14 Poemas de Alaíde Foppa

“No se puede vivir con una muerte dentro:hay que elegir entre arrojarla lejos como fruto prohibido, o al contagio dejarse morir”

Alaíde Foppa

Mujer

Un ser que aún no acaba de ser,

no la remota rosa angelical,

que los poetas cantaron.

No la maldita bruja que los inquisidores quemaron.

No la temida y deseada prostituta.

No la madre bendita.

No la marchita y burlada solterona.

No la obligada a ser buena.

No la obligada a ser mala.

No la que vive porque la dejan vivir.

No la que debe siempre decir que sí.

Un Ser que trata de saber quién es

y que empieza a existir.

De todas éstas, ¿de cuál estás hablando?

Ella se siente a veces…

Ella se siente a veces
como cosa olvidada
en el rincón oscuro de la casa
como fruto devorado adentro
por los pájaros rapaces,
como sombra sin rostro y sin peso.
Su presencia es apenas
vibración leve
en el aire inmóvil.
Siente que la traspasan las miradas
y que se vuelve niebla
entre los torpes brazos
que intentan circundarla.
Quisiera ser siquiera
una naranja jugosa
en la mano de un niño
-no corteza vacía-
una imagen que brilla en el espejo
-no sombra que se esfuma-
y una voz clara
-no pesado silencio-
alguna vez escuchada.

Oscuro canto

Oscuro canto
que brota
de la honda esperanza
rota,
y del retorno
al círculo cerrado.
Peso escondido
como hijo sin nacer
en el vientre profundo,
apretado nudo
en el lugar del corazón.

Ay, tampoco suena
ni sube
el nocturno canto
hacia el cielo lejano.
Es una voz sorda
que se ahoga en la garganta,
es un grito callado.
Y si sube,
no es un vuelo
en la noche muda,
es sólo una nube de humo
que se pierde en la sombra.

Propiciatoria

Lenta y plácida
sea la vida que corre por mis venas,
largos sueños y dulces despertares
me asistan,
escuchen mis oídos voces quedas,
mientras crece en secreto
la criatura.
¡Ay, que el llanto no empañe mi pupila!
Que por furtivo anhelo
no tiemblen mis pestañas,
ni perturbantes fantasmas me llamen,
mientras vive en mi seno
la criatura.
¿Cómo puedo estar triste
si la rama florece?
No empañe su mirada,
antes que se abra,
el velo de mis lágrimas.
El alma no me pertenece.
Mañana,
desprendida de mí
la criatura,
irá libre y ligero
mi imprudente paso,
y sin temores,
podré dejarme lastimar de nuevo.
Pero hoy, Señor,
aparta de mi lado
las cosas que me hieren:
tiende un camino de arena fina
bajo mi pie cansado,
defiende mi soledad tranquila
y pon sobre mi frente
una corona matinal
de pensamientos claros.

Un día

Este cielo nublado
de tempestad oculta
y lluvia presentida
me pesa;
este aire denso y quieto,
que ni siquiera mueve
la hoja leve
del jazmín florecido,
me ahoga;
esta espera
de algo que no llega
me cansa.
Quisiera estar lejos,
donde nadie
me conociera:
nueva
como la yerba fresca,
ligera,
sin el peso
de los días muertos
y libre
ir por caminos ignorados
hacia un cielo abierto.

Elogio de mi cuerpo


1. Los ojos

Mínimos lagos tranquilos 
donde tiembla la chispa 
de mis pupilas 
y cabe todo 
el esplendor del día. 
Límpidos espejos 
que enciende la alegría 
de los colores. 
Ventanas abiertas 
ante el lento paisaje 
del tiempo. 
Lagos de lágrimas nutridos 
y de remotos naufragios. 
Nocturnos lagos dormidos 
habitados por los sueños, 
aún fulgurantes 
bajo los párpados cerrados.

2. Las cejas

Las breves alas 
tendidas sobre mis párpados 
sólo abrigan 
el espacio escaso 
en el que flota 
una interrogación latente, 
al que asoma 
un permanente asombro.


3. La nariz

Casi un apéndice 
en la serena geometría 
de mi rostro, 
única recta 
en la gama de curvas suaves, 
el sutil instrumento 
que me une al aire. 
Cándidos olores 
acres aromas 
densas fragancias 
de flores y de especias 
-desde el anís hasta el jazmín- 
aspira trepidante 
mi nariz.


4. La boca

Entre labio y labio 
cuánta dulzura guarda 
mi boca abierta al beso, 
estuche en que los dientes 
muerden vívidos frutos, 
cuenca que se llena 
de jugos intensos 
de ágiles vinos 
de agua fresca, 
donde la lengua 
leve serpiente de delicias 
blandamente ondula, 
y se anida el milagro 
de la palabra.

5. Las orejas

Como dos hojas 
de un árbol ajeno 
nacen a los lados 
de mi cabeza. 
Por el tallo escondido 
se desliza 
la opulencia 
de los sonidos, 
me alcanzan 
las vivas voces 
que me llaman.


6. El pelo

Dulce enredadera serpentina, 
única vegetación 
en la tierra tierna de mi cuerpo, 
hierba fina 
que sigue creciendo 
sensible a la primavera, 
ala de sombra 
contra mi sien, 
leve abrigo sobre la nuca. 
Para mi nostalgia de ave 
mi penacho de plumas.

7. Las manos

Las manos 
débiles, inciertas, 
parecen 
vanos objetos 
para el brillo de los anillos, 
sólo las llena 
lo perdido, 
se tienden al árbol 
que no alcanzan, 
pero me dan el agua 
de la mañana, 
y hasta el rosado 
retoño de mis uñas 
llega el latido.

8. Los pies

Ya que no tengo alas, 
me bastan 
mis pies que danzan 
y que no acaban 
de recorrer el mundo. 
Por praderas en flor 
corrió mi pie ligero, 
dejó su huella 
en la húmeda arena, 
buscó perdidos senderos, 
holló las duras aceras 
de las ciudades 
y sube por escaleras 
que no sabe a donde llegan.

9. Los senos

Son dos plácidas colinas 
que apenas mece mi aliento, 
son dos frutos delicados 
de pálidas venaduras, 
fueron dos copas llenas 
próvidas y nutricias 
en la plena estación 
y siguen alimentando 
dos flores en botón.

10. La cintura

Es el puente cimbreante 
que reune 
dos mitades diferentes, 
es el tallo flexible 
que mantiene 
el torso erguido, 
inclina mi pecho 
rendido 
y gobierna el muelle 
oscilar de la cadera. 
Agradecida 
adorno mi cintura 
con un lazo de seda.

11. El sexo

Oculta rosa palpitante 
en el oscuro surco, 
pozo de estremecida alegría 
que incendia en un instante 
el turbio curso de mi vida, 
secreto siempre inviolado, 
fecunda herida.

12. La piel

Es tan frágil la trama 
que la rasga una espina, 
tan vulnerable 
que la quema el sol, 
tan susceptible 
que la eriza el frío. 
Pero también percibe 
mi piel delgada 
la dulce gama 
de las caricias, 
y mi cuerpo sin ella 
sería una llaga desnuda.

13. Los huesos

Alabo 
el tibio ropaje 
la apariencia 
el fugitivo semblante. 
Y casi olvido 
la obediente armazón 
que me sostiene, 
el maniquí ingenioso, 
el ágil esqueleto 
que me lleva.

14. El corazón

Dicen que es del tamaño 
de mi puño cerrado. 
Pequeño, entonces, 
pero basta 
para poner en marcha 
todo esto. 
Es un obrero 
que trabaja bien, 
aunque anhele el descanso, 
y es un prisionero 
que espera vagamente 
escaparse.

15. Las venas

La floración azulada 
de las venas 
dibuja laberintos 
misteriosos 
bajo la cera de mi piel. 
Tenue hidrografía 
apenas aparente, 
ágiles cauces que conducen 
deseos y venenos 
y entrañable alimento.

16. La sangre

Secreto corre el torrente 
de mi sangre rápida. 
Inmenso es el río 
que en subterráneos meandros 
madura 
y nutre el ámbito 
de mi vida profunda. 
La cálida corriente 
que me inunda 
en la flor de la herida 
se derrama.

17. El sueño

En tan blando nido 
mi corazón descansa, 
ni lo asombran 
los perdidos fantasmas 
que se asoman. 
Pasa por mi sueño 
la ola calma 
de mi respiro. 
En tanto olvido 
el tiempo de mañana 
se prepara, 
mientras estoy viviendo 
efímera muerte.

18. El aliento

No se de donde viene 
el viento que me lleva, 
el suspiro que me consuela, 
el aire que acompasadamente 
mueve mi pecho 
y alienta 
mi invisible vuelo. 
Yo soy apenas 
la planta que se estremece 
por la brisa, 
el sumiso instrumento, 
la grácil flauta 
que resuena 
por un soplo de viento.

El corazón

Dicen que es del tamaño

de mi puño cerrado.

Pequeño, entonces,

pero basta

para poner en marcha

todo esto.

Es un obrero

que trabaja bien,

aunque anhele el descanso,

y es un prisionero

que espera vagamente

escaparse.

Oración

Dame, señor
un silencio profundo
y un denso velo
sobre la mirada.
Así seré un mundo
cerrado:
una isla oscura;
cavaré en mí misma dolorosamente
como en tierra dura
Y cuando me haya desangrado
ágil y clara será mi vida
Entonces, como río sonoro y transparente,
fluirá libremente
el canto encarcelado.

Destierro

Mi vida
es un destierro sin retorno.
No tuvo casa
mi errante infancia perdida,
no tiene tierra
mi destierro.
Mi vida navegó
en nave de nostalgia.
Viví a orillas del mar
mirando el horizonte:
hacia mi casa ignorada
pensaba zarpar un día,
y el presentido viaje
me dejó en otro puerto de partida.
¿Es el amor, acaso,
mi última rada?
Oh brazos que me hicieron prisionera,
sin darme abrigo…
También del cruel abrazo
quise escaparme.
Oh huyentes brazos,
que en vano buscaron mis manos…
Incesante fuga
y anhelo incesante
el amor no es puerto seguro.
Ya no hay tierra prometida
para mi esperanza.

Ella y su cuerpo

Rara vez le pareció
que le quedara bien
su cuerpo. 
De niña, 
era un cuerpo tan breve
que la obligaba
a mirar siempre desde abajo, 
a esperar que sus padres
la tomaran en brazos
para verles
el rostro de cerca, 
para tocarles los cabellos, 
a esperar el abrazo 
de su madre
para recostarse
en su pecho suave. 
Ella, desde su estatura, 
sólo podía abrazarle
las rodillas duras. 

Luego, 
fue un cuerpo inquieto, 
a menudo doliente, 
castigado
por persistentes fiebres, 
un cuerpecillo insignificante
del que surgía un rostro pálido. 
Y cuando un día
pareció vestirse de fiesta
de la adolescencia
ella creyó que se lo reprochaban. 
Apenas asomaba la alegría
en el ritmo ligero de su paso
en el sonido claro de su voz, 
en el brillo de sus ojos, 
oscuros peligros acechaban 
ese florecer extraño. 
¿Tenía derecho a vestirse de fiesta
en un mundo enlutado?
¿Podía llevar su pie danzante
por un camino de espinas?
Quizás
su mismo cuerpo
era un vestido ajeno. 
Por eso tuvo extrañas aventuras
el joven cuerpo lastimado: 
iba al abrazo 
como a un naufragio
y volvía como un sobreviviente
milagrosamente salvado. 
En la fuga
se encontraban de nuevo
ella y su cuerpo
sin saber de qué huían. 

No sabía entonces
que era 
una tierna parte de sí misma, 
tierra pródiga 
donde su vida florecía;
y qué tan dulce 
como el viento de primavera 
era su aliento misterioso
tan ricas como las ramas 
del árbol verdecido, 
sus manos, 
y más luminosos
que los astros del firmamento
sus grandes ojos abiertos. 

¿Quién eres tú?

¿Quién eres tú, hijo tardío?
De los otros me parece
que algo sabía
desde el primer día
de duda y esperanza.
Pero tú, inesperado,
¿quién eres?
en ti nunca había pensado.
¿Cómo vas a llegar
a este mundo enemigo
si ni siquiera yo te conozco?
Perdóname, hijo:
hasta me ha parecido
que no había lugar para ti.
Mi corazón, ya lo verás,
es una sangrienta granada abierta.
Y yo estoy cansada.
Además,
tú me vas a quitar
ese retazo de mi vida
que me han dejado los otros:
casi nada,
pero me duele desprenderme
de lo último que me queda.
Tendrás que ayudarme a conocerte.
Y ha de ser tu vida,
tan vigorosa y fuerte,
que devore la mía, alegremente,
y yo lejana de mí misma
y distraída,
apenas lo lamente

La sangre

Secreto corre el torrente
de mi sangre rápida.
Inmenso es el río
que en subterráneos meandros
madura
y nutre el ámbito
de mi vida profunda.
La cálida corriente
que me inunda
en la flor de la herida
se derrama.

Ella y el miedo

Creció con ella 
subrepticio
recóndito 
con apariencias tan cambiantes 
que nadie lo reconocía. 
Ni ella misma
que se creía valiente. 
No iba acompañado 
de monstruos o fantasmas, 
no surgía 
de cuartos oscuros
ni de abismos.
Invisible temblaba 
en su palabra tímida, 
se volvía un velo 
ante el paisaje luminoso, 
una barrera
ante el fruto apetecido, 
una sonrisa
ante la decepción. 
Paralizaba la mano 
que iba a tenderse
hacía una mano amiga. 

Bajaba por los párpados 
sobre la mirada
en que por un instante 
brillaría la dicha. 

Aunque era una niña quieta, 
tenía miedo 
de hacer ruido
porque alguien dormía a su lado. 
Tenía miedo 
de correr por la casa solitaria 
donde sus pasos despertaban 
resonancias extrañas. 
como era una niña silenciosa
tenía miedo de cantar, 
porque su voz despertaría
resonancias extrañas
en su alma solitaria. 
Y temía las palabras, 
las duras palabras que hacen daño
y las dulces palabras 
que querían anidarse 
en su corazón erizado. 
Las palabras de los otros 
y las suyas. 
Miedo de lastimar 
y miedo 
de ser lastimada. 
y si la asustaban 
las puertas cerradas 
a las que no osaba tocar, 
ay, cuánta desazón,
ante una puerta abierta…
Vivía 
como en un retrato de juventud: 
vestida de baile 
adornada de rosas, 
fina, dulce y sonriente, 
pero inmóvil
en el umbral iluminado
de esa fiesta 
donde el miedo 
la dejó para siempre detenida.

Ella y el tiempo

Medido 
en el ritmo presuroso o calmo
de su suspiro, 
en el fluir de su sangre perenne, 
en su parpadear silencioso, 
en el orden de su sueño, 
en su desvelo, 
en su larga espera, 
en sus vagos recuerdos, 
el tiempo
invisible río, 
la arrastra sin defensa
a un mar desconocido. 

Para verse un instante
en el claro lago de la felicidad, 
quiso detener su curso, 
mas la corriente se llevaba
la desvanecida imagen. 
Y no hay para ella
un agua quieta
donde hallar de nuevo
el candor de su rostro infantil,
el esplendor de su mirada joven, 
reflejados un día
en espejos empañados. 
Turbia corriente, 
el tiempo
lo confundió todo. 

¿Quién dijo
que es breve la vida?
Si nunca acaba, 
si cada hora
es apenas una lenta gota, 
y es tan largo el día
que hasta le cabe la muerte. 
¿Quién dijo que es larga la vida?
Si es tan breve, 
tan estrecha, 
tan incompleta y fugitiva, 
que no le cabe casi nada
de todo lo esperado. 

Era tan extraño su tiempo,
que ella vivía sin presente, 
adormilada
en confusas memorias, 
o perdida
en vagos ensueños, 
en hábiles y acariciantes fantasías 
en las que no creía. 
Sólo sobre su piel pasaba
ese presente vacío. 
Como un animalito paciente, 
se anidaba
cerca de sus ojos, 
en la comisura
levemente amarga 
de sus labios, 
consumiéndola
sin que se diera cuenta. 

Pero alguna vez 
se vistió de esperanza
el tiempo. 
Levantada entonces 
sobre su incierto presente, 
ella vivió en la aurora
por un momento. 

 Alaíde Foppa Falla (Barcelona, España, 3 de diciembre de1914 – Ciudad de Guatemala, Guatemala,19 de diciembre de1980). Poeta, feminista, ensayista, traductora y profesora, quien vivió la mayor parte de su vida exiliada en México por razones políticas.

Hija de madre guatemalteca, Julia Falla, – concertista de piano, proveniente de familia  cafetalera- y padre argentino, Tito Livio Foppa -referente  del  teatro, periodista y diplomático- . Alaíde nació cuando su padre era cónsul en Barcelona, vivió algunos años en Argentina y pasó la adolescencia en Italia.

Cuando apenas tenía 19 años tomó la ciudadanía guatemalteca y participó activamente en la Revolución de 1944 como voluntaria en un hospital y en campañas de alfabetización.

En 1945 se casó con  Alfonso Solórzano, fundador del Partido Guatemalteco del Trabajo,  un hombre comprometido con el proceso  Revolucionario. La pareja tuvo 5 hijos. Durante un tiempo Foppa fué catedrática en la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

En 1954 la pareja tuvo que refugiarse en México donde Alaíde trabajó con intelectuales mexicanos y exiliados guatemaltecos como Luis Cardoza y Aragón, Carlos Mérida, Mario Monteforte Toledo y Augusto Monterroso. En esa época comenzó a denunciar de forma sistemática las violaciones a los derechos humanos, los asesinatos y las masacres de indígenas en Guatemala, cosa que jamás le perdonaron. Ocupó la cátedra  de Literatura Italiana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de México. Asimismo, fue fundadora de la cátedra de Sociología de dicha Universidad.

En México Alaíde fundó la revista FEM en 1976, una publicación feminista de edición trimestral, fundamental para la historia del feminismo latinoamericano y que se siguió publicando hasta el año 2005. Creadora del programa Foro de la Mujer transmitido por Radio UNAM entre 1976 y 1982 y formó parte de la Agrupación Internacional de Mujeres Contra la Represión. Por su casa de México pasaron figuras como Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Dominique Eluard, la esposa del gran poeta francés Paul Eluard, con quien Alaíde traduce un hermoso libro al francés: El Libro Vacío de Josefina Vicens.

Tres de sus cinco hijos pertenecían al Ejército Guerrillero de los Pobres, lo que a dos de ellos les costó la vida.

En 1980 muere en un accidente de trafico en Ciudad de México su esposo Alfonso, poco antes había fallecido uno de sus hijos asesinado por pertenecer a la guerrilla guatemalteca y ella decide viajar a Guatemala a visitar a su madre y a involucrarse en la lucha contra la dictadura. Al poco tiempo de llegar fue secuestrada junto con el chofer Leocadio Ajtún (también desaparecido) por un grupo de inteligencia guatemalteca conocido como G-2, la secuestró una mañana en el centro de Ciudad de Guatemala, bajo el gobierno del dictador Romeo Lucas García. A partir de ese momento, sus amigos se movilizan en México. Manifestaciones, mítines frente a la Embajada de Guatemala, visitas a funcionarios, programas de televisión, protestas en los diarios… Marta Lamas, una de las fundadoras de fem y gran amiga, considerada como “hija adoptiva” de Alaide, encabeza la lucha por encontrar a la escritora, pero no hay ningún resultado.

Hasta 1982 no se supo que la poeta y activista murió al tercer día de su detención a causa de la tortura a la que fué sometida y que le provocó un paro cardiaco. Tenía 67 años. Sus restos nunca fueron hallados.

Alaíde Foppa publicó seis poemarios:  «La Sin Ventura» (1955), «Los dedos de mi mano»(1960), «Aunque es de noche»(1962), «Guirnalda de Primavera»(1965), «Elogio de mi cuerpo»( 1970) y «Las palabras y el tiempo»(1979).


Tradujo al español El ave Fénix de Paul Eluard, la obra de Alberto Moravia y Elsa Morantey la poesía del gran pintor Miguel Angel; al italiano El libro vacío, de Josefina Vicens y también escribió dos libros de ensayo.

Enlaces de interés :

https://marcha.org.ar/donde-esta-alaide-foppa-a-40-anos-de-su-desaparicion-forzada/

https://mujeresixchel.wordpress.com/author/mujeresixchel/page/27/

https://poetryalquimia.org/2022/12/03/alaide-foppa-visual/

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