Chuun-Inn
Eng Búnker murió de miedo la mañana del 17 de enero
de 1874.*
Nunca fue lo que se dice: un hombre solitario.
Nunca. A todas partes en compañía.
Lo despertó la noticia de que Chang Búnker. El hermano
al cual había estado unido. Perímetro del limbo: nueve
centímetros de largo, veinte de circunferencia.
Durante más de sesenta años. El hermano esternón
abdomen. Flexible como era. Epidermis bajo epidermis.
Elongación. Caudal que lo hizo sombra. Boxeo de sombra.
Sombra de sí.
El hermano réplica de su costado. La mirada extraviada.
Había. Por fin.
Desaparecido.
De “Siam”. Fondo editorial Tierra Adentro. México D.F. 2012

Use el cojín del asiento para flotar
¿Es cierto que podríamos dormir sobre las nubes?
Diez mil pies de altura es la distancia exacta para qué, para quiénes.
¿Somos nosotros mismos mientras viajamos en esos minúsculos asientos,
sentados sobre cojines, que en caso de caer no servirían para flotar?
Para flotar qué mar.
Para flotar qué turbulencia.
No, no somos nosotros los que por las ventanillas miran.
Nuestros cuerpos nada saben de nadar, de nubes.
Las nubes son agua
sobre polvo
caída
a veces
el último
recuerdo
de cosas perdidas.
Soñamos que volamos
pero es humo.
De “Abroche su cinturón mientras esté sentado”. Filodecaballos. Ciudad de México. 2017

Poema en que la enunciante charla con un editor al que nadie le ha explicado si lo puro existe, o si es, pongamos, necesario. o posible. o si sabe bien.
Dijo que quería un poema neutro. Las risas grabadas las pondría él.
Que tendría listos estilista, maquillista, tafiles, flores de Bach.
Viandas y amenidades dispuestas en el camerino, por si fuese necesario.
Primero me preguntó si mi poema quería salir vestido de poema; de poema mexicano; de poema mexicano contemporáneo; de poema mexicano contemporáneo escrito por una mujer; de poema mexicano contemporáneo escrito por una mujer bisexual.
Después aseguró enfático que era preferible que lo desvistiéramos.
Que al público le sería más atractivo si podía arroparlo a contentillo. Como aquellas muñequitas de papel a las que les fabricábamos ropa hecha para fijarse al cuerpo con minúsculas pestañas.
Lo más desnudo posible. Dijo. Sin tatuajes. Sin marcas.
Dile a tu poema que cierre los ojos y no mire quién o dónde se publica.
Tal vez deberías esterilizarlo con toallitas antibacteriales, sugirió.
Que en su empaque se especifique: este poema no deberá beberse con popote.
Mejor será borrar el poema por completo.
Publicar no el poema sino su borradura.
Decir: aquí hubo un poema.
Neutro. Neutrísimo.

Poema en que la enunciante parafrasea, para refutar por falsas, una serie de estulticias en torno al origen y naturaleza flagelantes de la poesía
Si te dicen que sólo
puedes escribir poesía
si has sufrido
si estás sufriendo
si sabes inequívocamente que sufrirás.
Que toda escritura
debe partir de La Herida.
Créeme
te están mintiendo.
Ni lo de abandonar esperanza alguna. Ni lo de fallar como un idiota. Ni los infiernos de lava en los cuales arder. No, tampoco lo de arrojarse de las bordas. Ni lo de las veintiséis reencarnaciones para poder redactar como el vate fantoche de sombrero y moño que recita sus poemas de memoria para impresionar.
Créeme,
no lo necesitas.
No somos loros
y la declamación es una técnica
afortunadamente
en desuso.
Lo siento, lo de las cantinas y el lodo, el cigarro entre los dedos, la barba de días, la torrecita de marfil, la erudición y la pureza de tu voz. No, la sabiduría tampoco. Lo de tener que haber vivido para poder escribir. Lo de pulir un poema durante seis años. Lo del tiempo de respiración del poema. Lo del poema fundacional.
Créeme
es pura
construcción
de personaje.

Instrucciones para contar muertos
Uno, las fechas, como los nombres, son lo más
importante. El nombre por encima del calibre de
las balas.
Dos, sentarse frente a un monitor. Buscar la nota
roja de todos los periódicos en línea. Mantener la
memoria de quienes han muerto.
Tres, contar inocentes y culpables, sicarios, niños,
militares, civiles, presidentes municipales, migrantes,
vendedores, secuestradores, policías.
Contarlos a todos.
Nombrarlos a todos para decir: este cuerpo podría
ser el mío.
El cuerpo de uno de los míos.
Para no olvidar que todos los cuerpos sin nombre
son nuestros cuerpos perdidos.
Me llamo Antígona González y busco entre los
muertos el cadáver de mi hermano.
(De Antígona González. Sur Ediciones. 2012)

Recorrer una ciudad para amarla.
Tal vez de eso podría tratarse todo.
Lo digo porque tu cuerpo es una ciudad.
Lo digo porque tu yo no físico es también una ciudad.
Lo digo porque los sueños a veces son ciudades
y uno sale del sueño como quien sale de una conversación
o de un cuerpo
y no puede volver a casa
porque la casa es entonces el sueño
y la ciudad un cuerpo.
Lo digo porque a veces tus palabras
andenes / plazas / puentes
hoteles donde pasamos la noche y despertamos
en otras ciudades
en otros cuerpos.
Lo digo porque somos estos cuerpos
que son esos otros que somos.
Lo digo porque a veces
toda ciudad y todo sueño.
Lo digo porque quiero recorrer todos los sitios
donde alguna vez
alguien cruzó una calle o miró un semáforo
y se detuvo un instante.
Lo digo porque quiero trazar algunos mapas
y decir: en esta esquina, a la derecha
y saber que ahí está algo del presente
que construimos.
Lo digo porque tengo recuerdos
que son sueños y ciudades
y fotografías de cosas que nunca ocurrieron
pero sí. Como si el futuro fuera una ciudad
invisible que invocamos al tocarnos.
Lo digo como si el futuro fuera una ciudad
que se recorre si proferimos las palabras indicadas.
Tal vez de eso podría tratarse todo.
Invocar sueños o ciudades
para amarlas en futuros invisibles.
Para deletrearlas como quien avanza por calles
y avenidas.
Como quien frente al tráfico hace un alto
y decide tomar una ruta alterna.
Y la ruta alterna es un siempre recorrer más.

Gracias por esperar, por favor manténgase en la línea y regresaremos con usted en un momento
Para Xitlalitl Rodríguez Mendoza
Es el teléfono lo que suena a todas horas. Son voces automatizadas
las que te ordenan que marques un número para luego tener que marcar otro número
para luego escuchar la música de espera, para luego marcar otro número, para luego
marcar otro número y que la grabación siga llevándote hacia una suerte de trance
como cuando estás sentado frente a tu terapeuta. Haga una inhalación
profunda por la nariz. Muy bien, sostenga el aire en sus pulmones.
Ahora exhale, deje salir el aire por la boca. Sea consciente de cómo con cada respiración
usted se va sintiendo más sereno y descansado. Usted puede sentir cómo su cuerpo
se va volviendo cada vez más pesado. Usted puede sentir cómo
su cuerpo cae, cada vez más y más pesado: abandonado. Entonces, cuando finalmente
después del laberinto de opciones numéricas y musiquitas para hacerte
compañía y que no sientas cómo es que el tiempo pasa, sólo entonces
una voz, que definitivamente no es humana, te dice: gracias por esperar,
te atiende __________ (ruido blanco), ¿cómo estás el día de hoy?
y tú quieres decirle que estás hasta la madre de tantas y tantas cosas
que cómo puede hacerte esa pregunta justo hoy
justo en este país
pero en lugar de eso
abres un libro de Charles Simic
y comienzas
a leerle en voz alta:

Esta es la habitación de las suturas, dice el rótulo
Esto es un sueño. Te quedarás quieta un rato y todo estará
bien. No has visto sino el fondo de la sombra, los restos de
la demolición de algo (…) Pasará.
Maria Negroni
Todavía estoy huyendo y ya desmantelan el escenario. Ya
las lumbres para sí reclaman los muros, las plazas las
fortificaciones. Una ciudad de utilería que a sí misma se
consume, que abandono a mansalva, sin miramientos.
Bajo telones se calcinan los contornos.
Admonición es índice, hemisferio.
Arden los maniquíes tras los aparadores. Su humareda
tiene mal colocada la etiqueta del precio. Los saldos.
Las cenizas. Las calles adquieren la densidad del
desahucio.
Hay pájaros alejándose del incendio pero no son reales.
Me advirtieron: si minúsculo el corazón, artefacto,
empuñadura. Yo olvidé darle cuerda al mío, por eso es
que me marcho así, sin avisar a ninguno. Por eso es que
en mis sueños las ciudades ya se esfuman.
Por eso el hábito, la incandescencia. El vano lenguaje de
las despedidas.

Sara Uribe (Querétaro,México, 1978) Licenciada en Filosofía. Premio Regional de Poesía Carmen Alardín 2004, Premio Nacional de Poesía Tijuana 2005 y Premio Nacional de Poesía Clemente López Trujillo 2005. Becaria del FONCA, 2006-2007 y del PECDA, 2010 y 2013.
Ha publicado:
Lo que no imaginas (CONARTE, 2005); Palabras más palabras menos (IMAC, 2006); Nunca quise detener el tiempo (ITCA, 2008); Goliat (Letras de pasto verde, 2009); Magnitud –en coautoría con Marco Antonio Huerta– (Gusanos de la nada, 2012); Antígona González (Sur+, 2012) y Siam (FETA, 2012), I never wanted to stop time (Editorial Medio Siglo, 2015), su primer libro en edición bilingüe, Un montón de escritura para nada (Dharma Books, 2019),Todas las cajas están vacías = All the boxes are empty (traducido por JD Pluecker), New York, Tripwire Pamphlet, núm. 9, 2020.
Enlaces de interés :
https://periodicodepoesia.unam.mx/texto/cuerpos-ausentes-una-conversacion-con-sara-uribe
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