12 Poemas de Olga Orozco

El poema es solo una parte del territorio de fuego que el poeta atraviesa

Olga Orozco

En el final era el verbo

Como si fueran sombras de sombras que se alejan las palabras,
humaredas errantes exhaladas por la boca del viento,
así se me dispersan, se me pierden de vista contra las puertas del silencio.
Son menos que las últimas borras de un color, que un suspiro en la hierba;
fantasmas que ni siquiera se asemejan al reflejo que fueron.
Entonces ¿no habrá nada que se mantenga en su lugar
nada que se confunda con su nombre desde la piel hasta los huesos?
Y yo que me cobijaba en las palabras como en los pliegues de la revelación
o que fundaba mundos de visiones sin fondo para sustituir los jardines 
del edén
sobre las piedras del vocablo.
¿Y no he intentado acaso pronunciar hacia atrás 
todos los alfabetos de la muerte?
¿No era ese tu triunfo en las tinieblas, poesía?
Cada palabra a imagen de otra luz, a semejanza de otro abismo,
cada una con su cortejo de constelaciones, con su nido de víboras,
pero dispuesta a tejer y a destejer desde su propio costado el universo
y a prescindir de mí hasta el último nudo.
Extensiones sin límites plegadas bajo el signo de un ala,
urdimbres como andrajos para dejar pasar el soplo
alucinante de los dioses,
reversos donde el misterio se desnuda,
donde arroja uno a uno los sucesivos velos, los sucesivos nombres,
sin alcanzar jamás el corazón cerrado de la rosa.
Yo velaba incrustada en el ardiente hielo, en la hoguera escarchada,
traduciendo relámpagos, desenhebrando dinastías de voces,
bajo un código tan indescifrable como el de las estrellas o el de las hormigas.
Miraba las palabras al trasluz.
Veía desfilar sus oscuras progenies hasta el final del verbo.
Quería descubrir a Dios por transparencia.

Esa es tu pena

Esa es tu pena.
Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres
                                                                           que no vuelven.
Colócala a la altura de tus ojos
y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,
o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.
Si observas a trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina
                                                                         del reverso del cielo.
Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.
No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;
sólo conseguirías la multiplicación,  un erial, la bastarda maleza
                                                                         en vez de olvido.
Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque  te internes bajo un sol cruel entre
                                                                                                   columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre,
no la gastes con nadie.
Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:
sepúltala en tu pecho hasta el final,
hasta la empuñadura.

Con esta boca, este mundo

No te pronunciaré jamás, verbo sagrado,
aunque me tiña las encías de color azul,
aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,
aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas
y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.

Tal vez hayas huido hacia el costado de la noche del alma,
ese al que no es posible llegar desde ninguna lámpara,
y no hay sombra que guíe mi vuelo en el umbral,
ni memoria que venga de otro cielo para encarnar en esta dura nieve
donde sólo se inscribe el roce de la rama y el quejido del viento.

Y ni un solo temblor que haga sobresaltar las mudas piedras.
Hemos hablado demasiado del silencio,
lo hemos condecorado lo mismo que a un vigía en el arco final,
como si en él yaciera el esplendor después de la caída,
el triunfo del vocablo con la lengua cortada.

¡Ah, no se trata de la canción, tampoco del sollozo!
He dicho ya lo amado y lo perdido,
trabé con cada sílaba los bienes que más temí perder.
A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz melodía,
retumban, se propagan como el trueno
unas pocas monedas caídas de visiones o arrebatadas a la oscuridad.
Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía.
Hemos ganado. Hemos perdido, porque ¿cómo nombrar con esa boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?

Para hacer un talismán

Se necesita sólo tu corazón
hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la idolatría.
Nada más que un indefenso corazón enamorado.
                                                               Déjalo a la intemperie,
donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza loca y no pueda dormir,
donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe de azul escalofrío
sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos,
donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías y no logre olvidar.
Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la bruma.
Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra,
y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar el último grano de esperanza.
Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga,
que lo sacuda el trote ritual de la alimaña,
que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus antiguas glorias.
Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo, antes que sea tarde,
antes que se convierta en momia deslumbrante,
abre de par en par y una por una todas sus heridas:
que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo,
que plaña su delirio en el desierto,
hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él con la furia del hambre:
un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío.

Si sobrevive aún, si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios;
he ahí un talismán más inflexible que la ley, más fuerte que las armas y el mal del enemigo. 
Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a un centinela. 
Pero vela con él. 
Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra; puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!

Archivo personal Olga Orozco – Casa Museo Olga Orozco, Toay, La Pampa.

Olga Orozco

Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero. 
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe, 
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas, 
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones, 
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer. 
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron. 
De mi estadía quedan las magias y los ritos, 
Unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor, 
La humareda distante de la casa donde nunca estuvimos, 
Y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron. 
Lo demás aún se cumple en el olvido, 
Aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba en mí 
igual que en un espejo de sonrientes praderas, 
y a la que tú verás extrañamente ajena: 
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo. 

Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo, 
en un último instante fulmíneo como un rayo, 
no en el tumulto incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada 
entre los remolinos de tu corazón. 
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza. 
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo. 
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte 
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura 
que los cambiantes sueños, allá, donde escribimos la sentencia: 
“Ellos han muerto ya. 
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno. 
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento”

Olga Orozco y Alejandra Pizarnik

Pavana del hoy para una infanta difunta que amo y lloro

                                                                                              A Alejandra Pizarnik

Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se degarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro
laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.

Vuelve cuando la lluvia

Hermanas de aire y frío, hermanas mías: 
¿cuál es esa canción que se prolonga por las ramas y rueda contra el vidrio? 
¿Cuál es esa canción que yo he perdido y que gira en el viento y vuelve todavía?
Era lejos, muy lejos, en las primeras albas de un jardín custodiado por ángeles y ortigas.
Cantábamos para siempre la canción. 
Cantábamos nuestra alianza hasta después del mundo. 
Era hace mucho tiempo, hermana de silencios y de luna. 
Era en tu adolescencia y en mi niñez más tierna, 
cuando apenas te habías asomado a las sinuosas aguas del amor, que te apresaron pronto, 
y aún te vestías contra nuestro candor con el muestrario de las apariciones:
la novia fantasmal, el alma en pena o la mendiga loca; 
pero al día siguiente eras la paz y el roce de la hierba. 
Cuando te fuiste, faltó el cristal azul en la canción. 
Era hace mucho tiempo, hermana de aventuras y de sol. 
Yo era la más pequeña y seguía tus pasos por sitios encantados 
donde había tesoros escondidos en tres granos de sal, 
un ojo de cerradura enmohecida para mirar el porvenir más 
bello y un espejo enterrado en el que estaba escrita la palabra del supremo poder. 
Tú inventabas los juegos, las tentaciones, las desobediencias. 
Fueron tantos los años compartidos en fiestas y en adioses 
que se trizó en pedazos la canción cuando tu mano abandonó la mía. 
Hermanas de ráfaga y temblor, hermanas mías, 
las escucho cantar desde las espesuras de mi noche desierta. 
Sé que vuelven ahora para contradecir mi soledad, 
para cumplir el pacto que firmó nuestra sangre hasta después del mundo, 
hasta que completemos de nuevo la canción.

Les jeux sont faits

¡Tanto esplendor en este día!
¡Tanto esplendor inútil, vacío, traicionado!
¿Y quién te dijo acaso que vendrían por ti días dorados
en años venideros?
Días que dicen sí, como luces que zumban, 
como lluvias sagradas.
¿Acaso bajó el ángel a prometerte un venturoso exilio?
Tal vez hasta pensaste que las aguas lavaban los guijarros
para que murmuraran tu nombre por las playas,
que a tu paso florecerían porque sí las retamas
y las frases ardientes velarían insomnes en tu honor.
Nada me trae el día.
No hay nada que me aguarde más allá del final de la alameda.
El tiempo se hizo muro y no puedo volver.
Aunque ahora supiera dónde perdí las llaves 
y confundí las puertas
o si fue solamente que me distrajo el vuelo de algún pájaro,
por un instante, apenas, y tal vez ni siquiera,
puedo reclamar entre los muertos.
Todo lo que recuerda mi boca fue borrado de la memoria de  otra boca
se alojó en nuestro abrazo la ceniza, se nos precipitó la lejanía,
y soy como la sobreviviente pompeyana
separada por siglos del amante sepultado en la piedra.
Y de pronto este día que fulgura
como un negro telón partido por un tajo, desde ayer, desde nunca.
¡Tanto esplendor y tanto desamparo!
Sé que la luz delata los territorios de la sombra y vigila en suspenso,
y que la oscuridad exalta el fuego y se arrodilla en los rincones.
Pero, ¿cuál de las dos labra el legítimo derecho de la trama?
Ah, no se trata de triunfo, de aceptación ni de sometimiento.
Yo me pregunto, entonces:
más tarde o más temprano, mirado desde arriba,
¿cuál es en el recuento final, el verdadero, intocable destino?
¿El que quise y no fue?, ¿el que no quise y fue?

Madre, madre,
vuelve a erigir la casa y bordemos la historia.
Vuelve a contar mi vida.

Lejos, de corazón en corazón…

Lejos,
de corazón en corazón,
más allá de la copa de niebla que me aspira desde el fondo del vértigo,
siento el redoble con que me convocan a la tierra de nadie.
(¿Quién se levanta en mí?
¿Quién se alza del sitial de su agonía, de su estera de zarzas,
                                                                          y camina con la memoria de mi pie?)
Dejo mi cuerpo a solas igual que una armadura de intemperie hacia adentro
y depongo mi nombre como un arma que solamente hiere.
¿(Dónde salgo a mi encuentro con el arrobamiento de la luna contra 
                                                                                        el cristal de todos los albergues?)
Abro con otras manos la entrada del sendero que no sé adónde da
y avanzo con la noche de los desconocidos.

(¿Dónde llevaba el día mi señal, pálida en su aislamiento,
la huella de una insignia que mi pobre victoria  arrebataba al tiempo?)

Miro desde otros ojos esta pared de brumas
en donde cada uno ha marcado con sangre el jeroglífico de su soledad,
y suelta sus amarras y se va en un adiós de velero fantasma hacia el naufragio.
(¿No había en otra parte, lejos, en otro tiempo, una tierra extranjera,
una raza de todos menos uno, que se llamó la raza de los otros,
un lenguaje de ciegos que ascendía en zumbidos y en burbujas hasta la sorda noche?)
Desde adentro de todos no hay más que una morada bajo un friso de máscaras;
desde adentro de todos hay una sola efigie que fue inscripta en el revés del alma;
desde adentro de todos cada historia sucede en todas partes:
no hay muerte que no mate, no hay nacimiento ajeno ni amor deshabitado.
(¿No éramos el rehén de una caída, una lluvia de piedras desprendida del cielo,
un reguero de insectos tratando de cruzar la hoguera del castigo?) 
Cualquier hombre es la versión en sombras de un Gran Rey herido en su costado.

Despierto en cada sueño con el sueño con que Alguien sueña el mundo.
Es víspera de Dios. Está uniendo en nosotros sus pedazos.

La mala suerte

Alguien marcó en mis manos,
tal vez hasta en la sombra de mis manos,
el signo avieso de los elegidos por los sicarios de la desventura.
Su tienda es mi morada.
Envuelta estoy en la sombría lona de unas alas que caen y que caen
llevando la distancia dondequiera que vaya,
sin acertar jamás con ningún paraíso a la medida de mis tentaciones,
con ningún episodio que se asemeje a mi aventura.
Nada. Antros donde no cabe ni siquiera el perfume de la perduración,
encierros atestados de mariposas negras, de cuervos y de anguilas,
agujeros por los que se evapora la luz del universo.
Faltan siempre peldaños para llegar y siempre sobran emboscadas y ausencias.
No, no es un guante de seda este destino.
No se adapta al relieve de mis huesos ni a la temperatura de mi piel,
y nada valen trampas ni exorcismos,
ni las maquinaciones del azar ni las jugadas del empeño.
No hay apuesta posible para mí.
Mi lugar está enfrente del sol que se desvía o de la isla que se aleja.
¿No huye acaso el piso con mis precarios bienes?
¿No se transforma en lobo cualquier puerta?
¿No vuelan en bandadas azules mis amigos y se trueca en carbón el oro que yo toco?
¿Qué más puedo esperar que estos prodigios?
Cuando arrojo mis redes no recojo más que vasijas rotas,
perros muertos, asombrosos desechos,
igual que el pobrecito pescador al comenzar la noche fantástica del cuento.
Pero no hay desenlace con aplausos y palmas para mí.
¿No era heroico perder? ¿No era intenso el peligro? 
¿No era bella la arena?
Entre mi amado y yo siempre hubo una espada;
justo en medio de la pasión el filo helado, el fulgor venenoso
que anunciaba traiciones y alumbraba la herida en el final de la novela.
Arena, sólo arena, en el fondo de todos los ojos que me vieron.
¿Y ahora con qué lágrimas sazonaré mi sal,
con qué fuego de fiebres consteladas encenderé mi vino?
Si el bien perdido es lo ganado, mis posesiones son incalculables.
Pero cada posible desdicha es como un vértigo,
una provocación que la insaciable realidad acepta, más tarde o más temprano.
Más tarde o más temprano, estoy aquí para que mi temor se cumpla.

En tu inmensa pupila

Me reconoces, noche,
me palpas, me recuentas,
no como avara sino como una falsa ciega,
o como alguien que no sabe jamás quién es la náufraga y quién la endechadora.
Me has escogido a tientas para estatua de tus alegorías,
sólo por la costumbre de sumergirme hasta donde se acaba el mundo
y perder la cabeza en cada nube y a cada paso el suelo debajo de los pies.
¿Y acaso no fui siempre tu hijastra preferida,
esa que se adelanta sin vacilaciones hacia la trampa urdida por tu mano,
la que muerde el veneno en la manzana o copia tu belleza del espejo traidor?
Olvidaron atarme al mástil de la casa cuando tú pasabas 
para que no me fuera cada vez tras tu flauta encantada de ladrona de niños,
y fue a expensas del día que confundí en tu bolsa la blancura y la nieve, 
                                                                                                                 los lobos y las sombras.
Ahora es tarde para volver atrás y corregir las horas de acuerdo con el sol.
Ahora me has marcado con tu alfabeto negro.
Pertenezco a la tribu de los que se hospedan en radiantes tinieblas,
de los que ven mejor con los ojos cerrados y se acuestan del lado  del abismo
                                                                                                         y alzan vuelo y no vuelven
cuando Tomás abre de par en par las puertas del evidente mediodía.
Tú fundas tu Tebaida en lo invisible. Tú no concedes pruebas. 
Tú aconteces, secreta, innumerable, sin formular, 
como una contemplación vuelta hacia adentro,
donde cada señal es el temblor de un pájaro perdido en un recinto inmenso
y cada subida un salto en el vacío contra gradas y ausencias.
Tú me vigilas desde todas partes,
descorriendo telones, horadando los muros, atisbando entre fardos de penumbra;
me encuentras y me miras con la mirada del cazador y del testigo,
mientras descubro en medio de tus altas malezas el esplendor de una ciudad perdida,
o busco en vano el rastro del porvenir en tus encrucijadas.
Tú vas quién sabe adónde siguiendo las variaciones de la tentación inalcanzable,
probándote los rostros extremos del horror, de la extrema belleza,
la imposible distancia de los otros, el tacto del infierno,
visiones que se agolpan hasta donde te alcanza la oscuridad que tengo,
hasta donde comienzas a rodar muerte abajo con carruajes, con piedras y con perros.
Pero yo no te pido lámparas exhumadas ni velos entreabiertos.
No te reclamo una lección de luz,
como no le reclamo al agua por la llama ni a la vigilia por el sueño.
O habría de confiar menos en ti que en las duras, recelosas estrellas?
¡Hemos visto tantos misterios insolubles con sus blancos reflejos, aún a pleno sol!
Basta con que me lleves de la mano como a través de un bosque,
noche alfombrada, noche sigilosa, que aprenda yo lo que quieres decir, 
                                                                                                              lo que susurra el viento,
y pueda al fin leer hasta el fondo de mi pequeña noche en tu pupila inmensa.

Remo contra la noche

Apaga ya la luz de ese cuchillo, madrastra de las sombras.
No necesito luces para mirar en el abismo de mi sangre,
en el naufragio de mi raza.
Apágala, te digo;
apágala contra tu propia cara con este soplo frío con que vuela mi madre.
Y tú, criatura ciega, no dejes escapar la soga que nos lleva.

Yo remonto la noche junto a ti.
Voy remando contigo desde tu nacimiento
con un fardo de espinas y esta campana inútil en las manos.

Están sordos allá.
Ninguna pluma de ángel,
ningún fulgor del cielo hemos logrado con tantas migraciones arrancadas al alma.

Nada más que este viaje en la tormenta
a favor de unas horas inmóviles en ti, usurera del alba;
nada más que este insomnio en la corriente,
por un puñado de ascuas,
por un par de arrasados corazones,
por un jirón de piel entre tus dientes fríos.

Pequeño, tú vuelves a nacer.
Debes seguir creciendo mientras corre hacia atrás la borra de estos años,
y yo escarbo la lumbre en el tapiz
donde algún paso tuyo fue marcado por un carbón aciago,
y arranco las raíces que te cubren los pies.

Hay tanta sombra aquí por tan escasos días,
tantas caras borradas por los harapos de la dicha
para verte mejor,
tantos trotes de lluvias y alimañas en la rampa del sueño
para oírte mejor,
tantos carros de ruinas que ruedan con el trueno
para moler mejor tus huesos y los míos,
para precipitar la bolsa de guijarros en el despeñadero de la bruma
y ponernos a hervir,
lo mismo que en los cuentos de la vieja hechicera.

Pequeño, no mires hacia atrás: son fantasmas del cielo.
No cortes esa flor: es el rescoldo vivo del infierno.
No toques esas aguas: son tan sólo la sed que se condensa en lágrimas y en duelo.
No pises esa piedra que te hiere con la menuda sal de todos estos años.
No pruebes ese pan porque tiene el sabor de la memoria y es áspero y amargo.
No gires con la ronda en el portal de las apariciones,
no huyas con la luz, no digas que no estás.

Ella trae una aguja y un puñal,
tejedora de escarchas.
Te anuda para bordar la duración o te arrebata al filo de un relámpago.
Se esconde en una nuez,
se disfraza de lámpara que cae en el desván o de puerta que se abre en el estanque.

Corroe cada edad,
convierte los espejos en un nido de agujeros,
con los dientes veloces para la mordedura como un escalofrío,
como el anuncio de tu porvenir en este día que detiene el pasado.

Señora, el que buscas no está.
Salió hace mucho tiempo de cara a la avaricia de la luz,
y esa espalda obstinada de pródigo sin padres para el regreso y el perdón,
y esos pies indefensos con que echaba a rodar las últimas monedas.
¿A quién llamas, ladrona de miserias?
El ronquido que escuchas es tan sólo el del trueno perdido en el jardín
y esa respiración es el jadeo de algún pobre animal que escarba la salida.
No hay ninguna migaja para ti, roedora de arenas,
Este frío no es tuyo.
Es un frío sin nadie que se dejó olvidado no sé quién.

Criatura, esta es sólo una historia de brujas y de lobos,
estampas arrancadas al insomnio de remotas abuelas.
Y ahora, ¿adónde vas con esta soga inmóvil que nos lleva?
¿Adónde voy en esta barca sola contra el revés del cielo?
¿Quién me arroja desde mi corazón como una piedra ciega contra oleajes de piedra
y abre unas roncas alas que restallan igual que una bandera?

Silencio. Está pasando la nieve de otro cuento entre tus dedos.

Olga Nilda Gugliotta Orozco (17 de marzo de 1920, Toay La Pampa,Argentina-15 de agosto de 1999,Buenos Aires,Argentina).Poeta, escritora, articulista, dramaturga , ” la poeta de versos largos”, la poeta chamana”, es considerada una de las voces poéticas mas importantes en lengua española.

Era la hija menor del siciliano Carmelo Gugliotta y la argentina Cecilia Orozco. La familia se mudó en 1928 a Bahía Blanca; siete años después, en 1935, se estableció en Buenos Aires. Lectora voraz que empezó a escribir y a tirar el Tarot cuando era una adolescente, Orozco fue maestra y estudió la carrera de Letras, aunque no la terminó. Desde sus inicios como poeta, se vinculó con Oliverio Girondo y Norah Lange, y fue la única mujer que participó en el grupo de poetas en torno a la revista Canto, que reunía a la llamada “generación del 40”.En 1947entró a Radio Municipal para hacer comentarios de teatro y cuando la escucharon la contrataron como actriz de radioteatro.

En 1955 conoció a Alejandra Pizarnik, de la que fue “madrina literaria” y amiga. Colaboró en la revista Claudia con distintos seudónimos entre 1964 y 1974: Valeria Guzmán, para el correo sentimental de las lectoras; Sergio Medina, para las notas sobre las estrellas de Hollywood; Richard Reiner, para los textos esotéricos; Elena Prado o Carlota Ezcurra, para los artículos de vida social; Jorge Videla, para notas de tango; y Valentine Charpentier, para escritos biográficos o de viajes, entre otros.

Olga Orozco publicó 20 libros , antologías incluidas. Obtuvo reconocimiento en el mundo literario de su época siendo galardonada con el Primer Premio Municipal de Poesía en 1963 y el Premio de Honor de la Fundación Argentina en 1971. Obtuvo además el Premio Nacional de Teatro a Pieza Inédita en 1972 por “Y el humo de tu incendio está subiendo” y el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes (FNA) en 1980. Fue Premio Nacional de Poesía y Premio Gabriela Mistral de la Organización de Estados Americanos (OEA) en 1988, Premio Konex de Platino en 1994 y Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo en 1998, además del Konex de Honor en 2004. 

Olga Orozco nos cuenta:

Yo vivía en Bahía Blanca, tenía 14 años y una señora que se llamaba Teresita y que le hacía los sombreros a mamá, me enseñó a echar el tarot .Ella encontró que yo tenía condiciones para el ocultismo pero en la búsqueda de mis condiciones un día me hizo levitar y desde ese día por decisión de mi madre se acabaron los sombreros y las cartas.Muchos años después lo retomé pero el abandono definitivo fue por un sueño que tuve, donde me sometían a un juicio público, la gente se levantaba y me acusaba de haberles prometido en otras vidas cosas que no había cumplido. En mi casa tengo objetos y lugares que son rituales, hay dos sillones que no me he sentado jamás .Yo creo que tengo lugares elegidos, los de mi energía. Tengo lugares elegidos en la casa de todos mis amigos, en cada casa yo me siento siempre en el mismo lugar .Cuando me invitaron la primera vez, a ser académica (que fue enseguida de la muerte de Victoria Ocampo) debía ocupar el mismo sillón que ella dejara. Dije que no, porque había motivos esotéricos que me lo prohibían: uno era que en mi horóscopo no figuraba para nada y el otro que no veía en la Academia, ningún lugar que fuera afín con mi energía; no iba a tener donde sentarme. Olga Orozco responde para el “Cronista cultural”1994.Recorte periodístico, Colección CMOO.

Obras publicadas:

  • Desde lejos (1946)
  • Las muertes (1952)
  • Los juegos peligrosos (1962)
  • La oscuridad es otro sol (1967)
  • Museo salvaje (1974)
  • Veintinueve poemas (1975)
  • Cantos a Berenice (1977)
  • Mutaciones de la realidad (1979)
  • La noche a la deriva (1984)
  • Páginas de Olga Orozco (1984) (antología con prólogo de Cristina Piña)
  • En el revés del cielo (1987)
  • Con esta boca en este mundo (1994)
  • También la luz es un abismo (1995)
  • Relámpagos de lo invisible (1998) (Antología)
  • Eclipses y fulgores (1998) (Antología)
  • Últimos poemas (2009)
  • El jardín posible (2009) (Antología)
  • Poesía completa (2012) (Adriana Hidalgo Editora)
  • Yo Claudia (antología de su obra periodística a cargo de Marisa Negri) (2012) (Ediciones en Danza)
  • Cantos a Berenice, ilustrado por Martino (2015) (Ediciones en Danza)

https://www.cultura.gob.ar/100-anos-de-olga-orozco-8825/

http://eljardinposible.blogspot.com

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