,
mientras las palas de Oster cortan
la dulce acidez, o la ácida dulzura
cualquiera esta predominante hoy,
el miedo y la testarudez mezclan,
dos mujeres son de maneras parecida,
aunque odian encontrarse a si mismas
en la otra.

Cedo ante sus deseos bato las claras de huevos
para hacer el merengue con un tenedor,
ligeras las bromas entre nosotros,
montecillo blando asciende. Cucharilla
a lenta cucharilla añade azúcar,
dando con la punta del dedo el bol
y pone garapiña a su boca
y mentón. Nos reímos a carcajadas,
la alegría se extiende a través
esta extensión desparramado liberalmente
con minas de tierra.

Explota la habitación con los olores
de pastel recién cocido. En el horno,
espirales perfectos se vuelven a dorados.

La sombra

 “…la sombra
                                                           es un flujo constante
                                                           en un soliloquio que hilamos 
                                                           entre nosotros…”
                                                                                  Charles Tomlinson

                                                                                              In Memoriam: Ángel Crespo 
 
En este café espero mi vuelo a casa.
Pruebo las palabras latinas en El País
de hoy, trino las erres, exagero las jotas.
Pero las declaraciones resuenan huecamente
en un entablado ensombrecido, un monologo de
“¿Quién será, este hombre que revuelca mi vida?”
(conjugado en el futuro simple, dijiste).
Por las semanas sin parar mutilo los reflexivos,
torturo los infinitivos, los adjetivos pelean
con adverbios, discordantes, se enredan entre sí
como abalorios de cornalina en la exposición
del Quetzal cerca de las fuentes de la Plaza de Colón.

En medio del bullicio del Barajas me acuerdo
esa tarde cuando leímos silencios de los jeroglíficos
Mayas, tocamos urnas funerarias y máscaras de jaguar
sobre las piedras del altar. Obsidianas como lágrimas
negras destellaron dentro de las vidrieras encendidas,
y hombres con cabezas puntiagudas encararon la muerte.  

En mi maletín, tu silencio yace pesadamente.
En cualquier idioma, la distancia es la sombra que abrazamos,
en el soliloquio que traducimos, día tras día.

Abuela

(después de una visita a Lunghou, Chinkiang, China) 
 
Encuentro sus ojos con timidez
con un poco de miedo de ver
desaprobación allí.

¿Querrá ella, aunque sólo por un momento,
que los mil li puedan ser cruzados
por esta nieta forastera
que habla con lengua vacilante
el idioma de un antepasado común? 

Beso su mejilla
y se queda asombrada.
Esta intimidad es una sorpresa,
un gesto demasiado ajeno para ella,
y se levanta
como si se apretara la mantilla
de soberbia a su alrededor
protectoramente justo cuando mi espíritu
se esfuerza en alcanzarla. 

Miro en silencio, absorta,
mientras se hinchan sus venas y
hablan audazmente con certidumbre
aunque titubeo al hablar,
sintiendo esta unidad con ella,
esta abuela delicadamente encorvada,
sujeta a la tierra en sus
pies muy, muy pequeños. 

Siento este parentesco, mudo
e irrevocable, mientras nos sentamos
juntas y miramos fijamente a las filas de
árboles alargados ahora sin
hojas, mientras las ráfagas frías y heladas
del viento invernal
desde el lago Lung me hacen
buscar refugio en mi abrigo frágil. 


Alice Sun-Cua (Manila, Filipinas, 7 de enero de 1955). Poeta, traductora y médica. Entre sus libros publicados se encuentran: Riding Towards the Sunrise & Other Travel Essays (Cabalgando hacia la salida del sol y otros ensayos de viaje), 2000, crónicas de sus viajes a lo largo de Asia, Europa y Latinoamérica; Riding Towards the Sunrise & Other Travel Tales (Cabalgando hacia la salida del sol y otros cuentos de viaje), 2001, Premio Nacional del Libro del Círculo de Críticos de Manila; y Charted Prophesies and Other Poems (Profecías trazadas y otros poemas), 2001.

Traductora del poeta español Miguel Hernández al Hiligaynon, una de las lenguas de Filipinas. Traductora de Pablo Neruda y de Jaime Gil de Biedma al inglés. También ha publicado su traducción de la novela Nada, de la española Carmen Laforet al Hiligaynon. En palabras de la autora que estaba en España cuando se topó con la novela:

 “En una de mis visitas a la librería Casa del Libro en la Gran Vía de Madrid, me encontré por casualidad con un libro titulado Nada de Laforet. Yo estaba entonces en el nivel intermedio de mis clases de español en el Instituto Cervantes de Manila, pero las primeras páginas que hojeé me sorprendieron. Había algunas palabras nuevas, algunas conjugaciones extrañas, pero pude entender el comienzo de la historia. Me agarró por la garganta. Me enganché. Traje el libro a casa. Pero como leía muy despacio, me tomó casi seis meses terminar la novela, maravillándome con los giros y vueltas de la vida de la protagonista Andrea. La manera de vivir durante la inmediata posguerra en Barcelona, ??descrita con minuciosos detalles en el libro, me abrió los ojos”.

Participó en el programa de talleres Versos en el Metro, del Instituto Cervantes de Manila, una campaña de promoción de la lectura y en el 19 Festival Internacional de Poesía de Medellín, en julio de 2009.

Enlaces de interés :

https://tribune.net.ph/index.php/2021/06/01/navigating-a-spanish-novel-in-hiligaynon/

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