14 Poemas de Antonio Machado

Retrato

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, 
y un huerto claro donde madura el limonero; 
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; 
mi historia, algunos casos que recordar no quiero. 

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido 
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—, 
más recibí la flecha que me asignó Cupido, 
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario. 

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, 
pero mi verso brota de manantial sereno; 
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, 
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. 

Adoro la hermosura, y en la moderna estética 
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; 
mas no amo los afeites de la actual cosmética, 
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. 

Desdeño las romanzas de los tenores huecos 
y el coro de los grillos que cantan a la luna. 
A distinguir me paro las voces de los ecos, 
y escucho solamente, entre las voces, una. 

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera 
mi verso, como deja el capitán su espada: 
famosa por la mano viril que la blandiera, 
no por el docto oficio del forjador preciada. 

Converso con el hombre que siempre va conmigo 
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—; 
mi soliloquio es plática con ese buen amigo 
que me enseñó el secreto de la filantropía. 

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. 
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago 
el traje que me cubre y la mansión que habito, 
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. 

Y cuando llegue el día del último viaje, 
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, 
me encontraréis a bordo ligero de equipaje, 
casi desnudo, como los hijos de la mar.

El crimen fue en Granada…

1. El crimen 

Se le vio, caminando entre fusiles, 
por una calle larga, 
salir al campo frío, 
aún con estrellas de la madrugada. 
Mataron a Federico 
cuando la luz asomaba. 
El pelotón de verdugos 
no osó mirarle la cara. 
Todos cerraron los ojos; 
rezaron: ¡ni Dios te salva! 
Muerto cayó Federico 
¿sangre en la frente y plomo en las entrañas? 
… Que fue en Granada el crimen 
sabed ¡pobre Granada!, en su Granada. 

2. El poeta y la muerte 

Se le vio caminar solo con Ella, 
sin miedo a su guadaña. 
Ya el sol en torre y torre, los martillos 
en yunque, yunque y yunque de las fraguas. 
Hablaba Federico, 
requebrando a la muerte. Ella escuchaba. 
«Porque ayer en mi verso, compañera, 
sonaba el golpe de tus secas palmas, 
y diste el hielo a mi cantar, y el filo 
a mi tragedia de tu hoz de plata, 
te cantaré la carne que no tienes, 
los ojos que te faltan, 
tus cabellos que el viento sacudía, 
los rojos labios donde te besaban… 
Hoy como ayer, gitana, muerte mía, 
qué bien contigo a solas, 
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!» 

3. 

Se le vio caminar… 
Labrad, amigos, 
de piedra y sueño en el Alhambra, 
un túmulo al poeta, 
sobre una fuente donde llore el agua, 
y eternamente diga: 
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!

Españolito que vienes al mundo…

Ya hay un español que quiere

vivir y a vivir empieza,

entre una España que muere

y otra España que bosteza.

Españolito que vienes

al mundo te guarde Dios.

una de las dos Españas

ha de helarte el corazón.

Un loco

Es una tarde mustia y desabrida 
de un otoño sin frutos, en la tierra 
estéril y raída 
donde la sombra de un centauro yerra. 
Por un camino en la árida llanura, 
entre álamos marchitos, 
a solas con su sombra y su locura 
va el loco, hablando a gritos. 
Lejos se ven sombríos estepares, 
colinas con malezas y cambrones, 
y ruinas de viejos encinares, 
coronando los agrios serrijones. 
El loco vocifera 
a solas con su sombra y su quimera. 
Es horrible y grotesta su figura; 
flaco, sucio, maltrecho y mal rapado, 
ojos de calentura 
iluminan su rostro demacrado. 
Huye de la ciudad… Pobres maldades, 
misérrimas virtudes y quehaceres 
de chulos aburridos, y ruindades 
de ociosos mercaderes. 
Por los campos de Dios el loco avanza. 
Tras la tierra esquelética y sequiza 
rojo de herrumbre y pardo de ceniza 
hay un sueño de lirio en lontananza. 
Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano! 
¡carne triste y espíritu villano!.. 
No fue por una trágica amargura 
esta alma errante desgajada y rota; 
purga un pecado ajeno: la cordura, 
la terrible cordura del idiota.

La periodista Rosario del Olmo, tras realizarle una entrevista para el periódico “La Libertad”, posa junto al poeta Antonio Machado Ruíz en el Café de Las Salesas de Madrid. Foto Alfonso / AGA.

Anoche cuando dormia

Anoche cuando dormía 
soñé ¡bendita ilusión! 
que una fontana fluía 
dentro de mi corazón. 
Dí: ¿por qué acequia escondida, 
agua, vienes hasta mí, 
manantial de nueva vida 
en donde nunca bebí? 

Anoche cuando dormía 
soñé ¡bendita ilusión! 
que una colmena tenía 
dentro de mi corazón; 
y las doradas abejas 
iban fabricando en él, 
con las amarguras viejas, 
blanca cera y dulce miel. 

Anoche cuando dormía 
soñé ¡bendita ilusión! 
que un ardiente sol lucía 
dentro de mi corazón. 
Era ardiente porque daba 
calores de rojo hogar, 
y era sol porque alumbraba 
y porque hacía llorar. 

Anoche cuando dormía 
soñé ¡bendita ilusión! 
que era Dios lo que tenía 
dentro de mi corazón.

El poeta

Maldiciendo su destino 
como Glauco, el dios marino, 
mira, turbia la pupila 
de llanto, el mar, que le debe su blanca virgen Scyla. 

Él sabe que un Dios más fuerte 
con la sustancia inmortal está jugando a la muerte, 
cual niño bárbaro. Él piensa 
que ha de caer como rama que sobre las aguas flota, 
antes de perderse, gota 
de mar, en la mar inmensa. 

En sueños oyó el acento de una palabra divina; 
en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina, 
sin odio ni amor, y el frío 
soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío. 

Bajo las palmeras del oasis el agua buena 
miró brotar de la arena; 
y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los fieros 
animales carniceros… 

Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor. 
Y fue compasivo para el ciervo y el cazador, 
para el ladrón y el robado, 
para el pájaro azorado, 
para el sanguinario azor. 

Con el sabio amargo dijo: Vanidad de vanidades, 
todo es negra vanidad; 
y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades: 
sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad. 

Y viendo cómo lucían 
miles de blancas estrellas, 
pensaba que todas ellas 
en su corazón ardían. 
¡Noche de amor! 

Y otra noche 
sintió la mala tristeza 
que enturbia la pura llama, 
y el corazón que bosteza, 
y el histrión que declama 

Y dijo: Las galerías 
del alma que espera están 
desiertas, mudas, vacías: 
las blancas sombras se van. 

Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado de 
ayer. ¡Cuán bello era! 
¡Qué hermosamente el pasado 
fingía la primavera, 
cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado, 
mísero fruto podrido, 
que en el hueco acibarado 
guarda el gusano escondido! 
¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día, 
arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!

Retrato de Joaquin Soroya ,1918

Soñé que tu me llevabas

Soñé que tú me llevabas

por una blanca vereda,

en medio del campo verde,

hacia el azul de las sierras,

hacia los montes azules,

una mañana serena.

Sentí tu mano en la mía,

tu mano de compañera,

tu voz de niña en mi oído

como una campana nueva,

como una campana virgen

de un alba de primavera.

¡Eran tu voz y tu mano,

en sueños, tan verdaderas!…

Vive, esperanza ¡quién sabe

lo que se traga la tierra!

A.Machado y su esposa Leonor

Yo voy soñando caminos

Yo voy soñando caminos 
de la tarde. ¡Las colinas 
doradas, los verdes pinos, 
las polvorientas encinas!… 
¿Adónde el camino irá? 
Yo voy cantando, viajero 
a lo largo del sendero… 
-la tarde cayendo está-. 
“En el corazón tenía 
la espina de una pasión; 
logré arrancármela un día: 
ya no siento el corazón”. 

Y todo el campo un momento 
se queda, mudo y sombrío, 
meditando. Suena el viento 
en los álamos del río. 

La tarde más se oscurece; 
y el camino que serpea 
y débilmente blanquea 
se enturbia y desaparece. 

Mi cantar vuelve a plañir: 
“Aguda espina dorada, 
quién te pudiera sentir 
en el corazón clavada”.

El viajero

Está en la sala familiar, sombría, 
y entre nosotros, el querido hermano 
que en el sueño infantil de un claro día 
vimos partir hacia un país lejano. 

Hoy tiene ya las sienes plateadas, 
un gris mechón sobre la angosta frente, 
y la fría inquietud de sus miradas 
revela un alma casi toda ausente. 

Deshójanse las copas otoñales 
del parque mustio y viejo.  
La tarde, tras los húmedos cristales, 
se pinta, y en el fondo del espejo. 

El rostro del hermano se ilumina 
suavemente. Floridos desengaños 
dorados por la tarde que declina
Ansias de vida nueva en nuevos años 

¿Lamentará la juventud perdida? 
Lejos quedó -la pobre loba- muerta. 
La blanca juventud nunca vivida 
teme, que ha de cantar ante su puerta 

Sonríe el sol de oro 
de la tierra de un sueño no encontrada; 
y ve su nave hender el mar sonoro, 
de viento y luz la blanca vela hinchada

Él ha visto las hojas otoñales, 
amarillas, rodar, las olorosas 
ramas del eucalipto, los rosales 
que enseñan otra vez sus blancas rosas 

Y este dolor que añora o desconfía 
el temblor de una lágrima reprime, 
y un resto de viril hipocresía 
en el semblante pálido se imprime. 

Serio retrato en la pared clarea 
todavía. Nosotros divagamos. 
En la tristeza del hogar golpea 
el tictac del reloj. Todos callamos.

Antonio y Manuel Machado

La saeta

¡Oh, la saeta, el cantar 
al Cristo de los gitanos, 
siempre con sangre en las manos, 
siempre por desenclavar! 
¡Cantar del pueblo andaluz, 
que todas las primaveras 
anda pidiendo escaleras 
para subir a la cruz! 
¡Cantar de la tierra mía, 
que echa flores 
al Jesús de la agonía, 
y es la fe de mis mayores! 
¡Oh, no eres tú mi cantar! 
¡No puedo cantar, ni quiero 
a ese Jesús del madero, 
sino al que anduvo en el mar!

Campos de Soria

Es la tierra de Soria árida y fría. 
Por las colinas y las sierras calvas, 
verdes pradillos, cerros cenicientos, 
la primavera pasa 
dejando entre las hierbas olorosas 
sus diminutas margaritas blancas. 

La tierra no revive, el campo sueña. 
Al empezar abril está nevada 
la espalda del Moncayo; 
el caminante lleva en su bufanda 
envueltos cuello y boca, y los pastores 
pasan cubiertos con sus luengas capas. 

II 

Las tierras labrantías, 
como retazos de estameñas pardas, 
el huertecillo, el abejar, los trozos 
de verde obscuro en que el merino pasta, 
entre plomizos peñascales, siembran 
el sueño alegre de infantil Arcadia. 

En los chopos lejanos del camino, 
parecen humear las yertas ramas 
como un glauco vapor ¿las nuevas hojas? 
y en las quiebras de valles y barrancas 
blanquean los zarzales florecidos, 
y brotan las violetas perfumadas. 

III 

Es el campo undulado, y los caminos 
ya ocultan los viajeros que cabalgan 
en pardos borriquillos, 
ya al fondo de la tarde arrebolada 
elevan las plebeyas figurillas, 
que el lienzo de oro del ocaso manchan. 

Mas si trepáis a un cerro y veis el campo 
desde los picos donde habita el águila, 
son tornasoles de carmín y acero, 
llanos plomizos, lomas plateadas, 
circuidos por montes de violeta, 
con las cumbres de nieve sonrosado. 

IV 

¡Las figuras del campo sobre el cielo! 

Dos lentos bueyes aran 
en un alcor, cuando el otoño empieza, 
y entre las negras testas doblegadas 
bajo el pesado yugo, 
pende un cesto de juncos y retama, 
que es la cuna de un niño; 

y tras la yunta marcha 
un hombre que se inclina hacia la tierra, 
y una mujer que en las abiertas zanjas 
arroja la semilla. 

Bajo una nube de carmín y llama, 
en el oro fluido y verdinoso 
del poniente, las sombras se agigantan. 

La nieve. En el mesón al campo abierto 
se ve el hogar donde la leña humea 
y la olla al hervir borbollonea. 

El cierzo corre por el campo yerto, 
alborotando en blancos torbellinos 
la nieve silenciosa. 

La nieve sobre el campo y los caminos, 
cayendo está como sobre una fosa. 

Un viejo acurrucado tiembla y tose 
cerca del fuego; su mechón de lana 
la vieja hila, y una niña cose 
verde ribete a su estameña grana. 

Padres los viejos son de un arriero 
que caminó sobre la blanca tierra, 
y una noche perdió ruta y sendero, 
y se enterró en las nieves de la sierra. 

En torno al fuego hay un lugar vacío 
y en la frente del viejo, de hosco ceño, 
como un tachón sombrío 
¿tal el golpe de un hacha sobre un leño?. 

La vieja mira al campo, cual si oyera 
pasos sobre la nieve. Nadie pasa. 

Desierta la vecina carretera, 
desierto el campo en torno de la casa. 

La niña piensa que en los verdes prados 
ha de correr con otras doncellitas 
en los días azules y dorados, 
cuando crecen las blancas margaritas. 

VI 

¡Soria fría, Soria pura, 
cabeza de Extremadura, 
con su castillo guerrero 
arruinado, sobre el Duero; 
con sus murallas roídas 
y sus casas denegridas! 

¡Muerta ciudad de señores 
soldados o cazadores; 
de portales con escudos 
de cien linajes hidalgos, 
y de famélicos galgos, 
de galgos flacos y agudos, 
que pululan 
por las sórdidas callejas, 
y a la medianoche ululan, 
cuando graznan las cornejas! 

¡Soria fría! La campana 
de la Audiencia da la una. 
Soria, ciudad castellana 
¡tan bella! bajo la luna. 

VII 

¡Colinas plateadas, 
grises alcores, cárdenas roquedas 
por donde traza el Duero 
su curva de ballesta 
en torno a Soria, obscuros encinares, 
ariscos pedregales, calvas sierras, 
caminos blancos y álamos del río, 
tardes de Soria, mística y guerrera, 
hoy siento por vosotros, en el fondo 
del corazón, tristeza, 
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria 
donde parece que las rocas sueñan, 
conmigo vais! ¡Colinas plateadas, 
grises alcores, cárdenas roquedas!… 

VIII 

He vuelto a ver los álamos dorados, 
álamos del camino en la ribera 
del Duero, entre San Polo y San Saturio, 
tras las murallas viejas 
de Soria, barbacana 
hacia Aragón, en castellana tierra. 

Estos chopos del río, que acompañan 
con el sonido de sus hojas secas 
el son del agua, cuando el viento sopla, 
tienen en sus cortezas 
grabadas iniciales que son nombres 
de enamorados, cifras que son fechas. 

¡Álamos del amor que ayer tuvisteis 
de ruiseñores vuestras ramas llenas; 
álamos que seréis mañana liras 
del viento perfumado en primavera; 
álamos del amor cerca del agua 
que corre y pasa y sueña, 
álamos de las márgenes del Duero, 
conmigo vais, mi corazón os lleva! 

IX 

¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria, 
tardes tranquilas, montes de violeta, 
alamedas del río, verde sueño 
del suelo gris y de la parda tierra, 
agria melancolía 
de la ciudad decrépita. 

Me habéis llegado al alma, 
o acaso estabais en el fondo de ella. 

¡Gentes del alto llano numantino 
que a Dios guardáis como cristianas viejas, 
que el sol de España os llene 
de alegría, de luz y de riqueza!

Caminante no hay camino

Caminante, son tus huellas

el camino y nada más;

Caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.

Al andar se hace el camino,

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino

sino estelas en la mar.

Canciones a Guiomar

1.

No sabía 
si era un limón amarillo 
lo que tu mano tenía, 
o un hilo del claro día, 
Guiomar, en dorado ovillo. 
Tu boca me sonreía. 
Yo pregunté: ¿qué me ofreces? 
¿Tiempo en fruto, que tu mano 
eligió entre madureces 
de tu huerta? 
¿Tiempo vano 
de una bella tarde yerta? 
¿Dorada ausencia encantada? 
¿Copia en el agua dormida? 
¿De monte en monte encendida, 
la alborada 
verdadera? 
¿Rompe en sus turbios espejos 
amor la devanadera 
de sus crepúsculos viejos?

 

2. 

En un jardín te he soñado,
alto, Guiomar, sobre el río,
jardín de un tiempo cerrado
con verjas de hierro frío.

Un ave insólita canta
en el almez, dulcemente,
junto al agua viva y santa,
toda sed y toda fuente.

En ese jardín, Guiomar,
el mutuo jardín que inventan
dos corazones al par,
se funden y complementan
nuestras horas. Los racimos
de un sueño -juntos estamos-
en limpia copa exprimimos,
y el doble cuento olvidamos.

(Uno: mujer y varón,
aunque gacela y león,
llegan juntos a beber.
El otro: no puede ser
amor de tanta fortuna:
dos soledades en una,
ni aun de varón y mujer.)


Por ti el mar ensaya olas y espumas,
y el iris, sobre el monte, otros colores,
y el faisán de la aurora canto y plumas,
y el búho de Minerva ojos mayores.
Por ti, ¡oh Guiomar!…

3.

Tu poeta piensa en ti…
                     
                            Tu poeta
piensa en ti. La lejanía
es de limón y violeta,
verde el campo todavía.
Conmigo vienes, Guiomar; 
nos sorbe la serranía. 
De encinar en encinar
se va fatigando el día.
El tren devora y devora
día y riel. La retama
pasa en Sombra; se desdora
el oro de Guadarrama.
Porque una diosa y su amante
huyen juntos, jadeante,
los sigue la luna llena.
El tren se esconde y resuena
dentro de un monte gigante.
Campos yermos, cielo alto.
Tras los montes de granito
y otros montes de basalto,
ya es la mar y el infinito.
Juntos vamos; libres somos.
Aunque el Dios, como en el cuento
fiero rey, cabalgue a lomos
del mejor corcel del viento,
aunque nos jure, violento,
su venganza,
aunque ensille, el pensamiento,
libre amor, nadie lo alcanza.


Hoy te escribo en mi celda de viajero,  
a la hora de una cita imaginaria.  
Rompe el iris al aire el aguacero,  
y al monte su tristeza planetaria.  
Sol y campanas en la vieja torre.  
¡Oh tarde viva y quieta que opuso 
al panta rhei su nada corre,  
tarde niña que amaba a su poeta!  
¡Y día adolescente  
-ojos claros y músculos morenos-,  
cuando pensaste a amor, junto a la fuente,  
besar tus labios y apresar tus senos!  
Todo a esta luz de abril se transparenta;  
todo en el hoy de ayer, el todavía  
que en sus maduras horas  
el tiempo canta y cuenta,  
se funde en una sola melodía,  
que es un coro de tardes y de auroras.  
A ti, Guiomar, esta nostalgia mía.  

Pilar de Valderrama, Guiomar

Soledades

He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas
he navegado en cien mares
y atracado en cien riberas.

En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,

 y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.

 Mala gente que camina
y va apestando la tierra…

Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.

Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,

y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.

Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos
descansan bajo la tierra.

Antonio Cipriano José María Machado Ruiz (Sevilla; 26 de julio de 1875-Colliure 22 de febrero de 1939).Poeta, escritor, dramaturgo y docente. Perteneciente a la Generación del 98. 

Sus padres eran Antonio Machado Álvarez, un conocido folclorista y Cipriana Ruiz. A los 8 años se traslada a Madrid con su familia e ingresó en el colegio de la Institución Libre de enseñanza donde tuvo como preceptores, entre otros, a Giner de los Ríos y Joaquín Costa. Antonio Machado tuvo que interrumpir sus estudios de Bachillerato debido a la mala situación económica de la familia.

En 1893 publicó sus primeros escritos en prosa, mientras que sus primeros poemas aparecieron en 1901. Viajó a París en 1899, ciudad que volvió a visitar en 1902, año en el que conoció a Rubén Darío, del que será gran amigo durante toda su vida y al poeta y escritor irlandés Oscar Wilde.

De regreso a Madrid en 1903, Machado colaboró en la revista modernista Helios bajo la redacción de otro poeta famoso modernista, Juan Ramón Jiménez (Premio Nobel de Literatura, 1959). Publicó su primer libro de poemas, Soledades, en 1903. En este libro ya se revela como poeta extraordinario. En Madrid, por esas mismas fechas también conoció a Unamuno, Valle-Inclán, y otros destacados escritores con los que mantuvo una estrecha amistad. 

Fue catedrático de Francés en Soria donde conoció a  Leonor Izquierdo, con quien se casa en 1909. Trágicamente Leonor murió de tuberculosis en 1912, quedando Antonio sumido en una crisis profunda.

En 1927 fue elegido miembro de la Real Academia Española de la Lengua. En esa época cuando conoció a Pilar Valderrama, poeta y dramaturga de la alta burguesía madrileña. Casada y madre de tres hijos, Pilar era autora de algunos libros de poemas. Hoy sabemos que tuvieron una relación de amistad y que fué musa y amor oculto del poeta. Machado inmortalizó a Pilar en sus últimos poemas amorosos con el nombre de Guiomar.

Después de pasar por Baeza y Segovia, donde estuvo unos años impartiendo Francés, en 1931 Machado obtiene una Cátedra en el Instituto Calderon de Madrid y posteriormente pasa al Instituto Cervantes. En esa época escribió teatro en compañía de su hermano, también poeta, Manuel, estrenando varias obras entre las que destacan La Lola se va a los puertos, de 1929, y La duquesa de Benamejí, de 1931. Cabe destacar que en Baeza, conoció a un jovencísimo Federico García Lorca en el viaje de estudios organizado por Domínguez Berrueta. Machado y Lorca participaron juntos en un concierto celebrado en el Casino. El profesor de francés leyó un fragmento de La tierra de Alvargonzález, que sería montada por La Barraca años después, y Federico interpretó al piano un fragmento de La vida breve de Falla y canciones populares.

 Cuando estalló la Guerra Civil española Machado estaba en Madrid y se puso al servicio de la República aunque no permanece en Madrid ya que es evacuado a Valencia en noviembre de 1936. Participa en las publicaciones republicanas y hace campaña literaria. Colabora en Hora de España y asiste al Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura.

En 1938, ante el avance del ejército golpista, Machado y su familia fueron evacuados a Barcelona. El título de su último libro, Poesías de la guerra,(1937), refleja los años trágicos en que fue escrito.

El 22 de enero de 1939, Machado y su familia se suman a una caravana compuesta por cuarenta españoles que huyen a Francia. Apenas a medio kilómetro de cruzar la frontera tuvieron que abandonar el coche y proseguir a pie en unas condiciones terribles hasta la estación de Cerbère donde pernoctan en un vagón abandonado en una vía muerta. El 28 de enero, con ayuda de los escritores Corpus Bargas y Tomás Navarro Tomás, llegan a Colliure y se hospedan en la que será su última morada, el Hotel Bougnol-Quintana.

Antonio Machado expiró a las tres y media de la tarde del 22 de febrero de 1939. Aunque ocultaron la noticia a su madre, Ana Ruiz, que tenía 85 años, sobrevivió a su hijo solo unos días.

 En un bolsillo del poeta se encuentra un último verso: ” Estos días azules y este sol de la infancia”.

Antonio Machado es probablemente uno de los poetas españoles más admirados de la historia ,no solo por la calidad de sus versos, sino también por su indiscutible talla humana.

Obra poética :

1903.- “Soledades: poesías

1907.- “Soledades, galerías, otros poemas” 

1912.- “Campos de Castilla” 

1917.- “Páginas escogidas” 

1917.- “Poesías completas” 

1917.- “Poemas

1918.- “Soledades y otras poesías” 

1919.- “Soledades, galerías y otros poemas” 

1924.- “Nuevas canciones” 

1928.- “Poesías completas (1899-1925)” 

1933.- “Poesías completas (1899-1930)”

1933.- “La tierra de Alvargonzález” 

1933.- “Poesías completas” 

1936.- “Juan de Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo)”

1937.- “La guerra (1936-1937)” 

1937.- “Madrid: baluarte de nuestra guerra de independencia” 

1938.- “La tierra de Alvargonzález y Canciones del Alto Duero

Teatro :

1926.- “Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel” 

1927.- “Juan de Maraña” 

1928.- “Las adelfas” 

1929.- “La Lola se va a los puertos” 

1931.- “La prima Fernanda” 

1932.- “La duquesa de Benamejí

Enlaces de interés :

https://dbe.rah.es/biografias/12513/antonio-machado-y-ruiz

https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2019/02/22/5c6ef781fdddff37318b45d8.html

https://www.publico.es/politica/81-aniversario-muerte-machado-machado-sigue-siendo-simbolo-terrible-exilio-republicano.html

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