15 Poemas de Robinson Jeffers

“Decidí no decir mentiras en verso. No fingir cualquier emoción que no sentía”

Robinson Jeffers

Apologia por los malos sueños

I

En la luz púrpura, pesada con secuoyas, las pendientes caen

hacia el mar,

Impetuosas convexidades del bosque, arrastradas hacia el

empinado barranco. Abajo, en el risco del mar,

Un claro solitario; un pequeño campo de maíz cerca de la

corriente; un techo bajo árboles sin maltrato. Luego el

océano

Como una gran piedra en la que alguien labró agudos bordes y

pulió hasta sacar brillo. Más allá, la fuente

y la caldera de luz increíble que mana del hundido sol. En el

pequeño claro una mujer

Castiga a un caballo; ha enlazado el cabestro a un renuevo en el

límite del bosque; pero cuando el grandioso azote

Se aferró a los costados, la criatura dio patadas tan fuertes que

ella temió que rompiera el cabestro; llamó desde la casa

A un hombre joven, su hijo, quien trajo una amarra de cadenas,

y afanándose juntos, enlazaron

Ambos las pequeñas y herrumbradas junturas alrededor de

la lengua del caballo

Y lo ataron de la hinchada lengua al árbol.

Vistos desde esta altura ellos se encogen hasta parecer insectos,

Fuera de toda relación humana. No podés distinguir

La sangre que brota allí donde se ha ajustado la cadena,

La bestia que se estremece; sólo el cuello que arremete y las

patas

Muy abiertas. Podés ver el azote caer sobre los costados…

El gesto del brazo. No podés ver la cara de la mujer.

La enorme luz golpea desde el Oeste a través de la valla de

nubes de los vientos alisios. El océano

Se oscurece, las altas nubes cobran brillo, las colinas juntas se

oscurecen. Indómita e increíble belleza

Cubre el mundo al anochecer… no lo cubre, se evidencia a partir

de él, tal y como Venus allá abajo surge

Del cielo encendido. ¿Qué ha dicho el profeta? “He creado el

bien: y he creado el mal: Yo soy el Señor”.

Los excesos de Dios

¿No es acaso por su gran superfluidad que es conocido

nuestro Dios? Y es que suplir una carencia

es natural, animal, mineral: pero eso de arrojar

arcoíris sobre la lluvia

y belleza sobre la luna, y arcoíris secretos

en las cúpulas de profundas conchas de mar,

y volver el necesario abrazo de la procreación

bello también como el fuego,

y no dejar siquiera a la mala hierba multiplicarse sin florecer

ni a los pájaros sin música:

He ahí la grandiosa humanidad que yace en el corazón de las

cosas,

la extravagante bondad, la fuente

que la humanidad puede entender, y que manaría de igual

forma

si en una misma rama hicieran nido el poder y el deseo.

Aves

Los fieros clamores musicales de un par de gavilanes que cazan

en el cabo,

revolotean y se arrojan, con sus cabezas hacia el noroeste,

aguijonean el ruido del océano como flechas de plata

disparadas a través de una cortina

y atropellan su granito; sus rojos dorsos destellan

bajo mi ventana alrededor de los filos de la piedra; nada hay tan

grácil, nada

tan ligero en el viento. Hacia el Oeste se reúnen las espigadoras

de olas,

las viejas y grises gaviotas que van hacia el mar, y el viento

noroeste despierta

sus alas a las frenéticas espirales de la danza del viento.

Frescas como el aire, saladas como la espuma, juegan las aves

en el brillante viento, vuelan halcones

Olvidando el roble y el bosque de pinos, vienen gaviotas

Desde las arenas de Carmel y desde las arenas del estero, desde

Lobos y desde el poder

Infinito de la masa del mar, pues un poema

Requiere multitud, multitudes de pensamientos, todos fieros,

todos carnívoros, musicalmente clamorosos

Brillantes halcones que revoloteen y se arrojen de cabeza, y

desgarbadas

Hambres grises emplumadas con el deseo de transgredir, picos

enlegamados de sal, provenientes de las agudas

Costas de roca del mundo y de las aguas secretas.

Fin del continente

En el equinoccio, cuando la tierra estaba velada por una lluvia

tardía, coronada con amapolas húmedas, esperando la

primavera,

El océano embraveció y una tormenta lejana azotó su borde, la

crecida del suelo sacudió los cimientos de granito.

Al mirar yo hacia los límites del granito y el rocío, las marcas

establecidas del mar, sentí tras de mí.

Montaña y llanura, la inmensa anchura del continente, ante mí

la mole y la plegada extensión del agua.

Y dije: Vos uniste bajo un mismo yugo el aleutiano sello de

rocas con los sembradíos de lava y coral que florean al sur,

Sobre tu diluvio, la vida que buscó el amanecer mira a la

nuestra que ha buscado la estrella poniental.

Las largas migraciones se encontraron a través tuyo y no son

nada para vos, nos has olvidado, madre,

Eras mucho más joven cuando gateábamos para salir del

vientre y reposar a los ojos del sol al borde de la marea.

Fue hace mucho, mucho tiempo; nos hemos vuelto orgullosos

desde entonces y vos te has amargado; la vida retiene

Tu inconstante, suave e inquieta fortaleza; y envidia la dureza,

la insolente quietud de la piedra.

Las mareas están en nuestras venas, aún miramos las estrellas,

la vida es tu hija, pero en mí está

Más viejo, más duro y más imparcial que la vida, el ojo que

miró antes de que hubiese un océano.

Que te miró llenar tus camas a partir de la condensación del

fino vapor y te miró transformarlas,

Que te observó suave y violenta desgastar tus propios bordes,

carcomer la roca, cambiar de lugar con los continentes.

Madre, aunque la medida de mi canción es como el ritmo

antiguo del latido de tu oleaje, yo nunca lo aprendí de vos.

Antes de que hubiese agua hubo ya mareas de fuego, y así tu

tu tono como el mío derivan de esa fuente más antigua.

Robinson Jeffers en Tor House en 1958

“Tor House” y Hawk Tower de la familia Jeffers, actualmente gestionado por la Fundación Tor House

Carmel Point

¡La extraordinaria paciencia de las cosas!
Este hermoso lugar desfigurado por un brote de casas
 suburbanas -qué hermoso cuando por primera vez lo
 contemplamos,
campos sin fin de amapolas y de altramuces cercados con
 limpios acantilados;
ninguna intrusión, sino dos o tres caballos pastando
o una pocas vacas lecheras restregándose los flancos en las
 sobresalientes rocas-,
ahora, ha llegado el corruptor, ¿acaso le importa?
Ni remotamente. Tiene todo el tiempo. Sabe que la gente es
 una marea
que se desborda y luego refluye
y disuelve todas sus obras. Mientras la imagen de prístina
 belleza
vive en el grano mismo del granito,
segura como el mar inacabable que trepa por nuestro
 acantilado. Con respecto a nosotros:
debemos descentrar nuestra mente de nosotros mismos;
debemos deshumanizar nuestros puntos de vista un poco, y
 volvernos confiados
como la roca y el océano de que estamos hechos.

La roca y el halcón

He aquí un símbolo en el que
muchos trágicos pensamientos
se contemplan a sí mismos.

Esta roca gris, elevándose sobre
el promontorio, donde el viento marino
no deja crecer ningún árbol,

a prueba de terremotos, y marcada
por eras de tormenta: en su cumbre
un halcón se ha posado.

Pienso que aquí está el emblema
que debes colgar en el cielo del futuro;
no la cruz, no la colmena,

sino esto: poder reluciente, oscura paz;
fiera conciencia unida a un desinterés definitivo;

vida con tranquila muerte; los ojos y los actos realistas
del halcón unidos al macizo misticismo
de la piedra,

que el fracaso no puede abatir
ni el éxito enorgullecer.

Gente intranquila y fraccionada, sin otro centro

que los ojos y las bocas que la rodean,

sin más función que servir y apoyar

a la civilización, la enemiga del hombre,

con razón viven tan dementes, deseando

con sus lenguas el progreso; con sus ojos el placer; con sus

corazones la muerte.

Sus ancestros fueron buenos cazadores, buenos con los rebaños

y con la espada,

pero ahora el mundo está de cabeza;

Los buenos hacen el mal, la esperanza está en los criminales; en

el vicio

que disuelve las ciudades y en las guerras que las destruye.

A través de guerras y corrupciones la casa ha de caer.

Llorá por aquellos sobre quienes cae. Alegrate: la casa está

minada, y ha de caer.

Credo

Mi amigo de Asia tiene poder y magia, él arranca una hoja azul

del joven eucalipto

Y, oteando sobre ella, reuniendo y aquietando

Al Dios que hay en su mente, crea un océano más real que el

océano, la sal, la verdadera

Presencia aterradora, el poder de las aguas.

Él cree que nada es real excepto mientras lo hacemos. Yo, que

soy más humilde, he hallado en mi sangre

Engendrada al Oeste del Cáucaso un misticismo más arduo.

La multitud se yergue en mi mente pero creo que el océano en

la bóveda de hueso es sólo

El océano de la bóveda de hueso: allá afuera está la del océano;

El agua es el agua, el risco es la roca, ya vengan choques y

destellos de realidad. La mente

Pasa, el ojo se cierra, el espíritu es un tránsito;

La belleza de las cosas nació antes que los ojos y se basta a sí

misma; la desgarradora belleza

Permanecerá incluso cuando no haya un corazón que se

desgarre por ella.

Pesca del salmón

Los días se acortan, el Sur sopla a sus anchas pidiendo lluvia,

el viento del sur le grita a los ríos,

los ríos abren sus bocas y el salmón de sal

se dispara hacia la riada.

En el mes de la Navidad, contra el rescoldo y la amenaza

de una larga y furiosa puesta de sol,

roja ceniza del oscuro solsticio, mirás a los pescadores con sus

cañas,

Compasivos, crueles, prístinos,

como los sacerdotes del pueblo que edificó Stonehenge,

silenciosas formas oscuras que ejecutan

remotas solemnidades en los rojos bajíos

del estero a la vuelta del año,

y traen a tierra su vivo lingote, las bocas ensangrentadas

y las escamas llenas del ocaso

se crispan en las rocas, para ya no vagar más a voluntad

por la impetuosa dehesa del Pacífico, ni retozar desovando

y disparándose hacia el agua fresca.

Punta Carmel

¡La extraordinaria paciencia de las cosas!

Este bello lugar desfigurado por un brote de casas

suburbanas—

Qué bello cuando por primera vez lo contemplamos,

un campo intacto de amapola y lupino cercado por riscos

despejados;

Ningún entrometimiento a no ser por dos o tres caballos que

pastaban,

o unas pocas vacas lecheras que se rascaban con las piedras

salientes del sembradío—

Ahora el corruptor ha llegado: ¿le importará algo?

Ni vagamente. Tiene todo el tiempo. Sabe que la gente es una

marea

Que crece y que con el tiempo mengua, y que todos

sus afanes se disuelven. Mientras tanto la imagen de la prístina

belleza

Vive en que cada borona del granito,

seguro como el océano infinito que trepa nuestro risco. —En

cuanto a nosotros:

Debemos descentrar nuestras mentes de nosotros mismos;

Debemos inhumanizar un poco nuestra mirada, y tener

la confianza de la roca y el océano de los que fuimos hechos.

A la roca que será la piedra angular de la casa

Viejo jardín de liquen gris y ocre,

¿cuánto tiempo ha pasado desde que la desvanecida gente de

tez morena

encendió fogatas y se acurrucó aquí a tu lado

para huir del alborotador viento marino? Cien años, doscientos,

has permanecido separado de la humanidad

y has conocido sólo ardillas del rastrojo y conejos del

promontorio,

o caballos de arado con largas cernejas

que abren las cumbres en diciembre, y luego las gaviotas,

que gritan en el negro surco; nadie

te tocó con amor, el halcón gris y el halcón rojo te tocaron

donde ahora reposa mi mano. Así que te he traído

vino y leche blanca y miel para mil años de hambruna

y para las cien frías edades del viento marino.

Nunca se me habría ocurrido que el sabor del vino ligara bien

con el granito

ni que la miel y la leche te agradaran; pero dulcemente

se mezclan por las grietas que dejaron las tormentas entre el

musgo,

penetrando entre las silenciosas

huellas de alas de antiguos climas ha mucho en paz. Y las más

viejas

cicatrices del fuego prístino, y la resistencia

de la piedra que espera cargar por millones de años

una esquina de la casa, destinaron también esto.

Prestame la fuerza de piedra del pasado y yo te prestaré

las alas del futuro, pues las tengo.

Cuán querido me serás cuando también yo envejezca, viejo

camarada.

Fuego en las colinas

Los ciervos saltaban como hojas que flotan en el viento
bajo el humo, frente a la estruendosa ola de la maleza en llamas;
pensé en las vidas más pequeñas atrapadas.
La belleza no es siempre adorable; el fuego era bello, el terror
del ciervo era bello; y al descender por la pendiente
tras el fin del fuego, un águila se posaba
en la punta de un pino calcinado,
insolente y ahíta, envuelta en las plegadas tormentas de sus hombros
había venido desde lejos por la buena caza,
con el fuego como batidor para atraer la presa; el cielo era
de un azul implacable y las colinas implacablemente negras,
el gran pájaro sombrío dormitaba implacable entre ellas.
Pensé, con dolor pero convencido:
La destrucción que hace bajar un águila del cielo es mejor que los hombres.

Brilla, República feneciente

Mientras esta América descansa cómoda en su vulgaridad,

engrosándose pesadamente hacia el imperio,

Y la protesta, apenas una burbuja en la masa fundida, estalla y

suspira, y la masa se endurece,

yo, sonriendo tristemente, recuerdo que la flor decae para dar

fruto, el fruto se pudre para formar la tierra.

A partir de la madre; y a través de los alborozos de primavera,

madurez y decadencia; y de vuelta a la madre.

Con la prisa sólo apresurás la decadencia: no hay culpa en ello;

la vida es buena, sea obstinadamente larga o sea un

repentino

esplendor mortal: los meteoros no son menos necesarios que las

montañas; brillá, república feneciente.

Pero a mis hijos les haré mantener la distancia de ese centro

expansivo; la corrupción

nunca ha sido obligatoria, cuando las ciudades caigan a los pies

del monstruo, todavía estarán allí las montañas.

Niños, en nada se guarden tanto como en el amor al hombre,

siervo astuto, amo insufrible.

He ahí la trampa para los nobles de espíritu, en la que cayó

—según dicen— Dios, al caminar sobre la tierra.

R.Jeffers, California 1948

Inscripción para una lápida

No estoy muerto, solo me he vuelto inhumano:
esto es,
me desnudé de risibles orgullos y enfermedades,
pero no como el hombre que
se desnuda para meterse en la cama, sino como el atleta
se desviste para la carrera.
La delicada maraña de nervios me convirtió en evaluador
de ciertas ficciones
llamadas bien y mal; eso hacía que me contrajera de dolor
y me expandiera de placer,
adaptándome inquieto como un pequeño electroscopio:
es algo que he perdido, es verdad,
(yo nunca lo echo de menos; si el universo lo hace,
¡es muy fácil de reemplazar!)
pero todo lo demás se acentúa, se ensancha, se libera.
Yo admiraba la belleza
cuando era humano; ahora soy parte de la belleza.
Vago en el aire,
soy principalmente gas y agua, y fluyo en el océano;
te toco a ti y a Asia
al mismo tiempo; tengo una mano en los amaneceres
y en el brillo de esta hierba.
Dejé la luz precipitada de las cenizas a la tierra
como muestra de amor.

Post mortem

Aunque alguien de

muy lejos al final del tiempo

haya de encontrar mi presencia en un poema,

no le importará a mi fantasma otra cosa que estar aquí, una

larga sombra crepuscular en las vetas del granito, y un

espíritu para la piedra

Cuando ya la carne haya sido olvidada.

John Robinson Jeffers (Allegheny, EE.UU., 10 de enero de 1887 — Carmel-by-the-Sea, EE.UU., 20 de enero de 1962).Poeta y dramaturgo. Su poesía se relaciona con la tragedia del mundo moderno y del destino de la humanidad, cuya vida se presenta como una lucha inmersa en una red de pasiones.

Hijo del ministro presbiteriano y erudito bíblico, el Dr. William Hamilton Jeffers, cuando era niño, Jeffers recibió una formación completa en la Biblia y los idiomas clásicos. La familia Jeffers viajaba con frecuencia a Europa y Robinson asistió a internados en Alemania y Suiza. En 1902, Jeffers se matriculó en la Universidad Occidental de Pensilvania; cuando su familia se mudó a California, se transfirió al Presbyterian Occidental College como estudiante de tercer año. Jeffers se graduó de la universidad a los 18 años. Jeffers estudió literatura, medicina y silvicultura durante sus años como estudiante en la Universidad del Sur de California y la Universidad de Washington.

En 1906 conoció a una compañera de estudios, Una Call Kuster. Los dos se enamoraron, aunque en ese momento Una estaba casada. Se casaron en 1913, al día siguiente de finalizar el divorcio de Una, y se mudaron a Carmel Point, en la costa central del estado de California, donde Jeffers construirá una casa (Tor House) y una torre de estilo irlandés (Hawk Tower), para su esposa. La pareja había viajado por Inglaterra e Irlanda y se inspiró en la belleza agreste de las islas británicas. Una sentía fascinación desde la infancia por las antiguas torres de la región , y Robinson decidió construirle a Una su propia torre a solo unos pasos de Tor House. Ambas construcciones son de piedra, y están rodeadas del paisaje natural de la zona: mar y bahía, pero también —y sobre todo— grandes extensiones de montañas.

El primer volumen de versos de Jeffers, Flagons and Apples, apareció en 1912, pero fue la publicación de 1924 de Tamar and Other Poems lo que llamó la atención. En los años siguientes, sus letras, escritas en una línea tosca de verso libre derivada de Walt Whitman, y sus poemas narrativos psicológicamente inquisitivos, escritos en verso blanco tradicional, lo hicieron famoso. La naturaleza no solo sirve como telón de fondo para los versos de Jeffers; los animales y los objetos naturales se comparan con frecuencia con el hombre, mostrándose al hombre como inferior. “No hay una sola persona memorable”, escribió Jeffers en Contrast. Jeffers prefirió la naturaleza al hombre porque sintió que la raza humana era demasiado egocéntrica, que no reconocía el significado de otras criaturas y cosas en el universo.

Jeffers denominó a su filosofía “inhumanismo”, que explicó que era “un cambio de énfasis del hombre al no hombre; el rechazo del solipsismo humano y el reconocimiento de la magnificencia transhumana. … Ofrece un desapego razonable como regla de conducta, en lugar del amor, el odio y la envidia”. La humanidad había sido rechazada por un Dios indiferente, creía Jeffers, por lo que cada individuo debería deshacerse de las emociones y abrazar a un dios indiferente y no humano. Para desarrollar su filosofía del inhumanismo, Jeffers se basó en sus extensas lecturas sobre filosofía, religión, mitología y ciencia. Los críticos han relacionado las ideas de Jeffers con las de Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche, Lucrecio e historiadores cíclicos como Giambattista Vico, Oswald Spengler y Flinders Petri.

Jeffers alcanzó el pináculo de su fama temprano. En 1932 estuvo en la portada de Time, y en 1946 su versión del drama griego Medea se presentó en Broadway. Pero la opinión popular comenzó a volverse contra Jeffers cuando una formulación completa de su doctrina pareció prever con calma la extinción de la raza humana. Algunas de sus opiniones políticas, incluidas las referencias en su obra a Pearl Harbor, Hitler, Stalin y Roosevelt, también fueron recibidas con inquietud en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Su colección, The Double Axe (1948), incluía una advertencia del editor sobre los poemas potencialmente “antipatrióticos” que contenía.

Con el tiempo, Robinson Jeffers recuperó su lugar central en el floreciente campo de la ecopoética. Su trabajo intransigente celebra la belleza perdurable del mar, el cielo y la piedra y la libertad y ferocidad de los animales salvajes, y se esfuerza por crear una visión del mundo en la que la experiencia humana se cuestiona, califica e incluso se descentra de manera productiva. Los esfuerzos de Jeffers para cambiar el “énfasis y el significado del hombre al no-hombre” y su furia profética por las ambiciones imperiales de su país han resonado en lectores posteriores y han sido influencias cruciales en poetas de la Costa Oeste como William Everson, Yvor Winters, Gary Snyder y Robert. Hass.

Jeffers murió en Carmel-by-the-Sea, California , en 1962.

Su poema ‘La torre de más allá de la tragedia‘ (basado en dos obras de teatro de Esquilo), del libro Tamar y otros poemas (1924), está considerado como su mejor obra y el gran éxito público de Jeffers llegó con su adaptación de Eurípides ‘Medea (1946), que fue ampliamente leída y producida en Broadway en 1947.

Obra poética:

Flagons and Apples (1912), Californians (1916), El semental (1925), La mujer de Punta Sur (1927), Cawdor (1928), Querido Judas y otros poemas (1929), El aterrizaje de Thurso,(1932), Daré tu corazón a los halcones (1933), donde expresa su creencia en que, para sobrevivir, las personas deben transcender su humanidad adoptando la estolidez de las piedras o la soledad de los halcones. Sus últimos libros fueron The Double Axe and Other Poems(1948) y  Hungerfield y otros poemas (1954).

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