9 Poemas de Abigael Bohórquez

Llanto por la Muerte de un Perro

Hoy me llegó la carta de mi madre

y me dice, entre otras cosas: —besos y palabras—

que alguien mató a mi perro.

“Ladrándole a la muerte,

como antes a la luna y al silencio,

el perro abandonó la casa de su cuerpo,

—me cuenta—,

y se fue tras de su alma

con su paso extraviado y generoso

el miércoles pasado.

No supimos la causa de su sangre,

llegó chorreando angustia,

tambaleándose,

arrastrándose casi con su aullido,

como si desde su paisaje desgarrado

hubiera

querido despedirse de nosotros;

tristemente tendido quedó

—blanco y quebrado—,

a los pies de la que antes fue tu cama de fierro.

Lo hemos llorado mucho…”

Y, ¿por qué no?

yo también lo he llorado;

la muerte de mi perro sin palabras

me duele más que la del perro que habla,

y engaña, y ríe, y asesina.

Mi perro siendo perro no mordía.

Mi perro no envidiaba ni mordía.

No engañaba ni mordía.

Como los que no siendo perros descuartizan,

destazan,

muerden

en las magistraturas,

en las fábricas,

en los ingenios,

en las fundiciones,

al obrero,

al empleado,

el mecanógrafo,

a la costurera,

hombre, mujer,

adolescente o vieja.

Mi perro era corriente,

humilde ciudadano del ladrido-carrera,

mi perro no tenía argolla en el pescuezo,

ni listón ni sonaja,

pero era bullanguero, enamorado y fiero.

A los siete años tuve escarlatina,

y por aquello del llanto y el capricho

de estar pidiendo dinero a cada rato,

me trajeron al perro de muy lejos

en una caja de zapatos. Era

minúsculo y sencillo como el trigo;

luego fue creciendo admirado y displicente

al par que mis tobillos y mi sexo;

supo de mi primera lágrima:

la novia que partía,

la novia de las trenzas de racimo y de la voz de lirio;

supo de mi primer poema balbuceante

cuando murió la abuela;

al perro fue en su tiempo de ladridos

mi amigo más amigo.

“Ladrándole a la muerte,

como antes a la luna y al silencio,

el perro abandonó la casa de su cuerpo

—dice mi madre—

y se fue tras de su alma —los perros tienen alma:

una mojadita como un trino—

con su paso extraviado y generoso

el miércoles pasado…”

Ay, en esta triste tristeza en que me hundo,

la muerte de mi perro sin palabras

me duele más que la del perro

que habla,

y extorsiona,

y discrimina,

y burla;

mi perro era corriente,

pero dejaba un corazón por huella;

no tenía argolla ni sonaja,

pero sus ojos eran dos panderos;

no tenía listón en el pescuezo,

pero tenía un girasol por cola

y era la paz de sus orejas largas

dos lenguas

de diamantes.

Primera Ceremonia

primaverizo yaces,

deleital y ternúrico,

y nadie es como tú, cervatillo matutinal,

silvestrecido y leve.

aparentas dormir

y una sonrisa esplende en tus pupilas;

quedo sin mí.

Tú veranideces

cuando mis manos desdoblan su pobreza

y tocan tus cabellos dóciles, como el agua

y me tiendo a tu lado.

Desnudo te descubres; desnudo estoy allí;

suspenso, trémulo,

desamparado como la noche del misérrimo;

ayuno y mórbido:

qué puedo hacer, enceguecido y mudo,

atado de estupor,

¿maravillado?

mantienes tu mirada fresca y feroz,

sedienta de antemano;

resplandeciendo en la devoradora oscuridad: tu sexo,

húmedo, cálidamente eléctrico, madero victorioso,

con el recuerdo herido todavía

de la primera masturbación y el receloso orgasmo, y tus labios suntuosos

temblando un hálito que ya no necesita

el niño que eras,

y tu cuello miro que pulsa las cuerdas

del corazón, no sé si el tuyo, el mío,

y ninguna palabra pronunciamos,

ninguno a mi favor;

no hay gracia para mí.

Deja que diga no tu pecho núbil,

duro lugar de la salud,

marejada que nadie detendrá,

retén su amor, su odio;

tu modo de ser tú casi me lame,

calor de perro, ojos de ganso, hermano de caballos;

me viene encima tu sazón,

la rotación novicia de tu ombligo,

tu almíbar de estar hecho

veloz, inmóvil, lento, prensil, inapresable;

tiendo una mano: existes;

tus muslos, golpe a golpe, se separan,

se encuentran, se encajan, se unifican,

se hace una brecha ardiente en el revuelo

de la sábana;

no hay piedad para mí.

Tus dientes caen, degüellan,

rindo el sentido.

Tómame,

deshónrate, sométeme, contrístate, obedéceme,

enloquece, avergüénzate, desúnete, arrodíllate,

violéntame, vuelve otra vez, apártate, regresa,

miserable, amor mío, lagarto, imbécil, maravilla,

precipítate, aúlla.

De pronto, tú, el relámpago,

abierto, florecido, restallante,

arriba, abajo, encima, ¿dónde?

hiendes la oscuridad,

y adentro:

llueves.

Canciones de soledad para no estar tan solo

Y digo entonces

para no estar tan solo,

que ésta es mi voz,

no otra;

la que se duerme en ti:

soledad en mi casa

de terrestre ceniza y flor remota;

y desde ti me nombro

puerta quemada, ojo

que el amor se ha comido,

topacio de la oscura violencia,

mordedura del hombre donde, acaso,

estuvo alguna vez el paraíso.

Y digo entonces que no es

mi voz;

que es otra: ésta;

porque pensar en ti

es un poco pensar en todo

lo que ha precedido,

en todo lo que vendrá después

y en lo que no será nunca

y estoy triste

por todo esto demasiado tarde

o demasiado temprano;

y digo que estaré esperando,

aún sin esperanzas,

de regreso de todo,

hasta de ti,

aunque ni a ti te importe

y no escuches.

Salí a reconocerme por la ciudad

y me encontré de pronto, convocado,

vuelto a punta de pies hasta mi origen,

—puedes vestirte ya—,

náufrago de mi niñez;

—muerte, desentúmete un poco—

y acabo de dejarte,

y te has ido de nuevo,

y digo entonces

que no es ésta mi voz,

que es otra,

la que tú te llevaste,

la que tienes

y heme ahora, aquí,

preguntando para qué soy,

para qué sirvo,

para qué la poesía,

qué cumplo,

preguntando:

cómo es mi voz, dónde,

dónde tú, en cuál lugar,

dónde el amor, con quién,

qué caso tiene el amor

y nadie…

nadie…

y desnudo y pequeño y regresado

me abro

a llorar

Descaración previa

Si me callara;

si me pusiera serio;

si dejara

que el sacrosanto pudor

recatara esta dulce merced;

si me fuera quedando como de aquí al olvido;

si decayera mi semblante y me apesadumbrara,

y sosegadamente contenido

no revelara la inesperada gracia;

si lo ocultara;

si me fuera de bruces sobre mí mismo

y me diera contra mi nombre

y fuera la desmemoria de la flor;

si anocheciera,

y ninguna palabra mía diera fe del prodigio,

por tan callado el trance de morir;

si me opusiera a declarar;

si me cerrara a negar

que nada, nada es cierto, sino yo,

dulcemente yo, puntual con mi esqueleto,

y si aceptara este resplandeciente temor

a confesar:

¿qué soy, quién soy entonces,

qué he sido sino el de siempre, el mismo,

aquel que sólo ha dicho la verdad

y nada más que la más crudelísima

verdad?

el que este día ha amanecido

fúlgido de vejez,

maravillado de regresar,

el que, ahora,

simple y sencillamente, se levanta,

compone el pecho desvencijado

y declara,

con un temblor de voz en lo que queda de palabra,

diecinueve de enero, dos puntos,

sólo era que

te amo.

Madre ya he crecido

Madre,

cuando después del golpe más profundo

y luego que tu entrega

fue una ronca palabra desolada

y fuiste henchida;

cuando subí hasta el centro de tu vida

y fui la inefable señal,

tu paso

se volvió cauteloso

porque iba en ti el misterio,

ay, tu voz se hizo lenta, encubierta,

como tus lágrimas,

y cuando fuiste como la brisa entre las cosas

porque temías despertarme.

Cuando yo fui en tu alcándara la ropa,

cuando me di en tus ojos

y fui en tu soltería violentada

aquel: ¿cómo será?,

cuando fuiste la celda y me embebía

lo mejor de tus húmedos temblores,

cuando en tu juventud escarnecida

fui la certeza, las ánforas colmadas:

tu andar aminoró blando, callado,

se volvió sigiloso como el pavor

y buscaste las cosas en silencio

porque temías despertarme.

Cuando fui disidencia

y gota a gota de tu entraña fuiste forjando mi esqueleto

caminaste con miedo por los cuartos

porque temías despertarme.

Y por mí, que venía,

se ensanchó tu cintura diminuta,

y el seno humedecido

por la espesa camelia de la leche

se enriqueció con el fervor nocturno de rezar.

Para mí que venía,

tu cuerpo maduró de amaneceres,

de esos amaneceres del insomnio

donde fue tu aguardar dolido culto.

Entonces

ya no pudiste ir por las alcobas

porque yo te cansaba desde adentro

y porque,

madre,

rodeada de tus faltas y tu exilio

eras el hálito inerme de la tierra;

adivinaste

la hondura maternal de la mañana

y el sentido del viento,

y hasta del suelo que pisabas, torpe y henchida,

levantaste la hierba para el nido,

porque dentro de ti te duplicabas

tan pequeña, tan sola;

te movías extraña entre las cosas,

y llorabas, pero en silencio, cautelosamente,

porque temías despertarme.

Luego menguó tu cuerpo,

vació la copa su escanciada imagen

y en tu grito

mordido y necesario me tuviste,

pero calladamente, porque temías despertarme;

ya que miraste mi fealdad minúscula,

habituaste a tus brazos con mi peso,

meciste en el impulso de besarme

la formamuerte de mi cuerpo amargo,

y en el vaivén del ritmo señalado

me miraste hacia adentro, estremecida,

y presentiste mi semblante breve,

mi destino poeta,

la dura suerte de sufrir temprano.

Ay, cuando me mecías

cómo cantaba Dios en tu garganta.

Madre, ya he crecido,

en las manos

padezco los estigmas de aquel pueblo,

en la mirada llevo

las normas de humildad que me legaste

y en mis labios tu voz

que tomó rosas de las rosas;

madre, ya he crecido,

no me pidas buscar los huecos de la infancia

para llenarlos de recuerdos,

no me pidas me borren la sien de la locura

con un pañuelo tuyo,

ya he crecido.

Sé que no tengo noches venideras ni esperanza posible,

sé que el poema es vuelo subterráneo

a la espera de luz que lo rescate;

ya he crecido,

pero sé que la herida sigue abriéndose

porque no empaño ya, madre, los espejos,

y nadie querrá ya decir mi nombre,

yo sé que busco las jóvenes cinturas,

los peces de mi signo penetrándose,

que a la azucena tengo encarcelada al doblar de la esquina,

que el sueño me da vueltas,

y que aguardo mi noche bajo el íntimo vidrio

de todas las estrellas;

yo sé que he de buscar el cielo roto

en que cansé tu vientre de raíces

para saber cómo éramos entonces;

tú que fuiste en mi ser estas dos cosas:

el ignorado padre de mi cuerpo

y la serena madre de mi muerte,

no me hagas recordar si ya presientes

mi semblante que esconde su agonía,

mi destino poeta,

mi dura suerte de morir temprano,

cuando se huyan las horas por las huellas del aire,

y se libere el fruto de su cáscara infame,

y el sol de todo un día se apague en las rendijas.

Ahora te peso más y más te canso,

ahora te duele más mi vida

y aún temes despertarme;

au, no termina tu dolor conmigo ni mi dolor contigo.

Han pasado veinte años.

Hoy que ya me conoces

y que sigo pensándote y doliéndote,

es la crudeza de vivir y el miedo de vivir

lo que muy hondo

como un río de bocas me taladra.

Porque yo quiero dormir el sueño blando

en que sumerge su mentón la noche

tras el diluvio cal de as estrellas,

porque yo quiero dormir en las orillas

donde el tumulto reza por un muerto,

para ya no dolerte más,

para que temas despertarme

cuando tu paso huya por los puentes,

y todos se den cuenta que me he muerto,

y no olvides mi nombre casi angustia:

Abigael… Abigael…

para que temas despertarme cuando sepas

que me he dormido para siempre

1957

Desazón

Cuando ya hube roído pan familiar

untado de abstinencia,

y hube bebido agua de fosa séptica

donde orinan las bestias;

y robado a hurtadillas

tortilla y sal y huesos

de las cenadurías;

y caminado a pie calles y calles,

sin nómina,

levantando colillas de cigarros,

y hubime detenido en los destazaderos,

ladrando como perro sin dueño,

suelo al cielo, mirando a los abastecidos.

Cuando ya hube sentido,

en pleno vientre el hueco

requebrajado y yermo

del hontanar vacío,

y metido la mano a los bolsillos locos

y, aun así, levantada la frágil ayunanza

del alma en claro,

me conformo claro, me he dicho:

Dios asiste, y espero.

Cuando ya hube saboreado

sexo y carne y entraña,

y vendido mi cuerpo en los subastaderos,

cuando hube paladeado

boca, lengua y pistilo,

y comprado el amor entre vendimiadores,

cuando hube devorado,

ave y pez y rizoma

y cuadrúpedo y hoja

y sentado a la mesa alba y sofisticada

y dormido en recámara amurallada de oro,

y gustado y tactado y haber visto y oído,

me conformo, me he dicho:

Dios asiste. Y camino.

Cuando ya hube salido

de cárceles, burdeles, montepíos, deliquios,

confesionarios, trueques, bonanzas, altibajos,

elíxires, destierros, desprestigios, miseria,

extorsiones, poesía, encumbramientos, gracia,

me conformo, me he dicho:

Dios asiste. Y acato.

Por eso, ahora lejos

de lo que fue mi casa,

mi solar por treinta años,

mi heredad amantísima,

mis palomas, mis libros,

mis árboles, mi niño,

mis perras, mis volcanes,

mis quehaceres, la chofi,

sólo escribo a pesares:

Dios me asiste.

Y confío.

Y de repente, el Sida.

¿Por qué este mal de muerte en esta playa vieja

ya de sí moridero y desamores,

en esta costra antigua

a diario levantada y revivida,

en esta pobre hombruna

de suyo empobrecida y extenuada

por la raza baldía? Sida.

Qué palabra tan honda

que encoje el corazón

y nos lo aprieta.

Afuera, al sol,

juguetean los niños,

agrio viento,

con un barco menudo

en mar revuelto.

Duelo

Vengo a estarme de luto por aquellos
que han muerto a desabasto,
por los rútilos o famélicos,
procurando saciar su corazón o su hambre,
cayeron en la trampa
eran flores de arena, papirolas,
artificios de bubble gum, almas de azogue,
veletas de discotheque, aleteos, dispendio,
pero eran también un alma, una palabra,
un esqueleto de pan y sal,
con rincones amables
como el tuyo o el mío, compañero,
un pensamiento hermoso o ruin,
más cosa como nosotros,
hechos un haz de sangre todavía
entre el verdor y el agua de la vida.
Vengo a estarme de luto
por aquellos
que recibieron prematuramente
su funeral de escándalo,
su ración, su camastro, su obituario velado,
pero más por aquellos
que, desde que nacieron,
son confinados, etiquetados, muertos
en sus propios rediles,
herrados, engrillados a un escritorio oculto,
a un cubículo negro.
Ah, caravana de las carcajadas,
carne desamparada de la arcaica matanza,
paredón de la pública befa,
arrimaditos, amontonaditos
en el muro del asco.
Vengo a estarme de luto
porque puedo.
Porque si no lo digo
yo
poeta de mi hora y de mi tiempo
se me vendría abajo el alma, de vergüenza
por haberme callado.
Qué natalicio nuevo de la ausencia,
qué grave el sol
apenitas ayer abeja de oro,
qué viento de crueldad este domingo,
qué pena.
Pero está bien;
en este mundo todo está bien;
el hambre, la sequía, las moscas,
el appartheid, la guerra santa, el Sida,
mientras no se nos toque a Él;
Ese no cuenta,
simplemente está Allá,
loco de risa,
próspero de la muerte,
a gusto.

Aquí se dice de como según algunos hombres han compaña amorosa con otros hombres

De amor echele in oxo, fablel´e y allegueme;

non cabules, -me dixo- non faguete fornicio;

darete lecho, dixe, ganarás tu pitanza.

La noche apenas ala, de cras en cras cuerveaba

sus mozos allegándose a buscar la mesnada.

Vente a dormir en mí, será poca tu estada,

desque te vi me dixe, do no te tocan, llama,

do te tocan, provecha, cualesquier se vendimia.

Y “andó” –que es de salvajes-: anduvo, anduvo, anduvo;

non podía a tod´ora estar allí arrellanado.

El mes era de mayo, ansí su devaneo,

el calor hermosillo hermoseaba su estampa.

Más arde y más se quema cualquier que te más ame

-le dixe-, folgaremos como´l fuego y la rama.

Entonces preguntome –entendet la palabra-;

¿cuánto dáis? Y le dixe: cuanto amor te badaje,

que el que ha los dineros siempre es de sy comprante,

muestra la membresía, non enseñas non vendes.

Ay, vivo desdentonces empeñado en la tynta

y muchos nocharniegos afanes hame dados

bien cumplidas las nalgas de aquestas culiandanzas.

La cuerva noche arrea ovejas descarriadas.

Yo pastoreo amores

con aparejamiento.

Finale

Pero voy a partir,

aprendiz amantísimo

que ha sido carne cerca y desunida,

potrillo dulcemente conseguido,

niño sureal de corazón torado,

pero voy a partir,

acércate de nuevo,

búscame y estremécete,

desnúdate y traspásame,

gime y hazme gemir,

no me des tregua,

asuélame,

para bien, para mal, para cualquier suerte,

di palabras que no entienda, pero que necesito,

y en un estruendo líquido y profundo:

qué gana de morirnos en plenitud de buenos camaradas

que se han hecho el amor

como quien dijo: hágase la alegría,

y se hizo.

Milpa Alta, diciembre de 1970.

Abigael Bohórquez l(Caborca, Sonora, México, 12 de marzo de 1936-Hermosillo, Sonora, 28 de noviembre de 1995). Poeta y dramaturgo. Hijo único de Sofía Bojórquez García, a quien estuvo muy unido. Creció bajo los prejuicios de ser hijo de una madre que no se casó. Nunca pudo recordar cuántas veces lo llamaron «bastardo». Estudió arte dramático en el INBA y en el Instituto Cinematográfico de Radio y Televisión de la ANDA. Fue secretario del Departamento de Extensión Universitaria de la Universidad de Sonora; catedrático de la Academia de Arte Dramático; secretario del Departamento de Difusión Cultural del INBA; jefe del Departamento de Literatura del Organismo de Promoción Internacional de Cultura de la SRE; director de la Sala de Arte Opic; colaborador en el Instituto Sonorense de Cultura; director de Parva; impulsor de programas literario-culturales en diversas instituciones, como el IMSS y NOTIMEX.

Dirigió dos grupos de teatro y estrenó varias de sus obras. Colaboró en El Nacional y El Sonorense (columnista de “De domingo a domingo te tengo que ver”).  La poesía de Bohórquez es un acto de desobediencia , de denuncia, de temática social, y también una poesía de temática homosexual. Abigael fue un poeta independiente y marginado, fue agresivo en su poesía frente al Estado mexicano siempre corrupto; por eso no obtuvo premios destacados.

Es uno de los escritores más underground de la literatura mexicana del siglo XX.

Premios: Primer lugar en el Concurso del Libro Sonorense 1957 con Poesía y teatro. Primer lugar en los Juegos Florales 1957 del Primer Centenario de la Invasión Filibustera Norteamericana a Caborca en 1857. Primer lugar del Primer Concurso Latinoamericano XEW de Poesía Ciudad de México. Premio del Libro Sonorense 1990.

Enlaces de interés :

Abigael Bohórquez, la presencia olvidada

Abigael Bohórquez. Las navegaciones entre el amor y la furia.

Abigael Bohórquez (1936-1995)

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