“No se puede vivir con una muerte dentro:hay que elegir entre arrojarla lejos como fruto prohibido, o al contagio dejarse morir”
Alaíde Foppa
Mujer
Un ser que aún no acaba de ser,
no la remota rosa angelical,
que los poetas cantaron.
No la maldita bruja que los inquisidores quemaron.
No la temida y deseada prostituta.
No la madre bendita.
No la marchita y burlada solterona.
No la obligada a ser buena.
No la obligada a ser mala.
No la que vive porque la dejan vivir.
No la que debe siempre decir que sí.
Un Ser que trata de saber quién es
y que empieza a existir.
De todas éstas, ¿de cuál estás hablando?
Ella se siente a veces…
Ella se siente a veces
como cosa olvidada
en el rincón oscuro de la casa
como fruto devorado adentro
por los pájaros rapaces,
como sombra sin rostro y sin peso.
Su presencia es apenas
vibración leve
en el aire inmóvil.
Siente que la traspasan las miradas
y que se vuelve niebla
entre los torpes brazos
que intentan circundarla.
Quisiera ser siquiera
una naranja jugosa
en la mano de un niño
-no corteza vacía-
una imagen que brilla en el espejo
-no sombra que se esfuma-
y una voz clara
-no pesado silencio-
alguna vez escuchada.
Oscuro canto
Oscuro canto
que brota
de la honda esperanza
rota,
y del retorno
al círculo cerrado.
Peso escondido
como hijo sin nacer
en el vientre profundo,
apretado nudo
en el lugar del corazón.
Ay, tampoco suena
ni sube
el nocturno canto
hacia el cielo lejano.
Es una voz sorda
que se ahoga en la garganta,
es un grito callado.
Y si sube,
no es un vuelo
en la noche muda,
es sólo una nube de humo
que se pierde en la sombra.
Propiciatoria
Lenta y plácida
sea la vida que corre por mis venas,
largos sueños y dulces despertares
me asistan,
escuchen mis oídos voces quedas,
mientras crece en secreto
la criatura.
¡Ay, que el llanto no empañe mi pupila!
Que por furtivo anhelo
no tiemblen mis pestañas,
ni perturbantes fantasmas me llamen,
mientras vive en mi seno
la criatura.
¿Cómo puedo estar triste
si la rama florece?
No empañe su mirada,
antes que se abra,
el velo de mis lágrimas.
El alma no me pertenece.
Mañana,
desprendida de mí
la criatura,
irá libre y ligero
mi imprudente paso,
y sin temores,
podré dejarme lastimar de nuevo.
Pero hoy, Señor,
aparta de mi lado
las cosas que me hieren:
tiende un camino de arena fina
bajo mi pie cansado,
defiende mi soledad tranquila
y pon sobre mi frente
una corona matinal
de pensamientos claros.
Un día
Este cielo nublado
de tempestad oculta
y lluvia presentida
me pesa;
este aire denso y quieto,
que ni siquiera mueve
la hoja leve
del jazmín florecido,
me ahoga;
esta espera
de algo que no llega
me cansa.
Quisiera estar lejos,
donde nadie
me conociera:
nueva
como la yerba fresca,
ligera,
sin el peso
de los días muertos
y libre
ir por caminos ignorados
hacia un cielo abierto.
Elogio de mi cuerpo
1. Los ojos
Mínimos lagos tranquilos
donde tiembla la chispa
de mis pupilas
y cabe todo
el esplendor del día.
Límpidos espejos
que enciende la alegría
de los colores.
Ventanas abiertas
ante el lento paisaje
del tiempo.
Lagos de lágrimas nutridos
y de remotos naufragios.
Nocturnos lagos dormidos
habitados por los sueños,
aún fulgurantes
bajo los párpados cerrados.
2. Las cejas
Las breves alas
tendidas sobre mis párpados
sólo abrigan
el espacio escaso
en el que flota
una interrogación latente,
al que asoma
un permanente asombro.
3. La nariz
Casi un apéndice
en la serena geometría
de mi rostro,
única recta
en la gama de curvas suaves,
el sutil instrumento
que me une al aire.
Cándidos olores
acres aromas
densas fragancias
de flores y de especias
-desde el anís hasta el jazmín-
aspira trepidante
mi nariz.
4. La boca
Entre labio y labio
cuánta dulzura guarda
mi boca abierta al beso,
estuche en que los dientes
muerden vívidos frutos,
cuenca que se llena
de jugos intensos
de ágiles vinos
de agua fresca,
donde la lengua
leve serpiente de delicias
blandamente ondula,
y se anida el milagro
de la palabra.
5. Las orejas
Como dos hojas
de un árbol ajeno
nacen a los lados
de mi cabeza.
Por el tallo escondido
se desliza
la opulencia
de los sonidos,
me alcanzan
las vivas voces
que me llaman.
6. El pelo
Dulce enredadera serpentina,
única vegetación
en la tierra tierna de mi cuerpo,
hierba fina
que sigue creciendo
sensible a la primavera,
ala de sombra
contra mi sien,
leve abrigo sobre la nuca.
Para mi nostalgia de ave
mi penacho de plumas.
7. Las manos
Las manos
débiles, inciertas,
parecen
vanos objetos
para el brillo de los anillos,
sólo las llena
lo perdido,
se tienden al árbol
que no alcanzan,
pero me dan el agua
de la mañana,
y hasta el rosado
retoño de mis uñas
llega el latido.
8. Los pies
Ya que no tengo alas,
me bastan
mis pies que danzan
y que no acaban
de recorrer el mundo.
Por praderas en flor
corrió mi pie ligero,
dejó su huella
en la húmeda arena,
buscó perdidos senderos,
holló las duras aceras
de las ciudades
y sube por escaleras
que no sabe a donde llegan.
9. Los senos
Son dos plácidas colinas
que apenas mece mi aliento,
son dos frutos delicados
de pálidas venaduras,
fueron dos copas llenas
próvidas y nutricias
en la plena estación
y siguen alimentando
dos flores en botón.
10. La cintura
Es el puente cimbreante
que reune
dos mitades diferentes,
es el tallo flexible
que mantiene
el torso erguido,
inclina mi pecho
rendido
y gobierna el muelle
oscilar de la cadera.
Agradecida
adorno mi cintura
con un lazo de seda.
11. El sexo
Oculta rosa palpitante
en el oscuro surco,
pozo de estremecida alegría
que incendia en un instante
el turbio curso de mi vida,
secreto siempre inviolado,
fecunda herida.
12. La piel
Es tan frágil la trama
que la rasga una espina,
tan vulnerable
que la quema el sol,
tan susceptible
que la eriza el frío.
Pero también percibe
mi piel delgada
la dulce gama
de las caricias,
y mi cuerpo sin ella
sería una llaga desnuda.
13. Los huesos
Alabo
el tibio ropaje
la apariencia
el fugitivo semblante.
Y casi olvido
la obediente armazón
que me sostiene,
el maniquí ingenioso,
el ágil esqueleto
que me lleva.
14. El corazón
Dicen que es del tamaño
de mi puño cerrado.
Pequeño, entonces,
pero basta
para poner en marcha
todo esto.
Es un obrero
que trabaja bien,
aunque anhele el descanso,
y es un prisionero
que espera vagamente
escaparse.
15. Las venas
La floración azulada
de las venas
dibuja laberintos
misteriosos
bajo la cera de mi piel.
Tenue hidrografía
apenas aparente,
ágiles cauces que conducen
deseos y venenos
y entrañable alimento.
16. La sangre
Secreto corre el torrente
de mi sangre rápida.
Inmenso es el río
que en subterráneos meandros
madura
y nutre el ámbito
de mi vida profunda.
La cálida corriente
que me inunda
en la flor de la herida
se derrama.
17. El sueño
En tan blando nido
mi corazón descansa,
ni lo asombran
los perdidos fantasmas
que se asoman.
Pasa por mi sueño
la ola calma
de mi respiro.
En tanto olvido
el tiempo de mañana
se prepara,
mientras estoy viviendo
efímera muerte.
18. El aliento
No se de donde viene
el viento que me lleva,
el suspiro que me consuela,
el aire que acompasadamente
mueve mi pecho
y alienta
mi invisible vuelo.
Yo soy apenas
la planta que se estremece
por la brisa,
el sumiso instrumento,
la grácil flauta
que resuena
por un soplo de viento.
El corazón
Dicen que es del tamaño
de mi puño cerrado.
Pequeño, entonces,
pero basta
para poner en marcha
todo esto.
Es un obrero
que trabaja bien,
aunque anhele el descanso,
y es un prisionero
que espera vagamente
escaparse.
Oración
Dame, señor
un silencio profundo
y un denso velo
sobre la mirada.
Así seré un mundo
cerrado:
una isla oscura;
cavaré en mí misma dolorosamente
como en tierra dura
Y cuando me haya desangrado
ágil y clara será mi vida
Entonces, como río sonoro y transparente,
fluirá libremente
el canto encarcelado.
Destierro
Mi vida
es un destierro sin retorno.
No tuvo casa
mi errante infancia perdida,
no tiene tierra
mi destierro.
Mi vida navegó
en nave de nostalgia.
Viví a orillas del mar
mirando el horizonte:
hacia mi casa ignorada
pensaba zarpar un día,
y el presentido viaje
me dejó en otro puerto de partida.
¿Es el amor, acaso,
mi última rada?
Oh brazos que me hicieron prisionera,
sin darme abrigo…
También del cruel abrazo
quise escaparme.
Oh huyentes brazos,
que en vano buscaron mis manos…
Incesante fuga
y anhelo incesante
el amor no es puerto seguro.
Ya no hay tierra prometida
para mi esperanza.
Ella y su cuerpo
Rara vez le pareció
que le quedara bien
su cuerpo.
De niña,
era un cuerpo tan breve
que la obligaba
a mirar siempre desde abajo,
a esperar que sus padres
la tomaran en brazos
para verles
el rostro de cerca,
para tocarles los cabellos,
a esperar el abrazo
de su madre
para recostarse
en su pecho suave.
Ella, desde su estatura,
sólo podía abrazarle
las rodillas duras.
Luego,
fue un cuerpo inquieto,
a menudo doliente,
castigado
por persistentes fiebres,
un cuerpecillo insignificante
del que surgía un rostro pálido.
Y cuando un día
pareció vestirse de fiesta
de la adolescencia
ella creyó que se lo reprochaban.
Apenas asomaba la alegría
en el ritmo ligero de su paso
en el sonido claro de su voz,
en el brillo de sus ojos,
oscuros peligros acechaban
ese florecer extraño.
¿Tenía derecho a vestirse de fiesta
en un mundo enlutado?
¿Podía llevar su pie danzante
por un camino de espinas?
Quizás
su mismo cuerpo
era un vestido ajeno.
Por eso tuvo extrañas aventuras
el joven cuerpo lastimado:
iba al abrazo
como a un naufragio
y volvía como un sobreviviente
milagrosamente salvado.
En la fuga
se encontraban de nuevo
ella y su cuerpo
sin saber de qué huían.
No sabía entonces
que era
una tierna parte de sí misma,
tierra pródiga
donde su vida florecía;
y qué tan dulce
como el viento de primavera
era su aliento misterioso
tan ricas como las ramas
del árbol verdecido,
sus manos,
y más luminosos
que los astros del firmamento
sus grandes ojos abiertos.
¿Quién eres tú?
¿Quién eres tú, hijo tardío?
De los otros me parece
que algo sabía
desde el primer día
de duda y esperanza.
Pero tú, inesperado,
¿quién eres?
en ti nunca había pensado.
¿Cómo vas a llegar
a este mundo enemigo
si ni siquiera yo te conozco?
Perdóname, hijo:
hasta me ha parecido
que no había lugar para ti.
Mi corazón, ya lo verás,
es una sangrienta granada abierta.
Y yo estoy cansada.
Además,
tú me vas a quitar
ese retazo de mi vida
que me han dejado los otros:
casi nada,
pero me duele desprenderme
de lo último que me queda.
Tendrás que ayudarme a conocerte.
Y ha de ser tu vida,
tan vigorosa y fuerte,
que devore la mía, alegremente,
y yo lejana de mí misma
y distraída,
apenas lo lamente
La sangre
Secreto corre el torrente
de mi sangre rápida.
Inmenso es el río
que en subterráneos meandros
madura
y nutre el ámbito
de mi vida profunda.
La cálida corriente
que me inunda
en la flor de la herida
se derrama.
Ella y el miedo
Creció con ella
subrepticio
recóndito
con apariencias tan cambiantes
que nadie lo reconocía.
Ni ella misma
que se creía valiente.
No iba acompañado
de monstruos o fantasmas,
no surgía
de cuartos oscuros
ni de abismos.
Invisible temblaba
en su palabra tímida,
se volvía un velo
ante el paisaje luminoso,
una barrera
ante el fruto apetecido,
una sonrisa
ante la decepción.
Paralizaba la mano
que iba a tenderse
hacía una mano amiga.
Bajaba por los párpados
sobre la mirada
en que por un instante
brillaría la dicha.
Aunque era una niña quieta,
tenía miedo
de hacer ruido
porque alguien dormía a su lado.
Tenía miedo
de correr por la casa solitaria
donde sus pasos despertaban
resonancias extrañas.
como era una niña silenciosa
tenía miedo de cantar,
porque su voz despertaría
resonancias extrañas
en su alma solitaria.
Y temía las palabras,
las duras palabras que hacen daño
y las dulces palabras
que querían anidarse
en su corazón erizado.
Las palabras de los otros
y las suyas.
Miedo de lastimar
y miedo
de ser lastimada.
y si la asustaban
las puertas cerradas
a las que no osaba tocar,
ay, cuánta desazón,
ante una puerta abierta…
Vivía
como en un retrato de juventud:
vestida de baile
adornada de rosas,
fina, dulce y sonriente,
pero inmóvil
en el umbral iluminado
de esa fiesta
donde el miedo
la dejó para siempre detenida.
Ella y el tiempo
Medido
en el ritmo presuroso o calmo
de su suspiro,
en el fluir de su sangre perenne,
en su parpadear silencioso,
en el orden de su sueño,
en su desvelo,
en su larga espera,
en sus vagos recuerdos,
el tiempo
invisible río,
la arrastra sin defensa
a un mar desconocido.
Para verse un instante
en el claro lago de la felicidad,
quiso detener su curso,
mas la corriente se llevaba
la desvanecida imagen.
Y no hay para ella
un agua quieta
donde hallar de nuevo
el candor de su rostro infantil,
el esplendor de su mirada joven,
reflejados un día
en espejos empañados.
Turbia corriente,
el tiempo
lo confundió todo.
¿Quién dijo
que es breve la vida?
Si nunca acaba,
si cada hora
es apenas una lenta gota,
y es tan largo el día
que hasta le cabe la muerte.
¿Quién dijo que es larga la vida?
Si es tan breve,
tan estrecha,
tan incompleta y fugitiva,
que no le cabe casi nada
de todo lo esperado.
Era tan extraño su tiempo,
que ella vivía sin presente,
adormilada
en confusas memorias,
o perdida
en vagos ensueños,
en hábiles y acariciantes fantasías
en las que no creía.
Sólo sobre su piel pasaba
ese presente vacío.
Como un animalito paciente,
se anidaba
cerca de sus ojos,
en la comisura
levemente amarga
de sus labios,
consumiéndola
sin que se diera cuenta.
Pero alguna vez
se vistió de esperanza
el tiempo.
Levantada entonces
sobre su incierto presente,
ella vivió en la aurora
por un momento.
Alaíde Foppa Falla (Barcelona, España, 3 de diciembre de1914 – Ciudad de Guatemala, Guatemala,19 de diciembre de1980). Poeta, feminista, ensayista, traductora y profesora, quien vivió la mayor parte de su vida exiliada en México por razones políticas.
Hija de madre guatemalteca, Julia Falla, – concertista de piano, proveniente de familia cafetalera- y padre argentino, Tito Livio Foppa -referente del teatro, periodista y diplomático- . Alaíde nació cuando su padre era cónsul en Barcelona, vivió algunos años en Argentina y pasó la adolescencia en Italia.
Cuando apenas tenía 19 años tomó la ciudadanía guatemalteca y participó activamente en la Revolución de 1944 como voluntaria en un hospital y en campañas de alfabetización.
En 1945 se casó con Alfonso Solórzano, fundador del Partido Guatemalteco del Trabajo, un hombre comprometido con el proceso Revolucionario. La pareja tuvo 5 hijos. Durante un tiempo Foppa fué catedrática en la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
En 1954 la pareja tuvo que refugiarse en México donde Alaíde trabajó con intelectuales mexicanos y exiliados guatemaltecos como Luis Cardoza y Aragón, Carlos Mérida, Mario Monteforte Toledo y Augusto Monterroso. En esa época comenzó a denunciar de forma sistemática las violaciones a los derechos humanos, los asesinatos y las masacres de indígenas en Guatemala, cosa que jamás le perdonaron. Ocupó la cátedra de Literatura Italiana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de México. Asimismo, fue fundadora de la cátedra de Sociología de dicha Universidad.
En México Alaíde fundó la revista FEM en 1976, una publicación feminista de edición trimestral, fundamental para la historia del feminismo latinoamericano y que se siguió publicando hasta el año 2005. Creadora del programa Foro de la Mujer transmitido por Radio UNAM entre 1976 y 1982 y formó parte de la Agrupación Internacional de Mujeres Contra la Represión. Por su casa de México pasaron figuras como Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Dominique Eluard, la esposa del gran poeta francés Paul Eluard, con quien Alaíde traduce un hermoso libro al francés: El Libro Vacío de Josefina Vicens.
Tres de sus cinco hijos pertenecían al Ejército Guerrillero de los Pobres, lo que a dos de ellos les costó la vida.
En 1980 muere en un accidente de trafico en Ciudad de México su esposo Alfonso, poco antes había fallecido uno de sus hijos asesinado por pertenecer a la guerrilla guatemalteca y ella decide viajar a Guatemala a visitar a su madre y a involucrarse en la lucha contra la dictadura. Al poco tiempo de llegar fue secuestrada junto con el chofer Leocadio Ajtún (también desaparecido) por un grupo de inteligencia guatemalteca conocido como G-2, la secuestró una mañana en el centro de Ciudad de Guatemala, bajo el gobierno del dictador Romeo Lucas García. A partir de ese momento, sus amigos se movilizan en México. Manifestaciones, mítines frente a la Embajada de Guatemala, visitas a funcionarios, programas de televisión, protestas en los diarios… Marta Lamas, una de las fundadoras de fem y gran amiga, considerada como “hija adoptiva” de Alaide, encabeza la lucha por encontrar a la escritora, pero no hay ningún resultado.
Hasta 1982 no se supo que la poeta y activista murió al tercer día de su detención a causa de la tortura a la que fué sometida y que le provocó un paro cardiaco. Tenía 67 años. Sus restos nunca fueron hallados.
Alaíde Foppa publicó seis poemarios: «La Sin Ventura» (1955), «Los dedos de mi mano»(1960), «Aunque es de noche»(1962), «Guirnalda de Primavera»(1965), «Elogio de mi cuerpo»( 1970) y «Las palabras y el tiempo»(1979).
Tradujo al español El ave Fénix de Paul Eluard, la obra de Alberto Moravia y Elsa Morantey la poesía del gran pintor Miguel Angel; al italiano El libro vacío, de Josefina Vicens y también escribió dos libros de ensayo.
Enlaces de interés :
https://marcha.org.ar/donde-esta-alaide-foppa-a-40-anos-de-su-desaparicion-forzada/
https://mujeresixchel.wordpress.com/author/mujeresixchel/page/27/
https://poetryalquimia.org/2022/12/03/alaide-foppa-visual/