Oda a un amante de las artes de imitación
Oh tú, que protector del genio hispano
elevas la abatida lira mía,
desde el obscuro seno,
do el velo del olvido la cubría,
hasta el supremo asiento, que previene
la fama a la divina poesía;
ti consagraré tan dulce empleo;
a ti que amas el arte imitadora,
de la música hermana,
y del alma sensible encantadora.
Seguid mi canto, de placer henchidas,
cítaras de la Iberia;
Amira, alzando el humillado acento,
preconiza la ciencia de Helicona;
y esparce por el viento
los resonantes metros de la Hesperia.
Si de la antigüedad el heroísmo
de los tiempo alcanza el raudo vuelo,
y las puras virtudes celestiales
fueron a par del mundo eternizadas,
por vosotros, Poetas inmortales,
nuestra edad llegaron; de los siglos
las inmensas tinieblas arrostrando,
de anonadar al hombre con su fama
a la huesa arrancáis el triste fuero.
Tal es el arte del divino Homero.
De Homero, que en el templo venturoso
de las musas sentado,
su nombre llevará de gente en gente,
ornada de laurel la heroica frente.
Él enseñó la senda de la gloria
al sublime Virgilio,
y en pos de ellos el Taso
se coronó en la cumbre del Parnaso.
¡Oh! felices vosotros,
genios de imitación, que de su ejemplo
osáis seguir la huella, vencedora;
vuestra lira sonora
ensalza, la virtud, destruye el vicio;
y si cantáis los males, que a la tierra
trajo la horrible guerra,
que adula el corazón del hombre fiero;
detestando las iras del combate,
su mano arroja el homicida acero,
odiando la victoria,
que de sangre manchara su memoria.
De Melpomene augusta los furores
la Grecia nos presenta, embellecidos
por sus sabios autores;
ellos de pompa y majestad vestidos
los héroes de su edad eternizaron;
del ciego fatalismo el duro imperio
a los futuros tiempos demostraron,
y abominando el crimen,
dieron la compasión a la inocencia,
y el sangriento terror a la violencia.
Émulas de su triunfo las naciones
sus felices talentos dedicaron
a mover los sensibles corazones.
En vano tantos siglos de ignorancia
opusieron su espacio tenebroso
a tan noble anhelar; al fin hollaron
los genios de la Italia su barbarie,
y los hijos del Támesis undoso,
rivales de la España,
emprendieron también igual hazaña;
Corneille la atrevida mente alzando
al trágico coturno,
de tantos los desvelos superando,
al gran Racine demostró la senda
del trono de la regia Melpomene,
el que Voltaire y Crebillon ornaron,
y en la margen del Sena lo fijaron.
La lírica corona Euterpe ofrece
sin competencia al tierno Metastasio;
a Horacio dio Polimnia las sentencias
de la pura moral filosofía;
y tú, Erato, tus versos amorosos
a Ovidio y a Catulo.
A Propercio y Tibulo,
hasta que Gésner con suave canto
en metros armoniosos,
retrata de natura el rico manto,
y su numen sencillo
presta a los prados nuevo ser y brillo.
El Siglo de Oro de la España llega,
y las sagradas musas a porfía
a los hijos del Tajo concedieron
su inspiración feliz; ellos volaron
al teatro español, que embellecieron
con sus divinas gracias florecientes,
abriendo la carrera,
que después imitó la Europa entera.
También al bello sexo le fue dado
a la gloria aspirar; celebra Atenas
a la dulce Corina;
y de Safo inmortal el nuevo metro
dejó de su pasión el fin terrible
a la posteridad eternizado;
que el mérito fue siempre desgraciado.
Tú, tierna musa, de la Galia encanto,
sensible Deshoulieres, guiando el coro
de festivas zagalas y pastores,
a Gésner imitando,
de la inocencia cantas los amores;
Apolo el don de ciencia, tan divina;
a ti concede, a Safo y a Corina.
Eterna gloria a sus felices nombres
mi lira cantará; y arrebatada
en noble emulación sus huellas sigo,
admirando sus genios inmortales.
¡Oh feliz elección, grato consuelo
de mis inmensos males!
¡Oh lira bien hadada!
De tu armonía el atrevido vuelo
resuena en la morada,
donde tu protector la mente inclina
a elevar de tu numen las tareas;
y como de la fuente cristalina
los humildes raudales
aspiran a llegar al Océano,
cayendo de los montes despeñada,
girando por el llano,
corriendo entre colinas desiguales,
las rocas evitando apresurada,
hasta que en la cascada
del soberbio torrente impetuoso
sus aguas junta, el curso facilita,
y al ancho mar con él se precipita:
así mis versos por tu sabio amparo
la envidia vencen, y el temor desprecian.
Mi genio aspira a verse colocado
en el glorioso templo de la fama;
tu noble busto en él será adornado
por las virtudes, y en el duro bronce,
que le sirva de basa, el justo elogio
que te consagro, se verá esculpido,
siendo a tu imagen de este modo unida
la memoria de Amira agradecida.
La noche: Canto en verso suelto a la memoria de la señora condesa del Carpio
Tinieblas gratas de la obscura noche,
a un corazón sensible, que desea
vivir para pensar, vuestro silencio
la calma anuncia; las veloces sombras,
cayendo de los montes a los valles,
cubren la tierra; el pardo jilguerillo
los últimos cantares repitiendo,
al nido vuela, y el pastor conduce
al redil su rebaño numeroso.
Yo en tanto en esta margen solitaria,
por donde el Tajo sus raudales lleva,
la bóveda contemplo, en que los astros
con invariable giro, de los tiempos
miden las estaciones y las horas.
El sueño huye de mí, y el genio vela;
natura me convida, y elevada
a la vista de tantas maravillas,
mi acento vuela a par de mi deseo.
No cantaré de amor el poderío,
sus penas, su despecho, ni su engaño;
ni tampoco poéticas ficciones:
no el húmedo Orión, ni de las Ursas
ni de Ariadna la corona hermosa;
sino del Ser supremo la grandeza,
del orbe origen: cuanto me circunda,
de su potente diestra son milagros.
Por entre nubes la triforme diosa
en su brillante carro se presenta;
su incierta luz las sombras de los bosques
en las ondas del Tajo me retrata;
y del lago las aguas cristalinas,
semejantes a un fiel y claro espejo,
reflejan de los cielos la hermosura:
esa esfera celeste innumerables
antorchas iluminan; pero el astro,
que preside a la noche, los eclipsa;
ameniza la tierra, y de las nieblas
su esplendor libra la región del aire.
¡Oh noche!, reinas ya en el hemisferio;
reinas: tiendes tu velo silencioso,
y nuevo encanto mis sentidos gozan
al contemplar tu pompa: tú me inspiras
dulce melancolía. ¡Cuánto admiro
esta tranquilidad del universo;
este vasto reposo, que las aves
nocturnas interrumpen! Oh natura,
patrimonio del hombre, ¡qué orgulloso
vive él sin conocerte! Yo no intento
penetrar tus arcanos. ¿Quién sería
tan atrevido, que elevar su mente
osara a tus secretos, siempre en vano?
Humillada a la vista del prodigio
de tu existencia exclamo: Eterna gloria
al soberano Ser, que de la nada
te produjo a su voz, la tierra llena
está de su poder; el océano
besa humilde los límites, que el dedo
de Dios le señaló: los huracanes,
la tempestad horrible, el rayo ardiente
sus leyes obedecen, y en el cielo
el sol brillante por su augusta mano
clavado alumbra al mundo: en tanto giran
en torno de él los orbes refulgentes;
con su calor benéfico la tierra
prodiga al hombre sus preciosos dones.
Eternos no serán: pues sumergido
el ingrato, mortal en sus placeres,
con delitos termina la carrera
de su vida fugaz. ¡Ay!, todo, todo
nace para morir: llegará el día,
en que, hundido en la nada el universo
la justicia de Dios tiemble el malvado:
el caos volverá; la infausta, trompa
sonará en los sepulcros, y a sus ecos
alzará el criminal del frío polvo
la frente descarnada; en ella impresa
de su condenación la seña horrible
por el santo decreto irá grabada.
No así el mortal, que la virtud siguiendo
vivió en el mundo para dar alivio
a la doliente humanidad; él llega
sin temblar ante el trono de un Dios justo,
y allí recibe la inmortal corona
que eternamente lo hace venturoso.
Y tú, alma bella de mi dulce amiga,
tú, que existías para ser amparo
de la infelicidad, ¡con cuánta gloria
habrá premiado tu piedad el cielo!
De alegría mi mente arrebatada
tu benéfica imagen me presenta
en esta soledad: te ven mis ojos,
cual otro tiempo en tu mansión solías,
cercada de infinitos miserables
su indigencia aliviar con larga mano.
¡Ah! Perdieron en ti todo su auxilio;
y la ilusión de tu adorada sombra
huye de mí, cual vagarosa nube,
al eco de sus gritos lamentables.
En tu sepulcro sus gemidos oigo,
mezclados con inmensas bendiciones,
que a tu memoria sin cesar tributan.
Y yo ¿qué diré en tanto? Yo que tuve
en ti una amiga fiel, una defensa
contra mi adversidad. ¿Pintaré acaso
tu admirable talento, el noble fuego
de tu imaginación, las gracias todas,
que en tus acciones sin cesar brillaban,
aquel carácter franco y generoso,
que arrastraba hacia ti los corazones;
o tu genio inmortal, que de las artes
protegió noblemente las tareas?
No: que en vano será. Tú, en la memoria
de cuantos disfrutaron las delicias
de tu dulce amistad, vivirás siempre.
Mi voz en vano cantará tu elogio,
cuando la gratitud de los mortales
publica tu virtud; y por modelo
te presenta a la vista de los hombres,
que a la indigencia niegan el socorro.
Así, mi acento solamente puede
a sus ecos unirse, y de la parca
lamentar el rigor: su rabia impía
nos privó con un golpe anticipado
de todas tus virtudes: ya en la tumba
en paz descansas, y mi llanto inútil
no puedes ver, ni escuchas mis sollozos.
¡Ay! Ya no existes; pero el premio gozas
de tu beneficencia. Si las almas
en la inmortalidad a unirse vuelven,
¡Oh dulce, amiga!, cesan mis lamentos,
y el canto dejo; pues la noche fría
también expira al despuntar el día.
La campaña de Portugal: oda al Excmo. Señor Príncipe de la Paz
A Manuel Godoy
¿A quién aprestas, sanguinario Marte,
el carro del terror? ¿A quién, Belona,
tus armas invencibles destinando,
previenes la corona
de laurel inmortal? ¿Será que hollando
los enemigos del hispano suelo
sus guerreros convoque a la campaña,
y que el clarín belígero sonando,
el héroe de la España,
para domar al Luso belicoso,
marche a su frente impávido y brioso?
¡Ay! Sí será. La patria desolada
su nombre implora, en su valor confía:
Lusitania, Albión, en odio ardiendo
la insultan a porfía;
él vuela a su socorro combatiendo
por su antiguo esplendor; hijos del Tajo,
seguid su curso; sus orillas vean
la afrenta y la venganza compitiendo;
porque testigos sean
de que el héroe español jamás consiente
de su patria el agravio impunemente.
Sonó la trompa, y a su ronco estruendo
la tierra gime, y ruge el océano:
su antorcha horrible la discordia enciende;
y al nombre soberano
del heroico Borbón, que Esperia entiende
apellidar por ti, noble caudillo,
las huestes valerosas sus hogares
dejan en soledad. Ya el campo emprende
hazañas militares;
y al viento los pendones desplegando,
tú vas su marcha y su valor guiando.
A tu ademán guerrero, al ver tu espada
defender los castillos y leones,
Lusitania, temblando estremecida,
teme que los corones
sobre su antiguo trono; enfurecida
invoca de sus hijos los aceros
en vano en su favor; en vano implora
sus soberbios guerreros;
aterrados los ve, y huye oprimida,
encubriendo las quinas con su manto,
a esconder su dolor bañada en llanto.
Ya el español ejército penetra,
los enemigos campos; la victoria
volando en ellos, al valor ofrece
la palma de la gloria.
Si tan ilustre premio pertenece
(Dijo el caudillo) al vencedor brioso,
nuestro será, españoles; peleamos
por la patria abatida; ella perece;
a defenderla vamos;
demos reposo a la afligida tierra,
y la paz arranquemos a la guerra.
Cesó; y la paz, que en el Olimpo habita,
de la mísera Europa desterrada,
sus votos oye, y al Eterno implora
en favor de su espada.
De morir o triunfar llega la hora;
llega, y tú marchas, lidias, y vencido
el furor de Olivencia y Portoalegre,
en sola una batalla destructora,
Campomayor rendido,
apenas vio empezarse la campaña,
cuando el triunfo cantó la madre España.
Así, cuando del cielo la hermosura
el hórrido nublado va empañando,
y el rayo anuncia el pavoroso trueno,
al orbe amenazando,
suele romper su ennegrecido seno
del puro norte el soplo impetuoso,
y lanzándolo al sud, brilla sereno
el sol majestuoso,
reflejando su luz los horizontes
del hondo valle a los soberbios montes.
No más horror ni sangre (la Paz clama
desde la esfera al héroe victorioso)
yo desciendo a la tierra a coronarte
con el ramo dichoso
de la oliva pacífica; si Marte
sus armas te cedió, yo te destino
recompensa más digna de tu pecho.
Quien mi nombre te dio, también va a darte,
de la envidia en despecho,
el honor de gozar de la victoria,
y al lado tuyo disfrutar la gloria.
Dijo; y desciende, y el furor destierra
del campo vencedor; ve los guerreros
aclamar sus augustos Soberanos,
que llegan placenteros
a celebrar la paz, de gozo ufanos.
Salve una y veces mil, paz deseada;
salve una y veces mil, héroe dichoso,
que vuelves el descanso a los humanos;
tú logras animoso
que den fin a la guerra y sus horrores
la paz, y tus Monarcas vencedores.
Y ¿qué, después de tan feliz conquista,
será negado a ti? Por todas partes
tu nombre sonará; benigno el cielo
de las divinas artes
vuelve a la España el plácido consuelo.
Paz y salud repiten los ancianos,
los jóvenes, las tímidas doncellas;
paz y salud al oprimido suelo
mi voz canta con ellas
y alborozado el genio que me inspira,
acentos de placer presta a mi lira.
Y ¿a quién mejor que a ti la musa hispana
deberá celebrar, pues generoso
proteges de las artes las tareas;
pues tu influjo piadoso
en su prosperidad benigno empleas?
Yo a tu valor la dulce poesía
reverente consagro; ella te ofrece
la gloria de tu patria, que deseas,
y en su canto aparece
de tu campaña el triunfo, que en la historia
hará inmortal tu nombre y mi memoria.
El Delirio
En elogio de la representación de la opereta intitulada «El Delirio», ejecutada en el Coliseo del Príncipe: oda
Almas sensibles, escuchad mi canto.
Para vosotras mi olvidada lira
vuelve a sonar no más; bañada en llanto,
en llanto de ternura,
la mágica pintura
del Delirio os presenta; oíd mi acento,
que a vosotras no más dará contento.
Si de la admiración arrebatada
de Marte asolador canté el estruendo,
y los héroes siguiendo,
vi de su carro el giro pavoroso
con sangre señalado,
y de funestas lágrimas regado;
hoy, que del vicio el vergonzoso fruto
movió mi corazón con sus horrores,
responderá mi voz a sus clamores.
Amaneció de luz y gloria lleno
el venturoso día,
que ansió mi corazón; las bellas artes
combaten la maldad; naturaleza
para su triunfo el genio les ofrezco
de un actor singular; por todas partes
la compasión con el terror volaron,
cuando el Delirio en él representaron.
Mirad su frenesí: ¿cuál es la causa
de ese horrible furor, con que se agita?
El juego que os incita,
el juego que su mente ha trastornado,
y al hombre virtuoso ha degradado.
¡Ay! Yo gemí con él; y mis suspiros
y los de un pueblo con los suyos fueron:
¡Ay! Yo lloré con él; pero mi llanto
las lágrimas de todos confundieron:
¡ah!, malvados, temblad llenos de espanto,
oyendo sus lamentos doloridos;
temblad, cuando lo veis romper la tierra
por pagar el engaño; ella algún día
os negará el sustento; y si cavando
osáis buscarle en su abundoso seno,
del corvo hierro el golpe rechazando,
lanzará de su centro horribles gritos,
que dirán: no mantengo los delitos.
Lejos de este espectáculo, vosotras
gentes endurecidas;
lejos de aquí el tumulto en que engreídas
corréis tras los placeres bulliciosas,
entre el vano aparato sin sentido.
El rostro ni el vestido
de este sublime actor, ni la armonía,
que arrebata pintando sus pasiones,
moverá vuestra helada fantasía;
Él habla a los sensibles corazones.
Los que con él en su aflicción gimieron,
también en sus consuelos se gozaron,
cuando al Delirio vieron
la calma suceder. Vuelve piadosa
la cándida virtud: ved el semblante
de esa esposa constante,
que con voz angustiada y melodiosa,
extendiendo sus brazos;
la razón le devuelve en dulces lazos.
La amistad, que la sigue,
con la tierna piedad de un aldeano,
y el alborozo ufano
de la sencilla gente
forman, poniendo fin a su martirio,
el patético cuadro del Delirio.
Música y poesía encantadoras,
genios de imitación, abrid el templo
de la inmortalidad, y en su recinto
coronad al actor, que despreciando
el negro vicio, y la ignorancia hollando,
logró la admiración de nuestra España:
porque tan bello ejemplo
quede a los siglos en el sacro templo.
La vanidad de los placeres: Oda
Oigo del mundo el eco lisonjero
sonar gozoso en torno de mi mente,
y la insensata gente
veo correr en vano
sin poder halagar ningún sentido:
¿será, que la fortuna a los mortales
jamás otorgue algún placer cumplido;
o que el fastidio siga a las pasiones,
que no pueden saciar sus corazones?
Genio, que inspiras sin cesar mi canto,
yo me abandono a ti; guía mi acento;
vuela en pos del contento
que el hombre te presenta en su grandeza,
cuando engañado su vivir fatiga,
y sus tesoros por gozar prodiga.
Jamás el espectáculo pomposo
vio del sol al nacer, ni sus oídos
el canto de las aves melodioso
gozaron, cuando el orbe se ilumina;
sumido en ocio, de velar cansado,
la noche se avecina
cuando el lecho dejando lentamente,
torna de los placeres al bullicio,
con que el mundo le encubre el precipicio.
Piensa que puede amar, y ser amado;
y los deleites del amor siguiendo,
un instante engañado
vivió de su ilusión encantadora;
pero nunca gozó: desconfianzas,
ingratitud, traiciones le atormentan;
celos devoradores
le acosan sin cesar con sus furores;
y si en la variedad busca delicias,
el interés le vende sus caricias.
El lujo le previene los banquetes
que la gula inventó; soberbio en ellos
adula su deseo caprichoso
con viandas exquisitas:
naturaleza de su seno hermoso,
los dones le presenta, que cultiva
bañado de sudor el desvalido,
allí desvanecido,
de falaces amigos rodeado,
con extraños licores lisonjea
su apetito estragado,
hasta que en el desorden ya beodo
pierde con la razón el placer todo.
Envilecido entonces, degradado
del nombre racional corre aturdido
del circo al espectáculo sangriento,
en él, igual a las sañudas fieras,
del hombre perseguidas,
tranquilo goza el bárbaro contento
de ver los inocentes animales
rabiando de perecer; y si la suerte
no protege los diestros lidiadores
también sin susto ve llegar su muerte.
Si asiste del teatro a las delicias,
sólo es por vanidad; su entendimiento
desconoce del arte los encantos:
el vano lucimiento
ocupa su atención; no las pasiones
que ve representar; no las desgracias,
ni el castigo, que alcanza el vicio impío,
su corazón movieron,
de sentimientos y virtud vacío.
Alguna vez de estruendo venatorio
seguido al campo sale;
y en el placer de muerte embebecido
las libres aves su rigor destruye;
que el privilegio de volar no vale
contra el ronco estallido
de la pólvora atroz; ni el manso ciervo,
ni la tímida liebre,
ni el veloz gamo su vivir libraron;
todos perecen: ¡ay!, cuando se aleja,
rastros de sangre por el valle deja.
Corre luego al festín; el atractivo
de la danza le ofrece sus deleites;
allí en tropel festivo
los mortales alegres se abandonan:
quien, en vueltas acá y allá girando,
en sus brazos conduce la doncella;
quien, rápido saltando,
del bello sexo la pasión excita;
quien, por danzar se agita,
y a los espectadores atropella:
los ojos se deleitan, los oídos;
y el tacto encanta los demás sentidos.
En vano este delirio pasajero
su languidez desvela,
mas poderoso objeto necesita,
para gozar placer; al juego vuela,
al juego destructor; en él consume
su tiempo y su riqueza:
en sus falaces suertes pierde el oro,
que socorrer pudiera cien familias,
deja entre las manos de un malvado,
lo que aliviar debiera al desdichado.
Si honoríficos puestos solicita,
¡cuánto a su orgullo que sufrir le espera!
La brillante carrera
de los premios emprende,
sin merecer ninguno; en ella ansioso
teme desaires, humillado ruega,
lisonjea, importuna,
y si acaso concede la fortuna
a su anhelar la injusta recompensa,
llega la senectud, y en pos la muerte
se presenta, seguida
del atormentador remordimiento,
de dolencia y terror; en vano entonces
remedios busca, por alivio clama;
el sepulcro lo llama;
baja a su seno, y su memoria en tanto
de nadie logra compasión ni llanto.
¿Y qué placer gozó? Todos huyeron
fugaces, del destino a la inconstancia;
todos en aflicción se convirtieron
cuando llegó su fin. ¿Acaso existe
algún placer durable cual la vida?
¿Acaso el mundo los consuelos niega
de recordar la dicha, aunque perdida?
No, débiles mortales;
la sagrada virtud en nuestros males
brilla, como la luz en las tinieblas;
ella conforta el corazón humano
contra la adversidad; y el poderoso,
que al triste socorrió con larga mano,
consigue venturoso
el supremo placer de hacer felices:
este es solo el deleite duradero
hasta el instante de vivir postrero.
Descripción filosófica del Real Sitio de San Ildefonso: oda a don Manuel de Quintana
Gracias una y mil veces doy al cielo
de hallarme en soledad; aquí, alma mía,
respira libremente:
¿en tan odioso suelo,
quién puede apetecer la compañía?
La maliciosa envanecida gente,
que corre diligente,
llena de orgullo, de ambición henchida,
de vil adulación acompañada,
y de negro interés prostituida,
es de mí detestada.
¡Oh Quintana! Tú sabes que abomino
estas falaces pompas del destino.
Sabia, fecunda y fiel naturaleza
gime en estos jardines suntuosos
por el arte oprimida;
destruye su belleza
en formas y dibujos monstruosos;
al vano gusto del capricho unida,
imagen abatida
de la virtud sagrada, llora en vano.
¡Con cuánto más placer en las orillas
del claro Gualmedina, el verde llano
vi poblar de ovejillas,
en giros mil acá, y allá saltando
con sus tiernos hijuelos retozando!
Por blanco mármol y dorados bronces
las cristalinas aguas arrojadas
suspendieron mis ojos;
miré en torno, y entonces
las gratas ilusiones disipadas
doblaron el pesar y los enojos.
Vi los tristes despojos
del hombre en sus grandezas engreído;
vi aquellos poderosos altaneros
el obsequio gozar, no merecido
de corazones fieros;
y pretender que logre el egoísmo
el premio que se debe al heroísmo.
Si por el lado opuesto descendiendo
busco del prado la naciente grama,
oh elevada colina,
que el gusto complaciendo,
sirva a mis miembros de mullida cama;
luego en tropel confuso se avecina
la gente, que destina
este lugar sencillo a su recreo.
Vienen con aparato bullicioso
a gozar la hermosura del paseo;
y con desvelo ansioso
mujeres bellas en orgullo iguales,
principios ciertos de perpetuos males.
Ni aun el sagrado templo está seguro
de abrigar la maldad en su recinto;
allí el lujo brillante
no es homenaje puro,
no es tributo de un Dios; a fin distinto
la vanidad del hombre penetrante,
en su orgullo constante,
hizo servir la pompa y la grandeza:
el Ser supremo olvida temerario
al tiempo, que le ofrece su riqueza;
pero el destino vario
doblega al triste cual ligera caña,
y en el soberbio corta su guadaña.
Yo vi desde mi albergue al alto monte
coronar el nublado ennegrecido;
vi, que el celeste fuego
alumbra el horizonte:
lejano el trueno penetro mi oído;
los ecos resonaron con el ruego;
mas luego, amigo, luego
que convertida en lluvia la tormenta,
el huracán en doble remolino
arrebató el peligro, que lamenta
el mísero vecino,
todo volvió a su ser, que la malicia
pronto del cielo olvida la justicia.
Quintana, vuela; sólo tú pudieras
animar mis ideas confundidas,
llenarme de contento;
las horas placenteras
de tu agradable genio ya perdidas
a mi vida prestaran nuevo aliento:
tú, con sublime acento
volvieras el verdor al mustio prado;
sensible y sabio, de amistad movido
mi placer renovaras con tu agrado;
mi ser fortalecido
con tu amistoso trato viviría;
y mi voz contra el vicio elevaría.
En los días de un amigo de la autora
Por llegar a la cumbre
del Parnaso eminente,
dejaba alegre mi apacible choza,
antes que por las puertas del oriente
la brillante carroza
de la rosada aurora
fuese de la de Febo precursora.
A celebrar los días
felices de Sabino
al templo de las musas me acercaba,
cuando escuché sonar eco divino,
que el Pindo alborozaba,
y en confusa armonía
el nombre de Sabino repetía.
Apresuro mis pasos,
y, donde Apolo estaba,
vi el coro de los dioses congregado,
que a mi feliz amigo festejaba
con el himno sagrado,
que él mismo componía,
por aumentar la gloria de su día.
Neptuno sin tridente,
Minerva sin la egide,
sin su lanza Belona, y Marte, fiero
sin la sangrienta espada, con que mide
la suerte del guerrero,
cantaban el destino,
que inspiraba la lira de Sabino:
Júpiter sin el rayo,
que aterra a los mortales,
al lado de Mercurio y de Diana
dejaba las moradas celestiales;
mientras Venus ufana
de ser la más hermosa
hizo a Juno quedar más envidiosa.
En tanto vi a las musas
brillantes y festivas,
que a los alegres genios repartieron
sacros ramos de palmas y de olivas.
En pos de esto pusieron
en la cima del monte
verde asiento, que admira el horizonte.
Sabino conducido
por la fama y la gloria:
Sin orgullo sentose. Arrebatada
yo entonces de su dicha, hice memoria
de mi lira olvidada,
y esperé que algún día
su silla se igualase con la mía.
“Anima, caro amigo,
(le dije) con tu ejemplo
los versos de mi numen atrevido;
porque la fama en su glorioso templo
librarlos pueda del obscuro olvido;
y a pesar de los hados
siempre serán tus días celebrados.”
Risueño se levanta,
y antes de responderme,
por aliviar mis infinitos males,
quiso de gracia algún presente hacerme;
y los puros cristales
de la castalia fuente
amistoso señala y complaciente.
Amira, dijo, llega;
bebe el agua que inspira
el amor celestial de las virtudes;
si alguna vez tu corazón suspira,
en seguirlas no dudes;
si su fuego lo inflama,
tu canto gozará de inmortal fama.
Yo bebí, y en mi seno
sentí, que poseído
mi dócil corazón de ardores puros,
los afanes de amor daba al olvido;
y en los tiempos futuros
de la sabia natura
señalara este día mi ventura.
Ya había de las horas
el celo cuidadoso
en el délfico carro los caballos
uncido para el curso vagaroso
El dios a sujetallos
subió sobre su asiento
y luego hollaron la región del viento.
Yo volví con Sabino
gozosa a mi morada,
y del licor de Baco prevenida,
rebosando la taza colorada,
le dije enternecida:
“El resto de este día
a tu amistad consagre mi alegría.”
A Licio: silva moral
Deja, Licio, que el necio maldiciente,
de la envidia inflamado,
con lenguaje insolente
descubra su rencor: nunca el malvado
miró la dicha ajena
con semblante sereno;
y la maledicencia es el veneno,
mísero fruto de su infame pena.
Tu ancianidad dichosa
siempre amó la virtud; tú has procurado
en tu feliz estado
sofocar de la envidia maliciosa
la ponzoñosa lengua,
que al hombre honrado quiere poner mengua.
Tu noble empeño es vano:
son del necio perpetuas, compañeras
la envidia y la malicia:
así el orgullo insano
acompaña las almas altaneras,
y sus virtudes vicia:
sírvales de castigo a su delito
vivir abominados,
y aun de sus semejantes detestados:
si en la pobre morada, donde habito,
sus voces penetraron,
compasión y desprecio sólo hallaron.
Sale de la montaña el agua pura,
y lleva su corriente por el prado;
bebe de ella el ganado;
y el animal inmundo antes procura,
que beber, enturbiarla,
y en sus hediondas cerdas empaparla.
Después el pasajero
en busca del cristal llega cansado,
y aunque desanimado
mira turbio su curso lisonjero,
bebe, y se satisface
buscando la corriente donde nace.
Así el hombre sensato
de la envidia el rumor sabio desprecia;
y aunque sienta el infame desacato,
perdón concede a la malicia necia,
y compasivo dice:
¡Oh cuánto es infelice
el mortal, que ocupado
en la mordaz censura,
de sí mismo olvidado,
mira el ajeno bien con amargura!
Bien sabes, Licio tú, cuánto granjea
un corazón sensible y bondadoso,
que su piedad recrea
viendo a su semejante más dichoso:
y aunque sin más riqueza,
que este don que le dio naturaleza,
por sí solo es amado,
feliz en cualquier clase y respetado.
Por esta prenda la amistad sencilla,
el placer, los amores,
a tu mansión llevaron sus favores;
y a tu vista se humilla
temblando el envidioso,
respetando tu asilo venturoso.
Con insensible vuelo
va la tierra girando en torno al día;
y aunque la niebla y hielo
empañen de la esfera la alegría,
nosotros no dudamos,
que siempre alumbra el sol cual deseamos.
Compadécete, pues, del envidioso,
que mira despechado
sus rayos fecundar el monte y prado;
y siempre generoso,
si mi amistad aprecias,
no merezcan tu enojo almas tan necias.
.
.
María Rosa Antonia de Gálvez y Ramírez de Velasco, también conocida como María Rosa Gálvez de Cabrera (Málaga, España, 14 de agosto de 1768 – Madrid, España, 2 de octubre de 1806). Poeta, dramaturga y traductora. Aunque su obra ha permanecido silencia dos siglos, actualmente es considerada la escritora más destacada del siglo XVIII.
Era hija adoptiva en el hogar de los Gálvez de Macharaviaya (Málaga), una ilustre e influyente familia andaluza de políticos y militares. Los antepasados de los Gálvez fueron unos hidalgos vascos que llegaron a Andalucía en 1240 acompañando a Fernando III el Santo, y se asentaron en dicha región en un solar que les otorgó el monarca, el Solar de los Postigos. En 1492 Antón de Gálvez se destacó en la Reconquista de Granada y recibió de los Reyes Católicos el privilegio de poseer un asiento y banco privativo en la iglesia parroquial donde estableciere su residencia. La ilustre familia consiguió reunir en apenas tres décadas (1769-1790) a dos Virreyes de Nueva España (Matías y Bernardo de Gálvez, tío y primo de María Rosa respectivamente), a un Ministro de Indias (José de Gálvez, tío de la autora), y a un Asesor de la Casa Real y Ministro del Consejo de Guerra (Miguel de Gálvez, hermano también de su padre).
Antonio de Gálvez y Mariana Ramírez de Velasco contrajeron matrimonio el 4 de octubre de 1751 en la iglesia de San Jacinto.
Desde su casamiento el matrimonio residió en Málaga. Su situación económica era sumamente acomodada, como lo ilustran las relaciones sobre el personal de servicio, los muebles y las alhajas detalladas en los dos últimos testamentos que otorgaron de mancomún; y parte de su fortuna la dedicaron a obras de caridad y religiosas: la fundación de las escuelas de Primeras Letras en Macharaviaya y la construcción del Noviciado de los Franciscanos en Cádiz en 1783, la reconstrucción de la iglesia de Macharaviaya en 1785 (costearon el altar de San Antonio), y la fundación de una ermita bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario en 1790 (Madoz X:517).
La vida pública de Antonio que lo mantenía alejado del hogar durante largos períodos y su temperamento violento deben haber influido en el carácter de Mariana, una mujer muy simple y analfabeta, quien ante la imposibilidad de tener hijos propios volcó sus frustradas aspiraciones maternales en la crianza y educación de varios sobrinos pobres y de una niña que adoptó años más tarde, la futura Maria Rosa.
La reserva con la que el matrimonio Gálvez trató siempre el asunto de los orígenes de María Rosa, que pasó los primeros años de su vida en la casa de expósitos de Ronda, apunta a que podría haber sido hija natural de su padre adoptivo, Antonio de Gálvez y Gallardo. En el certificado de adopción consta que en ese tiempo la joven tenía dieciocho años y era vecina de Málaga, y que respondía al nombre de María Antonia Rosalía de Gálvez. No se indica la fecha o lugar de nacimiento, y sólo se informa que los Gálvez se hicieron cargo de su crianza y educación desde su infancia (información que vuelve a ser repetida en el tercer testamento de los Gálvez, la escritura de concordia de los herederos y el testamento de Mariana). La fecha del certificado de adopción permite inferir que MRG nació entre la segunda mitad del 68 y la primera del 69.
Aunque apenas tenemos datos sobre sus años de formación es muy probable que María Rosa de Gálvez recibió una educación esmerada lo que unido a su inagotable voluntad de trabajo la convertirá en una gran escritora.
En 1789 se casa con José de Cabrera y Ramírez, también de ilustre familia, aunque de menor patrimonio. Se instalan en Málaga, donde José de Cabrera, que había abandonado el ejército tras el enlace, se dedica a la administración de los bienes recibidos por su esposa como dote matrimonial y heredados tras la muerte del padre de esta en 1792. María Rosa de Gálvez, que aún no ha publicado nada aunque ya ha comenzado a escribir sus poesías líricas, se enfrenta en Málaga a diversos litigios, tanto económicos –a causa de las numerosas deudas de juego contraídas por su marido, que van mermando el patrimonio familiar- como conyugales, pues las constantes ausencias de José de Cabrera y las desavenencias de la pareja conducen a repetidas rupturas, reconciliaciones y demandas ante los Tribunales. En estos años fallece también la única hija del matrimonio, nacida en 1793, y la autora se desplaza temporalmente a Madrid (1800)para seguir de cerca algunos de los pleitos en los que los Cabrera se encuentran enfrascados. En el Madrid de Carlos IV, María Rosa de Gálvez se introduce en la alta sociedad cortesana a través de familiares (su prima, Condesa de Castro-Terreño y Marquesa de la Sonora, ya vivía en la capital) y amistades (como la de María Rita de Barrenechea, condesa del Carpio), y entabla una relación fluida con Manuel Godoy, conocido como el Príncipe de la Paz, que la distingue con prebendas y ayudas destinadas a aligerar el coste económico de la publicación de sus obras o a sortear la censura previa a la representación de las mismas.
En 1796, poco después de una reconciliación matrimonial y huyendo posiblemente de las deudas contraídas en Málaga por José de Cabrera, la pareja se traslada a Puerto Real (Cádiz), donde conserva diversas propiedades. En 1803 José de Cabrera obtiene, por mediación de Godoy, un puesto en la legación española en los Estados Unidos, y su marcha al extranjero sella la separación definitiva del matrimonio, que no se reunirá nunca más. El final del episodio americano de Cabrera resulta notablemente accidentado, ya que apenas dos años después de su llegada es encarcelado y finalmente expulsado del país en 1805 por falsificación de la firma del embajador español para el cobro de cheques bancarios.
Maria Rosa sufrió grandes penurias económicas los últimos años de su vida y falleció prematuramente, el 2 de Octubre de 1806 en Madrid, siendo enterrada en la iglesia de San Sebastián. Tenía 38 años.
La obra literaria de Maria Rosa se compone de poesía lírica (doce odas, una silva, una elegía, un romance heroico y una octava real); seis tragedias, dos piezas trágicas menores, cinco comedias originales y otras cuatro traducidas del francés.
Obra poética : La mayor parte de sus poemas aparecieron en el primer tomo de sus Obras Poéticas, en 1804, y probablemente –no están fechados- fueron compuestos entre 1795 y 1801. Entre ellos encontramos poemas de circunstancias, dedicados a exaltar acontecimientos patrióticos (La campaña de Portugal, Las campañas de Buonaparte en Italia,) odas filosóficas impregnadas de sensualismo panteísta (Descripción filosófica del Real Sitio de San Ildefonso, En los días de un amigo de la autora, La noche) e incluso composiciones en la línea del reformismo moral ilustrado (La vanidad de los placeres, La beneficencia). Sus tres últimos poemas, Viaje al Teyde(1805), En elogio de las fumigaciones de Morvó (1806) y En elogio de la marina española (1806) se publican por separado, los dos primeros en sendas revistas (Variedades de ciencias, literatura y artes y Memorial Literario) y el último como suelto en la Imprenta de Repullés.
María Rosa de Gálvez destacó como dramaturga en una época hostil a las mujeres con aspiraciones dramáticas. Debemos destacar su versatilidad a la hora de participar en diferentes géneros como la comedia de costumbres o la comedia sentimental, e incluso otros menos habituales aún en la pluma de una mujer de su época , como la tragedia bíblica, la de inspiración histórica o el drama, y en todos ellos se esfuerza con especial interés en tratar de compaginar el canon neoclásico con una temática que gira de forma casi monográfica en torno a la experiencia femenina en general y más particularmente a la posición de las mujeres en los inicios del siglo XIX.
María Rosa de Gálvez consigue que algunas de sus obras sean representadas con cierta fortuna en los teatros más renombrados de la capital.
El 3 de agosto de 1801 se estrenan en el Teatro del Príncipe sus primeras obras, la tragedia Alí-Bek y la comedia Un loco hace ciento, en septiembre de ese año se pone en escena en el Teatro de Cruz su obra Catalina o la bella labradora, versión de la obra del mismo título de Amélie-Julie Candeille, y en noviembre se estrena en este coliseo su drama original Safo. Las tres primeras se imprimen ese mismo año y se recogen en el volumen quinto del Teatro Nuevo Español.
En agosto de 1802 y en mayo de 1803 se estrenan, respectivamente, las traducciones de Gálvez de la comedia La intriga epistolar de Fabre d’Églantine y de la opereta Bion (con libreto de Hoffman y música de Méhul).
En 1805 se estrenan las comedias La familia a la moda y Las esclavas amazonas.
En 1806 se representa en los Caños del Peral su última traducción del francés, la comedia de Étienne titulada La dama colérica o novia impaciente.
La obra de María Rosa de Gálvez ha tardado doscientos años en ser rescatada. A Rosa Gálvez se la descalificó sin leerla porque vivió sola e independiente y triunfó en el teatro. La autora se rebeló contra los modelos patriarcales que imperaban en su época. Sus personajes femeninos son fuertes, independientes, luchan por la libertad e incluso eligen el suicidio antes que el sometimiento. Es pionera en tratar el tema del antiesclavismo en España a través de Zinda por su condena de la esclavitud.
En España la Fundación José Manuel Lara, dentro de la colección clásicos andaluces, en colaboración con el Instituto Municipal del Libro de Málaga ha publicado Holocaustos a Minerva (2013) sobre la figura y la obra de la escritora Mª Rosa de Gálvez. Una edición que ha preparado la poeta Aurora Luque.
Enlaces de interés :
Fuente de la bio : https://www.cervantesvirtual.com/portales/maria_rosa_de_galvez/biografia/
https://images.app.goo.gl/dEBewHernrj1Timy5
https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/obras-poeticas-tomo-i–0/html/
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