Para que yo me llame Ángel González
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento…
Ciudad cero
Una revolución.
Luego una guerra.
En aquellos dos años ?que eran
la quinta parte de toda mi vida?,
ya había experimentado sensaciones distintas.
Imaginé más tarde
lo que es la lucha en calidad de hombre.
Pero como tal niño,
la guerra, para mí, era tan sólo:
suspensión de las clases escolares,
Isabelita en bragas en el sótano,
cementerios de coches, pisos
abandonados, hambre indefinible,
sangre descubierta
en la tierra o las losas de la calle,
un terror que duraba
lo que el frágil rumor de los cristales
después de la explosión,
y el casi incomprensible
dolor de los adultos,
sus lágrimas, su miedo,
su ira sofocada,
que, por algún resquicio,
entraban en mi alma
para desvanecerse luego, pronto,
ante uno de los muchos
prodigios cotidianos: el hallazgo
de una bala aún caliente,
el incendio
de un edificio próximo,
los restos de un saqueo
?papeles y retratos
en medio de la calle…
Todo pasó,
todo es borroso ahora, todo
menos eso que apenas percibía
en aquel tiempo
y que, años más tarde,
resurgió en mi interior, ya para siempre:
este miedo difuso,
esta ira repentina,
estas imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar.
Nada es lo mismo
La lágrima fue dicha.
Olvidemos
el llanto
y empecemos de nuevo,
con paciencia,
observando a las cosas
hasta hallar la menuda diferencia
que las separa
de su entidad de ayer
y que define
el transcurso del tiempo y su eficacia.
¿A qué llorar por el caído
fruto,
por el fracaso
de ese deseo hondo,
compacto como un grano de simiente?
No es bueno repetir lo que está dicho.
Después de haber hablado,
de haber vertido lágrimas,
silencio y sonreíd:
nada es lo mismo.
Habrá palabras nuevas para la nueva historia
y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.
Me falta una palabra
Me falta una palabra, una palabra
sólo.
Un niño pide pan; yo pido menos.
Una palabra dadme, una sencilla
palabra que haga juego
con…
Qué torpes
mujeres sucias me interrumpen
con su lento
llorar…
Comprended: cualquiera de vosotros,
olvidada en sus bolsos, en su cuerpo,
puede tener esa palabra.
Cruza más gente rota, llegan miles
de muertos.
La necesito: ¿No veis
que sufro?
Casi la tenía ya y vino ese hombre
ceniciento.
Ahora…
¡Una vez más!
Así no puedo.
Milagro de la luz
Milagro de la luz: la sombra nace,
choca en silencio contra las montañas,
se desploma sin peso sobre el suelo
desevelando a las hierbas delicadas.
Los eucaliptos dejan en la tierra
la temblorosa piel de su alargada
silueta, en la que vuelan fríos
pájaros que no cantan.
Una sombra más leve y más sencilla,
que nace de tus piernas, se adelanta
para anunciar el último, el más puro
milagro de la luz: tú contra el alba.
J.R.J.
Debajo del poema
–laborioso mecánico–,
apretaba las tuercas a un epíteto.
Luego engrasó un adverbio,
dejó la rima a punto,
afinó el ritmo
y pintó de amarillo el artefacto.
Al fin lo puso en marcha, y funcionaba.
-No lo toques ya más,
se dijo.
Pero
no pudo remediarlo:
volvió a empezar,
rompió los octosílabos,
los juntó todos,
cambio por sinestesias las metáforas,
aceleró…
mas nada sucedía.
Soltó un tropo,
dejó todas las piezas
en una lata malva
y se marchó,
cansado de su nombre.
Inmortalidad de la nada
Todo lo consumado en el amor
no será nunca gesta de gusanos.
Los despojos del mar roen apenas
los ojos que jamás
?porque te vieron?,
jamás
se comerá la tierra al fin del todo.
Yo he devorado tú
me has devorado
en un único incendio.
Abandona cuidados:
lo que ha ardido
ya nada tiene que temer del tiempo.
Camposanto en Collioure
Aquí paz,
y después gloria.
Aquí,
a orillas de Francia,
en donde Cataluña no muere todavía
y prolonga en carteles de «Toros à Ceret»
y de «Flamenco’s Show»
esa curiosa España de las ganaderías
de reses bravas y de juergas sórdidas,
reposa un español bajo una losa:
paz
y después gloria.
Dramático destino,
triste suerte
morir aquí
?paz
y después…?
perdido,
abandonado
y liberado a un tiempo
(ya sin tiempo)
de una patria sombría e inclemente.
Sí; después gloria.
Al final del verano,
por las proximidades
pasan trenes nocturnos, subrepticios,
rebosantes de humana mercancía:
manos de obra barata, ejército
vencido por el hambre
?paz…?,
otra vez desbandada de españoles
cruzando la frontera, derrotados
?…sin gloria.
Se paga con la muerte
o con la vida,
pero se paga siempre una derrota.
¿Qué precio es el peor?
Me lo pregunto
y no sé qué pensar
ante esta tumba,
ante esta paz
?«Casino
de Canet: spanish gipsy dancers»,
rumor de trenes, hojas…?,
ante la gloria ésta
?…de reseco laurel?
que yace aquí, abatida
bajo el ciprés erguido,
igual que una bandera al pie de un mástil.
Quisiera,
a veces,
que borrase el tiempo
los nombres y los hechos de esta historia
como borrará un día mis palabras
que la repiten siempre tercas, roncas.
Esperanza
Esperanza,
araña negra del atardecer.
Tu paras
no lejos de mi cuerpo
abandonado, andas
en torno a mí,
tejiendo, rápida,
inconsistentes hilos invisibles,
te acercas, obstinada,
y me acaricias casi con tu sombra
pesada
y leve a un tiempo.
Agazapada
bajo las piedras y las horas,
esperaste, paciente, la llegada
de esta tarde
en la que nada
es ya posible…
Mi corazón:
tu nido.
Muerde en él, esperanza.
Alga quisiera ser, alga enredada…
Alga quisiera ser, alga enredada,
en lo más suave de tu pantorrilla.
Soplo de brisa contra tu mejilla.
Arena leve bajo tu pisada.
Agua quisiera ser, agua salada
cuando corres desnuda hacia la orilla.
Sol recortando en sombra tu sencilla
silueta virgen de recién bañada.
Todo quisiera ser, indefinido,
en torno a ti: paisaje, luz, ambiente,
gaviota, cielo, nave, vela, viento…
Caracola que acercas a tu oído,
para poder reunir, tímidamente,
con el rumor del mar, mi sentimiento.
Otro tiempo vendrá
Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá:
«Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas».
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.
Me basta así
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
—de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso—;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando —luego— callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta).
Todo amor es efímero
Ninguna era tan bella como tú
durante aquel fugaz momento en que te amaba:
mi vida entera.
Ángel González Muñiz (Oviedo, España, 6 de septiembre de 1925-Madrid, España,12 de enero de2008).Poeta, periodista, maestro, critico literario y profesor de literatura, perteneciente a la Generación del 50, ha sido llamado el poeta de la solidaridad, la libertad y el amor.
Nacido en una familia ligada a la enseñanza —su padre era profesor de Pedagogía en la Escuela Normal, varios de sus familiares ejercieron como maestros—, la infancia de Ángel González se vio muy afectada por la muerte de su padre ( Angel tenia dos años) y por la Guerra Civil, en la que uno de sus hermanos fue asesinado y el otro tuvo que marchar al exilio. En 1944, al terminar el bachillerato, se le diagnosticó una tuberculosis pulmonar que le obligó a guardar cama tres años. Durante ese tiempo vivió en Páramo de Sil, un pueblo de la montaña leonesa, en el que su hermana era maestra, dedicado a la lectura y a la escritura de sus primeros poemas. Inició los estudios de Derecho, que terminó en 1949. Previamente había obtenido el título de maestro y había ejercido durante una corta temporada en una escuela rural. Comenzó a colaborar en un diario como crítico de música.
En 1950 se traslada a Madrid y comienza a estudiar periodismo. Cuatro años después saca las Oposiciones para Técnico de Administración Civil del MOP y es destinado a Sevilla.
En el año 1955, pide una excedencia y se marcha a Barcelona donde ejerce como corrector de estilo de algunas editoriales y entabla amistad con Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma y José Agustín Goytisolo. En 1956 publica su primer libro ‘Áspero Mundo’,( Ed. Adonais)en Madrid, por el que recibe el accésit del Premio Adonais.
Tras esta primera incursión en el mundo editorial, vuelve a Madrid a trabajar de nuevo en la Administración Pública. Allí conoce , entre otros, a los poetas Juan García Hortelano, Gabriel Celaya, y Caballero Bonald; en 1962 publica ‘Grado Elemental’ galardonado en Colliure con el Premio Antonio Machado. Sigue publicando Palabra sobre palabra(1965),Tratado de urbanismo (1967),Breves acotaciones para una biografía (1971),Procedimientos narrativos (1972)
En 1970, es invitado a dar unas conferencias en la Universidad de Nuevo México, en Albuquerque y en 1972 se traslada finalmente a Estados Unidos, donde imparte clases en la Universidad de Albuquerque como profesor invitado durante un semestre, aunque a partir de 1974 se convertirá en docente fijo de esta institución.Hasta su jubilación, en 1990, ejerció la docencia, además de en Nuevo México, en las universidades de Utah, Maryland y California (Irvine).
En 1979 viaja a Cuba para formar parte del jurado del Premio Casa de las Américas de Poesía. Ese mismo año conoce a Susana Rivera, con la que se casará en 1993.
Después llegarían Prosemas o menos (1984), A todo amor (1988), Luz, o fuego, o vida(1996) la antología Lecciones de cosas y otros poemas (1998), la selección personal de 100 poemas y otros inéditos “101+19=120” (2000) y Otoño y otras luces (2001), y viaja a Francia, Italia, Inglaterra, entre otros países europeos, participando en congresos de escritores.
El mayor reconocimiento a su trayectoria profesional le llegó en 1985, cuando le conceden el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, por su poesía social .También obtuvo el Primer Premio Internacional de Poesía ciudad de Granada en 2004.
En el año 1996, es nombrado miembro de la Real Academia Española y le otorgan el Premio Reina Sofía de poesía Hispanoamericana.
Enlaces de interés :
http://www.cervantesvirtual.com/portales/angel_gonzalez/su_obra_viva_historia/
http://www.cervantesvirtual.com/portales/angel_gonzalez/autor_en_paramo/
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