4 Poemas de Juan Ojeda

“La poesía es pues, para mí, conmoción y crisis…”

Juan Ojeda

Soliloquio

Para el que ha contemplado la duración
lo real es horrenda fábula. Solo los desesperados,
esos que soportan una implacable soledad
horadando las cosas, podrían
develar nuestra torpe carencia,
la vana sobriedad del espíritu
cuando nos asalta el temor
de un mundo ajeno a los sentidos.

¿Qué esperarías, agotado de ti
o una estéril música,
cuyo resplandor al abismarse te anonadaría?
Pero tú yaces oculto o simulas alejarte
De lo que, en verdad, es tu único misterio:
en la innoble morada de la realidad
nutres un sentido más hondo,
del que ya ha cesado todo vestigio humano.
Y destruyes
el reino de lo innombrable, que en ti mismo habita.

¿Qué esperarías? ¿Sólo madurar, descendiendo,
en una materia más huraña que el polvo?

Nada hay en los dominios frescos
del sueño o la vigilia.
Así
he considerado con indiferencia mi vida
y debemos marcharnos.

Hermes Trismegisto

A Danilo Sánchez Lihón 

Como sí 
La desesperación 
                                 aún 
En medio de olas de oro por su incomparable luz de heliotropo 
por su inconquistable sombra 
                                                 acude 
A las orillas del sueño               
a los amores funestos 
Jarcias envejecidas sobre el espíritu 
                                              Las barcas ausentes 
Como navegar en el 
                 Universo Destruido                  
estrellas unánimes                  
galaxias                              
constelaciones inútiles 
                                                               Barcas 
De pronto una música de laureles acude el día el solsticio                                    
rotas las velas o la espuma                                    
noches intensas 
                                   apretujados sueños 
El vagar de caminos 
                   se hace tremar trópicos las manos olvidadas 
                      el espectro de la nada 
                      el rostro de Oro 
Cumplen así las ribas el nocturno embalaje 
                  el rostro                   
las singladuras del aire 
los momentos indecibles al borde del cadalso 
                   la lluvia inicia el día los campos se inclinan 
                   abrevaderos del sol 
Llaves de pronto arruinadas por una sombre humillante 
                                   rastrojos 
Pronto el tiempo acude a sus frondas intactas 
                       es la renuncia al sueño                                    
la ola que retiene el cuerpo 
Portadores de escombros hermosos 
Lumbres llaman a las puertas con inscripciones gnómicas 
Durante láminas ajenas la noche arrastra sus harapos 
                      la Noche 
                                  indecente de joyas                                   
la Noche 
crispada sobre olivos de niebla 
            la Noche 
Aviva su luz entre los muertos resuena el rio interior 
                                   las máscaras se detienen en el limite                                                    
lóbregas faunas un día encuentran sus pasos rotundos                         
nadie camina. 

He oído las voces, he oído los clamores,

absurdamente sostenidos como en una feria.

He comprendido el propósito y la argucia,

y todas las cosas hacia atrás revolviéndose.

El dolo preside en el consejo de los hombres y sólo la futilidad.

.

Oh el tiempo, el tiempo de morir

y sobre la tierra una ausencia de dioses.

Hurtas voces

para el día que no amarás, y cuando lo puro te anuncia

no hallas en tu paso sino un camino mondo.
 

Sobre el reseco musgo de ruinas se arrastra el día,

quebradizo como imposible vuelo de crisálida.

Dioses.

Y sumergir gastados brazos en la irrealidad del camino,

chapotear entre alas rotas, gajos de luz dura,

mano de criptas que se elevan la garra humedecida de sombras.

.

“En un puñado de polvo juzgarás el reino, y caminaremos

sin pregunta posible que aplaque nuestro desconcierto”.

.

Oh, este es un tiempo de prodigios. Escarbamos

las anchas tierras con manos seguras,

y nada hay allí que nos consuele. Duras astillas

de algún viejo cráneo, sucio por los cuervos,

este horrible viento que baja de las colinas próximas,

arrastrando el hedor de los muertos, y no hay consolación.

.

Todo se oscurece presagiando la muerte del día, y ya no habrá

más días sobre la tierra árida, o no habremos nosotros.

.

¿Cómo los dioses custodian lo eterno? ¿Quiénes

oprimen con gravedad el sentido del mundo?

Dioses. Dioses.

Los he visto danzar con movimientos horribles:

el viento removía el seco polvo de la Tierra Colorada,

y yo huía enloquecido, soportando las revelaciones.

.

Arrastrarse hasta esos maderos hundidos,

el agua del mar dejando una fetidez maldita,

y hundirse entre el agua y la arena.

“Soporta, soporta este Reino”.

.

Oh, es el exilio.

¿Pero dónde contemplaré un Origen

que ordene este universo absurdo?

La vida desciende en medio de las cosas,

vacía y sorda, y un ojo atento

rueda a contemplar el osario del mundo

y se anuda como un viejo vicio a cada objeto improbable.

Pero ya sabemos que todo lo real es precario,

y en qué sentido.

.

Así, oh alma mía, abstente de indagar o abandona el camino.

.

¿De quién es esa torpe mano que bate, angustiada, las sombras?

.

Oh, escucho todavía el vano estrépito de las voces que huyen.

.

Así, pues, qué sabias palabras no podrán importunarnos, qué gestos

que no posean avara suficiencia en medio del Caos,

.

y cómo viviremos estos días sin desesperarnos, y cómo hablar

y en qué sentido.

.

Oh alma mía, nada queda ya sobre la tierra

que hayas odiado con cierta humillación, la dorada máscara

que repite el esplendor de aburridos gestos

aprendidos, sin duda, para consolarnos

y no hay consolación.

.

Oh, es el exilio.

Y no obstante,

sobre nobles manuscritos convertí mis ojos al sabio ejercicio,

y allí todo era tan desolador como la misma realidad.

¿Acaso alimenta al espíritu el errante curso de los astros?

Oh, toda verdad hedía como un tiesto de ramas muertas.

.

Así, hemos elegido, tal vez, un lenguaje que los dioses,

ahítos ya de días, abominan con innoble desencanto.

Tierra de los dioses que el hombre habita,

y bajo el murmullo del tiempo una muerte segura.

Pero los dioses se cuidan de ser demasiado terrestres,

Y esa es nuestra futilidad.

.

“Entre la realidad y la irrealidad

conocerás el Reino”.

.

Y sabemos ciertamente

Que el tiempo es menos real que los sueños, y chapoteamos

con nuestras pobres voces en un tiempo perdido.

.

Ahora los hombres sólo hablan una lengua falsa, ¿los escuchas?

Nada hay allí que pueda servirte, todo es como una burla

o una insidiosa pesadilla.

.

Ya hemos levantado sobre los días hórridos un tiempo más puro,

y no escuchamos sino las obcecadas voces de los desgarrados.

Elogio de la infancia

¡Oh infancia de futuros siglos, ya se escucha

la humana muchedumbre, se insinúan

los tiempos de un orden nuevo!

Porque la tierra, niño, te cobijará

en sus dones eternos, porque ya se avecina

la edad de una historia fecunda: mira, mira estas ruinas

.Luego caminemos hacia los montes fértiles!

Juan Ruperto Ojeda Ojeda ( Chimbote, Perú 27 de marzo de 1944- Lima, 11 de noviembre de 1974).Juan Ojeda es considerado casi por unanimidad como el mejor poeta peruano de los 60.

Era el noveno de once hermanos, hijo de Víctor Ojeda Chávez y de Josefina Ojeda Díaz. Ambos primos hermanos y de procedencia arequipeña. Estudia su escuela primaria en la Escuela Fiscal Nº 333 y secundaria en el Colegio Nacional San Pedro de Chimbote.

En 1962, inicia sus estudios de Filosofía en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de San Marcos, paralelamente estudió pintura y escultura en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Sus lecturas eran de los clásicos griegos y latinos, de Goethe y Shiller. En 1965 obtuvo la Primera Mención Honrosa en el Segundo Concurso “El Poeta Joven del Perú” (1965), con el seudónimo de “Dedaluz”, con su poemario “Elogio de los Navegantes”, escrito entre los 19 y 21 años de edad.

En 1971-72 viaja a Colombia, Brasil, Argentina y Bolivia. En Ciudad de Panamá da conferencias y participa en la vida cultural. En 1973 regresa a Lima e ingresa a la Escuela Nacional de Bibliotecarios.

Juan Ojeda se lanzó bajo las ruedas de un auto en la cuadra 23 de la avenida Arequipa, en Lima, el 11 de noviembre de 1974. Tenía treinta años de edad. Su obra Arte de Navegar, fue publicada póstumamente por sus amigos Hildebrando Pérez y Cesáreo Martínez.

Juan Ojeda prefería siempre lo alternativo. Se juntaba con la gente más olvidada, con aquellos que ven de lejos la luz de la ciudad. Indagaba en los márgenes la sabiduría que ordene el caos del centro, buscaba en la sensibilidad más quebrantada los fragmentos que articulen la diáspora de lo humano. Era un ateo que buscaba a Dios. Casi siempre se le encontraba leyendo Imitación de Cristo de Kempis. Tenía una capacidad asombrosa para el estudio, pero no para aquel que busca los nobiliarios grados académicos o las recomendaciones para empleos provechosos. Mientras otros se preocupaban por ser doctores, él asumió un desafío mayor: aspiraba a comprender el mundo. Prefería la libertad del sabio, permanecía días y días encerrado en la biblioteca, se borraba del mundo para tratar de comprender el drama humano. Caminaba por las paredes y visitaba las cárceles; componía poemas en la morgue para comprender la metafísica de la vida; se llevaba muy bien con los ladrones, con los borrachos, los poetas y los vagos. Quién no recuerda su compromiso político en la universidad, los sindicatos o en plena calle. Quién olvidaría su indignación cuando advertía páginas escritas con desamor y sin convicción poética. Cómo olvidar que su palabra era la conciencia critica de este mundo: «Para nadie es un secreto que la racionalidad occidental, tecnológica y reificante, es esencialmente destructiva. Mi poesía es un informe sobre la desintegración demencial que es la historia». Probablemente Elogio de los navegantes pudo haber obtenido muchos primeros premios de haber existido un criterio honesto para juzgar la gran poesía peruana, pero como él nunca fue amigo de la compadrería literaria, ni recomendado de algún gran escritor, menos amante de modelaje intelectual publicitario, siempre se le mantuvo marginado. Por eso, no es gratuito concluir que hasta el día de su deceso, su obra fue tratada con mezquindad y su situación era la del poeta marginado y embestido por los casetilleros culturales de los periódicos. Llegará el tiempo donde su palabra poética tenga qué decirle a las inquietudes poéticas históricas. Llegará el tiempo donde los jóvenes lectores de poesía descubran que su vida y su poesía siempre fue uno de los testimonios más lúcidos y conmovedores de la vida humana. Por lo pronto, busquemos en el recuerdo el consuelo para evitar una lágrima” (Pérez, Torres, Cabel y Cornejo)

 Obra poética:

Ardiente sombra (1963) y Elogio de los navegantes (1966)

Eleusis (1972)

Póstumamente aparecieron:

 Epístola dialéctica (1974) y Arte de navegar (1986). 

Enlaces de interés :

https://www.researchgate.net/publication/329173748_Semblanza_del_poeta?fbclid=IwAR1HOT_dFFP0TEFxAz1txXaKFyX3XjqoACmqbif939UtDLxQHjqoFKqhnzM

https://www.monografias.com/trabajos911/poeta-juan-ojeda/poeta-juan-ojeda2.shtml

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