Las feministas
Pronunciaban la palabra. La escupían. La celebraban.
Corrían.
(Atrás de este vocablo debe oírse el pasar del viento.)
Hablaban a contrapelo. Interrumpiéndose.
Ah, tan descaradamente.
Vivían a la intemperie, que es el mismo lugar donde sentían.
Supongo que así nacieron.
No sabían de refugios, de techos, de amparos,
de patrocinios.
Estaban heridas de todo (y todo aquí quiere decir
la historia, el aire, el presente, el subjuntivo,
el contexto, la fuga).
Agnósticas más que ateas. Impactantes más
que hermosas. Vulnerables más que endebles. Vivas
más que tú. Más que yo. Estoicas más que fuertes.
Dichosas más que dichas.
Intolerantes. Sí. A veces.
¿Mencioné ya que eran brutales?
Caminaban en días de iracunda claridad como musas
de sí mismas
(eso ocurría sobre todo en el invierno cuando
los vientos del Santa Ana iban y venían
por los bulevares de Tijuana, arrastrando envolturas
de plástico y el polvo que obliga a cerrar los ojos
y negar la realidad)
a la orilla de todo, bamboleándose
eran la última gota que cuelga de la botella
(la mítica de la felicidad o la aún más mítica
que derrama el vaso o el sexo
impenetrable en la mismidad de su orificio)
y caían.
El colmo.
La epítome.
El acabose.
(Por debajo de estas frases debe olerse el tufo que deja
tras de sí el viento horizontal)
Supongo que solo con el tiempo se volvieron así.
Con hombres o, a veces, sin ellos, besaban
labiodentalmente.
Y se mudaban de casa y se cambiaban los calcetines
y preparaban arroz.
Y bajaban las escaleras y tomaban taxis y no sentían
compasión.
Decían: Este es el viento que todo lo limpia.
Y pronunciaban la palabra. Enfáticas. Tenaces.
Prehumanas.
Tajantes. Sí. Con frecuencia.
Conmovedoras más que alucinadas. Sibilinas más
que conscientes. Subrepticias más que críticas.
Hipertextuales. Claridosas.
Estoy segura de que ya mencioné que eran brutales.
Fumaban de manera inequívoca.
Cambiaban de página con la devoción y el cuidado
minimalista de las enamoradas.
Siempre andaban enamoradas.
En los días sequísimos del Santa Ana elevaban
los rostros y se dedicaban a ver (podían pasar horas
así) esas aves que, sobre sus cabezas, remontaban
lúcidamente el antagonismo del aire.
Y el Santa Ana (y aquí debe oírse una y otra vez
la palabra) (una y otra vez) despeinaba entonces
sus vastas cabelleras ariscas. Sus cruentas pestañas
(una y otra vez).
Despejar
No es extraño que la libertad sea a veces una gran pared blanca.
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El blanco, como se sabe, no es la ausencia de color.
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A través del disco de Newton, un viejo ejercicio escolar, los niños
aprenden que el blanco resulta de la rápida combinación de todos
los colores.
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The woman brought two glasses of beer and two felt pads. She put
the felt pads and the beer glass on the table and looked at the man
and the girl. The girl was looking off at the line of hills. They were
white in the sun and the country was brown and dry.
‘They look like white elephants,’ she said.
’I’ ve never seen one,’ the man drank his beer.
’No, you wouldn’t have.’
Todo eso en un famoso texto del escritor norteamericano Ernest
Hemingway.
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La aparente calidad de vacío del color blanco invita, por sí mismo,
a soñar.
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Las almohadas adoptan poco a poco la forma de una cabeza
apocalíptica.
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La niebla, a veces. La nube, que cae. El velo.
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Es cierto que en el sueño todo ocurre por primera vez.
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Alrededor del iris un paisaje invernal y, dentro del paisaje, un animal
antediluviano y, sobre el paisaje, un falcón de plumas blanquísimas.
Prefiero, entre muchas, la palabra súbita.
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La leve sonrisa en los labios es un signo de placer muy íntimo.
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En el 2002, alguien publicó el artículo: From Yellow to Red to Black:
Tantric Reading of «Blanco» by Octavio Paz, en el Bulletin of Latin
American Research , 21: 4, 527-44.
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La discreción suele ser una virtud.
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En lo personal, me tienen sin cuidado las virtudes.
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Frente al gran muro vacío, el cual es de color blanco, resulta fácil
preguntarse: ¿Es cierto que si corro el velo desaparece el rostro?
¿Es esta la tela del invierno más largo? ¿Cómo cae sobre tu espalda
la mano del amanecer?
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El futuro es un trazo.
El futuro me mira con sus ojos alucinados.
El futuro sabe escuchar jazz.
De repente, de la nada, la palabra cañaveral.
«Blanco» es uno de los títulos de Trois Couleurs, la triología de
Krzyzstof Kieslowski, de la cual prefiero en realidad «Azul».
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En el momento del despertar, el mundo es justo como esa gran pared
despejada.
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Empequeñecida por el tamaño del muro, pronuncio en voz baja las
palabras: la vida empieza aquí.
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Nunca he entendido lo que es un adverbio de lugar.
Tengo la impresión de que el disco de Newton es un breve estado de
gracia.
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Todos los colores están, en efecto, aquí.
Desparpajar
Hay un jardín y, en el jardín, hay un nogal de amplias ramas oscuras
cuyos frutos caen entre las hojas erectas del pasto. Alrededor de los
frutos inmóviles sobrevuelan los siete pájaros negros, parloteando.
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Es imposible saber aún de quién serán los pasos que dejarán la huella
de la que hablaré después.
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Alguien que todavía no respira hablará o parloteará, sin duda,
de todo esto.
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El que observa con cuidado el radiante plumaje del cuervo terminará
llevándose la mano hacia la cuenca de los ojos, acaso sin querer.
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En el juego se asume, no se comprueba.
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El descubrimiento de la verdad obligó a Edipo, el de los pies
hinchados, a olvidarse de la luz.
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No todas las tragedias son griegas, eso se sabe.
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Desde 1971 hay una capilla dentro de la cual cuelgan 14 lienzos
negros de Mark Rothko.
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Tuve un sueño ahí: a la vera del camino, rodeada de una vegetación
suntuosa, me esperaba meditabunda una gran ave negra.
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Me tomó tiempo darme cuenta de que no era un sueño. Enfrente
de mí y a la vera del camino y rodeada de una vegetación suntuosa
me esperaba, en efecto, una gran ave negra que daba la apariencia
de estar meditando algo sagrado o enorme o letal.
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En un momento dado y como obedeciendo a una señal divina,
los siete cuervos del jardín emprendieron el vuelo y desaparecieron
dentro del cielo gris.
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En el interior del verbo desparpajar hay, en realidad, un pájaro
muy inquieto.
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Entre las tribus Masái el negro se asocia con las nubes de lluvia,
símbolo de la vida y prosperidad futura.
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Es común que la gente recuerde sueños en los momentos menos
pensados.
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Observar verdaderamente un jardín requiere de mucho esfuerzo.
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El término agujero negro se aplica en astronomía al resultado del
colapso gravitacional de una estrella. Según las hipótesis científicas,
un agujero negro impide totalmente el escape de materia o energía,
extremo de lo que sucede con una superficie negra sobre la que
incide energía lumínica.
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Nunca he entendido el parloteo de las aves o, en general,
su comportamiento sobre los cables del teléfono.
Pensar menos es algo que puede ocurrir, en efecto, en cualquier
momento.
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Quien desparpaja destroza y malgasta, pero también se despabila y se
sacude ese sueño muy negro.
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Un jardín bien pudiera ser un cuerpo que se extiende a la vera del
camino: lujoso, trémulo, equidistante.
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Y el cuerpo bien podría ser la huella que produce el jardín sobre la
textura del tiempo.
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Son varios los expertos que señalan que para diseñar un jardín hay
que sentarse a meditar. Lo mismo pudo haber sido dicho por Rothko
en 1964 cuando inició su trabajo con grandes lienzos negros.
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El queísmo es una enfermedad pasajera, aunque no ineludible,
del lenguaje.
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Me pregunto si al decir: “si vale la pena hacer una cosa una
vez, entonces vale la pena hacerla una y otra vez, explorándola,
probándola, demandando mediante su repetición que el público
la contemple”, Rothko alguna vez pensó, aunque fuera por
equivocación, aunque solo fuera desparpajadamente, en el amor.
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Sé ya que alguien narrará lo que ocurre hoy aquí. Aunque no sé
por qué la primera tentación es siempre narrativa.
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Tengo la sospecha de que no hay uno sino dos pájaros inquietos
en el interior del verbo desparpajar.
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Es común que la aproximación al mundo se haga a través de hipótesis.
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En el juego se asume, no se comprueba.
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La frase «Todo lo que bajo el cielo hay» me hace pensar en los negros
pájaros del lenguaje que vuelan desaparpajadamente sobre el jardín
del nogal.
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El ave a la vera del camino pronunció de esa manera la palabra «sí».
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Rothko, para entonces, ya se había ido.
Vapulear
La manera en que se forma la ola, como de la nada, y cómo se rompe.
Tenue aguamarina.
¿Por qué alguien se introduce repentinamente en un mar de tersas
aguas frías una tarde de mucho sol? No tengo respuesta para eso.
La idea del experimento como juego, argumenta Mathias Viegener,
evita tanto la necesidad de percibir a lo experimental como opuesto
al realismo narrativo, así como de forzarlo a que dé resultados
políticos o incluso que produzca objetos particularmente inteligibles
para que participen en alguna forma de «contrato» con el lector.
Desde otra perspectiva sólo se trataba de tres personas a medio vestir
o medio desvestir que, muy adentro del océano, gritaban y reían. Los
brazos hacia el cielo; las bocas llenas de sal.
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Pero la luz.
La primera tentación es, ciertamente, narrativa.
Entrar en la boca del Pacífico, horizontal. Los miembros tan
extendidos como una cierta forma testaruda de. Introducirse como
quien avizora y cree en el destino y en la santa mano del azar. Nadar
ahí como quien recuerda de súbito que solía.
En las dos perspectivas debe existir el pelícano que, a toda velocidad,
cae en línea recta sobre la marea. Visión monumental.
La aguamarina es la variedad de color azul verdoso pálido del berilo
Pronto se sabrá que el pelícano y la marea y la velocidad forman una
trinidad santísima.
¿Y cómo no pensar en la infancia, en los veranos interminables de
la infancia, cuando los cuerpos en ebullición, tan delgados y sólidos
como astas, se deslizaban sin temor bajo las aguas en busca de algo
desconocido o algo nuevoo, cuando menos, todo aquello que todavía
no se sabía que hacía falta?
Qué alguien diga: ¡Pero la espuma: ligera, burbujeante, blanquísima!
En el experimento todo es potencial, por eso no se miden los
resultados sino el proceso.
Alguien pudo haber pensado también que se trataba de tres personas
desquiciadas mientras que otro pudo haberlas descrito como
absolutamente metafísicas.
Pocas veces bajo las olas, así, resquebrajándose. A punto de existir
y a punto de no existir como la fe.
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Mi vida con la ola es el título de un cuento surrealista de Octavio Paz.
El tono azulado de la aguamarina se debe a la presencia de Fe2+;
mientras que el verdoso se debe a las inclusiones de Fe3+
Es bueno estar en la tierra, alguien habría dicho eso mientras los pies
se hundían en la arena y el sargazo se abrazaba a los tobillos como
a una última oportunidad.
Pero el nimbo de cosa sagrada o de umbral.
Es difícil concebir que el agua, al inicio tan helada, pueda tornarse
con tanta facilidad o rapidez en una cálida mano que protege contra
el pasado y contra el futuro y contra todo lo que está.
Siempre me he preguntado cómo pasan los días, en realidad, los que
viven dentro de la cavidad torácica de una ballena.
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El sargazo es un género de macroalgas plactónicas de la clase
Phaeophyceae (algas pardas) en el orden Fucales. Las algas, que
pueden crecer en largo varios metros,son pardas o verde negruzcas
y diferenciadas en rizoides, estipes y lámina. Algunas especies tienen
vesículas llenas de gas para mantenerse a flotey promover la fotosíntesis .
Muchas tienen texturas duras, que entrelazadas entre sí y con robustos
pero flexibles cuerpos, le ayudan a sobrevivir a corrientes fuertes.
The Waves es el título de una de las novelas de Virginia Woolf.
Leí The Waves por primera vez bajo la fronda un árbol al que
calificaría sin problema alguno de feliz.
he Waves ha sido desde entonces uno de mis libros de cabecera.
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No cabe duda, lo propio de las olas es vapulear.
These are beautiful shores, dijo Lisa Robertson refiriéndose, sin duda,
a otras playas o a otras orillas en uno de los poemas que compone su
libro The Men.
Pero las gotas iridiscentes sobre la piel. Elegantes joyas pequeñísimas.
El Pacífico es un océano y es un hombre que se extiende
orgánicamente a lo largo del litoral.
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Los yacimientos de aguamarina son muy numerosos. Se pueden
encontrar aguamarinas en Italia, Sri Lanka, India y Estados Unidos.
También en bastantes países africanos, como Zambia, Nigeria,
Madagascar, Kenya, Tanzania y Malawi. Las minas más importantes
son las de Brasil: Minas Gerais, Bahía y Espirito Santo. Sin embargo,
los ejemplares más cotizados provienen de los Montes Urales,
en Rusia.
En efecto, Pacífico es también el nombre de una cerveza producida
en el norte de México.
Pero este tenue sabor a sal.
Es sólo un momento saturado de lo que los modernos llamaban totalidad
queriendo decir luz de octubre.
El aguamarina refuerza el campo magnético y trae buena suerte.
Aporta felicidad y bienestar. Se dice que provoca la sonrisa y la
alegría de las personas que la llevan. Fortalece el sistema nervioso
central, el hígado y los riñones. Cura las impurezas de la piel y es
indicado para los dolores de la nuca, mandíbulas y dientes, así como
las afecciones de la garganta. Abre los chakras del entrecejo, del
plexo solar y del bazo.
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Desciende de algún lado, entonces, la palabra inefable.
El vaivén recurrente inacabable inconmovible de las olas me
recuerda el concepto de repetición en Gertrude Stein.
Justo como la primera, la última tentación también es narrativa.
En contra de Aristóteles, para quien ser feliz era una forma de
autorrealización humana, una postura conocida como eudemonismo,
Epicuro creía en el hedonismo, a saber, la convicción de que la
felicidad es una forma de experimentar el placer intelectual y físico.
Pero el eco del grito que escapa de la garganta.
Tengo la impresión de que el presente del indicativo es sólo una
variante de la ola original.
En el juego se asume, no se comprueba.
Y tú estabas en medio de todo eso, tocando.
Música de fondo
A veces se quitaban la piel y la colgaban
de los tendederos. Eso sucedía las mañanas
en que amanecían exhaustas, las mañanas
en que estaban a punto de decir no-aguanto-más.
Y la piel ondeaba de cara a la luz más preciada.
Y la piel se mecía en los brazos del viento, que son
los Brazos de Nadie, como si no existiera en realidad
ninguna razón para morir.
Olorosa a tacto y a pólvora y a flores de plástico
y también a limón, la piel mostraba sus cicatrices
con esa indiferencia que frecuentemente se confunde
con el orgullo.
Era un cuadro de aspiración bucólica y de belleza naíf.
Si no hubiera sabido que eran sus pieles,
sus pieles en esas mañanas en que estaban muy cerca
de sumergirse, habría podido pensar que se trataba
de un spot televisivo al que solo le faltaba la música
de violines y hachas.
Adorar
A veces es necesario confesar algo.
En ciertas iglesias antiguas los santos observan con una tristeza
infinita a los peregrinos que, exhaustos, alzan la vista hacia los
nichos dorados.
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Yo peregrino, tú vagabundeas, él anda, nosotros nos extraviamos,
ellos merodean, ustedes viajan.
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Nosotros nos extraviamos.
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El olor a sudor y a rabia contenida y a muchos años juntos y a fracaso
y a mugre bajo las uñas y a pequeñas piernas entumecidas.
Los rostros se desfiguran detrás de las ventanillas de los trenes
o los autobuses.
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El odio es, a veces, un invernadero.
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En los momentos más solemnes, por ejemplo cuando una persona se
arrodilla, suele aparecer en el aire la mosca del presente.
El sonido de los tacones sobre el mosaico bien podría ser el de un
telégrafo exaltado.
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En efecto, la mujer huye, despavorida.
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Habría sido hermoso aspirar el aroma de los nardos sin la presión
en el pecho o sin preguntarse acerca de la diferencia entre confesión
y autobiografía.
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El dolor puede ser a veces un trauma semántico.
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Yo te execro, tú me repruebas, ella te engaña, nosotros maldecimos,
ellos se enemistan, ustedes nos abominan.
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Es posible que exista un síndrome de encono detrás de las conducta
violenta de los psicópatas y los amantes.
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Estoy segura de haber dicho ya que nos extraviamos.
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Peregrinar es un término que viene del latín peregrinare que significa
andar en tierras extrañas.
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Yo te daño, tú me envenenas, él nos infecta, nosotros nos
perjudicamos, ellos nos corrompen, ustedes se drogan.
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Habrá que repetir que fuimos nosotros los que nos extraviamos.
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Las peregrinaciones, como las historias, pueden llevarse a cabo
por mera cuestión de fe o como método para expiar algún pecado.
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Yo te horrorizo, tú me condenas, él se resiente, nosotros nos
vengamos, ellos nos desdeñan, ustedes nos repugnan.
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Enunciar en serie ordenada las distintas formas de un mismo
verbo, las cuales denotan sus diferentes modos, tiempos, números
y personas, es una de las definiciones del vocablo conjugar.
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El olor a copal suele ser asfixiante aún dentro de los espacios en
apariencia infinitos de las grandes catedrales íntimas.
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Es cierto que la mujer huye despavorida.
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Los tonos como el dorado no resultan de las combinaciones de
colores primarios, sino que son reflejos de estructuras metálicas
cristalinas, por eso todas las pinturas de esos colores se hacen
exclusivamente a base de polvos metálicos.
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A quienes perdonen sus pecados, serán perdonados, y a quienes se los
retengan, les serán retenidos
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Yo sollozo, tú gimoteas, él se aflige, nosotros chillamos, ellos lloran,
ustedes se conduelen.
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Hay un momento en el día en que la luz se hace pequeña y uno se
detiene sobre un montículo de piedra y entiende, sin lugar a dudas,
que nada.
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Alguien se inclina bajo el peso nocturno de los insectos alados.
Alguien apaga la luz.
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Postrarse es una forma de caer.
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¡Qué alguien recuerde el agua fría del manantial donde se congregan
los lisiados!
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Es posible que recordar sea, sobre todo, un vaivén.
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¿Serás tú quien mencione el olor a resina de los bosques cercanos?
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Justo ahora una saeta de oro muy viejo, rauda, aquí.
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Lo propio del tiempo es pasar.
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En Elogio de la Sombra, el autor japonés Junichiro Tanizaki argumenta
que la laca dorada no debe ser vista en plena luz sino en la oscuridad,
porque es ahí que mejor recoge el tenue reflejo de las velas y las
lámparas, otorgándole así una textura única a la noche.
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Yo recuerdo, tú haces memoria, nosotros repasamos, ellos miran
hacia atrás.
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Nadie es feliz, se sabe.
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Si los peregrinos levitaran no habría necesidad alguna de remendar
sus zapatos.
Ir y no venir
Ir al Ministerio Público y regresar del Ministerio
Público. Ir a la muerte.
Hacer preguntas acerca de la muerte.
Tomar fotografías de la muerte. Callarse
junto a las imágenes de la muerte. Tener frío.
Escribir sobre la muerte. Sobre las preguntas acerca
de la muerte.
Escribir: muerte. Separar las sílabas. Desentrañar
letras.
Escribir la muerte. Abrirla.
(Una lata de sardinas. Una lápida. Una ventana.)
No volver nunca de la muerte.
Quedarse en la muerte.
[testigo ocular]
Yo las vi
Las manecillas persiguiéndose una a la otra
dardos, hormigas punzando bajo las manos
una, dos, tres, cuatro, cinco, ocho vueltas
dentro de la boa circular de la mirada. El latir
de los dientes. La eternidad.
Eran las ocho de la mañana cuando la hoja de metal
rasgó la pantalla del cerebro
y casi las cuatro de la tarde cuando la aguja cosió
los jirones del miedo.
Nunca habías estado tan lejos de mí.
¿Dónde estabas cuando no estabas en ningún lado?
¿Cómo es el mundo detrás del telón de los párpados
sellados?
¿Sabía a algo la carne de la lengua?
No te vi partir. No quise.
Dijeron que yacías sobre la camilla como una hoja
recién cortada
una soga sin nudos
la fruta madura que se desparrama sobre la selva.
Fue entonces que te convertiste en un cuerpo y nada
más que un cuerpo:
dos brazos, dos piernas, una cabeza, venas.
De pronto ya no fuiste mi madre ni la madre de otra
hija muerta
lejana, perdida dentro de la noche de ti misma eras
el mecanismo descompuesto
el objeto quebradizo que se envuelve en lienzos
de papel de china
y se guarda en la caja de las palabras, la esquina
de la respiración.
Dijeron que ya no estabas ahí cuando tuzaron
el cabello
y colocaron las sábanas sobre el torso, las piernas,
los dedos.
Dijeron que no sentiste nada.
Que dentro de la anestesia no se siente nada.
Es como la niebla, dijeron. Una cortina.
Y yo la vi
mis ojos escudriñaron la blancura de su tela.
Dieron dos pasos adentro.
Temblaron.
Parecía de seda pero era de cal y sudor y adrenalina
una mortaja de autismo
una torre de marfil erguida dentro de las venas
el pasillo rectangular del sótano a donde no llega
el humo de la cabeza.
Pensé en una vida sin ti y mis ojos la vieron:
un mendigo en el centro de la ciudad en llamas
el paisaje inmóvil después de todas las batallas
un desierto sin voz y sin acacias.
Hilda, dije, no te vayas.
A cada minuto tu nombre dentro de mis labios
como un talismán de menta
el martillo que rebota una y otra vez sobre la superficie
de un reloj de arena.
No me dejes. No te atrevas.
Ocho horas con tu nombre a cuestas.
Hubo sangre, dijeron al final, una hemorragia.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco litros derramados sobre
la tierra.
Después, la irrevocabilidad de los reportes en forma
de telegrama:
Estamos tratando de salvar su vida. Con el favor de dios.
Las próximas 72 horas.
Y vi las horas y tomé sus manos y me recosté
en la cuna mullida de su regazo
tan quieta como tú, tan maltratada como tú, tan llena
de moretones como tú.
Esperaba cualquier cosa con mis ojos suspendidos
sobre las manecillas del reloj.
Eran las 3:40 del tercer día cuando tus ojos se abrieron
sobre los míos.
¿Qué hora es?, preguntaste.
Es la hora de respirar, ésta.
Cristina Rivera Garza ( Matamoros, Tamaulipas, México, 1 de octubre de 1964) narradora, poeta e historiadora. Graduada en la UNAM en Sociología y Doctora en Historia Latinoamericana por la Universidad de Houston. Profesora asociada de historia mexicana en la Universidad Estatal de San Diego (1997-2000). Profesora del Departamento de Comunicación y Humanidades y Co-directora de la Cátedra de Humanidades del ITESM campus Toluca (2004-2008) y es profesora de Escritura Creativa en el Departamento de Literatura de Universidad de California en San Diego. Ha sido acreedora a la Beca Salvador Novo 1984-1985, en cuento; a la beca FONCA Jóvenes Creadores 1994-1995, en novela; y a la beca FONCA Jóvenes Creadores 1999-2000 en poesía. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores Artísticos (2007).
El 16 de julio de 1990, Liliana, una estudiante universitaria de veinte años, fue asesinada por su expareja, un celoso patológico que la acosaba y solía amenazarla con suicidarse. Tras décadas de dolor y silencio, su hermana, Cristina Rivera Garza decidió buscar el expediente policial para averiguar por qué su asesino jamás fue detenido ni condenado, por qué Ángel González Ramos siguió libre. Tras revisar el archivo personal de su hermana escribió El invencible verano de Liliana (Random House,2021) un libro de investigación, y denuncia sobre los feminicidios en México y también un canto y homenaje a la vida de su hermana.
Premios: Apuntes, Premio de poesía Punto de Partida 1984; La guerra no importa, Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí, 1987; Nadie me verá llorar, Premio Nacional de Novela José Rubén Romero, 1997; Nadie me verá llorar, Premio Internacional IMPAC-Conarte-ITESM, 1999; Nadie me verá llorar, Premio Iberoamericano Sor Juana Inés de la Cruz, 2001; Ningún reloj cuenta esto, Premio Nacional de Cuento Juan Vicente Melo, 2001; Premio Internacional Anna Seghers, Berlin, 2005); el Internacional Roger Caillois para Literatura Latinoamericana (2013) y el Shirley Jackson (2018).
En el 2020 Cristina se convirtió en la segunda mexicana que obtuvo la prestigiosa beca MacArthur Genius Grant, que se otorga a distinguidos artistas y científicos radicados en Estados Unidos. Su obra fue galardonada con el Premio Nuevo León Alfonso Reyes 2021, por la visualización de la violencia de género y el impulso en la construcción de lazos, redes y relaciones. Su libro El invencible verano de Liliana (Literatura Random House, 2021) obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2022 y en 2024 obtuvo el Premio Pulitzer en la categoría de “Memoria o Autobiografía” por El invencible verano de Liliana, una obra en la que aborda el feminicidio de su hermana menor ocurrido en 1990.
Textos suyos han aparecido en antologías y diversos diarios y revistas nacionales. Algunos de sus libros han sido traducidos al inglés, italiano, portugués, alemán, coreano, francés y esloveno.
Obra poetica publicada:
La más mía (México: Tierra Adentro, 1998)
Los textos del yo (México: Fondo de Cultura Económica, 2005).
Bianco, Anne-Marie, La muerte me da (Toluca: ITESM-Bonobos, 2007
El disco de Newton, diez ensayos sobre el color. México: Dirección de Literatura, UNAM, Bonobos, 2011.
Viriditas, Guadalajara: Mantis/UANL, 2011.
La imaginación pública (2015)
Novelas publicadas:
Desconocer, finalista del Premio Juan Rulfo para primera novela, en 1994.
Nadie me verá llorar (México/Barcelona: Tusquets, 1999), traducida al inglés, portugués e italiano.
La cresta de Ilión (México/Barcelona: Tusquets, 2002)
Lo anterior (México: Tusquets, 2004).
La muerte me da (México/Barcelona: Tusquets, 2007)
El mal de la Taiga (México/Tusquets, 2012)
Autobiografía del algodón (Literatura Random House, 2020)
El invencible verano de Liliana (Random House,2021), (sobre el feminicidio de su hermana Liliana)
Enlaces de interés :
http://cristinariveragarza.blogspot.com
https://gatopardo.com/revista/cristina-rivera-garza-autobiografia-del-algodon/
https://cuadernoshispanoamericanos.com/cristina-rivera-garza/
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