Dormido en la Yerba
Todos vienen a darme consejo.
Yo estoy dormido junto a un pozo.
Todos se acercan y me dicen:
-La vida se te va,
y tú te tiendes en la yerba,
bajo la luz más tenue del crepúsculo,
atento solamente
a mirar cómo nace
el temblor del lucero
o el pequeño rumor
del agua, entre los árboles.
Y tú te tiendes sobre la yerba:
cuando ya tus cabellos
comienzan a sentir
más cerca y fríos que nunca,
la caricia y el beso
de la mano constante
y sueño de la luna.
Y tú te tiendes sobre la yerba:
cuando apenas si puedes
sentir en tu costado
el húmedo calor
del grano que germina
y el amargo crujir
de la rosa muerta.
Y tú te tiendes sobre la yerba:
cuando apenas si el viento
contiene su rigor,
al mirar en ruina
los muros de tu espalda,
y, el sol, ni se detiene
a levantar tu sangre del silencio.-
Todos se acercan y me dicen:
-Tú duermes en la tierra
y tu corazón sangra
y sangra, gota a gota
ya sin dolor, encima de tu sueño,
como en lo más oscuro del jardín, en la noche,
ya sin olor, se muere la violeta.-
Todos vienen a darme consejo.
Yo estoy dormido junto a un pozo.
Sólo, si algún amigo mío
se acerca, y, sin pregunta
me da un abrazo entre las sombras:
lo llevo hasta asomarnos
al borde, juntos, del abismo,
y, en sus profundas aguas,
ver llorar a la luna y su reflejo,
que más tarde ha de hundirse
como piedra de oro,
bajo el otoño frío de la muerte.
Jardín cerrado(1946)
Llegada
A Federico García Lorca
Alamedas de mi sangre.
¡alto dolor de olmos negros!
¿Qué nuevos vientos lleváis?
¿Qué murmuran vuestros ecos?
¿Qué apretáis en mi garganta
que siento el tallo del hielo
aún más frío que la muerte
estrangular mi deseo?
¿Qué agudo clamor de angustia
rueda corazón adentro,
golpe a golpe retumbando
como campana de duelo,
ahuecándome las venas,
turbando mi pensamiento,
prendiendo mis libres ojos,
segando mi vista al viento?
¿Qué rumor llevan tus hojas
que todo mi cuerpo yerto
bajo sus dolientes ramas,
ni duerme ni está despierto,
ni vivo ni muerto atiende
a la voz de ningún dueño,
que va como un río sin agua
andando en pie por un sueño?
Con cinco llamas agudas
clavadas sobre su pecho.
sin pensamiento y sin sombra,
vaga con temblor de espectro
por ciudades y jardines,
al mar libre y en los puertos,
triste pájaro sin alas
acribillado a luceros.
Alamedas de mi sangre,
decid, ¿qué amargo secreto
mordió las sanas raíces
que os dan vida y movimiento?
Vine de Málaga roja.
De Málaga roja vengo.
Vine lleno de banderas
y toda la sangre ardiendo.
Llegué a Madrid perseguido
de enemigos pensamientos,
aun con rumores de lucha
y con zumbidos de truenos:
más de mil brazos traía
alrededor de mi cuerpo,
saludando mi alegría,
desatando mi silencio.
Amigos, vengo de Málaga;
aún me huele a sl el sueño,
me huele a pescado y gloria,
a espuma y a sol de fuego.
Mucho que contaros traigo,
mucho que contar y bueno.
Amigos, os hallé a todos
alegres en vuestros puestos.
¿En dónde está Federico?
A él sólo de menos echo
y a él tengo más que contarle;
mucho que contarle tengo.
¿En dónde está Federico?
Sólo responde el silencio.
Un temor se va agrandando,
temor que encoge los pechos.
De noche los olivares
alzan los brazos gimiendo;
la luna lo anda buscando
rodando, lenta, en el cielo;
la sangre de los gitanos
lo llama abierta en el suelo;
más gritos lleva la sombra
que estrellas el firmamento;
las madrugadas preguntan
por él, temblando de miedo.
¡Qué gran tumba esta distancia
que calla su hondo misterio!
Vengo de Málaga roja,
de Málaga roja vengo;
levántate, Federico,
álzate en pie sobre el viento,
mira que llego del mar,
mucho que contarte tengo.
Málaga tiene otras playas
y grandes peces de acero,
con mil ojos vigilantes
defienden, firmes, su puerto.
¿En dónde estás, Federico?
Yo este rumor no lo creo.
Yo este rumo no lo creo.
¡Cómo me duelen las balas
que hoy circundan tu recuerdo.
¡Cómo me duelen las balas
que hoy circundan tu recuerdo!
Desde Málaga a Granada
rojos pañuelos al cuello,
gitanos y pescadores
van con anillos de hierro;
sortijas que envía la muerte
a tus negros carceleros.
Aguárdame, Federico;
mucho que contarte espero…
Entre Málaga y Granada
una barrera de fuego.
Y mi silencio
Y mi silencio no ha sido una crueldad que se perdía oculta entre mis ropas
Yo no sé predecir
La luz únicamente más allá de mí mismo
Todo lo conocía
Conocía el mar y esos cuerpos desnudos
Pero me devoraba la sangre entre las manos
Pedir perdón sería recordar un poema
Y si yo escribo es únicamente porque no sé si he muerto
Tan lejos
La emancipación de nuestros sentidos está en recuperar la palabra
A B C D nos referían nuestras antiguas historias
La ciudad
Las numerosas aguas que tu frente circundan
hoy solamente mojan tu dolor y silencio;
ni un reflejo tan sólo la luz pone en tu orilla;
ni una lágrima brota de tu oculta tristeza.
Ciudad, yo he conocido la lumbre de tus barrios,
el fuego estremecido de tus amplios mercados,
el rumor de tus voces junto al sabor del vino,
el cotidiano drama de tus plazas redondas.
Junto con la fatiga que rinde en el trabajo
y atiranta las horas del sueño y de la angustia,
he pisado en tus calles la pasión de tu aurora
y el amor ya despierto por conocer su dicha.
Ahora que estoy lejano, quisiera conocerte,
como dentro del árbol ya conoce la savia
el fruto porque enciende la flor de su destino:
así quiere mi sangre conocer m victoria.
Cuando vine, dejando tan necesariamente
lo que nunca el olvido turbará con su sombra:
mi casa destruida, mi pan abandonado
y el ardor de la muerte ya abrasando tus venas,
¡ay! cómo recordaba los venturosos días
que aun cercanos me daban la bondad de otra suerte :
la hermandad de tus hombres y el calor de los campos
unidos ya en su vuelo con tus veloces máquinas.
La sombra de tus muelles abiertos a la luna
mostraban tus naranjas ya al borde del viaje,
mano a mano del plomo, con el dorado aceite,
el blanquísimo azúcar y la sal del pescado.
Tus más rápidos trenes, rodando por tus huertos,
te robaban las frutas maduras de los árboles;
desterrados, al viento los humos ascendían
de las triunfantes fábricas, a la luz, despeinados.
¡Qué batir en los élitros de tu vida profunda,
tu libertad, tan fácil, ciudad, al fin te abría!
En las fugaces horas que mis ojos te vieron,
aun dentro de la guerra, tu memoria cambiaba
y una nueva sonrisa tus labios encendían
al ajustarse al tiempo por pronunciar tu nombre.
Hoy yo sé que enmudeces sin tránsito perdida
bajo el dolor oscuro de tu triste abandono.
Desiertos tus hogares, arrancadas sus puertas,
al silencio te clavan con soledad de rumba.
Se aprietan en tus sienes tus altas chimeneas,
levantando su olvido por coronar tu muerte.
Desuncido el caballo junto al carro dormita.
Ni una voz se levanta, ni una brizna en el viento.
El motor ya no gira su fecundo engranaje
y la harina parada se ennegrece en la piedra.
En los atardeceres, el farol sin oficio,
paso a paso en la sombra busca refugio al tedio.
Ciudad, ¿qué mundo habitas? ¿En qué cielo padeces?
¿Sin pulsos y sin pájaros de tu suerte te olvidas?
Mira: yo bien conozco las alas del futuro
que sobre ti se cierne prometedor y hermoso,
No busques en tu espalda, que el haberle perdido
quizás más fuertemente haga nacer tu gloria:
roja flor da el granado y al perderse sus pétalos
crece el fruto jugoso que hace curvar la rama.
Pero acaso yo canto y en mi canto me olvido.
¿Sonámbula de angustia ni aun el llanto te mueve?
No, que el tiempo ha pasado y al pisar en tus ojos
levanta tu bandera rebelde de su entraña.
¡Gloria, gloria a ese fuego que en tu sangre se viste!
¡Ciudad, ciudad, espera, que mi canto se nubla!
Canción
No es lo que está roto, no,
el agua que el vaso tiene:
lo que está roto es el vaso
y, el agua, al suelo se vierte.
No es lo que está roto, no
la luz que sujeta al día:
lo que está roto es el tiempo
y en la sombra se desliza.
No es lo que está roto, no
la sangre que te levanta:
lo que está roto es tu cuerpo
y en el sueño te derramas.
No es lo que está roto, no,
la caja del pensamiento:
lo que está roto es la idea
que la lleva a lo soberbio.
No es lo que está roto Dios,
ni el campo que Él ha creado:
lo que está roto es el hombre
que no ve a Dios en su campo.
Primavera
Cuando era primavera en España:
frente al mar, los espejos
rompían sus barandillas
y el jazmín agrandaba
su diminuta estrella,
hasta cumplir el límite
de su aroma en la noche.
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
junto a la orilla de los ríos,
las grandes mariposas de la luna
fecundaban los cuerpos desnudos
de las muchachas
y los nardos crecían silencios
dentro del corazón
hasta taparnos la garganta.
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
todas las playas convergían en un anillo
y el mar sonaba entonces,
como el ojo de un pez sobre la arena,
frente a un cielo más limpio
que la paz de una nave, sin viento, en su pupila.
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
los olivos temblaban
adormecidos bajo la sangre azul del día,
mientras que el sol rodaba
desde la piel tan limpia de los toros,
al terrón en barbecho
recién movido por la lengua caliente de la azada
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
los cerezos en flor
se clavaban de un golpe contra el sueño
y los labios crecían
como la espuma en celo de una aurora,
hasta dejarse nuestro cuerpo a su espalda,
igual que el agua humilde
de un arroyo que empieza.
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
todos los hombres olvidaban su muerte
y se tendían confiados, juntos, sobre la tierra
hasta olvidarse el tiempo
y el corazón tan débil por el que ardían.
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
yo buscaba en el cielo.
yo buscaba
las huellas tan antiguas
de mis primeras lágrimas
y todas las estrellas levantaban mi cuerpo
siempre tendido en una misma arena,
al igual que el perfume, tan lento,
nocturno, de las magnolias.
Cuando era primavera.
Pero, ¡ay!, tan sólo
cuando era primavera en España.
Solamente en España,
antes, cuando era primavera.
Sombra de Abril
Mi cuerpo vivo y casi lo conozco;
apenas percibir puedo su forma
y solo cuando cruza por mis sueños
siento, por su dolor, que en él habito.
No sé cómo se llama, ni he sabido
cuál es su nombre nunca, ni lo quiero:
su nombre ha de formarse en su memoria;
la memoria de mi, que nunca es mía.
Pero nacido estoy, casi ya viejo
después de tantos duros vendavales
y en él se afila entera mi ternura,
hoy por la guerra, al borde de la muerte,
igual que antes miedosa mi esperanza
se afilaba, al nacer, junto a mi vida.
¡Oh forma persistente que así enredas
mi pensamiento al giro de las horas!,
¿adonde has de llevar mi eterna lucha
que siempre has de encontrarme desolado?
Aún la sombra de abril a mí se acerca,
como otras veces, cuando niño, he visto
acercarse su ardor junto a mis nervios
a despertar su angustia por mi sangre.
Aún su amenaza inquieta mis sentidos,
como ayer inquietó mi triste infancia
entre fantasmas, sueños y amarguras
de mi primera edad desamparada…
Igualmente me muestra sus auroras
e idéntica ilusión por mí desgrana.
Abril, en guerra o paz, siempre me encuentras
desconocido en medio del combate,
junto a las hojas de mi muerte, trémulo,
aguardando su eterna flor desnudo:
si como un árbol, bajo mi arboleda;
si débil yerba, entre mi compañía,
pero igual en la vida de mi suerte.
Siempre, al llegar, ves que mi cuerpo
sigue la romántica forma de su ausencia,
que un desmedido afán le llama olvido.
Yo, siempre en mi dolor, sin conocerme.
¡Oh, primavera inquieta, que me ocultas,
lleno por tu ambición, mi propio cuerpo!
Abril, abril: ¡qué eterna adolescencia
mi renacer constante por tus ramas!
Rumor de espejos
El cuerpo en que yo vivía
nunca supo de mi cuerpo.
Nada preguntó por él
y de mí salió sin verlo.
Llegó a una fuente. En sus aguas
vio la flor azul del cielo:
—Di, ¿cómo te llamas, flor?…
—Nombre soy de tu silencio.
Nada entendió. Subió al monte
de la soledad. El viento,
se desnudaba en la cumbre
de Dios, todo su misterio.
—Di, viento: ¿cuál es tu nombre?…
—Nombre soy de tu silencio.
Y dos águilas volaron,
resbalando, hasta mi sueño.
Siguió mi cuerpo tras ellas,
olvidándose en su vuelo,
de sí mismo, y nuevamente
entró en mí, sin yo saberlo.
¿Y está en mí?… (Busco su nombre;
pero al buscarlo, me pierdo
dentro del mundo que trajo
mi cuerpo hasta mi silencio.)
«¿Lleno de ti mismo estás
y buscas nombre a tu cuerpo?»,
siento que un rumor me canta,
quebrando, en mí, dos reflejos…
Llamo en él y en él estoy.
Salgo de mí y en él entro…
¡Aún no conozco mi nombre
pero sé que lo navego!
Nuevo amor
Este cuerpo que Dios pone en mis brazos
para enseñarme a andar por el olvido,
no sé ni de quién es.
Al encontrarlo,
un ángel negro, una gigante sombra,
se me acercó a los ojos, y entró en ellos
silencioso y tenaz igual que un río.
Todo lo destruyó con su corriente.
Los íntimos lugares más ocultos
visitó, alborotó; fue levantado,
violento, dulce, atropellado y roto,
a otro mundo en los bordes de mi beso:
única flor aún viva en el espacio,
que en más fecundo ardor cambió la ausencia.
Luego en mi carne abrió sus amplias alas,
clavándome sus plumas bajo el pecho
todo temblor y anuncio de otras dudas…
No sé qué vida, así, podrá encenderme
la entrada de este ángel.
Soy un templo
arruinado, desde que vino a mí:
farol vacío;
como puerta cerrada de lo eterno…
Y lo que fui no sé: quizás lo sepa,
cuando este cuerpo vuelva a abandonarme
y yo vuelva a nacer desde mis labios
despegado al calor que los concibe…
Mas hoy, por fin, he detenido al día
le he destrozado el corazón al tiempo,
aunque dentro de mí como una daga,
siento al ángel crecer, que me atormenta.
Me asomé, lejos, a un abismo
Me asomé, lejos, a un abismo…
(Sobre el espejo que perdí he nacido.)
Clavé mis manos en mis ojos…
(Manando estoy en mí desde mi rostro.)
Tiré mi cuerpo, hueco, al aire…
(Abren su voz los ojos de mi sangre.)
Rodé en el llanto de una herida…
(Nazco en la misma luz que me ilumina.)
Se coaguló mi llanto en sombra…
Carne es la luz y el nácar de mi boca.)
Dentro de mí se hundió mi lengua…
(Siembro en mi cielo el cuerpo de una estrella.)
Se pudrió el tiempo en que habitaba…
(Brota en mi espejo un cielo de dos caras.)
Huyó mi cuerpo por mi cuerpo…
(Bebo en el agua limpia de mi espejo.)
¡A mi existencia uno mi vida!
(Espejo sin cristal es mi alegría.)
Jardín cerrado
Para mirar mejor la noche,
estoy parado a orillas de mi vida.
¡Ay, cuánta estrella cautiva!
Para mirar mejor la noche,
estoy parado junto al agua dormida.
¡Ay, cuánta estrella cautiva!
Para mirar mejor la noche,
estoy parado a espaldas de la brisa.
¡Ay, cuánta estrella cautiva!
Para mirar mejor la noche,
estoy parado al pie de una sonrisa.
¡Ay, cuánta estrella cautiva!
¡Ay, cuánta estrella cautiva
en el fondo de mi herida!
¡Ay, cuánta estrella cautiva
coronando mi agonía!…)
Para mirar mejor la noche,
estoy soñando junto al agua dormida.
¡Ay, cuánta estrella en la orilla!…
Para sentir mejor la noche
voy a arrancarle al surtidor su espina.
¡Ay, cuánta estrella partida!
…………
(Mueve el silencio las ramas
Un jazmín cae sobre el agua…
¡Ay, cuánta estrella en mi alma!)
Para mirar mejor la noche,
voy a dormirme a orillas de la Nada.
Cerré mi puerta al mundo
Cerré mi puerta al mundo;
se me perdió la carne por el sueño…
Me quedé, interno, mágico, invisible,
desnudo como un ciego.
Lleno hasta el mismo borde de los ojos,
me iluminé por dentro.
Trémulo, transparente,
me quedé sobre el viento,
igual que un vaso limpio
de agua pura,
como un ángel de vidrio
en un espejo.
Emilio Prados Such (Málaga,España, 4 de marzo de 1899 – Ciudad de México, 24 de abril de 1962) Poeta, editor y maestro, perteneciente a la Generación del 27.
Nace en Málaga pero cuando tiene 15 años su familia se traslada a Madrid y comienza a estudiar en el Grupo de Niños de la Residencia de Estudiantes y en 1918 se incorpora al grupo universitario de la Residencia, foco de la Generación del 27, donde conoce a Juan Ramón Jimenez y cultiva la amistad con Federico García Lorca, Luis Buñuel, Juan Vicens, José Bello y Salvador Dalí.
En 1920 escribe Prados en su Diario íntimo, un cuaderno de pocas páginas publicado en Litoral en 1966 en el que confiesa sus impresiones sobre el Lorca juvenil: “La única alegría que he tenido hoy ha sido el haber encontrado en Federico al amigo que tanto deseaba. A él le he abierto el corazón y él ha sabido comprenderlo […]. Su manera de ser y pensar es muy semejante a la mía, su misma niñez de hombre, su afán por subir a la cumbre de la gloria, su [palabra tachada] no comprendido, pero deseado por desear lo nuevo, lo revolucionario: todo es igual a lo mío”. Lorca dedicó a Prados su poema La balada del agua del mar en la que lo llama «cazador de nubes» haciendo referencia al juego que practicaba desde la ventana de su cuarto, en la Residencia, con un espejo de mano en el que reflejaba las nubes en el interior de la habitación.
En 1921 empeora de la enfermedad pulmonar que padece desde su infancia, por lo que se traslada al sanatorio de Davosplatz (Suiza). Durante su convalecencia lee a los autores más sobresalientes de la literatura europea . En 1922 estudia filosofía en la universidades de Friburgo y Berlín; viaja por Alemania y llega a París, donde conoce a Picasso y a diversos pintores españoles.
En 1924 regresa a Málaga. Hereda de su padre la imprenta Sur lo que le facilita fundar la revista Litoral, junto a su amigo Manuel Altolaguirre. La revista se convierte en aglutinador de las vanguardias en todos los campos artísticos: poesía, música y pintura, y donde colaboran Jorge Guillén, Moreno Villa, Manuel de Falla, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Ángeles Ortiz o Federico García Lorca entre otros. Su compromiso social le lleva a enseñar primeras letras a los hijos de los pescadores de la barriada de El Palo que viven en insalubres condiciones. Fruto de esa etapa es el ‘Calendario incompleto del pan y el pescado” (1933-34).
En 1925 publica su primer poemario “Tiempo” (1925), le siguen “Canciones Del Farero” (1926), “Vuelta” (1927), “Andando, Andando Por El Mundo” (1932), “El Llanto Subterráneo” (1936), “Llanto En La Sangre” (1937) o “Cancionero Menor Para Los Combatientes” (1938).
El estallido de la guerra civil le lleva a defender la causa republicana y a la defensa de Madrid donde lee en la radio su conocido poema Ciudad Sitiada.Forma parte de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y de la organización del II Congreso Internacional de Escritores.
En 1939 se instala en Barcelona para encargarse, junto con Altolaguirre, de las Publicaciones del Ministerio de Instrucción Pública, pero la situación del final de la guerra es insostenible, por lo que decide exiliarse a París y posteriormente a México, donde es acogido en la casa de Octavio Paz, quien le apoya para seguir editando Litoral. Trabaja como maestro, al estilo de la Institución Libre de Enseñanza en el colegio Luis Vives.
En México publica “Memoria Del Olvido” (1940), “Mínima Muerte” “Jardín Cerrado” (1946), “Dormido En La Yerba” (1953), “Río Natural” (1957), “Circuncisión Del Sueño” (1957), “La Piedra Escrita” (1961), “Signos Del Ser” (1962) y “Transparencias” (1962).De manera póstuma apareció el libro “Últimos Poemas” (1965).
Con su recopilatorio de poética bélica “Destino Fiel” logra el Premio Nacional de Literatura.
Muere en el exilio en Ciudad de Mexico, el 24 de abril de 1962 .
Emilio Prados uno de los poetas más representativos de la Generación del 27, y su labor de divulgación cultural a través de la revista Litoral fue importantísima.