9 Poemas Mariluz Escribano Pueo

«Escribo desde mi libertad, como quiero y cuando quiero»

M.Escribano

Desde un mar de silencio

En el niño el misterio es su mirada intacta

que adjetiva la savia del húmedo futuro,

cuando alcanzar al hombre es nombrar la tristeza

y sentir como el tiempo suprime los pronombres.

El niño es el regreso a un espejo de hierbas

con senderos que surcan un sol indeclinable

que los pájaros vencen con sus vuelos oscuros.

El recuerdo camina con sus pasos de lino

por la laguna inmensa de sus puras pupilas,

y como el mar regresa,

con vocación de ola,

a posarse en la densa penumbra

de los sueños.

Y es así que esta tarde,

Cuando me miro y siento los puñales del tiempo

Con esquinas de múltiples alfileres de agua

Que me cosen la boca con heridas pequeñas

Con sosiegos, silencios

Y soledades claras.

Cuando no tengo a nadie a quien cantarle un verso

O darle una limosna de beso remansado,

Con quien hablar de nada

Con serena tristeza,

leo a Guillén y pienso:

el amor fue mi casa,

quiero decir mi madre,

con sus andares lentos,

con su afanoso amor por ordenar la casa

y conservar la harina de los racionamientos,

los retales,

los hilos

y la esperanza intacta.

Necesario es decir que mi madre cantaba.

Yo no sé si cantaba para olvidar escombros,

ruinas,

muertes,

tristeza,

guerras,

hombres,

palabras,

telarañas del tiempo,

sangre no regresada,

pero yo la miraba desde el patio llovido,

sentada en la terraza,

cuando el otoño alzaba una luz de madera,

y pensaba: es mi madre,

definitivamente,

y mi madre es mi casa.

Detrás de los visillos silenciosos y albos,

náufragos en el aura dorada de la tarde,

habitaba la luz insomne de mi madre,

su silencio de flor,

su soledad de pájaro.

Yo la miraba estar,

nunca quieta,

gozosa,

amasando la blanca pobreza de la harina.

Otras veces, tocaba, sosegada, el piano

o cosía con leve puntada primorosa

para evitar la dura pobreza de las telas.

La casa era modesta,

pero mi madre hermosa,

con sus gráciles manos como ríos o arroyos

que trabajan la inmensa desolación del tiempo.

Su cuerpo se poblaba de fantasmas insomnes

de tristezas de hilo guardadas en baúles

y recordaba siempre, con mirada de sueño,

la palidez de agua de su infancia de musgo.

La nostalgia era en ella sustancia de madera,

persistencia de algas sobre los ojos limpios.

Mi madre era la fuerza sideral de los hondos

caminos de la espiga alejada del agua.

Y es que yo la miraba desde el patio llovido,

cuando la superficie de la tarde moría,

y sabía que ella reposaba un momento

y leía despacio a Miguel de Unamuno.

Y ahora, cuando no vuelve,

cuando la llamo y nada

presagia su palabra de inmediata costumbre,

desde el patio la llamo,

desesperadamente,

y sólo el mar responde,

es decir, sólo el viento,

quiero decir la brisa,

aquella que movía su pelo, levemente,

mientras la luz de otoño deshacía

la suave penumbra de los arces.

Los ojos de mi padre

Los ojos de mi padre, 
mirándome en la patria cereal de  los trigos,
en un tiempo de cunas
mecidas por el viento de la guerra,
mirando cómo crezco
en los abecedarios
y conquisto sonidos primitivos
balbuceos, palabras necesarias,
porque él me empuja y vuelve,
desde su corazón y sus espigas,
su corazón de tierra y manantiales,
patria de tierra y gritos apagados.
Mi padre es un silencio que mira como crezco.
Sus manos me conforman,
me miran la estatura,
la dimensión del cuerpo,
averiguan gozosas
que me elevo en trigal.
Las manos de mi padre
tocan mi cuerpo y cantan,
y yo sé que me acunan
con nanas de caballos,
con la salmodia triste del judío,
del converso que habita por su sangre.
Pero paseo con mi padre.
Abandono en sus manos
mis manos tan pequeñas, 
y al calor de su sangre
mis pulsaciones tienen
una ambición de tiempos.

En las luces inquietas de la tarde,
al borde de la noche,
vamos pisando hierbas, territorios,
ríos como torrentes, manantiales,
horizontes donde la niebla habita,
paisajes metalúrgicos y bosques,
ciudades, vientos, cordilleras,
blancas constelaciones.
Camino con mi padre.
Me nombra a las palomas,
pájaros migratorios,
aguanieves que rozan las praderas,
alcaudones de viento,
golondrinas, gorriones, avefrías.
Y todo  pasa y llega de su mano,
y a mi infancia regresa
el calor confortable de su sangre.

Cuando llegan los días de septiembre,
láminas del otoño,
las madrugadas frías y estrelladas
detienen sus palabras.
Pero es sólo un instante
de sangre y de fusiles
porque mi padre vuelve del silencio
y pasea conmigo
el callado silencio de las calles,
y los campos sembrados
y las constelaciones,
y su voz de madera me acompaña, me mira cómo crezco.
Todo el mundo conoce
 que heredé de mi padre una bandera.

Umbrales de otoño(2014)

Te regalo mi nombre

Te regalo mi nombre y apellidos,
la vida inquieta que dejó en mis manos
una historia que no fue infancia alegre,
si no aquello que no pude contar.

Te regalo la parte que fue buena,
la de los trigos y las amapolas,
los caballos, majuelos y los juegos
en las bodegas y en los palomares,
cuando alzaba gorriones en mi pecho
y veía volar a las perdices.

Te regalo mi vida, si la quieres,
no sólo mi apellido,
porque hay mundos de acero insobornable
que no se ven. Con voluntad se ignoran.

Geografía de la memoria

Foto de:Roberto Través

El tiempo

Ahora que el tiempo ha dejado su huella,
sus pequeñas heridas
en el hueco del rostro,
ahora que todo pasa
por un espejo  cóncavo
y da miedo asomarse
a los escaparates
con su luz de neón
y las bellas ofertas
no hay nadie que me quite,
una infancia de calcetines blancos,
zapatos de charol
y una mirada clara.
Después de tantas lluvias
y  atardeceres lentos,
ahora es tiempo de paz,
de paz y de memoria.

El corazón de la gacela

Canción del silencio

En las horas pisadas por las sombras

en un gesto final de despedida,

cuando es tarde y tardíamente escucho

esta niebla o canción que me regresa,

todos los muebles tienen

una poblada soledad de incierta

nostalgia telefónica.

Y los libros me miran

con sus ojos de octubre

y el cigarrillo clama

urgido desde el piano

con volutas que pasan

transitan, me construyen

la palabra de amor en que trabajo.

Sobre la mesa, intacta,

la violeta de un nombre

que desprende una página.

Yo ya sé que es domingo

y que la brisa tiene una luz convocada

que me recuerda el mar.

Pero deja que guarde entre mis manos

limosnas de silencio:

siempre dejan sus huellas

espacios de rocío en la mirada.

Canciones de la tarde, (1995)

Gabo

Cruzan los teletipos los océanos azules;

ha muerto Gabo dicen, como si fuera un cuento,

allá en Colombia habita el buitre que cantaba

esa mala noticia que nos deja. tan huérfanos.

El eco lo repite: ha muerto Gabo,

y un profundo dolor deja en los ojos lágrimas.

Macondo está de luto, con sus callejas lóbregas

y sus hombres alzados sobre el polvo del tiempo.

Cien años de soledad son pocos

los que nos deja el hombre

que levantó una patria con nombre de Macondo,

habitada por hombres y por mujeres tristes

tan solos en un mundo ajeno a la aventura.

Sólo queda en Colombia un rincón ignorado,

Macondo se llamaba y Macondo se llama,

algún aventurero buscará con presteza,

aquellos peces de oro de Aureliano Buendía.

Escribiré una carta para cinco

Cuando surja la luz de primavera,

y las rosas dibujen sonrisas de colores,

escribiré una carta para cinco muchachos,

contándoles lo mucho que gané con la vida.

Escribiré desde una nube blanca,

con una tinta azul que no la borre el tiempo,

porque no volveré a pisar las arcillas,

ni la dura tristeza del asfalto.

Contaré que mi vida

fue una historia muy larga,

con mapas y lecciones

en un palacio antiguo,

el fragor de los trenes

hacia el país del trigo,

la lluvia sobre el mar

y las arenas suaves.

El Cantábrico allí,

tan lejos de Granada.

Después vinieron ellos,

esos cinco muchachos,

y los días pasaron

con nanas y con besos,

con los ojos dormidos

en cuna almidonada.

Mi corazón estuvo

siempre en guardia con ellos

Y ahora que ya han crecido

y conocen los mundos de las hierbas

los nombres de los pájaros,

la música del mundo,

los placeres del libro,

creo que ya he cumplido

mi misión en la tierra.

Escribiré una carta para cinco

cuando la primavera arribe

y me inunde la casa de amarillos.

El corazón de la gacela, (2015)

Canción de la tristeza

Aquí está la tristeza. 

No hay mar para abarcarla con latidos

de barcos por sus olas,

no hay albas más inciertas por sus bordes,

ni sueños que respiren

paisajes humanísimos y ocasos.

.

Porque está aquí y es sólo la tristeza

de saberse mujer como manzana

asomada a la lluvia del espejo,

a una historia desnuda de relatos

y a un pasado sin nombre y consecuente

y justamente azul, como debiera,

como debe erigirse en la memoria.

.

Ahora tengo una mano de marfil

y otra de ausencia

y ejerzo de tristeza y de noviembre.

Canciones de la tarde(1995)

Cuando me vaya

Dejaré un silencio en el recuerdo,
sonidos de una voz que fue muy joven,
y un aroma de sándalo y cipreses
para que no me olvides.

Y ahora, cuando el sol desaparece,
y hay promesa de una noche clara,
las estrellas se esconden
y están muertas de tanta nívea luz.

Dejaré abierta la ventana
Un gorrión divulgará mi huida,
y un frescor de mañana
anunciará mi marcha,
con trémula voz para llamarte.

Cuando me vaya
perderé  las praderas,
los bosques encendidos de noviembre,
el verde del jardín en primavera,
la tenue luz de los planetas,
la sonrisa de un niño,
el calor de un amigo,
lágrimas de dolor por los caminos
que transité tan alta,
la caricia de un perro
que dio fuego a mis manos.

Cuando me vaya 
habré perdido tantas cosas,
que creceré en trigal por no morirme.

Geografía de la memoria

Mariluz Escribano Pueo (Granada,España, 19 de diciembre de 1935- Granada, España, 20 de julio de 2019). Poeta, profesora, activista y narradora perteneciente a la Generación del 60, está considerada como la gran poeta del perdón y la memoria. 

Su padre, Agustín Escribano, fundó la Escuela Normal, donde se formó a los maestros granadinos durante medio siglo, y fue fusilado junto a las tapias del cementerio de Granada durante los primeros meses de la guerra civil. Su madre, Luisa Pueo y Costa (sobrina del librepensador Joaquín Costa), profesora de la Escuela Normal y directora de la Residencia de Señoritas Normalistas de Granada, (una institución para acoger a estudiantes valiosas pero con pocos recursos y formarlas desde los parámetros ideológicos de la Institución Libre de Enseñanza) tras el fusilamiento de su marido, fue represaliada y se le enajenaron todos sus bienes y cuentas bancarias, expulsada de Granada con su hija de diez meses (Mariluz Escribano) y trasladada forzosamente a Palencia, donde permaneció tres años hasta que se le permitió regresar a Granada con su hija y volver a ejercer en la Escuela Normal de Granada,  bajo la estricta vigilancia de las autoridades académicas nombradas desde la dictadura franquista.

Mariluz cursó simultáneamente estudios de Filosofía y Letras y Magisterio con brillantes calificaciones, trasladándose posteriormente durante un tiempo a Ohio, Estados Unidos, donde impartió clase en uno de los college más prestigiosos y reputados del país, el Antioch College.

Tras su retorno inició su andadura como docente y se doctoró en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, en la que ha ejercido como Catedrática de Didáctica de Lengua y Literatura, primero en la Escuela Normal (1967-1987) y posteriormente en la Facultad de Ciencias de la Educación (1987-2015).Asi mismo ha sido columnista del diario Ideal de Granada, estuvo al frente de la revista Extramuros durante cinco años y dirigió la revista EntreRíos desde su fundación, además de desarrollar una carrera como pintora.

Entre sus obras destacan Sonetos del alba, (1991), Desde un mar de silencio (Cuadernos del Tamarit, Granada, 1993), Canciones de la tarde (1995), Cartas de Praga (prólogo de Luis García Montero, 1999), Sopas de ajo (2001, 2ª ed.), Memoria de azúcar(2002), Ventanas al jardín (2002), El ojo de cristal (2004), Sonetos del alba (2ª ed. con prólogo de Gregorio Salvador [RAE] y Estudio Preliminar de Remedios Sánchez García, 2005), Jardines pájaros (2007), Los caballos ciegos (Estudio Preliminar de Remedios Sánchez, Devenir, 2008) y Escuela en libertad (2009); en colaboración con Tadea Fuentes ha publicado, Diálogos en Granada (1995) y Papeles del diario de doña Isabel Muley (2º ed. 2008).

Con su poemario  Umbrales de otoño (Estudio Preliminar de Remedios Sánchez, Hiperión, 2013), se convirtió en la primera mujer granadina ganadora del Premio Andalucía de la Crítica, uno de los galardones más importantes de España. Posteriormente ha publicado El corazón de la gacela (Valparaíso, 2015) y Geografía del silencio (Calambur, 2018). Azul melancolía (2016) es una antología de su poesía realizada por la autora en colaboración con Remedios Sánchez, máxima especialista en su obra.

En 2015 se le concedió la Medalla al Mérito de la Ciudad de Granada por su trayectoria de honestidad y compromiso con la ciudad y en 2016 fue seleccionada como una de las 82 poetas más relevantes nacidas entre 1886 y 1960 en el volumen Poesía soy yo. Poetas en español del siglo XX (1886-1960) (Visor). Ha recibido el Premio Elio Antonio de Nebrija de las Letras Andaluzas, la Medalla de Oro al Mérito de la Ciudad de Granada, la Bandera de Andalucía, el Premio Granadinas por la Democracia.

Enlaces de interés:

https://miradordeatarfe.es/?p=46466

https://www.bibliotecaescritoresandaluces.com/mariluz-escribano-pueo/

Mariluz Escribano Pueo

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