12 Poemas de Silvina Ocampo

La vida infinita

A veces me pregunto, al escuchar
como un recuerdo ya, el zorzal cantar

en los fondos más dóciles del sueño,
qué persigue la vida en su diseño

y en qué nos tornaremos cuando nada
nos distinga del aire y de la oleada

del mar que baña orillas de la tierra
donde nacemos y algo nos destierra.

Cuando llegue Átropos, supersticiosa,
con su cara de negra mariposa,

¿tendremos el anillo de oro mágico
que nos protegerá del hado trágico?

¿O tendremos las alas, el caballo,
que traspasará el vidrio como un rayo?

¿O perderemos todo en un momento
con el secreto y breve adiestramiento

que nos dan ya las cosas indistintas?
No escribiremos con las mismas tintas.

No pasará Alejandro Nevsky sólo
con música, armadura y protocolo

en los cinematógrafos oscuros.
No existirán los largos, largos muros

en el remoto imperio de la China;
ni en el Tibet los monjes, su doctrina.

No existirán las sombras ni los piélagos.
ni las montañas ni los archipiélagos,

ni esos bustos dorados, ni esos nombres
ni esa voz que venera el pueblo, de hombres.

No habrá tigres ni monstruos de cemento,
ni la proclamación del monumento.

No habrá teatros y gentes y mercados,
agapantos, lugares retirados,

donde canta el calor con sus chicharras
o la lluvia en los techos de pizarras.

No sabremos que existe Egipto, el Nilo,
ni leeremos las páginas de Esquilo.

No veremos en ciertos ojos almas
que besan a la nuestra en nuestras palmas.

En el itinerario de los días,
a veces víctimas de brujerías,

no omitiremos lo que más amamos
para incluir luego lo que detestamos.

No existirá el lustral Mediterráneo,
ni las plantas, ni el sol contemporáneo.

No habrá calles con nombres previsibles,
ni metales ni piedras más sensibles.

No estará el mismo río sobre el barro,
las quemas de basuras ni ese carro,

con perros que en las noches del suburbio.
se pierden junto a un niño cruel y rubio.

No habrá reinas de Egipto, ni monedas
que conservan sus caras, ni habrá sedas.

Si hoy existimos, para no morirnos
mañana lograremos no eximirnos

del universo al inventar un mundo
para vivir de nuevo. Vagabundo

como nosotros nuestro pensamiento
recordará quizás un alimento,

un dolor, un estigma, una pasión,
un rostro pálido, la comunión,

y por ejemplo dentro de algún verso
de San Juan de la Cruz un ciervo, un cierzo,

para otra vez incluirnos en la historia.
¿Será como una jaula la memoria?

El Sésamo Ábrete de recordar,
de nuevo nos pondrá en nuestro lugar

o en lugares distintos como ciegos
que no se reconocen, como en juegos.

Dialogo

Te hablaba del jarrón azul de loza,
de un libro que me habían regalado,
de las Islas Niponas, de un ahorcado,
te hablaba, qué sé yo, de cualquier cosa.

Me hablabas de los pampas grass con plumas,
de un pueblo donde no quedaba gente,
de las vías cruzadas por un puente,
de la crueldad de los que matan pumas.

Te hablaba de una larga cabalgata,
de los baños de mar, de las alturas,
de alguna flor, de algunas escrituras,
de un ojo en un exvoto de hojalata.

Me hablabas de una fábrica de espejos,
de las calles más íntimas de Almagro,
de muertes, de la muerte de Meleagro.
No sé por qué nos íbamos tan lejos.

Temíamos caer violentamente
en el silencio como en un abismo
y nos mirábamos con laconismo
como armados guerreros frente a frente.

Y mientras proseguían los catálogos
de largas, toscas enumeraciones,
hablábamos con muchas perfecciones
no sé en qué aviesos, simultáneos diálogos.

Canto

¡Ah, nada, nada es mío!
Ni el tono de mi voz, ni mis ausentes manos,
ni mis brazos lejanos.
Todo lo he recibido. Ah, nada, nada es mío.
Soy como los reflejos de un lago tenebroso
o el eco de las voces en el fondo de un pozo
azul cuando ha llovido.
Todo lo he recibido:
como el agua o el cristal
que se transforma en cualquier cosa,
en humo, en espiral,
en edificio, en pez, en piedra, en rosa.
Son distinta de mí, tan diferente,
como algunas personas cuando están entre gente.
Soy todos los lugares que en mi vida he amado.
Soy la mujer que más he detestado
y ese perfume que me hirió una noche
con los decretos de un destino incierto.
Soy las sombras que entraban en un coche,
la luminosidad de un puerto,
los secretos abrazos, ocultos en los ojos.
Soy de los celos, el cuchillo,
y los dolores con heridas, rojos.
De las miradas ávidas y largas soy el brillo.
Soy la voz que escuché detrás de las persianas,
la luz, el aire sobre las lambercianas.
Soy todas las palabras que adoré
en los labios y libros que admiré.
Soy el lebrel que huyó en la lejanía,
la rama solitaria entre las ramas.
Soy la felicidad de un día,
el rumor de las llamas.
Soy la pobreza de los pies desnudos,
con niños que se alejan, mudos.
Soy lo que no me han dicho y he sabido.
¡Ah, quise yo que todo fuera mío!
Soy todo lo que ya he perdido.
Mas todo es inasible como el viento y el río,
como las flores de oro en los veranos
que mueren en las manos.
Soy todo, pero nada es mío,
ni el dolor, ni la dicha, ni el espanto,
ni las palabras de mi canto.

La dicha

De un momento de dicha recordamos
después los más efímeros detalles:
un olor a fogatas en las calles,
los árboles, la luz, los pobres ramos,
las palabras grabadas en un banco,
el sabor de una fruta, dulcemente,
el rumor de una música inocente,
en el barro un jazmín que ya no es blanco.
¡Ah, por qué recordamos tanta cosa
con nitidez palpable y nos perdemos
ineludiblemente si queremos
llegar a la felicidad! Sinuosa,
recóndita, de un modo deshonesto,
como una maga hechiza con sus ojos
la felicidad cruel esos despojos
que el tiempo en la memoria nos ha impuesto,
ocultando en los pliegues de su manto
las almas y los rostros, los abrazos,
la esencia, la dulzura de los lazos,
todo lo que perdimos en su encanto.

Los ojos

Como Casandra yo escuché tu paso
en las baldosas de la galería.
Como ella, adivinaba yo en los días
y en la voz recurrente del ocaso
lo que ocultabas y conozco tanto.
Ciega, sola, atenta penetré
en tu velado reino y consagré
bajo sus plantas, al rencor, mi espanto.

Transformabas el mundo en un desierto.
Como a Casandra no quisiste oírme.
Pensando junto al río sólo en irme,
en la noche incesante busqué el puerto.
Al ver los astros, con aristas, rojos,
sabía que el infierno era mirarte
y volver a tu lado y no olvidarte.
¡Ah, por qué no quemé más bien mis ojos!

¡Vanas son las mentiras y las guerras!
Nuestros ojos traicionan nuestra cara;
la vuelven transparente, fría y clara
como el agua en la orilla de las tierras.
No me perdonarás de haber llorado:
no me lo perdonabas, yo tampoco.
Tus noches y tus días los evoco.
¡Por qué con tanto amor me has engañado!

Símbolos tiene la desesperanza,
propiedades antiguas y suntuosas,
A veces tiene cosas muy preciosas.
Como la muerte, siempre nos alcanza.
Con el rostro de piedra, de la ira,
por tu amor me acerqué a sus pabellones.
Ah, fue triste en los pérfidos frontones
de sus oscuras torres tu mentira.

Vi que en su primavera con glicinas,
la languidez secreta de las ramas,
las canciones del mirlo, las retamas,
la vegetal constancia que germina,
urden una ávida y común tortura
a ejemplo de esos ramos en la muerte
que simbolizan con un lujo inerte
la soledad, el polvo, la locura.

Vi al pie de las columnas los despojos
de las fiestas en sueño, de la aurora;
te seguí paso a paso, hora por hora,
más que tu sombra guiada por tus ojos.
Oscuros en tu cuarto me rodeaban
los muebles habituales: los abismos
labraban en desorden cataclismos
mientras las furias su clamor callaban.

En los iridiscentes labios rojos
de alguna flor resplandecía el alma
del céfiro purísimo en su calma:
mas yo estaba cegada por tus ojos.
La llanura, la nieve o la montaña
me recibía reconciliadora:
y persistía entre árboles sonora
la dicha exigua que la duda empaña.

Vi caras, muchas caras previsibles;
todos mis diálogos fueron falaces;
escuché de las voces los compases
sin oír las palabras más sensibles;
proyecté formas de mi destrucción.
En las ciudades, en la calle sucia,
en los sórdidos parques, sin astucia
llegué al infierno con obstinación.

Como alas nacen del cansancio arrojos
busqué por todas partes el horror,
el desencanto pacificador
como los santos porque vi tus ojos.
Y conseguí morir perfectamente
sin ningún esplendor como soñaba
sola en el iris gris que me aterraba
viendo tus ojos incesantemente.

Si la verdad se vuelve una mentira…

Si la verdad se vuelve una mentira,
si se vuelve dolor la dicha aviesa,
si se vuelve alegría la tristeza
con sus falsas promesas cuando expira,

si la virtud a la cual en vano aspira
mi vida frustra la habitual promesa,
si el corazón de odio o de amor me pesa
y al helarse cual mármol, aún suspira.

Si no pude enmendarme al recibir
la ingratitud de los que más he amado
ni pude ensombrecerme al eximir

de mi cariño a los que me han colmado,
será porque los dioses me han herido
del inocente horror de haber nacido.

Quisiera ser tu predilecta almohada

Quisiera ser tu predilecta almohada
donde de noche apoyas tus orejas
para ser tu secreto y ser las rejas
de tu sueño: dormida o desvelada

ser tu puerta, tu luz cuando te alejas,
alguien que no trató de ser amada.
Huir de la ansiedad que está en mis quejas,
poder a veces ser lo que soy, nada,

no tener nunca miedo de perderte
con variación y honda infidelidad,
jamás llegar por nada a concederte

la tediosa y vulgar fidelidad
de los abandonados que prefieren
morir por no sufrir, y que no mueren.

La llave maestra

La luz de su cuarto me habla de él cuando no está,
me acompaña cuando tengo miedo,
y siempre tengo miedo porque soy valiente;
oye su paso sobre los mosaicos de la entrada
va a su encuentro cuando abre la puerta lentamente
cuando lo espero, y siempre lo espero;
lo mismo es para la luz eléctrica que para la luz del sol,
lo mismo para el sol que la luna o la estrella.
Un tapiz forma la luz complicada
es la vida y siempre la vida.
Si me quedara ciega la vería con mis patas
o tal vez con mi frente cuando llega.
El tapiz no lo forma la luz sino su llegada, el sonido
que cambia de oscuro en claro.
El tablero de la luz tiene varias llaves
pero una gobierna el resto:
se llama la llave maestra.
Del mismo modo el tablero de mi luz
tiene una sola llave que gobierna las otras
la llave que está en sus manos.
Apagaría todas las luces si quisiera
pero yo cierro los ojos para no ver
la oscuridad que podría ser luz
para no herirlo.

Quiero morir si de mi vida no hayo…

Quiero morir si de mi vida no hallo
la meta del misterio que me guía,
quiero morir, volverme ciega y fría
como la planta que fulmina el rayo.

Si lo que ansío decir es lo que callo,
y si he de aborrecer lo que quería
sin asco y sin vergüenza hasta este día,
si todo lo que intento es mero ensayo,

será porque he vivido de mentiras.
Por no morir quiero morir. El viento
que suena entre los muros con sus liras

o el hibisco bermejo, o el fragmento
de la luna, siempre algo, hasta mi queja,
me deslumbra y me deja más perpleja.

Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y su hija Marta Bioy Ocampo

Nos iremos, me iré con los que aman…

Nos iremos, me iré con los que aman,
dejaré mis jardines y mi perro
aunque parezcas dura como el hierro
cuando los vientos vagabundos braman.

Nos iremos, tu voz, tu amor me llaman:
dejaré el son plateado del cencerro
aunque llegue a las luces del desierto
por ti, porque tus frases me reclaman.

Buscaré el mar por ti, por tus hechizos,
me echaré bajo el ala de la vela,
después que el barro zarpe cuando vuela

la sombra del adiós. Como en los fríos
lloraré la cabeza entre tu mano
lo que me diste y me negaste en vano.

Silvina, Victoria Ocampo y Borges

Las Caras

Las caras de los hombres que en mi vida he encontrado
me persiguen y viven adentro de mi espíritu.
Las caras de los hombres que he encontrado en mi vida
me miran y me abruman. 
Podría dibujarlas pero nunca me atrevo.
Algunas tienen cuerpos y llevan en las manos
anillos y collares, flores de terciopelo,
algunas son mansiones, son jardines, son ríos,
algunas son un viaje, una playa, un desierto.
Algunas son de mármol, algunas son fenicias,
algunas son romanas, griegas y perniciosas
con los rasgos borrados.
Algunas tienen penas, muchas penas algunas,
y largas cabelleras que lloran en el viento.
Algunas son horribles, casi siempre me advierten
que un peligro me acecha.
Algunas tienen horas marcadas en los ojos
y son como clepsidras,
me despiertan de noche.
Algunas me quisieron
y movieron los labios para decir mi nombre.
Algunas no entendieron nunca lo que les dije
ni supieron por qué las miré largamente.
Algunas son anónimas
llevan frutas y fuentes, manos de terracota,
como las estaciones.
Algunas se arrodillan, buscan algo en la tierra.
Algunas como pájaros siempre estiran el cuello.
Algunas se inclinaron
y escribieron sus nombres sobre mi corazón
sin que yo lo advirtiera.
Algunas fueron mías, algunas se alejaron
y perdieron su sexo, su virtud y su candor;
fueron como la imagen
del infierno en el mundo
que tratamos, en vano, de olvidar.
Algunas fueron deidades
que no olvidaré nunca.

Envejecer

Envejecer también es cruzar un mar de humillaciones cada día; 
es mirar a la víctima de lejos, con una perspectiva 
que en lugar de disminuir los detalles los agranda. 
Envejecer es no poder olvidar lo que se olvida. 
Envejecer transforma a una víctima en victimario. 

Siempre pensé que las edades son todas crueles, 
y que se compensan o tendrían que compensarse 
las unas con las otras. ¿De qué me sirvió pensar de este modo? 
Espero una revelación. ¿Por qué será que un árbol 
embellece envejeciendo? Y un hombre espera redimirse 
sólo con los despojos de la juventud. 

Nunca pensé que envejecer fuera el más arduo de los ejercicios, 
una suerte de acrobacia que es un peligro para el corazón. 
Todo disfraz repugna al que lo lleva. La vejez 
es un disfraz con aditamentos inútiles. 
Si los viejos parecen disfrazados, los niños también. 
Esas edades carecen de naturalidad. Nadie acepta 
ser viejo porque nadie sabe serlo, 
como un árbol o como una piedra preciosa. 

Soñaba con ser vieja para tener tiempo para muchas cosas. 
No quería ser joven, porque perdía el tiempo en amar solamente. 
Ahora pierdo más tiempo que nunca en amar, 
porque todo lo que hago lo hago doblemente. 
El tiempo transcurrido nos arrincona; nos parece 
que lo que quedó atrás tiene más realidad 
para reducir el presente a un interesante precipicio.

Silvina Inocencia Ocampo (Buenos Aires,Argentina, 28 de julio de 1903-Buenos Aires,14 de diciembre de 1993)?. Poeta, escritora, cuentista . Hija de Manuel Silvino Ocampo y Ramona Aguirre y hermana de la escritora Victoria Ocampo, su familia era una de las más ricas de la aristocracia argentina, fue  educada con institutrices inglesas y francesas en su propio hogar, por lo que aprendió primero a hablar y a escribir en esos idiomas, antes que en castellano. Su primera vocación artística fueron las artes plásticas. Viajó de joven por Europa, estudiando pintura en París con el pintor italiano Giorgio de Chirico, fundador de la escuela metafísica, y con el francés Fernand Léger, figura del cubismo. y frecuentó importantes círculos literarios.

En 1933 , conoció al escritor Adolfo Bioy Casares hijo de terratenientes, con quien inicio una relación amorosa y posteriormente se fueron a vivir juntos a una propiedad de la familia de Adolfo, entre 1934 y 1940, y siendo ella once años mayor, algo un tanto escandaloso para la época. Se casaron en 1940 y uno de los testigos de la boda fue el escritor Jorge Luis Borges. La relación entre ambos fue compleja, Bioy era un seductor innato y tuvo amantes toda su vida . En 1954 nació Marta, hija extramatrimonial de Bioy, a quien Silvina crio como si fuera propia. Silvina siempre mantuvo su relación por encima de las infidelidades de su marido.Formaron el matrimonio literario más destacado de la Argentina.Permanecieron juntos hasta la muerte de Silvina en 1993 enferma de alzheimer.

Silvina deja atrás la pintura y se centra en escribir, primero el libro de cuentos Viaje olvidado (1937), en 1942 publica el poemario Enumeración de la patria, y seguido Espacios métricos (1945), Poemas de amor desesperado (1949), Los nombres (1953) y Pequeña antología (1954).

Tras un largo silencio en 1962 volvió a publicar otro poemario, Lo amargo por lo dulce, que fue considerado como uno de sus mejores logros en poesía y en 1972 publicó su último poemario  Amarillo celeste.

Junto a Bioy y Borges, hicieron la Antología de la literatura fantástica (1940) y también presentaron la Antología poética argentina (1940). En tanto que con Bioy, escribieron la novela policial Los que aman odian (1946).

Cuentos publicados :  Autobiografía de Irene (1948), La furia y otros cuentos (1959), Las invitadas (1961), El pecado mortal y otros cuentos (1966), Informe del cielo y del infierno (1969), Los días de la noche (1970), Y así sucesivamente (1987) y Cornelia frente al espejo (1988).

Novelas: Los que aman, odian (Escrita junto a Adolfo Bioy Casares- 1946), La torre sin fin (1986), La promesa (2011).

Estrenó una pieza teatral, Los traidores

Recibió, entre otros, el Premio Municipal de Literatura en 1954 y el Premio Nacional de Poesía de Argentina en 1962, como así también la Beca Guggenheim. 

Silvina Ocampo, culta, inteligente, gran talento literario, rica, austera y sencilla, amiga de Borges y Alejandra Pizarnik , entre otros, cocreadora con Borges y Bioy Casares de varios libros, literariamente vivió a la sombra de su marido pero actualmente es considerada como una de las más grandes integrantes de las letras argentinas del siglo XX.

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