Aquí yazgo, subterráneo, lánguido,
durmiendo en las góndolas
como los bulbos de una flor carnívora
que sueña con abrirse a la primera caricia
de la niebla para crecer frente al abismo.
Escucho el silbo funeral del tren,
su estrépito de vertebrales máquinas:
parvadas de ángeles con alas de lluvia
vuelan hacia la nada, hacia el norte.
Y de pronto el zumbido, la ira de los tábanos
formando nubes, enjambres de rostros borrosos,
exangües, perros que lamen la sangre seca de los inocentes
y escriben el destino de su abominación
(los genocidas no saben escribir con tinta).
Balan los rebaños de migrantes y se duermen,
fríos hasta el acero, ebrios de hollín.
Sobre sus ojos apagados, sobre sus cabezas,
giran estrellas de diesel.
16°07’12.1” N 93°48’11.7” W – (Tonalá, Chiapas)
Tengo 11 años, ahora y para siempre.
Nací en el Barrio FendeSal de Soyapango,
cerca de San Salvador, pero a mí nadie,
nunca, me salvó.
Mi padre fue asesinado por pandilleros
de la Mara Salvatrucha,
le quitaron una soda y una cora; no tenía más,
ganaba tres dólares al día en el vertedero.
Yo le ayudaba jalando el carro
y a veces encontrábamos comida
en las bolsas de desechos que llegaban de Metrocentro
y regresábamos contentos a la casa.
Huí de Soyapango con Pablo, de quince años,
mi amigo de la calle.
Quería ser futbolista como yo y jugar
en la Selecta, iríamos a la MLS a probar suerte,
por eso intentamos llegar a Estados Unidos,
donde hay más dólares que pandillas.
En un local de tortas mexicanas,
en Coatepeque, Guatemala, miré en la tele
un bárbaro documental sobre el Mágico González:
jugando para el mejor Cádiz de la historia
le metió dos goles al Barcelona
el año en que nació mi padre: 1984;
lloré de la emoción.
Dos días hasta llegar a la frontera con México;
atravesamos el río y subimos al tren La Bestia
adelante de Tecún, en Ciudad Hidalgo.
Antes de Arriaga me quedé dormido
y todavía sigo cayendo.
Llevaré para siempre, como el Mágico,
un 11 tatuado en la espalda;
quizá por el número de bolsas en que guardaron,
todo partido, mi cuerpo;
tal vez porque traía puesta la camisa de la Selecta
con la misma cifra o porque la muerte lleva
el 11 infinito de las vías del tren grabado en el vientre.
Antes de caer, Pablo me contó este sueño:
Veía yo a Roque Dalton levantarse de entre los vivos
y venir de nuevo al mundo de los muertos.
A su diestra, el Mágico González driblaba a la muerte
y le hacía la “culebrita macheteada”
pateando cabezas decapitadas de pandilleros cuscatlecos,
haciéndole tremendo caño entre las piernas.
El estadio Flor Blanca estaba lleno, había un velorio inmenso
donde la muchedumbre velaba a todos los migrantes muertos.
Sé que Dios juega futbol allá en el cielo.
Pero aún no quiero estar en su equipo.
Me quedaré esperando en la banca
hasta que me llamen, sonriendo,
mi amigo Pablo y el Mágico González
para jugar con ellos.
14°40’35.5”N 92°08’50.4”W – (Suchiate, Chiapas)
Este es el origen de la reciente historia de un lugar llamado México.
Aquí migraremos, estableceremos la muerte antigua
y la muerte nueva, el origen del horror,
el origen del holocausto, el origen de todo lo
acontecido a los pueblos de Centroamérica,
naciones de la gente que migra.
Vine a este lugar porque me dijeron que acá murió mi padre
en su camino hacia Estados Unidos,
sin llegar a ver los dólares ni los granos de arena en el desierto.
Bajé de los Cuchumatanes, desde los bosques
de azules hojas de la nación Quiché,
desde la casa en donde habitan la niebla y los quetzales
hasta llegar, cerca de Ayutla, a la orilla del río Suchiate.
Abandoné el olor a cuerpos quemados de mi aldea,
la peste militar con sus ladridos de “tierra arrasada”
mordiendo hueso y calcañar con metrallas y napalm,
su huracán de violaciones y navajas
que aniquilaba a los hombres de maíz con perros amaestrados
por un gobierno que alumbra el camino de sus genocidas
con antorchas de sangre y leyes de mierda.
Hui del penetrante olor a odio y podredumbre;
caminé descalzo hasta el otro lado del inframundo
para curarme los huesos y el hambre.
Nunca llegué.
Dos machetazos me dieron en el cuerpo
para quitarme la plata y las mazorcas del morral:
el primero derramó mis últimas palabras en quiché;
el segundo me dejó completamente seco,
porque a mi corazón lo habían quemado los kaibiles
junto a los cuerpos de mi familia.
Dicen algunos que en la ribera de este río
se aparece un fantasma, pero yo sé que soy,
que he sido y seré, el unigénito de los muertos,
guardián de mi propia sombra, negro relámpago de mi pueblo,
bulto ahogado en esta poza en donde inicia Xibalbá.
Dos fichas de cerveza Gallo pusieron en mis ojos:
todos los días veo cruzar por estas aguas a los barqueros de la muerte,
a los comerciantes del dolor que llevan en sus canoas de tablas
y cámaras de llanta las almas de los migrantes
enfiladas puntualmente hacia el tzompantli llamado México.
Dicen polleros y coyotes que ven mi fantasma en la ribera,
por eso se santiguan y rezan al cruzar las aguas rotas
de este espejo seco en el que escriben su nombre
con el filo estéril de las hachas votivas.
Todos los días veo pasar a las hileras de muertos,
a los que migran sin llegar a Estados Unidos:
parvadas de cuerpos en pena, tristes figuras humanas,
barro entre los insomnes dedos de Dios.
Yo, primogénito de los migrantes muertos,
los recibo con un racimo de filosos machetes
en lugar de brazos, iluminado por la cara oculta
de esta luna leprosa:
bienvenidos al cementerio más grande de Centroamérica,
fosa común donde se pudre el cadáver del mundo.
Bienvenidos al abierto culo del infierno.
De : Libro centroamericano de los muertos (2018)
Sermón del migrante (bajo una ceiba)
Declaro: Que mi amor a Centroamérica muere conmigo.
Francisco Morazán
Y Dios también estaba en exilio, migrando sin término;
viajaba montado en La Bestia y no había sufrido crucifixión
sino mutilación de piernas, brazos, mudo y cenizo todo Él
mientras caía en cruz desde lo alto de los cielos,
arrojado por los malandros desde las negras nubes del tren,
desde góndolas y vagones laberínticos, sin fin;
y vi claro como sus costillas eran atravesadas
por la lanza circular de los coyotes, por la culata de los policías,
por la bayoneta de los militares, por la lengua en extorsión
de los narcos, y era su sufrimiento tan grande
como el de todos los migrantes juntos, es decir,
el dolor de cualquiera; antes, mientras estaba Él en Centroamérica,
esa pequeña Belén hundida en la esquina rota del mundo,
nos decía en su sermón del domingo, mientras bautizaba
a los desterrados, a los expatriados, a los sin tierra,
a los pobres, en las aguas del agonizante río Lempa:
“el que quiera seguirme a Estados Unidos,
que deje a su familia y abandone las maras, la violencia,
el hambre, la miseria, que olvide a los infames
caciques y oligarcas de Centroamérica, y sígame”;
y aún mientras caía, antes aún de las mutilaciones,
antes de que lo llevaran al forense hecho pedazos
para ser enterrado en una fosa común como a cualquier otro
centroamericano, como a los cientos de migrantes
que cada año mueren asesinados en México,
mientras caía con los brazos y las piernas en forma de cruz,
antes de llegar al suelo, a las vías, antes de cortar Su carne
las cuadrigas de acero y los caballos de óxido de La Bestia,
antes de que Su bendita sangre tiñera las varias coronas de espinas
que ruedan sobre los rieles clavados con huesos
a la espalda del Imperio Mexica, el Señor recordó en visiones
a su discípulo Francisco Morazán y le dio un beso en la mejilla,
y tomó un puñado de tierra centroamericana y ungió con ella
su corazón y su lengua, y recordó que Morazán le preguntó una vez,
mientras yacían bajo la sombra de una ceiba,
aquella en la que había hecho el milagro de multiplicar el aguardiente
y las tortillas: “¿Maestro, qué debemos hacer si nos detienen
y nos deportan?” a lo que Él respondió: “deben migrar setenta
veces siete, y si ellos les piden los dólares y los vuelven a deportar,
denles todo, la capa, la mochila, la botella de agua, los zapatos,
y sacudan el polvo de sus pies, y vuelvan a migrar nuevamente
de Centroamérica y de México, sin voltear a ver más nunca, atrás…”.
Hipótesis del hombre roto
A lo lejos, el amante de Kervala
gime por amor
bajo los astros olvidados
de la noche,
los niños ciegos de Da ?ang
ríen a carcajadas
mientras arrancan alas
a los pájaros de octubre,
y el mulato gris del Mato Grosso
llena con rocas de sal
la boca de un jaguar ungido
de muerte.
Dijo el anciano de Corinto
bajo el almendro:
Si pudieran volver de Ítaca
los barcos,
y los huesos del águila
crecieran nuevamente en nuestros brazos,
entonces,
volveríamos a ser hombres.
Quassasin-arbayaga / Barbero de animales (El Cairo, Egipto)
Mi nombre es Mahmoud Mahmoud y pertenezco a la tercera generación
de quassassines, barberos de animales.
Desde inmemoriales tiempos, en mi familia han existido famosos arbayaga,
carretoneros y conductores de cuadrigas, hábiles jinetes de caballos;
yo soy únicamente quassassin,
y sé también que lo serán mis hijos.
Cerca del viejo acueducto medieval del Cairo
bajo la sombra azul del Palacio de Abdeen,
donde trabajó mi padre cepillando y esquilando
los caballos más rápidos y finos del mundo, árabes purasangre,
peino y esquilo crines, lana, pelo, mechas, vellón.
Estilizo el pelambre de caballos, mulas, perros, asnos,
dromedarios, cabras, ovejas, carneros y camellos.
He aquí mis amados utensilios:
esquiladora manual para pelambre;
tijera inglesa para vello, crines, lana, pelo;
cizallas bigornia para pezuñas; diversos peines, cepillos y navajas.
En la esquila todo depende del espíritu del animal:
leo los signos que lo irritan,
advierto respiraciones amargas, humores de rabia.
Para calmarlos, utilizo el cepillo con dulzura,
les hablo detrás de las orejas y los acaricio con manos de poesía,
los trato cariñosamente con las tijeras como si fueran dedos de viento fresco
acariciando las crines y la piel.
Debo esquilarlos en verano, para que estén más frescos y trabajen sin enojos.
Mi tarea es embellecer a los animales
para que estén presentables en días de fiesta y luzcan en las carretas para turistas.
Al terminar el cepillado y la esquila,
dejo en cada animal mi propia firma, como si yo fuese un poeta
que escribe su nombre en un libro de versos y páginas de pelo:
al igual que mis ancestros, utilizo el alfabeto latino,
pues ellos esquilaban los caballos de emperadores romanos,
faraones y reyes.
¿Que si es riesgosa mi labor? Alá conoce todo lo que he soportado:
mordidas, patadas, golpes y pellizcos.
Pero son caricias, si acaso considero las terribles humillaciones
de la gente por mi oficio:
trabajo con la civilizada creación animal
bajo la sombra del acueducto medieval en el barrio de Abdeen,
hundido en el bullicio interminable del viejo Cairo.
Esquilo el día, las nubes, el cielo.
Trato —me lo han dicho— con mayor gentileza a perros,
dromedarios, caballos y asnos, que a las gentes.
A las personas quisiera afeitarles el odio, la pelambre del dolor,
las crines del miedo, los oscuros vellos de la tristeza,
las largas crines de la burla y las incontables y enmarañadas greñas
de la discriminación: quisiera cardar y peinar su corazón.
(Pero si a duras penas con este oficio
alcanzo a esquilar el hambre de los míos).
Muchos se preguntan por qué no afeito personas,
quizá mejor negocio y más rentable que el mío.
Pero a pesar de mi pobreza y la de mi familia,
me niego rotundamente, en razón de mi ancestral oficio
y de mi honor.
Heredero de mi estirpe, soy quassassin,
orgulloso barbero de animales:
que otros esquilen el pelo de las bestias
Los Naipes De La Noche
(niño ahogado en el río)
No se matan los sueños con la muerte
Aníbal Núñez
Veníamos del reino del polvo,
ebrios de hambre,
con el gallo de oro del sueño
cantando sol bajo los párpados.
El ángel barajaba sus alas
—para apostar el vuelo—
el mazo sin cartas
del ajado corazón de niño.
Pero la infancia tenía un as
bajo la manga:
apostábamos la moneda de la luna
contra el tahúr del cielo
y pagábamos por ver el mar,
los ojos de la niña que olvidé,
el olor de los mangos en verano,
las manos de mi madre
zurciendo las heridas
con agujas de ternura,
el balero que enterré
al pie de un árbol,
la voz de mi padre
contándonos un sueño
en días de lluvia;
pagábamos por escuchar
el canto de las piedras
bajo el agua,
las cuerdas de oro tañidas
por la mano del río.
Nadie más lo sabía,
pero yo llevaba la pata del conejo
—arrancado a la luna—
guardada en el bolsillo.
Así gané la muerte
y los naipes de la noche,
la oscura luz de la memoria.
Aposté la infancia para ganar la mano
al invencible tahúr del cielo,
señor del tiempo.
Pero la vida tiene un as
bajo la manga
y es la muerte la que siempre
nos pagará por ver.
Nadie ha ganado la partida,
sólo el tiempo de oro
en que jugábamos, descalzos,
apostando el corazón,
el puñado de guijarros en el río
y aquel ajado par de alas.
Veníamos del reino del sueño
ebrios de muerte,
con el río de plata
cantando agua bajo los párpados,
y el tahúr del cielo
barajaba las cartas sin mazo
del ahogado corazón de niño.
El Cíclope De Dios (Fragmentos)
Éste es el pan que descendió del cielo: No como vuestros
padres que comieron el maná, y murieron;
el que come de este pan vivirá eternamente.
Juan 6:58
Yo, que busco mi pan diario
en las manos nupciales
de la harina […]
yo, no puedo comer mi pan tranquilo
mientras le falte al mundo.
Otto René Castillo
1.
Yo dibujé una torta en la pared de nuestra casa.
Nunca fui buen dibujante, pero tenía once años
y mi familia un siglo de hambre.
De ahí que la torta —de milanesa y quesillo—
quedara a los ojos del pueblo y su tribu de peatones
tan gorda y tan sabrosa.
Era la esquina de la casa el dominio de los chuchos
y los ebrios por la noche.
Pero antes, horas antes, vendíamos aquellas tortas
bendecidas por el fuego de los leños
y una legión de manos las llenaba de aguacate,
sal y sueños.
2.
Decía antes que a la esquina de la casa
venían los ebrios y los chuchos y, frente a ellos,
a diez metros, pasaba aullando el tren
con su carga de jóvenes hechos de hambre,
sed y frío.
Iban a trabajar al “otro lado”: llegaban caminando
sobre aquellas vías de tren que siempre imaginé
como las vigas paralelas donde la muerte hacía gimnasia
para ganar las medallas y el oro del llanto.
Pero sé también que eran las líneas de un cuaderno
en el que Dios dibujaba aquellos cuerpos cansados
como si fueran las notas de una música tocada por la sangre.
3.
Aquellos rieles eran una pareja de machetes con el filo
vuelto al cielo: sobre ellos aún desfilan mujeres y hombres
hasta mutilar de su cuerpo la sombra.
Vi yo como dejaban pedazos de sí tras el camino:
a veces jirones de carne, a veces jirones de miedo.
4.
Los migrantes llegan por las vías del tren.
Y así se marchan, aullando piedras.
Las vías, líneas de acero ceñidas a la tierra
con clavos de sangre sobre hileras de árboles muertos:
toneladas de líber ahogado en diesel negro.
Doble filo de una navaja para afeitar la sangre
por el que caminan los migrantes tocando con los pies,
a cada paso, el himno de la noche apátrida.
No son vías los rieles, ni durmientes los tendidos troncos:
son una larga e infinita marimba extendida de sur a norte,
desde el verde que muere al sol hasta el azul que muerde al cielo.
5.
Así llegó Orlin —cíclope de Dios—
tan cansado que arrastraba la sombra
como si fuese un fardo de piedras.
Llegó rechinando los huesos.
Si no mal recuerdo, traía sudando tristezas
y un par de tenis rotos desde San Pedro Sula.
No tenía el ojo derecho.
En un bagazo de selva hondureña
había dejado la mitad del sol:
una metralla le vació aquél ojo
y le dejó zurdos el mundo y la luz.
9.
En días de feria nos ayudaba Orlin
a preparar las tortas:
cortaba el pan francés, lo untaba de frijoles,
hacía la vida en dos mitades
y la abandonaba en platos de plástico
para gozo y molicie de oscuros comensales.
Nunca tomó nada que mi padre o mi madre no le dieran.
Tampoco probaba las tortas. Decía: “ustedes saben,
los niños pasan hambre; somos ya muchos en la casa;
la pobreza, yo prefiero el café con las tortillas,
vaya, gracias…”.
10.
Y allí estábamos aquella noche de muertos a machete
con música de un par de zarabandas que sonaban a lo lejos
lamidas por la lluvia y las marimbas.
Habíamos vendido casi todo
y nos sentamos a descansar un rato en la banqueta
mientras pasaban caminando los fieles de la feria.
Orlin llamó a mi madre para preguntarle
si podía calentar “algo” en el comal.
Tenía entre las manos una torta,
un poema hecho de lenguas en apariencia muertas:
había reunido las migajas para esculpir con ellas,
primero, las dos mitades de un francés,
y luego, llenó ese bastardo hijo del trigo
con todas las virutas, sílabas de pollo,
lascas de milanesa, las cosas olvidadas por nosotros
en la orilla de la mesa en la cocina.
Nos reveló así la comunión del pan
y la multiplicación del asombro:
veíamos esa torta como una granada abierta
que goteaba luz y Orlin parecía un niño sibarita
que hubiese cortado la lengua de un ángel
o el corazón de Dios para comérselo en silencio.
11.
Esa noche, vi yo nacer aquél milagro:
todos comimos de la torta de Orlin,
y en el lugar del diestro y negro pozo de su ojo,
un astro de vidrio eclipsaba la muerte
y brillaba en su rostro la ternura.
12. (Sueña Orlin en voz alta)
Hubieran elegido otra frontera, no este río.
Una mano quizá, un árbol, un pedazo de carne o de madera.
Una montaña, una cueva, un volcán o su magma.
Hubieran escogido otra frontera, no ésta imbatible luz
en donde mora la legión de los ahogados y las piedras
[ Icarías ]
para roberto lópez moreno,
eterno lermador de la palabra
son ángeles los perros pastados
por la rabia ; habitados por un miedo
y un asombro acumulados en páginas
gastadas y mordidas por el hambre ,
ladra su corazón acorralado
por hombres y calles sin salida ;
eyaculados por la luz y por las sombras ,
son brújula sin sur buscando norte
y amarguras , yerba que crece a contraluz ;
terrestres pájaros que ladran
contra el viento , reman el tiempo y el odio
en las aguas impasibles de la acera :
ciegos ícaros que beben un sol muerto ;
pero su sed no es de inmortalidad ,
es de silencio : vendimiados por el ruido
en las ciudades , afilan el alma y la noche
con la lengua — roja esquirla de sangre
sobrehumana , daga de plata muerta
y templada por el alba —
( amanece ya la lluvia en los labios
y en las charcas ) ;
ángeles de yelo negro , niños de niebla
que muerden olvido en el insomnio ,
son los perros la tristeza de Dios
que vaga la ciudad y sus memorias
por las calles de mi sangre , rota ,
herida , sonámbula ;
[ Antiícaro ]
antiícaro, no quise yo volar , sino caer ;
por eso escribo , para dejar de soñar ,
para dejar el vuelo a los pájaros
y a la memoria ; pero heme aquí
con luengas alas urdidas en el polvo
del sueño y ataviadas con el plumaje
del tiempo sin el tiempo ; por eso escribo ,
para caer y apuntalar con estas letras
mi cuerpo y forzarlo a descender
en esta página , tatuada ya por el peso
todo de mi sangre ; y así , desleído
y cercenadas mis alas con el filo
de tus párpados , yace mi cuerpo
desangrado entre renglones , caído ,
terrestre , soberbio ; y aún señalado
por el dédalo de Dios y la niña de tus ojos
que trazan mi destino , antiícaro ,
no quieres tú volar , sino leer ;
El Poeta Místico
El poeta místico dice que habla con dios o con la diosa
pero es incapaz de hablar y tratar a otros hombres
con la humildad y la paciencia de los pájaros.
Sus libros son templos supuestamente sagrados
aunque erigidos en medio de la nada:
despojados de dioses y demonios,
justamente dicen eso, nada.
Porque es más fácil que un escritor
de libros de autoayuda
entre por el ojo de una aguja
a que un falso poeta místico
entre en el reino de los lectores.
Profeta de sí mismo, eco del vacío en los espejos,
el poeta místico viste como guía espiritual de clase alta
y cierra lentamente los párpados mientras “levita”
al leer en público sus versos.
Pero no son celestes nubes
las que lo ciegan al abrir los ojos:
es el humo de sus libros que se consumen
en la pira inevitable del dios del tiempo,
en el pagano fuego de la vida.
Miserable de espíritu, sacerdote de la soberbia,
que los dioses del olvido lo bendigan.
Balam Rodrigo Pérez Hernández ( Villa de Comaltitlán, Chiapas,México, 11 de octubre de 1974). Poeta y narrador. Licenciado en biología por la Facultad de Ciencias de la UNAM. Estudió la maestría en ciencias biológicas y un diplomado en teología pastoral.
Tanto su madre como su padre eran amantes de la lectura y su padre era un gran narrador oral. Su casa estaba situada muy cerca de la frontera con Guatemala por lo que su infancia también estuvo atravesada por la presencia de numerosos migrantes con quienes su familia compartía su hogar en ese viaje que les llevaba hacia un norte soñado e idealizado,
Ha impartido clases en instituciones del sector salud en materia de bioética, religiones y tradiciones de la muerte en México.
Ha coordinado talleres de lectura y creación de poesía en varias entidades del país. Colaborador de diversas publicaciones con artículos de divulgación científica, crónica, cuento, ensayo y poesía. Becario del Coneculta-Chiapas en 2005 y 2007 en el área de poesía, y en el 2009, en la Categoría de Creadores con Trayectoria, así como del programa Jóvenes Creadores del FONCA 2009-2010. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte en el periodo 2013-2016. Es miembro del Consejo Asesor Iberoamericano de TIBERÍADES.
Ha impartido conferencias, cursos y talleres de poesía para niños, jóvenes y adultos en veintiocho estados del país, así como en universidades e instituciones de Argentina (Universidad Nacional de La Plata), Estados Unidos (The University of Texas at Arlington; San José State University; University of California, Berkeley; University of California, Davis; Georgetown University; The University of Maryland; University of Texas at El Paso; Hofstra University; Hunter College), Colombia (Universidad EAFIT; Universidad de Antioquia; Universidad Externado de Colombia), Guatemala (Universidad de San Carlos; Universidad Rafael Landívar); El Salvador (Universidad Centroamericana José Simeón Cañas); Honduras (Universidad Nacional Autónoma de Honduras) y Puerto Rico (Universidad de Puerto Rico).
Balam vive actualmente en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, con su esposa y sus dos hijos.
Poesia:
Hábito lunar (2005), Poemas de mar amaranto (2006), Libelo de varia necrología (2006; 2008), Silencia), Larva agonía (2008), Icarías (2008; 2010), Bitácora del árbol nómada (2011), Cuatro murmullos y un relincho en los llanos del silencio (2012), Logomaquia (2012), Braille para sordos (2013), Libro de sal (2013), El órgano inextirpable del sueño (antología 2005-2015, 2015), El corazón es una jaula de relámpagos (antología 2005-2015, 2015), Desmemoria del rey sonámbulo (2015), Iceberg negro (2015), Bardo. Pequeña antología (2016), Silbar de mirlos para la hermusa (2016), Morir es una mentira grande que inventamos los hombres para no vernos a diario (2016; 2017), Sobras reunidas (antología de poesías & pensamientos inútiles, 2016), Colibrije (2017), Marabunta (2017; 2018; 2019), Ceibario (2018), Libro centroamericano de los muertos (2018) y Cantar del ángel con remos en la espalda (2019).
Premios :
Premio Nacional de Poesía Ciudad del Carmen 2008. Premio Nacional de Poesía Papantla 2009. Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2010 por Bitácora del árbol nómada. Premio Nacional de Poesía Ramón Iván Suárez Caamal 2010. Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 2011 por Cuatro murmullos y un relincho en los llanos del silencio. Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2011 por Desmemoria del rey sonámbulo.
Premio Nacional de Poesía Rosario Castellanos 2013, Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2012, Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2014, Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco 2016, Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2017, Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018 y Premio Nacional de Poesía Carmen Alardín 2021. Finalista del I Premio Internacional de Poesía Medardo Ángel Silva 2014 (Guayaquil, Ecuador), III Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya 2017 (San Sebastián, España) y de las ediciones VI y VII del Certamen de Poesía Hispanoamericana Festival de La Lira 2017 y 2019 (Cuenca, Ecuador).
Su obra ha sido publicada en antologías, revistas y diarios de México y otros 15 países, con traducciones al inglés, francés, italiano, polaco, portugués y zapoteco.
Enlaces de interés :
https://bajopalabra.com.mx/la-poesia-mexicana-es-endogamica-y-soberbia-balam-rodrigo
Balam Rodrigo visual
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