12 Poemas de Amado Nervo

A la católica majestad de Paul Verlaine

Padre viejo y triste, rey de las divinas canciones:
son en mi camino focos de una luz enigmática
tus pupilas mustias, vagas de pensar y abstracciones,
y el límpido y noble marfil de tu testa socrática. 

Flota, como el tuyo, mi afán entre dos aguijones:
alma y carne; y brega con doble corriente simpática
para hallar la ubicua beldad con nefandas uniones,
y después expía y gime con lira hierática. 

Padre, tú que hallaste por fin el sendero, que, arcano,
a Jesús nos lleva, dame que mi numen doliente
virgen sea, y sabio, a la vez que radioso y humano. 

Tu virtud lo libre del mal de la antigua serpiente,
para que, ya salvos al fin de la dura pelea,
laudemos a Cristo en vida perenne. Así sea.

Deidad

Como duerme la chispa en el guijarro
y la estatua en el barro,
en ti duerme la divinidad.
Tan sólo en un dolor constante y fuerte
al choque, brota de la piedra inerte
el relámpago de la deidad. 

No te quejes, por tanto, del destino,
pues lo que en tu interior hay de divino
sólo surge merced a él.
Soporta, si es posible, sonriendo,
la vida que el artista va esculpiendo,
el duro choque del cincel. 

¿Qué importan para ti las horas malas,
si cada hora en tus nacientes alas
pone una pluma bella más?
Ya verás al cóndor en plena altura,
ya verás concluida la escultura,
ya verás, alma, ya verás…

El amor nuevo

Todo amor nuevo que aparece
nos ilumina la existencia,
nos la perfuma y enflorece. 

En la más densa oscuridad
toda mujer es refulgencia
y todo amor es claridad.
Para curar la pertinaz
pena, en las almas escondida,
un nuevo amor es eficaz;
porque se posa en nuestro mal
sin lastimar nunca la herida,
como un destello en un cristal. 

Como un ensueño en una cuna,
como se posa en la rüina
la piedad del rayo de la luna.
como un encanto en un hastío,
como en la punta de una espina
una gotita de rocío… 

¿Que también sabe hacer sufrir?
¿Que también sabe hacer llorar?
¿Que también sabe hacer morir? 

-Es que tú no supiste amar…

Si tú me dices «¡ven!»

Si tú me dices «¡ven!», lo dejo todo… 
No volveré siquiera la mirada 
para mirar a la mujer amada… 
Pero dímelo fuerte, de tal modo 

que tu voz, como toque de llamada, 
vibre hasta el más íntimo recodo 
del ser, levante el alma de su lodo 
y hiera el corazón como una espada. 

Si tú me dices «¡ven!», todo lo dejo. 
Llegaré a tu santuario casi viejo, 
y al fulgor de la luz crepuscular; 
mas he de compensarte mi retardo, 
difundiéndome ¡Oh Cristo! ¡como un nardo 
de perfume sutil, ante tu altar!

Incoherencias

Yo tuve un ideal, ¿en dónde se halla? 
Albergué una virtud, ¿por qué se ha ido? 
Fui templario, ¿do está mi recia malla? 
¿En qué campo sangriento de batalla 
me dejaron así, triste y vencido? 

¡Oh, Progreso, eres luz! ¿Por qué no llena 
su fulgor mi conciencia? Tengo miedo 
a la duda terrible que envenena, 
y me miras rodar sobre la arena 
¡y, cual hosca vestal, bajas el dedo! 

¡Oh!, siglo decadente, que te jactas 
de poseer la verdad, tú que haces gala 
de que con Dios, y con la muerte pactas, 
devuélveme mi fe, yo soy un Chactas 
que acaricia el cadáver de su Atala… 

Amaba y me decías: «analiza», 
y murió mi pasión; luchaba fiero 
con Jesús por coraza, triza a triza, 
el filo penetrante de tu acero. 

¡Tengo sed de saber y no me enseñas; 
tengo sed de avanzar y no me ayudas; 
tengo sed de creer y me despeñas 
en el mar de teorías en que sueñas 
hallar las soluciones de tus dudas! 

Y caigo, bien lo ves, y ya no puedo 
batallar sin amor, sin fe serena 
que ilumine mi ruta, y tengo miedo… 
¡Acógeme, por Dios! Levanta el dedo, 
vestal, ¡que no me maten en la arena!

Y el Buda de basalto sonreía

Aquella tarde, en la alameda, loca 
de amor, la dulce idolatrada mía 
me ofreció la eglantina de su boca. 

Y el Buda de basalto sonreía… 

Otro vino después, y sus hechizos 
me robó; dile cita, y en la umbría 
nos trocamos epístolas y rizos. 

Y el Buda de basalto sonreía… 

Hoy hace un año del amor perdido. 
Al sitio vuelvo y, como estoy rendido 
tras largo caminar, trepo a lo alto 
del zócalo en que el símbolo reposa. 
Derrotado y sangriento muere el día, 
y en los brazos del Buda de basalto 
me sorprende la luna misteriosa.

A Leonor

Tu cabellera es negra como el ala
del misterio; tan negra como un lóbrego
jamás, como un adiós, como un «¡quién sabe!»
Pero hay algo más negro aún: ¡tus ojos!

Tus ojos son dos magos pensativos,
dos esfinges que duermen en la sombra,
dos enigmas muy bellos… Pero hay algo,
pero hay algo más bello aún: tu boca. 

Tu boca, ¡oh sí!; tu boca, hecha divinamente
para el amor, para la cálida
comunión del amor, tu boca joven;
pero hay algo mejor aún: ¡tu alma! 

Tu alma recogida, silenciosa,
de piedades tan hondas como el piélago,
de ternuras tan hondas…
Pero hay algo,
pero hay algo más hondo aún: ¡tu ensueño!

El día que me quieras

El día que me quieras tendrá más luz que junio; 
la noche que me quieras será de plenilunio, 
con notas de Beethoven vibrando en cada rayo 
sus inefables cosas, 
y habrá juntas más rosas 
que en todo el mes de mayo. 

Las fuentes cristalinas 
irán por las laderas 
saltando cristalinas 
el día que me quieras. 

El día que me quieras, los sotos escondidos 
resonarán arpegios nunca jamás oídos. 
Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras 
que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras. 

Cogidas de la mano cual rubias hermanitas, 
luciendo golas cándidas, irán las margaritas 
por montes y praderas, 
delante de tus pasos, el día que me quieras… 
Y si deshojas una, te dirá su inocente 
postrer pétalo blanco: ¡Apasionadamente! 

Al reventar el alba del día que me quieras, 
tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras, 
y en el estanque, nido de gérmenes ignotos, 
florecerán las místicas corolas de los lotos. 

El día que me quieras será cada celaje 
ala maravillosa; cada arrebol, miraje 
de “Las Mil y una Noches”; cada brisa un cantar, 
cada árbol una lira, cada monte un altar. 

El día que me quieras, para nosotros dos 
cabrá en un solo beso la beatitud de Dios.

Amado Nervo y su compañera Ana Cecilia Dailliez

Bon Soir

«¡Donc bon soir, mon mignon et a demain!» 

( Palabras que Ana me dejó escritas una noche
en que tuvimos que separarnos. ) 

¡Buenas noches, mi amor, y hasta mañana!
Hasta mañana, sí, cuando amanezca,
y yo, después de cuarenta años
de incoherente soñar, abra y estriegue
los ojos del espíritu,
como quien ha dormido mucho, mucho,
y vaya lentamente despertando,
y, en una progresiva lucidez,
ate los cabos del ayer de mi alma
( antes de que la carne la ligara )
y del hoy prodigioso
en que habré de encontrarme, en este plano
en que ya nada es ilusión y todo
es verdad…
¡Buenas noches, amor mío,
buenas noches! Yo quedo en las tinieblas
y tú volaste hacia el amanecer…
¡Hasta mañana, amor, hasta mañana!
Porque, aun cuando el destino
acumulara lustro sobre lustro
de mi prisión por vida, son fugaces
esos lustros; sucédense los días
como rosarios, cuyas cuentas magnas
son los domingos…
Son los domingos, en que, con mis flores
voy invariablemente al cementerio
donde yacen tus formas adoradas.
¿Cuántos ramos de flores
he llevado a la tumba? No lo sé.
¿Cuántos he de llevar? Tal vez ya pocos.
¡Tal vez ya pocos! ¡Oh, que perspectiva
deliciosa!
¡Quizás el carcelero
se acerca con sus llaves resonantes
a abrir mi calabozo para siempre!
¿Es por ventura el eco de sus pasos
el que se oye, a través de la ventana,
avanzar por los quietos corredores?
¡Buenas noches, amor de mis amores!
Hasta luego, tal vez…, o hasta mañana.

Amado Nervo y su hija adoptiva  Margarita Dailliez

Dormir

¡Yo lo que tengo, amigo, es un profundo
deseo de dormir!… ¿Sabes?: el sueño
es un estado de divinidad.
El que duerme es un dios… Yo lo que tengo,
amigo, es gran deseo de dormir. 

El sueño es en la vida el solo mundo
nuestro, pues la vigilia nos sumerge
en la ilusión común, en el océano
de la llamada «Realidad». Despiertos
vemos todos lo mismo:
vemos la tierra, el agua, el aire, el fuego,
las criaturas efímeras… Dormidos
cada uno está en su mundo,
en su exclusivo mundo:
hermético, cerrado a ajenos ojos,
a ajenas almas; cada mente hila
su propio ensueño (o su verdad: ¡quién sabe!) 

Ni el ser más adorado
puede entrar con nosotros por la puerta
de nuestro sueño. Ni la esposa misma
que comparte tu lecho
y te oye dialogar con los fantasmas
que surcan por tu espíritu
mientras duermes, podría,
aun cuando lo ansiara,
traspasar los umbrales de ese mundo,
de tu mundo mirífico de sombras. 

¡Oh, bienaventurados los que duermen!
Para ellos se extingue cada noche,
con todo su dolor el universo
que diariamente crea nuestro espíritu.
Al apagar su luz se apaga el cosmos. 

El castigo mayor es la vigilia:
el insomnio es destierro
del mejor paraíso… 

Nadie, ni el más feliz, restar querría
horas al sueño para ser dichoso.
Ni la mujer amada
vale lo que un dormir manso y sereno
en los brazos de Aquel que nos sugiere
santas inspiraciones. ..
«El día es de los hombres; mas la noche,
de los dioses», decían los antiguos. 

No turbes, pues, mi paz con tus discursos,
amigo: mucho sabes;
pero mi sueño sabe más… ¡Aléjate!
No quiero gloria ni heredad ninguna:
yo lo que tengo, amigo, es un profundo
deseo de dormir…

Autobiografía

¿Versos autobiográficos ? Ahí están mis canciones, 
allí están mis poemas: yo, como las naciones 
venturosas, y a ejemplo de la mujer honrada, 
no tengo historia: nunca me ha sucedido nada, 
¡oh, noble amiga ignota!, que pudiera contarte. 

Allá en mis años mozos adiviné del Arte 
la armonía y el ritmo, caros al musageta, 
y, pudiendo ser rico, preferí ser poeta. 
-¿Y después? 

-He sufrido, como todos, y he amado. 

¿Mucho? 

-Lo suficiente para ser perdonado…

En Paz

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, 
porque nunca me diste ni esperanza fallida, 
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida; 

porque veo al final de mi rudo camino 
que yo fui el arquitecto de mi propio destino; 

que si extraje las mieles o la hiel de las cosas, 
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: 
cuando planté rosales, coseché siempre rosas. 

…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno: 
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno! 

Hallé sin duda largas las noches de mis penas; 
mas no me prometiste tan sólo noches buenas; 
y en cambio tuve algunas santamente serenas… 

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. 
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

José Amado Ruiz de Nervo y Ordaz ( Tepic, Nayarit, México, 27 de agosto de 1870 – Montevideo, Uruguay, 24 de mayo de 1919). Poeta, periodista, diplomático y escritor perteneciente al movimiento Modernista. Fue miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua.

Su infancia la vivió en su lugar de origen, donde permaneció hasta los 13 años.

Posteriormente a la muerte de su padre, se trasladó a Michoacán, donde realizó sus primeros estudios, los cuales abandonó por problemas familiares, y regresó a Tepic.

A los 24 años, Nervo se trasladó a la Ciudad de México para comenzar su carrera como escritor. Ahí se dio a conocer por sus publicaciones en la Revista Azul, que fue dirigida por Manuel Gutiérrez Nájera.

El Bachiller (1895) fue su primera novela, mientras que Perlas Negras (1898) y Místicas (1898) fueron sus primeros poemarios, en los cuales se muestra ya un estilo modernista.

Para inicios del siglo XX, Amado Nervo viajó a Europa como corresponsal del periódico El Imparcial, donde coincidió con Rubén Darío –considerador el máximo representante del movimiento literario modernista.

De igual forma, en Paris, Francia, el escritor conoció a Ana Cecilia Luisa Dailliez, mujer que fue considerada el “gran amor de su vida”. Su romance duró alrededor de 10 años, hasta la muerte de ella.

Amado Nervo también fue director de la Revista Moderna, segundo secretario de la Legación mexicana en Madrid en 1905, cargo que desempeñó hasta 1914.

De igual forma, se desempeñó como ministro plenipotenciario en Argentina y Uruguay, donde pasó sus últimos días, puesto que falleció en Montevideo, Uruguay en 1919.

De acuerdo con los estudiosos, gran parte de la obra de Amado Nervo está basada en su vida personal, la cual está representada por tres grandes líneas: de contenidos religiosos-filosóficos, en referencia al sentimiento amoroso y el vinculado a los temas tendenciosos de la época.

El escritor Jose Emilio Pacheco decía que en la lírica popular mexicana, nadie estaba por encima de Amado Nervo, el primer ídolo de México.

El ensayista J. Sapiña afirma: “Amado Nervo es el poeta modernista de la elegancia y la ternura, lo que no se puede confundir con la sensiblería. Nervo es el poeta del amor puro y sincero; no se le puede acusar de declamatorio, y sí maestro de una elevada  inspiración”.

Enlaces de interés :

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!: Amado Nervo

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