“Tengo una mirada en la vida, que es siempre para adelante, nunca voltear para atrás… la vida es un milagro y tenemos que rendirle homenaje y ver la luz que irradia”
María Granata
Éxtasis
Lienzo embebido en ti
es ahora mi cuerpo,
del todo desasido
y sin otra envoltura que tu imagen.
En mí te llevo como si cargara
sobrecogida sangre.
Sales de ti
hacia el encuentro, génesis reciente,
y yo bebo y respiro
tu exhalación, la rama de tu gozo.
Allí donde se forma
el color de tus brazos enlazados
gira el anillo impar que me contiene.
Nadie me busque, nadie.
Soy tu vigilia,
me disuelvo, pequeña,
en la dulzura que tu pecho emana.
Soy tu sombra y la mía,
soy un desprendimiento de ti mismo.
Allí donde comienza
esa felicidad sufriente y bella,
voy a tu encuentro.
Me despojo de mí
con un sacudimiento
de aterrados manzanos.
Puedo en amor morir que seguiría
recorriendo la tierra con tus pasos,
en tus manos ahogada.
El soldado muerto
Desde tu mano sube
el fusil como un lirio congelado.
¡Qué diferente de las otras muertes
tu muerte de soldado!
Por tus ojos abiertos
pasa el aire, y el cielo se detiene…
¿Quién cerrará tus ojos
¡ay! antes que esta hierba te encadene?
Nadie busca tu voz.
Solamente ese viento sin colores
que te seca la sangre,
sobre tu piel violácea arroja flores.
Cántico del amor vivo
La dulce dimensión de una paloma
puede medir la sangre de esta llaga.
Mirad cómo se asoma
a ella el día, mirad cómo lo apaga.
Ala curva de vuelo
en inmovilidad definitiva
me tiñe el rostro de ignorado cielo.
La piel me cubre como una hoja viva.
Por este amor retorno
al aire original, a la pureza.
En su color fundido mi contorno,
comienzo donde su sustancia empieza.
Desde nivel lejano
de doble río llega un agua sola.
Ya puedo alzar la forma de mi mano
y el corazón en líquida amapola.
La soledad se cierra
-niebla trizada, túmulo deshecho-.
Lo terrenal que quiero dé la tierra
es el cielo que nace de tu pecho.
¡Ah, cómo se derrama
toda mortalidad en torno mío!
Sube tu voz y el lagrimal inflama
su sal de oculto río.
Este es el vivo amor, esta es la hoguera
que en sí vuelca su fuego.
Alta mirada y a la vez ceguera.
única lucha y único sosiego.
El corazón de lateral follaje
ya de su propio ardor enardecido
hacia el absorto paisaje
se junta y se dispersa en el latido.
Puedo quedarme aquí, contra este suelo,
hombro con hombro, que- él amor me muestra
el índice del vuelo
y una llama total que no es la nuestra.
El nacimiento.
Paja ahuecada en lecho.
¿En dónde el lino que su vara quiebre?
Originario techo
y humedad restañada de pesebre.
El único buey era
como los otros bueyes. Con su lento
heno en la boca. La única cordera
templaba el nacimiento.
Un índice de estrella descubría
desamparo profundo,
pero el ínfimo establo parecía
tener la entera dimensión del mundo.
Sumada llama
Da su fulgor tu corazón despierto
en cielo de humildad y dulcedumbre,
y es por la gracia de su amor tan cierto,
dichoso canto lo que fue quejumbre.
Numeroso fervor tu sangre encierra.
La piedad con sus signos te señala.
¡Oh dulce Eva Perón!, sobre la tierra
tu sombra tiene ya forma de ala.
Hoguera azul tu diáfano desvelo,
sumada llama del dolor humano.
Llega hasta cada ser, en claro vuelo,
la paloma que nace de tu mano.
Tu que conoces cuánta vida cuesta
cada latido, siempre estarás viva.
Tus preguntas el ángel las contesta,
-diálogo de verdad definitiva.-
Con pureza que viene de la altura
das la felicidad como una rosa.
Entre los días tiempo que perdura.
Es ésa tu labor maravillosa.
Hasta en el sueño velas y conoces
la táctica congoja, la esperanza
que dirige hacia ti todas sus voces
y embellecida realidad alcanza.
Con qué sangre total, con que ardimiento
presente estás en venturosos dones.
Qué fortaleza la del sentimiento
que el corazón te llena de razones.
Es ese resplandor que te circunda
perfecta imagen de esperado día.
La hermosura en ti vuélvese profunda
como el amor que tus afanes guía.
Pena de otros tu costado puebla.
Ajeno llanto llora tu mirada.
Atravesando ves dura tiniebla,
tu que estás por ti misma iluminada.
¡Oh dulce Eva Perón!,
toda memoria dichosamente guardará tu vida.
Vas hacia la poesía, hacia la historia,
por el ángel de octubre conducida.
Balada del pájaro helado
Presentía que tú eras mi triste
corazón en el aire cantando,
y miraba tu vuelo apacible
a través del ocaso pintado.
Se difunde tu muerte en el viento,
tu mutismo violáceo se hiela,
y no sé si te llevo en mi seno
o has quedado tendido en la hierba.
Ya no habrás de cantar bajo el oro
que en los álamos bebe la noche,
y por eso se ahueca un sollozo
en tu nido redondo del bosque.
Mientras gime la hora amarilla
disminuyes en planos de frío.
¡Ay, que nunca creí que cabía
un silencio de muerte en tu trino!
Muerte del adolescente
Iba a las densas viñas y volvía
con la sangre dorada.
Su voz en un sollozo no cabía,
ni en un pámpano seco su mirada.
Ni sabían sus manos
ser el lecho piadoso de la frente.
Iba a las aguas, iba a los manzanos,
y retornaba siempre adolescente.
Veía en tardes rojas
estremecerse al árbol absoluto,
y al pájaro nacer entre las hojas
profundo de dulzura como un fruto.
Solamente esperaba
un nuevo paso unir al paso hecho,
y por la herida lateral del pecho
ninguna soledad lo transitaba.
Guardaba de su infancia
como un sabor a plomo de soldado
y casi una fragancia
de llanto hacia una sien y otra desviado.
Por vez primera desde mi agrio puerto
sintió la lejanía
y le dolió todo ese mar desierto
como una lama fría.
Secas están las viñas. Salitrosas
las aguas. Carcomidos los manzanos.
La sombra de las cosas
tiene filos crecientes y cercanos
Junto a un huerto sepulto en una duna
y en el umbral del hombre,
siente el adolescente que una a una
se disuelven las letras de su nombre.
Muerto ya está. Como la arena muerto.
Pero vivas las manos todavía.
¿Dónde las uvas de un racimo abierto
que aún las sentiría?
¿Y dónde alguna flor? ¿Dónde una aguja
de luz para sus ojos?
Antes que advierta el lienzo, antes que cruja
en sus huesos un hierro de cerrojos.
Un hueco más sobre la tierra, un hueco.
Pero una sombra menos contra el muro.
y un tallo verdiseco.
y un fruto desprendido y no maduro.
¡Ah, ya han muerto sus manos
y ya se hiela el aire que lo toca!
Echad su corazón a los manzanos
y a las viñas su boca.
¡Ah, con qué rebeldía
su perfil en el viento se deshace!
Al Oeste la noche, al Este el día.
Limitado ya está. ¿Qué cruz le nace
de pronto entre las manos?
Para un alba de cal que lo amordace
¿ha crecido ferviente de veranos?
¡Qué muerto está! … y ya lo recorría
el amor como una llamarada
cuando iba a las viñas y volvía
con la sangre dorada
Los árboles escapados
Este bosquecillo
se escapó una vez.
Corrimos, corrimos,
para no volver.
Yo perdí una hoja.
Y yo diciséis.
Y yo cuatro orugas
y un bicho al revéz.
Y yo un petirrojo
que vendrá después.
¡No importa, no importa!
Por suerte perdí
una hormiga hambrienta
llamada Zizí.
Este bosquecillo
se va a divertir,
y después se queda
a vivir aquí.
de «100 cuentos de María Granata para leer antes de dormir»
Primavera
¿Qué suma de ternura
es esta que me llega
por invisibles calles
y pájaros me entrega?
Una fragancia ruda
de sol y golondrinas
desgarra la mañana
y cubre sus colinas.
Y junto al nuevo surco
que en humedad se enciende
¿qué cercano deseo
de espigas me sorprende?
Es dócil el sendero
y el horizonte cierto
y ya se mueven nubes
redondas sobre el huerto.
¿Qué suma de hermosura
es esta que refleja
en mi mano la forma
de la primer abeja?
El Hijo
Cómo se vuelve el hijo
la vertiente del todo,
en el fluir más puro de la vida.
Y cómo su presencia
abarca el más allá del sentimiento
Y señala el camino
mientras enciende el día con la mano.
¡Oh dulce engendramiento que no cesa!
Sobre sus pasos siento que camino
sin extraviarme.
De él me llega este aire que respiro.
Me da la realidad, la multiplica,
expande en mis sentidos su riqueza,
los comienzos, los ímpetus
hacia la perdurable compañía.
Me regala
el paisaje del mundo, su eclosión,
y la alta mansedad de su quietud.
Su mano me conduce hacia mi misma.
Y de ese estar
albergado en mi hondura,
va hacia su libertad
y de lejos me mira, y de tan cerca
que no sé si mi vida
es mía o es de él.
Soy la desgarradura
Soy la espesura
gozosa y sufriente. Soy esta sal unánime.
Cuidad que mi sueño permanezca vivo
porque en él se hace el día.
Cuidad mi desnudez:
he abandonado alegres vestiduras
de vellones calientes como axilas,
de vástagos silvestres.
Mi desnudez posee la furia
de una exhalación,
y es sólo eso.
Llevo la dimensión de una violenta
ala arrancada.
Soy la desgarradura.
Cuidad del poder de mis diferencias
y mis contradicciones.
Soy la espesura de lo diferente.
He salido del humus
despojando a un ángel,
y he cubierto de frutos la negación,
mi paso arrasa lo perecedero,
mi paso que es siempre la mitad de un paso.
Desde el comienzo supe
que la carne de todos era mi carne,
que mi unidad estaba repartida.
Soy el hombre,
y sólo soy una parte del hombre.
¿Quién posee la otra faz de mis manos?
¿Quién llorará mi última lágrima?
Martín y el barrilete
Con cañas, papel rojo y amarillo y una cola de cuatro metros, Martín hizo un barrilete. En cuanto sopló un viento que parecía agitar miles de alas, lo remontó y lo vio subir, subir, sintiendo que acababa de ponerle un nuevo satélite al sistema solar.
Y cuando el hilo se le terminó, dejó de verlo.
Es que el barrilete se había metido dentro de una nube que había bajado bastante para mirar a la Tierra.
Lo único que Martín veía era el hilo. Trató de recogerlo pero el hilo no le obedeció.
-Bienvenido –le dijo la nube al barrilete; y le comunicó-. Ahora tengo que irme; todas mis hermanas están altísimas.
-¿Por qué no me llevas? –le rogó el barrilete.
-Porque Martín te perdería para siempre.
-Es que yo quiero conocer el Sol de cerca.
-Pero tu hilo sólo llega hasta aquí. ¡Ah!, cómo me gustaría ayudarte… -dijo la nube, y antes de ganar altura, le pidió al Sol que anudase al hilo que Martín sujetaba, un interminable rayo de luz.
Y el niño alcanzó a ver cómo su barrilete salía de la nube, por arriba, y subía, hasta llegar al Sol. Sorprendido, comprobó que lo que él tenía en sus manos no era un simpler piolín, sino un hilo de luz.
Y hasta el atardecer duró la aventura, y cuando del Sol se veía nada más que medio redondel como caído al oeste, ;artín recogió su barrilete, que llegó dorado u com su larga cola llena de destellos, que desde entonces, donde el barrilete estaba era de día.
María Granata (Buenos Aires, Argentina, 3 de septiembre de 1923) Poeta, novelista y periodista. Perteneciente a la llamada Generación del 40, y relacionada con el antiperonismo intelectual, su adhesión al peronismo es posterior a 1946. Fundó y perteneció al Sindicato de Escritores de Argentina.
Hija de Severina Schiaffino y Miguel Angel Granata de origen italiano, quien la introduce en la lectura de la poesía. Según sus palabras: “Tuve la fortuna de que mi padre que era un médico italiano muy amante de la poesía, ya desde muy chica, desde los siete años, logró hacerme entender y gustar de los grandes poetas italianos. Eso tuvo en mí una influencia absolutamente decisiva pues dejó dentro mío una señal para toda la vida”. En su adolescencia lee a Leopardi, Quevedo, San Juan de la Cruz…
Desde 1942 forma parte de la escena poética argentina, primero como colaboradora de la Revista Conducta dirigida por Leónidas Barletta (cercano al grupo de Boedo), luego como integrante de la Peña de poetas ´Eva Perón´.
Con veintiún años publicó su primer volumen de poesía al que tituló Umbral de tierra, por el que recibió el Premio Municipal y el Premio Martín Fierro. Seguido publicó Muerte del adolescente (1946) y Corazón cavado(1952).
Después de un silencio de más de una década publicará Color humano (1966) en el que sorprende incorporando a su poética una nueva perspectiva, en la que el alto grado de intimismo de su obra anterior da paso a una preocupación por el hombre.
Hacia finales de la década de los 40 comienza a colaborar en el diario El Mundo, donde, a partir de 1950, publicará semanalmente un cuento infantil, treinta de los cuales fueron publicados bajo el título de El gallo embrujado (1956), al que le seguirían, entre otros muchos títulos, La ciudad que levantó vuelo (1980), Pico de cigüeña, trompa de elefante (1982), Cuentos azules y blancos (1983), Piupi y la casita de los invisibles(1986, Santiago de Chile), La fiesta de los lagartos (2003) y Agustín y el meteorito (2004); estableciendo a María Granata como una de las escritoras más destacadas y significativas del género, lo que le valió en 1988 el Premio Nacional de Literatura Infantil.
Paralela y simultáneamente a estas actividades María Granata decide incursionar en otro género, sorprendiendo a sus lectores, en 1970, con Los viernes de la eternidad, una novela de prosa cristalina y poética que obtuvo el Premio Emecé (1970) y el Premio Selección Nacional correspondiente al período 1971-1974, y que fuera llevada al cine en 1981 por Héctor Olivera. A esta le siguieron: Los tumultos (1974, Premio Strega 1976), El jubiloso exterminio (1979), El diluvio y la guerra (1981), El visitante (1983), La escapada(1988, finalista del premio Rómulo Gallegos, Venezuela), El sol de los tiempos (1992) y Lucero Zarza (1999).
En 2003, pone fin a su largo silencio poético publicando Cerrada incandescencia, volumen que se reeditó en Madrid, España (2006).
Premios :
- Premio Consagración de la Provincia de Buenos Aires.
- Premio Martín Fierro de 1944
- Premio Emecé de 1970
- Premio Nacional de Letras de Argentina de 1972
- La Fundación Konex la distinguió en 1984 con el Diploma al Mérito en el rubro Novela correspondiente a la primera obra publicada después de 1950 y en 1994 con el Diploma al Mérito en el rubro Literatura Juvenil.
- Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores de 1987.
- Premio Nacional de Literatura Infantil de 1988.
Enlaces de interés :
https://docplayer.es/89857785-Aproximacion-bio-bibliografica-a-maria-granata.html
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/semeraro_horacio/entrevista_a_maria_granata.htm
https://www.leemeuncuento.com.ar/Imagenes2022/Maria-Granata-Macimiani-Nader-Homenaje.pdf
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