¿Qué tierra has lanzado desde la región borrosa de tu rostro?
¿Qué nación hincada con marcas de agua, fue sacada de la extinción a puros filmes y mostrada
en semejanza de escarcha?
¿Qué criatura debe atravesar de un salto el ojo del nacimiento para merecer un guiño cuando
esté cubierta con sudor de ladrillo?
¿Qué dolor apiló sus tablones en el espigón esquinado, ahora se desmorona en el agua
inmóvil, olisqueado por el humo de la foresta?
¿Qué hace de esta canción un collar de cuentas atrapado por grietas de cemento cuando la
cámara trepa por la ventana del sótano – mientras nubes invernales se enrollan a través de su
lente manchado?
¿Qué estación no puede localizar un ojo en lo oscuro del sonido del sol girando hacia el rojo
ocre después de pensar que habías notado que mi lenguaje era mitad reyezuelo mitad paloma
y, juntos, escribimos una composición de alas en el muro levantado para impedir “nos” pasar,
allí donde “llamar” se volvió “escoger”, “distancia” se volvió distante, en un mero raspado de
esmalte sobre dientes amarillos?
¿Qué padre despertó, se volvió hacia su mujer, ella no quería, pero él empujó hasta que el niño
saltó atravesando, ahora, ahora, ahora, mal tañido en un coro de quemaduras en cielo rasos de
sirenas policiales fruta urraca cráneos sobre árboles de relámpagos monzónicos?
Qué, qué, qué, así repicaba la canción en el páramo.
(sin título)
Esculpo en esta manzana una paloma
la envuelvo en un nido de agua hirviendo.
Pellizco tus silencios hasta volverlos susurros,
los apilo sobre tu pecho inmóvil –
dentro de ellos, el tuétano de las tortugas gira en contra de las manecillas del reloj.
Ofrezco un tallo seco,
desdoblo esta grulla de papel en una jaula cuadrada.
Conservo aquí las huellas pulgares del carnicero.
Cuerpos deseando madera
Cuando vuelve el fuego
perfumo mis brazos
la mujer teje un diseño de tormenta
llueven olores en el piso del cañón
El viento en invierno duerme entre nuestros dedos
durante la plegaria
es liberado y sopla entre el pueblo
una nube de langostas de alas ardientes
(sin título)
No hay señal del rastro que conduce afuera,
solo un estanque de sangre de mula en la cuenca de la represa
que se asienta entre nosotros.
Juntos trepamos por el cabello del canto,
pisamos el tablón
y escuchamos gritos de parto hacer erupción en un puente de luz estelar
conectando las orillas, anegadas en tinta, de nuestros cuerpos anónimos
con anclas de cisnes
tosiendo arena de dunas hacia el lecho seco de un rio.
Al alzar la tela para embarrar el bejuco invisible
noto arañas que emergen allí donde nuestro pelo se ha resbalado
y saltan a la luz del fuego
hacia la balsa garabateada en agua de estanque,
sus remos translúcidos repiquetean metálicos cuando la balsa se hunde bajo el nivel del mar.
El dolor insertado oblicuamente bajo el piso de linóleo
empieza a sonar menos como llanto,
más como graznido de cuervos,
que se juntan,
sedientos, barrigones,
del otro lado del ojo de la cerradura
para quienes nos hemos convertido, por primera vez, en cuerpos,
para quienes nuestro lenguaje apuñala el tenedor con la cuchara.
La pezuña en mi sopa reluce
Esta casa incinera grupos de cúmulos contra su parte posterior.
Ampollas en el corazón de una moneda de diez frotada sobre mi cuello,
como fregando la capucha de un Chevrolet ?57 con una barra de jabón.
O caparazones de tortuga sobre rocas de polvo perfumado en una tina de jugo de limón.
Perlas negras inmersas en sal zozobran entre mi pecho.
Silbidos de tetera.
Un guepardo ha sido arrancado de su piel.
Ante los saltos del ciervo
Señales de giro parpadean a través del hielo en la piel.
Sueños de serpiente se desenrollan,
hacen madriguera en el espinazo de los libros.
Desde unos huevos cascados se desparrama la noche.
Vena de unas delgadas manos rema en el lecho de un cañón.
Seguimos rastros de ciervo de vuelta a la inserción de su lengua.
Sherwin Bitsui ( 1974 Holbrook, Arizona ) de origen Navajo del Todich?íi?nii (Clan de agua amarga )Su libro, Floodsong , ganó el American Book Award y el PEN Open Book Award .
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